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vendredi, 13 mars 2020

Origine américaine du COVID-19?

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Origine américaine du COVID-19?

par Jean-Paul Baquiast

Ex: http://www.europesolidaire.eu

Le CDC, Center for Desease Control and Prevention CDC (/www.cdc.gov/) est un organisme américain ayant pour mission de combattre les risques sanitaires et de santé.

Il rassemble des professionnels de santé se voulant indépendants des Pouvoirs Publics. Il est donc possible de prendre très au sérieux ses décisions.

Or l'on vient d'apprendre que le CDC avait précédemment demandé - sans succès - la fermeture du laboratoire américain pour la guerre biologique de Fort Detrick parce qu'il avait appris qu'entre 2005 et 2012 les Etats-Unis y avaient expérimenté plus de 1.000 souches de pathogènes dérobées ou s'étant échappé de divers laboratoires américains se consacrant aux recherches biologiques.

De plus en plus de biologistes américain estiment que la souche mère du coronavirus faussement attribué à des animaux vivants se trouvant sur le marché de Wu Hang, en Chine provient en réalité de Fort Detrick. Le coronavirus COVID-19 infectant aujourd'hui la planète ne serait qu'un des variants de cette souche-mère. 

Il n'existe aucune possibilité de prouver que celui-ci a été introduit en Chine par des agents du Pentagone afin de la paralyser dans le cadre d'une guerre biologique. Ceci d'autant plus que ce type de guerre se retourne nécessairement contre ceux qui la déclenchent. Par contre il paraît très vraisemblable que le COVID-10 provienne de Fort Detrick.

Pour en savoir plus:

https://www.globalresearch.ca/china-coronavirus-shocking-update/5705196

https://www.globalresearch.ca/covid-19-further-evidence-v...

Rappelons que Globaleresearch est un organisme canadien rassemblant de nombreux chercheurs de tous pays, dans le but de faciliter la communication scientifique au plan international

 

¿El coronavirus es un armabiológica de guerra? Asumiendo que no es “conspiracionismo”.

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¿El coronavirus es un armabiológica de guerra? Asumiendo que no es “conspiracionismo”.

Diego Fusaro

Ex: https://nacionalismuasturianu.blogspot.com

Traducción: Carlos x. Blanco

Roma, 5 de marzo - La situación se está saliendo de control. Junto con el pánico y la psicosis, que son el elemento subjetivo, también existe, sin embargo, el elemento objetivo de un contagio que, si no se detiene rápidamente, podría dar lugar a unos escenarios que –sin exageración- podríamos llamarlos apocalípticos. Y son estos los que deben ser tratados en primer lugar. Giorgio Agamben, entre otros, se detuvo en el primero, proponiendo de nuevo el paradigma biopolítico habitual: el terror como método de gobierno. Que también existe este componente resulta evidente.

La marca de la "conspiración"

Por nuestra parte, partimos de un punto que no se les habrá escapado: quien se atreva a poner en duda la versión oficial -la del virus como evolución "natural" a partir del murciélago- es inmediatamente silenciado como conspirador y, como tal, condenado al ostracismo y privado del derecho al debate público. Es curioso, de hecho, que aquellos que socráticamente plantean dudas son calumniados como idiotas, mientras que los que viven con certezas graníticas son aclamados como agudos e inteligentes ¡Prodigios de pensamiento único! Y sin embargo, si se produce un incendio, no es ciertamente un conspirador el que plantea la hipótesis de dolo. Por el contrario, si invoca motivos e hipótesis de trabajo, su posición es aceptada o al menos escuchada seriamente.

Utiliza el tratamiento para los países no alineados...

El mismo Tucídides, en la Guerra del Peloponeso, tiene la hipótesis de que la plaga se extendió en Atenas por obra de los espartanos, que envenenaron los pozos. ¿Por qué, entonces, no es lícito formular la hipótesis - con dudas y no con certezas - de que también en este caso nos encontramos en presencia de una epidemia "dolosa", desatada por alguien con intenciones precisas? El motivo no es, entonces, difícil de resaltar. Estamos en la Cuarta Guerra Mundial: la que la civilización del dólar, después de haber ganado la tercera (Guerra Fría), ha declarado desde 1989 a todos los Estados no alineados con el consenso de Washington (desde Iraq a Libia, desde Serbia a Afganistán). Ahora, ¿es China un país que no está alineado con el consenso de Washington? Sí, lo es. ¿Es China un país altamente invulnerable a la talasocracia de las hamburguesas? Sí, lo es. ¿Había, antes del estallido de la epidemia, una fuerte tensión entre los dos países? Claro que sí. Si digo 5G y el caso Huawey, ¿significa eso algo para Vd.? China, es innegable, ha dado el salto adelante: y quizás, en muchos sentidos, ya ha superado a la civilización de las estrellas y las rayas en poder técnico y comercial. Hipótesis de explicación y motivo, entonces, hay.

