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Según señala Robert Steuckers en su “Historical Reflections on the Notion of World War” (y que traduje para el libro Sinergias Identitarias, publicado por Editorial EAS de España), una gran Guerra Mundial que aún no termina se inició en 1756 durante la Guerra de los Siete Años.
Esta guerra por el dominio de la Talasocracia –al más puro estilo de los fenicios y cartagineses– ha marcado la gran mayoría de los conflictos bélicos posteriores, por lo que se tratarían de subguerras formando parte de una guerra a mayor escala por el control del poder marítimo. En esta gran guerra mundial, el control de los mares goza de una importancia fundamental, ya que los mares proporcionan rutas de acceso y transporte para los recursos, efectivos militares, y brindan la posibilidad de “ahogar” países de carácter telurocrático, es decir, aquéllos cuyo poder se basa en lo terrestre, y que deben luchar constantemente para no ser asfixiados por las potencias marítimas.
En la primera contienda por el dominio de la Talasocracia, Inglaterra y Francia comenzaron a marcar el camino de los siglos posteriores: un ambicioso Luis XVI –luego calumniado por la Historia como un rey inepto que vivía en fiestas– quiso lanzarse en una carrera tecnológica para la modernización de su flota, de manera de superar las humillantes condiciones del Tratado de París de 1763 y anular el crecimiento del poder marítimo británico. Ambas potencias ayudaron en procesos que truncaron temporalmente las ansias del otro, y delinearon la forma del Mundo Moderno: Francia apoyó la Independencia de los EEUU, lo que dejó al Imperio Británico con una profunda herida, mientras que Inglaterra hizo lo suyo apoyando a la Revolución Francesa, que terminó decapitando –literalmente– a la Monarquía Francesa, y al mundo como era conocido hasta ese entonces.
De esta manera, el conflicto por el dominio de las rutas marítimas y las tierras aledañas que sirven para el transporte de recursos ha marcado la mayor parte de los conflictos bélicos de los últimos tres siglos, y las ideologías, sueños independentistas y credos han sido utilizados como herramientas en el ordenamiento del tablero de ajedrez mundial. A esta forma realista y pragmática de ver el mundo y sus conflictos bélicos, el estadista alemán Otto von Bismarck le dio el nombre de realpolitik, es decir, “política de la realidad”, ya que se basa en una manera concreta y práctica –casi insípida– de entender la causa que mueve a los engranajes del mundo: no hay mayor filosofía que la de una potencia moviéndose de acuerdo a sus intereses.
No ver al mundo desde la realpolitik puede provocar que el individuo sufra confusiones ante, por ejemplo, el apoyo de potencias occidentales lideradas por Estados Unidos a grupos radicales wahabitas, cuyos valores y formas de vida son absolutamente contrarios a los que Occidente profesa, además de ser profundamente antidemocráticos, intolerantes y muchas veces inhumanos. Por razones estratégicas, pragmáticas y sin más ideología que la conveniencia, Occidente ha entregado financiamiento, entrenamiento y armas a grupos como Al-Qaeda, Estado Islámico, Emirato Islámico de Afganistán, etc., los que después se han vuelto contra sus antiguos aliados profanos y alejados de la bendición de Dios.
Es algo inocente, entonces, creer que la caída de misiles americanos en suelo sirio obedece a algún tipo de compasiva intención del gobierno de Donald Trump de liberar al pueblo de Siria de (presuntos) ataques químicos, o que la condena rusa a la agresión americana sea una genuina preocupación del Kremlin por el régimen de Bashar al-Assad. Los bombardeos sobre Siria no tienen nada que ver con derrocar a un dictador, ni armas químicas, ni ataques sobre la población, ni reestablecer la democracia, ni la seguridad, ni nada, sino que están relacionados con la posición estratégica de Siria para un gasoducto dentro de Pentalasia –es decir, la zona terrestre ubicada entre el litoral oriental del Mar Mediterráneo (el Levante), el Mar Rojo, el Golfo Pérsico, el Mar Caspio y el Mar Negro–. Es tiempo de dejar de creer que esto es un asunto humanitario o ideológico[1], y asumir la política de la realidad. Después del fin de la Historia quedaba historia aún por contar, y ésta está escrita con la tinta de la realpolitik y de una guerra por el dominio de los mares que aún no termina.
Fuente: E.S.
Notas.
[1] http://www.latercera.com/mundo/noticia/macron-defiende-bo...
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