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vendredi, 09 mai 2008

El situacionismo y la revuelta

Infokrisis.

- Lo poco que ha quedado del mayo francés son unas pocas consignas, más o menos espectaculares e impactantes que fueron difundidas a través de serigrafías manuales o pintadas. Tales consignas -"imaginación al poder", por ejemlo- han terminado caracterizando a mayo del 68. Sin embargo, estas consignas eran patrimonio de un pequeño movimiento internacional de intelectuales europeos, la Internacional situacionista, considerad como última vanguardia artística del siglo XX. Algunos miembros del Movimiento de 22 de Marzo estaban influidos por el situacionismo.

El situacionismo europeo

Es un mito más que una presencia. En la revolución de Mayo situacionistas los hubo, pero pocos y no precisamente destacando por su activismo. Se ha querido ver en el Mouvement 22 de Mars de Cohn Bendit y Alain Geissmar, una inspiración situacionista. No es así. O al menos, no exactamente.

A cuarenta años vista, lo que queda del mayo francés son apenas unas cuantas consignas («A medida que la necesidad resulta socialmente soñada, el sueño se hace necesario. El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que, en última instancia, no expresa sino su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián de este sueño».). Esas consignas fueran elaboradas por los situacionistas o extraídas de las obras de Raoul Vaneigen o de Guy Debord, jefes de fila del situacionismo.

El Movimiento del 22 de marzo, situacionista pero menos

Lo que sí es cierto es que el M22M era un grupúsculo entre los grupúsculos, acaso mucho más pequeño que otros, mucho más manipulable que otros en tanto que su ideología oficial era el anarquismo y ya se sabe que los anarquistas, por su ausencia de estructuras de organización “autoritarias” (es decir, por su ausencia completa de estructura organizativa) han sido siempre los preferidos de los servicios de Inteligencia para ser penetrados por sus agentes, manipulados en sus actividades y sacrificados en sus resultados. Un informe de los servicios secretos de a OTAN daba a la Internacional Situacionista con sede en Copenhague como teledirigida por la H.V.A., los servicios de seguridad y de inteligencia de Alemania del Este.

El informe en cuestión estaba datado en 1965 cuando los situacionistas iniciaron una campaña contra la presencia de tropas alemanas en territorio danés para unas maniobras conjuntas. La campaña terminó siendo una campaña contra la OTAN y no es raro que la inteligencia de la Alianza Atlántica se fijara en los situacionistas daneses.

Pero ¿realmente podemos creer ese informe? Difícilmente. A primera vista los “situacionistas” eran solamente un pequeño grupo de intelectuales de varios países, que utilizaban un lenguaje retorcido, frecuentemente críptico, para exponer ideas contracorriente que solamente merecían comentarios en muy escasos y reducidos medios intelectuales. Me hubiera gustado conocer de dónde extrajo François Duprat la información sobre la relación entre los situacionistas y la H.V.A. que incluyó en su obra La Comédie de la Revolutión (nº 73 especial de la revista Defense de l’Occident, junio 1968, pag. 45 y sigs, París 1968). El problema es que en mayo de 1977 François Duprat saltó por los aires en una carretera olvidada cuando viajaba de París a Normandía. El crimen, todavía hoy sigue impune. Duprat volverá a salir en estas páginas en varias ocasiones. Sea o no sea cierta la información, lo indudable es que la lectura de las obras de Duprat indica que disponía de información privilegiada aunque en algunos casos se tratara de evidentes intoxicaciones.