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Wuhan, el Silicon Valley del Este

Wuhan - no lo olvide - es una especie de Silicon Valley del Este. Un punto estratégico al más alto nivel, un golpe que, como es evidente, pone de rodillas a toda China. Obviamente, nuestro imaginario, moldeado por un pensamiento único y un transbordo ideológico inadvertido, se niega de manera irreflexiva a pensar que esto es posible: con un movimiento casi inconsciente, rechaza esta hipótesis hermenéutica, sin siquiera aventurarse a tomarla en serio. ¡La civilización del dólar no puede hacer tales cosas! ¡Es el bonum maximum del planeta Tierra, el siempre vigilante garante de la paz y la democracia! Sin embargo, como sabemos, las armas biológicas y bacteriológicas no son ciencia ficción.

La guerra biológica no es ciencia ficción

Sin embargo, todo es oficial y ante los ojos de todos, como en el conocido cuento de Poe "La carta robada": la carta está ahí, a plena vista, y somos nosotros los que no podemos verla. Tomemos el documento oficial del año 2000, Rebuilding America's Defenses, publicado por el  conservador Project for a new american century: en primer lugar, planteamos la hipótesis de la necesidad de un "nuevo Pearl Harbour", que permita a los EE.UU. utilizar su poder como una respuesta legítima a una agresión. Irónicamente, con increíble coincidencia, la monarquía del dólar tendrá su nuevo Pearl Harbour al año siguiente, el 11 de septiembre de 2001. Y siempre en ese documento leemos textualmente: "Las formas avanzadas de guerra biológica, que pueden apuntar a ciertos genotipos, pueden transformar la guerra biológica, de un reino de terror, en una herramienta política útil". ¡Sic! Entonces, ¿cómo interpretar lo que le pasó a Wuhan? No es difícil.

Fuente: https://www.ilprimatonazionale.it/cultura/coronavirus-arma-guerra-biologica-complottismo-148349/

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dimanche, 08 mars 2020

US Wages Biological War Against China

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US Wages Biological War Against China

Ex: https://journal-neo.org

Shocking news just in from India is enough to make one’s blood run cold. A professor of Molecular Biology in New Delhi’s Jawaharlal Nehru University, Anand Ranganathan, and his colleagues published a preprint (which has not been peer-reviewed as yet) about their research on the novel coronavirus (2019-nCoV) from China.   They discovered a possible link between it and other similar known coronaviruses circulating in animals (such as bats and snakes), and found HIV virus-like insertions in 2019-nCoV.   No other well-studied coronaviruses have such a structure. Hence, their research hints at the possibility that the virus was designed and could be used to wage biological warfare. China’s National Health Commission has reported 31,161 confirmed cases of coronavirus. And on 7 February, there were 31,452 individuals infected with 2019-nCoV worldwide, and 638 had succumbed to the disease.

In light of these recent developments, it seems apt to remind our readers that a fierce, take-no-prisoners type of trade war is currently ongoing between the United States and China. And in the midst of this confrontation, as if by a wave of a magic wand, a coronavirus outbreak started in the PRC, which has already caused enormous damage to the Chinese economy and has considerably weakened Beijing’s bargaining position at the negotiating table.

Bloomberg reported that Chinese stocks plummeted when markets reopened and called these developments “the worst rout since 2015.” For ten days China’s and Hong Kong’s financial markets had been closed on account of the Lunar New Year holiday celebrations nation-wide. And the more than 8% fall in key stock indices has been linked to the coronavirus outbreak.  Share prices of telecommunication, technology and extractive companies are decreasing the most. Crude oil, iron ore and ferrous metal futures fell by 7%, 6.5 % and 6 % respectively. Copper, and crude and palm oil also sank by the maximum daily limit allowed on the Chinese markets.  Fang Rui, the Managing Director at Shanghai WuSheng Investment Management Partnership, said: “A lot of people in the market have not been through situations like today, and you can’t blame people for wanting cash when they feel like their health is at risk.”

