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"Antes de la historia: Algunas notas asistemáticas" (1975)
Armin Mohler, Nouvelle École 27-28 (1975).
Del tipo de hombre que concede una importancia especial a la historia, queremos decir que es un ser que se siente incómodo en este presente y que busca volver en sus sueños a las épocas que ama y, por esta razón, podemos decir que es "conservador". Para describir esta actitud, que hoy en día comienza a parecer una epidemia, se ha acuñado el término "nostalgia". La nostalgia es un fenómeno con múltiples aspectos y, a la luz de estos, no resulta fácil emitir un juicio. Pero parece que no depende de unas actitudes intelectuales fundamentales. Hay conservadores nostálgicos y conservadores que no lo son, mientras que un sinnúmero de no conservadores experimentan una intensa nostalgia. De todas formas, la nostalgia no es un elemento constitutivo del conservadurismo; y el hecho de que uno sea o no nostálgico no es lícito concluir que alguien es o no es conservador.
La historia está cerca
La mayoría de los malentendidos sobre el tema de la historia provienen del hecho de que la consideramos distante en el tiempo. Ciertamente la historia no es inmediatamente perceptible. Pero no por ello tiene menos importancia en el presente. Podríamos concebir nuestra relación con ella según el modelo de la holografía, que fue introducido en 1948 por Dennis Gabor. Se trata esencialmente de un nuevo tipo de "fotografía", capaz de representar tanto los contornos como el reverso de un objeto, aunque nuestro ojo sólo puede tomar su propia perspectiva. El hombre sin sentido histórico es como quien se ve en un espejo: se ve a sí mismo como si estuviera transcrito en una superficie, con las distorsiones y omisiones que esto conlleva. Tener sentido histórico significa no contentarse sólo con esta dimensión. Y, para seguir con la imagen que hemos tomado como ejemplo, estudiar la historia significa sostener un segundo espejo detrás de la cabeza, o todo un sistema de espejos, para verse desde todos los ángulos y así lograr una distancia con respecto a uno mismo.
La historia no es una clase académica.
El beneficio que se obtiene de la historia es generalmente de orden moral. Alabamos los ejemplos que esperamos igualar. Afirmamos que nos ayuda a evitar los errores de los demás. Y así sucesivamente. Los historiadores no han escatimado esfuerzos en lo que se refiere a estos supuestos efectos directamente educativos de la historia. Los sucesores de los grandes hombres son generalmente pocos en número; y los errores se ensayan fatigosamente. Si la historia tiene un efecto educativo, éste se manifiesta de la forma menos directa, por decir algo.
La historia permite una observación verificable
La historia tiene un poder disciplinario porque su función es la misma que la de la experimentación en el dominio de las ciencias naturales: la historia ofrece la única posibilidad de efectuar una observación verificable a nivel humano, tal como la experimentación la ofrece a nivel de la naturaleza. Esta observación es más fácil de hacer ya que la filosofía se ha degradado a un modesto papel de secretario en las reuniones interdisciplinares. La lógica tiene ciertamente sus inducciones, pero sólo en abstracto. Lo que tratamos de distinguir en el ámbito humano, como "naturaleza", "alma" (Seele) y "espíritu" (Geist), está tan íntimamente enredado que la lógica se esfuerza por comprenderlo. ¿Qué podría decir realmente verificable sobre una cosa, una persona, un evento humano? Podría decir qué es, en qué se convertirá con el tiempo y cómo cambia mientras tanto. Sobre los detalles puede haber diferencias de opinión: en términos generales, sin embargo, un consenso es posible.
La verificabilidad no lo es todo
Quien comenta los severos límites de la observación verificable se expone generalmente a la sospecha de querer desvalorizar toda observación adelantada. Pero no tendría sentido actuar de esta manera: sería decir que cualquier intento de volver a las raíces, cualquier proyecto de gran envergadura debería ser limitado en consecuencia, y que la fuerza creativa en el hombre debería dejarse marchitar. En la esfera de la acción humana, la historia tiene una función particular: "verificabilidad" no significa otra cosa más. Y llamar a esa función "compensatoria" sería minimizarla: ya que la experiencia de la historia puede tener dos efectos contrarios y radicalmente opuestos.
A través de la historia experimentamos lo complejo
Seguiría siendo una de esas simplificaciones inadmisibles, como en el caso de la cuestión de la nostalgia, decir que el "conservador" experimenta la historia como un absurdo. Algunos autores han utilizado la metáfora de "lo in-significativo" ("l'in-signifiant") para denotar aquello que aparece efectivamente en todo acontecimiento histórico: a saber, el hecho de la experiencia de que la historia representa siempre un exceso con respecto a los esquemas interpretativos que tratamos de atribuirle en el pensamiento. La experiencia fundamental según la cual "el mundo no es divisible", es decir, que el pensamiento humano y la realidad nunca pueden coincidir, alcanza en la dimensión histórica una intensificación que se podría comparar con un "efecto estéreo". La historia es una escuela de humildad: todos los intentos de explicación monocausal (o incluso bi- y tricausal) se hacen añicos contra ella, y nos hace conscientes del carácter complejo de toda realidad. Esto no tiene por qué molestarnos, ni siquiera desalentarnos, sino todo lo contrario: de una manera difícil de definir (e inexplicable en términos racionales), esto puede -de hecho- impulsarnos a una apreciación más profunda. Al darnos cuenta de lo complejo que es el mundo, vivimos una especie de segundo nacimiento.
A través de la historia experimentamos la forma.
"Darle un significado a lo que no tiene significado" es igualmente una fórmula de la que debemos desconfiar. Desmiente una psicología un tanto escuálida. Es cierto que el mundo no tiene sentido y que, como el hombre no puede vivir sin sentido, pues bien, se construye uno. Pero la relación que debemos tener con la historia es aún más esencial. Este "segundo nacimiento" no sólo consiste en la experiencia de la complejidad del mundo, sino que también reside en nuestro impulso de contraponer a lo complejo (Benn o Montherlant dirían "contra el caos") una forma, una configuración. Lo que nos mueve profundamente en la historia es que el hombre siempre busca, precisamente a partir de esta experiencia de una realidad compleja, e incluso en las situaciones más desesperadas, dejar todavía un rastro detrás de él. Aunque sólo sea un rasguño en una realidad tan compacta, como dijo Malraux en alguna parte, con esa brillante despreocupación que hizo suya.
El hombre de la Aufklärung [Ilustración] dirá: "No es mucho". Nuestra respuesta sólo puede ser: "Pero lo es".
My translation of Faye’s “Pour en finir avec la civilisation occidentale,” Éléments 34 (1980). This text distinguishes and advocates Europe (or Hesperia) over-against “the Western system.” The nouvelle droite-period Faye (before 1987), whom we see at work here, is quite different from the post-hiatus Faye (1998–2019) known to the Anglophone world. Note the apparently positive assessment of political Islam (p. 5) and the opposition to the identitarianism with which he came to be associated (pp. 6–7).
“This Europe, always on the point of cutting its own throat in its unholy blindness,” wrote Martin Heidegger in his Introduction to Metaphysics,
[l]ies today in the great pincers between Russia on the one side and America on the other. Russia and America, seen metaphysically, are both the same: the same hopeless frenzy of unchained technology and of the rootless organisation of the average man. When the farthest corner of the globe has been conquered technologically and can be exploited economically […] and time as history has vanished from all Dasein of all peoples […] there still looms like a spectre over all this uproar the question: for what?—to where?—then what?*
[* Translator’s note. Transl. Gregory Fried and Richard Polt (Yale, 2000), with some pedantic syntactical amendments by me. Faye’s French rendition differs a little: “‘Cette Europe qui, dans un incalculable aveuglement, se trouve toujours sur le point de se poignarder elle-même,’ écrit Martin Heidegger dans son Introduction à la métaphysique, ‘est prise aujourd’hui dans un étau entre la Russie d'une part et l’Amérique de l’autre. La Russie et l’Amérique sont, toutes deux, au point de vue métaphysique la même chose: la même frénésie de l’organisation sans racine de l’homme normalisé. Lorsque le dernier petit coin du globe terrestre est devenu exploitable économiquement […] et que le temps comme provenance a disparu de l’être-là de tous les peuples, alors la question: “Pour quel but? Où allons nous? et quoi ensuite?” est toujours présente et, à la façon d’un spectre, traverse toute cette sorcellerie.’”]
In the French countryside, we no longer dance the jig or sardana on festival days. The juke-box and pinball machine have colonised the last refuges of folk culture. In a German college, a boy of eighteen dies at last of an overdose, curled up in a toilet-cubicle. In the suburbs of Lille, thirty Malians live packed into a cellar. In Bangkok or Honolulu you can get yourself a girl of fifteen for five dollars. “It’s not prostitution, because everyone here does is,” states an American tourist brochure. In the suburbs of Mexico, an American firm manufacturing skateboards lays off a hundred workers. Houston reckons it’s more cost-effective to set up shop in Bogotá…
Such is the hideous face of the civilisation that, with an implacable logic, imposes itself on every continent, razing cultures under one planetary way of life and digesting the socio-political contests of the peoples which it has submitted to the same standard habits (habitudes de mœurs).* Indeed, why shout “U.S. go home!” if one wears jeans? For Konrad Lorenz, this civilisation discovered something worse than servitude or oppression: it invented “physiological domestication.” And more efficiently than Soviet Marxism, it realises a social experience of the end of history, with the objective of assuring the ubiquitous triumph of the bourgeois type, by way of a homogenising dynamic and a process of cultural involution.
We must call this civilisation, in which the peoples of Asia, Africa, Europe and Latin America are stuck today, by its name: it is Western civilisation. Western civilisation is not European civilisation. It’s the monstrous progeny of European culture—which imprinted it with its dynamism and spirit of enterprise, but to which it’s fundamentally opposed—and of egalitarian ideologies derived from Judeo-Christian monotheism. It arose in America, which, in the aftermath of the Second World War, gave it its decisive impulse. The monotheist component of Western civilisation, identical in substance to that of Soviet society, is indeed clearly noticeable in its project: to impose a universal civilisation founded on the domination of the economy as class-of-life (classe-de-vie) and to depoliticise peoples to the profit of global “management.”
It’s therefore worth distinguishing Western civilisation from the Western system, which denotes the power that drives the expansion of the former. The Western system cannot, besides, be described in terms of a homogeneous power, constituted as such. It organises itself through a global network of micro-decisions, coherent but inorganic, which renders it relatively ungraspable and, to that extent, the more formidable. It encompasses the OECD business community, the managements of a hundred transnational corporations, a large percentage of the political personnel of “Western” nations, ruling circles of conservative “elites” in poor countries, part of the executives of international institutions, and most of the highest functionaries of banking institutions in the “developed” world. The Western system has its epicentre in the United States. It isn’t essentially political or statal, but proceeds by the mobilisation of the economy. Disregarding states, borders, religions, its “theory of praxis” rests less on the diffusion of an ideological corpus, or on constraint, than on the radical modification of cultural formations, oriented towards the American model.
But whoever thinks of the “West” thinks immediately of the “Third World.” It’s said that Alfred Sauvy coined this term a little after the conference of non-aligned nations at Bandung in 1955. But does the Third World exist? As a matter of fact, Soviet Leninism conceived the concept well before the term existed. In Imperialism, the Last Stage of Capitalism (1916), Lenin founds the doctrine that now inspires, more than ever, the foreign policy of the Soviet Union: to utilise poor countries as a mass to move against global capitalism, to make them objects of history and of revolution. Identical in this respect to Western liberalism, the Leninist ideology subordinates the independence of peoples to its universalist project. Leninism, which is an Occidentalism at its root, doesn’t envision national difference, and doesn’t conceive the nationalism of non-European peoples other than as a provisional instrument in the service of the same project as that of Occidentalism: one global homogeneous civilisation founded on economy. Besides, Karl Marx himself announces this kinship of Leninism and Western liberalism. In the British Rule in India and The Future Results of British Rule in India (1853), he was pleased to note that “British domination has completely demolished the strictures of Indian society,” and that “this part of the world, until then remaining inferior, is now annexed to the Western world.” For there is no greater obstacle to “socialism” than traditional societies. Did Georges Marchais not say that it was to abolish the droit du seigneur that the Soviet army invaded Afghanistan?
Does the Third World, then, encompass those peoples that, renouncing their own cultural identity, become candidates for Westernisation, as proletarians for bourgeoisification? Where necessary nurturing a resentment against their model? The strength of the Western system, objectively complicit in this regard with the Leninist project, is in understanding that the desire to assimilate always prevails over resentment: the Third World doesn’t threaten it. For the Venezuelan Carlos Rangel, “the essence of Third-Worldism is neither poverty nor underdevelopment,” but “a discontentment that impedes neither a Western way of live nor an ostentatious wealth” (“Pourquoi l’Occident est en train de perdre le Tiers-Monde,” Politique internationale, Spring 1979). For Rangel, “peoples belong to the Third World who, though very dissimilar, share the same deep sense of alienation from and antagonism towards successful non-communist countries, and who find themselves in relation to the latter in a position analogous to that of populations of colour in a society where power is in the hands of whites.” These peoples, Rangel continues, don’t feel themselves “founding members of the club called Western civilisation.” Even Japan or Spain, and France at a pinch, “will never be as integrated into Western capitalist society as New Zealand, which shares culturally in the source from which capitalism takes its impulse”—to wit, “the Anglo-Saxon hegemony installed by England and which the United States have taken up.” Rangel adds: “The slightest lack of identification with the primary source of ideas, and with the current seat of power, is an unavoidable cause of national anxiety and dissatisfaction.”
Membership of the third world, or of Western civilisation, thus remains a cultural fact. It’s the whole planet that’s experiencing an identity crisis. Like equality always proclaimed and never achieved, the Western model contains a logic of alienation. Western civilisation presents itself explicitly as a purely economic ensemble whose primary condition of membership is quality of life (niveau de vie); but implicitly, this civilisation structures itself hierarchically in two cultural levels: the “club” members and the “others,” who can never be better than half-Western, and who can never join the “club.” Why? Because they don’t belong to the Anglo-American world, which thinks itself the epicentre of the West. Also, Western civilisation, because of its dominant Anglo-American element, itself rejects any identification with European culture, particularly in light of the Latin, Germanic, Celtic or Slavic components of the latter. But this dichotomy might be pushed even further: to the degree that Western civilisation fully expresses the American project, and that America constitutes itself on a rejection of Europe, the essence of Western civilisation is the rupture with European culture, which it attacks even by dissolving it through cultural ethnocide and political neutralisation.
Western neo-colonialism—such as manifests itself in all parts of the world, from Ireland to Indonesia—is grounded essentially in American liberal ideology, which has imposed itself on international organisations. We would never finish citing those peoples whose own forms of sovereignty have been destroyed to the benefit of a “democracy” designed to integrate these peoples into the Western and mercantile economic order. Neo-colonialism instituted the direst of dependencies and obliterated the chief among liberties, which consists, for a people, in governing itself according to its own world-conception. And it’s the local bourgeoisie, created by the West, that becomes the instrument of that politico-cultural dispossession.*
[* Author’s note. Cf. the studies carried out by the Africanologist Hubert Deschamp on the destruction of cultural forms of African sovereignty by “democracy,” notably the systems of balanced anarchy and of chiefdom proper to certain American peoples.]
François Perroux
It’s the very idea of Third-World economic development that we ought, in fact, to suspect. This notion presupposes in effect that the peoples of the Third World ought necessarily to follow the path of Western industrialisation. Now this accords singularly well with the liberal desire for international division of labour and economic specialisation of zones, indispensable for the modern capitalism of planetary free exchange. And who, under doctrinal and humanitarian camouflage (the “right to development”) thus advocates Third-World industrialisation? Those who defend the interests of an economic system in which the growth of global industrial commerce is as necessary as warm water for mackerel shoals.* Again and again, François Perroux has shown that the “overall quality of life” in “developing” countries that are considered already nearly developed, was lower than that achieved by traditional societies. Inversely, poorer countries, or less industrialised zones, know a real “quality of life” superior to what OECD figures might have one believe.** And until today, the United States have been the only real beneficiaries of the industrialisation of Asia, Africa and South America.
[* Author’s note. It’s interesting to note that despite the theoretical positions of Marxist economists, socialist countries have practiced upon the Third World the same economic mercantilism as capitalist countries. The exterior economic practice of socialism is capitalist and mercantile.]
[** Author’s note. Cf. Daniel Joussen, “La faim n’est qu’une consequence,” Le Monde (29 December 1979).]
But we mustn’t delude ourselves: the industrialisation of the planet is irreversible. The share of consumption of Asia or Latin America never ceases to grow. On the other hand, it’s the form of this industrialisation, free-exchangist and subject to the Western development model, which must be critiqued. Inasmuch as industrial structures resemble one another, modes of consumption are standardised and Americanised. Besides, if this form of industrialisation is a factor of “development” for certain countries, it’s the source of serious instability and under-development for many others: “Four fifths of industrial exports of new countries,” writes Jean Lemperière, “are provided by nine countries: the workshops of the Far East, India, the three greater Latin American countries, and Israel” (Le Monde, 22 January 1980).
In the end, a globalised industrial economy will turn out to be of an extreme fragility in the face of crisis, given the network of dependencies which it weaves between nations. On the other hand, “ethno-national” ideologies might very well help certain peoples free themselves from Western neo-colonialism. These ideologies appeared in Europe from the beginning of the fourteenth century and already opposed a considerable universalism—that of ecclesiastical power.* They appealed to the constitution of a secular state coextensive with the nation, and referred themselves to the galvanising myth of ancient Roman imperium. Reprised by Fichte and Herder in the eighteenth century, ethno-national ideas aspire to radically challenge universalist and individualist ideologies, and themselves played an important role in movements of national liberation in the nineteenth and twentieth centuries.
[* Author’s note. Around 1300, Pierre Dubon, jurist of Philippe le Bel, urges the abolition of papal and ecclesiastical power. In the fourteenth century, in France and Italy, intellectuals envisages the nation-state as the political structure of European peoples, and extolled the idea of national power. These themes were reprised by Petrarch and Machiavelli, who were also inspired by Marsilius of Padova, theoretician, from 1342, of the autonomous, secular state, and of the replacement with political nationalism of the theocratic idea.]
It’s also thanks to nationalist ideology that the peoples of Africa, Asia and America might mobilise against colonialism. Today, it’s still ethno-nationalism that, alone, might break the yoke of Western (or Soviet) neo-colonialism. “There is an adaptation,” writes Marcel Rouvier, “of the European ethno-national ideological model, because it corresponds to the exigencies of the situation of the Third-World in the twentieth century”; and the success of this ideology is foreseeable “with the decline of Marxist universalism, which had remained its sole serious competitor.” For Rouvier, the major theme of ethno-national combat is “the development of ideas in the essential quest for identity as the primary motor of history, for the permanence of a foundation which is the transmutation of the romanticist Volksgeist, for the deep legitimacy of a healthy nationalitarianism (nationalitarisme).”
In Mexico, a country carved up by the United States, we thus witness the construction, by the state and by the people, of an original nationalism, founded on the regeneration of an historic conscience which finds its specific foundations in Indian cultures. A new people thus create themselves, freed from “Western” history, and rethinking their destiny beginning with the recreation of their past. A beautiful lesson for us Europeans, who, beyond that “Western Christendom” in which we can no longer recognise ourselves, must also rethink our destiny by rediscovering the specific foundations of our culture in constructing an Indo-European myth.
In Africa, the adaptation of ethno-national ideology has also emerged, but under a less political and historical form than tribal and communitarian: “The value of African culture doesn’t concern certain phantasms or complexes repressed before Greek canons of beauty,” says—not without malice—the Senegalese cineaste Sembène Ousmane (Jeune Afrique, 19 September 1979). The search for authenticity, the choice of surnames and the return to traditional patriarchal customs, fought by Christianity and the United Nations, can make only idiots and scoundrels smile.
As for Islamic nationalism, it constitutes the happiest blow yet dealt to the civilising utopia of the American model. It calls into question the Western idea of mercantile growth and the primacy of economic development, while rejecting Marxism, rightly judged to be a factor of deculturation and, accessorily, as the instrument of Soviet neo-colonialism.
It’s also thanks to a surge in national conscience that China can attenuate the massifying effect of Marxism, and can thus effect a likely positive synthesis between ideas coming from the West and the pursuit of her destiny as people-continent (people-continent). She knew to adapt her ancestral cultural structures of sovereignty, and to constitute, “trusting in her own strength,” an historic power as independent of the Western mélange as from the Soviet bloc. It isn’t without good reason that China feels the need to no longer take on the role of historical actor alone, faced with two great universalisms, the American West and Russian “Sovietism.” In this game of three players, she can only ally itself to her opponent—the Soviet Union today, the United States tomorrow—she needs an partner-actor to join her. This is why it appeals to Europe, inciting the latter to shake off her lethargy, to re-enter history, to reconquer her liberty.
As China frees herself from “Sovietism,” so Europe must free herself from the West and reappropriate for herself the ethno-national ideologies she generated. To free oneself from Western civilisation is to begin by doubting the idea of Western solidarity imposed on Africa as upon Europe or Japan. For one must clearly distinguish, in geopolitics, between factual solidarities (solidarités factuelles) and real solidarities (solidarités réelles)—that’s to say, solidarities at once desirable and in conformity with historical interests and the people in question. The West and the Soviet bloc consist of ensembles of merely factual solidarity. Poland or Federal Germany, like Chile or Afghanistan, are not enmeshed in ensembles of real solidarity. Now the “Third-Worldist” left and “Occidentalist” right enforce, with concepts generated by their ideological vocabularies, the global status quo of blocs of factual solidarity. A new geopolitics begins with new definitions. The West and the Third World must disappear as geopolitical concepts. Let us speak of Europe, the United States, Latin America, the Soviet Union, or India. We must rethink the world in terms of organic ensembles of real solidarity: continental communities of destiny, groups of coherent peoples, “optimally” homogeneous by virtue of their traditions, their geography, their ethno-cultural components.
“The nation,” writes François Perroux,
[a] living and dynamic reality, becomes one of the essential sources of energy to restructure global society and its economy […]. The earthbound coagulate into armed nations, into empires, into hesitant communities, trying economically to form regions of nations (Bertrand Russell). One finds these assemblies—neither closed, which is impossible, nor unreservedly welcoming […]. In these associations of nations, there must be collective projects of infrastructure, investment, distribution of products and of revenues. It’s to the degree that these nations, witnesses and defenders of peoples, favour this deconcentration of economic powers and this decentralisation of their effects, that a certain reciprocity of development is outlined, which is not spontaneously generated by the interplay of private interests [Le Monde de l'économie, 9 October 1979].
These associations of nations are geopolitically possible, and they rupture current economic-strategic confines. Each great planetary region might thus be seen to coincide, in its living-space, with a related cultural heritage, a community of political interests, a certain ethnic and historic homogeneity, and macroeconomic factors that make possible, in time, autonomous development without recourse to international beggary.* A new nomos of the earth, to borrow Carl Schmitt’s expression, might thus see the light of day, founded on a society of communities, and no longer on a pseudo-community of societies.
[* Author’s note. For certain liberal economists, aid to underdeveloped countries ought, it’s true, be limited to aiding firms that invest in those countries. “By making aid to the Third World benefit industry,” said a senior French functionary, “we might at last make aid to industry benefit the Third World.”]
But these cultures, one could say, would no longer communicate with one another. Precisely the inverse is true. In communicating with one another with Western civilisation as a common reference, cultures in fact establish a pseudo-communication. This common reference in effect alienates the personality of those that use it. The signifier (Western cultural language) substitutes itself for the signified (the local culture that tries to express itself in Western language). In short, peoples know themselves less and less closely; cultures no longer communicate, and no longer manage to enrich themselves, because they use an infra-cultural Esperanto which belongs to anybody and everybody. Sharing in the same customs of language, dress, diet, etc., man can no longer perceive the specificities of his fellow man—where they survive. An Italian in Thailand will use English, descend on an international hotel, and will only see Thai customs as marginalised folklore. If he goes to Africa, the Africans with whom he mingles will be “three-piece-suit-briefcases” (costards-trois-pièces-attaché-case), in the pungent words of the Ivorian lawyer Badibanga. What will he know of African man? On the other hand, when Marco Polo arrived in China, the communication was real and fertile, despite the absence of common reference; and the influence of Chinese culture was significant in Europe thereafter. Cultures are incommensurable: they can only be understood from within; but they might influence “from the wings,” and profit by contact—not by mixture. The idea of the interpenetration of cultures, or the mechanist illusion of a universal measure of the “best” of cultures, an idea defended notably by Léopold Senghor, can bring about nothing but the impoverishment of all cultures, and the enforcement of Western infra-cultural language. Language alienates because it doesn’t rest on the anthropological support of any people; and in this respect, it doesn’t bear any meaning.
For Martin Heidegger, the term Western doesn’t express the essence of Europe. He prefers to use the enigmatic word Hesperian to denote the essence of European modernity—or, more precisely, its possible future, its virtuality. The advent of the Hesperian therefore presupposes the death, in Europe, of the Western.
Appendices
[Translator's note. These appeared as highlighted inserts in the original.]
1. There Is No “White World”
All dominant ideologies oppose, in their discourse, the Third World and the West. Whatever criteria be taken into account, these definitions all function according to the same principle of exclusion. Christianity was the first to thus oppose infidels and believers, perpetuating across centuries the Manichaean vision of the world. In the eighteenth century, the noble savage may well have known a paradisiacal existence: he nonetheless remains a “savage,” to which philosophers this time oppose the civilised. Inverting this proposition, rationalism in its turn distinguishes civilised Western peoples from uncivilised peoples. In their analysis of economic growth, liberal theories have themselves merely opposed the developed West to the developing Third World. Be they right or left, progressive or reactionary, occidentalist ideologies remain in submission to this Manichaean logic. Occidentalism negates the identity of the Other, which it perceives in the end as non-Christian, uncivilised or undeveloped…without imagining for a second that this Other might simply be itself. This repudiation of difference marks an essentially racist course. Implicitly, it’s always the white world that opposes itself to the world of colour. The very notion of the West is in fact the product of an ideology, and contains no geopolitical, cultural, or even economic reality (how to class Argentina—white developing country?—or Japan—hyper-developed country of colour?). These words are not neutral. The concept of the West ensnares who uses it. To speak of the West is, in the end, to recognise its existence and to admit the logic it carries. It’s to adopt implicitly the ideology of which it’s the product.
2. Decolonisation Must Be Redone
Is the Westernisation of the planet itself, as we generally assert, the historical consequence of European colonialism? Very widespread in progressive milieus, this thesis doesn’t seem particularly accurate. European colonialism, as manifested from the sixteenth to twentieth centuries, must in fact be clearly distinguished from the Western neo-colonialism that succeeded it. Traditional European colonialism expressed a hegemonic and imperial will, which needn’t entail the destruction of the values of the colonised. But from the nineteenth century, European colonialism was also the articulation of a “civilising” will, stemming from the philosophical universalism of the century of Enlightenment, which urged the coloniser to assimilate the colonised, and dispossess him of his values. In condemning, in the name of a humanist and Messianic ethic, the hegemonic and imperial will of European powers, the United States contributed in a decisive way to the dismantling of colonial empires. Not that they might free the colonised peoples, but to substitute for the traditional colonial order, essentially political, a neo-colonialism retaining nothing of colonialism but the “civilising” will. Thus “Westernised,” neo-colonialism does nothing but entrench the dangers that the old European colonialism brought down on the identity of colonised peoples. It’s thus that those peoples, having just escaped European colonial influence, find themselves irresistibly suppressed by Western neo-colonialism, without these people able to resist it. How, indeed, can they revolt against the network of influences that enfolds local bourgeoisies, multinationals, political milieus, etc.? When a master is visible, one might recognise him as an enemy and free oneself; but neo-colonialism submits peoples to a “system of live,” and no longer to the political power of another nation, as in traditional European colonialism. How can one combat a phantom coloniser? The answer reveals itself: “neo-decolonisation” must be metapolitical and cultural.
3. When the West Forgot Greece
It’s in Der Spruch des Anaximander, an exegetical text on a fragment of pre-Socratic philosophy, that Martin Heidegger introduces the concept of Abend-Land. He opposes it to Abendland (West) and, in the translation of Wolfgang Brockmeier, Abend-Land has been very happily rendered by Hespérie (Hesperia) and hespérial (Hesperian). Hesperia is, as the Greek root indicates, the land of sunset. But it doesn’t denote the West, nor the western regions of the world, but rather a project of world-organisation bearing the marks of sunset—that is, of the fulfilment of an auroral worldview, expressed in the seventh century before our era by the first European thinker. Heidegger writes: “The greatest event begins: the forgetfulness of being, in which Hesperian world-History comes and goes.” For Heidegger, European man has been by turns “Greek,” “Christian,” “modern,” “planetary,” or even “Western” or “American”; he must today become “Hesperian”:
“The antiquity that brings about the words of Anaximander,” writes Heidegger,
[b]elongs to the morning of the dawn of Hesperia […]. If we persist so obstinately in thinking the thought of the Greeks as the Greeks knew to think it, it’s not for love of the Greeks: it’s to rediscover this Identical which, in diverse guises, concerns the Greeks and concerns us historically. It’s that, which carries the dawn of thought into the destiny of the Hesperian. It’s in conformity with this destiny that only the Greeks become the Greeks, in a historical sense. Destiny awaits what becomes of its seed.
The Hesperian represents, at the same time, the sunset of the Greek metaphysical tradition and the virtual beginning of another cycle which fulfils Greek thought at another level—that of self-conscious will-to-power. The Hesperian is thus at once a restarting, a deep return to the dawn—that is, to the Greek conception of the world—and a rupture with the Western, which has itself forgotten Greece. Returning to Hesperia, for us Europeans, consists, then, in fulfilling our will-to-power as Europeans, conscious of our Greek heritage, and no longer as Westerners, forgetful of that heritage. The Hesperian is the European who becomes conscious that he’s Greek, and who therefore rejects the West as non-Greek, and ends by forgetting himself; who will have “meditated on the disarray of the present destiny of the world”; and will consciously fulfil the Greek vision of the world.
Cela fait bientôt quatre ans que le philosophe russe Alexandre Douguine est interdit de séjour dans l’ensemble de l’Union dite européenne en raison de ses prises de position interventionnistes contre l’Ukraine. Cette interdiction n’empêche heureusement pas les vaillantes éditions Ars Magna de Nantes de poursuivre et d’amplifier la parution en français des ouvrages du penseur de la « quatrième théorie politique ». Il y en aurait plus de soixante-dix disponibles en russe…
En octobre 2019 paraissait dans la collection « Heartland » Les racines de l’identité (écrits eurasistes 2012 – 2015) (300 p., 30 €) suivi un mois plus tard dans la même collection par Le retour des grands temps (écrits eurasistes 2016 – 2019) (449 p., 32 €). Le titre de ce dernier livre est une référence évidente à un ouvrage de Jean Parvulesco sorti en 1986 chez Guy Trédaniel. Alexandre Douguine n’a jamais caché son admiration pour ce romancier qui joua dans À bout de souffle de Jean-Luc Godard. Il est compréhensible que l’éditeur en reprenne le titre.
