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lundi, 16 novembre 2020

Revista de historia, metapolítica y filosofía Nihil Obstat, n.º 35

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Revista de historia, metapolítica y filosofía Nihil Obstat, n.º 35

Cada número de esta revista se debe leer y meditar, no por estar de acuerdo con todo, sino por poder debatir los temas con un cierto nivel de calidad.

Revista de historia, metapolítica y filosofía.
Pedidos: edicionesfides@yahoo.es
192 págs. 20€.

Vamos a comentar solo algunos de sus textos:

Editorial: El coronavirus y los mitos de la posmodernidad. No hay que caer en conspiraciones, pero es evidente que este tema del virus ha servido para probar medidas de control extremas sobre la población, logrando que acepten lo que sea, aterrorizándola con datos y con propaganda.

Y si este virus fuera mucho más letal hubiera provocado la creación de un Estado Policía mundial, un Estado del Terror.

La crisis además servirá para endeudarnos a todos aún más y ver la fragilidad del sistema financiero capitalista, ya endeudado hasta las nubes ANTES de esta crisis.

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– Las leyes pioneras para la protección de los animales en España, por Jordi Garriga Clavé. Un texto magnífico que deberíamos leer todos, sobre cómo ha evolucionado, lenta y con atrasos, las relaciones humanas y los animales. Solo muy tarde, hace menos de un siglo, se empezaron a tener legislaciones donde los animales tuvieran ciertos ‘derechos’, aunque era más por no herir la sensibilidad de los humanos que por ellos mismos. En 1929 sale la primera legislación española sobre maltrato animal algo seria, que se reproduce en el texto.

Recordemos que fue el III Reich el primero en legislar que los animales tienen derechos por sí mismos.

AVT_Pierre-Vial_7152.jpeg– Entrevista a Pierre Vial. Los años del GRECE (1968-1987). En la escuela de Gramsci. Este es un texto fundamental para entender las posiciones de eso que llamamos ‘metapolítica’.

El único problema es que esta entrevista es del año 1990, se publicó en el año 2000, o sea hace 20 años, y no relata la continuación de la lucha de Pierre Vial, cosa fundamental.

El GRECE nace en 1968, tras comprobar el fracaso de la acción política directa y la necesidad de basar los valores e ideas esenciales de una alternativa al Sistema.

Era como un camino contra el activismo sin cabeza y el intelectualismo sin acción.

Los valores esenciales antisistema eran claros, ya los había definido el ‘fascismo’ genérico, pero su concreción en posiciones, ideas, política, cultura, arte, etc. debían actualizarse a los problemas tras 30 años de acabada la guerra.

La posición de Gramsci en el marxismo había sido algo similar, era preciso una cultura además de una lucha política. Pero para Gramsci la lucha cultural era solo una ayuda a la lucha política. En cambio, para nosotros la lucha cultura y arte es un fin, la lucha política es el medio para dar al pueblo cultura y arte.

Así pues, lograr una conquista cultural social era esencial, no solo como medio.

Primer fracaso: el Grece trató de entrar en los medios de masas, en diarios, radio, Tv incluso… con la ayuda de Pauwels en Figaro-Magazine, y Benoist usando pseudónimo en otros medios.

Eso llevó a dos problemas: uno, la traición de muchos que se pasaron a ideas del Sistema más aceptables, o se intelectualizaron contra toda acción. Y dos: no iban a tolerar esa actuación y amenazaron a Pauwels con un boicot económico y publicitario. Denunciaron como fascistas y nazis a todos los de Grece, y siguieron con ataques físicos.

Eso ya era evidente, había ya pasado en USA con gente como Eysenck, Jensen, etc. que fueron expulsados de las universidades y relegados del todo como ‘fanáticos racistas’, etc.

Grece siguió su lucha con Elements y Nouvelle Ecole, en temas como Ecología, genética, indo europeísmo, derecho a la diferencia, etc.

Como dice Vial, es mejor ser discreto en esas etapas de lucha, no creerse que el sistema va a permitir ‘democráticamente’ nuestra presencia.

El segundo cambio de Vial fue en 1987, la invasión inmigratoria era enorme ya, y consideró que debía trabajar con el Front National de JM Le Pen para tratar de parar esa destrucción racial de Francia.

Desgraciadamente la entrevista pasa en ese momento los años 90. No se describe como el FN inició una tremenda decadencia de valores e ideas a cambio de votos, que ha acabado con su cambio de nombre y de sentido, ya tipo VOX, y Vial se marchó del FN para formar Terre&Peuple, un frente de ideas y lucha sin concesiones.

RBN.jpg– In memoriam, por Juan Antonio Llopart. Un recuerdo necesario ante el inesperado fallecimiento de una gran camarada y persona, Carmen Padial, no solo luchadora con el MSR sino una persona dedicada a la maternidad, la ecología y naturaleza, vegetariana, que deja dos hijos pequeños de 9 años y otros dos ya mayores.

– La Cuarta Teoría Política y el problema del diablo, por Aleksander Duguin. Este texto tiene dos facetas, una absolutamente discutible y otra que no sabría ni como discutirla.

Empecemos por esta última, lo de ‘el problema del diablo’. Concuerdo en que el mayor éxito del diablo es hacer que la gente niegue la existencia de Dios y luego presentar sus antivalores como el nuevo dios de esa sociedad. Pero tras ello se lanza a una extravagancia sobre la Madre (la modernidad), el Padre (platonismo) y el Hijo (Aristóteles) que francamente es mejor dejar de intentar explicarla.

