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lundi, 21 janvier 2013

DESMONTANDO EL MITO ANDALUSÍ. ANDALUCÍA Y LA IDENTIDAD CASTELLANA.

DESMONTANDO EL MITO ANDALUSÍ.

ANDALUCÍA Y LA IDENTIDAD CASTELLANA.

Enrique Ravello

Ex: http://enricravello.blogspot.com/

 


 
El nacionalismo andaluz de reivindicación “andalusí” parece obedecer más a causas psicológicas que a políticas e histórica. Sus defensores –afortunadamente pocos- pretenden que todo los andaluces renuncien a su historia y a su herencia para adoptar la de quienes fueron vencidos por sus antepasados castellanos. Un caso único en Europa. La historia andaluza –la real- nada tiene que ver con esos espejismos orientalizantes
                      
Andalucía céltica y megalítica.
 
Fue el célebre arqueólogo británico de la Universidad de Cambridge, Colin Renfrew, quien aplicando el método de datación del carbono 14 explicó el fenómeno del megalitismo atlántico y mediterráneo desde una perspectiva científica. Los primeros constructores de megalitos habrían estado en la zona de las islas británicas, y serían los autores del famoso conjunto de Stonehenge. Desde allí esta civilización fue expandiéndose hacia el sur de la fachada atlántica europea, para adentrarse en el Mediterráneo
Precisamente al megalitismos debemos remontar una de las primera culturas conocidas en el actual suelo andaluz,  la llamada cultura de El Argar, cuyos protagonistas –que llegaron a formar estados centralizados y ciudades bien organizadas– pertenecían a un sustrato mediterráneo común a toda la Península Ibérica. Gente muy similar a los constructores de los talaiots de Menorca o de los nuraghe de Cerdeña.
Siglos más tarde aparecen referencias escritas a una mítica cultura en suelo andaluz, Tartessos, cuyo nombre encontramos también en la Biblia. El nombre de Tartessos se puede traducir por “la tierra” y es obligado señalar que en el gaélico actual –la lengua céltica de Irlanda y Escocia– “tir” significa precisamente tierra o país, del mismo modo que en el protocelta encontramos el ´termino “têrsos” con idéntico significado. No hay duda de que la aristocracia de Tartessos estaba constituida por pueblos célticos que se habían asentado en la zona, llegados desde la Meseta, así lo prueba el nombre de su mítico rey, Argantonio.
Andalucía no fue ajena a la presencia de colonias orientales de fundación fenicia –con la especial importancia de Cádiz– y cartaginesas. Pero la influencia de éstas se ha exagerado, incluso en la toponimia. Términos como Malaca (Málaga) o Sexi (Almuñécar) han sido recientemente interpretados desde raíces terminológicas indoeuropeas por el catedrático de Filología de la Universidad de Salamanca, Francisco Villar.
 
Andalucía romana y vándala.
 
La Bética fue una de las provincias hispanas más romanizadas. E Hispania uno de los territorios del Imperio romano de mayor impronta latina. En torno al cambio de Era se calcula que el número de itálicos o descendientes de itálicos asentados en Hispania era de un millón de personas, aproximadamente el 15% de la población total.
El latín se convirtió en el único idioma, despareciendo todas las lenguas hispanoceltas anteriores. El aporte de la Bética a la cultura romana fue de la mayor importancia, la grandeza de Roma no hubiera sido igual sin filósofos como Séneca o emperadores como Trajano y Adriano.
Testimonio de la presencia romana lo tenemos también en la arquitectura. La típica casa andaluza con patio interior es heredera directa de la casa romana que los pobladores itálicos llevaron a la Bética. En absoluto se trata de una construcción árabe, quienes solo adaptaron esa construcción a su modo de vida: cerrando ventanas y orientando la vida hacia el interior de la vivienda alrededor del patio. Posteriormente, fueron los repobladores cristianos los que volvieron a darle la antigua disposición romana más orientada al exterior, es decir a la vida en la ciudad de hombres y mujeres libres.
La llegada de los pueblos germánicos terminó con el orden romano para dar paso a la Edad Media. De entre los germanos que llegaron a Hispania, los vándalos –que darán el nombre a Andalucía– tienen una especial importancia. Procedentes de la actual Dinamarca, en el siglo III d. C ya están en Europa central desde donde atraviesan el limes imperial. A  pesar de la prohibición romana para construir naves con función bélica, los vándalos pusieron en pie un importante imperio naval en la zona de la Bética, ahora ocupada por ellos. Un vez vencidos por los godos –los germanos que dominaron el grueso de la península–, los vándalos atravesaron con sus naves el estrecho de Gibraltar para asentase en el norte de África, donde el reino vándalo duró varios siglos.
Precisamente fueron los habitantes autóctonos del norte de África, los que –tras ser vencidos militarmente por los vándalos– dan al lugar de procedencia de éstos –la península ibérica. El nombre de Yazira al-Andalus, es decir “la isla de los vándalos”. Nombre que siguieron usando los invasores musulmanes durante los siglos de su presencia en España e incluso en la actualidad. Vale la pena remarcar que Al-Andalus significa precisamente “tierra de vándalos”, o lo que es lo mismo “tierra de germanos”. Curiosa etimología.
 