Los situacionistas confesos jamás han aceptado una vinculación entre el M22M y su Internacional. El movimiento que tenía a Cohn Bendit y a Geissmar como cabezas visibles, apenas tenía a 40 afiliados al iniciarse los sucesos de mayo, en su mayoría extranjeros. Hoy, ni siquiera merece un hueco en Wikipedia-Francia, como si sus antiguos militantes prefirieran hacerse olvidar. Al iniciarse los incidentes, los periodistas, ávidos de catalogar los grupúsculos que protagonizaban la revuelta se fijaron en el pequeño pero gesticulante M22M y publicaron sus relaciones con la Internacional Situacionista. No eran del todo evidentes, pero es cierto que algunos miembros del M22M conocían los textos situacionistas y habían hecho con ellos una mixtura de anarquismo, marxismo heterodoxo y ribetes situacionistas. Los situacionistas “de verdad” callaron por aquello de que todo lo que la prensa hablara de ellos pertenecía a lo que ellos llamaban “espectáculo” y daba a conocer su grupo hasta entonces enfeudado en los altos muros de la intelectualidad más sofisticada de la época. Pero el asesinado Duprat utiliza para evocar la actitud de los situacionistas la palabre “rechignant” (rechinando).

Y ¿por qué es importante para valorar los sucesos de mayo? Es simple: nuestra tesis es que lo que más ha llamado la atención de la Revolución de Mayo son sus consignas espectaculares (“No morirse de hambre a cambio de morirse de aburrimiento”, “imaginación al poder”, etc.) son de origen situacionista, sin embargo el papel efectivo de los situacionistas fue, poco menos que nulo. Hoy parece que hablar del papel del maoísmo y de trostkysmo en la Revolución de Mayo condene a la banalidad a los hechos de mayo. En 1968, estas dos corrientes del marxismo, a decir verdad, diferían muy poco del marxismo y, por lo demás, éste ya está en el basurero de la historia, mientras lo “libertario” goza aún de cierto aire de romanticismo y da la sensación de una mayor creatividad. Toda la importancia que se ha dado a Mayo del 68, no deriva de ser una sucesión de incidentes protagonizados por grupúsculos marxistas marginales… sino por un formidable movimiento creativo e imaginativo que supuso la “revuelta de la juventud contra el orden establecido”. No hay tal. Esa tesis solamente se apoya en unas cuentas serigrafías y carteles realizados en el taller de Nanterre por los estudiantes del M22M cuya única actividad en esas jornadas, fueron los discursos ampulosos y arrebatados y la difusión de consignas más o menos sonoras y rotundas. Esas consignas fueron la aportación del situacionismo y, de hecho, si es cierto que lograron proyectarse en la historia y es, a fin de cuentas, lo único que resta de mayo del 68, cuarenta años después.

La cuestión siguiente a plantear es ¿qué es el situacionismo?

Una internacional de intelectuales

Hay dos libros y un archivo en Internet en lengua española que vale la pena consultar para entender aquel situacionismo que existió tenuemente y que ya no es. Los dos libros son el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Vaneigen y, especialmente, La sociedad del espectáculo de Guy Debord.

El 1 de junio de 1959 se publicó el número 1 de la revista Internationale Situationniste” que incluía una especie de manifiesto en el que se explicaba el por qué del nombre: situacionista es todo aquello que contribuye a construir situaciones, y añadían: “Situación construida: Momento de la vida construido concreta y deliberadamente para la organización colectiva de un ambiente unitario y de un juego de acontecimientos.

El movimiento había surgido a mediados de los años 50 a partir de círculos intelectuales agrupados en la Internacional Letrista, grupo que fue una de tantas rupturas de intelectuales con el comunismo al producirse la invasión soviética de Hungría en 1956. Teniendo como clímax los sucesos de mayo que dieron a conocer universalmente el situacionismo, el grupo se disolvió en 1972. Debord la había abandonado en 1970. Jamás debió tener más de 200 adheridos.

Debord (el polemista político rotundo) y Vaneigen (el poeta del situacionismo más sugerente cuyas consignas son los paradigmas del mayo francés), sobre todo, eran intelectuales brillantes que habían bebido en las fuentes del marxismo, pero no de la ortodoxia soviética ni de los dogmatismo trotskystas o maoístas que en los 60 tenían cierto predicamento en los medios de la izquierda, sino de las corrientes “marxistas revolucionarias” que tenían a Rosa Luxemburgo, al consejismo de Pannekoek, a las doctrinas de Amadeo Bordigha y a la Escuela de Frankfurt, especialmente a Georg Lucács.

