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mercredi, 20 juillet 2016

Los ases bajo la manga de las guerrillas

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Los ases bajo la manga de las guerrillas

Si queremos situar un punto inicial para el combate de guerrilla, podemos fácilmente situarlo desde el primer conflicto entre tribus prehistóricas. Desde hace miles de años, el hombre ha ido evolucionando la manera de combatir, los diferentes caminos de hacer la guerra. El conflicto, el combate que se producía entre estas tribus primitivas también podrían ser un ejemplo de guerra de guerrillas: no contaban con una estructura militar jerarquizada, no hacían uso de un uniforme oficial, y tampoco concurría un combate en un campo de batalla con dos frentes claramente diferenciados. Trataban de emboscar, saquear y arrasar aldeas enemigas en el menor tiempo posible. Al contrario que la guerra de guerrilla, la guerra convencional es un concepto mucho más moderno. Teóricamente, no se puede configurar un ejército convencional hasta que no se haya creado un estado, pues el mantenimiento de sus tropas depende de una comandancia militar estructurada, un programa logístico, burocracia… Con la creación de los primeros imperios nacerían los primeros ejércitos profesionales, que encontraban resistencia armada dispersa en forma de rebeldes y guerreros nómadas. Guerrillas.

La metodología, las tácticas de ejércitos irregulares quizás no hayan cambiado tanto con el paso del tiempo. Pero sí han ido adaptándose gracias a nuevas tecnologías, que han proporcionado nuevos medios para realizar ataques más precisos y letales, mayor información para preparar emboscadas y hacerse con el control del armamento enemigo. Grupos insurgentes con mayor capacidad para cortar líneas de suministro, conocer mejor los puntos débiles y atacar donde más duele. Se ha definido como una forma de hacer la guerra “irregular”, “No convencional”, pero no por ello menos efectivo.

La importancia de la opinión pública. El apoyo de la población

Por parecida que sea la estructura y la manera de ejecutar sus acciones, las guerrillas se han visto influenciadas a lo largo del tiempo por factores como la política a través de la insurgencia, aprovechar el conocimiento del terreno o la opinión pública manifiesta, junto con el producto mediático que los medios informativos lanzan a los consumidores. Este último factor no pasaría de largo a uno de los mayores estrategas en cuanto a guerra de guerrillas se refiere, Mao Tse Tung, en su escrito “Sobre la guerra prolongada”, en el que hace constar la importancia para los soldados de mezclarse con la gente del lugar, aprender de sus costumbres, conocer su día a día. Mientras que la población se asemejaría al mar, al agua, el ejército conformaría los peces que viven en ella. Cuanto mayor y más estrecha sea su relación, mayor aceptación tendría un ejército insurgente, simpatizando con la causa. Una visión un tanto alejada a la relación que podría tener Atila y los hunos con las aldeas y pueblos conquistados. En los tiempos modernos, la relación con la población puede brindar una ventaja fundamental como la que tuvo la Resistencia francesa ante la invasión nazi: proporcionando suministros, inteligencia sobre el enemigo, ocultando miembros en zonas urbanas ocupadas, asistiendo a la defensa de ciertos distritos, etc.

El desarrollo de nuevas formas de comunicación supuso un componente ideal para influir en la opinión pública. Insurgentes y grupos revolucionarios han dependido en gran parte de ésta para continuar con sus luchas particulares, las cuales sin el apoyo de la población no tendría ningún sentido estricto. No cuentan con la misma capacidad armamentística ni efectiva para hacer frente a un ejército convencional, al contrario que Mao Tse Tung contra el Kuomintang. A finales del siglo XIX y principios del XX, grupos anarquistas se labraron la reputación de grupo revolucionario antisistema al atacar figuras políticas y miembros de familia real, como los intentos de atentar contra la vida de Alfonso XII en España, o el asesinato del primer ministro español José Canalejas a manos de Manuel Pardiñas. Se acuñó el término “Propaganda por el hecho”, transmitiendo el mensaje a través de acciones, no palabras. Osama bin Laden llegaría a afirmar en una carta a Mullah Omar, líder talibán, que “más de la mitad de las batallas se están librando en el campo de los medios de comunicación. La guerra con estos representa el 90% de la preparación para la batalla”.

