Carlos X. Blanco
Ex: https://decadenciadeeuropa.blogspot.com
El orden es un bien. Hay un tipo de unidad en el mundo que se llama, de la manera más clásica, la "unidad de orden". Que haya unidad es un bien. Unidad en una pareja novios y esposos, y unidad en una familia. Unidad entre los vecinos y en los amigos. Unidad en la patria. Quien aspira al bien, aspira con ello y por ello a la unidad. Y todos lo hacemos, todos apetecemos el bien aun cuando muy a menudo la voluntad se nos tuerce y erramos en la elección y en la trayectoria.
El desorden es un mal. El desorden viene causado por una o varias voluntades diabólicas. El adversario siempre es representado, en las más sólidas cosmovisiones y teologías, como un retador, un sembrador de cizaña, un creador de división.
El mundo moderno es, por definición, el reino del sembrador de cizaña. Este mundo en que vivimos hoy es, de la manera más exacta, un mundo satánico. Si hubo costuras, desgárrense éstas. Si se creó cemento y argamasa para edificar, deshágase y derríbese lo que con tanto esfuerzo ha costado levantar. Así piensa y actúa "lo moderno". El mundo moderno, al menos en Occidente, es la ruina sobre ruina de aquella gloria que fue, un día, la Civilización Cristiana.
La restauración del Derecho romano, y la edificación del concepto de persona por obra de la Iglesia y de la racionalización del feudalismo germano, crearon las bases de lo que hoy llamamos Europa. Nada fue Europa durante siglos, más allá de una barahúnda tribal, sino la ascendente Civilización Cristiana. Esta alcanzó sus más altas cotas con el arte románico y después el gótico, con el saber escolástico y la institución de la universidad. A su vez, la necesaria bicefalia entre un poder eclesiástico y otro laico, el Papa y el Emperador, dio origen a esa consustancial forma de ver la existencia en el europeo: ajeno a toda teocracia, el poder espiritual posee responsabilidades terrenales, pero, recíprocamente, el poder imperial asume la pesada carga de defender la fe común y proteger a los pueblos y a las gentes por encima de poderes "próximos", nobiliarios o eclesiales, encaminando armónicamente al rebaño a un plano superior, salvífico. El Sacro Imperio, como idea, es la perfección sintética del feudalismo y del derecho romano, una unidad de opuestos: los poderes se subordinan a uno supremo que no es de cariz despótico, a la manera oriental, sino "suave" y arbitral. El Sacro Imperio es la visión confederal y subsidiaria de una unión de Estados comprometidos en una fe (y modo de vida) común, congruente, una comunión, alianza respetuosa de las personalidades propias de cada ciudad autónoma, de cada territorio, de cada reino o principado. El Emperador como figura arbitral e ideal, no es un monarca más, es el punto más alto de todo un sistema ordenado de poderes subsidiarios. La Civilización Cristiana expresa, bajo la idea del Sacro Imperio y de la bicefalia Iglesia/Estado, la más profunda esencia de lo que luego habrá de ser el modo de vida europeo: no una teocracia sino una visión espiritual de la existencia en la cual tanta misión sacra toma para sí el monje como el caballero. De hecho, la síntesis misma del monje-caballero se dio en las más diversas órdenes militares, no sólo los templarios y demás órdenes de la Cruzada en Tierra Santa, sino las órdenes hispanas de la Reconquista. La pérdida de la "caballería" en Europa, en favor del soldado mercenario, es correlativa a la pérdida de la misión civilizadora y del espíritu de cruzada del religioso, y tales pérdidas señalan el declive de Europa. Como síntomas que anunciaban el desplome de hoy. Únicamente esa continuidad estricta de la Edad Media se dio en la Hispanidad. La Hispanidad fue, como ya señalé en diversos artículos, el katehon, el dique de contención de esa terrible decadencia que se dio en llamar Modernidad.
Siglos de recopilación y depuración de la filosofía griega y la cultura patrística, siglos de síntesis del derecho romano (y de su hijo legítimo, el visigótico), siglos de diálogo y confrontación con la filosofía no cristiana, conocida de primera mano en Toledo y otras ciudades hispanas…pusieron a las Españas a la cabeza del pensamiento cristiano.
Nos quieren enseñar hoy que un Nuevo Amanecer surge con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ese parloteo en torno a una Humanidad abstracta llevado a cabo todavía con el olor a pólvora en los documentos, y la radiactividad de las bombas arrojadas en 1945 flotando por los aires. Los Derechos de la persona y los Derechos de Gentes ya alumbraron todo Occidente (Europa y América) en el siglo XVI, defendidos (imperfectamente, como ocurre con todo lo humano) y teorizados por la única nación que estaba capacitada humana, intelectual, históricamente, para ello: la Hispanidad.
El Sino de la Hispanidad es dar una respuesta filosófica (que incluye la metapolítica) al caos y deterioro actual. Mientras arden las calles y se pretenden derribar ídolos, hemos de pensar en reconstruir y en crear. La destrucción es sólo una fase de esa partera de la Historia. Engendrar y dar Vida a algo nuevo, en cambio, es lo que abre paso a esa misma Historia.
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