Even before the coronavirus outbreak, many experts reported that, recently, Washington, in contravention of international law, was actively developing biological weapons in its numerous laboratories located in the United States as well as abroad. In November of last year, Secretary of the Security Council of Russia Nikolai Patrushev, who is well-versed on the topic, sounded the alarm about this and described key threats to security of many nations of the world. One section of his article addressed policies “aimed at the destruction of the unified humanitarian space” and at sowing division within the CIS (the Commonwealth of Independent States) and the CSTO (the Collective Security Treaty Organization), and also referred to the establishment of laboratories by the United States in CIS countries. “Of particular concern are the Pentagon’s activities aimed at creating biological laboratories across the globe, first of all in CIS countries, which study infectious diseases and can be used to develop biological weapons,” Nikolai Patrushev wrote. Later on, there were reports that more than 200 U.S. biological laboratories began operations worldwide. And some are situated in Azerbaijan, Armenia, Georgia, Kazakhstan, Moldova, Uzbekistan and Ukraine.

In his comments about the research conducted by the Indian scientists, Igor Nikulin, a former advisor to the United Nations commission on chemical and biological weapons, pointed out that China’s medical staff had started treating individuals infected with the novel coronavirus with HIV medicines with some success.  In his interview with newspaper Moskovskij Komsomolets, he said that 2019-nCoV was a weaponized version of the coronavirus, and that there was not a shred of doubt it had been designed for a specific purpose. As scientists are working on a vaccine against this novel virus, medical workers remind the public that the same means for treating the flu should be used to fight this disease.

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The main question is who benefits from the fact that yet another epidemic has put a powerful nation such as China off its stride. If we recall the famous “highly likely” tactic unceremoniously used by UK’s former Prime Minister Theresa May to tie the supposed poisoning of Skripal family members to Russia, then the answer to the aforementioned question is obvious: “The outbreak caused by the novel coronavirus (2019-nCoV) that struck China is most likely beneficial to the United States.” And the worse the situation is for Beijing, the better it is for Washington, especially since the outlook for the epidemic looks bleak for now. For example, some experts claim that if the efforts to stop the spread of the virus fail, 250 million residents of China could succumb to the disease!

Notably, 2019-nCoV has even “got to” U.S. tech giant Apple since its production facilities are located just 500 km away from the “epicenter” of the coronavirus, the city of Wuhan. And now, according to the Nikkei Asian, production of popular iPhones could be halted. The Starbucks Corporation has also ended up in a difficult situation. On account of the quarantine, it was forced to close more than half of its 4,000 cafes operating in China (incidentally, the PRC is the second biggest market for the company after the United States).

Still, for some reason Americans do not seem like true victims of the outbreak, especially Apple Inc., after all, its leadership was advised by Donald Trump himself to move its productions facilities to the United States at the very beginning of the trade and economic stand-off between the USA and the PRC. One is even left with the impression that the U.S. President was seemingly able to see the future just as a clairvoyant might. However, a more likely explanation is that he must have simply decided to punish all the U.S. companies whose heads had chosen not to listen to his persistent “recommendations” to relocate their production facilities to the USA. And admittedly, both Apple and Starbucks got truly unlucky.

The same, however, cannot be said about the U.S. political establishment, which is making an enormous effort to bring the upstart, China, to its knees. And why should these attempts be purely economic in nature?  After all, anything goes in this type of conflict, and even if the United States chooses to use prohibited means of warfare or weapons, it is quite clear that no Americans will end up among the defendants for such crimes at the International Court of Justice.

We could remind our readers that this would not be the first time the United States used biological and chemical weapons. During the Vietnam War, the U.S. military spread about 72 million liters of herbicide Agent Orange (to remove foliage), including 44 million liters of this defoliant contaminated with 2,3,7,8-tetrachlorodibenzo-p-dioxin (TCDD) over South Vietnam. TCDD is a persistent organic pollutant that, on entering a human body with water or food, causes various diseases of the liver and blood, birth defects and problems during pregnancy. After American troops had used the herbicide, tens of thousands people died after the war. Altogether, approximately 4.8 million Vietnamese were affected by the spread of the chemical, including 3 million direct victims of the defoliant.