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A muchos le llegará la imagen del Che Guevara si mencionamos la palabra “revolución”. Nadie puede negar el carisma y la popularidad que tuvo el Comandante Guevara entre la población cubana, y la que póstumamente obtendría su causa allende fronteras. Lejos de la icónica imagen que representa, los hechos plasman la victoria sobre la dictadura impuesta por el general Batista tras el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, previo a las elecciones en Cuba. La situación en su capital, La Habana, reflejaba un panorama de corrupción, violación de derechos humanos y un trato de favor a empresarios y mafiosos que viajaban desde Estados Unidos para instalarse en casinos y hoteles. El que fuera asesor del Presidente Kennedy, Arthur M. Schlesinger Jr., describiría La Habana como “una encantadora ciudad convertida en un burdel y un casino para hombres de negocios norteamericanos”. Batista se erigiría como un hombre más cercano a los intereses de EEUU que a los de su propio pueblo. Explotando comercialmente a Cuba con un gobierno represivo y corrupto, comenzó a germinar la semilla de la resistencia y de la revolución. En este sentido, Batista perdería claramente la guerra en el campo mediático, algo que cobró una importancia notable a la hora de ser derrocado finalmente en 1959.

El Viet-Cong y el factor cancha. El as bajo la manga norvietnamita

Una de las características más típicas de las guerrillas es su familiaridad con del terreno. Ya sea zona rural, urbana, en medio de la jungla o entre montañas, la guerrilla destaca por conocer hasta el mínimo rincón de la zona donde se encuentran. Esto proporciona una ventaja vital a la hora de equilibrar la balanza a tu favor. Si no, que se lo pregunten a Estados Unidos y los problemas para localizar a grupos talibanes entre las montañas de Afganistán. O la derrota sufrida entre junglas de bambú a manos del ejército norvietnamita y el Frente de Liberación Nacional, más conocido como el Viet Cong.

Esta última puso sobre la mesa la efectividad de las tácticas de guerrilla frente a un ejército todopoderoso como el estadounidense. Un enfrentamiento en plena guerra fría tras la expulsión de los franceses en 1954, buscando la unificación que trataría de desbaratar las fuerzas de Vietnam del Sur y Estados Unidos. Liderados por Ho Chi Minh, los efectivos militares de Vietnam del Norte ocupaban la primera línea de batalla, mientras que el Viet Cong hostigaba con ataques relámpago en la jungla, trampas hechas de estacas de bambú, pinchos y emboscadas aprovechando puntos clave del terreno. Si bien es cierto que tanto la Unión Soviética y China proporcionaron armamento y suministros al ejército norvietnamita, Vietnam del Sur contaba con el apoyo americano: mayor número de efectivos: infantería, artillería, y una superioridad aérea que permitía realizar bombardeos estratégicos. Ante la amenaza que presentó el Viet Cong, se introdujo la estrategia militar de “buscar y destruir” (Seek and Destroy), en la que pelotones de infantería se infiltraban en territorio hostil para localizar al enemigo, destruirlo y retirarse inmediatamente con apoyo aéreo, lo cual no resultó finalmente eficaz.

Enfatizando la importancia de conocer el terreno, una de las claves de la estrategia del Viet Cong residía en el uso de túneles. Bien escondidos y perfectamente camuflados, resultaban perfectos para ataques relámpago y emboscadas, donde varios soldados podían atacar repentinamente y desaparecer sin dejar rastro. En el distrito de Cu Chi, al noroeste de Saigón, se extiende un extenso sistema de túneles interconectados entre sí, rutas subterráneas que servían para dar cobijo a las tropas, transporte de suministros, como zonas de entrenamiento y bases operativas… Una cobertura perfecta contra los ataques aéreos norteamericanos.