Veamos la parte discutible pero comprensible:

Cada vez que oigo la palabra ‘Cuarta Teoría Política’ miro a ver dónde se definen sus valores, principios, teorías, propuestas…. En este texto solo expone ‘contra que está’, pero no en favor de que.

Contra la modernidad, vale, los NS también, aunque diga que no. Contra el individualismo, más aún los NS que fomentan la comunidad absolutamente. Contra el materialismo, absolutamente un punto NS donde la economía está al servicio del pueblo y bajo control del Estado. Dice que los fascismos y comunismo han sido eliminados, bueno, el comunismo cayó por sus propios errores y desastres, los propios dirigentes comunistas no creyeron ya en el comunismo. Pero los fascismos fueron un enorme éxito, y cayeron militarmente por la alianza de comunistas y demócratas, no políticamente.

Pero no dice una sola palabra de sus propuestas de esa 4ª Teoría, y es que las veces que he escuchado algunas son copia muy poco maquillada de las propuestas Nacional revolucionarias y de los fascismos.

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– Consecuencias geopolíticas de la crisis del coronavirus. Una propuesta para España, por José Alsina Calvés. Aunque personalmente creo que este tema del coronavirus no va a cambiar substancialmente nada del sistema una vez superado el tema sanitario, fuera de demostrar cómo se puede dominar y tiranizar a la sociedad con el miedo, y como lograr una enorme crisis económica sobre la ya enorme deuda anterior, lo que pase es algo que no podremos afirmar hasta dentro de unos años.

Pero vayamos a las propuestas muy razonables de geopolítica en España, dejando aparte el virus.

Las propuestas son básicamente:

  1. Hispanoamérica o Latinoamérica junto a Portugal
  2. Reformar la industria frente a la propuesta global de convertir España en un cetro de servicios. Aranceles y proteccionismo en parte.
  3. Los países del Sur de Europa, mediterráneos. Un polo que podría relacionarse con los países de Visegrado y Rusia.

Me parece un buen resumen de posibilidades, cada una con serios problemas de realización, que voy a resumir:

  1. Como ya dice el propio texto, Latinoamérica primero deberían liberarse del dominio USA y unirse. La división y la intromisión dura y forzada de USA es el principal problema para ello. Y los indigenismos y algunas reticencias ‘anticolonialistas’ es otra.
  2. Eso es perfecto si logramos eliminar la UE y su poder, pues la política globalista de la UE impide estas medidas proteccionistas. Personalmente creo que el pueblo está con la UE y el Euro, éste es el problema. Creen que ser europeísta es la UE. Y adoran el Euro.

Y francamente ni siquiera en Grecia lograron despegarse de la UE, la deuda nos oprime y elimina la libertad.

Sin duda es la mejor solución, un grupo fuerte de países sí que podría resistir frente a la finanza, la UE y USA-Israel. Una pega: Rusia debe abandonar la idea de ser continuación o alabanza de la URSS. Los de Visegrado y los españoles, italianos, etc. no tienen ningunas ganas de soportar una sombra de la URSS. Rusia debería condenar a la URSS.

indexdiefus.jpg– Para algunos, la seguridad sanitaria se convertirá en una parte fundamental de las estrategias políticas liberales, por Diego Fusaro. Un texto que indica que las urgencias sanitarias se van a convertir en un arma de dominación de las poblaciones. Curiosamente ya un francés* en el gobierno, Attali, dijo en el 2009 que las crisis sanitarias eran un mejor método de dominio y miedo para imponer medidas para un gobierno mundial a la población.

Con datos bien dosificados y manipulados, con apoyo de algunos científicos sanitarios, con los medios de masas, se obliga mentalmente a que todos asuman las medidas más extremas como razonables y necesaria, colaborando con las medidas limitadoras de toda oposición, hasta el punto de llamar locos, o peligrosos a los que se opongan.

– Los monumentos conmemorativos en Dresde tras la IIGM en el 75 aniversario de la destrucción. Un artículo muy bien documentado y completo de los pocos y malos monumentos que se han levantado para conmemorar a los cientos de miles de civiles asesinados en Dresde con bombas de fósforo.

Describe como incluso esos monumentos no tienen normalmente imágenes o esculturas, solo frases, algunos muestran cierta culpa de los alemanes, y se han puesto al lado de otros donde se celebran a las victimas judías, o de otros temas para mezclar, de este modo las cosas.

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– Entrevista con Martí Teixidor, por Jordi Garriga. Genial entrevista a este pintor que yo llamaría anarco-fascista, un rebelde, un revolucionario, un activista artístico contra el basurero del llamado arte actual. Poco conocido fue un ariete anti Tapies, anti la basura actual con sus cuadros y textos.

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En Cedade pintó el cuadro ‘Dresde’, que llevamos a exponer en Austria, con enorme escándalo de las izquierdas.