Dans ces deux nouveaux ouvrages, Alexandre Douguine prend acte de la domination tyrannique de l’Occident matérialiste ultra-moderne. Il offre en réponse une alternative résolument non libérale qui ne puise pas dans ces échecs historiques que furent le communisme et le fascisme. Dans cette « ère des titans » post-moderniste, l’auteur s’applique à définir de nouvelles orientations. Ainsi confirme-t-il que l’ennemi principal, l’ennemi majeur, l’ennemi prioritaire demeure « le libéralisme [qui] est le nom de la mort (Le retour…, p. 26) ». En effet, « le libéralisme détruit tout sens de l’identité collective, écrit-il avec raison, et, logiquement, le libéralisme détruit l’identité européenne (avec sa soi-disant tolérance et ses théories des droits humains) (Idem, p. 72) ». Il dénonce en outre la complicité étroite des différentes coteries politiciennes, du gauchisme sociétal à l’extrême droite suprémaciste en passant par les formations institutionnelles, qui se soumettent aux injonctions libérales.
Il insiste sur la démarche macabre du monde occidental et ne s’étonne pas de l’actuelle mode des zombies qui déferlent au cinéma, dans la bande dessinée, dans les séries télé et dans les jeux vidéo. Il prend en contre-exemple l’action déterminante de Vladimir Poutine. « Il choisit la puissance, pas la démocratie, affirme Douguine. L’unité, pas le pluralisme territorial. L’ordre, et pas le chaos sanglant et la guerre civile. En bref, face à la mort, Poutine choisit la vie. La vie du pays, de l’État, de la nation (Id., p. 207). »
En ce moment crucial où « la post-modernité doit être globale (Id., p. 223) », Alexandre Douguine considère que « la redécouverte de la pré-modernité est la seule action logique. Ici nous rencontrons la philosophie traditionaliste et la critique essentielle du monde moderne en tant que concept (Id., p. 223) ». De tels propos pourraient dérouter plus d’un lecteur. Toutefois, si l’auteur commente l’actualité politique (il mise beaucoup sur les Gilets Jaunes français pour contrecarrer les manœuvres mondialistes), il s’appuie toujours sur la géopolitique qui « dans l’ère de la fin des idéologies est la seule manière d’interpréter correctement les relations internationales et certains processus intérieurs. Ainsi, poursuit-il, l’ignorance de la géopolitique est une action contre soi-même. Si vous n’êtes pas sujet de la géopolitique, vous êtes simplement son objet (Id., p. 305) ».
Alexandre Douguine fournit à tous les combattants anti-cosmopolites de bien belles munitions tant spirituelles que politiques, culturelles que sociales qu’on comprend mieux maintenant pourquoi il est devenu l’ennemi public n°1 de la République globalitaire des Lettres inverties.
Georges Feltin-Tracol
• « Chronique hebdomadaire du Village planétaire », n° 162, mise en ligne sur TV Libertés, le 2 mars 2020.
Se cumple hoy, día 7 de marzo, un año desde el fallecimiento de Guillaume Faye, pensador político de marcado carácter revolucionario difícil de clasificar. Faye rescata el espíritu de los grandes reformadores sociales y abandona ese plácido acomodamiento burgués de la política democrática actual. Usualmente se lo clasifica como perteneciente a la derecha radical, por sus orígenes y por sus agresivas propuestas de corte antiprogresista políticamente incorrectas, pero hay elementos en él que van bastante más allá de los postulados de la política neoconservadora, y cabe más bien clasificarlo como un revolucionario en el mundo de las ideas utópicas antes que un pragmático político que vive en la realidad actual y busca cómo atraer algunos millones de votos con propuestas que gusten a ciertos sectores del electorado.
Una de sus obras más emblemáticas entre la amplia producción que posee es el libro que se ha traducido al español con el título El arqueofuturismo; hay varias ediciones disponibles en el mercado; aquí tomo como fuente de citas la traducción publicada por Ediciones Titania. El original francés, L’Archéofuturisme, fue publicado en 1998 por la editorial l’Æncre en París. Hay alguna reseña publicada en español sobre el libro, por ejemplo la de Juan José Coca en Posmodernia o la de la página de Fuerza Nacional Identitaria en Chile. El impacto de la obra no obstante ha alcanzado muchas más lenguas y regiones del planeta, siendo reconocida como una amenaza entre los que disfrutan de la apoltronada y burguesa existencia de las democracias liberales.
Viendo venir el final de nuestra forma de civilización que sucumbirá al cataclismo planetario (crisis financieras, contaminación incontrolada, hundimiento de sistemas educativos, estupidez general creciente,…) el autor se prepara para el mundo postapocalíptico, la nueva era de hierro y fuego: el arqueofuturismo, síntesis dialéctica de valores arcaicos (familia, espiritualidad, separación sexual de los roles, jerarquía,…) y la tecnología futurista, de principios apolíneos y dionisíacos. Aboga por una sociedad futura en que se divida la sociedad en dos grupos: uno mayoritario dedicado a una economía rural y artesanal pretécnica de subsistencia, ligado a religión primitiva y supersticiones; y una élite minoritaria que conserva el poder económico tecnocientífico, dentro de un agnosticismo pagano. Su método es el pensamiento radical: “Solamente es fecundo el pensamiento radical. Porque, solo, puede él crear conceptos audaces que rompan el orden ideológico hegemónico y permitan salir del círculo vicioso de un sistema de civilización que está fracasando”.
El post-hundimiento puede resultar en una guerra identitaria, pero puede ser también un gran período de paz en el que renacerán otras culturas, las cuales en la distancia verán a Europa entre sus ruinas con admiración y fascinación tal cual hoy vemos los restos del Imperio Romano o la época faraónica egipcia
En mi opinión, hay muchos elementos valientes que dejan ver la inteligencia del observador. Algunas perlas notables: “Greenpeace y sus correspondientes ideólogos (…) políticamente ultracorrectos y totalmente cómplices del sistema”; “el igualitarismo (…) utópico y obstinado, está conduciendo a la humanidad hasta la barbarie y el horror económico, a través de sus contracciones internas”; “El paradigma del igualitarismo materialista dominante—una sociedad de consumo democrático para diez mil millones de hombres en el siglo XXI sin saqueo generalizado del medio ambiente—es una pura utopía”; “la democracia parlamentaria moderna (…) dictadura de las burocracias y de los tiburones mercantilistas” (parafraseando al político británico Peter Mandelson); “la introducción de las hipertecnologías, no nos dirigen hacia un mayor igualitarismo (como así lo creen los tontos apologistas de la pancomunicación, gracias a Internet), sino hacia el retorno de los modelos sociales arcaicos jerarquizados”; “La palanca de esta manipulación, de la cual es víctima la ingenua burguesía intelectual y artística, es una hipertrofia monstruosa e irresponsable del ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’, una apología de la debilidad, una desvirilización y una autoculpabilización patológicas. Es una subcultura de la emoción fácil, un culto del declive destinado a descerebrar las mentes europeas”; “deporte (…) parte del mundo del show-business y nuevo opio del pueblo”; “fiestas (…) financiadas por el Estado, artificialmente, como explosiones de hibris desestructuradas que hacen el papel de droga colectiva”; “La civilización occidental se ha fragilizado considerablemente cuando concedió un valor absoluto a un sentimiento neurótico: el amor. (…) Hoy, la mitad de los matrimonios se rompen, ya que están fundados sobre un sentimiento de adolescentes enamorados, efímero, que desaparece rápidamente. Los matrimonios duraderos son aquellos que están calculados”.
Tiene un tufillo a “nueva derecha” francesa, claro, porque el autor ha pertenecido a tal grupo, aunque termine renegando de tal movimiento. Más reniega aún de la izquierda, a la que considera impotente para hacer frente al capitalismo y acusa de convertirse en una clase aburguesada que no defiende a los más necesitados, sino a una clase media trabajadora asalariada y una serie de valores igualitarios (feminismo, inmigrantes, homosexuales,…) que nos llevan al desastre. Aunque con aires políticos más que filosóficos, veo en Faye un digno heredero del martillo nietzscheano. Se dan los mismos elementos que ya supieron ver Nietzsche o Spengler o los pensadores clásicos que no caminaron con una venda en los ojos. Políticos y filósofos tratan sobre ideas sociales, pero los primeros poco saben de pensar y sí mucho de demagogia; los políticos hablan para su tiempo, los filósofos se preocupan de temas perennes. En ese sentido, bueno es que algunos pensadores políticos se acerquen al pensamiento intempestivo de la filosofía, aunque sea en su estilo, antes que preocuparse por ocupar unos sillones en un congreso.
Faye va más allá de otros políticos que defienden la identidad europea frente a la inmigración desenfrenada al pronosticar el imparable declive sin solución. Su rechazo a la inmigración y, más en particular la de religión musulmana, me parece que tiene ciertos elementos razonables: se atisba en ciernes cuál va a ser el destino de nuestro continente, que es ser receptáculo migratorio de grandes hordas de bárbaros de otras regiones del globo que no han sabido contenerse reproductivamente y huyen de la miseria. Si bien, hay otros elementos que muestran cierta inquina sin fundamento contra el mundo musulmán. Veo una falta de objetividad a la hora de evaluar el valor de las distintas civilizaciones. Da por sentado que la Historia dará la razón al hombre blanco europeo, y que éste ha de seguir preservando su hegemonía como ha hecho en los últimos siglos, lo que me parece de una miopía parcial.
Sobre su propuesta futurista, tiene parte de utopía y parte de predicción fatalista, no es el futuro que todos desearíamos, sino uno de los posibles. La especulación sobre una futura civilización blanca eurorrusa a dos velocidades económicas e impermeable a las inmigraciones de otros pueblos es un posible proyecto político, aunque no exento de conflictos antes de poder hacerse realidad.
Utopías aparte, quizá lo que me llama más la atención es la profecía distópica del futuro postapocalíptico de hierro y fuego. Según el autor, los tiempos duros que se avecinan no serán mucho mejores cuando arrecie la tempestad del caos. Más allá de lo que dice el libro de Faye, puedo uno intuir detrás de sus palabras un mundo a lo Mad Max, un mundo en el que el buenismo de nuestra presente época se extingue una vez extinguidos por inadaptación los bobalicones que lo defendían y deja paso a la supervivencia de los más fuertes. No se trata de que se vaya a volver a poner de moda el darwinismo social como filosofía, sino de que la vida está por encima de cualquier ideología y continuamente a lo largo de la historia vuelve a circular libre tal cual rio entre las montañas que se niega a moverse entre canales artificiales de ingenieros sociales. Hay algo poético, hay un estilo épico, un espíritu prometeico, fáustico, en el declamar de una vida futura lejana de las miserias burgueso-borreguiles del europeo medio actual.
Concuerdo con Faye en que la competencia de los distintos grupos étnicos será dura en una carrera de los más fuertes por la supervivencia. Creo sin embargo que se equivoca Faye en su apuesta por el caballo ganador. Por más que le duela a su orgullo de blanco europeo, esos nuevos tiempos de hierro y fuego no son ya para el hombre de miel y mantequilla que habita ahora en nuestro continente. El futuro es de otros pueblos. No merece la pena luchar por mantener a esa Europa alelada de vegetarianos y ciclistas (parafraseando al ministro polaco Witold Waszczykowski), de feministas chillonas, de calzonazos y de afeminados, de buenistas y de hermanitas de la caridad. No merece vivir una cultura que ha perdido la fuerza para la lucha vital. El post-hundimiento puede resultar en una guerra identitaria, pero puede ser también un gran período de paz en el que renacerán otras culturas, las cuales en la distancia verán a Europa entre sus ruinas con admiración y fascinación tal cual hoy vemos los restos del Imperio Romano o la época faraónica egipcia.
Extrait du numéro 1 de la revue Orientations (1982)
Ex: https://philippedelbauvre.blogspot.com
Il y a plusieurs façons d’ignorer les pensées des grands hommes et de vivre comme si ces pensées n’avaient jamais été émises. En 1980, c’est ce que tout observateur a pu constater en Allemagne Fédérale. On y célébrait le centenaire de la naissance d’Oswald Spengler. Même dans les hommages rendus au philosophe, on doit, objectivement, constater des lacunes. Les uns ont souligné l’importance de la philosophie spenglérienne de l’Histoire, dont les prophéties auraient été confirmées par les événements ; mais, ainsi, ils ont évité d’aborder les affirmations politiques de l’auteur du Déclin de l’Occident. D’autres ont voulu “sauver” le Spengler politicien, en faisant de lui un antifasciste et en n’étudiant que très superficiellement les liens qui ont existé entre Spengler, Hitler et le national-socialisme. Je ne dirais rien des “brillants” essayistes, qui se sont prodigieusement acharné à l’étude de Spengler pour en tirer très peu de choses.
Le Spengler total
Ce fut un autre vénérable grand homme, Herbert Cysarz (né 16 ans après Spengler) qui put vraiment saisir l’œuvre de Spengler dans sa totalité. L’hommage qu’il lui rend, dans le numéro de janvier 1980 de la revue Aula, éditée à Graz en Autriche, commence par ces mots : « Aucun historien contemporain n’a connu une aussi grande gloire qu’Oswald Spengler. Aucun n’a été, de son vivant, aussi incontestablement original. Cet homme, hostile à toute littérature et à tout idéalisme, totalement étranger au monde abstrait des livres, a fait entrevoir les grands thèmes et les multiples imbrications de l’Histoire et a souligné, comme cela n’avait jamais auparavant été fait, l’intensité qui réside dans le vouloir et l’agir. Il a donné au monde une nouvelle manière de concevoir la politique, ainsi qu’un style particulier de voir, de penser et de présenter l’Histoire ». Bien évidemment, Cysarz sait que Spengler est plus qu’un historien ; à propos de son œuvre, il écrit qu’elle reste un signe du destin qui s’est manifesté au tournant de notre temps.
Un homme de la même génération que Cysarz, Ernst Jünger avait déjà écrit des choses de ce genre dans les années vingt, même si le ton était plus mesuré, moins pathétique. Dans un très important article politique de l’époque (dont, bien entendu, on ne prévoit pas la réédition dans les œuvres complètes de Jünger), il exprimait une opinion partagée par beaucoup de contemporains : pour un cerveau de la trempe de celui de Spengler, ils donneraient bien tout un Parlement.
Les faiblesses de l’œuvre de Spengler
Une acceptation aussi enthousiaste de la totalité de l’œuvre de Spengler ne signifie toutefois pas qu’on en avalise tous les détails, sans formuler aucune critique. Spengler n’est pas un surhomme ; il a, lui aussi, ses faiblesses. À coté des prophéties qui se sont effectivement réalisées, il y a celles qui n’ont eu aucune suite. Les études approfondies de Spengler sur les diverses cultures de l’Histoire, nous obligent à constater que tous les domaines de l’activité créatrice de l’homme ne lui sont pas également familiers. Par exemple, le style littéraire de Spengler n’est pas toujours à la hauteur de ses sujets ; il n’y a pas lieu de s’en étonner, car ces textes suscitent de trop fortes émotions. Les ennemis de Spengler se plaisent d’ailleurs à citer les phrases où transparaît un certain “kitsch”. De plus, Spengler accuse une faiblesse, comme bon nombre de visionnaires : ce qui est tout immédiat lui échappe. Ainsi, selon lui, le grand poète de sa génération n’est ni Stefan George ni Rainer Maria Rilke, mais Ernst Droem, qui est, à juste titre, resté inconnu.
Très révélatrice est la réaction de l’auteur du Déclin de l’Occident à l’envoi, par un jeune écrivain, d’un livre capital de notre siècle. En 1932, en effet, Ernst Jünger fit envoyer à Spengler, accompagné de tous ses respects, son livre intitulé Der Arbeiter (Le Travailleur). Spengler s’est contenté de feuilleter le livre et écrivit : « En Allemagne, la paysannerie est encore une force politique. Et lorsque l’on oppose à la paysannerie — prétendument moribonde — le “Travailleur”, c’est-à-dire l’ouvrier des fabriques, on s’éloigne de la réalité et l’on s’interdit toute influence sur l’avenir… ». Comme Spengler n’a pas lu le livre, il ne peut savoir que Jünger ne parle pas de l’ouvrier des fabriques. Mais il est fort étonnant qu’il surévalue les potentialités politiques d’une paysannerie qui, quelques années plus tard, allait être complètement annihilée.
Le barrage intérieur
Ni ces quelques aveuglements ni les aspects bizarres de la vie de Spengler ne doivent détourner notre attention de l’ensemble de son œuvre. Cet homme susceptible se mit un masque, prit un style qu’il ne faut pas prendre tel quel. Ainsi, les admirateurs de Spengler éviteront de confondre sa personnalité véritable avec ce “masque césarien” qu’il affichait lors de ses nombreuses apparitions publiques (1).
Les détracteurs de Spengler, de leur côté, s’efforceront de ne pas le décrire, à la lumière de sa vie privée, comme une sorte de totem bizarre de la bourgeoisie déclinante.
Bien sûr, la vie recluse de Spengler permet de telles suppositions. Il est né le 29 mai 1880, fils d’un haut fonctionnaire des postes, à Blankenburg dans le Harz (2). Ce n’était pas le père, homme paisible, qui dominait la vie familiale mais la mère, une créature à moitié folle, dévorée d’ambitions pseudo-artistiques. Elle remplissait leur grand appartement d’une telle quantité de meubles que le jeune Oswald et ses trois sœurs devaient loger dans des débarras, sous le toit !
Après avoir soutenu une dissertation sur Héraclite, Spengler devint professeur de mathématiques et de sciences naturelles, dans un lycée (Gymnasium). Ensuite, le décès de sa mère ne lui laissa pas d’héritage consistant, mais lui permit quand même de vivre sans travailler ; de 1911 à la mortelle crise cardiaque du 7 mai 1936, il vivra retiré, en chercheur indépendant, à Munich, dans un appartement immense de style “Gründerzeit” (le style des années 1870-1880), bourré de meubles massifs et situé dans la Widenmayerstraße. Une des ses sœurs le soignait.
Il voyageait peu et n’entretenait qu’un cercle restreint de relations. Il a refusé les postes de professeur qu’on lui offrait. Il a été réformé lors de la Première Guerre mondiale. Cette vie semble dominée par un refus farouche de tous contacts humains. On ne sait rien d’éventuelles relations érotiques. Dès le départ, il y a repli vers l’intériorité. Et seul, chez Spengler, nous intéresse le résultat qu’a produit cet isolement dès 1917. La chasteté de cette existence n’est nullement un argument contre l’œuvre de Spengler. Comme, du reste, l’isolement dans une cellule monacale ne saurait être un argument contre Augustin.
Au-delà de l’optimisme et du pessimisme
Dans l’histoire des idées, la signification de l’œuvre de Spengler réside en ceci que, dans une situation de crise, il ramène à la conscience les fondements “souterrains” de la pensée, avec une vigueur qui rappelle celle d’un Georges Sorel. Mais quel fut cette situation de crise ? L’effondrement, à cause de la Première Guerre mondiale, du Reich allemand qui, pendant des siècles, avait été le centre de l’Europe. Et quels sont ces fondements “souterrains” ? C’est la pensée résolument réaliste amorcée par Héraclite et l’école du Portique (Stoa). C’est une pensée qui renonce, depuis toujours, aux fausses consolations et aux mirages des systèmes fondés sur de pseudo-ordres cosmiques. De manière magistrale, Spengler confronte la génération de la guerre à cette pensée. Son style était un curieux mélange de “monumentalité” classique et d’expressionnisme, fait de couleurs criardes. Et ce sont précisément ceux qui, le plus profondément, avaient expérimenté l’effondrement du monde bourgeois (celui de la “Maison de Poupée”) (3), qui entendirent son appel.
Cette pensée se situe au-delà de l’optimisme et du pessimisme. Le titre que l’éditeur choisit pour l’œuvre majeure de Spengler (Le Déclin de l’Occident) trompe. Il est possible, qu’en privé, Spengler ait déploré l’effondrement d’un monde qui lui était cher. Mais son œuvre ne déplore rien ; elle nous apprend bien plutôt que l’Histoire est un unique mouvement d’émergence et de déclin et qu’il ne reste rien d’autre à l’homme que de faire face, avec contenance, à cette réalité, dans le lieu que le destin lui a désigné. C’est ce qui a empêché Spengler de s’identifier au IIIe Reich et qui l’a amené, en 1933, dans son dernier ouvrage, Jahre der Entscheidung (Années décisives), à reprocher au NSDAP son aveuglement en politique extérieure. Pour Spengler, la politique extérieure, parce qu’elle est combat, est primordiale par rapport à la politique intérieure qui, elle, insiste davantage sur le bien-être. Ainsi le caractère hybride du national-socialisme apparaît clairement : en tant que socialisme, il recèle une forte tendance à l’utopie, même s’il connaît aussi la fascination de la mélodie héraclitéenne.
Sans doute, aucune praxis politique n’est possible sans une certaine dose d’espérance et sans allusions à un ordre (cosmique) doté de sens (téléologique). Seule une minorité d’individus soutient le regard de la Gorgone. Dans cette minorité, le pourcentage des hommes d’action est plus élevé que celui des intellectuels, des prêtres et des autres fabricants d’opinions. De toutes façons, les disciples d’Héraclite disposent de leur propre consolation, qu’ils tirent précisément de ce qui constitue, pour les autres, une source de terreur. La lecture de Spengler nous démontre le double aspect de la pensée héraclitéenne.
L’inflexibilité
C’est avec pertinence que Herbert Cysarz a cité les deux phrases qui montrent le plus implacablement ce qui sépare Oswald Spengler tant de la société libérale que de toute espèce de dictature du bien-être (qu’elle soit rouge ou brune) (4). La première de ces phrases dit : « Les faits sont plus importants que les vérités ». La seconde : « La vie n’est pas sainte ». C’est là le rude côté de la philosophie spenglérienne et c’est dans L’Homme et la Technique (1931), un livre épuré de toute ambiguïté, que Spengler la souligne tout particulièrement, par défi contre tous les bavardages de notre siècle.
Heinz Friedrich, dans son article de Die Welt, rédigé pour le centenaire du philosophe, a eu des formules plus concises encore. Il part du fait que Spengler lui-même se déclare disciple de Goethe et de Nietzsche. Cysarz, lui, disait que la notion spenglérienne de destin révélait davantage d’affinités électives avec les sagas germaniques et l’héroïsme tragique de Shakespeare qu’avec l’humanisme classique. Heinz Friedrich écrit, dans un langage qui n’a rien de spenglérien (il parle des “vérités” !) : « À la fin de ce siècle de chaos, les citoyens doivent s’habituer à ne pas seulement prendre connaissances des vérités, mais aussi à les vivre et à vivre avec elles. Comme le disait Goethe, il n’y a pas que la Nature qui soit insensible, il y a aussi l’Histoire car, pour paraphraser Spengler, on peut dire qu’elle détient plus de caractéristiques naturelles que nous voulons bien l’admettre. En conséquence, c’est avec indifférence qu’elle ignore nos espoirs et nos craintes ».
Pour Heinz Friedrich, ce qu’il y a de nietzschéen dans cela, c’est le diagnostic qui pose la décadence comme faiblesse vitale : « L’agent de la vie, le facteur favorisant l’éternel devenir, c’est, pour Nietzsche, la Volonté de Puissance ». Friedrich ajoute un avertissement : « La Volonté de Puissance, reconnue par Nietzsche comme principe vital, est tout autre chose que l’orgueil biologique et musculaire qu’aujourd’hui encore, l’on veut entendre par là ». Cette conception vulgaire des choses est partagée par les adeptes de Nietzsche comme par ses adversaires). Cela signifie tout simplement que toute vie a la pulsion de s’affirmer. Spengler est plus qu’un disciple de Nietzsche : il le complète et le transforme. La contribution personnelle de Spengler à cette école de pensée est qu’il réalise quelque chose, qu’il a trouvé, chez Nietzsche, sous la forme d’un appel.
Les couleurs de la vie
Celui qui résiste au regard de la Gorgone, n’est pas détourné du monde. Bien au contraire, il voit le monde de manière plus intense, plus plastique, plus colorée. C’est cela la réalité paradoxale. Le regard des espérances, en revanche, ne veut voir que des cohérences, des lois et, de ce fait, détourne l’attention du particulier pour se perdre dans le général : il désenchante le monde.
Il faut se rendre compte combien les Weltanschauungen dominantes, qui sont un piètre mélange de la fade idéologie des Lumières et de christianisme sécularisé, ont, pour l’homme moyen, transformé le monde en un ensemble de schémas tristes. C’est le résultat d’une vision bien déterminée de l’Histoire (dans l’Histoire, l’homme décrypte le monde pour le comprendre). Dans cette vision, d’où la vie tient-elle sa valeur ? De quelque chose qui sera atteint dans un lointain futur après une longue évolution et après notre mort. Rien n’est soi-même ; chaque chose n’existe qu’à partir du moment où elle signifie quelque chose d’autre, qui se trouve “derrière” elle.
La vie se voit alors réduite à une rationalité moyenne, qui interdit toutes ces grandes effervescences qui entraînent soit vers le haut soit vers le bas ; l’homme se meut alors dans un cadre étroit qui ne lui propose rien de plus que la satisfaction de ses besoins physiques. Au-dessus de ce cadre, souffle un tiède ventelet d’éthique behavioriste. Arnold Gehlen appelait cela « l’eudémonisme de masse ». Les masses sont constituées d’individus isolés, qui ne s’enracinent dans rien de solide, qui ne sont insérés dans aucune structure concrète, qui errent sans but dans le “général”.
C’est placé devant un tel arrière-plan que le cyclone spenglérien doit être compris: il brise la monotonie de ce qui prétend s’appeler “moderne” et réinjecte, dans le monde, de vibrantes tonalités. Dans la vision spenglérienne, l’homme n’incarne plus une quelconque “généralité”, qu’il partageait avec tous ses semblables. Bien au contraire, il appartient à une culture spécifique, qui ne peut être ramenée à quelque chose d’autre mais qui a son propre sens. Chaque culture est de nature totalement cultuelle, parce que, dans tout ce qu’elle produit, ressort le symbole particulier auquel elle s’identifie et par lequel elle se distingue. Spengler voit vivre ces cultures comme vivent des plantes, avec leurs phases de croissance et de décomposition. Chacune de ces phases de croissance occupe son propre rang. Quelle puissante mélodie résonne dans son évocation de la fin d’une culture ou du césarisme ! On citerait à plaisir des pages entières du premier volume du Déclin :
« Une vie véritable se mène. Elle ne se détermine pas par l’intellect. Les vérités se situent au-delà de l’Histoire et de la vie. (…) Les peuples de culture sont des formes jaillies du fleuve de l’existence. (…) Pour moi, le peuple (Volk) est une unité d’âme (Seele). (…) Le regard libère des limites de l’éveil. (…) Ce qui confère de la valeur a un fait singulier, est tout simplement la grande ou la faible puissance ce son langage formel, la force de ses symboles. Au-delà du bien et du mal, du supérieur et de l’inférieur, du nécessaire et de l’idéal ».
Il faut encore ajouter un dernier mot à propos de l’Allemand que fut Oswald Spengler. Celui-ci n’a pas évoqué la pluralité des cultures pour se sublimer dans l’exotisme. Il a écrit ses livres pour les Allemands qui vivaient l’effondrement du Reich. Spengler ne traîne pas les Allemands devant un quelconque tribunal de la “généralité”, mais les confronte à leur spécificité, dans le miroir de leur histoire. Dans tous les écrits de Spengler, on sent sa conviction que les Allemands ont joué, dans le passé, un rôle particulier et que les Prussiens en joueront un, dans l’avenir. Ces convictions de Spengler dérangent évidemment tous ceux qui veulent maintenir la mentalité de frustrés qui règne aujourd’hui.
Cet article d’Armin Mohler a paru dans Criticón n°60-61, octobre 1980. Ce numéro était intégralement consacré à la question allemande. Il célébrait également le dixième anniversaire de la revue et voulait, de ce fait, axer ses réflexions sur l’histoire nationale.
◘ Sur l’auteur :Armin Mohler est l’auteur d’un ouvrage capital : Die Konservative Révolution in Deutschland, 1918-1932 (2ème édition, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1972). Il a été le secrétaire de l’écrivain Ernst Jünger et correspondant de plusieurs journaux allemands ou suisses alémaniques à Paris. Né à Bâle en 1920, il s’est fixé à Munich en 1961 (où il décède le 4 juillet 2003). À partir de 1964, il dirige la Fondation Friedrich von Siemens de Munich et, en tant que tel, organise plusieurs colloques dont les actes ont été publiés. En outre, Armin Mohler est l’auteur de plusieurs livres sur la politique allemande. Armin Mohler morigène sans cesse nos voisins de l’Est, à cause de leur défaitisme politique.
Nous ne saurions achever cette introduction au dossier Spengler sans mentionner un ouvrage récent et remarquablement bien fait sur sa pensée. Il s’agit de Spengler heute, Sechs Essays (Spengler aujourd’hui, six essais), préfacé par Hermann Lübbe, sous la direction de Peter Christian Ludz. Cet ouvrage est paru aux éditions CH Beck de Munich. Il comprend des textes de Hermann Lübbe (Historisch-politische Exaltationen : Spengler wiedergelesen = Exaltations historico-politiques : Une relecture de S.), d’Alexander Demandt (Spengler und die Spätantike = Spengler et la Haute-Antiquité), de Horst Möller (Oswald Spengler : Geschichte im Dienste der Zeitkritik = O.S. : L’Histoire au service de la critique du temps), de Tracy B. Strong (O.S. : Ontologie, Kritik und Enttäuschung = S. : Ontologie, critique et déception), du spécialiste français Gilbert Merlio (S. und die Technik = S. et la technique) et de G.L. Ulmen (Metaphysik des Morgenlandes - S. über Russland = Métaphysique de l’Orient, S. et la Russie). La lecture de cet ouvrage est indispensable pour pouvoir comprendre et utiliser Spengler aujourd’hui.
Notes :
1. On pourra, bien sûr, discuter du bon goût de publier la photo de Spengler sur son lit de mort. Cette photo prouve toutefois que ce masque n’a pas, de façon durable, imprégné la physionomie de Spengler.
2. Un autre protagoniste de la Konservative Révolution, issu de cette ville, est August Winnig. Il est né deux ans avant Spengler, en 1878, et est le fils du fossoyeur.
3. Puppenspiel, le mot qu’employé Armin Mohler, signifie “guignol”, “théâtre de marionnettes”. Nous avons traduit par “Maison de Poupées”, en voulant faire allusion à la pièce d’Ibsen. Cet auteur norvégien ne s’est jamais lassé de critiquer le monde bourgeois. Et dire du monde bourgeois qu’il est une “Maison de Poupées”, c’est souligner son souci d’échapper aux vicissitudes du monde et de l’Histoire. (n.d.t.)
4. En Allemagne, la couleur rouge, en politique, est attribuée aux partis d’inspiration marxiste, communiste ou sociale-démocrate. La couleur brune aux nationaux-socialistes. La couleur noire aux partis confessionnels. Elle symbolise la soutane des prêtres. Aujourd’hui, une nouvelle couleur politique est née : la verte des écologistes. Le bleu est attribué aux libéraux. (n.d.t.)
