AEI/ Un gran financiero norteamericana, batió su propio “record” concluyendo en cinco minutos, por teléfono, cinco grandes contratos que le proporcionaron una ganancia superior al millón de dolores.
(De los periódicos)
La noticia del apresurado y dichoso financiero yanqui, nos trae al recuerdo la figura del gran economista alemán profesor Werner Sombart, que ejerció docencia, justamente sonada, como profesor de Economía Política, en la Universidad de Berlín, y cuya obra es una verdadera pena que aun no haya sido traducida —que sepamos— al castellano.
Para Werner Sombart, el alma del burgués capitalista moderno recuerda el alma del niño a través de un singularísimo parecido. El niño, dice, posee cuatro valores fundamentales, que inspiran y dominan su vida toda.
a) El tamaño, que se manifiesta en su admiración hacia el hombre adulto y más aun hacia el gigante. El burgués moderno —nos referimos siempre a la gran burguesía capitalista, especie tal vez a extinguir en este mundo supersónico que ha heredado la tragedia de la economía liberal— estima asimismo el tamaño en cifras o en esfuerzo. Tener “éxito” en su lenguaje significa sobrepasar siempre a los demás, aunque en su vida interior, si es que la tiene, no se diferencia en nada de ellos. ¿Ha visto usted en casa de mister X, el Rembrandt que vale 200.000 dólares? ¿Ha contemplado el yate del presidente, que se encuentra desde esta mañana en el puerto, y cuyo valor sobrepasa el millón?…
b) La rapidez de movimientos, traducida en el niño en el juego, en el carrusel, en no saber estarse quieto. Rodar a 120 por hora, tomar el avión más rápido, concluir un negocio por teléfono, no reposar, batir “records” financieros de ganancia constituye para el burgués moderno ilusión idéntica.
c) La novedad. El niño deja un juguete por otro, comienza un trabajo y lo abandona también, por otro, a su vez abandonado. El hombre de empresa moderno hace lo mismo llamando a esto “sensación”. Si los bailes, en los negocios, en la moda, en los inventos, lo que hoy es “sensacional” mañana se transforma en antigualla, como sucede con los modelos de los coches. Se vive angustiosamente al día, hasta que el corazón falle…
d) El sentimiento de “su poderío”. El niño arranca las patas a las moscas, destroza nidos, destruye todos sus juguetes… El empresario que “manda” sobre 10.000 trabajadores se encuentra orgulloso de su poder, como el niño que ve a su perro obedecerle a una señal. El especulador afortunado en bolsa o enriquecido por el estraperlo se siente orgulloso de su safio poderío mirando por encima del hombro al prójimo. No existe en él caridad, como generalmente no existe caridad en el niño. Si analizamos este sentimiento veremos que en el fondo es una confesión involuntaria e inconsciente de debilidad: “Omina crudelitas ex infrimitate”, supo decir nuestro Séneca.
EL CAPITALISMO MODERNO
Para el genial autor de “El capitalismo moderno”, un hombre grande, natural e interiormente, no concedería nunca un particular valor al poderío externo. El poder no presenta ningún atractivo singular para Sigfrido, pero resulta irresistible para Mimo. Una generación verdaderamente grande, a la que preocupan los problemas fundamentales del alma humana, no se sentirá “engrandecida” ante unos inventos técnicos y no les concederá más que una relativa importancia, la importancia que merecen como elementos del poder externo. En nuestra época resulta tristemente sintomático el que algunos políticos, que sólo han sabido sumir al mundo en el estupor y en la sangre, se denominen asimismo como “grandes”.
Para Sombart, el capitalismo burgués que tiene como objetivo la acumulación indefinida e ilimitada de la ganancia, se ha visto hasta nuestros días, pues hoy el concepto se halla en plena crisis aunque su derrumbamiento no sea tal vez inmediato, favorecido por las circunstancias siguientes:
1) Por el desenvolvimiento de la técnica.
2) Por la bolsa moderna, creación del espíritu sionista, por medio de la cual se reabra a través de sus formas exteriores la tendencia hacia el infinito, que caracteriza al capitalismo burgués en su incesante carrera tras el beneficio.
Estos procesos encuentran apoyo en los siguientes aspectos:
a) La influencia que los sionistas comenzaron a ejercer sobre la vida económica europea, con su tendencia hacia la ganancia ilimitada, animados por el resentimiento que, como sabemos, juega tan gran papel en la vida moderna, según Max Scheler nos ha magníficamente demostrado, y por las enseñanzas de su propia religión, que los hace actuar en el capitalismo moderno como catalizadores.
b) En el relajamiento de las restricciones que la moral y las costumbres imponían en sus comienzos al espíritu capitalista de indudable tinte puritano en la aguda y profunda tesis de Weber. Relajamiento consecutivo a la debilitación de los principios religiosos y a las normas de honor entre tos pueblos cristianos.
c) La inmigración o expatriamiento de sujetos económicos activos y bien dotados, que en el suelo extraño no se consideran ya ligados con ninguna obligación y escrúpulo. Nos hallamos así, de nuevo ante el interrogante que se plantea el maestro.
¿Qué nos reserva el porvenir? Los que ven que el gigante desencadenado que llamamos capitalismo es un destructor de la naturaleza de los hombres, esperan que llegará un día en que pueda ser de nuevo encadenado, rechazándole hasta los límites franqueados. Para obtener este resultado se ha creído encontrar un medio en la persuasión moral. Para Sombart, las tendencias de este género se encuentran aproadas hacia un lamentable fracaso. Para el autor de “El burgués”, el capitalismo que ha roto las cadenas de hierro de las más antiguas religiones hará saltar en un instante los hilos que le tiendan estos optimistas. Todo lo que se pueda hacer en tanto que las fuerzas del gigante queden intactas, consiste en tomar medidas susceptibles de proteger a los hombres, a su vida y a sus bienes, a fin de extinguir como en un servicio de incendios las brasas que caigan sobre las chozas de nuestra civilización. El mismo Sombart señala como sintomático el declive del espíritu capitalista en uno de sus feudos más intocables: Inglaterra, y esto lo decía en 1924…
El saber lo que sucederá el día en que el espíritu capitalista pierda la fuerza que todavía presenta no interesa particularmente a Sombart. El gigante, transformado en ciego, será quizá condenado, y cual nuevo Sisifó arrastra el carro de la civilización democrática. Quizá, escribe, asistamos nosotros al crepúsculo de los dioses, y el oro sea arrojado a las aguas del Rhin, erigiéndose en trueque valores más altos.
¿Quién podrá decirlo? El mañana, esa cosa que llamamos Historia, quizá. Por ello, más que Juicios, “a priori”, preferimos aquí dar testimonios. Lo que pasa, y lo que pueda pasar en la ex dulce Francia, fundamentalmente burguesa y con sentido de la proporción hasta ahora, podrá ser un gran indicio histórico.
José Mª. CASTROVIEJO
ABC, 19 de junio de 1968.
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