The current coronavirus outbreak and the media hype associated with it have already caused enormous damage not only to the economy of China but that of many other nations of the world.  Flights have been cancelled, production halted, logistics disrupted and fairs have lacked attendees. The epidemic in the PRC has forced more and more large companies to change their plans and improvise. The sudden decrease in air traffic to and from China and the rest of the world has not only reduced revenues of airlines and airports (affected by fewer passengers and flights) but also caused serious problems for companies from various spheres.  President of the World Bank Group David Malpass has said as much, and also alerted the public to the fact that the global economy was “poised to decelerate more than previously estimated” at least in the first half of 2020. He also reminded us that many Chinese goods were transported to destinations worldwide via passenger planes, which is why, at present, companies are forced to quickly adjust their logistics routes based on current conditions.

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Coronavirus is, for instance, more dangerous for Germany’s economy than for its people.  Some consequences of it are Lufthansa cancels all of its flights to the PRC, the German travel industry loses its Chinese clients and German companies halt production in China. Due to the outbreak, businesses start to sustain losses.  Mostly fairly well-off Chinese visitors go to Germany, and based on the total amount of money they spend on travel and stay in this country, citizens of the PRC take second place among other foreign nationals. According to German media sources, annually, the Chinese spend approximately 6 billion Euros on transport, accommodation, food and shopping in Germany.

Many tourist attractions in Germany will lack tourists from the PRC in the nearest future. Having pointed out the importance of visitors from China for Germany’s retail, travel and entertainment industries, Petra Hedorfer, the head of GNTB (the German National Tourism Board), expressed hope, in a special press release, that the situation would soon return to normal, and reminded the public that the peak season for Chinese tourists coming to Germany was summer. Hence, these sectors could potentially recoup their losses that will start to grow in the nearest future.

All of this prompted German newspaper Handelsblatt to conclude that Donald Trump was a destructive force, and that three years of his presidency were enough to undermine the current world order, and the trust in the World Trade Organization, NATO and the Paris Agreement. And now we can add waging biological warfare against intransigent rivals to this list – by hook or by crook as the saying goes.

Viktor Mikhin, corresponding member of the Russian Academy of Natural Sciencesexclusively for the online magazine “New Eastern Outlook.

dimanche, 26 janvier 2020

Des chercheurs pris dans la guerre biologique

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Des chercheurs pris dans la guerre biologique

par Etienne Aucouturier

Ex: http://www.geopolintel.fr

Que feriez-vous si le gouvernement vous demandait d’effectuer des recherches visant à défendre les populations contre des épidémies intentionnelles ? Au cours du XXe siècle, nombre de chimistes et biologistes civils, confrontés à cette question, ont accepté de collaborer secrètement, même si cela signifiait souvent aussi développer et produire les armes biologiques à combattre.

En janvier dernier, le virologue David Evans et son équipe de l’université d’Alberta, au Canada, indiquaient, dans la revue PLoS One, qu’ils avaient réussi à produire, à petit budget, une variante du virus de la variole. Conçue sur la base de séquences d’ADN trouvées sur Internet – qui provenaient du virus responsable de la forme chevaline de la variole –, l’initiative visait à produire un vaccin plus efficace contre cette maladie. Six mois plus tôt, la revue Science mettait déjà en garde contre cette recherche, alors en cours, qui pouvait donner l’occasion à des terroristes de produire à peu de frais des armes biologiques.

De fait, depuis que la période de l’après-Guerre froide a sonné le glas de la bipolarité politique du monde, ce que l’on nomme aujourd’hui le bioterrorisme préoccupe les États, particulièrement depuis l’épisode dit des « lettres à l’anthrax », au cours duquel, en octobre 2001, diverses institutions, dont des rédactions de journaux, avaient reçu des lettres contenant des bacilles de la maladie du charbon.

Certes, dès les premières décennies du xxe siècle, les États qui en avaient les capacités s’étaient lancés dans une course aux armements biologique et chimique, mais de nos jours, un nouvel aspect est venu renforcer l’inquiétude des dirigeants à ce sujet : la crainte de voir émerger des capacités de destruction sortant du cadre étatique. Le très grand nombre de canulars et les tentatives avérées de bioterrorisme des trente dernières années – dont celles des sectes Rajneesh à The Dalles, dans l’Oregon, en 1984 et Aum à Kameido, au Japon, en 1993 –, conjointement avec la fin de la Guerre froide et l’avènement d’Internet, laissent penser que l’arme biologique, l’arme atomique du pauvre comme la surnomment souvent les militaires, représenterait une menace sans précédent.