« Spengler l'infréquenté » [JL Evard, traducteur et documentaliste, est intéressant en ce qu'il montre également — à son insu — ce qu'il en est d'une certaine réception de Spengler. Voué à la manie comparatiste comme nombre d'auto-proclamés historiens des idées qui sont de fait des (bien souvent mauvais) idéologues masqués (avec l'habituel souci d'objectivité comme cache-sexe d'une dépolitisation égotiste), il ne peut saisir ce qu'implique véritablement l'intempestivité (Unzeitgemäss) au sens nietzschéen, à savoir en quoi un enjeu civilisationnel fait historicité (bien qu'ayant pourtant traduit un court texte de G. Simmel dans la RMM rappelant la nécessité de construire un cadre historique pour contextualiser et expliciter son approche). L'auteur des Années décisives n'est pas interrogé quant à ce que recèle sa stratégie d'écriture, autrement dit sa volonté de destin devant rompre avec la logique d'un Occident malade en stade final, mais est momifié comme vieux réactionnaire atrabilaire prussien (en somme une icône néo-droitière), échappant de peu aux déjà menés procès inquisitoriaux estampillant de préfascisme, comme du temps de l'Allemagne années 50, Jünger pourtant en prise avec la question du nihilisme ou bien Klages mû par un romantisme anti-capitaliste faisant chair avec le cauchemar de l'histoire et en prise avec la question de l'aliénation posée vivement par un processus d'industrialisation déshumanisant, conforté alors par le mythe du Progrès]
Oswald Spengler is by now well-known as one of the major thinkers of the German Conservative Revolution of the early 20th Century. In fact, he is frequently cited as having been one of the most determining intellectual influences on German Conservatism of the interwar period – along with Arthur Moeller van den Bruck and Ernst Jünger – to the point where his cultural pessimist philosophy is seen to be representative of Revolutionary Conservative views in general (although in reality most Revolutionary Conservatives held more optimistic views).[1]
To begin our discussion, we shall provide a brief overview of the major themes of Oswald Spengler’s philosophy.[2] According to Spengler, every High Culture has its own “soul” (this refers to the essential character of a Culture) and goes through predictable cycles of birth, growth, fulfillment, decline, and demise which resemble that of the life of a plant. To quote Spengler:
A Culture is born in the moment when a great soul awakens out of the proto-spirituality of ever-childish humanity, and detaches itself, a form from the formless, a bounded and mortal thing from the boundless and enduring. It blooms on the soil of an exactly-definable landscape, to which plant-wise it remains bound. It dies when the soul has actualized the full sum of its possibilities in the shape of peoples, languages, dogmas, arts, states, sciences, and reverts into the proto-soul.[3]
There is an important distinction in this theory between Kultur (“Culture”) and Zivilisation (“Civilization”). Kultur refers to the beginning phase of a High Culture which is marked by rural life, religiosity, vitality, will-to-power, and ascendant instincts, while Zivilisation refers to the later phase which is marked by urbanization, irreligion, purely rational intellect, mechanized life, and decadence. Although he acknowledged other High Cultures, Spengler focused particularly on three High Cultures which he distinguished and made comparisons between: the Magian, the Classical (Greco-Roman), and the present Western High Culture. He held the view that the West, which was in its later Zivilisation phase, would soon enter a final imperialistic and “Caesarist” stage – a stage which, according to Spengler, marks the final flash before the end of a High Culture.[4]
Perhaps Spengler’s most important contribution to the Conservative Revolution, however, was his theory of “Prussian Socialism,” which formed the basis of his view that conservatives and socialists should unite. In his work he argued that the Prussian character, which was the German character par excellence, was essentially socialist. For Spengler, true socialism was primarily a matter of ethics rather than economics. This ethical, Prussian socialism meant the development and practice of work ethic, discipline, obedience, a sense of duty to the greater good and the state, self-sacrifice, and the possibility of attaining any rank by talent. Prussian socialism was differentiated from Marxism and liberalism. Marxism was not true socialism because it was materialistic and based on class conflict, which stood in contrast with the Prussian ethics of the state. Also in contrast to Prussian socialism was liberalism and capitalism, which negated the idea of duty, practiced a “piracy principle,” and created the rule of money.[5]
Oswald Spengler’s theories of predictable culture cycles, of the separation between Kultur and Zivilisation, of the Western High Culture as being in a state of decline, and of a non-Marxist form of socialism, have all received a great deal of attention in early 20th Century Germany, and there is no doubt that they had influenced Right-wing thought at the time. However, it is often forgotten just how divergent the views of many Revolutionary Conservatives were from Spengler’s, even if they did study and draw from his theories, just as an overemphasis on Spenglerian theory in the Conservative Revolution has led many scholars to overlook the variety of other important influences on the German Right. Ironically, those who were influenced the most by Spengler – not only the German Revolutionary Conservatives, but also later the Traditionalists and the New Rightists – have mixed appreciation with critique. It is this reality which needs to be emphasized: the majority of Conservative intellectuals who have appreciated Spengler have simultaneously delivered the very significant message that Spengler’s philosophy needs to be viewed critically, and that as a whole it is not acceptable.
The most important critique of Spengler among the Revolutionary Conservative intellectuals was that made by Arthur Moeller van den Bruck.[6] Moeller agreed with certain basic ideas in Spengler’s work, including the division between Kultur and Zivilisation, with the idea of the decline of the Western Culture, and with his concept of socialism, which Moeller had already expressed in an earlier and somewhat different form in Der Preussische Stil (“The Prussian Style,” 1916).[7] However, Moeller resolutely rejected Spengler’s deterministic and fatalistic view of history, as well as the notion of destined culture cycles. Moeller asserted that history was essentially unpredictable and unfixed: “There is always a beginning (…) History is the story of that which is not calculated.”[8] Furthermore, he argued that history should not be seen as a “circle” (in Spengler’s manner) but rather a “spiral,” and a nation in decline could actually reverse its decline if certain psychological changes and events could take place within it.[9]
The most radical contradiction with Spengler made by Moeller van den Bruck was the rejection of Spengler’s cultural morphology, since Moeller believed that Germany could not even be classified as part of the “West,” but rather that it represented a distinct culture in its own right, one which even had more in common in spirit with Russia than with the “West,” and which was destined to rise while France and England fell.[10] However, we must note here that the notion that Germany is non-Western was not unique to Moeller, for Werner Sombart, Edgar Julius Jung, and Othmar Spann have all argued that Germans belonged to a very different cultural type from that of the Western nations, especially from the culture of the Anglo-Saxon world. For these authors, Germany represented a culture which was more oriented towards community, spirituality, and heroism, while the modern “West” was more oriented towards individualism, materialism, and capitalistic ethics. They further argued that any presence of Western characteristics in modern Germany was due to a recent poisoning of German culture by the West which the German people had a duty to overcome through sociocultural revolution.[11]
Another key intellectual of the German Conservative Revolution, Hans Freyer, also presented a critical analysis of Spenglerian philosophy.[12] Due to his view that that there is no certain and determined progress in history, Freyer agreed with Spengler’s rejection of the linear view of progress. Freyer’s philosophy of culture also emphasized cultural particularism and the disparity between peoples and cultures, which was why he agreed with Spengler in terms of the basic conception of cultures possessing a vital center and with the idea of each culture marking a particular kind of human being. Being a proponent of a community-oriented state socialism, Freyer found Spengler’s anti-individualist “Prussian socialism” to be agreeable. Throughout his works, Freyer had also discussed many of the same themes as Spengler – including the integrative function of war, hierarchies in society, the challenges of technological developments, cultural form and unity – but in a distinct manner oriented towards social theory.[13]
However, Freyer argued that the idea of historical (cultural) types and that cultures were the product of an essence which grew over time were already expressed in different forms long before Spengler in the works of Karl Lamprecht, Wilhelm Dilthey, and Hegel. It is also noteworthy that Freyer’s own sociology of cultural categories differed from Spengler’s morphology. In his earlier works, Freyer focused primarily on the nature of the cultures of particular peoples (Völker) rather than the broad High Cultures, whereas in his later works he stressed the interrelatedness of all the various European cultures across the millennia. Rejecting Spengler’s notion of cultures as being incommensurable, Freyer’s “history regarded modern Europe as composed of ‘layers’ of culture from the past, and Freyer was at pains to show that major historical cultures had grown by drawing upon the legacy of past cultures.”[14] Finally, rejecting Spengler’s historical determinism, Freyer had “warned his readers not to be ensnared by the powerful organic metaphors of the book [Der Untergang des Abendlandes] … The demands of the present and of the future could not be ‘deduced’ from insights into the patterns of culture … but were ultimately based on ‘the wager of action’ (das Wagnis der Tat).”[15]
Yet another important Conservative critique of Spengler was made by the Italian Perennial Traditionalist philosopher Julius Evola, who was himself influenced by the Conservative Revolution but developed a very distinct line of thought. In his The Path of Cinnabar, Evola showed appreciation for Spengler’s philosophy, particularly in regards to the criticism of the modern rationalist and mechanized Zivilisation of the “West” and with the complete rejection of the idea of progress.[16] Some scholars, such as H.T. Hansen, stress the influence of Spengler’s thought on Evola’s thought, but it is important to remember that Evola’s cultural views differed significantly from Spengler’s due to Evola’s focus on what he viewed as the shifting role of a metaphysical Perennial Tradition across history as opposed to historically determined cultures.[17]
In his critique, Evola pointed out that one of the major flaws in Spengler’s thought was that he “lacked any understanding of metaphysics and transcendence, which embody the essence of each genuine Kultur.”[18] Spengler could analyze the nature of Zivilisation very well, but his irreligious views caused him to have little understanding of the higher spiritual forces which deeply affected human life and the nature of cultures, without which one cannot clearly grasp the defining characteristic of Kultur. As Robert Steuckers has pointed out, Evola also found Spengler’s analysis of Classical and Eastern cultures to be very flawed, particularly as a result of the “irrationalist” philosophical influences on Spengler: “Evola thinks this vitalism leads Spengler to say ‘things that make one blush’ about Buddhism, Taoism, Stoicism, and Greco-Roman civilization (which, for Spengler, is merely a civilization of ‘corporeity’).”[19] Also problematic for Evola was “Spengler’s valorization of ‘Faustian man,’ a figure born in the Age of Discovery, the Renaissance and humanism; by this temporal determination, Faustian man is carried towards horizontality rather than towards verticality.”[20]
Finally, we must make a note of the more recent reception of Spenglerian philosophy in the European New Right and Identitarianism: Oswald Spengler’s works have been studied and critiqued by nearly all major New Right and Identitarian intellectuals, including especially Alain de Benoist, Dominique Venner, Pierre Krebs, Guillaume Faye, Julien Freund, and Tomislav Sunic. The New Right view of Spenglerian theory is unique, but is also very much reminiscent of Revolutionary Conservative critiques of Moeller van den Bruck and Hans Freyer. Like Spengler and many other thinkers, New Right intellectuals also critique the “ideology of progress,” although it is significant that, unlike Spengler, they do not do this to accept a notion of rigid cycles in history nor to reject the existence of any progress. Rather, the New Right critique aims to repudiate the unbalanced notion of linear and inevitable progress which depreciates all past culture in favor of the present, while still recognizing that some positive progress does exist, which it advocates reconciling with traditional culture to achieve a more balanced cultural order.[21] Furthermore, addressing Spengler’s historical determinism, Alain de Benoist has written that “from Eduard Spranger to Theodor W. Adorno, the principal reproach directed at Spengler evidently refers to his ‘fatalism’ and to his ‘determinism.’ The question is to know up to what point man is prisoner of his own history. Up to what point can one no longer change his course?”[22]
Like their Revolutionary Conservative precursors, New Rightists reject any fatalist and determinist notion of history, and do not believe that any people is doomed to inevitable decline; “Decadence is therefore not an inescapable phenomenon, as Spengler wrongly thought,” wrote Pierre Krebs, echoing the thoughts of other authors.[23] While the New Rightists accept Spengler’s idea of Western decline, they have posed Europe and the West as two antagonistic entities. According to this new cultural philosophy, the genuine European culture is represented by numerous traditions rooted in the most ancient European cultures, and must be posed as incompatible with the modern “West,” which is the cultural emanation of early modern liberalism, egalitarianism, and individualism.
The New Right may agree with Spengler that the “West” is undergoing decline, “but this original pessimism does not overshadow the purpose of the New Right: The West has encountered the ultimate phase of decadence, consequently we must definitively break with the Western civilization and recover the memory of a Europe liberated from the egalitarianisms…”[24] Thus, from the Identitarian perspective, the “West” is identified as a globalist and universalist entity which had harmed the identities of European and non-European peoples alike. In the same way that Revolutionary Conservatives had called for Germans to assert the rights and identity of their people in their time period, New Rightists call for the overcoming of the liberal, cosmopolitan Western Civilization to reassert the more profound cultural and spiritual identity of Europeans, based on the “regeneration of history” and a reference to their multi-form and multi-millennial heritage.
Lucian Tudor
Notes
[1] An example of such an assertion regarding cultural pessimism can be seen in “Part III. Three Major Expressions of Neo-Conservatism” in Klemens von Klemperer, Germany’s New Conservatism: Its History and Dilemma in the Twentieth Century (Princeton: Princeton University Press, 1968).
[2] To supplement our short summary of Spenglerian philosophy, we would like to note that one the best overviews of Spengler’s philosophy in English is Stephen M. Borthwick, “Historian of the Future: An Introduction to Oswald Spengler’s Life and Works for the Curious Passer-by and the Interested Student,” Institute for Oswald Spengler Studies, 2011, <https://sites.google.com/site/spenglerinstitute/Biography>.
[3] Oswald Spengler, The Decline of the West Vol. 1: Form and Actuality (New York: Alfred A. Knopf, 1926), p. 106.
[4] Ibid.
[5] See “Prussianism and Socialism” in Oswald Spengler, Selected Essays (Chicago: Gateway/Henry Regnery, 1967).
[6] For a good overview of Moeller’s thought, see Lucian Tudor, “Arthur Moeller van den Bruck: The Man & His Thought,” Counter-Currents Publishing, 17 August 2012, <http://www.counter-currents.com/2012/08/arthur-moeller-van-den-bruck-the-man-and-his-thought/>.
[7] See Fritz Stern, The Politics of Cultural Despair (Berkeley & Los Angeles: University of California Press, 1974), pp. 238-239, and Alain de Benoist, “Arthur Moeller van den Bruck,” Elementos: Revista de Metapolítica para una Civilización Europea No. 15 (11 June 2011), p. 30, 40-42. <http://issuu.com/sebastianjlorenz/docs/elementos_n__15>.
[8] Arthur Moeller van den Bruck as quoted in Benoist, “Arthur Moeller van den Bruck,” p. 41.
[9] Ibid., p. 41.
[10] Ibid., pp. 41-43.
[11] See Fritz K. Ringer, The Decline of the German Mandarins: The German Academic Community, 1890–1933 (Hanover: University Press of New England, 1990), pp. 183 ff.; John J. Haag, Othmar Spann and the Politics of “Totality”: Corporatism in Theory and Practice (Ph.D. Thesis, Rice University, 1969), pp. 24-26, 78, 111.; Alexander Jacob’s introduction and “Part I: The Intellectual Foundations of Politics” in Edgar Julius Jung, The Rule of the Inferiour, Vol. 1 (Lewiston, New York: Edwin Mellon Press, 1995).
[12] For a brief introduction to Freyer’s philosophy, see Lucian Tudor, “Hans Freyer: The Quest for Collective Meaning,” Counter-Currents Publishing, 22 February 2013, <http://www.counter-currents.com/2013/02/hans-freyer-the-quest-for-collective-meaning/>.
[13] See Jerry Z. Muller, The Other God That Failed: Hans Freyer and the Deradicalization of German Conservatism (Princeton: Princeton University Press, 1987), pp. 78-79, 120-121.
[14] Ibid., p. 335.
[15] Ibid., p. 79.
[16] See Julius Evola, The Path of Cinnabar (London: Integral Tradition Publishing, 2009), pp. 203-204.
[17] See H.T. Hansen, “Julius Evola’s Political Endeavors,” in Julius Evola, Men Among the Ruins: Postwar Reflections of a Radical Traditionalist (Rochester: Inner Traditions, 2002), pp. 15-17.
[18] Evola, Path of Cinnabar, p. 204.
[19] Robert Steuckers, “Evola & Spengler”, Counter-Currents Publishing, 20 September 2010, <http://www.counter-currents.com/2010/09/evola-spengler/> .
[20] Ibid.
[21] In a description that applies as much to the New Right as to the Eurasianists, Alexander Dugin wrote of a vision in which “the formal opposition between tradition and modernity is removed… the realities superseded by the period of Enlightenment obtain a legitimate place – these are religion, ethnos, empire, cult, legend, etc. In the same time, a technological breakthrough, economical development, social fairness, labour liberation, etc. are taken from the Modern” (See Alexander Dugin, “Multipolarism as an Open Project,” Journal of Eurasian Affairs Vol. 1, No. 1 (September 2013), pp. 12-13).
[22] Alain de Benoist, “Oswald Spengler,” Elementos:Revista de Metapolítica para una Civilización Europea No. 10 (15 April 2011), p. 13.<http://issuu.com/sebastianjlorenz/docs/elementos_n__10>.
[23] Pierre Krebs, Fighting for the Essence (London: Arktos, 2012), p. 34.
[24] Sebastian J. Lorenz, “El Decadentismo Occidental, desde la Konservative Revolution a la Nouvelle Droite,”Elementos No. 10, p. 5.
Publicado en la revista Elementy #2, Moscú, Rusia. Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
“La perversión debe entrar al mundo, pero desgracia para aquellos a través de cuyos esfuerzos vendrá”. Evangile
Después de la Guerra del Golfo, casi todos los medios de comunicación en Rusia, así como en Occidente, inyectaron en el lenguaje común la fórmula “Nuevo Orden Mundial”, acuñada por George Bush, y luego utilizada por otros políticos, incluidos Gorbachov y Yeltsin. El Nuevo Orden Mundial, basado en el establecimiento de un Gobierno Mundial Único, como lo han admitido con franqueza los ideólogos de la Comisión Trilateral y Bildenburg, no es simplemente una cuestión de dominación político-económica de una cierta camarilla “oculta” de banqueros gobernantes internacionales. Este “Orden” se basa en la victoria a escala mundial de una determinada ideología especial, por lo que el concepto se refiere no solo a los instrumentos de poder, sino también a la “revolución ideológica”, una conciencia de “golpe de estado”, un “nuevo pensamiento”. La vaguedad de las formulaciones, el secretismo y la cautela constantes, el misterio deliberado de los mundialistas no permiten, hasta el último momento, discernir claramente el contorno de esta nueva ideología, que decidieron imponer a los pueblos del mundo. Y solo después de Irak, como si siguiera las órdenes de alguien, se acabaron ciertas prohibiciones y aparecieron varias publicaciones, que comenzaron a llamar a las cosas por sus nombres propios. Entonces, intentemos, sobre la base del análisis realizado por un grupo de autores de la junta editorial de “Elementos”, definir, en los términos más generales, los conceptos básicos de la ideología del Nuevo Orden Mundial.
El Nuevo Orden Mundial representa en sí mismo un proyecto escatológico y mesiánico, muy superior en alcance a otras formas históricas de utopías planetarias, como el primer movimiento protestante en Europa, el califato árabe o los planes comunistas para una revolución mundial. Quizás, estos proyectos utópicos sirvieron como preludios a la forma final del mundialismo, ensayos que probaron mecanismos de integración, efectividad de las estructuras de mando, prioridades ideológicas, métodos tácticos, etc. Tomando esto por un lado, el mundialismo contemporáneo, absorbiendo la experiencia del protestantismo, de las herejías escatológicas, las revoluciones comunistas y los cataclismos geopolíticos de siglos pasados han agudizado sus formulaciones finales, determinando finalmente lo que era pragmático e incidental en formas anteriores, y lo que realmente compuso la tendencia básica de la historia en el camino hacia el Nuevo Orden Mundial. Después de una secuencia completa de vacilaciones, ambigüedades, pasos pragmáticos y retiradas tácticas, el mundialismo contemporáneo finalmente ha formulado sus principios fundamentales con respecto a la situación presente. Estos principios se pueden asignar a cuatro niveles:
1. Económico: la ideología del Nuevo Orden Mundial presupone un establecimiento completo y obligatorio del sistema de mercado capitalista liberal en todo el planeta, sin tener en cuenta las regiones culturales y étnicas. Todos los sistemas socioeconómicos que llevan elementos de “socialismo”, “justicia social o nacional”, “protección social” deben ser completamente destruidos y convertidos en sociedades de “mercado absolutamente libre”. Todos los coqueteos pasados del mundialismo con modelos “socialistas” se están deteniendo por completo, y el liberalismo del mercado se está convirtiendo en la única forma dominante económica del planeta, gobernado por el Gobierno Mundial.
2. Geopolítico: la ideología del Nuevo Orden Mundial da preferencia incondicional a los países que comprenden el Occidente geográfico e histórico en contraste con los países del Este. Incluso en el caso de una ubicación relativamente occidental de un país u otro, siempre será favorecida en comparación con su vecino del este. El esquema implementado previamente de alianza geopolítica de Occidente con el Este contra el Centro (por ejemplo, el Occidente capitalista junto con la Rusia comunista contra la Alemania nacionalsocialista) ya no es utilizado por el mundialismo contemporáneo. La prioridad geopolítica de la orientación occidental se está volviendo absoluta.
3. Étnico: la ideología del Nuevo Orden Mundial insiste en la máxima mezcla racial, nacional, étnica y cultural de los pueblos, dando preferencia al cosmopolitismo de las grandes ciudades. Los movimientos nacionales y mininacionales, utilizados anteriormente por los mundialistas en su lucha contra el “gran nacionalismo” de tipo imperial, serán reprimidos decisivamente, ya que no habrá lugar para ellos en esta Orden. En todos los niveles, la política nacional del Gobierno Mundial se orientará hacia la mezcla, el cosmopolitismo, el crisol, etc.
4. Religiosos: la ideología del Nuevo Orden Mundial está preparando la llegada al mundo de una cierta figura mística, cuya aparición se supone que cambiará drásticamente la escena religioso-ideológica en el planeta. Los ideólogos del mundialismo están convencidos de que lo que se quiere decir con esto es la llegada al mundo de Moshiah, el Mesías que revelará las leyes de una nueva religión a la humanidad y realizará muchos milagros. La era del uso pragmático de las doctrinas ateas, racionalistas y materialistas por los mundialistas ha terminado. Ahora, proclaman la llegada de una época de “nueva religiosidad”.
Esta es exactamente la imagen que emerge de un análisis de las últimas revelaciones realizadas por ideólogos de la Comisión Tripartita, el Club Bildenburg, el Consejo Americano de Relaciones Exteriores y otros autores, atendiendo intelectualmente al mundialismo internacional en niveles muy diferentes, comenzando con el “neoespiritualismo” y terminando con diseños económicos y estructurales concretos de tecnócratas pragmáticos. El estudio cuidadoso de estos cuatro niveles de la ideología del Gobierno Mundial es una preocupación de muchos proyectos y trabajos de investigación serios, una parte de los cuales, esperamos, aparecerá en las páginas de los siguientes volúmenes de “Elementos”. Pero nos gustaría centrarnos en varios aspectos en este momento. En primer lugar, es importante tener en cuenta que esta ideología no puede calificarse como “derecha” o “izquierda”. Más que eso, dentro de él existe una superposición esencial y consciente de dos capas, relacionadas con las realidades políticas polares. El Nuevo Orden Mundial es radical y rígidamente “derechista” en el plano económico, ya que asume la primacía absoluta de la propiedad privada, los mercados completamente libres y el triunfo de los apetitos individualistas en la esfera económica. Simultáneamente, el Nuevo Orden Mundial es radical y rígidamente “izquierdista” en el frente político-cultural, ya que la ideología del cosmopolitismo, la mezcla y el liberalismo ético pertenecen tradicionalmente a la categoría de prioridades políticas “izquierdistas”. Esta combinación de la “derecha” económica con la “izquierda” ideológica sirve como eje conceptual de la estrategia mundialista contemporánea, la base para el diseño de la próxima civilización. Esta ambigüedad se manifiesta incluso en el mismo término “liberalismo”, que, en el nivel económico, significa “mercados absolutamente libres”, pero en el nivel ideológico designa una “ideología moderada de permisividad”. Hoy, podemos afirmar justificadamente que el Gobierno Mundial basará su dictadura no en algún modelo típico de “tiranía totalitaria”, sino en principios del “liberalismo”. Reveladoramente, es en este mismo caso que la terrible parodia escatológica llamada Nuevo Orden Mundial será perfeccionada y completada.
En segundo lugar, Occidente, al frente de las teorías geopolíticas del Nuevo Orden Mundial como el hemisferio donde se pone el Sol, el Sol de la Historia, asume el papel de un modelo estratégico y cultural. En el curso de la última etapa de realización de proyectos mundialistas, el simbolismo natural debe coincidir completamente con el simbolismo geopolítico, y la complejidad de la construcción, las maniobras y las alianzas políticas del bloque geopolítico anteriores, que los mundialistas usaron antes para alcanzar sus objetivos, ahora dan paso a Una lógica geopolítica clara como el cristal, que incluso un simplón es capaz de comprender. En tercer lugar, desde el punto de vista de tendencias religiosas tan diversas como el cristianismo ortodoxo y el islam, Moshiah, cuya llegada se supone que facilitarán las instituciones mundialistas en construcción, está claramente y sin ninguna duda asociada con la figura siniestra del Anticristo. Como se deduce de la lógica misma del drama apocalíptico, en el curso de la última lucha, el enfrentamiento ocurrirá no entre lo Sagrado y lo profano, ni entre Religión y ateísmo, sino entre Religión y pseudo-religión. Es por eso que Moshiah del Gobierno Mundial no es simplemente un “proyecto cultural”, un nuevo “mito social” o una “utopía grotesca”, sino que es algo mucho más serio, real, terrible. Es completamente obvio que los opositores al mundialismo y los enemigos del Nuevo Orden Mundial (los miembros del personal de “Elementos” se consideran entre ellos) deben asumir una posición radicalmente negativa con respecto a esta ideología. Esto significa que es necesario contrarrestar al Gobierno Mundial y sus planes con una ideología alternativa, formulada al negar la doctrina del Nuevo Orden Mundial.
La ideología radicalmente opuesta al mundialismo también se puede describir en cuatro niveles.
1. Económico: prioridad de la justicia social, la protección social y el factor nacional “comunitario” en el sistema de producción y distribución.
2. Geopolítico: una clara orientación hacia el Este y solidaridad con los sectores geopolíticos más orientales al considerar los conflictos territoriales, etc.
3. Étnico: lealtad a las tradiciones y rasgos nacionales, étnicos y raciales de los pueblos y estados, con una preferencia especial por el “gran nacionalismo” de tipo imperial en contraste con los mini-nacionalismos con tendencias separatistas.
4. Religioso: devoción a las formas religiosas originales y tradicionales: lo más importante, el cristianismo ortodoxo y el Islam, que identifican claramente la “nueva religiosidad”, el Nuevo Orden Mundial y Moshiah con el jugador más siniestro del drama escatológico, el Anticristo (Dadjal en árabe).
El frente de guerra ideológica antimundialista también debe combinar en sí mismo elementos de ideologías “izquierdistas” y “derechistas”, pero debemos ser “derechistas” en términos políticos (en otras palabras, “nacionalistas”, “tradicionalistas”, etc.) y ” izquierdista “en la esfera económica (en otras palabras, partidarios de la justicia social,” socialismo “, etc.) De hecho, esta combinación no es solo un programa político convencional y arbitrario, sino una condición necesaria en esta etapa de la lucha. La prioridad geopolítica de Oriente nos obliga a renunciar por completo a los diferentes prejuicios “anti-asiáticos”, a veces sostenidos por la derecha rusa bajo la influencia de un mal y completamente inoportuno ejemplo de la derecha europea. El “anti-asiaticismo” solo juega en manos del Nuevo Orden Mundial. Y, finalmente, la lealtad a la Iglesia, las enseñanzas de los Santos Padres, el cristianismo ortodoxo es un elemento necesario y el más importante de la lucha antimundialista, ya que la sustancia y el significado de esta lucha es elegir al Dios verdadero, el “lado correcto”, la “parte bendecida”. Y nadie podrá salvarnos del falso encanto, el pecado, la tentación, la muerte, en este terrible viaje, excepto el Hijo de Dios. Debemos convertirnos en su anfitrión, su ejército, sus siervos y sus misioneros. El Gobierno Mundial es la última rebelión del mundo inferior contra lo Divino. Corto será el instante de su triunfo. Eterno será la alegría de aquellos que se unirán a las filas de los “últimos luchadores por la Verdad y la Libertad en Dios”.
Le numéro 82 de la revue TERRE & PEUPLE Magazine est centré sur le thème ‘Quel avenir pour les autochtones d’Europe ?’.
Dans son éditorial ‘Le poids du réel’, Pierre Vial pointe la crise de confiance des Français : selon un sondage IPSOS, 75% n’écoutent même plus les ‘ficelles’ des politiciens. Il cite Patrick Boucheron, professeur au Collège de France, pour qui le discours de Macron sur l’immigration est « non seulement mensonger, mais incompréhensible » ! Alors que la justice échoue à protéger les victimes des violences : ce n’est que dans 65% des cas que la police a été saisie et dans 18% que les procès-verbaux ont débouché sur des investigations. Dans le même temps, la ministre Belloubet proclame : « Pour qu’il n’y ait pas de sentiment d’impunité, il doit toujours y avoir une réponse pénale ! » Dans la foulée, la porte-parole du gouvernement Sibeth Ndiaye admet : « L’ambiance est à la sinistrose, mais il y a des signaux positifs ! »
La parution du tome II des Mémoires de Jean-Marie Le Pen justifie bien un entretien avec le Menhir, lequel démarre d’emblée sur l’explosion démographique (de deux à huit milliards d’humains sur un demi-siècle) et sur notre destruction dans moins de trente ans. « Pour un peuple, survivre n’est pas un droit, mais un devoir à assumer sans faillir, comme la défense de son territoire dont il faut maîtriser l’accès. Pendant 40 ans, nous avons, par idéologie ou par faiblesse, créé un appel de populations. Il faut à présent les dissuader et les prévenir que ceux qui viennent sans y être autorisés n’auront droit à rien. Mais que nous sommes prêts à les aider chez eux. Le temps presse pour nous, peuple vieillissant. En France, la gauche est sanctifiée et exploite, depuis la Libération, un monopole de la moralité. Toute action débutant par une affirmation de soi, j’ai défini le Front National comme le parti de la droite nationale, populaire et sociale. Chirac, élu par la droite, faisait une politique de gauche. La division de la gauche m’a permis de supplanter Jospin, qui aurait été élu au second tour. Ils ont eu peur et ont mobilisé tout le monde sur le pont, y compris l’Assemblée des évêques ! Chirac a trahi la tradition républicaine en refusant le débat de l’entre-deux tours. Le FN a servi d’assistante sociale au peuple français, en lui faisant prendre conscience du péril qu’il court. Notamment la révolution mondialiste New Age sous la houlette de l’ONU, dont les parrains en France tiennent le haut du pavé intellectuel et politique, bobos, gauche caviar et une certaine droite qui en attend de la main d’œuvre à bas salaires. Les peuples pauvres n’attendront pas pour débouler aux endroits les plus favorables. De la part des classes moyennes menacées, on ne relève que des résistances sporadiques minoritaires. Le mouvement des Gilets Jaunes est original : le gilet, protection imposée par l’état, fait l’unité ! Il ne faut pas chercher à se dédiaboliser, mais au contraire s’affirmer et tenter des actions communes avec nos partenaires du Continent boréal, les pays slaves compris. »
Robert Dun à la fin de sa vie: une chaleur humaine, un enthousiasme, un anarchisme nietzschéen des plus originaux
Thierry Durolle traite du retour à la terre comme stratégie de survie. Il est lui-même un néo-rural. Issu d’une famille orientée fortement à gauche, le collège, communautariste, l’a fait virer. L’éducation nationale ne l’a pas convaincu et la sacro-sainte Shoah l’a laissé de marbre. Il a exécré le mode de vie urbain, l’insécurité, le qui-vive perpétuel. C’est alors qu’il a découvert le combat écologiste de Robert Dun et celui de Richard Walther Darré. Et ensuite le numéro de Terre & Peuple Magazine consacré à l’écologie. Les embrouilles avec les allochtones n’ont fait que fortifier son envie de quitter une ville acquise à l’ennemi. La chance l’a fait rencontrer la mère de ses enfants qui, partageant par bonheur sa Weltanschauung, a fait le choix de les faire grandir en liaison avec la nature. Le secteur isolé qu’ils ont choisi comportait une forte concentration d’anthroposophes et de cultivateurs biologiques, dont plusieurs familles ‘europaïennes’. Il faut toutefois se garder d’idéaliser la vie campagnarde : tout y est plus difficile. Disposer d’une voiture y est vital. Les autochtones sont affectés des mêmes tares que les citadins et s’isoler est impossible. A des rares exceptions, les ruraux n’acceptent pas les intrus. Les exploitants agricoles, à bout de souffle, sont des empoisonneurs, volontiers malveillants. Les cultivateurs bio sont nombreux, grâce notamment à une école Steiner. Humanistes pro-migrants, ils n’en sont pas moins plus intéressants que les ruraux de base. L’auteur se félicite de ne pas habiter le bourg, mais une maison en pleine nature. Il avertit contre les ruses des malhonnêtes, qui pullulent dans les campagnes. Le rythme de vie y est plus lent et moins stressant. L’objectif d’un païen, d’un paganus, c’est de s’enraciner et dès lors de décélérer.