Andalucía castellana y leonesa.
 
Como en la mayor parte de España, serían los procesos históricos que conocemos como repoblación y reconquista los que darán lugar a la composición etnográfica. Los datos de las expulsiones y adjudicaciones de tierras son claros y objetivos, de ellos nos hablan los Libros de Repartimento. La expulsión de la población musulmana de Andalucía fue completa y está constatada. El territorio baldío fue repoblado por una abrumadora mayoría de pequeños propietarios libres en un proceso que el catedrático de Historia medieval de Sevilla, Manuel González Jiménez, en su obra Entorno a los orígenes de Andalucía, describe como “el mayor proceso de cambio de propiedad de la tierra en la historia de Andalucía”. El proceso de repoblación de la zona del Guadalquivir es muy similar a la que también realizaron los castellano-leoneses  siglos antes en el valle del Duero, siempre a base de pequeñas propiedades agrícolas adjudicadas a familias de guerreros-campesinos. Un posterior proceso de enriquecimiento y de acumulación de propiedades dará lugar al nacimiento de una gran lacra para el campesinado andaluz: el latifundio. Pero es necesario señalar que en el momento de la reconquista y repoblación de Andalucía, ésta se organiza agrícolamente como ún territorio idéntico al resto de Castilla.
Esos mismos Libros del Repartimiento, así como posteriores estudios jurídicos y onomásticos, nos permiten conocer con detalle los pobladores que llegaron a Andalucía después de la derrota y expulsión islámica. Todos los datos coinciden en señalar que entre el 90-95% procedía de la Meseta norte, sur o de los que ya habían repoblado Extremadura –con fuerte presencia de leoneses–. La única zona que marca una diferencia es la provincia de Almería, donde el contingente de valencianos, catalanes y –sobre todo– mallorquines llegó hasta el 15%, de ahí que el escudo almeriense luzca las cuatro barras.
Una tarea de recuperación y de concienciación de la identidad andaluza, como continuidad de la castellana, es urgente y necesaria. Especialmente ante los tiempos presentes y futuros, en los que nostalgias y reivindicaciones sobre Al-Ándalus se oyen ya en algunos minaretes y en algunos palacios árabes no tan lejanos.
 
Una bandera de mentira.
 
En 1981 Andalucía se convirtió en autonomía histórica, ocasión que muchos aprovecharon para inventarse una nueva historia que contradijera la realidad andaluza como fruto de la reconquista y repoblación castellana. El momento más simbólico de esta tergiversación oficial fue la elección de la bandera verdi-blanca. En lugar de inspirarse  en los colores de Castilla-León que aparecen en el escudo de Fernando el Santo, conquistador de Sevilla. Y en los escudos de Córdoba, Granada, Almería y Jaén, en este último se lee la leyenda “muy noble y muy leal ciudad de Jaén guarda y defendimento de los Reynos de Castilla”, la junta de Andalucía se inclinó por una bandera similar a la de Arabia Saudita.
Con esta desafortunada elección a los andaluces se les obliga a llevar oficialmente los colores de los enemigos de sus antepasados castellanos. El uso del color blanco en los estandartes andalusíes fue generalizado por los almohades en 1146, cuando desembarcaron en Cádiz con la intención de reunir a todos los musulmanes de Al-Ándalus. En 1195 el sultán Ben Yusuf derrotó a Alfonso VIII de Castilla, en la batalla de Alarcos, para conmemoras esa victoria hizo ondear sobre la mezquita de Sevilla una vadera verde y blanca –la inspiradora de la actual bandera andaluza. Simbolizando la unida almohade (blanco) y la colaboración de todos los musulmanes andalusíes en la victoria sobre los castellanos cristianos (el verde color del Islam y de los Omeya)
En el siglo XVII el duque de Medina Sidonia se rebela contra la Corona hispánica e intenta proclamar la independencia andaluza con el apoyo de los moriscos capitaneados por Tahir al Horr. Como reconocimiento a esta colaboración morisca, el duque traidor enarbolaba una bandera blanca y verde, el color de la fe islámica de sus compinches sediciosos. Inspirada en estos acontecimientos históricos y basados en una fantasía histórica opuesta a la verdad, la Asamblea de Roda aprobó en 1918, el actual diseño de la bandera verdi-blanca que en aquel momento representaba una Andalucía que incluía Murcia y Badajoz. El “autor” intelectual de esta aberración de la vexilología, fue el poeta y “padre de la patria andaluza”, Blas Infante, convertido al final de su vida a la religión musulmana, último agravio a los castellanos que reconquistaron esas tierras y a los actuales andaluces, sus descendientes directos.
 
Enric Ravello
Secretario de relaciones nacionales e internacionales de PxC y PxL

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