Le fait qu’une revue scientifique alerte sur les risques bioterroristes liés à une étude montre que le monde scientifique a fait siennes ces craintes. Mais cela n’a pas toujours été le cas. Si dès les années 1950, profondément marqués par l’emploi de la bombe atomique, les physiciens du domaine ont pris acte des enjeux éthiques et politiques de leurs recherches, pendant ce temps, les chimistes, biologistes et médecins concernés par l’usage militaire de leurs travaux ne dénonçaient que marginalement les recherches sur les armes biologiques et chimiques, sans doute à cause de leur caractère plus secret et des usages moins catastrophiques ou spectaculaires qui en étaient faits.

Pourtant, ces armes ont été développées et utilisées dès le début du xxe siècle, soit bien avant l’arme nucléaire, et ce grâce à l’expertise scientifique et médicale de nombre d’entre eux. Un minutieux travail de recherche dans les archives militaires françaises, mais aussi dans d’autres fonds comme les archives de la direction de l’institut Pasteur, nous a en effet récemment permis de montrer que, en France, ces armes ont fait l’objet d’une collaboration continue des militaires avec des scientifiques et médecins civils, membres d’institutions de premier plan.

Du roquefort aux nuages artificiels

at.jpgLa France a été pionnière dans le domaine des armes biologiques et chimiques. Dès la première décennie du XXe siècle, un chimiste français renommé, Auguste Trillat, inventeur du formol quelques années auparavant, brevetait certes un procédé de fabrication industrielle du roquefort, mais posait aussi les bases de la production intentionnelle d’épidémies à l’aide de nuages artificiels microbiens.

Bien avant la Première Guerre mondiale, le pays avait entrepris des recherches à visée militaire sur les armes chimiques. Mais c’est pendant cette guerre que les Français, puis les Allemands, firent pour la première fois usage de gaz de combat. Les armes dites biologiques furent elles aussi utilisées, mais de façon marginale, plutôt en tant que moyens de sabotage (pour tuer du bétail ou des animaux de transport) qu’en tant qu’armes de destruction massive, ou visant massivement les humains. Néanmoins, la menace de guerre bactériologique que ces attaques rendaient plus tangible fit avancer les recherches sur les méthodes de désinfection et de prophylaxie (l’ensemble des mesures à prendre pour prévenir les maladies). Trillat, devenu en 1905 chef du service des recherches appliquées à l’hygiène de l’institut Pasteur, à Paris, joua ainsi un rôle fondamental dans la création du programme français d’armement biologique et chimique après la Première Guerre mondiale.

En 1922, lui qui avait été pionnier tant dans la production de nuages artificiels déclencheurs d’épidémies, pour lesquelles il avait étudié les conditions atmosphériques propices à leur développement, que dans la recherche de méthodes de désinfection chimique à grande échelle, fut sollicité pour donner les lignes directrices de ce nouveau programme, sous la forme d’un rapport commandé l’année précédente par le ministère de la Guerre. Dès lors s’installa une collaboration continue entre institutions de recherche civiles et militaires. Les recherches sur les armes chimiques et biologiques requérant des compétences et des équipements similaires, les institutions et chercheurs mobilisés travaillaient en commun sur les deux systèmes, qu’il s’agisse de la recherche, du développement ou de la production.

L’institut Pasteur, ainsi que de nombreuses institutions scientifiques et médicales françaises de premier plan, dont le Muséum national d’histoire naturelle et le Collège de France, participèrent à ce programme par l’intermédiaire de certains de leurs membres éminents, comme les chimistes Charles Moureu (Collège de France), Marcel Delépine (faculté de pharmacie) et André Job (Conservatoire national des arts et métiers), travaillant sous contrats secrets avec la sphère militaire.

Dans le monde, la crainte que les guerres du futur voient s’amplifier le caractère de guerre totale qu’avait pris la Grande Guerre conduisit les principales nations occidentales, mais aussi le Japon, à préparer en temps de paix, dès l’entre-deux-guerres, les moyens de défendre – et d’attaquer – non plus seulement les combattants, mais les populations de nations entières. À cette même époque, des rumeurs issues de la presse britannique sur des essais secrets de dispersion d’agents biologiques effectués par des agents secrets allemands dans le métro parisien achevèrent de convaincre l’opinion publique et l’État français de la nécessité de prendre au sérieux cette menace. La réorganisation de la France en nation armée, souhaitée au plus haut niveau de l’État, conduisit à la production de moyens offensifs et défensifs de guerre chimique, biologique, puis, après la Seconde Guerre mondiale, nucléaire.