Roberto Fiorini nous interpelle sur la nécessité de penser à notre avenir très incertain de façon collective, car résister seul n’a que peu d’intérêt. Il rappelle que c’est notamment Robert Dun qui, un des premiers, a suggéré un retour à la terre, dans un regroupement de familles ethniquement harmonieux. En pratiquant une alimentation saine, d’origine connue et tant que possible en autonomie/autarcie relative. Il insiste sur le fait que notre alimentation est notre médication ! D’abord se rapproprier les tâches de la culture et de l’élevage, de la production d’électricité, du bois de chauffage, de l’eau potable… Pour en vivre ou tout au moins retrouver les gestes essentiels, quitte à conserver une source de revenus à côté. Tout en se recentrant sur l’instruction et l’éducation des enfants, pour les rendre plus forts que nous. Tout cela dans le cadre d’une solidarité responsable avec les autres familles de la communauté. En pratiquant la coopération et l’entraide mutuelle, en recherchant les activités communes, en partageant les plaisirs et les fêtes saisonnières, avec leurs chants et leurs danses. Mais en demeurant toutefois lucidement conscients que la vie impose de s’adapter aux circonstances de l’évolution. Il souligne l’importance de l’autogestion dans le processus de décision, et de son adaptation aux circonstances et aux goûts de chaque groupe. Il insiste aussi sur la nécessité de mettre en œuvre une véritable bienveillance communautaire, socle de la solidarité. Celle-ci requiert de chacun la frugalité, le détachement des appétits personnels excessifs et surtout la volonté de faire le bien des siens.
Pierre-Paul Jobert s’attache à situer et évaluer la menace que font peser certains progrès techniques, en biotechnologie, en cybernétique, en intelligence artificielle. Il invite les traditionalistes que nous sommes à prendre attitude en évitant de s’enfermer dans un choix entre nostalgie ou modernité. Il prévient contre la vision déformée que peuvent inspirer sur la matière des fictions futurologues, romanesque ou cinématographique ou des vulgarisations par des auteurs dont l’autorité se mesure pour l’essentiel à leurs succès de librairie. L’IA et la robotique n’en mettent pas moins en question les notions de travail et de travailleurs. La caste de ces derniers tendrait à se limiter à ceux qui auront à compléter l’IA et à la guider. Mais l’IA est en mesure de suppléer, voire de remplacer avantageusement l’opérateur humain dans pratiquement les sept types d’intelligence que distingue Howard Gardner, à savoir les intelligences linguistique, logico-mathématique, visuelle, musicale, corporelle-kinesthésique, interpersonnelle-sociale, intrapersonnelle. En fin de compte, il n’y aurait plus guère qu’en matière d’intelligence émotionnelle et de créativité que l’IA resterait à la traîne. L’intelligence émotionnelle est celle de l’esthétique, celle de la lecture introspective de la douleur et de la finitude. Celle qui suggère à notre auteur la gymnastique mentale de la méditation. Pour ce qui est de la créativité, il n’y a pratiquement que dans l’innovation de rupture que l’IA peut être surclassée. Mais se pose la question : à quoi doit servir notre travail ? A produire un résultat désiré : hier c’était connaître et conquérir ; aujourd’hui c’est consommer et jouir ; demain ce sera quoi ? Pour nous Gaulois, ce sera le désir d’être nous-mêmes, la volonté de puissance. Faisons que notre désir ne change pas d’orientation. Mais ne détournons pas les yeux devant les réalisations des hautes technologies au seul motif qu’elles servent un système détestable. Recevons l’IA pour comprendre son fonctionnement et comment en tirer parti pour augmenter l’influence de notre peuple. Pour faire grandir ses élites en étant ancrés dans le temps, dans la perspective du futur et non plus seulement pour survivre.
Jean-Patrick Arteault définit la notion d’autochtone. Il revendique cette qualité pour les Albo-Européens, ceux qui ont établi avec la terre d’Europe des liens millénaires, d’une durée assez longue pour être considérés comme permanents, structurés par la vision indo-européenne, un inconscient culturel bâti sur la longue durée. Ils sont les autochtones d’Europe, comme les Sami le sont de la Laponie, ce qui leur confère avec la terre ancestrale un rapport privilégié, spirituel, culturel et politique. L’allochtone a ce même rapport avec une autre terre. Antonin Campana, qui anime le blog Terre Autochtone, y a diffusé le résumé de son livre ‘Grand Remplacement : Que faire’, lequel propose une stratégie de libération. Pour Jean-Patrick Arteault, cet ouvrage est l’équivalent de ‘L’Etat Juif’ de Théodore Herzl. Il fait remarquer qu’il ne s’est passé que cinquante-deux ans entre la parution de celui-ci et la déclaration d’indépendance d’Israël. Il juge peu probable l’effondrement total que présupposent les stratégies survivalistes. Aucune d’entre elles ne permettrait d’y faire face. Les identitaires réagissent au Grand Remplacement sans en prendre la mesure ni réaliser que l’Etat prête la main à la disparition des autochtones. Le monde des nations est mort. Que son effondrement s’opère brutalement est moins probable que dans une succession de chocs, de crises, de guerres. L’oligarchie viserait à se passer de la majeure partie des classes populaires et moyennes, au moyen de l’appauvrissement, de la dégradation de l’enseignement et de la réflexion autonome, de l’affaiblissement de la cohésion sociale et par un encadrement techno-policier qui ne se préoccupe même plus de dissimuler la fin programmée des libertés publiques. Le survivalisme n’est dès lors plus seulement une précaution, mais une vision politique : l’édification de communautés autonomes, solidaires et puissantes, qui attirent et rayonnent. La Base Autonome Durable devenant Zone Autochtone Défendable avant de devenir Zone Libérée. Chaque extension de ZAD doit s’accompagner d’une structuration politique. Le premier stade est la capacité de supporter les chocs. L’autonomie ne peut pas être repli devant la technologie, mais synthèse archéo-futuriste d’Européens à la fois völkisch et faustiens. La solidarité doit s’abstenir d’intervenir au profit de l’allochtone, du traître et du mouton imbécile. Survivre dans des réserves n’est pas un destin acceptable, d’autant moins que le système peut se dégrader insensiblement, son architecture permettant aux oligarques et à leurs serviteurs de continuer de vivre bien. C’est pourquoi il nous faut ne rien lâcher.
Johan Morgan rappelle que l’histoire de la ZAD de ND-des-Landes est celle d’une victoire des zadistes. En 1962, l’exode rural vers les villes avait inspiré une loi instituant des ZAD (zones d’aménagement différé), dans lesquelles l’administration disposait d’un droit de préemption en vue d’y aménager des équipements à moindre coût, en l’espèce un aéroport sur 1.350 Ha. Le choc pétrolier a remisé le projet, qui n’est ressorti qu’en 2000, pour être enfin déclaré d’utilité publique en 2008. Des associations locales, des partis du centre et de gauche et des mouvements écologistes organisent une première occupation en 2009. L’entreprise Vinci ayant obtenu la concession du chantier, les actions se multiplient : squat des bâtiments expropriés, sabotages, occupations de fortune, barrages routiers, entartages d’élus, attaques de permanences PS, arrestations, procès… Soutenus par les black Blocks et autres antifas, les défenseurs sont déterminés et l’opération de police César est un fiasco . Le 17 novembre 2012, une manifestation internationale rassemble quarante mille personnes sur le site. Beaucoup s’engagent comme volontaires sur les chantiers, dans un mouvement de solidarité communautaire, car la diversité y est moins que discrète. Et ce n’est pas qu’une favela de plus, car les gens sérieux entreprennent aussitôt des activités agricoles et d’élevage, montent des serres, installent des ruches, plantent des arbres fruitiers. Ils montent un centre d’accueil, une infirmerie, une boulangerie, une bibliothèque, un hebdomadaire, une radio pirate, une garderie, un conseil de médiation, des soirées de projections, de débats, de concerts. A cela, l’Etat et Vinci opposent une stratégie d’usure par les procédures, la démoralisation, l’asphyxie financière. Les zadistes tiennent bon en multipliant les recours. Jusqu’en 2018, quand le projet d’aéroport est abandonné. Mais les maraîchers et les éleveurs continuent d’occuper le terrain. Le 24 mai, 1.800 gendarmes appuyés par des hélicoptères et des blindés, tirent plus de mille grenades dont les fameuses GL1-F4 qui font leurs premières victimes. Les constructions sont en grande partie rasées. 1.200 Ha se retrouvent disponibles pour les agriculteurs « historiques », qui se laisseraient tenter par le piège d’une agriculture ultra-productive. Les zadistes exploitants qui souhaitent continuer doivent solliciter des conventions d’occupation précaire, voire de fermage. On peut en conclure que les actions populaires ont donc encore du poids. A défaut d’apporter une bonne réponse, les zadistes ont posé les bonnes questions !
Robert Dragan se demande s’il faut redouter l’IA (intelligence artificielle) ou seulement ceux de ses ‘spécialistes’ qui s’ingénient à terroriser la masse de leurs lecteurs. L’hypothèse, vertigineuse, de l’autonomisation de la technologie est nourrie par la réalité d’une accélération continue du traitement des données. Il est significatif que des scientifiques de la branche préfèrent formuler certaines hypothèses dans des romans de science-fiction, voire des prophéties d’hybridation à brève échéance de l’humanité aux machines. On observe d’ailleurs que la progression n’est pas linéaire et commence à se tasser. Dans tout système physique, il y a trois barrières : spatio-temporelle, quantique et thermo-dynamique. La miniaturiasation se heurte à la muraille du silicium, en attendant la découverte de limites plus élevées. L’algorithme d’apprentissage de la machine par renforcement est nécessairement l’œuvre d’un programmeur. C’est dans une virée anticléricale que les philosophes matérialistes du XVIIIe siècle ont conçu l’homme comme une machine, mais l’esprit humain est une ‘matière’ largement inconnue. On lui compte quatre dimensions en interconnexion permanente : mémoire-langage-volonté-émotion, dont les machines intelligentes ne présentent qu’un simulacre. Notre dépendance à leur égard n’est pas sans danger. Scientifiques et entrepreneurs affectent de s’en inquiéter et surfent sur la vague pour lever des fonds (voir la lettre ouverte d’une centaine de chercheurs réputés qui critiquent le projet Cerveau Humain financé par l’Union Européenne à hauteur d’un milliard d’euros). Que les tenants de la Singularité technologique affirment « La nature est mal faite : il faut la réparer. » relève du mythe du Golem. Notre intelligence ne procède pas de notre vitesse à répondre à des choix binaires, mais de notre vouloir fondé sur notre psychologie basée sur notre sensibilité et notre volonté. Notre cerveau (et l’esprit qu’il contient) est lié à notre corps, n’en déplaise à la caste des grands entrepreneurs et des scientifiques qui projettent de nous assujettir.
Thierry Durolle interroge Sarah Dye, une patriote identitaire dans l’Etat d’Indiana. Maraîchère biologique, elle vend au marché de la ville proche les légumes qu’elle cultive sur une parcelle de 1,5 Ha. Elle a fait partie d’un mouvement gauchiste de ré-ensauvagement anarcho-primitiviste et elle a, durant des années, habité une yourte de toile. A partir du moment où son couple a donné le jour à des enfants, il a été décidé de leur accorder l’eau courante chaude et froide et l’électricité. Outre des légumes courants, elle cultive des aromates. Elle ne laboure qu’avec des outils manuels. Elle fertilise avec du compost et paille pour réduire le besoin d’eau. Pour garantir ses semis de printemps, elle a monté une serre chauffée à l’électricité. Les enfants assument leur part des travaux. Chaque vendredi est consacré (dix à douze heures) à récolter et conditionner en vue du marché du samedi. Sarah Dye élève des moutons Shetland, pour leur laine qu’elle a appris à filer et à tisser. Dans sa région, une petite agriculture biologique survit grâce à une clientèle bourgeoise et à quelques bons restaurants. Grâce aussi à des subventions publiques pour construire des serres-tunnels, lesquelles permettent d’allonger la saison. Sarah cultive avec amour un patrimoine culturel européen, qu’elle a recueilli dans les histoires merveilleuses de sa grand-mère scandinave. Adolescente, elle avait été endoctrinée au modernisme anti-blanc, le mouvement anarcho-primitiviste étant lui aussi gangréné. C’est avec son premier enfant que le couple s’est détaché de cet endoctrinement. Il est soucieux de protéger ses enfants en leur limitant la télévision, les dessins animés, les faux héros et en les instruisant à la maison. Et en les prévenant contre le globalisme. Et en leur transmettant les savoir-faire traditionnels, ainsi que tous les peuples devraient pratiquer pour préserver leur héritage. Seuls les Européens sont punis d’interdiction par l’hypocrisie de la gauche radicale et des marxistes culturels. Identity Evropa, le mouvement identitaire de Sarah, s’appelle désormais American Identity Movement. Depuis plusieurs mois, des groupes antifas et radicaux de gauche manifestent sur le marché où Sarah propose les produits de ses cultures, pour organiser leur boycott. Mais surtout pour empêcher Sarah d’en persuader d’autres d’adopter un mode de vie enraciné : un peuple déraciné est plus aisé à contrôler. Aujourd’hui, l’acte le plus révolutionnaire est fonder une famille et cultiver un jardin. C’est aussi la voie de la sagesse. Pour sarah, les blancs d’Amérique sont de la famille de ceux d’Europe.
Johan Morgan interroge Vik Gadsden, auteur de la chaîne YouTube qui porte son nom. L’émetteur public France Culture s’est appliqué à la disqualifier à l’occasion du premier Salon du Survivalisme, en la qualifiant de « survivaliste traditionnelle de la sphère xénophobe et complotiste ». Alors que la chaîne s’attache en fait à être généraliste et neutre, par souci de toucher le public le plus large possible. Mais certains sujets (l’accès aux armes à feu, la défense des siens, les tactiques paramilitaires de survie, etc) peuvent apparaître, à des journalistes du service public, de l’ivraie d’extrême droite à arracher hors du bon grain néo-survivaliste de gauche. Après moins de quatre ans d’existence, la chaîne de Vik Gadsden regroupe une ‘communauté’ de plus de vingt mille abonnés, presque tous des individus de sexe masculin, blancs, âgés entre 15 et 45 ans. Depuis une dizaine d’années, le survivalisme est devenu une mode et un marché, avec des salons, des magazines, une demande de matériels, mais avant tout de connaissances et de compétences. Drogués du consumérisme, seuls les blancs, fourmis parmi les cigales, paraissent mordus. Vik Gadsden lui-même vit avec sa femme de manière austère, mais libre, dans un Van aménagé qui lui permet de visiter ses gens. L’an dernier, sur la chaîne survivaliste d’Alex Ricwald, Vik Gadsden a traité de l’entraide clanique et de la dimension éventuellement païenne du clan. Pour ce qui le concerne personnellement, par réaction identitaire aux monothéismes universalistes, conquérants et haineux, le paganisme européen éveille en lui des échos, notamment par sa vision du monde et du temps en cycles perpétuellement recommencés. Un ami lui a offert une roue solaire. Elle lui évoque notre place dans l’univers, les points cardinaux, les quatre saisons. Il juge naturel de la porter.
Robert Dragan dénonce la ministre de la Santé Agnès Buzyn qui a décrété la mort de l’homéopathie. Elle fonde sa condamnation sur un rapport de 2015 du HMRC, le conseil national australien pour la santé et la recherche médicale, qui concluait : « Il n’y a pas de problèmes de santé pour lesquels il existe des preuves fiables de l’efficacité de l’homéopathie. » Sur quoi l’Association australienne d’Homéopathie a mené une enquête sur le comportement du HMRC en s’appuyant sur une analyse approfondie de l’Homeopathy Research Institute. Ces travaux ont mis en évidence des fautes procédurales et scientifiques graves. Au mois d’août dernier, le NHMRC a publié un projet de rapport de 2012 qui, à rebours de celui de 2015, concluait qu’il existait bien, dans cinq états pathologiques « des preuves encourageantes de l’efficacité de l’homéopathie ». Le professeur Anne Kelso, directeur général du NHMRC, a souligné : « Contrairement à certaines affirmations, l’examen n’a pas conclu que l’homéopathie est inefficace. » Il est rappelé que la désignation de la ministre Buzyn a posé un embarrassant problème de conflit d’intérêts, de même que la reconduction du mandat de son mari Yves Lévy comme directeur général de l’INSERM, l’Institut national de la santé et de la recherche médicale !
L’Occident et ses peuples peuvent-ils être sauvés ? Et que faudra-t-il pour cela – en particulier si nous recherchons une solution à long terme plutôt qu’une dernière digue « provisoire » ? Une nouvelle Haute Culture de l’Occident peut-elle naître pour assurer l’existence des peuples de l’Occident pour une longue durée ? Quelles caractéristiques une telle nouvelle culture devrait-elle posséder ?
Je supposerai que le lecteur connaît le the modèle civilisationnel d’Oswald Spengler[3], un modèle en grande partie adopté par Francis Parker Yockey dans ses divers travaux sur l’Occident et ses possibilités futures. Avec un Printemps, un Eté, un Automne et un Hiver dans une Haute Culture, l’« Hiver » est la phase de la fin imminente. Il est clair, du moins pour moi (et il semble que Michael O’Meara soit d’accord avec cette évaluation), que nous sommes dans l’« Hiver » de notre Haute Culture Occidentale (c’est-à-dire « faustienne ») moderne actuelle. Et, immergée dans ce déclin, privée d’un principe organisateur dominant qui puisse fournir une structure spirituelle permettant la continuation de son existence, la race blanche est en train de mourir, ne parvient plus à se reproduire, est remplacée par des étrangers, et oppose un degré de résistance inapproprié à la mort de l’Occident.
Dans les véritables saisons du climat physique, le printemps suit l’hiver. La même chose peut-elle être vraie pour des peuples particuliers et leurs Hautes Cultures ? Si la volonté de (re)-naissance civilisationnelle conduit à la survie raciale à long terme, devrions-nous au moins examiner les possibilités ? Bien sûr, on ne peut pas prédire avec une entière exactitude si une (re)-naissance civilisationnelle aura lieu, et encore moins la forme précise qu’un tel événement prendra. De plus, on ne peut pas planifier à l’avance et créer une Haute Culture de la même manière qu’on établit la formulation générale d’une stratégie et qu’on conduit ensuite les troupes à la bataille. Une Haute Culture doit se développer selon ses propres lois, d’après des facteurs qui ne sont pas entièrement sous contrôle humain (conscient). Cependant, on peut et on doit examiner les données, envisager les possibilités, et, dans la mesure du possible, encourager les tendances conduisant à une (re)-naissance civilisationnelle. De plus, ces tendances pourraient et devraient être guidées, dans la mesure du possible, dans des directions qui seraient plus fructueuses et plus cohérentes avec la nature de notre peuple.
Un point de départ est d’examiner notre Haute Culture actuelle, dont nous voyons les vestiges mourant autour de nous. La dénommée civilisation « occidentale » ou « faustienne » a été décrite par Spengler, et est résumée ainsi[4]:
« …les Occidentaux[5] modernes étant faustiens[6]. D’après ses théories, nous vivons maintenant dans l’hiver de la civilisation[7] faustienne. Sa description de la civilisation faustienne est celle d’une civilisation où la masse recherche constamment l’inaccessible – faisant de l’Homme Occidental une figure fière mais tragique, car tout en luttant et en créant il sait secrètement que le but réel ne sera jamais atteint. »
Ici nous voyons deux caractéristiques définissantes de la civilisation « faustienne » de l’Occident moderne (c’est-à-dire post-antique) : d’abord, un accent placé sur l’infini et l’inconnu, et ensuite que l’effort dirigé vers cela sera toujours infructueux ; les objectifs de l’Occidental sont toujours « inaccessibles ». Le second point et ses implications seront discutés plus loin. Pour l’instant, acceptons le modèle spenglérien et acceptons aussi que nous sommes dans l’Hiver de la culture faustienne. Or l’école spenglérienne, imbue d’« acceptation stoïque » (de « pessimisme »), nous conseillera d’accepter nos circonstances et d’en tirer le meilleur parti. L’ère dans laquelle nous vivons est ce qu’elle est, et, comme le soldat romain montant la garde sous le Vésuve en éruption, nous devons rester à notre poste jusqu’à la fin, jusqu’à ce que tout soit submergé par le déclin inévitable (l’entropie civilisationnelle, si vous préférez).
Mais si la race et la culture sont liées, la disparition de la culture signifie la destruction de la race. Mais est-ce vrai ? La Culture Faustienne n’est pas la première Haute Culture de l’Europe ; elle fut précédée par la Culture Antique. Spengler et son adepte Yockey rompent avec les interprétations culturelles précédentes pour souligner la forte discontinuité entre cultures antique et faustienne. Elles sont perçues comme deux Hautes Cultures distinctes, aussi différentes l’une de l’autre que, disons, la culture égyptienne et la culture « magique ».
Par conséquent, dans le même article sur l’œuvre de Spengler, nous lisons:
Spengler emprunte fréquemment à la philosophie mathématique. Il affirme que les mathématiques[8]et l’art d’une civilisation révèlent sa vision-du-monde. Il note que dans les mathématiques antiques grecques il y a seulement des entiers[9] et pas de véritables concepts des limites[10] ou de l’infini[11]. Par conséquent, sans le concept de l’infini, tous les événements du passé lointain étaient vus comme également lointains, et ainsi Alexandre le Grand[12] n’avait aucune gêne à se déclarer descendant d’un dieu. D’autre part, le monde occidental – qui a des concepts du zéro[13], de l’infini, et de la limite – possède une vision-du-monde historique qui accorde une grande importance aux dates exactes.
« Spengler identifie comme deux civilisations entièrement séparées et distinctes la civilisation antique (‘apollinienne’), entre 1100 av. J.C. et 300 apr. J.C., et la civilisation occidentale (‘faustienne’), entre 900 et 2200 apr. J.C. Ce sont les deux pour lesquelles nous avons l’information la plus complète, et entre elles Spengler établit quelques-uns de ses plus brillants synchronismes (par ex., Alexandre le Grand correspond à Napoléon). Même un siècle plus tôt, cette dichotomie aurait semblé presque folle, car chacun savait et prenait comme allant de soi que quoi qu’il puisse en être des cultures étrangères, la nôtre était une continuation, ou du moins un renouveau, de l’antique. Le rejet par Spengler de cette continuité était l’aspect le plus radical et le plus étonnant de sa synthèse historique, mais son influence écrasante a été si grande que cet aspect a été accepté par une majorité des nombreux auteurs ultérieurs sur la philosophie de l’histoire, dont nous pouvons mentionner ici seulement Toynbee, Raven, Bagby et Brown (20). L’antique, nous dit-on, était une civilisation comme les Egyptiens, maintenant morte et enterrée et sans lien organique avec la nôtre. (…)
Spengler (que Brown suit particulièrement à cet égard) appuie sa dichotomie drastique en opposant d’une manière impressionnante les mathématiques et la technologie gréco-romaines aux nôtres ; à partir de cette opposition, il déduit des différences dans la perception de l’espace et du temps, manifestées particulièrement dans la musique, et parvient à la conclusion que la Weltanschauung antique était essentiellement statique, ne désirant et ne reconnaissant qu’un monde strictement délimité et familier, alors que la nôtre est dynamique et manifeste un désir passionné pour l’infini et l’inconnu. On peut avancer diverses objections aux généralisations que j’ai si brièvement et inadéquatement résumées (par ex., la différence de vision est-elle réellement plus grande qu’entre la littérature ‘classique’ de l’Europe du XVIIIe siècle et le romantisme de l’ère suivante ?), mais le point crucial est de savoir si les différences, qui appartiennent à l’ordre que nous devons appeler spirituel par manque d’un meilleur terme, sont fondamentales ou épiphénoménales. »
J’ai tendu vers l’explication épiphénoménale – mais en tous cas, on peut accepter la conclusion globale d’Oliver dans ses divers travaux : soit la civilisation antique et la civilisation faustienne sont des phases différentes mais connectées de la même Civilisation, soit, même si elles sont complètement distinctes, l’Homme Occidental est capable de produire de multiples Hautes Cultures. De toute manière, on peut en conclure deux choses : (1) un successeur de la Haute Culture faustienne est possible et a un précédent, et (2) ce successeur sera intimement connecté de manières importantes à son (ses) prédécesseur(s) (même si Spengler et Yockey nieraient que cela soit possible).
Par conséquent, soit la civilisation antique et la civilisation faustienne sont effectivement liées (par une réserve génétique commune, une « âme raciale », et une attitude occidentale), soit, si elles sont vraiment distinctes, elles ne sont pas complètement déconnectées, puisqu’elles proviennent d’une source commune ou d’un fondement commun (encore une fois, la réserve génétique générale, l’« âme raciale », et la mentalité occidentale d’individualisme et d’empirisme plus grands que dans d’autres peuples et d’autres cultures). Non seulement la civilisation antique et la civilisation faustienne sont en un certain sens liées, mais, contrairement à ce que disent Spengler et Yockey – et c’est en fait un blasphème pour l’école spenglérienne, qui rejette l’histoire linéaire –, il y a une idée de progression, car la vision-du-monde de la civilisation faustienne est plus large que celle de l’antique ; en effet, cette plus grande largeur de vision est une caractéristique définissante de la faustienne. Cette largeur se manifestant dans des phénomènes comme la technique de haut niveau, et une connaissance massive de base de la science, de l’histoire, de la philosophie et de la moralité et de l’éthique, les bases sont donc posées pour une nouvelle Haute Culture ayant une vision encore plus large que celle de la faustienne. Un spenglérien dirait qu’une Haute Culture de l’Occident, même si elle est possible (et il nierait peut-être cette possibilité), serait complètement déconnectée des aspects « faustiens » de la précédente Haute Culture faustienne occidentale (c’est-à-dire de l’actuelle). Cependant, je dirais que, ayant été éveillé à l’univers dans son ensemble, il est peu probable que l’homme blanc créerait une nouvelle Haute Culture qui serait insulaire, rejetant l’infini. Dans la mesure (limitée) où nous pouvons prédire, ou même influencer, le développement d’une nouvelle Haute Culture, une direction potentielle serait une direction qui ne serait pas purement « faustienne » – au sens de la recherche de l’inaccessible. Au lieu de cela, on pourrait projeter une future Haute Culture qui serait basée sur la réalisation ultime et réussie (finale) de ce qui était précédemment considéré comme « inaccessible ».
Je dirais que le fondement Chrétien de la Haute Culture faustienne est responsable du fait que les buts ultimes que l’homme occidental cherche à atteindre finissent par être « inaccessibles » – et qu’il sait secrètement qu’ils sont « inaccessibles ». La mentalité chrétienne place des limites inhérentes dans l’esprit de l’homme occidental, et il est donc condamné à échouer finalement même si le plein succès est théoriquement possible (finalement). Après tout, le centre d’intérêt du christianisme est Dieu et non pas l’Homme, c’est le « salut » et non le triomphe, et l’accent est mis sur « l’autre monde » et non celui-ci, notre monde réel. Car que l’homme parvienne à la divinité – ou même qu’il ait cela pour but – est une forme de « blasphème », c’est quelque chose qui ne peut pas être toléré. Par conséquent, l’échec ultime doit survenir, puisque la réalisation du but « faustien » (la réalisation elle-même ferait d’ailleurs en sorte que l’événement ne serait plus vraiment « faustien ») n’est simplement pas possible dans une Haute Culture basée sur le christianisme. Le plein développement de l’homme occidental a été restreint par une religion étrangère qui a placé des chaînes sur son esprit et son âme. Nietzsche a bien reconnu les contraintes imposées par le (judéo)-christianisme ; dans L’Antéchrist[15], nous lisons (caractères gras ajoutés) :
« A-t-on vraiment compris la célèbre histoire qui se trouve au commencement de la Bible – de la terreur mortelle de Dieu devant la science ?… Personne, en fait, ne l’a comprise. Ce livre de prêtre par excellence commence, comme il convient, avec la grande difficulté intérieure du prêtre : celui-ci connaît un seul grand danger ; par conséquent, ‘Dieu’ connaît un seul grand danger.
