G.L.
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En estos tiempos de zozobra, en los que el cielo que cubre el régimen del 78 se antoja cada vez más encapotado como preludio de la inminente e inevitable tormenta, La Luz del Norte de Carlos X. Blanco supone un bálsamo para las almas y una llamada a la no claudicación para los que todavía creemos en España como nación histórica y unidad de destino.
Al igual que hoy, la España del siglo VIII se enfrentaba a una más que probable disolución. Llegados del sur, los ejércitos musulmanes del Califato de los Omeya parecían invencibles. Hasta la fecha, nadie había sido capaz de detener su expansión. Con la fuerza de su espada, el Corán amenazaba con destruir el orden cristiano. No parecía que el antiguo reino visigodo, dirigido por el conspirador Witiza, ensimismado en sus conflictos internos y colapsado en la práctica desde la traición de Don Julián, pudiera hacer frente a las hordas mahometanas que cruzaban en masa el Estrecho de Gibraltar para extender la palabra del falso profeta Mahoma por todo el orbe.
Sin embargo, un joven noble visigodo llamado Pelayo (Pelagius, El que viene del mar), hijo del Duque Favila, asesinado por orden del rey Witiza, y huido de Asturias, regresó de su cobijo temporal en Jerusalén para luchar junto a las huestes Don Rodrigo, traicionado también por el monarca, en la infausta Batalla de Guadalete del 19 de julio de 711. Como otros (pocos) supervivientes, Pelayo se refugió primero en Toledo, la histórica capital visigoda, que cayó tres años después, y finalmente en Asturias. Hostigado sin descanso por las mesnadas musulmanas, Pelayo y unos cuantos fieles se refugiaronn en la Montaña de Covadonga.
En agosto de 722, un formidable ejército bereber comandado por Al Quama se dispuso a finiquitar a los rebeldes, sitiados en Auseva. Al Quama envía al obispo de Sevilla, el felón Oppas, al refugio de Pelayo y sus huestes para forzar infructuosamente su rendición a cambio de prebendas. Como relata la Crónica Albeldense, sobre la que se basa la obra de Carlos X. Blanco, la Divina intervención del Señor y de Nuestra Señora la Virgen las flechas que lanzaron se volvían contra ellos, ante el asombro y terror de los infieles que sufren su primera gran derrota en tierra hispana. Ahí comenzó la Reconquista, una de las más grandes epopeyas de la historia de Occidente. Poco después, Pelayo fue nombrado Rey de Asturias y, como acertadamente señala Carlos X. Blanco, «ni su figura histórica ni su leyenda morirán jamás y adquirirán los emblemáticos tintes del fundador de una Nación».
A lo largo de sus páginas, el autor, conocedor en profundidad de la historia del Reino de Asturias, nos acerca con La Luz del Norte a un periodo trágico y turbulento para España que hubiera devenido en final de no ser por figuras como Pelayo que, frente a la adversidad, el pesimismo y la traición, se refugiaron en aquellos bosques perdidos de la Piel de Toro. Y allí, desde las montañas asturianas, se conjuraron en defender hasta el final la hispanidad y la cristiandad como partes inseparables de un todo.
Con esta novela, Carlos X. Blanco no se ciñe a ejercer de mero cronista de un momento histórico para España sino que también se adentra en las profundidades de los personajes, unos reales y otros imaginarios, que participan en la misma. A través de sus emociones, anhelos y temores, magníficamente descritos por el autor con elegante sencillez a la par que reflexiva profundidad, podemos llegar a comprender mejor qué llevó a estos héroes a morir o vencer por aquella España primigenia y de la que hoy somos tan indignos descendientes.
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