La utopía situacionista aspiraba a una sociedad sin clases que surgiría de la derrota, no del capitalismo, sino de la dominación capitalista. Buena parte de los escritos situacionistas son críticas al capitalismo e intentos de analizar sus mecanismos de dominación.

La Internacional se junta en Cosio d’Arroscia el 28 de julio de 1957 con la fusión de media docena de grupos de intelectuales: la Internacional Letrista en primer lugar, el Movimiento Internacional por un Bauhaus Imaginista (MIBI), el grupo COBrA (disuelto en 1951 cuyo nombre deriva del acrónimo Copenhague, Bruselas ámsterdam donde radicaban los miembros del movimiento) y el Psychogeographic Comité de Londres. El origen de casi todos ellos era el mismo: intelectuales de izquierda que habían roto con el stalinismo entre finales de los años 40 y mediados de los 50, con una pasada militancia artística en las filas del surrealismo.

Vaneigen se preguntaba en La Revolución de todos los días como afectada el capitalismo y el sistema autoritario que según él generaba, en nuestra vida cotidiana, intelectual y colectivamente. De ahí infiere un tema interesante que trasladará a la “ideología mayo”: que la revolución es fundamentalmente el arte de cambiar la vida.

Tácticas situacionistas

Los situacionistas no se contentaron con realizar una crítica al capitalismo y a sus consecuencias sino que aspiraron a participar en actos de agitación anticapitalista. Para ello establecieron una serie de tácticas. La primera de todas ellas era la “desviación” (detournement) que era posible hacer con “objetos” creados por el capitalismo distorsionando su significado original y convirtiéndolo en un elemento crítico contra el “creador”. Estaba en el espíritu de la época y es fácil suponer que debió ser Warhol quien inspiró esta táctica a partir de su creación de serigrafía reiterativas y obsesivas sobre “objetos” creados por el capitalismo en los EEUU: las imágenes de Elvis Presley, de la sopa Campbell’s, de Marilyn Monroe, etc. Al igual que una palabra mil veces repetida pierde su sentido, todas estas imágenes multiplicadas sin apenas variaciones contribuían a que el objeto representado pierda su sentido originario y se convierta en símbolo de la banalidad capitalista.

El situacionismo aspiraba a integrar distintos elementos revolucionarios en su propia teoría por medio de lo que llamaban “comodificación”, la exposición de las ideas que bastaba por sí misma para ilustrar el objetivo crítico. Tal es la táctica que hizo que los escasos situacionistas presentes en los sucesos de mayo sintetizaran sus ideas en forma de consignas tan escueta como rotundas.

En cierto sentido los situacionistas fueron los precursores del ecologismo (o más bien de una forma ecológica de urbanismo) cuando establecían la noción de “psicogeografía”, que aspiraba a interpretar los efectos del horizonte geográfico en el comportamiento y en el estado anímico de las personas. El marco geográfico generaba una forma de comportamiento y unas rutinas. Frente a las rutinas, los situacionistas planteaban seguir las emociones.

La creación de situaciones

Pero la práctica situacionista tenía como eje central la “creación de situaciones”. La idea partía de la comprobación, casi conspiranoica, de que los acontecimientos son fruto de construcciones minuciosamente preparadas por poderes fácticos. Debord había advertido que algunas de estas construcciones no recibían la bendición de los medios de comunicación por distintos motivos. Estas construcciones, pues, podían ser utilizadas para denunciar al capitalismo. El caso más claro era, sin duda, la guerra del Vietnam y las protesta que podía generar a partir de la actitud adoptada por los medios de comunicación.

La idea de “situación construida” era fundamental en la perspectiva situacionista. El ser humano tiene la posibilidad de construir situaciones -“dado que él es el fruto de su historia”- y, por tanto e asumir su propio destino y ser “responsable del devenir de su existencia”.