L’ancien Dieu, tout ‘esprit’, tout grand-prêtre, tout perfection, musarde dans ses jardins : il s’ennuie et cherche à tuer le temps. Contre l’ennui, même les dieux luttent en vain. Que fait-il ? Il crée l’homme – l’homme est distrayant… Mais ensuite il remarque que l’homme aussi s’ennuie. La pitié divine pour la seule forme de détresse qui envahit tous les paradis ne connaît plus de bornes : il crée sans tarder d’autres animaux. Première erreur de Dieu : l’homme ne trouva pas ces autres animaux distrayants – il chercha à les dominer ; il ne voulut plus être un ‘animal’ lui-même. – Dieu créa donc la femme. De cette manière il mit fin à l’ennui – et aussi à beaucoup d’autres choses ! La femme fut la seconde erreur de Dieu. – ‘La femme, dans son essence, est serpent, Heva’ – tout prêtre sait cela ; ‘de la femme proviennent tous les malheurs du monde’ – tout prêtre sait cela aussi. Par conséquent, la science aussi vient d’elle… C’est par la femme que l’homme apprit à goûter de l’arbre de la connaissance. – Qu’arriva-t-il ? L’ancien Dieu fut saisi par une terreur mortelle. Voici que l’homme lui-même était devenu sa plus grosse bévue ; il s’était créé un rival ; la science rend les hommes pareils aux dieux – c’en est fait des prêtres et des dieux quand l’homme devient scientifique ! – Morale : la science est l’interdit en soi ; elle seule est interdite. La science est le premier des péchés, le germe de tous les péchés, le péché originel. Voilà toute la morale. – ‘Tu ne connaîtras pas’ – le reste découle de cela. – La terreur mortelle de Dieu, cependant, ne le priva pas de son ingéniosité. Comment se défend-on contre la science ? Pendant longtemps ce fut pour lui le problème capital. Réponse : chasser l’homme du paradis ! Le bonheur, le loisir encouragent la pensée – et toutes les pensées sont de mauvaises pensées. – L’homme ne doit pas penser. – Et donc le prêtre invente la détresse, la mort, les dangers mortels de l’enfantement, toutes sortes de misères, la vieillesse, la décrépitude, la maladie surtout – autant d’armes dans le combat contre la science ! Les problèmes de l’homme ne lui permettent pas de penser… Et pourtant – quelle horreur ! – l’édifice de la connaissance commence à s’élever, assaillant le ciel, faisant de l’ombre aux dieux – que faire ? – L’ancien Dieu invente la guerre ; il sépare les peuples ; il les fait se détruire les uns les autres (– les prêtres ont toujours eu besoin de la guerre…). La guerre – parmi d’autres choses, un grand perturbateur de la science ! – Incroyable ! La connaissance, l’affranchissement du joug des prêtres, prospère en dépit de la guerre. – Alors l’ancien Dieu en arrive à sa dernière résolution : ‘L’homme est devenu scientifique – il n’y a plus rien à faire, il faut le noyer !’… »
Effectivement. Si « les doux hériteront de la Terre », il n’y a pas de place pour un effort humain vers l’infini, qui atteigne son but, et qui place l’Homme sur le même plan que Dieu. Si la douceur, l’humilité, l’« humble agneau de Dieu » est l’archétype fondateur d’une culture, alors bien sûr l’infini et l’inconnu ne pourront jamais être atteints. « Tu ne connaîtras pas » : il est étonnant de voir tout ce que nous avons réalisé en dépit de cela, et ces remarquables réalisations occidentales sont survenues – pas par hasard – principalement pendant les périodes automnale et hivernale de la Haute Culture faustienne. C’est seulement quand les contraintes imposées par la culture à définition chrétienne se sont dissipées dans une large mesure que l’acceptation a priori de l’échec s’est affaiblie. Le problème est qu’avec une haute Culture décadente et mourante, cette émancipation (partielle) vis-à-vis du culte de l’humilité ne mènera nulle part. Seule une nouvelle Haute Culture bâtie sur le concept fondamental de la transcendance humaine, et sur la conquête de l’infini et de l’inconnu, permettra à l’Homme Occidental d’accomplir son destin. Les ruines croulantes de la Haute Culture précédente peuvent servir de blocs de construction pour le futur, c’est certain, elles peuvent fournir une inspiration, certainement, et être une source de fierté, c’est sûr. Mais nous devons regarder vers le Futur, et non pas monter la garde auprès d’un Passé mourant ou mort, comme le soldat romain de Spengler.
Si je n’ai aucun dédain pour les croyances des gens, qu’elles soient chrétiennes ou païennes, je ne vois pas un renouveau des anciens dieux païens comme une amélioration avancée par rapport au déclin du faustianisme. Remplacer Jésus par Thor, à mon avis, revient simplement à remplacer une béquille par une autre. Les hommes blancs ne devraient plus aller chercher des dieux exogènes, qu’ils soient nouveaux ou anciens ; nous devrions plutôt rechercher la divinité pour notre race. Pour l’homme blanc, il est temps de grandir et de rejeter les fantaisies de l’enfance, les fantaisies des dieux et des forces intelligentes externes contrôlant un destin que nous devrions être les seuls, vraiment les seuls, à modeler. La devise du monde antique était « Connais-toi toi-même », alors que celle de l’Age Faustien était une combinaison de « Tu ne connaîtras pas » et de « Tu tenteras de connaître et tu échoueras ». Pour la nouvelle Haute Culture de l’Occident, je propose la devise : « Tu connaîtras et tu triompheras ». Cela inaugurera une ère dans laquelle l’Homme Occidental libérera son potentiel en brisant les chaînes imposées par une infériorité supposée devant des dieux imaginaires.
La citation suivante de Yockey, dans The Enemy of Europe[16], résume l’objectif palingénésique que nous tenterions d’atteindre, si nous le voulions :
« Notre Mission européenne est de créer la Culture-Nation-Etat-Imperium de l’Occident, et ainsi nous accomplirons de telles actions, accomplirons de tels travaux, et transformerons tellement notre monde que notre descendance lointaine, en voyant les vestiges de nos édifices et de nos remparts, dira à ses petits-enfants qu’une tribu de dieux vivait jadis sur le sol de l’Europe. »
En d’autres mots, pas de dieux imaginaires. C’est l’Homme qui deviendra « Dieu ». Dans le livre The Portable Nietzsche, l’éditeur Walter Kaufmann interprète ainsi le « surhomme » de Nietzsche :
« ce qui est évoqué n’est pas une super-brute mais un être humain qui a créé pour lui-même cette position unique dans le cosmos, que la Bible considérait comme son droit de naissance. »
Tout cela est très bien sauf la dernière partie : « La Bible ». Non, monsieur Kaufman, la Bible ne considère pas le Surhomme comme le droit ultime de l’humanité, elle considère plutôt que c’est le « dernier homme ». C’est nous qui devons choisir ce qu’est notre « droit de naissance », pas les fantaisies délirantes de « la Bible ». Cependant, cela étant dit, le reste de la description est sain, si nous considérons qu’elle est appliquée à la race dans son ensemble et pas seulement à des individus sélectionnés dans cette race. Plus d’échec « fier et tragique » dans « l’effort vers l’inaccessible » comme dans la culture « faustienne » – au contraire, la Culture Surhumaniste sera caractérisée par le fier accomplissement réussi de la recherche de l’infini. C’est ce qu’un individu optimiste peut envisager comme nouvelle Haute Culture de l’Occident, avec des liens avec la culture antique et avec la culture faustienne, mais surpassant les deux dans le but et l’objectif de l’esprit humain. Voilà ce que peut être et doit être le Destin Occidental.
Que pouvons-nous faire pour pousser les choses dans la bonne direction ?
Bien que l’auteur juif Isaac Asimov ne soit peut-être pas très populaire parmi les nationalistes blancs, sa série Fondation[17] peut fournir une analogie utile. « La Fondation » était conçue comme piste de lancement pour une nouvelle civilisation après l’effondrement de l’« Empire galactique », afin que l’« ère barbare » après l’effondrement ne dure que quelques milliers d’années, au lieu de 30.000 ans. Placés comme nous le sommes devant l’effondrement de l’Occident à travers l’Hiver de l’Age Faustien, il serait prudent de semer les graines d’une nouvelle civilisation occidentale blanche émergente sur le long terme, tout en luttant aussi à court terme et à moyen terme pour préserver la race blanche et sauver la plus grande partie possible de la civilisation faustienne occidentale. Sans ces objectifs à plus court terme, la renaissance civilisationnelle à long terme ne sera pas possible. Inversement, sans une renaissance civilisationnelle, le préservationnisme blanc à long terme serait contestable.
Ainsi, il y a deux choses qui sont nécessaires ici. D’abord il y a la lutte pour la préservation raciale blanche et pour sauver autant que possible de la culture faustienne, pour servir de base de connaissance et de blocs de construction pour la nouvelle Haute Culture de l’Occident. Ensuite, il faut initier un effort pour commencer à poser les fondations de cette nouvelle Haute Culture. Comme indiqué plus haut, une Haute Culture est bien sûr un phénomène organique qui ne peut pas être créé sous une forme préparée à l’avance et artificiellement imposée à un peuple. Néanmoins, il est possible de semer les graines et d’avoir quelque choix concernant les gaines qui doivent être semées. Et ensuite, nous pourrons nourrir le jeune plant pendant qu’il poussera, et pendant qu’il se développera d’après son propre caractère inhérent. Cela, nous pouvons le faire et nous devons le faire.
C’est une question sérieuse requérant une stratégie pensée à l’avance et d’un caractère visionnaire extrême, pas une chose qui peut être « discutée » légèrement sur des « liens de blogs » ou sur des forums publics (typiquement malsains). Ce n’est pas une chose qui peut être faite en un jour. C’est un projet à long terme, sur plusieurs générations, qui doit être entrepris par des individus dévoués voulant poser les fondations de quelque chose de grand et de noble pour la postérité. Ce ne sera pas une « réparation rapide » dont les résultats pourraient être vus dans une décennie ou deux ; au contraire, c’est un projet qui a le potentiel pour influencer le cours de l’histoire humaine, et il doit être mis en œuvre à ce niveau supérieur.
Par conséquent, cet essai est simplement un appel à l’action et un examen initial et rapide des possibilités. Si un tel projet est initié un jour, il ne devrait pas et ne doit pas se perdre dans les détails des « mouvements » habituels qui obsèdent beaucoup de militants, et ne peut pas non plus être lié à l’activisme « défensif » plus sérieux, mais à court terme, qui est requis pour sauver notre peuple et notre culture aujourd’hui. C’est une autre question, sur un plan entièrement différent.
Beaucoup sont appelés ; peu sont élus. Le Futur attend.
Der Jurist und Politikwissenschaftler Dr. Dr. Thor v. Waldstein sprach im Rahmen der 20. Winterakademie (10.-12. Januar 2020) des Instituts für Staatspolitik (IfS) vor 150 Schülern und Studenten in Schnellroda über die Lektüre grundlegender Autoren, die zu den Grundpfeilern Volk, Nation und Staat forschten und publizierten.
Sans filer trop loin la métaphore, on rappellera que la boussole est un petit instrument, dont l’aiguille aimantée vers le nord (magnétique) sert, le plus souvent associé à une carte, à s’orienter au cours d’un périple. Dans la brochure éponyme, qui tient d’ailleurs autant de la boussole que de la carte, j’ai surtout voulu rappeler un certain nombre de repères qui m’ont paru utiles quand on est engagé dans le type d’action qu’on associe au mot « métapolitique ».
Vous posez, au départ, une identité albo-Européenne « gentille ». Pouvez-vous en dire plus ?
En Europe, où s’accumulent des populations d’origines, de religions, de cultures disparates, les identités nationales de « papiers » ne veulent plus dire grand-chose. Donc je propose de s’en tenir à des identités plus fondamentales, non solubles dans le cosmopolitisme ambiant. Pour ce qui me concerne, je me définis comme un Albo-Européen Gentil Autochtone. C’est-à-dire un Blanc d’Europe, de tradition spirituelle indo-européenne ou boréenne (comme eut dit Dominique Venner), originaire par voie ancestrale de cette terre d’Europe. Je pourrais ajouter que je suis aussi de langue et de culture française. D’une manière générale, par opposition à la confusion contemporaine des notions et des concepts, je crois à la nécessité de créer et d’user d’un vocabulaire précis, non récupérable. Je crois aussi à la nécessité de se définir de manière positive, par rapport à soi, et non par opposition à ce contre quoi l’on serait.
Vous insistez beaucoup, pour l’efficacité de l’action métapolitique, sur la compréhension d’un contexte fait de l’emboîtement de trois éléments : l’Occident, le Système et le Régime. En quelques mots, que voulez-vous dire par là ?
D’une certaine manière cela retrace une histoire de longue durée. L’Occident est la matrice culturelle et idéologique de notre Système oligarchique dont chaque Régime est l’adaptation contextualisée à l’une des nations de l’Occident géopolitique. L’Occident s’est construit par strates successives, parfois en oppositions dialectiques entre elles, depuis l’irruption du judéo-christianisme dans l’Europe antique jusqu’à l’actuelle hégémonie conjointe et conflictuelle à la fois du gauchisme culturel et du sans frontiérisme ultralibéral. Le Système oligarchique occidental est un système de pouvoir et de domination, issu de la montée en puissance progressive des marchands financiers depuis le XVIIe siècle et dont le principal centre se situe dans le monde anglo-saxon. Aujourd’hui, l’Amérique du Nord, l’ensemble de l’Europe (exceptée la Russie) et une partie de l’Asie se trouvent sous son emprise. La question qui reste ouverte est de savoir s’il est entré en crise au début du XXIe siècle ou s’il est en train de parfaire une domination absolue. Chaque nation a produit un Régime (qui évolue aussi dans le temps) qui est l’adaptation du Système global aux données particulières d’une histoire et d’un système juridique et politique. En ce sens, le « Régime de Macron » d’aujourd’hui est à la fois le produit de l’évolution endogène du Régime républicain occidentaliste né du choc de la Révolution de 1789 et le produit de l’évolution des influences du Système occidental global. C’est dans ce cadre particulier qu’un travail métapolitique dissident peut se mener en tenant compte de sa réalité concrète.
Vous ne semblez pas croire beaucoup à la démocratie ou au populisme…
En réalité, j’aimerais croire en la possibilité du gouvernement du peuple par le peuple, pour le peuple ! Ma formation d’historien m’a convaincu de la « loi d’airain » des oligarchies, c’est-à-dire de l’inéluctabilité du gouvernement des grands nombres par les petits nombres quels que soient les temps, les races et les sociétés. C’est dur à entendre aujourd’hui, y compris par les populistes patriotes qui ont, par ailleurs, toute ma sympathie. Mais c’est un fait. La démocratie moderne a été mise en place, à partir du XIXe siècle, comme le moyen le plus souple et le plus léger pour contrôler le « parc humain » grâce une ingénierie sociale et culturelle devenue de plus en plus scientifique. Il fallait que « tout change, pour que rien ne change », comme dit Tancrède dans Le Guépard de Lampedusa. Dans le meilleur des cas, nous aurons une oligarchie issue du peuple dont les valeurs, à l’opposé de celles de la caste marchande et financière actuelle, seront celles de l’enracinement autochtone et de la spiritualité aristocratique. Mais nous ne nous passerons pas d’oligarchie.
Jean-Patrick Arteault, Pour une boussole métapolitique,Les Éditions de la Forêt, Le Mas Fougères – 04300 Forcalquier, 33 p., 9 €.
Frappé par un cancer fulgurant, Guillaume Faye est décédé dans la nuit du 6 au 7 mars 2019, quelques jours avant la parution de son « testament politique » au ton martial, Guerre civile raciale. Sa disparition lui évite au moins d’être accusé d’inspirer Brenton Tarrant, le responsable de la fusillade de Christchurch en Nouvelle-Zélande, le 15 mars 2019, dont le manifeste s’inscrit dans le « nationalisme blanc », pur produit anglo-saxon.
Se sachant condamné, Guillaume Faye développe, approfondit et durcit des arguments déjà présents dans ses derniers ouvrages, le très médiocre Comprendre l’islam, La nouvelle question juive et La colonisation de l’Europe qui lui avait valu les foudres d’une justice hexagonale liberticide. Estimant que « l’éducation et le combat culturel sont nécessaires mais insuffisants, car ils agissent à trop long terme, alors que nous sommes dos au mur, dans un contexte d’urgence (p. 271) », il sonne une ultime fois le tocsin. Il pense que les prochaines années verront la France et l’Europe en proie à une féroce guerre civile inter-ethnique parce que « des peuples de races différentes et opposées cohabitent dans un même pays, et se haïssent (p. 19) ». Loin de le déplorer, il affirme qu’« un affrontement est devenu indispensable pour régler le problème, assainir la situation et nous libérer (p. 35) ». Cette affirmation n’est-elle pas surtout péremptoire ? Désarmés, hyper-individualisés, incapables de se concentrer et de se concerter, les Européens de ce début de XXIe siècle risquent probablement de perdre cette éventuelle confrontation que souhaitent quelques cénacles globalistes, cosmopolites et mondialistes.
Guillaume Faye et son vieux complice, Yann-Ber Tillenon
Bien que cruel, ce constat est juste. En outre, à l’instar du très surfait Guérilla (2016) de Laurent Obertone, Guillaume Faye croit au caractère implacable d’une guerre civile en France, oubliant que l’Hexagone ne sera jamais la Syrie, le Libéria ou le Mexique. Puissance nucléaire détentrice de plusieurs centrales atomiques, membre permanent du Conseil de Sécurité de l’ONU, très vieil État structurellement fort malgré les faiblesses récurrentes du pouvoir, territoire où se trouvent plus de 70 résidences secondaires de chefs d’État et de gouvernement étrangers, la France ne sombrera pas dans la guerre civile genre Liban ou Libye. Tout au plus connaîtrait-elle des foyers locaux de vives tensions de basse intensité (néanmoins ultra-violents pour les habitants). Et quand bien même l’Hexagone verserait dans la guerre entre différentes communautés, l’OTAN et l’UE interviendraient aussitôt militairement pour, d’une part, rétablir l’ordre, et, d’autre part, imposer une nouvelle AMGOT (gouvernement militaire d’occupation occidentale) qui retirerait enfin à une France amoindrie sa force de frappe nucléaire et son droit de veto onusien.
Si Guillaume Faye a raison d’énoncer une nouvelle fois l’évidence, à savoir que « l’épouvantable société multiraciale avec son idéologie et sa répression antiraciste (bien que la loi constitutionnelle, empreinte de schizophrénie, nie officiellement l’existence des races humaines) est devenue une société multiraciste (p. 223) », il ne prend pas assez en compte les actions déstabilisatrices des États-Unis, des sectes telles la Scientologie et des spiritualités de marché néo-protestantes venues d’outre-Atlantique dans les banlieues françaises. L’islam n’est pas le seul agrégateur de la haine anti-européenne qu’expriment les masses allogènes. L’auteur se focalise trop sur la seule religion mahométane au risque de ne pas voir l’ensemble des acteurs hostiles à notre civilisation albo-boréenne.
La version américaine de son dernier ouvrage, préfacée par Jared Taylor
Il dénonce certes le laxisme des gouvernants, le rôle délétère de certains néo-collabos et l’angélisme des catholiques. Il rappelle avec raison que les valeurs chrétiennes contribuent largement à notre désarmement moral. Il insiste sur notre âme faustienne favorable aux avancées bio-éthiques. Il réclame en conclusion la démigration (le départ, forcé ou volontaire, des non-Européens du Vieux Continent) et l’achèvement de la christianisation (inciter les Européens d’origine boréenne à retrouver leurs instincts prédateurs de l’ère paléolithique).
L’avenir dira si Guillaume Faye fut un imprécateur conscient de sa propre finitude, un refondateur de civilisation impériale ou bien un visionnaire génial…
Georges Feltin-Tracol
• Guillaume Faye, Guerre civile raciale, préface de Jared Taylor, postface de Daniel Conversano, Éditions Conversano, 2019, 300 p., 20 €.
Et n'oubliez pas de commander aux éditions du Lore l'ouvrage qui lui rend un juste hommage, tout en fustigeant ceux qui l'ont persécuté !
San Agustín indicaba a la memoria, junto el entendimiento y la voluntad, como una de las potencias del alma que configuran al hombre como tal. La memoria entendida como una dimensión fundamental de quién es el ser humano, de cómo es el ser humano, de lo que construye su humanidad.
Hacer memoria en un mundo que se empeña en el presentismo, que le quiere arrancar raíces, que desea al hombre ausente de sí mismo y centrado exclusivamente en el fuera de si –en el consumo, en el mercado, en la unidimensionalidad de la comodidad-, hacer memoria en este tiempo de ruinas de humanidad, es un acto profundamente resistente y subversivo.
Hacer memoria construye, desarrolla, confronta, humaniza, diviniza. Hacer memoria como herramienta que nos acompaña a crecer, que nos ayuda a pensar quién somos, que nos recuerda dónde estamos, dónde queremos estar. Hacer memoria también como homenaje, como reconocimiento de quienes han caminado antes que nosotros.
Nos construye como hombres la doble dimensión de la acción. Las potencias que ponemos en marcha en la acción diaria y cotidiana, poniendo en ejercicio las dimensiones propias constitutivas del ser humano, y lo recibido de otros. La tradición –lo recibido- como fuego de la acción. La renovación y adaptación de lo recibido, sin romper con lo esencial, como claves que construyen lo humano.
He ahí la dificultad de la Revolución. La que rompe con todo lo heredado, la que se construye diabólicamente contra lo humano dado. La revolución como contraria a la humanidad incapaz de entender cómo es el ser humano, incapaz de entender la paradoja humana de ser creatura. Lo dado y lo recibido, junto a lo construido y renovado. Construir y renovar desde las potencias que nos son dadas.
No es el hombre jamás algo que pueda reinventarse desde cero. No es la sociedad algo que se pueda rediseñar al margen de lo recibido. Esa es la terrible revolución de la modernidad que en la posmodernidad toca revertir en lo posible o quizás recomprender qué significa la Revolución en la Posmodernidad desde lo mejor de la Tradición.
Reflexiones como esas nacen en estos días del año, cuando por puro azar he conocido que en este 2019, se han producido dos fallecimientos que me habían pasado inadvertidos.
El 7 de marzo fallecía Guilleaume Faye, y el 10 de septiembre, Stefano Delle Chiae, ambos tras larga y penosa enfermedad.
Guilleaume Faye
Junto a Pierre Vial, Dominique Venner y a Alain de Benoist, Guilleaume Faye (Angulema 1949-Paris 2019) era el cuarto componente de estos jinetes franceses que mejor han encarnado la Nueva Derecha Francesa. Grupo del que solo quedan Vial y Benoist tras el suicidio de Venner en 2016 en Notre Dame de Paris con una carga profundamente profética que intentaba sacudir las conciencias europeas ante la debacle que nuestra cultura y sociedades de occidente sufren bajo las amenazas a Europa.
Si Venner era el historiador, Benoist el filósofo y Vial el político, Faye podemos decir que era el agitador.
Formado en el prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París en Geografía, Historia y Ciencias Políticas, durante sus años de estudiante fue uno de los creadores del Círculo Pareto, agrupación estudiantil independiente que sería seducida por el GRECE para colaborar con ellos, al que se incorpora oficialmente en 1973.
Sus años de formación coinciden pues con el burgués y marxistizado Mayo del 68, pero es evidente que sus planteamientos van en otras claves que las masas izquierdistas. Contemplando la amenaza soviética a la par que la amenaza del liberalismo, tocando a su fin esas dos décadas de gobierno de De Gaulle, aquellos hombres que conocen a Gramsci apuestan por la batalla cultural como imprescindible para la batalla política, un gramscismo de derechas que prepare el terreno que habría de venir.
Dentro del GRECE (Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne – Grupo de Investigación y Estudios para la civilización europea), se dedicó a estudiar con detenimiento la filosofía política -Machiavelo, Hobbes, Hegel, Pareto, Carl Schmitt, Oswald Spengler, Ernst Jünger, Moeller van den Bruck, Heidegger, Arnold Gehlen, Konrad Lorenz, etc.-. También desarrollaría un gran interés por las teorías geopolíticas europeistas de Jean Thiriart. Dueño de un estilo original y de una inteligencia muy lúcida, Faye ocupó un puesto importante en el GRECE y se convirtió en un referente de la Nouvelle Droite. Desde las páginas de Nouvelle École y Eléments puso su pluma al servicio del polo antimodernista del movimiento: por ello sus textos del período se destacan por su duro repudio a las ideas centrales de la Ilustración (y a sus herederos que buscan promoverlas), por su feroz crítica al materialismo y al consumismo burgués, y por sus despiadados ataques contra la tecnocracia. Alain de Benoist, entusiasmado con su ímpetu militante e impresionado con su rigor intelectual, le encomendó en 1974 la dirección de la revista Études et Recherches, la más académica de las publicaciones de la organización.
Hacia finales de la década de los 70 se agudiza su crítica al capitalismo liberal, denunciando el sionismo y el imperalismo norteamericano que identifica como motores de ese capitalismo deshumanizador y antieuropeo. También por aquella época se adhiere a un cierto racialismo con las tesis del etno-diferencialismo, teorizando sobre la necesidad de crear una alianza estratégica entre Europa y los países del Tercer Mundo –especialmente los del Mundo Árabe–, para así frenar la decadencia de Occidente.
Durante la década de 1980, Faye empezó a abandonar sus posiciones cercanas a Thiriart, para acercarse al pensamiento de Giorgio Locchi, quien también era un ferviente antinorteamericano, pero cuyo discurso se inscribía desde otra posición ideológica. Ello le permitió reformular sus ideas europeístas, revalorizando su concepción acerca de la importancia de la herencia indoeuropea en la formación de la identidad continental. A raíz de ello, tutorado por Jean Haudry y Jean Mabire, comenzó a estudiar el paganismo, y, junto a Pierre Vial y Maurice Rollet, se dedicó a organizar eventos orientados a difundir los rituales paganos en Francia. En compañía de Robert Steuckers y Pierre Freson redactó en 1985 el Petit Lexique du Partisan Européen, un breviario que resume de modo elegante su nuevo ideario político. Una interesantísima clave de su pensamiento en ese momento es la tesis señala en su obra que el igualitarismo de la centroizquierda se combina con el utilitarismo de la centroderecha para atomizar a los individuos, con el propósito ulterior de reconstruir los vínculos sociales siguiendo el ideal de una matriz identitaria cosmopolita y multiculturalista, que ubique al consumo como propósito único de la vida cotidiana. Pareciera que el tiempo le ha dado la razón.
A principios de 1987 finalmente dejaría de participar en el GRECE, debido a que el movimiento, por iniciativa de Alain de Benoist, había virado hacia las posiciones nacional-comunitaristas de Thiriart que él había sostenido en la década anterior y con las que ahora ya no se identificaba. Los tres siguientes años lo conectan con los movimientos próximos a la asociación EUROPA, asociación que terminaría -ya sin Faye entre sus filas- evolucionando hacia lo que más tarde sería Synergies Européennes. En 1990 se aleja del mundo de la política directa, pero sin abandonar nunca una determinada concepción del mundo.
Gracias a su amistad con Pierre Bellanger, Faye se convirtió en locutor de Skyrock, una radio parisina orientada al público joven. Usando el seudónimo de «Skyman», y acompañado primero por Jacques Essebag y después por Bruno Roblès, Faye animó el programa matinal Les Zigotos, ganándose a la audiencia con su fino humor y su vasta cultura puesta al servicio de bromas telefónicas y críticas a la farándula. Fue tan importante su figura para la estación, que las autoridades de la misma le permitieron hacer junto a Olivier Carré el programa Avant-Guerre, en el que filtraba ideas identitarias y difundía a artistas de la órbita del Rock Identitaire Français.
En 1997 Faye reingresa al campo político, reincorporándose al GRECE y uniéndose a Terre et Peuple. Al año siguiente publicará L’Archéofuturisme a través de la editorial L’Ancre, propiedad de Gilles Soulas. El texto denuncia el penoso estado presente de la sociedad europea, y propone aliar el espíritu del futurismo con la tradición ancestral indoeuropea, empleando a la tecnociencia para ultrapasar a la Modernidad en lugar de para consumarla. La obra, además, ataca a la estrategia metapolítica de la Nouvelle Droite, reprochándole el no haberse involucrado más activamente en la lucha electoral, lo que sólo habría perjudicado al pueblo francés. Alain de Benoist recibió con poca simpatía al libro. El discurso racialista y evidentemente en contra de la islamización de Europa de Faye quedó más prístinamente plasmado en La colonisation de l’Europe, publicado en 2000 también por la editorial L’Ancre. El libro señala que el choque de civilizaciones no puede ser resuelto con la integración o la asimilación, sino que la única salida que garantice la persistencia de la raza blanca es la Reconquista, que no sería más que una nueva guerra étnica. La publicación del libro le costó a Faye y a Soulas una onerosa multa, acusados de actuar con la intención de producir literatura que incite a la discriminación y al odio racial. Además, debido a ello, Alain de Benoist expulsó a Faye del GRECE, y acusó al escritor de haber producido una obra delirante y peligrosa.
Fuera del GRECE, Faye continuó con sus actividades a través de Terre et Peuple (a la cual terminaría abandonando en 2008), y asesorando en cuestiones programáticas a los movimientos belgas Nation y Vlaams Blok, así como en un activismo que pretendía dotar al movimiento identitario europeo de unas sólidas bases doctrinales y de directivas generales para la acción, fruto de lo cual fueron sus obras Pourquoi nous combattons: manifeste de la résistance européenne (2001) y Avant-Guerre: chronique d’un cataclysme annoncé (2002). En ambos textos denuncia que Europa está atrapada en una espiral descendente hacia su desaparición, y que una guerra étnica es inminente. Si bien el enemigo que Faye señala es la alianza entre el neoconservadurismo norteamericano y la oligarquía petrolera de los países árabes (que entre ambos han producido al terrorismo islámico para beneficiarse de sus acciones), allí también subraya que la entidad sionista de Oriente Medio, que es socia de los enemigos de Europa, va camino a su extinción por no contribuir con la resistencia. En esos textos Faye destaca además la necesidad de acabar con el etnomasoquismo y suplantar al tibio etnopluralismo por un orgulloso etnocentrismo, creando así una entidad geopolítica que una a las Azores con Kamchatka, la cual debería denominarse «Eurosiberia» según su opinión. Europa es clave y central y casi que superior a las propias concepciones nacionales en ese planteamiento.
En 2004 se editan los libros La convergence des catastrophes y Le coup d’état mondial. El primero, que circuló firmado con el seudónimo «Guillaume Corvus», no es más que un resumen del pensamiento de Faye en el que –adaptando las teorías del matemático René Thom a la sociología– alerta que el sistema europeo está en peligro de colapsar debido a que las catástrofes sociales, económicas, demográficas, ecológicas e institucionales pueden confluir en un mismo momento y destruir lo que queda en pie del orden civilizatorio occidental. El otro libro, en cambio, es un análisis sobre el imperialismo estadounidense, al cual repudia, pero destacando que en Norteamérica existe el potencial para contribuir al freno del genocidio blanco (por ello amplía su idea de la Eurosiberia para incluir a los países americanos en una entidad que denominará «Septentrión»). Gracias a estas ideas su pensamiento fue bien acogido por el paleoconservadurismo norteamericano, lo que le permitiría después ser citado como uno de los inspiradores del movimiento Alt Right, gracias a Jared Taylor de American Renaissance.
De esa época es también una polémica en torno al sionismo y a la cuestión judía, que le valió el ser considerado por un sector del identitarismo europeo como un agente provocador de Israel en Francia, pues Faye aseguraba que la influencia de los judíos en Occidente ha entrado en declive, citando algunos ejemplos de hebreos que se oponen a la invasión inmigratoria en Europa, y proponiendo una alianza estratégica entre Israel y los identitarios para asegurar la supervivencia de ambos.
En el año 2015 publicó el libro Comprendre l’Islam. Allí sostiene que los islamistas avanzan sobre Europa debido a que ellos han adoptado una estrategia arqueofuturista, combinando su herencia ancestral con las nuevas tecnologías de la comunicación y la información para imponerse ante una Europa anestesiada por su defensa suicida de la doctrina de los derechos humanos.
Su última obra, publicada postmorten este mismo 2019, Guerra Civil Racial, puede considerarse casi que un testamento político, pues Faye conocía su estado de salud.
