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jeudi, 11 juin 2020

La sociedad virtual destruye la Comunidad

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La sociedad virtual destruye la Comunidad

Ex: https://www.geopolitica.ru

Se vive pero no se expresa. Hay podredumbre en el ambiente. Un hedor penetrante y difícil de describir. De hecho, no hay "narrativa" al respecto. No sé si es debido a la falta de recursos conceptuales o porque interesa mucho que así sea. Todo cuanto nos pasa "interesa" a alguien. Es la lógica de las cosas desde finales de la II Guerra Mundial. La historia del hombre no es ya sólo la historia de la guerra entre potencias, sino la historia del control, dominación y sumisión de extensos contingentes de la humanidad, alienación hecha a cargo de poderes que no están localizables de manera exacta en un cuartel general, en una potencia nacional, en un locus de control universal. Poderes mundiales cada vez más opacos y que distribuyen falsos discursos para que nuestras reacciones se neutralicen y disipen, para que nuestra irrelevancia e inefectividad sean cada vez más evidentes.

Se siente, pero no se quiere encajar el golpe. El mundo, tal y como lo teníamos concebido y al que nos habíamos acostumbrado, se nos escapa de las manos. Nos cortan los lazos con el suelo, con el sistema de seguridades que todo hombre precisa: una familia, una patria, la fe, una comunidad orgánica local. Lo lazos con aquello que hace humano al hombre, lo convierte en persona, le vincula a una sociedad y no a una manada de simios: el trabajo, la productividad, la responsabilidad y el deber hacia el prójimo. La sociedad virtual, ese sistema de mónadas aisladas, sin verdaderas puertas y ventanas con las que asomarnos al otro, está para quedarse. La más horrenda sociedad panóptica, como la imaginada por Bentham, está aquí para quedarse. Todo acto, pensamiento, palabra y omisión procedente de nosotros puede quedar registrado. ¿Por Dios? Por un Dios que perdona, que habita en lo más íntimo de cada ser, que es un Padre de sus hijos a quienes desea salvos… esa ciencia divina, bien está. Pero si el acto, el pensamiento, palabra y omisión de cada hombre quedan registrados por poderes ocultos, o no tan ocultos, que mueven sus hilos desde 1945 ajenos a toda consideración moral, que actúan de forma extra-humana, diríamos diabólica… entonces la cosa debe movernos a pensar, y a reaccionar.

La pandemia nos traerá un nuevo totalitarismo. Indicios los hay por doquier. Geo-localización, chips incorporados al cuerpo, drones, registros cibernéticos… El mundo entero se ha puesto de rodillas ante unos poderes que parecen omnímodos, y que, al más puro estilo satánico, quieren ser como Dios. En realidad, se trata de la prolongación de políticas que ya llevaban en activo muchos años. Ahora es el momento en que debemos plantearnos por qué se puso tanta carne en el asador a la hora de quitar los libros de las escuelas e institutos, sustituyéndolos por dispositivos electrónicos que no hacen más que dispersar la atención, dificultar la comprensión lectora, separar al joven del mundo de la lectura y la alta cultura. Ahora es la ocasión para que reflexionemos mucho más seriamente sobre el acceso universal y libre de los niños a Internet. Cuando se implantó la red de redes nadie movió un dedo para proteger realmente a nuestros menores ante la avalancha dañina de contenidos que podían penetrar violentamente en sus mentes. Hubo –y sigue habiendo- un proceso de adiestramiento de los niños y jóvenes a la realidad "virtual", donde se les quería ver instalados, ajenos al futuro de esclavitud real que les aguardaba.

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Un futuro de esclavitud, porque esas mónadas, esos entes cada vez más solitarios, cada día más sub-humanos, ajenos a su verdadera condición de personas, no están capacitados para emprender verdaderas rebeliones y subvertir su situación. Los antiguos esclavos y siervos de la gleba intuían de manera más o menos transparente el grado de humillación y pisoteo de sus verdaderos atributos y derechos. Los modernos siervos del mundo digitalizado ya poseen, casi antes de nacer, un cerebro manipulado, una mente con un virus informático que trastoca todos los programas neuronales, y aún más allá, que trastocan las potencias del alma.