Le peuplier à taille d’ogive 

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Luc-Olivier d’Algange:

Le peuplier à taille d’ogive 

« Pour l’aurore, la disgrâce, c’est le jour qui va venir ; pour le crépuscule c’est la nuit qui engloutit. Il se trouva jadis des gens d’aurore. A cette heure de tombée, peut-être, nous voici. Mais pourquoi huppés comme des alouettes ? » 

René Char

 

A Jacques Delort

         Si la poésie est bien, selon la formule de René Char, de toutes les eaux claires celle qui s’attarde le moins au reflet de ses ponts, le commentateur, si pontifical qu’il se veuille, se trouve d’emblée récusé, à moins de se risquer à répondre à la mise en demeure matutinale, présocratique, de la pensée européenne, celle des « gens d’aurore », des « alouettes huppées » qui volent vers la pointe du jour, vers la source dont nous parle la rivière aimée, cette  Sorgue héraclitéenne «  rivière où l’éclair finit et où commence ma maison, qui roule aux marches d’oubli la rocaille de ma raison ». La rivière féconde les paysages où elle passe, - comme les mots eux-mêmes éveillent notre pensée, ravivée par leurs étymologies, leurs palimpsestes généalogiques, leurs figures héraldiques accordées aux pierres, aux arbres, aux essaims et aux éclairs.

         imagesrchar.jpgDe cette aurore de la pensée européenne, René Char fut le témoin, à l’égal d’Hölderlin, de Nietzsche ou d’Heidegger. Pour lointaine qu’elle soit, cette aurore nous dit cependant une proximité extrême, une souveraineté sise dans l’instant, dans l’éclair : « Nous sommes ingouvernables. Le seul maître qui nous soit propice, c’est l’Eclair, qui tantôt nous illumine et tantôt nous pourfend ». L’œuvre de René Char ne s’apparente pas seulement aux présocratiques par la vitesse, la concision et l’intensité aphoristique  «  Luire et s’élancer – prompt couteau, lente étoile » mais aussi par le refus de l’abstraction, de la logique linéaire ou binaire qui caricature l’éthique en « moraline » et nous livre, harassés et soumis, à la banalité mauvaise de la « pensée calculante » dont parle Heidegger.

         Retour amont. Le titre de René Char, il faut l’entendre comme un mot d’ordre, non sans violence, ni précision. Ce n’est pas vers une origine vague que se tourne la pensée de René Char mais vers ce point (qui, pour quelques-uns n’a jamais cessé d’être) où le Mythe et le Logos n’étaient pas encore séparés, où le Tragique n’étant pas encore enseveli sous la fugace féerie publicitaire, les mots venaient à nous, « légers mots immortels, jamais endeuillés » pour exalter la beauté d’un devenir commun, d’une « commune présence ».

         Ce qui s’est perdu perdure, l’aube oubliée, terrassée, s’accentue et délivre, le soir venu, sa vérité inaperçue dans le naufrage de la civilisation. La société peut triompher de la civilisation, les œuvres demeurent, et cet « en amont » dont elles surgissent : «  Quand le navire s’engloutit, sa voilure se sauve à l’intérieur de nous. Elle mâte sur notre sang. Sa neuve impatience se concentre pour d’autres obstinés voyages. N’est-ce pas vous qui êtes aveugles sur la mer ? Vous qui vacillez dans tout ce bleu, ô tristesse dressée aux vagues les plus loin ? ».

         De tous les poètes français de son temps, René Char fut sans doute celui qui demeura au plus près de sa conversation originaire avec Hölderlin. C’est « en touchant la main éolienne d’Hölderlin » qu’il devance en le récusant, en nous léguant sa « parole en archipel », un avenir où le Logos et le Mythe, disjoints, s’étioleront dans leur vaine spécificité, l’un ratiocinant dans son exil, son absence au beau cosmos miroitant, et l’autre glissant vers la pénombre des mondes virtuels. Or, pour René Char, s’il est un « au-delà nuptial », il ne peut être que parmi les choses du monde, dans les bruissements et les silences de la nature, dans son immanence irisée : «  Ne permettons pas qu’on nous enlève la part de la nature que nous enfermons. N’en perdons pas une étamine, n’en cédons pas un gravier d’eau. »

         unnamedrchfmy.jpgAccordé l’un à l’autre, le Logos et le Mythe, la certitude de la raison d’être et les images qui la voilent et la révèle, disent une amitié, une entente sacrée entre la terre, le ciel, les hommes et les dieux : «  Notre amitié est le nuage blanc préféré du soleil. Notre amitié est une écorce libre. Elle ne se détache pas des promesses de notre cœur ». Pour René Char, le discord entre le Logos et le Mythe ne persiste que par notre soumission à ce qu’il nomme « l’âge bas » qui nous incline à passer à côté de toutes les preuves étincelantes de l’être. Mais du scintillement, que l’ombre des ponts ne peut atteindre, la rivière, tradition et devenir, porte, en son courant, les inextinguibles vertus : « Rivière des pouvoirs transmis et du cri embouquant les eaux, de l’ouragan qui mord la vigne et annonce le vin nouveau… »

Ce rebelle, dont on voit mal ce que lui trouvent de si aimable les commémorations officielles, trouve son bien, son beau et son vrai, tantôt dans la douceur, tantôt dans l’anathème et ne cesse de s’interroger là où d’autres ne répondent plus de rien : «  La lumière a un âge. La nuit n’en a pas. Mais quel fut l’instant de cette source entière ? ». Si, pour René Char, rompant avec le chauvinisme temporel qui nous fait apologistes mécaniques du siècle où nous vivons, l’homme fut, au vingtième siècle au plus bas, ce pessimisme toutefois, forgé par le tragique, n’ôte rien à la beauté de l’instant, bien au contraire : «  La graduelle présence du soleil désaltère la tragédie ». L’amitié, l’amour, l’entente sacrée ne cèdent pas : «  Où l’esprit ne déracine plus mais replante et soigne, je nais. Où commence l’enfance du peuple, j’aime »