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L’activité secrète de la poudrerie du Bouchet

La poudrerie du Bouchet, à Vert-le-Petit, au sud de Paris dans l’actuelle Essonne, devint graduellement le centre névralgique d’un réseau de recherche et développement d’armes biologiques et chimiques, incluant d’autres institutions civiles et militaires. Elle demeure de nos jours, sous le nom de Centre d’études du Bouchet, le centre du ministère des Armées dédié à la défense contre les menaces biologiques et chimiques, et l’un des rares sites en France (et dans le monde) à disposer d’un laboratoire de niveau de sécurité P4. Peu à peu, la France rassembla ainsi secrètement, sous l’appellation d’armes spéciales, un arsenal de nouveaux moyens offensifs et défensifs, étudiés et développés avec l’apport constant de l’expertise scientifique et médicale civile.

En 1947, une Commission médicale de défense contre la guerre moderne vit le jour afin de mieux centraliser les études relatives aux armes spéciales, de reconstruire une défense nationale incluant ces armes et de tirer parti des recherches scientifiques civiles ainsi que des renseignements issus des réseaux scientifiques internationaux de chercheurs. Mixte, cette commission était composée de militaires et de savants de premier plan, pour beaucoup médecins des facultés de médecine ou chercheurs de l’institut Pasteur. Entre autres membres, Léon Binet, doyen de la faculté de médecine de Paris, Robert Debré, président de l’Institut national d’hygiène, ou Jacques Tréfouël, directeur de l’institut Pasteur, prenaient part aux discussions secrètes de la commission et répondaient secrètement à diverses commandes militaires. Les laboratoires civils entreprirent ainsi une grande diversité d’études sur, par exemple, le mode d’action des trilons (les gaz neurotoxiques Sarin, Tabun et Soman), la possibilité de vacciner contre la radioactivité ou encore celle de potentialiser les effets délétères d’aérosols de bacilles du charbon en les combinant avec des métaux lourds.

Les décennies suivantes, l’ouverture à la sphère civile des recherches sur les armes spéciales se referma partiellement, le gouvernement préférant concentrer ses forces sur l’arme nucléaire. Mais de nombreux chercheurs continuèrent de travailler sur financement militaire, à des fins prophylactiques ou non, leur expertise demeurant indispensable, s’agissant par exemple des études sur la polyvaccination. À titre indicatif, en 1967, le nombre d’animaux de laboratoire destinés en France à l’expérimentation d’agents chimiques et biologiques de guerre (20 000 souris, 20 000 rats, 5 000 cobayes, 2 000 lapins et 50 singes) représentait 10 % de l’utilisation actuelle par an d’animaux à des fins scientifiques.

Outre la motivation patriotique mise en avant par certains scientifiques pour justifier leur collaboration à ces programmes, la relation mutuellement bénéficiaire entre l’armée et les hommes de science en France explique sa pérennité. Ainsi, en 1972, Jacques Monod, alors directeur de l’institut Pasteur, écrivait au ministre de la Défense nationale Michel Debré qu’il serait souhaitable de renforcer et formaliser les liens entre l’armée et l’institut Pasteur, qui formait alors selon lui « la quasi-totalité des médecins-biologistes de l’armée ».

Des essais mystérieux en Algérie

Les armes testées au moins depuis les années 1930 à l’ouest du Sahara algérien (ainsi que dans certains centres d’expérimentation métropolitains, notamment près de Bourges) continuèrent de l’être jusqu’à la fin des années 1970. Notamment, on fit exploser des obus, roquettes et grenades chargés en agents biologiques ou chimiques pour mesurer leurs effets en situation réelle. La nature exacte et l’étendue des essais effectués secrètement en Algérie dans les deux décennies qui suivirent les accords d’Évian (1962) demeurent à ce jour peu connues et font donc régulièrement l’objet de spéculations légitimes de la part des populations concernées, craignant que les sites n’aient pas été parfaitement dépollués. Néanmoins ces essais ont eu lieu et ont participé de l’expertise française dans le domaine des armes chimiques et biologiques.

Ainsi, de l’aube du xxe siècle au début des années 1970, la France a développé et produit, à des échelles variables selon les époques et les priorités politico-militaires, des poisons synthétiques ou non, destinés, d’une part, à être utilisés en temps de guerre contre les hommes, les animaux et les plantes, mais aussi, d’autre part, à tester leurs effets à grande échelle pour mieux s’en prémunir en situation opérationnelle.