Y así vemos, en la sociedad del espectáculo, gestos y puestas en escena que expresan más bien la obediencia a las consignas de los poderes sin rostro antes que auténticos anhelos de liberación. Lo que se ve en las películas y series americanas se quiere llevar a nuestro barrio y ciudad, y Greta Thunberg se vuelve heroína no por el bien que cause al planeta, sino por lo que representa ser famosa y no tener obligación de ir al Instituto y formarse, que es lo que corresponde con su edad. Ahora han salido de los agujeros millares de Martin Luther King, no todos con rostro negro sino de todos los colores, ansiosos de golpear a un Sistema que, de sobra, ha capitalizado el anti-racismo después de haberse beneficiado del propio racismo.

Estamos ante lo que Diego Fusaro denomina una "re-plebeyización" de las clases trabajadoras y populares. Éstas vivían en sus carnes la explotación a través del trabajo, pero ese mismo trabajo las dignificaba, les daba fuerza (paralizándolo, por medio de huelgas, por ejemplo), les creaba un vínculo o punto de inserción con la realidad. Por el contrario hoy se está creando, de forma planificada, una masa humana dependiente, plebeya. Al igual que la plebe romana, o mucho peor, una serie de entretenimientos virtuales y audiovisuales (series, móvil, pornografía, chascarrillos) son suministrados a la masa para que vibre al unísono cuando el Poder lo diga, y se aquieten y se confinen cuando ese mismo Poder lo diga. Con movimientos contráctiles y espasmos inducidos por galvanización mecánica, el monstruo plebeyo simulará tener vida propia. Ayer contra la violencia machista y el fascismo, ahora contra el racismo, mañana contra la carne de cerdo o a favor de los derechos de los pepinillos. Todo da igual, una masa mecánica, en este "turbocapitalismo", se ha formado ya y ese es el punto más bajo de la condición humana. Una combinación de renta básica (paguitas) y aprobados generales, más la ampliación del voto a los que tengan catorce o dieciséis años, para arriba, y a los extranjeros recién venidos, hará el resto. Se destruirá así una sociedad en lo que tiene de lazos orgánicos y afectivos, arraigos y lealtades, es decir, para ser más preciso, se destruirá la Comunidad

vendredi, 15 février 2013

Marcel de Corte : De la dissociété

Marcel de Corte : De la dissociété

Ex: http://walfroy.over-blog.com/

decorte.jpgMarcel de Corte est un auteur inconnu du grand public même cultivé et cependant, il développe une pensée philosophique exceptionnelle du point de vue de la crise actuelle de l’intelligence et de la société.

Il est né le 20 avril 1905 dans le Brabant ; à l’âge de 23 ans, il est reçu docteur en philosophie et lettres  à Bruxelles puis  professeur à l’Université de Louvain en ayant tout au long de sa carrière été honoré d’une pluie de titres, tant universitaires que civils.

Son œuvre est des plus importantes tant en livres qu’en articles de revue ( il a collaboré notamment  au Courrier de Rome, à l’Ordre français et à Itinéraires…) où il a analysé année par année la décadence croissante de l’intelligence avec ses répercussions immédiates dans l’ordre social et malheureusement dans l’Eglise.

 

Ses livres les plus connus sont l’ «Essai sur la crise d’une Civilisation », l’ « Incarnation de l’Homme » et l’ « Intelligence en péril de mort »

Le petit livre ici analysé est une suite de deux articles parus dans l’Ordre français et récemment réédité en un seul volume, et s’intitule « de la dissociété »

Dans  cet ouvrage, Marcel  de Corte nous fait une synthèse de la décadence de la société qui est passée de la société fondée sur des principes naturels réalistes à la dissociété ou le contraire d’une société qui ose revendiquer comme postulat le fait de refuser la sagesse des siècles qu’elle soit antique ou, et  a fortiori, chrétienne.

 

Deux idées : qu’est ce qu’une société et comment appeler la structure actuelle ?