         Sans méconnaître les vertus éminentes de la stylistique et d’autres science du langage, force est de reconnaître (et nous préciserons de quelle nature est cette « force ») que loin d’être seulement le résultat d’un « travail du texte », d’un jeu de vocables et de syntaxe plus ou moins harmonieux ou original, le poème est le témoin d’une vue du monde et qu’il forge le poète au moins autant que le poète le compose. Le poète est le témoin de son poème, parfois son martyr, il doit en répondre ; d’où cette force, ce mouvement, qui, si bref qu’il soit, confond sa signature avec la signature des choses elles-mêmes. Entre le Dire et la chose à dire, entre la chose à dire et la chose dite, il n’y point d’espace, sinon d’un point : «  Mon métier, écrit René Char, est un métier de pointe ». Point d’avant ni d’après, point d’écart entre le symbole et le symbolisé. L’un et l’autre adviennent en même temps, à la fine pointe du mot qui est pure éclosion. Mieux qu’à l’opinion, mieux qu’à la philosophie, mieux qu’aux divers préceptes de l’art littéraire, la poésie de Char s’accorde à la rose « sans pourquoi » d’Angélus Silésius.

 Pour René Char dont la pensée, il faut y revenir, sans peine se hausse aux horizons présocratiques, horizons qui nous restituent aux embruns d’un « l’ici même », que nous persistons à ne pas déserter, le monde est un et chaque chose, en son irréductible singularité, en son écorce rugueuse, en son pollen impondérable, témoigne de cette unité compacte, resserrée, violente. Poème de résistance, autant que de désillusion, le poème de Char laisse revenir sur nous ces immémoriales houles européennes de la tragédie dans un monde qui s’évertue, par tous les moyens, à nier le Tragique, à nous emprisonner dans une dérisoire féerie publicitaire. Or, toute singularité est tragique, et l’on ne peut nier le Tragique qu’en inventant un règne d’hommes sans visages, un monde d’objets de série, dissocié des dieux et des morts. Pour René Char, toute conquête n’est que reconquête de ce qui est. Et c’est au cœur du temps que l’énigme heureuse nous empoigne. « L’Etre et le Temps » : la connivence de René Char avec Heidegger s’explique par ce mouvement de retour vers la source du temps, vers cette intelligence sensible du temps : « les tendres preuves du printemps » sont préférées aux « buts lointains».

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Nous évoquions une « vue du monde ». Celle de René Char, tournée vers les frémissements du temps, les abysses, les palimpsestes, se distinguera radicalement de cette autre vue du monde qui aspire, par exemple, à la maîtrise de l’espace.  Si l’homme du tradere est un homme qui ordonne et sanctifie le temps, le Moderne est l’homme de la maîtrise de l’espace. «  L’homme de l’espace, écrit René Char en 1959, dont c’est le jour natal sera un milliard de fois moins lumineux et révèlera un milliard de fois moins de choses cachées que l’homme granité, reclus et recouché de Lascaux, au dur membre débourbé de la mort ». Toutes les phrases écrites par René Char (on serait tenté de dire gravées, comme des runes, sur des pierres offertes aux érosions du vent, du sel et de l’océan) témoignent de cette volonté farouche de sauvegarder la singularité immémoriale des êtres et des choses. Le poème est à ce service, s’il n’est pas un poème « engagé », au sens rhétorique ou idéologique, ni servile.  Mais d’un combat à mener, la conscience aiguë, presque lancinante, poursuit le poème, le frappe, comme d’un sceau, voire comme d’une masse d’arme. Pour René Char, d’une certaine façon, la littérature et la philosophie doivent rendre l’âme pour que cette âme puisse rétablir le lien entre l’être et la vie : «  Pourquoi poème pulvérisé ? Parce qu’au terme de son voyage vers le Pays, après l’obscurité pré-natale et la dureté terrestre, la finitude du poème est lumière, apport de l’être à la vie. »

Toute la poétique de René Char se joue dans ce rapport direct, immédiat, de l’être à la vie qui est à la fois la chose la plus ingénue du monde, la plus certaine, et la plus rare.  Or de cette rencontre nuptiale de l’être et de la vie, tout nous détourne, à commencer par ces lieux communs philosophiques qui, par exemple, nous veulent persuader que le moment présent, aussitôt détruit que perçu, n’existe pas et que nul ne saurait y établir sa demeure. Tout nous détourne du resplendissement de l’être : ces morales serves qui prétendent que la fin justifie les moyens, ce temps linéaire, pure fiction, mais despotique, qui nous subjugue aux seules logiques de la production et de la reproduction. Pour René Char, l’existence ne précède point l’être, elle est pure disparition dans le contact éperdu de l’être et de la vie. «  Obéissez à vos porcs qui existent. Je me soumets à mes dieux qui n’existent pas. Nous restons gens d’inclémence ». Mais ces dieux qui n’existent pas vivent et reviennent : «  Les dieux sont de retour, compagnons. Ils viennent à l’instant de pénétrer dans cette vie ; mais la parole qui révoque, sous la parole qui déploie, est réapparue, elle aussi, pour ensemble nous faire souffrir ».