Les autres nations développées n’ont pas été en reste au cours du xxe siècle. Le Royaume-Uni, le Japon, les États-Unis, l’URSS, le Canada, les Pays-Bas, Israël, l’Afrique du Sud et d’autres ont aussi eu, à des fins diverses et des échelles variables, leur programme de guerre biologique et chimique. Le Japon, lorsqu’il occupait la Mandchourie avant la Seconde Guerre mondiale, a par exemple effectué de cruels essais sur les populations chinoises locales. Les États-Unis ont, à l’issue de cette guerre, secrètement récupéré les données que les Japonais avaient récoltées. Et, dans le cadre de la Guerre froide, l’URSS serait aussi entrée en lice avec son ambitieux programme Biopreparat, selon des transfuges russes tels que Ken Alibek ou Vladimir Pasechnik.

Parmi les scientifiques, mais aussi les militaires, il semble qu’un consensus ait perduré quant à la nécessité de maintenir une forme de politique de santé publique secrète pour défendre les populations contre les armes biologiques et chimiques. En France comme ailleurs, cependant, cette dimension avouable de leur action était contrebalancée par une contribution simultanée à des programmes souvent offensifs. Cette forme de politique de « santé publique inversée » – selon l’expression d’un de ses critiques de la fin des années 1960, le Britannique Robin Clarke – a placé les scientifiques et médecins devant un dilemme moral : collaborer secrètement avec les armées de leur pays pour prémunir des populations civiles contre des épidémies intentionnelles, au risque de contribuer en même temps à les doter de moyens offensifs en pratiquant des recherches non divulguées sur des agents pathogènes naturels ou synthétiques. Il semblait ainsi irresponsable de refuser cette collaboration autant qu’il l’était de l’accepter, et tout aussi irresponsable de publier les résultats des recherches comme de ne pas les publier. La réponse récurrente des scientifiques à ce dilemme, en France au moins, a majoritairement consisté à jouer le jeu du secret.

JBS-Haldane.jpgDe même, rares ont été les avocats de l’usage des sciences biomédicales pour la guerre. Si quelques scientifiques comme le généticien britannique John Burdon Sanderson Haldane (photo), dans les années 1920, ou des militaires tels que le brigadier général Jacquard Hirshorn Rothschild, après la Seconde Guerre mondiale, ont entrevu dans l’utilisation des connaissances en physiologie un moyen de rendre la guerre plus humaine (en introduisant la possibilité d’utiliser des agents non létaux plutôt que des armes conventionnelles aux effets moins prévisibles, comme les explosifs), la sélection précise des effets physiologiques des armes est demeurée une inclusion contre-nature de la science et de la médecine dans la guerre (tandis que des armes conventionnelles aux effets moins prévisibles sont restées autorisées).

Aujourd’hui, les armes biologiques et chimiques continuent de faire l’objet d’un dilemme moral récurrent pour la biomédecine. On ne s’improvise pas savant militaire : les chercheurs se lancent rarement dans une carrière médicale ou scientifique en vue de produire des systèmes d’arme ou de prémunir les populations nationalescontre des armes biologiques et chimiques. Aussi la sphère militaire a-t-elle toujours besoin de l’expertise de chercheurs civils et continue-t-elle, selon les périodes, à les inclure secrètement dans des programmes militaires ou à financer des travaux d’intérêt militaire.

La responsabilité des chercheurs civils est d’autant plus grande que sans expertise physiologique, la distinction entre les agents chimiques ou biologiques bénins et malins est impossible. La connaissance précise du fonctionnement du corps (humain, mais aussi d’autres animaux ou de végétaux) et de ses interactions avec des substances ou agents exogènes est essentielle pour caractériser une substance ou un agent comme un poison. À tel point que les armes biologiques et chimiques devraient être rassemblées sous un même terme, « armes physiologiques », qui insisterait plus sur la sélectivité de leurs effets que sur le moyen utilisé pour les obtenir.

Et demain ?