También la técnica es denunciada como instrumento del capitalismo. En el nº 1 de Internationale Situationniste (01.06.58) se denunciaba que “La técnica se ha convertido en una terapéutica contra el virus revolucionario”. Las formas de aprendizaje que en aquel momento llamaban la atención –la utilización de magnetófonos mientras se dormía, para aprender determinadas materias- o las técnicas de gestión de grupos –el brainstorming, la “tempestad de ideas”- se consideraban como inventos del capitalismo para rentabilizar al máximo los tiempos muertos (el sueño) o la producción de ideas.

Debord y la sociedad del espectáculo

Sin duda, La Sociedad del Espectáculo, de GuDebord es la obra más imaginativa del situacionismo. Debord de joven se había curtido en las actividades de Socialismo o Barbarie de Castoriadis, disidente de la IV Internacional cuya idea era que las burocracias socialistas reproducían el sistema de dominación del capitalismo. Cuando se separó de Castoriadis, participó en la creación de la Internacional Letrista y de ahí al situacionismo. No era un organizador, sino un teórico y su falta de eficacia en la gestión de un grupo determinó las críticas de Veneigen y su escisión que fue la puntilla que determinó la muerte de la Internacional Situacionista. Debord reconoció en el consumismo el principal elemento de alienación capitalista: consumir es hermoso y seductor, por tanto, alienante en cuando que se deja de ser lo que se es para identificarse en el objeto consumido.

Para Guy Debord el espectáculo es el producto básico de la sociedad moderna. La política se ha convertido en un espectáculo y el ciudadano, en espectador de la teatralización o de la escenificación que inevitablemente han generado los poseedores del capital. El espectáculo es el instrumento del capital para imponer hasta el tuétano modelos culturales. La vida entendida como espectáculo es el eje central de la modernidad. De hecho, el propio mayo francés, si fue algo, fue puro espectáculo. En la sociedad del espectáculo, la política ha desaparecido. Todos somos espectadores que albergamos solamente el deseo de una vida tranquila y pacífica. Y en esto no hay diferencia: tanto los poderosos como los miserables vivimos una vida rutinaria en la que la novedad –o al menos novedades trascendentes- quedan completamente excluidas de nuestra perspectiva de vida. La novedad implica el riesgo y el riesgo es algo que el espectador no busca. El espectáculo termina siendo el “opio del pueblo”. De la misma forma que el espectador de un filme no tiene capacidad de operar sobre ese producto cultural sino que apenas puede aceptarlo o rechazarlo, la sociedad del espectáculo implica una actitud pasiva ante los acontecimientos. Todo escapa de nuestras manos y todo está fuera de nuestro control.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com

Martes, 15 de Abril de 2008

00:36 Publié dans Philosophie | Lien permanent | Commentaires (0) | Tags : théorie politique | |  del.icio.us | | Digg! Digg |  Facebook

Définir la subsidiarité

 

DÉFINIR LA SUBSIDIARITÉ

Intervention de Robert Steuckers à l’université d’été de la F.A.C.E. (juil. 1995), paru dans la revue Nouvelles de Synergies Européennes, n°17 (janv. 1996).

Lors de notre visite au Professeur Gianfranco Miglio, fin avril 1995, celui-ci nous a confié qu'il considérait le terme "subsidiarité" comme un mot ambigu, qui désignait une délégation de pouvoir pouvant conduire à une confiscation des pouvoirs par l'instance centrale (en l'occurrence appelée "fédérale"). Pour G. Miglio, mieux vaut parler de fédéralisme, lequel, selon Chateaubriand, est la forme étatique des peuples germaniques.