115748209.jpg« A l’instant », cela n’est rien, cela n’existe pas encore, les porcs n’en sauront rien, mais c’est, déjà et à jamais, un monde, exactement présent et prodigieusement hors d’atteinte : «  L’âge du renne, c’est-à-dire l’âge du souffle. O vitre, ô givre, nature conquise, dedans fleurie, dehors détruite ». De l’avers et de l’envers, de la floraison et de la destruction, le poète dit l’entre-deux. « Faire un poème, c’est prendre possession d’un au-delà nuptial qui se trouve bien dans cette vie, très-rattaché à elle, et cependant à proximité des urnes de la mort. » A ne point vouloir se défaire du Tragique comme le « dernier des hommes » dont parle Nietzsche, mais, au contraire à le renouer en soi jusqu’à la douleur exquise, le poème sauvegarde ce qui n’est, en aucune façon, interchangeable, cette seconde pure, cet instant où les dieux apparaissent, cet instant qui se tient, cet instant d’âge immense, soleil : «  frais soleil dont je suis la liane ».

On répute les poèmes de René Char difficiles ou obscurs comme s’il fallait au lecteur des clefs extérieures au poème ou au monde, une science particulière, réservée. Il n’en est rien, sauf à prendre cette « science réservée » comme un privilège de la pauvreté, une simplicité d’âme et d’accueil qui consent à l’approfondissement de l’heure. C’est à ne pas approfondir le temps, qui est le temps du cosmos non moins que celui de notre âme à fleur de peau, que le poème de Char nous demeure scellé. Pour l’entendre et le voir, il faut s’attarder, non point jusqu’à l’hypnose ou la manie interprétative, non point au détriment de l’élan et de l’essor, mais juste le temps de rendre aux mots leur dignité concrète, de les laisser s’épanouir, choisir leurs courants intimes, leurs rapports de forces singuliers, leurs destinées florales, pierreuses ou brumeuses. Les mots sont là, avec leur halo, leur rugosité, leur éclat. Le poème de René Char n’exige de nous rien d’autre que ce consentement au temps qui laisse affleurer les étymologies, les analogies, et cette irréductible compacité de la chose dont le mot se revêt pour dire son immatérialité et peut-être, sa divinité. Cette divinité confond en une seule requête l’aurore et l’orée. Il vient un moment où le mot, redevenu l’égal de la chose qu’il nomme, comme un idéogramme ou un hiéroglyphe, nous précipite vers une connaissance première : «  Seule est émouvante l’orée de la connaissance. » Le poème de Char est bien pur poème et non pas « poème philosophique » comme certains l’ont dit, dans la mesure où il apporte les réponses avant les questions : «  Aucun oiseau n’a le cœur de chanter dans un buisson de questions ».

Si les dieux reviennent, ainsi que l’écrit René Char, c’est par les mots rendus à leur densité physique, à leur immanence enchantée. Tel est le beau paradoxe du poème que de nous offrir la transcendance du Sens, son ciel le plus haut à partir du mot revenu, après un long périple, à son immanence, à sa force de chose et de cause. Telle est exactement la « Recherche de la base et du sommet ». Point d’espace entre l’être et la vie, sinon celui de nos abandons, de nos craintes, de nos atermoiements, de nos illusions communicatives, de nos enrichissements factices. Le recueil de René Char, Pauvreté et privilège, dont le titre à lui seul est un manifeste, puisque tout privilège essentiel se paye désormais de pauvreté (comme le savait aussi Charles Péguy disant « l’éminente pauvreté des dignes »), s’ouvre sur une dédicace qui suffit à écarter d’emblée des meutes de tricheurs : «  Pauvreté et privilège est dédié à tous les désenchantés silencieux, mais qui, à cause de quelque revers, ne sont pas devenus pour autant inactifs. Ils sont le pont. Ferme devant la meute rageuse des tricheurs, au-dessus du vide et proche de la terre commune, ils voient le dernier et signalent le premier rayon. ».

1267300473.jpgAussitôt faut-il préciser que l’ontologie de René Char n’a rien de quiétiste, qu’elle n’ouvre pas à l’indifférence, à ce « pareil au même » qui, quelquefois, se prétend sagesse ! Ontologie guerroyante, impérative, ne résorbant pas le Tragique dans l’effusion vague mais le rendant à la guerre d’où il vient, à laquelle nous ne pouvons nous dérober, l’ontologie poétique de René Char s’accomplit dans la fidélité au foyer secret des mots et des choses, rendant caduque la querelle théologique du nominalisme et du réalisme. Entre le dernier rayon et premier, toute la nostalgie se change en pressentiment. Toutefois, René Char n’ignore pas que nous vivons un « cycle bas » où « l’essentiel est sans cesse menacé par l’insignifiant ».

«  J’ai, de naissance, la respiration agressive. » Ce Résistant, qui ne fut ni de pacotille ni de dernière minute, tenait en réserve, dans sa fidélité inconsolée, ce regain de lucidité qui permet au pessimisme d’être actif sans se tromper : «  Ce monde contemporain nous a déjà retiré le dialogue, la liberté et l’espérance, les jeux et le bonheur ; il s’apprête à descendre au centre de même de notre vie pour éteindre le dernier foyer, celui de la Rencontre. » Célébrer l’être et la vie en leurs resplendissements divers, ce n’est point alors se départir de la puissance du refus, ni de la brûlure de la lucidité, mais en ressaisir le chance imparable. Ce monde contemporain, moderne ou post-moderne, est illégitime. Son espace, en ce cycle bas, est strictement équivalent à ce qui nous fut arraché, dérobé, à ce qui fut souillé et pillé, à ce qui fut profané et détruit. Ce monde immonde dont le mouvement fondamental est l’expropriation de toute légitimité supérieure, René Char ne se contente pas de le déplorer, il lui oppose un autre monde, une cohérence ignorée, mais vivante encore, renaissante à la pointe du dernier rayon qui est peut-être aussi le premier : «  Je me révolte donc je me ramifie. Ainsi devraient parler les hommes au bûcher qui élève leur rébellion » et ceci encore :  « Nous sommes forts. Toutes les forces sont liguées contre nous. Nous sommes vulnérables. Beaucoup moins que nos agresseurs qui, eux, s’ils ont le crime, n’ont pas le second souffle. »