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El entramado subterráneo del Vietcong fue una gran ventaja a la hora de combatir a las tropas norteamericanas

A todo ello le sumamos el ingenio y la capacidad inventiva del Viet Cong a la hora de crear trampas. El terreno de combate estaba formado por densas junglas, humedales, zonas empantanadas donde la visibilidad era muy reducida. Un escenario perfecto para colocar trampas con estacas de bambú impregnadas de heces, minas enterradas en el suelo imposibles de localizar, incluso lianas que al ser apartadas del camino activaban granadas de mano que caían cerca del pelotón enemigo.

Estos dispositivos, aparte de causar un gran número de bajas (un 11% del total de bajas de EEUU) y heridos (alrededor de un 17%), suponen un golpe para la moral del enemigo. El estrés producido por un este campo de batalla era algo para lo que los americanos nunca estuvieron preparados. Las imágenes que llegaban del desarrollo de la contienda no eran alentadoras, provocando entre la sociedad estadounidense un profundo rechazo a la guerra y al alistamiento militar. El desenlace lo definiría perfectamente Henry Kissinger, por aquel entonces miembro Consejero de Seguridad Nacional para el gobierno de Nixon: “Nosotros buscamos su debilitamiento físico; nuestros oponentes, el agotamiento psicológico. En el camino, olvidamos una de las máximas de la guerra de guerrillas: ellos vencen si no pierden. En cambio, un ejército convencional pierde si no gana”.

La pesadilla de Napoleón: la guerrilla española

En el plano político, la oposición de la sociedad civil, de la población que sufría una invasión por parte de un ejército foráneo se traducía en una resistencia frente a la nueva autoridad. Llevada a cabo por grupos insurgentes, la resistencia armada tuvo uno de sus mayores exponentes en la Guerra de la Independencia española frente a la Francia Napoleónica. Sería la primera vez que se concentrara un grupo de guerrilleros numeroso y disperso en un campo de batalla amplio. La ocupación de las tropas napoleónicas se originó gracias al Tratado de Fontainebleau, por el cual se permitía el paso por España para invadir Portugal. Una ocasión ideal para ocupar la península sin recibir resistencia. Tras las abdicaciones de Bayona, Napoleón aprovechó la renuncia al trono de Carlos IV y su hijo Fernando VII, y decidió mandar al exilio a la familia real. Figuras políticas, burócratas y aristócratas españoles juraron fidelidad a José I, el hermano de Napoleón. Este gesto se vería como una traición en sí, tachando de colaboracionistas a todo aquel que deseara apoyar la ocupación francesa por afinidad política, ideológica o interés personal. El levantamiento del 2 de mayo en Madrid, y las represalias tomadas por el Mariscal Murat encenderían la mecha final para el llamamiento a todos los españoles a empuñar las armas en contra del invasor. Hay que recordar que el ejército español inicialmente no apoyó el levantamiento.

Las principales zonas de actuación de la guerrilla española, claves en la derrota de Napoleón.
Las principales zonas de actuación de la guerrilla española, claves en la derrota de Napoleón.

Las guerrillas comenzaron a surgir en todas las regiones españolas. Se derrocaron autoridades impuestas por franceses, y se formaron las llamadas juntas. Reclutando ciudadanos de a pie, tomaron mosquetes y cañones de armerías locales que utilizaron en campamentos militares para aprender a disparar. Aprendieron que al ejército francés no se le podía vencer en pleno campo de batalla, así que llevaron el combate a la lucha callejera. Golpear y huir, atacar en pequeños grupos de paisanos a las patrullas francesas, causando inseguridad y desconfianza. Bandidos asaltaban caminos y rutas por las que pasaban convoyes de suministros. Al ser la península un territorio donde la población se encuentra tan dispersa, los franceses no podían seguir el rastro de estos guerrilleros. Se formaron partidas, pequeños grupos formados por amigos y vecinos, los cuales repartían el botín requisado entre ellos. Poco a poco, haciéndose con el control de aduanas francesas y puestos avanzados, se pudo pagar un salario regular a los combatientes. Esto, junto con el apoyo que el ejército británico brindaba a tropas y guerrilleros españoles, comenzó a decantar la guerra a favor de España, causando un gran desgaste con el paso del tiempo a las tropas francesas.