A-  De la société

L’auteur décrit la société naturelle telle que la voix des siècles l’a composée c’est à  dire la tripartition sociale, elle «  répond exactement aux trois activités propres à l’intelligence humaine et irréductibles les unes aux autres en raison de la spécificité de leurs objets respectifs : contempler, agir, faire. »[1]. Ainsi, « telles sont les activités propres à l’homme en tant qu’homme : celle de l’intelligence dont l’objet est le vrai ; celle de l’intelligence et de la volonté conjuguées dont l’objet est le bien de la Cité, sans lequel aucun autre bien humain, si haut soit-il, ne peut exister ; celle de l’intelligence et de la volonté réunies, alliées à la main ou à ses prolongements mécaniques et dont l’objet est l’utile. Telle est aussi leur hiérarchie : au sommet l’activité intellectuelle qui porte sur l’universalité de l’être et du vrai ; au milieu, l’activité intelligente et volontaire dont la fin ultime qu’elle atteint réellement ici-bas, au cours de notre existence terrestre, ne peut être en plénitude que le bien du tout social qui s’impose à elle comme supérieure à n’importe quel bien particulier ; à la base, l’activité intelligente, volontaire et manuelle dont la fin est la satisfaction des besoins matériels inhérents à la vie humaine, et qui se trouvent ainsi radicalement particularisés et individualisés : l’individu en chair et en os peut seul consommer les utilités économiques nécessaires à sa substance. »[2]

Cette description de la société naturelle a été respectée dans quasiment toutes les sociétés humaines et en France par les trois Ordres : Clergé, Noblesse, Tiers-Etat jusqu’à la révolution.

Bien évidemment, une telle organisation de la structure sociale ne peut être le fait de la volonté individuelle, elle suppose et même impose la prééminence de la famille comme entité de base de la société et la présence d’un chef « régulateur » [3], le roi.

 

 De plus, au contraire des sociétés antiques où l’individu se dissolvait dans la Cité, la Chrétienté médiévale a réussi l’harmonie de la nature et de la grâce malgré, bien sûr, toutes les vicissitudes de l’histoire humaine car « le Moyen-Âge a pu connaître d’innombrables conflits entre les divers ordres de la société, il n’a jamais succombé à la Subversion. Jamais le Christianisme médiéval n’a mis en doute la nature sociale de l’homme. »[4] La nature sociale de l’homme fait que celui-ci est un être obligé : « L’obligation envers autrui qui se retrouve en toute société réelle est un fait de nature qui tisse entre les membres d’une communauté, de bas en haut, et de haut en bas, une série de devoirs réciproques. Le serf nourrit le seigneur, mais le seigneur est à son tour l’obligé du serf et lui doit aide et protection. Le serf et le seigneur doivent assurer la subsistance du curé et la splendeur du culte rendu à Dieu, mais le curé leur doit l’orthodoxie de la foi et la validité des sacrements. »[5]

 

L’homme d’aujourd’hui se demande alors ce qui peut assurer une telle stabilité de société sans crise sociale profonde, au moins en ce qui concerne les fondements de cette période ; et bien c’est, comme le dit Jules Monnerot cité par l’auteur, que « avant le XVIIIe siècle, l’idée de société dans la pensée européenne ne se distingue pas de l’idée de société acceptée. L’état normal d’une société est l’acceptation par chaque homme de la place où Dieu l’a mis. »[6]

B-Vers la Dissociété


La dissociété va trouver sa source et sa continuité dans les trois R : Renaissance, Réforme, Révolution française et paradoxalement est d’inspiration chrétienne car ne pouvant se concevoir qu’à partir d’une société chrétienne. En effet, le retour de l’Antiquité à partir de la Renaissance (ou selon  l’expression lumineuse de Chesterton, à partir de la Rechute ) n’est pas un retour à l’Antiquité mais surtout une décadence du Christianisme : « Nous n’hésitons pas pour notre part à en trouver la cause dans le christianisme, non point dans le christianisme pris en tant que vecteur surnaturel qui joint les âmes à Dieu, ni dans l’armature sociale de l’Eglise, ni dans ses dogmes, sa liturgie, ses sacrements, mais dans le christianisme désurnaturalisé, sécularisé, humanisé, privé de son foyer divin de gravitation. (…) On connaît la formule : au théocentrisme se substitue l’anthropocentrisme. Au Dieu fait homme, lentement, implacablement, fait place l’homme qui se fait Dieu, non pas par la médiation du Christ et de l’Eglise au niveau surnaturel et de l’éternité, mais par les seules forces de sa propre excellence au niveau de sa vie dans le temps. Excédé d ‘être une créature, l’homme se veut créateur. »[7]