Stefano Delle Chiaie
Si la lucha de Faye fue eminentemente intelectual en el ámbito de la metapolítica y la reflexión, el otro óbito que en este In Memoriam queremos recordar, el de Stefano Delle Chiaie (Caserta, 1936-Roma 2019) nos lleva ante un activista político del extra parlamentarismo, de los duros italianos años de Plomo, con la violencia y la lucha política de las calles en primera línea de la lucha contra el comunismo, clave que le llevó también a América Latina.
Un simple paseo por internet nos da algunas claves con las que orientarnos ante Delle Chiaie: Fantasma negro, terrorista neofascista, agente internacional, Borguese, Franco, Pinochet, Banzer, la CIA, la Red GLADIO…
Lo cierto es que Delle Chiaie es un personaje central en la acción política patriótica de la Italia de los años 60 y 70, y de las relaciones internacionales de los movimientos nacionalistas de occidente de los 80 y los 90 hasta su regreso a Italia a finales de la centuria para reincorporarse a la política italiana, exonerado de los supuestos crímenes en los que se le incriminaba, como las matanzas de Piazza Fontana de 1969 en Milán, donde murieron 17 personas, o la masacre de Bolonia de 1980, con 85 fallecidos.
Comenzó su andadura política en el Movimiento Social Italiano (MSI) de la posguerra mundial, del que se separó para incorporarse al Ordine Nuovo de Pino Rauti al comenzar el MSI su política de entendimiento con la Democracia Cristiana a impulsó del secretario general Arturo Michelini. Tiempo después Delle Chiaie dejaría también Ordine Nuovo para promover el movimiento político Avanguardia Nazionale, con un marcado componente revolucionario y de acción directa que superase posiciones conservadoras y reaccionarias. Avanguardia Nazionale se convirtió así en el capitalizador de todo el movimiento extraparlamentario patriótico italiano hasta su disolución oficial a mediados de la década de 1960, aunque de hecho continuó operando de modo semi-clandestino.
Son los años de plomo, de conflictos callejeros con los movimientos terroristas comunistas que buscan un proceso de transformación comunista en Italia. Años de violencia y guerrilla urbana donde AN es protagonista y partidaria de la acción directa y de la respuesta de la tensión: buscar que la fractura social sea de tal magnitud, que obligue a un pronunciamiento o una respuesta de corte nacional patriótico. Sin duda alguna el momento más conocido de aquellos años es el de marzo de 1968, en el marco de las protestas estudiantiles que se desarrollaban en Italia, cuando Delle Chiaie dirigió a las fuerzas populares que actuaron en la Batalla de Valle Giulia en contra de la policía. El episodio concluyó con la ocupación de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Roma La Sapienza por parte de los activistas nacionalistas y de la Facultad de Letras por parte de los activistas comunistas. Unas semanas después hombres leales a Giorgio Almirante invadieron el campus universitario con la intención de expulsar a los comunistas. Delle Chiaie -que confiaba que la protesta estudiantil creciese hasta desestabilizar al gobierno- optó por no acompañar el desalojo por considerarlo reaccionario y no revolucionario. De todos modos la presencia del MSI en la universidad provocó que la policía interviniese, arrestando a muchos de los participantes de las ocupaciones, incluido Delle Chiaie.
Su salida de Italia es fruto de su participación en el golpe de estado de Junio Valerio Borguese, en el año 1970, un pseudo golpe de estado que fracasa y que obliga a Delle Chiaie a dejar Italia.
Años después y en el marco de los juicios sobre aquellos sucesos, se destapó todo un oscuro y complejo entramado de política internacional con la CIA, la masonería, la mafia y multitud de tentáculos en el campo de la política y la violencia callejera de plomo de la Italia de entonces, como un obstuso ajedrez que frenara la injerencia soviética en Europa con nombres como la Red Gladio, la logia P2 y demás.
La marcha de Italia de Delle Chiaie tras el fallido golpe Borghese le encamina a la creación de una “internacional neofascista” (medios dixit) de colaboración con estados y movimientos en el ámbito occidental y concretamente hispanoamericano desde su profundo activismo y convicción política. Se conoce su intervención en la España de la transición, con su presencia en los sucesos de Montejurra de 1976, en la lucha contra ETA y su nunca demostrada participación en la matanza de los abogados laboralistas de Atocha de 1977. Se le localiza en el Chile de Pinochet y en la Bolivia de Banzer, y se le relaciona con las actividades anticomunistas de los Estados Unidos en Hispanoamérica junto al agente norteamericano Michael Townley, el cubano Virgilio Paz Romero, o el francés ex oficial de la OAS Jean Pierre Cherid.
En 1987 es detenido en Venezuela y trasladado a Italia para ser enjuiciado, siendo absuelto de toda responsabilidad penal por los distintos atentados en los que se le incriminaba en nueve distintos juicios. Años más tarde, ante la Comisión contra el terrorismo que en Italia trató de dilucidar aquellos años de violencia, durante una audiencia de 1997, encabezada por el senador Giovanni Pellegrino, Stefano Delle Chiaie siguió hablando de una «internacional fascista negra» y su esperanza de crear las condiciones de una «revolución internacional». Habló de la Liga Anticomunista Mundial, pero dijo que después de asistir a una reunión en el Paraguay, la había abandonado afirmando que era una fachada de la CIA. Lo único que admitió haber tomado parte en la organización del Nuevo Orden Europeo (NOE).
En 1991 organizó en la ciudad de Pomezia un encuentro de dirigentes patriotas, al que asistieron muchos referentes de la derecha extraparlamentaria, pero también hombres desencantados con el MSI y militantes de izquierda que temían que ante el colapso de la URSS el país fuese absorbido por los elementos más rancios del capitalismo. De esa iniciativa nació la Lega Nazionale Popolare, un movimiento de tercera posición que se alió a la Lega Meridoniale y, al cabo de unos años, terminó desapareciendo.
Víctima del cáncer, Delle Chiaie falleció en el Hospital Vannini de Roma en septiembre de 2019.
Le numéro 81 de TERRE & PEUPLE Magazine est centré autour du thème de la spiritualité païenne.
Sous le titre ‘Tu trembles, carcasse’ de son éditorial, Pierre Vial relève des signes qui ne trompent pas. En Allemagne, où l’AfD réalise des scores éblouissants. En Italie, où le refus de l’invasion permet à la Lega de continuer sa progression. En Flandre, où le Vlaams Belang s’impose comme le premier parti. Au même moment, en France, Macron confesse que « ses certitudes sur l’économie s’effondrent» !
Brûlant un cierge à la France française, Pierre Vial épingle le hors-série de Valeurs Actuelles consacré à Michel Audiard.
Bernard Lugan démonte l’offensive anti-française de diversion menée par l’Algérie qui, par la voix de l’Organisation Nationale de Moudjahidines, ses anciens combattants de la libération, accuse le colonisateur français de génocide et de pillage. Ils rêvent de compensations. Expert des questions africaines, l’auteur rappelle que l’Algérie engloutissait en réalité 20% du budget de la France ! Et qu’elle a raflé le pactole du Sahara avec lequel historiquement elle n’a pourtant rien de commun. Il fait remarquer que, dans leur grande majorité, ces résistants libérateurs sont des imposteurs : en 1962, l’Algérie a identifié 6.000 moudjahidines, auxquels elle a reconnu d’importants privilèges. En 1970, ils étaient déjà devenus 70.000 et, en 2017, 200.000 et leurs ayants-droit 1,5 millions ! Le budget du Ministère des Moudjahidines est un des plus lourds de l’Algérie, après l’Education et la Défense.
Pierre Vial introduit le dossier central sur la spiritualité païenne par un appel à l’essentiel alors que, l’âme morte, des masses humaines se précipitent vers l’enfer. Ecologie panthéiste, l’esprit de vie païen s’attache instinctivement à réenchanter le monde, dans le combat pour nos forêts, nos rivières, nos mers, nos montagnes. L’âme de nos martyrs nous accompagne. Dans nos mythes ancestraux, un des symboles les plus forts de notre spiritualité est le Graal, véhicule de la dimension sacrée du sang.
Sur une batterie de huit questions sur la spiritualité païenne que leur a posée Pierre Vial, deux personnalités consacrées en ce domaine, Pierre-Emile Blairon (La Roue et le Sablier) et Paul-Georges Sansonetti (Chevalerie du Graal et Lumière de Gloire) apportent leur éclairage à partir d’observations et de témoignages heureusement complémentaires. Le premier répond à toutes les questions pêle-mêle, dans un agréable foisonnement. Se propose ainsi, dans un ordre de recommencement, d’évolutions et d’involutions, une invitation à saisir au vol les étincelles enthousiasmantes de l’esprit de vie. Avant Abraham, tous les peuples, les juifs y compris, étaient polythéistes. Le christianisme des premiers siècles est citadin, produit des masses cosmopolites des grandes mégapoles. Férues des nouveautés, elles sont méprisantes pour les traditions rurales. Il y sera néanmoins largement puisé au cours des siècles suivants. L'invention de l'écriture (-3.300), énorme progrès technique de la modernité, marque une régression de l'intelligence, qui passe de la mémoire humaine aux archives et à la comptabilité : les symboles sont désincarnés. C'est une involution : à l'inverse du dogme darwinien de l'évolution linéaire vers un progrès continuel, d'un commencement vers une fin, la conception du temps des païens est cyclique, selon une figure en spirale décentrée, comme le mouvement de notre galaxie. La notion de tradition primordiale fait référence aux artefacts phénoménaux d'origine humaine que l'archéologie est en peine d'expliquer. Il est profitable de retentir au message d'une pléiade d'auteurs-éveilleurs aux traditions, tant locales que régionales, ethnique et nationales, et à l’idée d’une involution, d’un Âge d’or spirituel à un Âge de fer matériel. Le mythe de Prométhée, héros tragique pour les uns, dans sa tentative généreuse d’édification du genre humain, n’exprime pour d’autres que la ruse vaine d’un titan suffisant et insuffisant, qui n’ouvre qu’une Voie des pères, en opposition à l’esprit olympien, transparence de l’être qui est la Voie des dieux. La Voie des pères propose cependant une troisième voie, entre le paradis des monothéistes et le néant des athées.
Pour sa part, Georges-Paul Sansonetti répond point par point aux huit questions de Pierre Vial: -1°En assimilant le paganisme à l’athéisme, on se coupe d’un courant, intérieur au christianisme, qui a sauvegardé des notions essentielles de nos civilisations indo-européennes, notamment ce qui a fait que Janus, gardien des deux solstices, se retrouve dans les deux Saint-Jean, l’évangéliste pour l’hiver et le baptiste pour l’été. -2°Dans les guides autorisés de la spiritualité païenne, il convient d’épingler Mircea Eliade, Georges Dumézil, Pierre Vial, Jean Haudry, René Guénon et Julius Evola. Sans oublier les auteurs ‘enracinés’ (tels Giono, Vincenot) ni les mythiques (Tolkien, Earl Cox). -3°A nos groupes d’amis identitaires, l’auteur recommande les échanges de lectures, le culte partagé des vestiges, des pierre levées néolithiques, de la Crète, des Achéens, des Doriens et de leurs mythes olympiens, de Rome, des mythes celtiques, germaniques, slaves. Et la découverte en commun de nos espaces ancestraux, de nos forêts, de nos montagnes, dans la fraternité d’un effort partagé. -4° La connaissance du paganisme européen complète heureusement un engagement politique identitaire par la plus longue mémoire : nos ancêtres célébraient il y a dix-huit mille ans la lumière du solstice d’été dans la Grotte de Lascaux. -5° Ces mythes expriment les principes de survie de nos communautés : une autorité douée de compréhension et de puissance fulgurantes (Zeus), une force défensive de l’ordre établi (Arès), un génie de la communication (Hermès), un sens joyeux de la festivité (Dionysos), une virtuosité technique (Héphaistos), un charme physique (Aphrodite) et le parfait accomplissement intellectuel et corporel (Apollon). Sans négliger le message des mythologies nordique, celtique, slave etc. -6° Quant aux néo-paganismes, il les qualifie de parodies pénibles. -7° Pour s’empresser de passer à la condition de notre survie : notre réaction libératrice face à la veulerie de la bien-pensance et au grand remplacement, pour recréer des ensembles sociétaux et territoriaux à la mesure des potentialités des Européens. -8° Il conclut que, au contraire des progressistes travaillés par l’obsession de mondialiser l’Europe, nous voyons dans son effondrement la catharsis nécessaire à notre renaissance
Robert Dragan titre ‘Esprit, es-tu là’ sa réflexion sur les spiritualités, païennes et autres, et sur l’agnosticisme. Il s’applique à situer la matière -si l’on peut dire- de l’esprit, en l’opposant au corps, dans lequel les neurones ne sont que des contacts électriques et la mémoire est encore un mystère. Pour les uns, elle est un réceptacle inorganique participant du cerveau et cette âme, don de(s) dieu(x), a un destin propre, une existence dans un au-delà avec lequel il est possible de communiquer. Pour les autres (dont certains païens et les scientistes), la nature de la pensée et de la mémoire nous est incompréhensible et nous ne pouvons au mieux que nous appliquer à bien vivre, orientés en cela par nos savant et nos poètes. Les règles que se donne le païen sont modelées sur la nature. Il construit une société organique. Mortel, il recherche la survie de son sang. Ses émotions sont liées particulièrement à celles de ses semblables, de son lignage, de son milieu écologique.
Halfdan Rekkirsson est un ouvrier du bâtiment. A 13 ans, a été transplanté de la campagne alpine à la banlieue chaude de Rouen. Il a été introduit à l’étude (universitaire) de l’histoire du Nord en général, et à celle de l’Asatrù, religion officielle de l’Islande, en particulier par la découverte du Hobbit de Tolkien. L’Asatrù (fidélité aux Ases) est apparue au début des années ’90, peu après l’engouement pour le port du marteau de Thor. Des petits clans se sont mis à pratiquer un rituel un peu partout en France. L’intérêt grandit pour la mythologie, les sagas, les eddas, les gestes héroïques du Beowulf et des Niebelungen. A un moment où la science moderne, archéologie, linguistique, études comparatives des religions, paléogénétique, affine notre connaissance de l’histoire de nos ancêtres, l’intérêt pour leur spiritualité est éveillé et soutenu par de l’information de qualité. Toutefois, l’essentiel est de vivre ces grands principes avec notre temps. Pour la pratique, Halfdan Rekkirsson a créé le Calendrier runique Asatrù, qui invite les fidèles à vivre leur croyance en célébrant « les bonnes fêtes aux bonnes dates ». Sa pratique personnelle est familiale. Il répond ainsi aux monstrueux problèmes que nous pose aujourd’hui le progressisme. La connaissance utile des runes exige une étude sérieuse. Halfdan Rekkirsson recommande le Hàvamàl, conseils d’Odhinn, et les Eddas.
Jean-Christophe Mathelin, astronome, a fondé, avec Vincent Decombis et Christopher Gérard, Solaria, le Cercle européen de recherches sur les cultures solaires, et il dirige la revue du même nom. Il met en place un Musée du Soleil. D’éducation catholique, comme à 18 ans il aspirait à une religion ‘pure et dure’, il a goûté au Coran, dont les obscurités rencontraient sa tendance au mysticisme. Un séjour en terre d’islam l’avait persuadé de piocher plutôt dans le bouddhisme, quand il est tombé, en 1979, sur le ‘Thulé, le Soleil retrouvé des Hyperboréens’ de Jean Mabire. Celui-ci lui a révélé que sa voie est celle des dieux solaires de ses ancêtres indo-européens et que le culte solaire n’est pas le monopole des Egyptiens, des Incas et des Aztèques. L’Europe possède un riche passé en la matière durant l’âge du bronze (du IIIe au Ier millénaire avant l’ère chrétienne) et notamment avec l’apollinisme (VIe siècle av. EC) et l’engouement pour les mystères de Mithra (IIIe siècle EC). Eclipsé par le christianisme, le mythe va renaître grâce à l’héliocentrisme de Copernic. Le culte se pratique aux moments solaires privilégiés, levers et couchers de culminations. La Grèce et Rome ont laissé de nombreux hymnes et des rituels, feu, encens, sacrifices, libations. Les Celtes et les Nordiques privilégiaient des sites sacrés naturels. Quant à une dominance de dieux solaires masculins sur des divinités lunaires féminines, on remarquera qu’Apollon est le dieu du juste milieu et que, pour les Germano-Scandinaves, c’est la Lune qui est masculine et le Soleil qui est féminin.
Robert Dragan livre la synthèse des trois articles du numéro 3 de la revue de linguistique indo-européenne Wékwos. Celui de Robert Sergent traite des Tokhariens, établis en Bactriane (Kazakhstan), des Sères (producteurs de soies), attestés par Strabon dans la même région, et des Attacores, qui habitaient la Kroraina (nord du Tibet) et que Pausanias considère être les produits d’un croisement de Scythes et d’Indiens. Ces sources relèvent leur vigoureuse longévité, leur tempérance, leur qualité guerrière, leur grande taille, leurs yeux clairs et leurs cheveux ‘rouges’. Les linguistes y repèrent un rameau des parlers germanique et balto-slave, précocement séparé du tronc indo-européen dès la seconde moitié du 4ème millénaire AEC, migrant du Kazakhstan au Tarim vers 2000 AEC. Ils se distinguent des Scythes de Russie et de Sibérie et des Aryens (Iraniens et Indiens), qui ont émigré plus tard vers l’Asie du sud. Le deuxième article traite des Scythes et de leurs descendants ossètes et bretons. Les uns comme les autres font référence aux trois fonctions. Dans la rivalité de trois princes à succéder à leur père, c’est toujours le plus jeune qui l’emporte. Ce trait se retrouve dans des romans arthuriens, où le héros doit également se révéler un trifonctionnel accompli. Le troisième article traite des ‘charmes’, formules à prononcer pour la réalisation d’un vœu, notamment une guérison. Il rapproche des formules gallo-romaines de certaines anglo-saxonnes du IXe siècle EC et d’autres du folklore moderne, francophone comme germanique, slave comme balte. Y sont invoquées une trinité de femmes (sœurs, vierges, Marie), issues des Parques latines ou des Nornes germaniques.
Robert Dragan encore cite Jean-Paul Lelu dans la part de celui-ci à des mélanges à l’intention de Bernard Sergent, où il propose de localiser la ville mythique d’Avallon dans le site moderne de Saint-Nazaire, sur une petite île rocheuse reliée à la côte par un banc de sable. Il s’y est élevé une petite cité fortifiée, baptisée du nom d’un saint associé aux jumeaux Gervais et Protais, lesquels évoquent les Dioscures dont Diodore indique qu’ils étaient vénérés sur les bords de l’océan. Dans le Conte du Graal de Chrétien de Troyes, le roi d’Escavallon, adversaire de Gauvain, porte un écu d’or à bande d’azur, les couleurs des seigneurs de Donges et de Saint-Nazaire. Les guerriers morts au combat sont censés être accueillis par Morgane et ses suivantes. Strabon (-60 AEC) évoque, devant l’embouchure de la Loire dans l’océan, une petite île habitée par les femmes Samnites. Possédées de Dyonysos, elles ne laissent aucun homme y mettre le pied. Dungjo, en ancien francique, désigne le lieu où travaillent les femmes.
Le druide Lugvidion s’applique à situer le druidisme, tant historique (âge du fer) que contemporain et à démontrer chez ce dernier une religiosité bien actuelle. L’histoire en cette matière est lacunaire : des auteurs grecs et latins souvent peu objectifs ; des copistes irlandais et gallois qui ne conservent les mythes que sous un vernis chrétien ; le comparatisme avec le brahmanisme qui suggère les pièces manquantes du puzzle ; les folklores régionaux aux colorations celtiques (triades de personnages, 1er mai, 1er novembre) ; des découvertes archéologiques récentes ; les travaux des collèges druidiques qui méritent une lecture critique. En 1717, le franc-maçon irlandais John Toland a créé le Druid Order, dont se réclament tous les collèges européens. L’extension du druidisme au sein de communautés élargies à d’autres fonctions sociales que philosophiques (savoir importe plus que croire) lui mérite d’être une religion à part entière. Il s’agit autant d’une voie philosophique de sagesse sacerdotale que d’une voie d’accomplissement heureux. Les collèges invitent leurs membres à redécouvrir leurs racines celtiques et leur connexion intime avec la nature. Ils organisent des cérémonies symboliques en phase avec les cycles naturels : la roue de l’année (les deux solstices et les deux équinoxes) et les quatre fêtes celtiques (Samain, Imbolc, Beltaine et Lugnasad). Ces pratiques ne sont pas qu’une reconstitution historique. Outre les cérémonies calendaires, se célèbrent des cérémonies familiales (présentation d’enfant, rite de passage, mariage, funérailles) et des cérémonies initiatiques. L’initiation par l’introspection s’étend en général sur trois à six années avant la titularisation et l’attribution d’un nom initiatique. Chaque classe de la société celtique se caractérise par des qualités emblématiques et par les défaillances correspondantes tel le découragement, à peine de déshonneur. Il s’agit d’œuvrer au ‘retour du printemps’.
Jean-Patrick Arteault cuisine Johan, auteur de la chaîne Youtube La Mesnie païenne, référence à la médiévale Mesnie Hellequin qui est elle-même une allusion à la Chasse sauvage d’Odin. La mesnie était un organisme clanique typiquement rural que l’émergence des villes a dévitalisé. Soucieux de réveiller la plus longue mémoire européenne, en vue de reconstruire un paganisme européen du XXIe siècle fidèle à ses fondements, Johan était tombé sur une profusion de chaînes YouTube anglophones qui diffusent des vidéos de qualité sur ce sujet, sans pouvoir trouver d’équivalent francophone. Il a fait l’acquisition d’une caméra et s’est lancé dans l’aventure de l’animation audio-visuelle de sa communauté païenne, à qui il diffuse des documents de vulgarisation. Il s’agit autant de données historiques que liées à l’actualité, de fêtes saisonnières ou de symbolique que d’archéologie ou de folklore. Plus que la culture théorique, le primordial est la pratique vécue, l’ancrage identitaire. Car, pour lui, le paganisme est avant tout un rapport au monde, condition de survie au moment du déclin du christianisme et de l’émergence de la consommation de masse. Il s’agit de ne plus opposer le spirituel au matériel, de réconcilier l’âme et le corps. Johan ne s’est pas assigné d’objectif défini. Il songe à aborder des sujets complexes, qui nécessiteraient un rythme de parution ralenti.
Pierre Vial poursuit, dans sa cinquième partie consacrée à l’Aliyah, retour (tant spirituel que physique) en Eretz Israël, son étude exemplaire du modèle identitaire juif. Lors de la première Aliyah (1881-1903) d’une vague de 70.000 migrants, la moitié seulement a résisté aux conditions pénibles, dont il n’y a eu qu’une minorité pour fonder des colonies agricoles. Jusqu’à ce qu’intervienne le baron Edmond de Rothschild, lequel a investi largement dans des plantations d’agrumes, de thé, de coton, de tabac. Il a confié ces colonies à l’Association palestinienne pour la colonisation juive, présidée par son fils James. Aux colons, sont enseignées dans l’enthousiasme la langue et la culture hébraïques. La deuxième Aliyah (1904-1914), qui est alimentée par les pogroms russes de 1903-1905, allie au sionisme les principes du socialisme. On crée alors des communautés agricoles collectivistes (kibbouts), qui louent aux colons les terres achetées par des collectivités financées par de généreux donateurs. La sécurité est assumée par le Ha-Shomer, un corps mobile appelé à intervenir n’importe où. Le Fonds national juif fonde Tel Aviv (‘la colline du printemps’) avec des ouvriers et des habitants exclusivement juifs (3 604 en 1921 et 54 110 en 1931). En 1917, dans le cadre de la rivalité franco-britannique sur le Moyen-Orient, Lord Balfour, ministre des Colonies, reconnait dans une lettre à Lionel Rothschild le droit de construire un foyer national juif en Palestine. En 1920, la Société des Nations donne à la Grande-Bretagne mandat sur la Palestine avec mission d’y favoriser le foyer national juif. Mais le Congrès panarabe de Damas exige alors la rupture totale. Des milices attaquent les colonies juives et une émeute ravage le quartier juif de Jérusalem. Les arabes organisant la guérilla tant contre les britanniques que les sionistes, les juifs se sont formés en milices armées et s’attachent à convaincre la Diaspora que l’Aliyah doit continuer et même s’intensifier. La troisième Aliyah (1919-1923) est accélérée par la révolution russe et la guerre soviéto-polonaise. Le mouvement de jeunesse He-Haloutz (de Joseph Trumpeldor et David Ben Gourion) préparait à une vie agricole les jeunes haloutsim, qui se considéraient comme des soldats prêts à remplir toute mission. En 1920, est fondée l’Histadrouth, fédération des travailleurs juifs porteuse d’un projet de société modèle basé sur la coopération, la solidarité et la justice sociale. (à suivre)
Né le 4 décembre 1944 à Alger bien qu’il ne soit pas d’origine pied-noire et mort à Roanne dans le département de la Loire, le 15 août 2014, Jacques Marlaud a présidé le GRECE de 1987 à 1991. Correspondant de Nouvelle École et rédacteur pour Éléments, Études et Recherches et L’Esprit européen, ce maître de conférence en communication à l’Université Lyon – III – Jean-Moulin a toujours agi en Européen de France et en païen. En 1990, il défend la liberté d’expression en pleine cabale universitaire contre l’économiste dissident et ami Bernard Notin.
Adolescent pendant la guerre d’Algérie, il correspond avec des détenus pro-Algérie française. Il milite à la Fédération des étudiants nationalistes, puis à Europe-Action, et y rencontre Alain de Benoist, Pierre Vial et Dominique Venner. Appelé dans une unité du génie parachutiste, il déserte au milieu des années 1960, franchit les Pyrénées et obtient finalement le statut de réfugié politique en Espagne franquiste. Il en gardera une belle maîtrise de la langue de Cervantès. Il séjournera ensuite en Italie et dans le Nord de l’Allemagne où il rencontrera sa future épouse, Ursula aujourd’hui décédée.
Vers 1971 – 1972, les jeunes mariés s’installent en Afrique du Sud. Jacques Marlaud travaille alors comme journaliste à la radio d’État sud-africaine pour les programmes nocturnes anglophones. L’allemand est néanmoins la langue maternelle des sept premiers enfants Marlaud; la huitième et dernière naîtra plus tard en France. Il anime dès 1979 l’European Renaissance Association et lance en 1981 une revue bilingue anglais – afrikaans Ideas/Idees. Il reçoit au cours de cette période dans son foyer austral Alain de Benoist, Guillaume Faye, Saint-Loup… En 1985 – 1986, devinant la triste évolution de l’Afrique du Sud, Jacques Marlaud rapatrie sa famille dans une propriété du Nord du Forez. Il y organisera de nombreuses années des solstices d’été souvent allumés par son (relatif) voisin, Robert Dun.
En 1986 paraît au Livre-club du Labyrinthe Le renouveau païen dans la pensée française, adaptation de sa thèse soutenue à l’Université sud-africaine de Port-Elizabeth. Il associe le paganisme à l’Europe. Bien qu’il sache que « le paganisme européen […] n’a pas de corps de doctrine cohérent et explicite (idem, p. 19) », il le conçoit néanmoins comme « une échelle de valeurs, une alternative spirituelle pour les Européens désorientés. Il ouvre une quatrième voie entre le théocratisme réactionnaire de certaines Églises qui refusent d’enterrer leur Dieu mort, l’humanisme égalitaire de ceux qui ont remplacé l’idéal de Jésus par celui de Spartacus, et le matérialisme stérile de ceux qui professent diverses utopies économiques (idem, p. 23) ». Il jugera plus tard dans son recueil d’entretiens et d’articles de 2004, Interpellations. Questionnements métapolitiques (Dualpha) que le nationalisme, « une idée juive (id., p. 301) », représente « une solution de facilité qui tend à désigner de faux ennemis et nous trompe sur les enjeux véritables (id., p. 304) », que c’est aussi « une idée moderne et bourgeoise (id., p. 301) », « un slogan vague et désuet (id., p. 299) ». Voyant le « nationalisme intégral et [… le] cosmopolitisme intégral [comme] deux frères ennemis unis par une commune hostilité à l’Europe (id., p. 163) », il appelle dès 1989 à libérer l’Europe de l’Ouest de la tutelle yankee, encourage partout sur la planète « la cause des peuples contre le bunker occidental (id., p. 62) » et participe en 1999 au « Collectif Non à la guerre » lancé par Arnaud Guyot-Jeannin, Laurent Ozon et Charles Champetier qui s’élève contre l’agression serbophobe de l’OTAN. Opposant volontiers le Logos au Mythos, la pensée rationalisante dans ses variantes chrétiennes et laïques à l’idée païenne, Jacques Marlaud appelle à la résurgence des vertus guerrières d’« un surhumanisme différencialiste qui recrée sans cesse des “ ordres de rang ”. Il définit les bio-cultures comme les racines constitutives d’identités, perpétuellement contestées (décadence) et sans cesse réaffirmées par un auto-dépassement créateur de valeurs, de schémas explicatifs, de mythes (Le Renouveau païen…, pp. 27 – 28) ».
Dans Comprendre le bombardement de New York. Contre-enquête (Éditions du Cosmogone, 2001), il avance que « l’essence du totalitarisme contemporain réside dans l’utopie qui consiste à faire dépendre le bien commun de l’autorégulation des besoins privés, détruisant ainsi les sociogenèses, les communautés organiques qui sont des héritages naturels, pré-rationnels (p. 95) ». Publié un mois après les attentats du 11 septembre 2001, Jacques Marlaud affirme déjà que « Ben Laden est un produit 100 % made in USA (id., p. 52) ». Il explique en outre qu’« une étude sérieuse des tenants et aboutissants du bombardement de New York ne peut que dresser le constat d’une collusion régulière entre les autorités militaires américaines et certaines formes de terrorisme international (id., pp. 48 – 49) ». « Nous avons patiemment attendu notre heure, écrit-il aussi dans Interpellations, l’improbable moment où les Européens prendraient enfin conscience que l’Amérique et l’Europe n’ont pas le même destin ni les mêmes valeurs au bout du compte (id., p. 45) ». Il déplore toutefois que « l’Europe […] refuse pour l’instant le destin d’opposant au Mégapouvoir mondial qui lui était échu. Elle préfère partager ce pouvoir, en sachant bien qu’elle devra se contenter des restes du repas royal. Sachant aussi qu’elle sera en première ligne dans les conflits que l’Occident américanocentré se prépare à affronter (Comprendre…, pp. 69 – 70) ».
Or, l’héritage indo-européen (ou boréen) a modelé « les traits distinctifs d’une identité spirituelle qui fait de l’Europe, plus qu’un continent, plus qu’un ensemble politique, une communauté spirituelle (Interpellations, p. 164) ». Pourtant, « l’Europe n’aura une existence propre que lorsqu’elle se dégagera de l’étreinte mortelle d’un Occident qui n’est rien d’autre que le modèle américain, modèle qui perd peu à peu son attraction et ne pourra continuer de s’imposer que par le recours à une violence accrue (Comprendre…, p. 107) ». En authentique gibelin d’expression française, Jacques Marlaud prône un Empire continental capable d’« intégrer (plutôt qu’à dissoudre) l’échelon civique ou politique au sein d’un ensemble plus vaste qui lui redonne son sens en le reliant à ses racines infrapolitiques organiques et à sa cime métapolitique (mythique et cosmique) (Interpellations, p. 172) ». Sa promotion de l’idée impériale européenne repose par ailleurs sur l’articulation agonistique des régions vernaculaires, des nations politico-historiques et de l’échelon continental. Il condamne la parapolitique, c’est-à-dire susciter une action politicienne sous un quelconque prétexte culturel, ce qui n’est ni de la métapolitique, ni même en tant que lecteur attentif d’Heidegger, de la poésie. Ainsi juge-t-il plutôt que « l’identité d’un grand peuple conscient de son héritage se défend plus efficacement sur la longue durée au niveau poétique qu’au niveau épidermique (id., p. 304) ».