Donc, un combat fait rage, dont la plupart ne savent rien, et dont, méprisants, ils ne se soucient : « Pour un être de mépris, toutes les sources sont polluées et à sa charge, encore que leurs abords soient propices à son jeu ». Hostile au Tragique comme à la joie, l’être de mépris domine le monde en proclamant la relativité de tout, qui elle-même travaille à l’indifférenciation et à la planification.  Or, Pour René Char, vivre en poète, c’est vivre au diapason des vertus irréductibles des êtres et des choses, de leurs singularités exaltées, sensibles autant que « talismaniques ». Le « multiple » dont parle René Char, est sacré, il est une manifestation dont les hommes ne peuvent disposer à leur guise, et dont le poète  reconnaît la précellence : «  De si loin que je me souvienne, je me distingue penché sur les végétaux du jardin désordonné de mon père, attentif aux sèves, baisant des yeux formes et couleurs que le vent semi-nocturne irriguait mieux que la main infirme des hommes. » Depuis, combien de paysages massacrés, d’arbres coupés au bon vouloir des êtres de mépris, pour satisfaire à leur inclination à jouer aux abords en ignorant la reconnaissance ? «  Moi qui jouis du privilège de sentir tout ensemble accablement et confiance, défection et courage, je n’ai retenu personne sinon l’angle fusant d’une rencontre. » 

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Mais est-il encore possible de rencontrer quelqu’un, lorsque dans une société devenue la première ennemie de la civilisation, les êtres humains ne se rencontrent plus que par l’entremise de représentations abstraites ? Tout nous donne à penser que l’homme n’est plus au monde, que dissocié de son paysage sensible et intelligible, sa valeur, sa réalité même se réduisent à ce qu’il représente. Entre accablement et confiance brûle donc la lucidité qui honore le passé et l’exil : « Jadis l’herbe, à l’heure où les routes de la terre s’accordaient dans leur déclin, élevait tendrement ses tiges et allumait ses clartés. Les cavaliers du jour naissaient au regard de leur amour et les châteaux de leurs bien-aimées comptaient autant de fenêtres que l’abîme porte d’orages légers… » Ce passé, certes, on ne saurait le réduire à un passé historique ou, pire encore, sociologique. Passé, pour reprendre le mot de Heidegger, « historial » et poétique, il est cet « autre temps », cette temporalité féconde, ce « vent semi-nocturne » qui irrigue le paysage réel que l’aujourd’hui idéologique veut à tout prix ignorer.  La résistance de René Char ne s’explique sans doute pas autrement ; il est l’homme d’un pays, c’est à dire qu’il consent à appartenir à une multiplicité vivante, à un cours parfois tumultueux, celui de la Sorgue : «  Rivière des pouvoirs transmis et du cri embouquant les eaux, de l’ouragan qui mord la vigne et annonce le vin nouveau ». Nous sommes encore quelques uns à penser que la prière qu’un homme adresse à sa rivière est plus importante, pour nous tous, que l’accélération du TGV ou la fabrication faramineuse d’autres engins ou édifices titanesques, où la navrante impuissance des modernes sur leur propre destin croit trouver une sorte de compensation. Les dieux reviennent ; nous en acceptons l’augure s’ils viennent à se loger dans ces rivières, ces pierres, ces arbres qui nous tiennent à cœur. L’œuvre de Char nous montre qu’un homme qui rompt, se rebelle, s’obstine et va vers son risque avec bienveillance est aussi un homme de prière : «  Rivière au cœur jamais détruit dans ce monde fou de prison, garde-nous violent et ami des abeilles de l’horizon. »

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Le propre du monde des titans et de la technique est de tout dévaster puis de nous dire, au cœur du désastre, lorsque nous ne sommes plus nulle part (mais qui est partout !) comme il est bon d’être convivial et pacifique ! Ceux qui n’y consentent, bien sûr, seront nommés « réactionnaires », ou « passéistes », encore serait-il plus juste de les dire poètes, tout simplement, amis des sentes forestières : «  Jadis l’herbe était bonne aux fous et hostile aux bourreaux. Elle convolait avec le seuil de toujours. Les jeux qu’elle inventait avaient des ailes à leurs sourires (jeux absous et également fugitifs). Elle n’était dure pour aucun de ceux qui perdant leur chemin souhaitent le perdre à jamais. ». Cet « à jamais » et ce « toujours » s’opposeront à la permanente obsolescence des « nouveautés » que les Modernes adulent en les jetant les unes après les autres.  Ils s’opposeront de toute la force de la prière qui épouse « le ralenti du lierre à l’assaut de l’éternité ». Ils s’opposeront, sous l’apparence du « peuplier à taille d’ogive », du peuplier des pays de France, arbre divaguant au ciel profond, à « la laideur qui décompose sa proie ».