On reparle beaucoup de subsidiarité dans le processus d'unification européenne. Lors de la rédaction du Traité de Maastricht, les juristes allemands ont insisté pour que soit inscrit en toutes lettres le terme de "subsidiarité". Mais dans le texte de ce traité, le terme est ambigu sur 5 points au moins, nous signalent bon nombre d'observateurs :

  1. Il peut être interprété comme une arme contre les tendances trop accentuées vers le centralisme (reproche adressé surtout à la Commission) ou b) comme un instrument pour retourner à l’État-Nation conventionnel (Thatcher).
  2. Signifie-t-il une (re)distribution ou une répartition des compétences en exercice ?
  3. S'agit-il d'un transfert de compétences strictement réglementé ou d'une auto-limitation volontaire de la part des pouvoirs publics nationaux ? Ou encore d'un principe vague qui veut avertir le citoyen des risques d'empiètement émanant des instances centrales ?
  4. Comment mesurer la qualité ou l'intensité du transfert des compétences ?
  5. Où se trouve aujourd'hui le principe de subsidiarité dans le discours politique, dans les textes constitutionnels, dans la pratique quotidienne du droit ?

ORIGINE DU TERME "SUBSIDIARITÉ"

Le terme "subsidiarité", expliquent les historiens du droit, fait partie d'une "triade catholique" (personnalité, solidarité, subsidiarité). Mais les théoriciens majeurs de la subsidiarité, les pères fondateurs du concept, sont protestants :

  1. Johann Althusius (longtemps oublié dans les manuels d'histoire des idées politiques et juridiques),
  2. Otto von Gierke (un sociologue et juriste allemand du XIXe siècle qui redécouvrira Althusius en 1880, juste avant le sociologue Tönnies, théoricien de la "communauté").

JOHANN ALTHUSIUS (1557-1638)

Ce fondateur de la science politique organique allemande écrit et est lu au début du XVlle siècle. Ses doctrines constituent l'antithèse de la dominante idéologique de l'époque, soit l'absolutisme théorisé par Bodin. La notion cardinale dans l'œuvre d'Althusius est celle de Gemeinwille (volonté commune), ancrée dans le peuple, perçue et définie comme organisierter Volkskörper (corporéité populaire organisée).

OTTO VON GIERKE

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Ce sera Otto von Gierke (1841-1921) qui redécouvrira Althusius dans les années 1880. Qui est Otto von Gierke ? Un théoricien allemand du "Droit des Genossenschaften" (compagnonnages). Pour Althusius au XVlle et Otto von Gierke au XIXe s., la politique est Konsoziation et Konkordanz (concorde, ou "sympathie", unisson des cœurs). Le fédéralisme et la subsidiarité d'Althusius et d'Otto von Gierke sont un ancrage profond dans le tissu social concret. Cet ancrage permet d’échapper à l'hyper-simplification de l'absolutisme, propre des monarchies déclinantes, et du centralisme (de Philippe II à Richelieu et de Louis XIV à la Révolution). L'accent mis sur les "compagnonnages" et la "communauté" implique un refus de la stricte séparation de la politique et du marché, césure imposée par le libéralisme. Le fédéralisme actuel (USA, Australie, Canada et même la RFA) n'est qu'une variante du centralisme : il s'agit d'un compromis qui s'oriente toujours vers une consolidation du niveau central. Aux États-Unis, les "états" reçoivent la permission du niveau fédéral d'exercer des compétences (des phénomènes analogues s'observent en RFA voire en Suisse). L'objectif de toute centralisation est : que tous doivent finir par vivre selon le même modèle économique ; que les communautés villageoises, claniques ou familiales doivent s'adapter à des règles édictées "d’en-haut" : que les entreprises doivent se conformer à des modèles venus également du "sommet". Le haut ne délègue au bas que ce qui n'est pas jugé important. La compétence n'est jamais qu'octroyée.

