¡Oh, pueblo lacónico y de una penetración singular! Una sola palabra te significa admiración, enojo, rabia, celos, engaño, placer, novedad, venganza, etc.. (Mariano J. de Larra)
Parafraseando a Unamuno, el que pretende vencer sin convencer en democracia tiene que usar estrategias que sean tan eficaces como sutiles. Por un lado, porque, en candidaturas de cuatro años, prima la urgencia de manipular el pensamiento colectivo de una manera rápida y, por otro, porque de lo que se trata es de que el pueblo no se percate de que está siendo manejado. Uno de los medios más efectivos para llevar a cabo esta empresa es la manipulación del lenguaje.
El lenguaje es la forma de comunicación más directa entre votantes y políticos, de ahí que sea un arma poderosísima para llegar a la conciencia de las gentes. Los gobernantes lo usan con dos fines muy claros: 1. someter al pueblo dolosamente y 2. hacerle creer que decide en libertad. Para ello, el tirano pone en práctica su astucia recurriendo a los denominados términos talismán, es decir, palabras que a lo largo de la historia se han cargado de un prestigio que nadie pone en duda.
Es el caso de la palabra libertad. Si ponemos atención, nos percataremos de la recurrencia del término en diversos ámbitos: discursos políticos, anuncios de televisión, proclamas reivindicativas, eslóganes, etc… El poder de los términos talismán radica en que dotan a las palabras vecinas del mismo prestigio que ellos tienen, por contagio positivo, y, al mismo tiempo, desprestigian a las que se les oponen, por contagio negativo. Así, las palabras censura, dominio, orden, norma, deber, etc… están connotadas negativamente, mientras que las palabras cambio, progreso, democracia, autonomía, derecho, etc… estarían connotadas positivamente. Semánticamente, ni las del primer grupo son antónimos ni las del segundo son sinónimos de la palabra en cuestión, pero esto poco importa porque a los oídos de la masa unas se oponen y las otras se acoplan por adherencia.
De este modo, el manipulador sabe que cuando usa una palabra talismán, el poder de discernimiento del oyente queda anulado, o por mejor decir, obnubilado por la eficacia evocadora del término talismán. Así, ante un tema de importancia capital como puede ser el aborto, cierta ministra optó por recurrir a un vago argumento, reforzándolo con una palabra talismán, para defender una ley a la que un amplio sector de la población se oponía por motivos tanto éticos como morales: “la ley pretende dar cobertura al derecho de la mujer a decidir en libertad lo que quiere hacer con su cuerpo”. En rigor, no hizo un razonamiento convincente, pero puso en juego el esquema libertad-imposición, anulando así la capacidad crítica de los oyentes, que por no parecer contrarios al cambio y, por tanto, al progreso, otro de los términos talismán, aceptaron pasivamente el argumento.
Este tipo de esquemas dilemáticos: libertad-censura, democracia-tiranía, cambio-inmovilismo, progreso-regresión, etc… son uno de los métodos más usados por los demagogos, porque reducen la capacidad de discernimiento del hablante poco preparado intelectualmente y le obligan a elegir el término connotado positivamente de un modo automático. Así, para rebatir los argumentos que sean contrarios a su ideología o tendencia política recurren a estos términos talismán y provocan diálogos tan abstractos como este:
- Sr. Presidente ¿cómo es que usted cambia tanto de opinión?
- Disculpe pero soy progresista (término positivo, habitualmente seguido de una pausa locutiva), y el progreso, en ocasiones, implica cambios imprescindibles.
Un demagogo nunca matiza los conceptos, como hemos podido observar, sino que los usa en función del efecto que quiere conseguir, evitando dar explicaciones precisas que pongan en peligro su imagen y su credibilidad. Porque si se dan argumentos, es más probable que el interlocutor los pueda rebatir; pero si se habla de una manera vaga y se nubla la capacidad de raciocinio con palabras prestigiosas (como le ocurrió a la periodista ante la palabra progreso), se gana la batalla dialéctica por deslumbramiento del contrincante.
Cuando los políticos hablan de que la libertad es un derecho inalienable en democracia, no se refieren a una libertad creativa, con la que uno decide según su propio criterio ideológico y en consonancia a unos valores individuales, sino a lo que ellos quieren que entendamos por libertad. En democracia, se garantizan una serie de libertades para que la masa se relaje pensando que goza de un estado de bienestar nunca antes logrado; pero la realidad es que la voluntad colectiva es manejada a través de los medios de comunicación, la prensa y la casta política de un modo feroz y la masa acaba dejándose llevar por lo socialmente aceptado o por lo políticamente correcto sin oponer resistencia crítica.
La asociación de esos términos talismán a ciertas imágenes estereotipadas que nos presentan en anuncios publicitarios, nos ha llevado a creer que la libertad es el viento alborotando la melena de un tío que conduce una gran moto por interminables carreteras a ritmo de rock americano: “Born to be wild”, “born to be free”; o un metrosexual de aspecto aniñado, con un torso perfecto, que camina con chulería bajo la lluvia: “break the rules”, “be free”. Sólo hace falta adquirir el producto que quieren vender para ser libre y socialmente admirado
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