Luc-Olivier d’Algange

Tour d'un monde en feu

 
par Jean-Gilles Malliarakis
 
Ex: https://www.insolent.fr
 

Princes frondeurs et derniers mousquetaires dans une France uchronique

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Princes frondeurs et derniers mousquetaires dans une France uchronique

par Georges FELTIN-TRACOL

La collection de bandes dessinées « Jour J » repose sur des scénarii d’uchronie. Les Thèmes qu’elle aborde déçoivent régulièrement. Cependant, certains albums sortent de ce lot médiocre. C’est le cas pour les volumes 38 et 40 qui constituent une seule histoire. Leurs auteurs rendent hommage à leur manière aux Trois mousquetaires d’Alexandre Dumas en faisant du Sieur Charles de Batz de Castelmore dit « d’Artagnan », le personnage principal d’une passionnante trame d’histoire contrefactuelle.

Le point de bifurcation se passe à l’automne 1651 en pleine « Fronde des Princes ». Le jeune roi Louis XIV se rend à Poitiers en compagnie de sa mère, l’ancienne régente Anne d’Autriche, et de son frère le duc Philippe d’Anjou. Le convoi royal s’arrête dans une auberge. Les mousquetaires n’empêchent pas l’attaque des brigands. D’Artagnan échappe au massacre, découvre les corps de Louis XIV et de la reine-mère. Il ramène le nouveau roi Philippe, sain et sauf, au Louvre.

Victime de la Fronde

La minorité de Philippe VII entraîne une nouvelle régence assumée par son oncle paternel, Gaston d’Orléans. Ce dernier se garde bien de rappeler le cardinal Mazarin banni et exilé. Les Frondeurs princiers du prince de sang Condé parviennent à abattre le pouvoir royal proto-absolutiste forgé par François Premier, Henri IV et le cardinal de Richelieu. Cette régence favorise ainsi la reféodalisation du royaume.

Forts de leur victoire, les princes frondeurs lorgnent sur le trône et se divisent. Le roi Philippe IV d’Espagne arrête leurs ambitions. Il les oblige à conclure la Paix d’Évreux. Condé obtient un vaste domaine de l’Aquitaine jusqu’à la vallée de la Loire. Son frère Armand de Bourbon – Conti s’attribue les duchés de Bourgogne et de Provence. Leur beau-frère Longueville gagne la Bretagne et la Normandie. L’Artois, le Charolais, la Franche-Comté, le Roussillon demeurent des territoires habsbourgeoises d’Espagne. Philippe VII devient un souverain nominal, non sacré à Reims, qui ne règne que sur l’Île-de-France. Le roi d’Espagne exprime toute sa ruse. « Mettre un roi, même bâtard, à la tête du royaume de France, c’était recréer un ennemi; couver un nain sous son aile protectrice était plus avisé ! (tome 1, p. 27) ».

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L’aventure se déroule – autre clin d’œil à Dumas – vingt ans plus tard. L’ancien maître d’arme D’Artagnan reçoit d’un Mazarin mourant, revenu en cachette à Paris, la mission d’apporter un document important à Nicolas Fouquet. Un protégé du défunt cardinal, Antoine de Mombéliard (tome 1, p. 52) ou de Montbéliard (tome 2, p. 56), fils d’un catholique et d’une Huguenote, l’accompagne dans un périple relativement dangereux. Cet Antoine serait – autre clin d’œil au Dumas du Vicomte de Bragelonne – son double uchronique. Retranché sur l’île fortifiée de Belle-Île par Vauban, Fouquet est conseillé par Louvois, commande le capitaine Jean Bart et exerce la piraterie contre les galions espagnols. Il commerce aussi avec l’Amérique du Nord. Il y « possède même une île que les Algonquins appellent “ Manna-Hata ” (tome 2, p. 11) ».

Arrivés à bon port, D’Artagnan et Antoine passent par l’intermédiaire de son fidèle aubergiste, Vatel. D’Artagnan retrouve à Belle-Île ses vieux amis, Aramitz et Portau, qui en bons protestants se battent désormais pour le roi d’Angleterre. L’ancien mousquetaire remet finalement à Fouquet le précieux message de Mazarin : le cardinal lui lègue toute son immense fortune. En échange, Fouquet s’engage à poursuivre sa politique anti-habsbourgeoise. Mazarin a en effet consacré les deux dernières années de sa vie à négocier avec l’Angleterre du roi catholique Charles II Stuart. À l’initiative posthume du cardinal, Belle-Île accueille un émissaire de Sa Très Gracieuse Majesté, Antoine, le représentant du roi de France, Fouquet et Louvois. Ils parachèvent l’alliance. Contre l’Espagne et les princes félons, l’Angleterre recevra le duché de Normandie, les Provinces-Unies calvinistes prendront les Flandres espagnoles, y compris Lille, Belle-Île accédera l’indépendante et pourra commercer avec la Bretagne elle-aussi indépendante et le Nouveau Monde.

La fin du royaume des Lys

Ces négociations se font dans l’urgence, car le nouveau roi d’Espagne, Charles II, rompt la paix d’Évreux. Il est prêt à accorder à Philippe VII et à sa Cour « une retraite dans son château d’Estrémadure avec une rente annuelle (tome 1, p. 53) ». Il veut s’emparer de la France et en devenir le nouveau monarque. Cette intention, peu secrète, ravit maints Parisiens hispanophiles plus que jamais hostiles à leur roi légitime qualifié de « giton de Lorraine (tome 1, p. 37) ». Ils savent qu’il a pour amant le chevalier de Lorraine qui meurt au cours d’une émotion populaire. Philippe VII rejette avec hauteur l’offre espagnole. Le roi d’Espagne ordonne alors à Condé de fondre sur Paris.