LE TRAlTÉ DE MAASTRICHT ET LE CAS FRANÇAIS

Althusius se place résolument en porte-à-faux vis-à-vis de cette mentalité absolutiste et centraliste. Dans son esprit, la subsidiarité sert à façonner le concorde, à souder les communautés, à consolider le tissu social. Elle doit dès lors atteindre 3 objectifs, si on la (re)place dans le contexte actuel de l'Union Européenne :

  1. Susciter chez tous la promptitude à l'aide mutuelle, dans les limites imposées par les budgets respectifs des communautés locales ou professionnelles. Donc la subsidiarité ne saurait être un prétexte à l'isolationnisme comme l'imaginait Madame Thatcher.
  2. Comme il y a ancrage de toute souveraineté dans le Volkskörper (la "corporéité folcique" ou corps social), les États de l'Union Européenne (c-à-d. les États qui ont la qualité de membre) ne peuvent agir - ou leur action n'est valide dans l'esprit d'un droit qui serait entièrement déterminé par la subsidiarité - que s'ils représentent réellement les multiples éléments de ce Volkskörper. Il faut donc qu'il y ait représentation des provinces, communes et associations diverses (les Verbände). Les représentants des divers États ne pourraient exercer leurs fonctions que s'ils ont l'aval des éléments divers du Volkskörper.
  3. Il faut prévoir la représentation de toutes les communautés au sein même des États. Aujourd'hui, la RFA, la Belgique et l'Espagne sont en règle, du moins sur le plan de l'organisation et de la représentation de leurs minorités. Celles-ci y sont protégées et représentées au sein d'assemblées qui leur sont propres. Les langues minoritaires sont pleinement reconnues comme langues nationales ou comme langues administratives locales. Ce n'est pas tout-à-fait le cas en Italie où l'allemand, le slovène, l'albanais et le grec ne sont pas reconnus ni leurs locuteurs représentés dans des assemblées autonomes et homogènes. Ce n'est certainement pas le cas de la France - qui est le cas le plus scandaleux et le plus inadmissible pour les ressortissants des communautés flamande ou germanophone de Belgique - où l'allemand, le néerlandais, le basque, le corse ou le breton n'ont pas droit de cité et où la communauté germanophone d'Alsace et de Lorraine thioise ainsi que la communauté néerlandaise du Westhoek ne disposent pas d'un parlement autonome à l'instar des communautés germanophone de Belgique ou danoise et sorabe d'Allemagne.

À Bruxelles et à Berlin, bon nombre de juristes et de constitutionnalistes estiment dès lors que la France n'est pas pleinement un État de droit démocratique, puisqu'elle n'accorde pas la réciprocité à ses ressortissants de souche flamande ou allemande et, par le truchement de ses préfets (non élus !), fait interdire, en contradiction avec les directives de l'UE, des initiatives culturelles flamandes en Flandre, telles des radios libres ou des messes chantées en dialecte (et expulse manu militari les prêtres de nationalité belge qui ont chanté dans un idiome qui avait l'heur de ne pas plaire au préfet !). En théorie, au fur et à mesure que l'Union Européenne prendra corps, et à condition que les juristes et les ministères belges sortent de leur torpeur et se décident à faire vivre réellement les principes d'autonomie à tous niveaux qui ont toujours été revendiqués par nos populations et leurs élites, les tribunaux belges et allemands pourraient parfaitement s'octroyer un jour le droit de juger tout fonctionnaire français qui écornerait les droits naturels et inaliénables des germanophones ou des néerlandophones vivant sur le territoire français, dans des pays qui sont historiquement leurs. Le non respect du Traité de Maastricht et des accords de Schengen laisse augurer le pire pour ces minorités : il est temps que soit organisée en Europe, à l'échelle européenne, leur défense contre toutes les formes d'arbitraire qu'elles subissent et qui sont contraires aux conventions des droits de l'homme signées par tous les États européens. Et tant pis pour les États parjures !

MONISTES, DUALISTES, PLURALISTES

Mais revenons à l'histoire du principe de subsidiarité. Althusius a mis en forme le débat institutionnel qui a suivi la Nuit de la Saint-Barthélémy (1572). Celui prend forme, chez les adversaires de la subsidiarité et de la subsistance des "corps intermédiaires", dans un ouvrage capital de Jean Bodin, publié en 1576 et intitulé Six livres de la République. Le titre de cet ouvrage est déjà très révélateur en soi : le terme "république" est utilisé au singulier, alors qu'au départ, en langue latine, on parlait toujours des res publicae au pluriel, des choses publiques, soulignant par là même qu'elles étaient diverses et assez souvent contradictoires. Bodin voulait concentrer la souveraineté dans les seules mains du monarque ("L'État c'est moi" affirmera Louis XIV), comme la République, après avoir tait décapiter le roi, et désormais seule incarnation de l'État, a voulu tout centraliser à outrance. Il y a donc une parfaite continuité entre l'ancien Régime en et la République en France.