Jacques Marlaud détonnait par ses réflexions impertinentes. Celles-ci auraient été plus acérées encore s’il n’avait pas souffert de l’éloignement géographique, du parisianisme ambiant, d’un caractère entier et d’une grande franchise. Danse guerrière de la Grèce antique, la pyrrhique se pratiquait à l’occasion des fêtes des Dioscures, des panathénées et des gymnopédies. Grâce au formidable travail de Jacques Marlaud, Jean Cau, son préfacier du Renouveau païen…, savait enfin « pourquoi nous sommes encore quelques-uns, en cette fin de siècle, à danser sans remords la pyrrhique (p. 11) ». Que cette sarabande sauvage se poursuive pour les Dieux et l’Europe !
Georges Feltin-Tracol
• Chronique n° 31, « Les grandes figures identitaires européennes », lue le 3 décembre 2019 à Radio-Courtoisie au « Libre-Journal des Européens » de Thomas Ferrier.
Remembering Guillaume Faye: November 7, 1949–March 7, 2019
By Greg Johnson Ex: http://www.counter-currents.com
Today is Guillaume Faye’s first birthday since his death earlier this year after a battle with cancer. Faye had been sick for some time, but he was so focused on writing what will now be his last book that he postponed seeing a doctor until it was complete. When he finally sought medical attention, he was diagnosed with stage four cancer. There is no stage five. Guillaume Faye gave his life for his work, and his work for Europe.
Faye, like New Rightists and White Nationalists in European societies around the globe, was motivated by a sense of danger: the reigning system — liberal, democratic, capitalist, egalitarian, globalist — has set the white race in all of its homelands on the path to extinction through declining birthrates and race replacement through immigration and miscegenation. If we are to survive, we must understand this system, critique it, and frame an alternative that will secure the survival and flourishing of our race. Then we need to figure out how we can actually implement these ideas.
I like Faye’s approach for a number of reasons.
First, Faye thinks big. He wants to take all of Europe back for Europeans. I completely agree with this aim. Furthermore, to secure the existence of Europe against the other races and power blocs, Faye envisions the creation of a vast “Eurosiberian” Imperium, stretching from Iceland to the Pacific, with a federated system of government and an autarkic economy. He believes that only such an imperium will be equal to the challenges posed by the other races in a world of burgeoning populations and shrinking resources. As I argue in my essay “Grandiose Nationalism[2],” I think that such ideas are neither necessary nor practical and they entail dangers of their own. But nobody can fault them for visionary boldness.
Second, Faye thinks racially. His answer to the question “Who are we?” is ultimately racial, not cultural, religious, or subracial: white people are a vast, extended family descending from the original inhabitants of Europe after the last Ice Age. There are, of course, cultural and subracial identities that are also worth preserving within a federated imperium, but not at the expense of the greater racial whole.
Third, Faye is not a Luddite, primitivist, or Hobbit. He values our heritage, but he is attracted less to external social and cultural forms than to the vital drives that created them and express themselves in them. He also wishes to do justice to European man’s Faustian drive toward exploration, adventure, science, and technology. His “archeofuturism” seeks to fuse vital, archaic, biologically-based values with modern science and technology.
Fourth, Faye turns the idea of collapse into something more than a deus ex machina, a kind of Rapture for racists. We know a priori that an unsustainable system cannot be sustained forever and that some sort of collapse is inevitable. But Faye provides a detailed and systematic and crushingly convincing analysis of how the present system may well expire from a convergence of catastrophes. Of course, we need to be ready when the collapse comes. We need a clear metapolitical framework and an organized, racially conscious community to step into the breach, or when the present system collapses, it will simply be replaced with a rebranded form of the same ethnocidal regime.
Fifth, Faye is a strong critic of Christianity as the primary fount of the moral universalism, egalitarianism, and individualism that are at the root of our decline.
The only really fundamental disagreement I have with Faye was on the Jewish question. His views are closer to those of Jared Taylor, whereas mine are closer to those of Kevin MacDonald.
I only met Faye once, at the 2006 American Renaissance conference, where we had a couple of enjoyable conversations. We corresponded occasionally before and after that meeting. One of my treasured possessions is a copy of Faye’s first book, Le Système à tuer les peuples (Copernic, 1981), which he had given to Savitri Devi. Unfortunately, he was never able to locate his brief correspondence with Savitri. Perhaps it will come to light in his papers, which should be carefully preserved. If European man has a future, it will be due in no small part to Faye’s works. He belongs to history now, and future European generations will look dimly upon us if we fail to conserve and carry on his legacy.
I wish to draw your attention to many pieces by and about Faye at Counter-Currents.
Le numéro 80 de Terre & Peuple Magazine est centré autour du thème ‘L’Eglise de Bergoglio – le naufrage’.
Pierre Vial, brocardant la Macronie dans son éditorial, épingle la porte-parole du gouvernement, une Sénégalaise, française depuis 2016, qui revendique sereinement de « mentir pour protéger le président ». Se flattant d’être diplômée en philosophie, elle avertit : « Je ne crois que ce que je vois, » mais confond ensuite Saint Thomas d’Aquin et l’apôtre Thomas !
Thodinor interviewe Jean-Marie Le Pen au sujet de ses mémoires, épuisées en librairie dès avant de paraître ! Plus rebelle que révolutionnaire, le Menhir confie n’avoir jamais consenti à obéir qu’aux Jésuites et à la Légion, deux organismes dont les cadres s’imposent de donner l’exemple. Il se dit pagano-chrétien. Né le jour du solstice d’été, il est sensible aux influences telluriques, poétisées par une religion révélée qu’il ne pratique pas, sans pour autant la renier. Pour lui, le poujadisme était déjà une réaction de l’aristocratie populaire à la trahison des élites. Le communisme a été écrasé, mais ce n’est qu’une victoire à la Pyrrhus, car le virus perdure à travers les médias et l’enseignement. Seule est efficace la résistance nationale pour les racines et les traditions. Il ne croit pas à une fédération européenne : les nationalismes doivent rester forts, mais se conjuguer. Dissoudre l’UE serait ouvrir une béance, sans doute mortelle. Il faut révéler les réalités, ouvrir les yeux.
Introduisant le dossier central, Pierre Vial rappelle que, dans son combat contre l’identité européenne, le Pape a adressé, lors de sa visite au Maroc, un discours aux migrants envahisseurs. Appelant à l’exécution rapide du Pacte de Marrakech, au moyen notamment des « visas humanitaires », il promet : « Les sociétés d’accueil s’enrichiront si elles savent valoriser la contribution des migrants. » Il recommande de créer en Europe une société interculturelle. Entre-temps, elle se déchristianise comme jamais.
Pierre Vial se réfère au volumineux ouvrage (632 pages) ‘Sodoma, enquête au cœur du Vatican’ (Laffont 2019) du journaliste écrivain Frédéric Martel. Correspondant à France-Culture, celui-ci était déjà l’auteur de ‘Le rose et le noir, les homosexuels en France depuis 1968’ (Le Seuil 1996) et de ‘Global Gay, Comment la révolution gay change le monde’ (Flammarion 2013). Homosexuel ostensible, Frédéric Martel a mené l’enquête auprès de 1.500 personnalités, dont 41 cardinaux qui ont presque tous accepté que soit révélée leur identité. De son étude, il conclut: « Le sacerdoce a longtemps été une échappatoire pour des jeunes homosexuels. L’homosexualité est une des clés de leur vocation. » Selon lui, il y aurait, lorsqu’on monte dans la hiérarchie ecclésiastique, de plus en plus d’homosexuels au point que, au Vatican, l’hétérosexualité serait l’exception ! Cette situation ne serait pas de l’ordre de la dérive, mais du système, lequel prend soin de se masquer, affectant d’être homophobe ! Frédéric Martel s’en prend aux Légionnaires du Christ, l’empire éducatif et humanitaire du prêtre Mexicain Marcial Maciel, plus que suspect, mais finalement innocenté et rétabli par Paul VI et Jean-Paul II, en reconnaissance de l’ampleur de ses réalisations : 15 universités, 50 séminaires, 177 collèges, 34 écoles, 125 maisons religieuses, etc ! Frédéric Martel n’est pas un martyr de la vérité historique, loin s’en faut. Toutefois, que son registre soit peu ragoûtant, voire dégoûtant (il pousse jusqu’à faire flèche de « rumeurs récurrentes » sur les mœurs du Pape Pie XII !) n’efface pas la réalité que révèle son énorme contribution : le pourrissement avancé de l’Eglise de Bergoglio.
Remarquant que Benoît XVI, le pape démis, a attribué récemment à l’esprit de Mai ’68 les déviances dans l’Eglise, Robert Dragan rappelle que celle-ci se présente en détentrice de la vérité par la Révélation. Pour elle, toutes les autres religions sont fausses et, partant, d’origine satanique. Il en est ainsi de la Gnose, voie ésotérique de la connaissance intuitive des choses divines, qui a séduit, après le néo-platonicien Plotin, le dominicain Maître Eckhart et, plus près de nous, le jésuite Teilhard de Chardin. Après s’être incarnée dans les Rose-Croix, la Gnose se cristallisera, en 1717, dans la franc-maçonnerie, que la papauté excommuniera aussitôt. Avec la restauration de la monarchie, les idées modernistes ne progressent plus dans l’Eglise que masquées. Pour faire face à leur diffusion, celle-ci les condamne et le Concile de Vatican I proclame le dogme de l’infaillibilité pontificale en matière de foi et de morale. Pie X (qui sera canonisé par Pie XII) imposera aux prêtres le serment anti-moderniste. Le cardinal Mariano Rampolla, franc-maçon de la Haute Loge OTO, n’en parvient pas moins à devenir le secrétaire de Léon XIII et, à la mort de celui-ci, à être élu par le Sacré-Collège. Saisi, l’Empereur François-Joseph, exerce alors son droit de veto (droit déjà appliqué au premier Jean XXIII déposé en 1414) et c’est le cardinal Sarto qui est élu au second tour sous le nom de Pie X. Mais le cardinal Rampolla demeure en place et continue de placer ses protégés (dont l’un devint le pape Benoît XV) et il prend comme secrétaire Eugenio Pacelli (qui deviendra Pie XII). Durant la première moitié du XXe siècle, une abondante littérature dénonce l’infiltration moderniste. La Seconde Guerre Mondiale discrédite les conservateurs, qu’on amalgame à la droite autoritaire, voire à la collaboration avec les perdants. Au même moment, les démocrates chrétiens créent la Communauté européenne. Le communisme a cessé d’être considéré comme intrinsèquement pervers depuis que, l’Allemagne, renversant en 1941 son alliance avec l’URSS, celle-ci s’est retrouvée dans le camp du Bien. Sous le pseudonyme Maurice Pinay, les traditionnalistes s’activent alors à la rédaction d’un ouvrage collectif ‘2000 ans de complot contre l’Eglise’. Y contribuent le cardinal Ottaviani, Mgr Lefebvre et Léon de Poncins. Jean XXIII se refuse à révéler, comme promis par ses prédécesseurs, le troisième secret de la Vierge de Fatima : l’apostasie de la hiérarchie.
A sa mort, lui succède sous le nom de Paul VI le cardinal Montini, compromis dans l’affaire du Russicum (dénonciation au KGB des prêtres et évêques clandestins derrière le rideau de fer). Pour le cardinal Traglia : « Le diable est au Vatican. » Padre Pio le dénonce de même. Mais le concile consacre le triomphe des modernistes. L’encyclique Nostra Aetate reconnaît le judaïsme comme religion-mère. Le Sanhédrin n’est plus responsable du déicide. L’Eglise s’est trompée durant 1965 ans ! Pour le cardinal Suenens, lui aussi franc-maçon : « Vatican II, c’est 1789 dans l’Eglise. » Les francs-maçons étant excommuniés de facto, tous les papes depuis 1958 sont des anti-papes ! De nouveaux rituels d’ordination et de sacre sont promulgués, sans être théologiquement motivés, ce qui pose la question de leur validité. Le rituel de la messe est profondément modifié, écourté et simplifié. Les traditionnalistes se replient derrière Mgr Lefebvre, lequel ordonne plusieurs évêques, ou derrière d’autres dissidents, dont les Sédévacantistes qui considèrent que le siège de Pierre est inoccupé. Les premiers se divisent entre la Fraternité Saint Pierre et la Fraternité Saint Pie X. Celle-ci se divise à nouveau entre ceux qui acceptent la main tendue par Benoît XVI à son supérieur Mgr Fellay et ceux qui jugent que c’est un piège.
Jean-Patrick Arteault adresse une lettre ouverte à ses amis chrétiens, en particulier les catholiques romains. Incroyant, il est prêt, pour la survie de son peuple albo-européen autochtone, à servir le christianisme pour le message culturel qu’il a encore. La Manif pour Tous a permis aux catholiques conservateurs de se compter. La compétition religieuse avec un islam agressif ouvre la perspective d’une résistance et d’un retour aux racines chrétiennes. L’obstacle est le Pape François qui, prônant l’ouverture, va jusqu’à pratiquer l’auto-humiliation, donc la soumission. A l’objection que c’est la subversion moderniste qui est parvenue à faire élire un antipape, il remarque que les catholiques reconnaissent son magistère, sauf une infime minorité. Le christianisme que cette minorité place aux racines de l’Europe n’est qu’un greffon, dont les racines propres sont moyen-orientales. L’Ancien Testament, que les Juifs appellent La Loi, n’a -quel que soit son charme- rien à voir avec l’imaginaire européen, dont les vraies racines sont un mixte des peuples néolithiques fécondé par la vision et la culture des Indo-Européens, holistes et profondément polythéistes. Alors que le christianisme, dépossédant le judaïsme de son élection divine en se proclamant ‘verus Israël’, a développé sa propre trame idéologique : un Dieu unique et universel, créateur d’hommes égaux vouant leur vie à leur salut individuel, soit les trois valeurs premières de l’Occident : individualisme-égalitarisme-universalisme. Selon l’auteur, les Pères de l’Eglise ont subverti le judaïsme (en proclamant que le christianisme donne leur vrai sens à Platon et Aristote) et la religion romaine et ensuite celles des Germains, des Celtes, des Scandinaves, des Slaves, des Baltes, soit les sentiments profonds de ces peuples. On ne peut implanter des valeurs étrangères dans une psychologie collective sans une passerelle mentale : les missionnaires ont récupéré certains mythes des païens à convertir, se laissant ainsi contaminer. Notamment la triade des trois ordres, ceux qui prient, ceux qui combattent et ceux qui travaillent, en paraphrase de la trinité du Père, du Fils et de l’Esprit assortie d’une divinité Mère et de génies bienfaisants (voire malfaisants). Les clercs ont refusé cet enracinement, une première fois par la Réforme Grégorienne, qui rompt avec la pratique indo-européenne de l’association du spirituel et du politique. Elle ne sera plus coopérative et coordonnée, mais ordonnée par le spirituel, auquel est soumis le temporel. C’est cette prétention dominatrice qui suscitera, avec la séparation de l’Etat d’avec l’Eglise, la marginalisation progressive de celle-ci. Les élites ne se faisaient qu’un souci mineur de la religiosité populaire, alors d’un paganisme flamboyant. La réforme protestante, par contre, avec la traduction des textes sacrés en langue vernaculaire et l’introduction de l’imprimerie, oppose doctrine et pratiques ‘superstitieuses’, dont elle ne considère pas les racines culturelles. La contre-réforme catholique toilettera les superstitions et se distanciera des protestants par ses fastes. Communautaires, les églises protestantes ont lassé moins vite que l’église romaine hiérarchique et bureaucratique. L’alphabétisation et l’urbanisation ont étranglé le paganisme campagnard. Le bon Pape François ne manque de rappeler que son église n’est européenne qu’accidentellement. Universaliste, elle n’a plus intérêt à se cramponner à l’Europe. Entre son message cosmopolite et nos racines ethniques, il faut choisir.
Alain Cagnat rappelle les liens intimes de la France avec l’Eglise : Clovis (496), les carolingiens avec Charles Martel et Charlemagne (800), le roi Saint-Louis (1239), Jeanne d’Arc (1431), Louis XIII qui consacre la France à la Vierge-Marie. Au moyen-âge, les paysans se groupent autour de leur curé, loin de la richesse, parfois scandaleuse, des prélats. La contestation ne touche que les plus instruits. Les humanistes placent l’homme au centre du jeu et l’irréligion introduit le libertinage. Par la lecture littérale des textes, la Réforme écarte les clercs, intermédiaires entre le croyant et Dieu. L’esprit des Lumières prétend fonder le monde sur la raison, plutôt que sur une révélation contre laquelle se liguent des sociétés de pensée. La désaffection des fidèles touche d’abord les villes. La Révolution, avec la constitution civile du clergé (les prêtres, élus, doivent prêter serment et les réfractaires sont persécutés), provoque une réaction. Des provinces se soulèvent, dont la Vendée. Deux Frances s’opposent, deux universalismes, et l’Eglise se scinde en progressistes et traditionnalistes. Le Concordat entre Bonaparte et Pie VII apaise les esprits, mais le catholicisme n’est plus la religion officielle, mais celle d’une majorité. Il va récupérer une partie du terrain avec la restauration et avec la Loi Guizot sur la liberté de l’enseignement primaire. Les apparitions de la Vierge (Lourdes 1858) rapprochent l’Eglise d’une partie, surtout féminine, de la population. Sont négatifs, par contre, le développement de l’évolutionnisme de Charles Darwin et l’emprise de la pensée d’Ernest Renan, qui s’attache à concilier sentiment religieux et analyse scientifique. Le fossé se creuse entre villes et campagnes. Le prolétariat ouvrier échappe à l’Eglise. La loi de 1901 contraint les congrégations religieuses à se faire agréer. Le président du Conseil Emile Combes, défroqué devenu anticlérical, bloque les demandes : trois mille établissements scolaires sont fermés ; des milliers de religieux sont expulsés. Les biens de l’Eglise sont étatisés et 70.000 édifices doivent être inventoriés. La colère des fidèles (qui ont financé la réparation des saccages des révolutionnaires) dégénère en émeutes qui font des morts. Cinq mille inventaires ne seront jamais exécutés. L’Action Française, puissante, organise malgré l’interdiction des manifestations qui rassemblent des foules (en commémoration à Jeanne d’Arc ou au génocide vendéen). Monarchiste, nationaliste, antisémite, elle fait peur aux démocrates chrétiens qui l’accusent de se servir de l’Eglise sans la servir. Pie XI met Maurras à l’index et excommunie les membres et sympathisants du mouvement. Les clercs suspectés font l’objet d’une chasse aux sorcières par les futurs activistes de Vatican II. Dans le marxisme, certains prêtres catholiques perçoivent des échos d’un message évangélique égalitariste et universaliste. Pour rechristianiser le monde ouvrier, certains s’engagent à l’usine, adhèrent à la CGT, voire au parti communiste. Ils soutiennent le Vietminh. Pie XII, qui a excommunié les communistes dès 1949, met fin en 1954 à l’expérience des prêtres ouvriers (que Jean XXIII rétablira dès 1965). En Indochine, bien que les viets assassinent les prêtres locaux, la sympathie de la hiérarchie va au Vietminh, le droit des peuples à disposer d’eux-mêmes primant pour l’Eglise ! Pour la question algérienne, le bas clergé épouse la cause française, mais les congrégations, associations, dont l’Action Catholique, et la presse choisissent l’Algérie algérienne. De nombreux religieux cachent, soignent, approvisionnent (y compris en explosifs) les terroristes du FLN et acheminent ou exfiltrent des déserteurs. L’Eglise ferme les yeux. Ben Bella remerciera ceux qu’il qualifie de ‘vrais chrétiens’ : « Certains nous ont aidés concrètement, n’hésitant pas à se trouver à nos côtés. » Dès le début du XXe siècle, les paysans, fascinés par les lumières de la ville, quittaient la terre des ancêtres, qui ne les nourrit plus. A la place de leur communauté, qu’ils rencontraient chaque dimanche, ils ne trouvent plus que l’aliénation d’une société universelle de consommation ordonnée à les endetter. Avec Vatican II, l’Eglise veille à prendre ce virage universaliste, condamnant toute discrimination, même des ennemis déclarés, « en tout premier lieu les musulmans qui adorent avec nous le Dieu unique. » Jean XXIII corrige la condamnation par Pie XI du communisme ‘intrinsèquement pervers’ : « Nous avons autre chose à faire qu’à lui jeter des pierres. » Dans le même temps, les rites sont dépouillés. Le latin est remplacé par les langues vulgaires. La musique est réduite à l’élémentaire. On tutoie Dieu dans les prières. On tourne le dos à son tabernacle. On se passe l’hostie de main en main. Les prêtres quittent leur soutane. Les fidèles désertent les églises. Mgr Lefebvre se retranche dans sa Fraternité. Paul VI dénonce le fumées de Satan dans l’Eglise ! Bâtard des matérialismes capitaliste et communiste, Mai ’68 consacre le triomphe de l’individualisme et du nihilisme. Interdit d’interdire, un aréopage d’intellectuels en vogue réclame la dépénalisation de la pédophilie avec des enfants ‘consentants’ quel que soit leur âge ! Naît alors, en Amérique latine, la théologie de la libération, qui engage des religieux dans l’activisme révolutionnaire. Pour Paul VI, dans Evangelii nuntiandi, « La libération totale n’est pas étrangère à l’évangélisation. » Mais en 1984, après que Mitterand ait promis de faire de l’Education nationale un service laïc unifié, deux millions de manifestants lui expriment à Paris leur refus. C’est la dernière victoire du peuple. Contre le mariage homosexuel, la Manif pour Tous réalisera une mobilisation égale, mais molle, à laquelle Hollande opposera sans dommage un bras d’honneur. Pour achever la famille, il ne reste plus que la GPA et la PMA. L’Eglise est désertée. Il n’y a plus que 60% de catholiques déclarés dont 5%, vieillissants, se disent pratiquants. La prêtrise est en voie de disparition par manque de vocations. L’islam sera sous peu la première religion de France, avec la complicité de l’Eglise.
Alain Cagnat remarque que Pie XII n’invitait les pays riches à accueillir des immigrants qu’en cas de nécessité et à condition de renoncer à leur propre culture. Jean XXIII reconnaît, moyennant des motifs valables, le droit de se fixer à l’étranger, déplorant la séparation de la famille. Paul VI attend « un vaste élan d’unification de tous les peuples et de l’univers. » Il contredit Pie XII en prônant le droit de conserver sa langue maternelle et son patrimoine spirituel. Pour Jean-Paul II, l’immigration enrichit la culture d’accueil et les immigrants n’ont pas à se laisser assimiler : « Dieu a choisi la migration pour signifier son plan de rédemption.» Incitant les fidèles à la désobéissance civile, il confirme l’orientation politique de l’Eglise. Pour Benoît XVI, « L’émigration est la préfiguration de la cité sans frontières de Dieu. » Le peuple d’accueil doit se soumettre au message du Christ. Mais il évoque ce que l’Eglise doit à l’Europe, à ses racines tant grecques et romaines que chrétiennes. Au contraire, le Pape François ne manque pas de rappeler qu’il est fils d’immigré et que l’Europe lui est étrangère. Il néglige les motifs d’émigration et parle d’itinéraires qui renouvellent l’humanité entière. Il invite les pays d’accueil à « créer de nouvelles synthèses culturelles ». A la Journée de l’Accueil du migrant, il recommande de faire passer la sécurité personnelle de celui-ci avant la sécurité nationale et de lui ouvrir sans limite le régime national d’assistance sanitaire et de retraite. Il réclame pour lui la liberté religieuse, le regroupement familial et la protection de l’identité culturelle, interdisant au pays d’accueil d’imposer sa langue. En avril 2019, il invitait : « Rendons grâce à Dieu pour une société multiethnique et multiculturelle. » Le 8 juillet 2013, il s’adressait aux « chers immigrés musulmans » pour l’ouverture du Ramadan. Le 16 avril 2016, il embarquait dans son avion des familles de réfugiés syriens musulmans, ignorant le martyre des Syriens chrétiens. Après l’assassinat du Père Hamel, il ose objecter : « Si je parlais de violence islamique, je devrais également parler de violence catholique. » Ce qui fait dire à Michel Onfray : « L’amour est une évidente promesse de victoire pour ceux qui ont choisi la haine. » Le cardinal guinéen Robert Sarah écrit : « J’ai peur que l’Occident ne meure. »
Tomislav Sunic titre ‘La décadence finale ?’ Se référant à Montesquieu et à la notion allemande d’entartung, ou dénaturation, il démontre que l’amour indifférencié qui élargit l’amour pour la patrie est en fait de l’indifférence . Depuis celle de l’empire romain, l’Europe a survécu à plusieurs décadences, mais celle-ci pourrait être finale. Il cite Oswald Spengler, pour qui le déclin de l’occident résulte du vieillissement biologique, et Arthur de Gobineau qui, avec son ‘Essai sur l’inégalité des races’, démontre que la décadence est la conséquence de la dégénérescence de la conscience ethnique. Il cite l’écrivain romain Salluste, pour qui c’est la metus hostilis, l’inquiétude de la menace hostile, qui est la base de la virtus, de la virilité, au contraire de la richesse, qui incite à la composition et au déni de soi. Le poète satirique Juvenal a dénoncé les étrangers venus d’orient et d’Afrique, qui introduisaient la mode de la zoophilie et de la pédophilie. Le plus grand nombre d’esclaves venait d’orient, d’Egypte et d’Afrique. Les européens étaient de plus grand service à l’empire en tant que soldats, moins en tant que domestiques. Les esclaves orientaux étaient méprisés dans la conscience romaine, à cause de leur méchanceté !
Pour Jean Haudry, la notion de décadence exclusive est au centre de la conception indo-européenne des âges du monde, présente en Inde, en Grèce en Scandinavie et en Irlande, mais elle est récente. Il a existé une conception antérieure d’alternance de phases de progrès et de décadence. Dans la conception indienne, l’histoire du monde se répartit en quatre âges, nommés à partir de coups du jeu de dés. Dans le parallèle grec des races d’Hésiode, aux âges d’or, d’argent, de fer, les héros justes et pieux d’un âge de bronze sont précédés par des hommes injustes et impies. Le poème eddique Voluspa présente l’histoire du monde en trois parties, qui correspondent aux trois fonctions. Elle commence par la première guerre du monde entre les Ases et les Vanes, provoquée par l’ivresse de l’or, à rapprocher des Lois de Manou qui attribuent la décadence au gain mal acquis. La mort de Baldr annonce le Crépuscule où dieux et géants s’entretueront. Cyclique, le monde détruit renaît par son âge d’or. La quatrième attestation, celtique, est la prédiction de la Bodb, celle du monde qui ne plaira pas. Ces quatre documents, concordants, suffisent pour conclure à un héritage de la période commune. La tradition se partage en trois périodes : celle de la religion cosmique, celle de la société lignagère des quatre cercles et des trois fonctions et la société héroïque qui précède les dernières migrations. L’absence de correspondant iranien est un indice du caractère récent de cette conception pessimiste de l’histoire.
Jean Haudry livre une recension du numéro 68, particulièrement substantiel, de Nouvelle Ecole. La paléo-génétique du foyer d’origine des Indo-Européens, analyse biologique de fossiles d’os et de dents, confirme la théorie scythique des auteurs du XVIIe siècle qui rejetaient la légende biblique. On lui avait entre-temps préféré l’Asie centrale, la Scandinavie, voire les régions circumpolaires (Tilak). Elle avait été confirmée par la théorie des Kourganes de Marija Gimbutas. La raciologie actuelle permet de distinguer trois ensembles à la base des Européens : les chasseurs-cueilleurs occidentaux, les néolithiques du Levant et d’Anatolie et la population des Kourganes.
Haplogroupe R1b
Robert Dragan complète cette recension en évoquant les progrès de la paléo-génétique, qui permettent de rattacher sans risque d’erreur des restes à un ‘haplogroupe’ apte à transmettre de manière homogène une mutation, d’identifier les migrations et de mesurer les mélanges. On distingue ainsi les EHG (Eastern Hunters Gatherers) des ANE (Ancient North Asians) et des CHG (chasseurs-cueilleurs du Caucase). Les Européens appartiennent en majorité à l’haplogroupe R1 lui-même divisible en R1a et R1b. Le matériel archéologique permet de dater les mutations et dès lors l’haplogroupe qui s’y rattache. Si une population envahie accepte de se métisser, elle ne transmettra à ses descendants qu’une part de son héritage. Quand un séquençage révèle un tel changement, on tient la preuve d’une invasion. On peut en mesurer les proportions et donc raconter l’histoire. Au paléolithique, la population EHG qui occupe la Sibérie a pour ancêtres les ANE, présents dans la région depuis au moins 24.000 ans et dont une branche a traversé le détroit de Behring. Il est établi que l’occupation humaine de la Sibérie n’a jamais connu d’interruption ni de rétractation dans les périodes glaciaires. Une population génétiquement homogène occupe un couloir entre la Volga et le Pacifique. Le blondisme semble répandu. Selon le linguiste David Anthony, un parler proto-indo-européen, avec des affinités avec le proto-ouralien et le proto-kartvelien, ancêtre du géorgien, du tchétchène et de l’avar, se serait fixé dans les steppes ponto-caspiennes entre 4500 et 2500, genèse de culture héroïque des Indo-européens, semi-nomades conduits par des chefs guerriers et cavaliers. Le peuple indo-européen semble issu du mélange de Sibériens et de Caucasiens dans la basse Volga.
Pierre Vial poursuit son analyse de l’identité juive par le Sabbatianisme, mouvement mystique fondé en Palestine en 1665 par l’ascète Sabbataï Tsevi. Menacé de mort par le sultan s’il ne se convertit pas à l’islam, il choisit de préserver l’étincelle de sainteté qu’il porte en lui. Détenu dans une forteresse, il promulgue un Mystère de la vraie foi. La plupart de ses disciples, en ayant en apparence adopté l’islam, conservent ses rites et demeurent juifs. Ils sont persécutés par les rabbins. Jacob Frank (1726-1791) métamorphose le sabbatianisme, qui trouve alors refuge dans le monde chrétien. S’intégrant à la noblesse polonaise et autrichienne et devenant francs-maçons, ses disciples établissent le nouvel ordre maçonnique des Frères d’Asie, mêlant la Kabbale juive à des éléments chrétiens. A la même époque, le mouvement social et religieux hassidiste se répand en Europe de l’Est. Se fondant, au contraire de l’ascèse, sur l’expérience émotionnelle, l’intention, la ferveur et la joie, ils pratiquent la danse, volontiers débridée, qui peut amener le tzadik à la justesse et à devenir médiateur entre les croyants et Dieu. C’est dans le contexte des violences épouvantables qu’ont eu à subir les communautés juives de la part des cosaques et des brigands qu’apparait le tzadik Ba’al ShemTov (1700-1760), pour qui la mystique importe plus que la connaissance : il a des visions et perd connaissance. Ses disciples, les hassidim (les pieux) lui font une confiance absolue. Il accomplit des miracles, guérit les malades tant par ses invocations que par ses simples. Conteur, il enseigne par des fables. Ses successeurs étendent le hassidisme vers la Pologne et la Russie Blanche. Les Hassidim trouvent des opposants dans les Mitnagdim, lesquels les accusent de frivolité. Au XIXe siècle, tous les pays d’Europe reconnaissent aux juifs l’égalité des droits, à l’exception de la Russie, qui les avait interdits jusqu’au milieu du XVIIIe siècle, lorsqu’elle a annexé de vastes territoires ottomans et polonais. Elle ne les tolère que dans la zone frontière occidentale. Alexandre Ier les incite à travailler la terre. Nicolas Ier leur impose un service militaire, espérant leur conversion. Dès qu’Alexandre II lève les restrictions, d’importantes communautés s’installent à Saint-Petersbourg et à Moscou. De nombreux jeunes juifs, qui croient que leur émancipation viendra d’un changement de régime, militent pour la révolution. La tentative d’intégration est un échec. L’assassinat du tsar Alexandre II déclenche une vague de pogroms et une vague d’émigrations vers l’Europe de l’ouest et le Nouveau Monde.