 

L’ordre naturel de l’esprit humain va se renverser et donner la priorité, non plus à la contemplation du vrai, mais à la primauté de l’utile et de la technique telle qu’elle va se développer de façon effrayante dans les pays sous domination protestante et amener progressivement le culte de l’individu roi. Ainsi, « l’avènement de l’individualisme, c’est le commencement de la dislocation de la société et des trois ordres dont sa nature est composée. Le clergé se voit désormais concurrencé sinon éliminé, par l’avènement d’une caste nouvelle : l’intelligentzia. (…)La noblesse chargée de maintenir, de défendre et de protéger le bien commun de la société voit son rôle décliner. »[8]  « C’est la dévaluation des deux fonctions de l’intelligence, la spéculation et la pratique, c’est l’invasion de la fonction poétique, fabricatrice, ouvrière, technique, qui occupe désormais tout l’espace spirituel ainsi ravagé, et du même coup, l’absolue suprématie du privé sur le social : chacun pour soi dans sa relation à Dieu, chacun pour soi dans sa relation à la Cité. »[9]

 

Le travail et la technique devenant le propre de l’Homme, la Société se démocratise inéluctablement car tous ont le même rôle dans la société : nous arrivons assez rapidement à la termitière qui est la solution logique de la dissociété. A l’organisation sociale naturelle de la Cité se  met inexorablement en place la socialisation forcenée  de celle-ci où le Tout devient obligatoirement le nouveau dieu « Il n’est pas étonnant de constater que le collectif, sous quelque forme que ce soit : peuple, prolétariat, classe, race, humanité… dont les religions socialistes de notre temps ont hérité d’un christianisme abâtardi, soit devenu l’objet de la vénération de l’homme moderne. (…) En vertu de sa nature sociale inextirpable, l'homme ne peut être radicalement égoïste. Il doit feindre la sociabilité. Le collectif devient alors l’ersatz de la Cité, le succédané du Bien commun transcendant aux biens particuliers. »[10]

 

Nous voici donc arrivés à notre époque moderne sans Dieu, sans société digne de ce nom, sans régulateur, sans hiérarchie naturelle fondée sur la vertu, où la seule différence acceptée repose sur les capacités économiques de chaque individu qui doit se fondre dans le grand Tout social en attendant le Tout mondial. Le plus désolant est que l’Eglise qui à l’époque des Barbares assura le retour de la Civilisation chrétienne, ne souhaite plus sauvegarder les principes naturels et surnaturels  de la Vérité religieuse, morale et politique. « Comme il est trop manifeste, l’Eglise est en train de passer avec armes et bagages à la subversion. Elle a renoncé à faire sortir une vraie société des ruines de l’ancienne en se fondant sur la nature sociale de l’être humain, comme elle le fit au temps jadis de sa vigueur. Elle bascule du coté du socialisme et de l‘Etat mondial que celui-ci veut instaurer pour universaliser la maladie qu’il charrie ; (…) elle utilise les dernières forces de sa catholicité, en alliance avec un œcuménisme et un syncrétisme douteux, pour confondre son destin avec la puissance des ténèbres de sa propre caricature. »[11]

 

Que faire, face à une telle décadence de toute la nature religieuse, morale, sociale, politique de l’homme moderne ? Restaurer et préserver notre propre personne, s’il en est besoin, nos familles et si cela est possible, nos liens sociaux proches dans la véritable pensée naturelle et surnaturelle de l’homme et de l’organisation sociale ; diffuser et faire connaître la seule Vérité sociale qui ne pourra triompher que par la grâce de Dieu et par le retour de l’Eglise, gardienne des vérités éternelles, à sa Tradition. Alors, le retour du régulateur naturel de la Société restaurée sera la pierre de voûte d’un nouvel édifice social chrétien.

                                                                                   


[1] CORTE (de ) Marcel, De la dissociété, Edition Remi Perrin, 2002, page 7

[2] ibid. pp. 8 et 9

[3] Ibid p. 14

[4] Ibid p. 25

[5] ibid. pp. 26 et 28

[6] Ibid p. 25

[7] Ibid, pp.30-31

[8]  Ibid . p.38

[9]  Ibid . p.41

[10]  Ibid. pp.64 et 65

[11]  Ibid. p.73