El primer ministro británico, William Pitt, hizo referencia al sentido del honor de la gente de España, su sobriedad y sobre todo, odio a los franceses. Napoleón descartó claramente a este grupo de guerrilleros, tildados como simples rateros y bandidos sin mayor fin que el pillaje y la villanía. Como él mismo reconocería más tarde preso en la isla de Santa Elena, “esa desgraciada guerra me destruyó”.

Curiosamente, la guerra de guerrillas ha sido la forma predominante de combatir del ser humano. Con el paso del tiempo, las guerras convencionales son las que en su mayor parte escriben la historia, pero la fuerza dominante hoy en día son ataques puntuales por fuerzas militares que no representan a un país concreto. Una disciplina que tiene sus raíces bien enterradas en la sociedad, con unas convicciones individuales que varían de una lucha a otra, pero cuyo entendimiento resulta relevante para comprender por qué están combatiendo. En la Guerra de la Independencia española, el sentimiento de odio hacia los franceses bastó para que más de 25.000 españoles repartidos en toda la península plantaran cara al ejército de Napoleón. Qué problemas sufre la sociedad, la injusticia y el maltrato que sufrieron los cubanos durante la dictadura de Batista, que poco más actuó como un camarero al servicio de mafiosos y empresarios, provocó una revolución que definiría la política tanto interior como exterior de Cuba hasta el día de hoy.

Muy recomendables son “La ciudad perdida” y “Platoon”. Por una parte, la situación vivida en La Habana en el momento de transición de la dictadura de Batista al gobierno de Fidel, las reivindicaciones del grupo revolucionario y los negocios que ejecutaban empresarios norteamericanos en la zona. En Platoon, a pesar de ser rodadas en las junglas filipinas, ofrece una visión completa e impactante sobre el cansancio físico y mental que supuso combatir en aquella guerra.

00:05 Publié dans Militaria | Lien permanent | Commentaires (0) | Tags : guerilla, kleinkrieg, problèmes militaires | |  del.icio.us | | Digg! Digg |  Facebook

Hommage à Roger Nimier

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Hommage à Roger Nimier

par Luc-Olivier d’Algange

Ex: http://mauditseptembre62.hautetfort.com

Roger Nimier fut sans doute le dernier des écrivains, et des honnêtes gens, à être d'une civilisation sans être encore le parfait paria de la société; mais devinant cette fin, qui n'est pas une finalité mais une terminaison.

Après les futilités, les pomposités, les crises anaphylactiques collectives, les idéologies, viendraient les temps de la disparition pure et simple, et en même temps, des individus et des personnes. L'aisance, la désinvolture de Roger Nimier furent la marque d'un désabusement qui n'ôtait rien encore à l'enchantement des apparences. Celles-ci scintillent un peu partout dans ses livres, en sentiments exigeants, en admirations, en aperçus distants, en curiosités inattendues.

Ses livres, certes, nous désabusent, ou nous déniaisent, comme de jolies personnes, du Progrès, des grandes abstractions, des généralités épaisses, mais ce n'est point par une sorte de vocation éducative mais pour mieux attirer notre attention sur les détails exquis de la vie qui persiste, ingénue, en dépit de nos incuries. Roger Nimier en trouvera la trace aussi bien chez Madame de Récamier que chez Malraux. Le spectre de ses affections est large. Il peut, et avec de profondes raisons, trouver son bien, son beau et son vrai, aussi bien chez Paul Morand que chez Bernanos. Léautaud ne lui interdit pas d'aimer Péguy. C'est assez dire que l'esprit de système est sans prise sur lui, et que son âme est vaste.