Sauf à adopter une anthropologie optimiste fondée sur une confiance universelle, il semble difficilement pensable qu’un État soucieux de la sécurité de sa population et du droit humanitaire international ne cherche pas à mobiliser ses scientifiques en vue de secrètement préparer sa défense, donc en effectuant des recherches sur un maximum d’agents malins et sur leurs antidotes. Il résulte de cette tension entre la vocation universaliste de la science et les circonstances politiques qu’il reste difficile de nos jours de distinguer les recherches à vocation défensive de celles à vocation offensive : se défendre contre des poisons implique en effet d’en disposer afin de trouver des antidotes. Et par conséquent d’anticiper les menaces en maintenant une recherche biomédicale et militaire de pointe. Si le cadre législatif international tend à préserver un statu quo entre les États, comme c’est le cas de la dissuasion nucléaire, le cadre géopolitique de l’après-Guerre froide tend quant à lui à laisser planer la menace d’une utilisation moins prévisible ou identifiable de ces armes empoisonnantes par des groupes privés ou non étatiques.

Cela d’autant que les avancées scientifiques et techniques des dernières décennies – notamment Internet, les nanotechnologies et l’utilisation des big data en médecine – sont susceptibles de conférer à des États comme à des entités privées des moyens de guerre biologique sans précédent, en accroissant la possibilité de sélectionner précisément les effets physiologiques ainsi que les éventuelles populations cibles.

Par exemple, nombre d’hôpitaux sont aujourd’hui dotés de biobanques où sont stockées et parfois partagées à grande échelle les données de patients consentants (notamment génétiques) et leurs échantillons biomédicaux. Ces biobanques constituent une avancée considérable pour la recherche biomédicale. Néanmoins, elles présentent aussi le risque qu’à la faveur d’une instabilité politique d’un État y ayant accès ou d’une privatisation de leur gestion (que l’OCDE préconise depuis 2001), le rêve d’un partage global des progrès de la biomédecine ne se transforme en un cauchemar militaro-industriel. Il est donc plus que jamais nécessaire que les citoyens s’emparent de la question de la guerre biologique, dont les enjeux relèvent tant de la sécurité militaire que des sécurités sanitaire et alimentaire.

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Armes chimiques et armes « bio »

Aujourd’hui, la terminologie militaire établit une distinction entre les armes chimiques et les armes biologiques, fondée sur les substances utilisées. Cette distinction à des visées juridiques et tactiques. Les deux types d’armes ne sont pas interdits de la même manière ni depuis la même époque, et leur usage diffère. Pourtant, ils n’ont pas toujours été dissociés.

Parmi les textes de loi emblématiques à ce sujet, au milieu du xixe siècle, pendant la guerre de Sécession, fut adopté le code Lieber (1863) qui interdit, entre autres pratiques cruelles, l’usage de poisons dans la guerre. Mais à l’issue de la Première Guerre mondiale, une légère nuance est apparue dans le Protocole de Genève (1925) : il spécifia qu’il était interdit d’utiliser des gaz asphyxiants, toxiques ou similaires et des moyens bactériologiques. Cette dissociation juridique en germe devint effective dans la seconde moitié du XXe siècle, avec la signature en 1972 de la Convention sur l’interdiction de la mise au point, de la fabrication et du stockage des armes bactériologiques (biologiques) ou à toxines et sur leur destruction. Les armes chimiques sont ainsi demeurées sans interdiction spécifique autre que celle du Protocole de Genève jusqu’en 1993, lorsque la Convention sur l’interdiction de la mise au point, de la fabrication, du stockage et de l’usage des armes chimiques et sur leur destruction fut adoptée.

Qu’est-ce qui distingue fondamentalement ces deux types d’armes ? Les toxines biologiques (la ricine, par exemple) étant fonctionnellement équivalentes à des armes chimiques, la distinction juridique est faite en vertu de leur origine. Les toxines biologiques sont ainsi qualifiées de biologiques en ce qu’elles ne sont pas des produits de la synthèse chimique, mais sont trouvées telles quelles dans la nature. Elles sont issues du vivant. Il en est de même des autres agents biologiques : bactéries, virus, champignons, et autres agents pathogènes non synthétiques sont inclus dans la catégorie des armes de guerre biologique. D’un point de vue juridique, les armes biologiques sont donc comparables… aux produits alimentaires dits « issus de l’agriculture biologique ». En revanche, toute reproduction de toxine biologique par chimie de synthèse relève du droit des armes chimiques…

Ainsi, la subdivision juridique des poisons prévus pour un usage guerrier est discutable à bien des égards. Elle a vraisemblablement eu pour fonction de permettre aux États concernés, dans la seconde moitié du XXe siècle, de poursuivre des recherches, développements et productions d’armes chimiques en toute liberté.

Etienne Aucouturier​​​​​​​