Teniendo en cuenta la proliferación de guías de lenguaje no sexista, no queda más remedio que realizar la siguiente reflexión:
Quienes defienden el uso inclusivo del lenguaje arguyen que el género masculino es excluyente. Sin embargo, si analizamos esta afirmación detenidamente, podremos comprobar que, como tantas otras emitidas sin conocimiento suficiente, es falsa.
En la oración los niños pequeños son preciosos, se incluye tanto a las mujeres como a los varones; en cambio, la frase las niñas pequeñas son preciosas sólo puede referirse a mujeres y, por tanto, quedan excluidos los varones. Con este sencillo ejemplo, queda demostrado que el masculino es el género inclusivo y el femenino, el exclusivo. De ahí que en gramática se hable de género marcado (femenino) y género no marcado o genérico (masculino).
Dado que en español, como en otras muchas lenguas románicas, el género no marcado representa la concordancia por defecto, si, a fin de evitar la supuesta discriminación sexista implícita en el lenguaje, según esas guías, recurrimos al desdoblamiento pueden ocurrir dos cosas: o bien, pondremos en peligro la concordancia; o bien, caeremos en imposibles circunloquios que atentan contra el principio de economía lingüística.
Veamos un ejemplo. En la oración los humanos son mamíferos, que hace referencia tanto a mujeres como a hombres, si para evitar la discriminación obedecemos los principios no sexistas que tratan de imponer y recurrimos al desdoblamiento, el resultado, respetando la concordancia, debería ser el siguiente: las humanas y los humanos son mamíferas y mamíferos. Es obvio que, esta solución es impracticable, especialmente a nivel oral, además de caer en irrelevantes repeticiones que cansan al lector o al oyente.
Si se opta por concordar únicamente los artículos definidos, se cae en una incorrección gramatical, dado que en castellano los elementos átonos (los artículos) no pueden ir coordinados. Por tanto, una solución como la que sigue, tan recurrente en los medios de comunicación, es agramatical: las y los humanos son mamíferos.
Otra de las soluciones a la que se ha recurrido es el uso de símbolos, ilegibles en el lenguaje escrito e invisibles en el oral, tales como paréntesis, arrobas, etc.
Al no haber una norma sobre el asunto, no parece ni útil, ni justificado, ni mucho menos necesario recurrir a este tipo de desdoblamientos. Es necesario un criterio unificado que homogeneice los usos lingüísticos y eso, precisamente, es lo que trata de hacer la Real Academia, tan criticada a raíz del artículo de Ignacio Bosque sobre este asunto que, paradójicamente, ha recibido el apoyo de la gran mayoría de los lingüistas.
Es tal la estulticia lingüística de los que se han aventurado a escribir esas guías que confunden género con sexo deliberadamente, porque desconocen que con el género, en español, ocurre algo parecido que con el plural y el singular. Este es el genérico y engloba a aquel. Por tanto, no se excluye al resto de madres cuando se afirma, por ejemplo: Una madre nunca abandona a su hijo.
Si los abanderados del lenguaje no sexista fueran coherentes y siguieran sus propios criterios a pies juntillas, caerían en continuas aberraciones porque cualquier afirmación podría resultarles excluyente. Así, por ejemplo, una afirmación como alimente a su hijo con leche materna puede resultar discriminatoria tanto con las niñas como con el resto de bebés del mundo. Siendo consecuentes con las normas (que, curiosamente, no existen) del lenguaje no sexista, deberíamos optar por: *padres y madres alimenten a todos sus hijas e hijos con leche materna y paterna. Huelga el comentario.
El desdoblamiento sólo está justificado cuando exista ambigüedad que no pueda resolverse mediante elementos extralingüísticos o contextuales. Será totalmente aceptable, en este caso, por ejemplo: Tengo hermanos y hermanas, si el interlocutor desconoce que son varones y hembras; o en este otro: los alumnos, varones y hembras, usarán el mismo uniforme, para aclarar que tanto unos como otras vestirán igual. Excepto en estos pocos casos, el desdoblamiento resulta innecesario e injustificado.
Se ha dicho hasta la saciedad que la lengua no entiende de sexos y, por tanto, es el hablante el que discrimina. Esta es una problemática que debería tratarse desde el punto de vista social, no lingüístico, y proponer soluciones que sean aplicables en la realidad y no falacias que lo único que proporcionan son discusiones fútiles y gastos inútiles del dinero público. Poco podemos hacer, en cuanto a lengua se refiere, si la idea de igualdad entre hombres y mujeres no es una realidad en el imaginario social. Forzar al uso de un lenguaje artificial, en vez de concienciar activamente sobre el asunto, es un disparate que no sólo atenta contra la libertad de los hablantes sino que, además, contraviene las normas gramaticales y sintácticas del español
Cuando el cambio de mentalidad respecto a este asunto se produzca, de una manera real, en la sociedad; cuando se extienda y se consolide la igualdad de sexos, se trasladará de forma natural a la lengua, sin necesidad de forzar el sistema. La realidad hay que cambiarla de raíz y no limitarse a barnizar las palabras que la reflejan, intentando sugestionar a los hablantes para crearles una suerte de sentimiento de culpa por provocar con sus palabras la discriminación femenina. Esto no es otra cosa que un burdo ejercicio de manipulación de la conciencia y un intento evidente de crear una Neolengua que refleje una realidad que no existe.
Las palabras tienen significado pero no ideología. Yo, personalmente, no voy a eludir de toda responsabilidad al hablante porque, si existe machismo en el lenguaje, es la intención del que lo usa la que lo contiene.