On pourrait en hasarder une explication psychologique, ou morale. De cette œuvre brève, au galop, le ressentiment qui tant gouverne les intellectuels modernes est étrangement absent. Nimier n'a pas le temps de s'attarder dans les relents. Il va à sa guise, voici la sagesse qu'il nous laisse.  Ses quelques mots pointus, que l'on répète à l'envie, et que ses fastidieux épigones s'efforcent de reproduire, sont d'un piquant plus affectueux que détestateur. Pour être méchant, il faut être bien assis quelque part, avec sa garde rapprochée. Or le goût de Roger Nimier est à la promenade, à l'incertitude, à l'attention. Fût-ce par les méthodes de l'ironie, il ne donne pas la leçon, mais invite à parcourir, à se souvenir, à songer, - exercices dont on oublie souvent qu'ils exigent une intelligence toujours en éveil. Son goût n'est pas une sévérité vétilleuse dissimulée sous des opinions moralisatrices, mais une liberté exercée, une souveraineté naturelle. Il ne tient pas davantage à penser comme les autres qu'il ne veut que les autres pensent comme lui, puisque, romancier, il sait déjà que les autres sont déjà un peu en lui et lui dans les autres. Les monologues intérieurs larbaudiens du Hussard bleu en témoignent. Nimier se défie des représentations et de l'extériorité. Sa distance est une forme d'intimité, au rebours des familiarités oppressantes.

rm3479608754.jpgL'amour exige de ces distances, qui ne sont pas seulement de la pudeur ou de la politesse mais correspondent à une vérité plus profonde et plus simple: il faut aux sentiments de l'espace et du temps. Peut-être écrivons nous, tous, tant bien que mal, car nous trouvons que ce monde profané manque d'espace et de temps, et qu'il faut trouver quelque ruse de Sioux pour en rejoindre, ici et là, les ressources profondes: le récit nous autorise de ses amitiés.  Nul mieux que Roger Nimier ne sut que l'amitié est un art, et qu'il faut du vocabulaire pour donner aux qualités des êtres une juste et magnanime préférence sur leurs défauts. Ceux que nous admirons deviendront admirables et la vie ressemblera, aux romans que nous écrivons, et nos gestes, aux pensées dites « en avant ». Le généreux ne jalouse pas.

Il n'est rien de plus triste, de plus ennuyeux, de plus mesquin que le « monde culturel », avec sa moraline, son art moderne, ses sciences humaines et ses spectacles. Si Nimier nous parle de Madame Récamier, au moment où l'on disputait de Mao ou de Freud, n'est-ce pas pour nous indiquer qu'il est possible de prendre la tangente et d'éviter de s'embourber dans ces littératures de compensation au pouvoir absent, fantasmagories de puissance, où des clercs étriqués jouent à dominer les peuples et les consciences ? Le sérieux est la pire façon d'être superficiel; la meilleure étant d'être profond, à fleur de peau, - « peau d'âme ». Parmi toutes les mauvaises raisons que l'on nous invente de supporter le commerce des fâcheux, il n'en est pas une qui tienne devant l'évidence tragique du temps détruit. La tristesse est un péché.

Les épigones de Nimier garderont donc le désabusement et s'efforceront de faire figure, pâle et spectrale figure, dans une société qui n'existe plus que pour faire disparaître la civilisation. La civilisation, elle, est une eau fraîche merveilleuse tout au fond d'un puits; ou comme des souvenirs de dieux dans des cités ruinées. L'allure dégagée de Roger Nimier est plus qu'une « esthétique », une question de vie ou de mort: vite ne pas se laisser reprendre par les faux-semblants, garder aux oreilles le bruit de l'air, être la flèche du mot juste, qui vole longtemps, sinon toujours, avant son but.