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L’uchronie est une narration imaginaire qui nécessite une maîtrise pointue de l’histoire. On peut accepter que Mazarin décède en 1671 (et non en 1661). L’absence de pression due à la lourde charge de gouverner le royaume le ménage de dix années d’existence supplémentaire. En revanche, les scénaristes se fourvoient au sujet de Charles II d’Espagne dessiné en adulte en 1671. Or, né en 1661 et roi dès 1665, il n’a que dix ans au début de cette intrigue uchronique, ce qui la gâte en partie.

Déjà composée de nombreux tercios, l’armée de Condé assiège la capitale française et bénéficie des renforts de Conti, figure principale des dévôts et de la Compagnie du Saint-Sacrement. Antoine et les trois mousquetaires décident de rentrer à Paris. Ils traversent les lignes espagnoles et préviennent le roi de France des risques élevés de régicide. Portau et D’Artagnan se sacrifient pour sauver leur roi blessé et évacué sur un navire de Fouquet.

Antoine se met finalement au service de l’ancien surintendant des Finances bien dépité par la tournure des événements. La prise de Paris par les troupes de Condé incite les Anglais à renier l’accord de Belle-Île. Après bien des combats et des discussions, Londres et Madrid s’entendent sur le partage du royaume de France. L’Angleterre prend la Bretagne, la Normandie, l’Île-de-France, l’Orléanais, le Maine et la Champagne. L’Espagne s’empare du reste du territoire. Dans cette nouvelle configuration géopolitique, la Lorraine, d’une part, conserve son indépendance et s’étend non seulement aux Trois-Évêchés (Metz, Toul et Verdun) ainsi qu’à l’intégralité du Barrois, y compris « mouvant ». Les États de Savoie, pour leur part, reprennent leurs droits sur la Bresse, le Bugey, le Valromey et le pays de Gex perdus en 1601 au traité de Lyon. Ils arrivent peut-être à gagner le Dauphiné… Quant à l’Alsace, la Décapole perdure et se renforce dans le cadre d’un Saint-Empire romain germanique requinqué qui renoue avec ses frontières occidentales et méridionales initiales.

Les navires de Fouquet cinglent pour leur part avec Philippe VII vers l’Amérique du Nord où le maître de Belle-Île fonde à Manna-Hata un comptoir commercial et une ville. Philippe VII s’investit dans la fondation d’un « grand royaume de la Nouvelle-France (tome 2, p. 56) ». On peut poursuivre à partir de là une trame historico-uchronique en parallèle avec les scénaristes qui prévoient déjà une suite autour d’Antoine. Retrouvant avec la France du Nord une assise continentale perdue en 1453, l’Angleterre se désintéresse de ses premières colonies d’Amérique. Les possessions françaises aux Antilles, en Inde et aux Mascareignes reviennent à titre de dédommagements aux Provinces-Unies.

Des temps uchroniques troublés

Outre Philippe VII, roi d’au-delà de l’océan, il existe dorénavant deux autres porteurs du titre de roi de France : Charles II d’Espagne qui devient Charles X de France, voire Charles XI s’il reconnaît la royauté fictive du cardinal Charles de Bourbon, oncle d’Henri IV et vrai roi de France selon la Ligue, et le roi d’Angleterre, lui aussi Charles X de France. Malgré une forte émigration des familles françaises vers la Nouvelle-France, la présence d’une majorité catholique dans le royaume de « Grande-Angleterre » permet à la dynastie Stuart de mieux résister au Parlement de Westminster. Sans verser dans l’absolutisme propre à la « Grande Espagne », son frère et successeur, Jacques II Stuart, devenu roi d’Angleterre, de France, d’Écosse et d’Irlande, noue une alliance avec son gendre protestant, Guillaume d’Orange, le Stathouder des Provinces-Unies et favorise bon gré mal gré une relative tolérance religieuse.

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Avant de mourir en 1700, Charles II d’Espagne fait de son parent, l’archiduc autrichien Charles de Habsbourg, son seul et unique héritier. L’équilibre européen reste préservé jusqu’en 1711 quand Charles III d’Espagne est élu empereur du Saint-Empire – Charles VI – et hérite de toutes les possessions de la Maison d’Autriche. Nouveau Charles Quint à la puissance considérable, l’empereur Charles VI promulgue en 1713 la Pragmatique Sanction qui fait de sa fille aînée Marie-Thérèse son héritière. Cette décision testamentaire anticipée déclenche un conflit généralisé avec l’Angleterre et d’autres puissances européennes, un mélange redoutable des guerres de succession d’Espagne et d’Autriche : la « Guerre de Succession du Habsbourg ». Pendant ce temps, en Amérique, les Nouveaux-Français contractent des alliances avec des tribus amérindiennes, s’assurent de la maîtrise des bassins hydrauliques du Saint-Laurent et du Mississippi et se dirigent vers l’Ouest et le Sud…

Revenons aux deux volumes du Dernier mousquetaire. Malgré quelques détails erronés, cette aventure uchronique n’en demeure pas moins plaisante tant il est rare que l’Époque moderne y soit traité.

Georges Feltin-Tracol

Le dernier mousquetaire, bande dessinée en deux tomes, scénario de Fred Duval et Jean-Pierre Pécau (assisté de Fred Blanchard), dessin de Vladimir Aleksic, couleur de Nuria Sayago, couverture d’Ugo Pinson et Fred Blanchard, éditions Delcourt, Série B – coll. « Jour J », tome 1, n° 38, 2019, 56 p., 14,95 €, tome 2, n° 40, 2020, 56 p., 14,95 €.