Pour Bodin, la crise des guerres de religions réclame une solution moniste, c-à-d. une concentration du pouvoir dans une instance centrale, en l’occurrence le monarque. Dans la pratique, ce "monisme" implique la suppression de tous les "pouvoirs intermédiaires", ce qui transforme les États en simples relais administratifs. Et quand Bodin parle de "tolérance", alors qu'il rédige des manuels d'inquisition (!), il envisage simplement de séparer la religion des affaires de l’État.

Face au "monisme" de Bodin, nous trouvons les partisans de la "solution dualiste" ou "monarchomaques", qui considèrent que le monarque ET le peuple sont également responsables du bon fonctionnement de l'appareil étatique et des bonnes mœurs. Devant Dieu, le peuple, dépositaire de ses droits ancestraux, les délègue au monarque, tout en conservant un droit de résistance face aux abus éventuels du roi. Le monarque, lui, dort simplement promettre de ne pas abuser. Dans cette perspective dualiste, seul le monarque dispose d'un droit originel. Le peuple, lui n'a qu'un droit de résistance, tout théorique puisqu'il ne dispose pas de forces armées autonomes.

Face aux monistes et aux dualistes, nous avons la solution pluraliste et fédéraliste, proposée par Althusius. Celui-ci élabore son système dans le contexte d'un Reich allemand affaibli, mais qui a toujours été régi par des logiques du pluriel (pluralité institutionnelle, pluralité ethnique, pluralité linguistique, etc.). Althusius perçoit différemment la dualité peuple/monarque. Pour Althusius, le peuple peut reprendre ses droits et le monarque y renoncer. Entre les différentes composantes du peuple s'instaure une multitude de pactes sociaux, permettant un contrôle effectif. Le pacte social, pour Althusius, est un contrat de gouvernement comme chez Hobbes, mais, chez ce dernier, le contrat n’implique nullement une communication sociale. Hobbes introduit la domination (la coercition) pour échapper à la guerre civile. Le peuple chez lui, délègue ses droits naturels une fois pour toutes. Hobbes n’envisage pas à proprement parler une rupture définitive du dialogue entre le monarque et le peuple, mais, dans ses réflexions, il met l'accent sur l'autorité absolue qui forme un barrage nécessaire à l'anarchie de la guerre civile ou du dissensus permanent, provoquant l’impossibilité de gouverner

UNE OPTIQUE SYMBIOTIQUE

Althusius se place dans une optique "symbiotique". Il évoque un "partenariat horizontal" entre les communautés et les corps (avec pour risque : permanence des conflits d’intérêt ; incapacité à discerner l'essentiel). Le monarque n'exerce que des pouvoirs qui lui ont été explicitement reconnus. La stabilité consiste donc à déléguer le moins de pouvoirs possibles au monarque. Aucune force locale ne peut être étouffée : elles doivent toutes rester disponibles pour construire la "socialité". Chez Althusius, il n'y a pas juxtaposition du pouvoir et du peuple. Le pouvoir ne sert qu'à promouvoir les énergies du peuple. Le principe, c'est que le peuple, legs de l'histoire et de la culture, a toujours la priorité, dans ses variances et ses évolutions, par rapport à la machine étatique et à l’administration. L'État n'est, ne peut être, qu’un instrument au service du peuple.

Dans la pensée d'Althusius, les communautés sont de 3 ordres :

  1. Elles sont publiques et territorialisées, comme les provinces et les villes.
  2. Elles sont privées, nécessaires, volontaires, comme les états (les Stände) ou les guildes (les corporations, les associations professionnelles).
  3. Elles sont privées et naturelles, comme les familles.