Les ruines, par bonheur, n'empêchent pas les herbes folles. Ce sont elles qui nous protègent. Dans son portrait de Paul Morand qui vaut bien un traité « existentialiste » comme il s'en écrivait à son époque (la nôtre s'étant rendue incapable même de ces efforts édifiants), Roger Nimier, après avoir écarté la mythologie malveillante de Paul Morand « en arriviste », souligne: « Paul Morand aura été mieux que cela: protégé. Et conduit tout droit vers les grands titres de la vie, Surintendant des bords de mer, Confident des jeunes femmes de ce monde, Porteur d'espadrilles, Compagnons des vraies libérations que sont Marcel Proust et Ch. Lafite. »

Etre protégé, chacun le voudrait, mais encore faut-il bien choisir ses Protecteurs. Autrefois, les tribus chamaniques se plaçaient sous la protection des faunes et des flores resplendissantes et énigmatiques. Elles avaient le bonheur insigne d'être protégées par l'esprit des Ours, des Lions, des Loups ou des Oiseaux. Pures merveilles mais devant lesquelles ne cèdent pas les protections des Saints ou des Héros. Nos temps moins spacieux nous interdisent à prétendre si haut. Humblement nous devons nous tourner vers nos semblables, ou vers la nature, ce qui n'est point si mal lorsque notre guide, Roger Nimier, nous rapproche soudain de Maurice Scève dont les poèmes sont les blasons de la langue française: « Où prendre Scève, en quel ciel il se loge ? Le Microcosme le place en compagnie de Théétète, démontant les ressorts de l'univers, faisant visiter les merveilles de la nature (...). Les Blasons le montrent couché sur le corps féminin, dont il recueille la larme, le soupir et l'haleine. La Saulsaye nous entraîne au creux de la création dans ces paradis secrets qui sont tombés, comme miettes, du Jardin royal dont Adam fut chassé. »

Hussard, certes, si l'on veut, - mais pour quelles défenses, quelles attaques ? La littérature « engagée » de son temps, à laquelle Nimier résista, nous pouvons la comprendre, à présent, pour ce qu'elle est: un désengagement de l'essentiel pour le subalterne, un triste "politique d'abord" (de Maurras à Sartre) qui abandonne ce qui jadis nous engageait (et de façon engageante) aux vertus mystérieuses et généreuses qui sont d'abord celles des poètes, encore nombreux du temps de Maurice Scève: « Ils étaient pourtant innombrables, l'amitié unissait leurs cœurs, ils inspiraient les fêtes et décrivaient les guerres, ils faisaient régner la bonté sur la terre. » De même que les Bardes et les Brahmanes étaient, en des temps moins chafouins, tenus pour supérieurs, en leur puissance protectrice, aux législateurs et aux marchands, tenons à leur exemple, et avec Roger Nimier, Scève au plus haut, parmi les siens.

Roger Nimier n'étant pas « sérieux », la mémoire profonde lui revient, et il peut être d'une tradition sans avoir à le clamer, ou en faire la réclame, et il peut y recevoir, comme des amis perdus de vue mais nullement oubliés, ces auteurs lointains que l'éloignement irise d'une brume légère et dont la présence se trouve être moins despotique, contemporains diffus dont les amabilités intellectuelles nous environnent.

Qu'en est-il de ce qui s'enfuit et de ce qui demeure ? Chaque page de Roger Nimier semble en « répons » à cette question qui, on peut le craindre, ne sera jamais bien posée par l'âge mûr, par la moyenne, - dans laquelle les hommes entrent de plus en plus vite et sortent de plus en plus tard, - mais par la juvénilité platonicienne qui emprunta pendant quelques années la forme du jeune homme éternel que fut et demeure Roger Nimier, aimé des dieux, animé de cette jeunesse « sans enfance antérieure et sans vieillesse possible » qu'évoquait André Fraigneau à propos de l'Empereur Julien.