En tenant compte des ressorts qui animent toutes ces formes de communauté, Althusius procède a un élargissement maximal du politique, où il n’y a plus de séparation entre l’individu et l'État, ni de séparation entre le public et le privé. Si la politique est exclusivement déterminée d'en haut, comme dans le système de Bodin qui élimine les "corps intermédiaires", nous n'avons plus, dans la société que des individus, complètement atomisés, et des instances collectives, figées et coercitives. En revanche, si la politique est déterminée par le bas, c-à-d. par la pluralité que constitue la "corporéité folcique", comme dans le système symbiotique suggéré par Althusius, il n'y a pas d'individus non imbriqués dans une structure de participation, il y a dès lors "communautarisation permanente", interaction constante entre groupes.

En conclusion, les solutions monistes et dualistes sont rigides. Elles refusent de tenir compte des variations incessantes à l'œuvre dans la société ou la "corporelle folcique". Il arrive toujours un moment où elles entrent en "déphasage". Dans la solution pluraliste, les communautés du Volkskörper sont en interaction constante. Voilà pourquoi elle reste un modèle aujourd'hui comme le laisse sous-entendre Édouard Goldsmith, dans sa vision à la fois contestatrice, écologique et conservatrice, ou Joël de Rosnay dans son ouvrage L'homme symbiotique (Seuil, 1995). Si les systèmes monistes avancent l'aequalitas, où tous sont sommés de devenir identiques, pareils, sans déterminations originales ou circonstances différenciantes, les systèmes pluralistes avancent l’aequabilitas, où tous ont droit à un traitement égal, à de l'aide, à de la sollicitude de la part de la communauté, pour ce qu'ils sont, dans toutes les différences qu'ils incarnent, recèlent, réellement ou virtuellement.

La subsidiarité est donc un projet social qui permet de sortir :

  • de la logique totalitaire (Bodin/Hobbes),
  • de la logique des contrats hypersimplifiés,
  • de la logique individualiste.

Mais dans le Traité de Maastricht, rien de bien précis n'est dit quant au passage à un droit subsidiaire. Les textes du Traité ne sont pas clairs quant au rôle des régions et du Conseil Consultatif des Régions. Rien n'est dit quant à la responsabilité des États et nous assistons à un accroissement constant des compétences de la Commission. Dans ce contexte, le lobbying s'exerce en faveur des grands consortiums et non pas en faveur des petites communautés.

D'où, malgré l’écart historique, l’actualité d’Althusius : il nous lègue une pensée opératoire, dont la fonction est à la fois critique et constructive. Mais le contexte actuel est peu favorable à ce corpus doctrinal pluraliste. La tradition communautaire a été refoulée en Occident au profit de l'individualisme libéral, considéré comme le "seul scientifique". Mais les problèmes collectifs et globaux s'accumulent, not. au niveau écologique, et aucune méthodologie individualiste ne saurait en venir à bout. Locke et Rousseau ont épuisé leurs potentialités. Mais non pas Althusius, von Gierke, Tönnies et Perroux. Le véhicule pour repropulser cet idéal communautaire dans le débat intellectuel et politique aurait pu être les partis verts. Hélas, ils se sont laissés complètement oblitérés par des gauches finalement fidèles aux logiques coercitives de Bodin et des Jacobins, sous prétexte que ces logiques étaient révolutionnaires et donc "progressistes". Les écologistes indépendants en Allemagne, autour de Strelow, les biorégionalistes américains, autour de Kirpatrick Sale, ont perçu cette dérive des Verts belges et français, qui restent prisonniers d'une vieille alternative, désormais dépourvue de toute pertinence : Locke (qu'ils rejettent) ou Rousseau (dont ils épousent sans nuance toutes les contradictions). Nous sommes effectivement dans l'impasse. Raison pour laquelle notre organisation réagit et compte agir par le biais d'associations représentant le tissu social réel, le tissu social de base.

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