Qu'en est-il de l'humanité lorsque ces fous qui ont tout perdu sauf la raison régentent le monde ? Qu'en est-il des civilités exquises, et dont le ressouvenir lorsqu’elles ont disparu est exquis, précisément comme une douleur ? Qu'en est-il des hommes et des femmes, parqués en des camps rivaux, sans pardon ? Sous quelle protection inventerons-nous le « nouveau corps amoureux » dont parlait Rimbaud ? Nimier écrit vite, pose toutes les questions en même temps, coupe court aux démonstrations, car il sait que tout se tient. Nous perdons ou nous gagnons tout. Nous jouons notre peau et notre âme en même temps. Ce que les Grecs nommaient l'humanitas, et dont Roger Nimier se souvient en parlant de l'élève d'Aristote ou de Plutarque, est, par nature, une chose tant livrée à l'incertitude qu'elle peut tout aussi bien disparaître: « Et si l'on en finissait avec l'humanité ? Et si les os détruits, l'âme envolée, il ne restait que des mots ? Nous aurions le joli recueil de Chamfort, élégante nécropole où des amours de porphyre s'attristent de cette universelle négligence: la mort ».

Par les mots, vestiges ultimes ou premières promesses, Roger Nimier est requis tout aussi bien par les descriptifs que par les voyants, même si  « les descriptifs se recrutent généralement chez les aveugles ». Les descriptifs laisseront des nécropoles, les voyants inventeront, comme l'écrivait Rimbaud « dans une âme et un corps ». Cocteau lui apparaît comme un intercesseur entre les talents du descriptif et des dons du voyant, dont il salue le génie: «Il ne fait aucun usage inconsidéré du cœur et pourtant ses vers ont un caractère assez particulier: ils semblent s'adresser à des humains. Ils ne font pas appel à des passions épaisses, qui s'essoufflent vite, mais aux patientes raisons subtiles. Le battement du sang, et c'est déjà la mort, une guerre, et c'est la terre qui mange ses habitants ».Loin de nous seriner avec le style, qui, s'il ne va pas de soi, n'est plus qu'un morose « travail du texte », Roger Nimier va vers l'expérience, ou, mieux encore, vers l'intime, le secret des êtres et des choses: « Jean Cocteau est entré dans un jardin. Il y a trouvé des symboles. Il les a apprivoisé. »

nimier-09bf61.pngLoin du cynisme vulgaire, du ricanement, du nihilisme orné de certains de ses épigones qui donnent en exemple leur vide, qui ne sera jamais celui des montagnes de Wu Wei, Roger Nimier se soucie de la vérité et du cœur, et de ne pas passer à côté de ce qui importe. Quel alexipharmaque à notre temps puritain, machine à détruire les nuances et qui ne connaît que des passions courtes ! Nimier ne passe pas à côté de Joseph Joubert et sait reconnaître en Stephen Hecquet l'humanité essentielle (« quel maître et quel esclave luttant pour la même cause: échapper au néant et courir vers le soleil ») d'un homme qui a « Caton pour Maître et Pétrone pour ami. » Sa nostalgie n'est pas amère; elle se laisse réciter, lorsqu'il parle de Versailles, en vers de La Fontaine: « Jasmin dont un air doux s'exhale/ Fleurs que les vents n'ont su ternir/ Aminte en blancheur vous égale/ Et vous m'en faites souvenir ».

On oublie parfois que Roger Nimier est sensible à la sagesse que la vie et les œuvres dispensent « comme un peu d'eau pris à la source ». La quête d'une sagesse discrète, immanente à celui qui la dit, sera son génie tutélaire, son daemon, gardien des subtiles raisons par l'intercession de Scève: « En attendant qu'à dormir me convie/ Le son de l'eau murmurant comme pluie ».

Luc-Olivier d'Algange

Extrait d’un article paru dans l’ouvrage collectif, Roger Nimier, Antoine Blondin, Jacques Laurent et l’esprit Hussard, sous la direction de Philippe Barthelet et Pierre-Guillaume de Roux, éditions Pierre-Guillaume de Roux 2012.