Pierre Vial rend hommage à notre ami Guillaume Faye récemment disparu. C’est un témoignage de reconnaissance, dans les deux sens du terme, d’aveu féal et de gratitude.
Le numéro 79 du TERRE & PEUPLE Magazine est centré autour du thème de la sécession ‘Contre l’Etat jacobin, l’appel au peuple’.
Dans son éditorial ‘Il faut brûler les savants’, Pierre Vial relève le fait que la mort du Professeur Faurisson n’a même pas été remarquée par l’extrême-droite ‘convenable’. Le pendable d’où nous vient tout le mal a osé s’interroger sur le seul sujet historique interdit. Au nom de quel intérêt l’est-il ? Pierre Vial rappelle ce qu’en écrivait dans Le Figaro (03.04.90) l’historienne juive Annie Kriegel : « En s’abritant derrière des institutions juives inquiètes pour légitimer une insupportable police juive de la pensée, Michel Rocard devrait s’interroger en conscience s’il ne se prête pas à une répugnante instrumentalisation des concepts de racisme et d’antisémitisme en vue d’objectif peu avouables. » Il complète l’éclairage de la question en citant la tribune qu’une vingtaine d’historiens de premier plan, dont Elisabeth Badinter et Pierre Vidal-Naquet, ont publiée dans l’Obs (14.12.05) : « Dans un Etat libre, il n’appartient ni au Parlement ni à l’autorité judiciaire de définir la vérité historique. C’est en violation de ces principes que des lois successives ont restreint la liberté de l’historien, lui ont dit, sous peine de sanction, ce qu’il doit chercher et ce qu’il doit trouver. »
Pierre Vial poursuit son analyse magistrale du modèle identitaire des juifs. Au moyen-âge, l’identité juive se vit dans le cadre de la Kehillah (communauté) qui répond, selon le statut légal local, à leurs besoins religieux (synagogue, cimetière, bains rituels, tribunal présidé par le rabbin local, lequel tranche au civil comme au pénal jusqu’au fouet, voire la mort en cas de trahison). Un fonds de charité et une soupe populaire rencontrent les besoins des nécessiteux et un impôt communautaire assure, dans les communautés importantes, hospices et hôpitaux. La sécurité et la défense sont financées par une taxe. Si la communauté a obtenu un ghetto, elle en assume les charges sanitaires et militaires.
La coordination entre les communautés juives locales est assurée, dans les pays musulmans, en Pologne et en Lituanie, par des autorités centrales et, en France, en Allemagne et en Italie, par des rencontres de leurs représentants. Les synagogues sont richement décorées, mais selon des motifs propres à l’art local, roman ou gothique chez les ashkénazes et mauresque chez les sépharades. Les Bibles et livres de prières sont enrichis d’une profusion d’enluminures. Les juifs ont été touchés par le brassage idéologique des Lumières et par la question de leur intégration à la société nouvelle, au prix d’une réforme. Une véritable révolution pédagogique fait évoluer le système éducatif juif au bénéfice d’études laïques, notamment de la langue locale. Les intellectuels juifs des Lumières incitent ainsi les leurs à s’intégrer.
Moïse Mendelsohn traduit en allemand la Torah et le Livre des Psaumes. Pour devenir citoyen à part entière d’un état national européen, certains intellectuels juifs se convertissent, notamment le poète Henri Heine. D’autres cherchent un compromis « en adaptant la loi mosaïque à l’époque » et en s’intégrant sans renoncer entièrement à leur identité juive. L’Europe occidentale des XVIIe et XVIIIe siècles leur accordait des chartes de protection, qui comportaient des restrictions et des menaces d’expulsion, lesquelles entretenaient un complexe de persécution. A partir de 1780, en France et en Allemagne, on envisage pour eux un statut d’égalité des droits. Il est acquis en 1791, non sans réserves : « Aux Juifs en tant que nation, rien ne sera accordé, en tant qu’êtres humains tout. ». Ce qui revient à récuser leur identité, leurs coutumes, leurs institutions, auxquelles ils n’envisagent de renoncer qu’avec beaucoup de réticences. Napoléon les juge « un vilain peuple, poltron et cruel. » Ils ne s’en implantent pas moins dans le monde de la finance.
Notamment, Amschel Moses, avec son agence à Francfort à l’enseigne Rotschild et dont les cinq fils établissent un réseau à travers l’Europe. Ayant misé sur la défaite de Napoléon, Waterloo leur rapporta un pont d’or. Ils installèrent des réseaux financiers internationaux et surent se rendre indispensables aux souverains européens. Leur réussite apparut aux pionniers du mouvement socialiste comme l’illustration de l’exploitation capitaliste. Pour Proudhon, « le Juif est l’ennemi du genre humain. » Et Fourrier prophétise : « Une fois les Juifs répandus en France, le pays ne serait plus qu’une vaste synagogue. » En dehors de la France, l’égalité des droits mit longtemps à être acquise : en 1860 dans l’Empire austro-hongrois et en 1871 en Allemagne. Dès lors, les synagogues prennent un aspect monumental, avec les symboles identitaires, étoile de David et Tables de la Loi. De nombreux artistes juifs sont reconnus et appréciés. Un nombre croissant de Juifs concilient leur adaptation au monde des Lumières et une certaine fidélité à la tradition. Dans le même temps, des courants revendiquent des formes de piété (sabbatianisme, hassidisme) inconciliables avec les mœurs des Gentils.
Ouvrant le dossier central ‘Sécession contre l’état jacobin’, Pierre Vial en appelle au peuple pour qu’il récuse globalement le système. N’est-ce pas ce que fait le mouvement populiste des Gilets Jaunes, lesquels incarnent la libération de la parole et de l’action et, quoi qu’on prédise, s’inscrivent dans la durée. Il réclame pour eux comme pour nous des solutions alternatives et il nous avertit contre les mirages électoraux.
Pierre Vial rappelle que l’appel au peuple est une tradition française. A Rome, les plébiscites, proposés par les tribuns de la plèbe, s’imposaient à l’ensemble du peuple romain. En 1799, le Consulat napoléonien s’est inscrit dans cette tradition du plébiscite et, en 1802, le Consulat à vie comme, en 1804 (et en 1815), l’Empire. Napoléon III remet la chose pour rétablir l’empire en 1852 et pour rattacher Nice et la Savoie à la France en 1860. Les fondateurs de la IIIe République étaient partisans de la « législation directe » et le général Boulanger, qui a lancé le mot ‘referendum’, était partisan d’une République plébiscitaire. Pendant la guerre de 1914-18, les Comités plébiscitaires prônent l’Union sacrée.
De Gaulle, créant la Ve République, érige le référendum en principe, lequel se retournera contre lui en 1969. Le référendum d’initiative populaire, très présent en Suisse, est aujourd’hui revendiqué, sous l’étiquette RIC, par les Gilets Jaunes. Ce soulèvement évoque les jacqueries paysannes médiévales et les Rebeynes lyonnaises. En 1436, à Lyon, les sauvages du baz estat se sont assemblés de leur propre autorité pour imposer dix élus commis par le peuple au Consulat de la ville, afin de faire payer les coupables de fraude fiscale. La Grande Rebeyne de 1529 vise la gestion municipale qui favorise les marchands. Ceux-ci contraignent les artisans par la concurrence des étrangers et détruisent la commune. On refuse aux métiers des jurandes pour organiser leur solidarité. Alors que le luxe des riches s’étale, le pouvoir d’achat du peuple baisse jusqu’à la disette. Au mois d’avril 1529, des placards séditieux signés le Povre apparaissent aux carrefours, appelant à punir les coupables et leurs complices du Consulat. Ils fixent rendez-vous au peuple le 25 avril au couvent des Cordeliers. S’y retrouve une multitude de ‘menu peuple, povres mesnagers’, qui pille le couvent et ensuite les demeures des ‘gros accapareurs, bourgeois, gens riches et apparents de la ville’. Le consulat fait appel au roi qui envoie cent gentilhommes ordinaires. Dans les jours suivants, on dresse onze potences pour les meneurs. Lyon connaîtra par la suite encore bien d’autres révoltes résultant de l’opposition entre le capital et le travail pour déboucher, au XIXe siècle, sur les insurrections des Canuts. Mais le pouvoir royal a tôt compris la volonté du peuple d’être entendu lorsqu’il est victime des manœuvres des ‘gros’. C’est la raison des Etats généraux.
Dès le XIIe siècle, les seigneurs féodaux et les dignitaires ecclésiastiques ne suffisent plus. La bourgeoisie urbaine, enrichie et instruite, veut se faire entendre, de même que la petite noblesse et le bas clergé. Ainsi naît une représentation du peuple selon les trois ordres de la tripartition fonctionnelle des Indo-Européens, mais qui fait peu de cas des artisans et des ouvriers et des masses paysannes. Aux XIVe et XVe siècles, le pouvoir royal s’appuie souvent sur les états, lesquels sont parfois tentés de s’imposer, notamment pour contrôler la perception des impôts et l’utilisation des recettes. Dans les années 1355-58, les états de langue d’oïl sont des foyers d’agitation incessante, notamment de la part d’Etienne Marcel, riche prévôt des marchands parisiens, qui profite de la minorité du dauphin Charles mais sera finalement tué. Le dauphin accorde habilement un pardon général et liquide les états généraux. Quand, en 1789, Louis XVI convoque les états généraux, chaque bailliage rédige son cahier de doléances : il n’y a pas d’exemple dans l’histoire d’une pareille consultation écrite de tout un peuple. La nuit du 4 août, alors qu’une ‘grande peur’ se propage dans les campagnes, la Constituante décide l’abolition des privilèges fiscaux et la condamnation de tout un système. Est-ce à envisager aujourd’hui ?
C’est dans la perspective identitaire que Charles Bergé analyse la crise des Gilets Jaunes, colère d’un peuple inquiet du chômage et de la pauvreté qu’on engendrés la délocalisation industrielle et la disparition des services de proximité. Mais l’origine du mouvement n’est pas qu’économique. Le libéralisme détruit le lien social. L’évolution ploutocratique à l’heure de la mondialisation détruit le lien social et la démocratie n’est en fin de compte représentative que d’intérêts étrangers au bien commun. Les Gilets Jaunes n’en demeurent pas moins attachés à la République, en témoigne leur revendication du RIC, le référendum d’initiative citoyenne. Guère révolutionnaires, ils sont en fait nostalgiques d’une république gaullienne révolue.
En face, il y a les élites bourgeoises qui, depuis 1870, ont fondé un régime dominé économiquement et politiquement par une bourgeoisie qui, dans un compromis républicain (suffrage universel), accepta d’associer le peuple à la gestion. Ce régime s’est trouvé renforcé par l’émergence d’une classe moyenne solide pétrie de l’idée républicaine. Le compromis se révéla efficace jusqu’à l’avènement de la mondialisation, quand le maintien du compromis a exposé la bourgeoisie française au risque de se marginaliser à l’échelle mondiale. Pour garder la main sur la société française, les libéraux devaient éliminer le peuple de l’équation politique. L’immigration de peuplement a cassé les solidarités nationales. Le métissage est devenu un moyen de saper la cohésion ethnique. Une réaction conservatrice s’est assigné de renouer le compromis, mais le contexte social a changé entre-temps : la mondialisation a laminé les classes moyennes et la cohérence ethnique de la population s’est affaiblie en un conglomérat de communautés qui communient plus ou moins aux utopies libérales.
Les conservateurs de l’expérience républicaine ont depuis longtemps rejoint le camp des identitaires et leur pensée s’accorde sur l’essentiel aux préoccupations de Gilets Jaunes, mais ils s’inquiètent des débordements, le modèle d’action civique restant la Manif Pour Tous, bien que des Gilets Jaunes de plus en plus nombreux ont le sentiment qu’il faut contraindre le régime à la réforme. Les médias imputent les violences aux gauchistes et aux identitaires, lesquels se partagent entre conservateurs et solidaristes. Ces derniers n’excluent aucun mode d’action. Tous ne combattent pas pour l’identité albo-européenne, mais s’accordent pour rejeter le libéralisme. Le régime attend les violences pour légitimer la répression. A la différence des solidaristes, que leur impréparation rend inaptes à assumer le pouvoir ou même à conduire la révolution identitaire et notamment le mouvement des Gilets Jaunes, les conservateurs se montrent mieux organisés, mais encore incapables de l’emporter avant le basculement des équilibres européens. Même si le mouvement des Gilets Jaunes devait s’essouffler, ce ne serait que partie remise, car ses causes sont durables. Les identitaires y ont une carte à jouer, à condition d’avoir des buts clairs et réalistes. Conservateurs et solidaristes doivent unir leurs forces. Il est peu vraisemblable de sauver le régime dans une orientation identitaire. Est préférable la solution alternative d’une démocratie organique identitaire, où chaque composante du peuple albo-européen a une place à tenir, notamment la frange identitaire de la bourgeoisie. A condition toutefois que cette dernière se mette au service exclusif de son peuple et abandonne un régime économique mondialisé, oligarchique et ploutocratique.
Jean-Patrick Arteault examine le peuple des Gilets Jaunes et la crise imminente. Un peuple que cinquante ans d’ingénierie sociale permettaient d’escompter avoir été déstructuré et dissout, précisément pour rendre toute révolte impossible. Les GJ donnent ainsi raison au philosophe Jean-Claude Michéa qui maintient que les gens ordinaires conservent une dignité non-négociable. Les valeurs traditionnelles de la culture populaire des autochtones ont été déconstruites, dans les années 1960-70, par leur individualisme et par leur culpabilité supposée dans les malheurs du XXe siècle, par l’inquisition du politiquement correct et par la déstructuration de l’éducation. Une immigration de peuplement, qui vise à briser l’homogénéité ethnique, fait concurrence à la main d’œuvre autochtone et dégrade ses conditions de vie. On peut s’étonner dans ces conditions qu’une fraction aussi importante du peuple trouve assez de ressources pour se révolter. Depuis une quinzaine d’années, les oligarchies ont brutalement accéléré le processus de destruction de l’Europe autochtone, soit qu’elles se soient crues toutes-puissantes, à moins qu’il s’agisse pour elles d’anticiper une crise majeure et de rendre les autochtones incapables de revanche.
L’auteur épingle cinq coups d’accélérateur : l’adoption du Traité de Lisbonne (malgré son rejet populaire) et le traitement brutal de la Grèce ; la crise financière de 2007 et sa facture reportée sur le peuple ; l’augmentation de l’immigration suite aux interventions en Libye et en Syrie ; la pastorale de la terreur climatique alors que le libre-échange planétaire multiplie les porte-conteneurs hyperpolluants ; le bouclage des classes populaires et moyennes de la France périphérique paupérisées. Leur révolte n’est pas encore une révolution, mais ce n’est plus une simple jacquerie sociale. Elle génère des cadres tactiques. S’il était intelligent, le régime composerait, au lieu d’osciller entre le pourrissement et l’autorité brutale. Si le pire ne se produit pas d’ici là, un score faible aux européennes peut amener Macron à remettre son mandat en jeu, mais c’est peu probable. Le véritable arbitre sera une crise financière et économique. Il s’agit d’être là pour le jour d’après, avec les ‘intellectuels organiques’ de Gramsci.
Robert Dragan dresse le relevé de tous les événements et manifestations liés à la révolte, depuis le 29 mai 2018, date où a été lancée la pétition en ligne pour abaisser le prix du carburant. Elle avait, en novembre, recueilli un million de signatures. La vidéo de Jacline Mouraud est vue six millions de fois. L’Acte 1 a lieu le samedi 17 novembre. Quelques manifestants pacifiques parviennent à proximité de l’Elysée. L’Acte 2, le 24 novembre, réunit les syndicats de police et 700.000 manifestants dans toute la France (166.000 selon le gouvernement). L’acte 3 met en place des ‘péages gratuits’ sur tout le territoire. L’acte 4 mobilise 89.000 membres des forces de l’ordre. 1.723 interpellations, 264 blessés dont des éborgnés. Acte 5 : baisse des présences, avec un policier pour un manifestant. Acte 6 : moindre mobilisation. Acte 7 : Etiage du mouvement. Acte 8 : Regain. Acte 9 : Nouveau regain. Acte 10 : Nouveau regain. Acte 11 : Le leader Jérôme Rodrigues est éborgné par une balle de LBD 40. Acte 12 : Les manifestations parisiennes rendent hommages aux blessés et Hervé Ryssen dénonce un ‘grand remplacement’ de GJ par l’extrême gauche.
Thierry Durolle interviewe Robert Steuckers à propos de la conférence que ce dernier a donnée à la bannière d’Auvergne sur le mouvement ethno-nationaliste ‘völkisch’, né en Allemagne de la crise bancaire de 1873 et d’une crise religieuse du protestantisme luthérien, à qui il était reproché d’être une religiosité étrangère plaquée sur l’âme européenne. Le sociologue Henning Eichberg parlait d’une idéologie folkelig (ethniste) non-politisée, soit folcique, alors que folciste désignerait les mouvements allemands ultra-politisés. Le mouvement fölkisch est né de l’euphorie de la victoire allemande de 1871 et d’une politique ultra-libérale qui a suscité une bulle spéculative dans un monde bancaire partiellement juif. Les faillites et les tragédies familiales se multiplient. La précarité suscite dés émigrations vers l’Amérique. Le régime bismarckien rejette le libéralisme pur anglo-saxon. Une dichotomie se marque entre le capital producteur des créateurs et le capital financier des ploutocrates. Les syndicats ouvriers prennent de l’ampleur. L’opposition contre les professions parasitaires prend une coloration antisémite. Le poète Guido von List est une figure de l’ésotérisme folciste féru d’occultisme. Plus consistante est la figure de Wilhelm Teudt, qui a découvert avant les archéologues les zones des sites cultuels préhistoriques et protohistoriques. Paul de Lagarde fait retentir les mythes des Niebelungen et la poésie médiévale allemande qui avaient été occultés par le protestantisme. Dans ses Deutsche Schriften, il avertit contre l’Allemagne prospère, industrialisée à outrance, mais qui néglige les « besoins de l’âme ». Il dénonce la « Lumpentheologie » d’un protestantisme ultra -réactionnaire et d’un catholicisme politisé. Des lustres avant que Nietzsche ne proclame « la mort de Dieu », il impute à saint Paul de pervertir le message christique et veut rouvrir son peuple à sa religiosité naturelle.
Robert Steuckers a évoqué le mouvement de la « Lebensreform », adventice au filon folciste et qui comporte nombre de ramifications, dont le mouvement colonial, le mouvement racialiste-hygiéniste, le mouvement eugéniste et les mouvements de jeunesse dont les Wandervögel, le végétarisme et le naturisme et un féminisme issu des religiosités nordiques pré-chrétiennes qui n’a rien de commun avec les Femens. Le völkisch peut passer pour un écologiste avant la lettre, si on ne perd pas de vue qu’il défend à l’origine la petite paysannerie contre la ploutocratie financière. Mais la défense des terroirs est aussi religieuse, réaction romantique au mécanicisme des Lumières. Elle regarde au contraire les faits de nature comme une croissance chaque fois originale. Alors que le mouvement socialiste soutient l’industrialisation et considère la protection de la nature comme un colifichet de luxe. Le mouvement bio-régionaliste des terroirs du Heimatschutz est politiquement indépendant, bien que dans l’Allemagne de Guillaume II les frontières soient poreuses entre le culturel, le social et le politique. Pour ce qui est de la spiritualité, les folcistes sont pénétrés de l’idée que la tradition germanique et européenne est immémoriale et qu’elle a été refoulée par la modernité. Ayant lu Lagarde et Nietzsche, le pasteur Bonus est enthousiasmé par la mythologie germanique et scandinave et veut germaniser le christianisme. Le dominicain rhénan Maître Eckhart (1260-1327), incarnation de la pensée germanique persécutée, a exercé une influence spirituelle majeure. Sur le plan socio-économique, le folcisme, né de la grande crise économique, bancaire et boursière du laisser faire et laisser passer, veut une protection des producteurs, paysannerie et artisans, posés comme les meilleurs, contre les spéculateurs, lie du peuple, contre les parasitaires, parmi lesquels les praticiens du droit, jugés étrangers au réel, les fonctionnaires, les intellocrates et journalistes et les boursicoteurs. Seules les strates des secteurs primaire et secondaire seraient représentées dans les assemblées. Dans sa révolution conservatrice, Armin Mohler oppose la pensée völkisch au nationalisme soldatique des frères Jünger, qui escomptaient une guerre héroïque et loyale, alors qu’elle est désormais une guerre des matériels, la perfection de la technique acculant à une décélération, pour préserver les rythmes lents de la nature. Le caractère extrême de la défaite de 1918 va susciter une virulence du militantisme, un radicalisme folciste de la part de plusieurs figures marquantes du futur mational-socialisme. La crise de 2008, dont les banquiers sont responsables, rend actuel l’héritage folciste.
Alain Cagnat ressuscite par le détail l’épopée tragique de la migration des Hollandais dans ce coin de l’Afrique que Vasco de Gama a doublé en 1498. Les Portugais, catholiques, l’ont laissé cultiver par des protestants hollandais. L’histoire de ces Afrikaners se présente comme une collection d’images héroïques.
Dans cette zone de l’Afrique déserte d’autochtones, ce ne sera qu’à la fin du XVIIIe siècle que déboucheront des vagues de guerriers Xhosas. Elles entrent au contact avec les Trekboers qui se sont avancés le plus au nord, jusqu’à la rivière Kei. Au sud de celle-ci, leur antériorité sur les Noirs est incontestable. En 1815, le Congrès de Vienne qui redessine la géographie en fait des sujets britanniques, ce qui a pour effet d’abolir le droit d’aînesse biblique qu’ils pratiquent et de fractionner leurs domaines. C’est alors qu’ils subissent le choc de l’invasion zouloue, avec ses impis, des régiments de milliers de guerriers. Mal traités par les Anglais, qui favorisent les Xhosas à leur détriment, ils s’engagent alors dans ce qui sera le mouvement fondateur de la nation boer, le Grand Trek.
Chargeant leurs biens sur des chariots traînés par des bœufs, ils esquivent Xhosas et Zoulous en partant vers le nord-est. Ils inventent la tactique défensive du Laager, cercles concentriques de chariots qui offrent une défense efficace et permet aux Boers, excellents tireurs servis par leurs femmes qui s’affairent à recharger les armes, de faire des ravages : le 16 octobre 1836, une armée de 20.000 Ndébélés abandonnent sur le terrain 400 tués, alors que les Blancs n’ont perdu que deux hommes.
Franchissant les montagnes du Drakensberg, l’armée boer atteint l’Océan Indien à Durban. Le roi zoulou Dingane, feignant de négocier, a massacré la délégation non-armée des Boers et commis des atrocités. Il en sera puni par le général Pretorius, qui l’affronte avec 470 Boers. 15.000 guerriers zoulous s’y cassent les dents sur son Laager et 3.000 restent sur le terrain . Les raids zoulous auront coûté la vie à un millions de Noirs. Victorieux, les Boers fondent la République indépendante du Natal.
Les Anglais débarquent en force et leur promettent une large autonomie, mais mangent bientôt leur parole. Les Voortrekkers du Natal reprennent la route. Ils rejoignent les 10.000 Boers du Transvaal et les 12.000 de l’Orange. Ils font régner l’ordre, ce qui amène l’Angleterre à reconnaître l’indépendance de l’Orange et du Transvaal. Entre temps, le roi Cetshwyao et ses 50.000 Zoulous menacent le Transvaal, à qui les Anglais proposent de les protéger contre une annexion provisoire. Une armée de 16.000 Anglais est surprise dans son camp de base par les Zoulous qui en exterminent plus de 2.000. Mais les Zoulous sont épuisés et les renforts anglais inépuisables. C’est alors que les Boers se soulèvent, menés par Kruger, Joubert et Pretorius. Leurs kommandos taillent en pièces le corps expéditionnaire des Britanniques, qui sont contraints de reconnaître la République indépendante du Transvaal, en 1883. Ils anglicisent à marche forcée les provinces du sud.
C’est à cette époque que sont découvert dans l’Orange les premiers diamants. Aussitôt, sur ces terres amoureusement cultivées par de vertueux calvinistes se répand un tsunami obscène d’aventuriers sans foi ni loi, les Uitlanders (sans terre) qui deviennent plus nombreux qu’eux. Ils se détestent mutuellement et, dans une situation bientôt explosive, le haut-commissaire Alfred Milner ouvre les hostilités de la deuxième guerre des Boers. Les forces sont disproportionnées : 450.000 Britanniques suréquipés contre 52.000 hommes sans artillerie, mais très extrêmement mobiles, qui parviennent à tous les coups à étriller leur adversaire. Mais ils commettent l’erreur d’assiéger les Anglais, qui resteront les maîtres. C’est la fin de l’indépendance de l’Orange et du Transvaal. Les Boers se reconvertissent dans la guérrilla, où ils sont comme des poissons dans l’eau. Mais les Anglais suppriment l’eau : 35.000 fermes sont incendiées avec récoltes et bétail par dix mille auxiliaires noirs ; les hommes et les adolescents sont déportés hors d’Afrique ; 136.000 femmes, enfants ou vieillards et 115.000 serviteurs noirs loyaux sont parqués dans 58 camps de concentration où la mortalité a dépassé 17% ! Le 31 mai 1902, les Boers capitulent. Ruinés, ils se prolétarisent. Les Anglais favorisent l’immigration massive. Les Afrikaners ne sont pas racistes (Dieu qui a créé les races n’aime pas le métissage), ils sont paternalistes.
Soucieux de calmer leur ressentiment, les Anglais réunissent, en 1910, les provinces du Cap, du Natal, de l’Orange et du Transvaal dans un même état, l’Union sud-africaine. Les lois raciales des Afrikaners expriment leur crainte d’être submergés. En 1912, les Noirs qui commencent à s’organiser fondent l’ANC et le parti communiste en 1921. La ségrégation est de plus en plus marquée, bien que, en 1936, la part des terres réservées aux Noirs passe de 7,8% à 13%. En 1942, Nelson Mandela prend la tête de l’ANC au moment du Swartgevaar, menace des Noirs urbains qui deviennent plus nombreux que les Blancs. En 1959, les extrémistes du Pan African Congress appellent à la désobéissance civile. Dans le township de Sharpeville, la police débordée tire et fait 69 morts. L’ANC et le PAC lancent une branche terroriste et sont interdits. La République sud-africaine est alors exclue de l’OMS et de l’UNESCO et le leader de l’ANC reçoit le Prix Nobel de la Paix. La République d’Afrique du Sud rompt ses liens avec le Commonwealth. Le président Verwoerd est assassiné par un métis. Son successeur John Vorster assouplit l’apartheid dans un vain souci d’apaiser la communauté internationale. En 1975, l’Angola et le Mozambique accèdent à l’indépendance et vont servir de base aux terroristes. En 1976, Soweto se soulève. La répression fait 600 morts. En 1978, Botha remplace Vorster. C’est un dur, mais il est contraint à l’ouverture et à abandonner les Rhodésiens aux hordes de Mugabé. Heureusement, les rebelles se déchirent en trois factions : l’ANC dominée par les Xhosas et soutenue par l’URSS et Mgr Tutu ; le PAC, soutenu par la Chine et qui veut une Afrique sans aucun Blanc ; l’Inkatha, exclusivement zouloue. Les Blancs subissent la terreur. Ils se scindent eux aussi entre libéraux acquis à l’antiracisme, conservateurs résignés à l’ouverture et durs sans concession. Malade, Botha est remplacé par de Klercq, lequel signe l’accord avec l’ANC et recevra bientôt, avec Mandela le Prix Nobel de la Paix. La messe est dite ! Sur le plan économique, la RSA jusque là prospère ne fera bientôt plus partie des BRICS que pour mémoire.
Les routes de la soie au prisme du néo-eurasisme de Douguine : retour de Béhémoth ou triomphe du Léviathan ?
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« La Grande Eurasie n’est pas un arrangement géopolitique abstrait, mais, sans exagération, un projet à l’échelle civilisationnelle, tourné vers l’avenir.»
Vladimir Poutine, mai 2017
« L’histoire mondiale est l’histoire de la lutte des puissances maritimes contre les puissances continentales et des puissances continentales contre les puissances maritimes »
Carl Schmitt, 1942
Au cœur de la stratégie politique et commerciale internationale de la Chine depuis 2013, le système multi-vectoriel de projets des nouvelles routes de la soie (appelé officiellement Belt and Road Initiative, BRI1 depuis mai 2017), qui souhaite connecter les économies chinoises, européennes, africaines et centre-asiatiques par une densification des réseaux d’infrastructures de transports et de communication, se concrétise chaque jour un peu plus sérieusement. Avec ses différents volets (construction d’infrastructures terrestres et maritimes, coopération économique, énergétique et sociétale), c’est sans doute l’entreprise la plus ambitieuse au monde et, au vu du potentiel de développement économique et des implications géopolitiques qu’elle comporte2, elle suscite de plus en plus de partenariats.
Le 9 avril dernier s’est ainsi tenu à Bruxelles le 21ème sommet Chine-Union Européenne, occasion pour l’UE de déterminer une position commune vis-à-vis de la BRI et de discuter des synergies possibles avec son plan européen de connectivité Europe-Asie4, alors que, l’une après l’autre, les nations européennes signent bilatéralement des engagements dans le projet5.
Bien plus que les timides rapprochements des Européens, c’est la perspective de l’édification d’un axe Moscou-Pékin autour de cette initiative qui soulève les analyses géopolitiques les plus audacieuses : Ressurgirait la vieille menace, préfigurée par Mackinder en 1904 dans les propos concluants son « Pivot géographique de l’histoire »6, d’une Chine qui offrirait aux ressources immenses du continent une large façade océanique (ce qui caractérisait pour lui le véritable « péril jaune » menaçant la liberté du monde). En somme un « empire terrien eurasiatique » dominant le Heartland pourrait émerger et reléguer les puissances maritimes occidentales au second rang dans la rivalité générale pour la domination mondiale.Un tel traitement nous ramènerait aux fondamentaux de la discipline par une réappropriation de la dialectique Terre-Mer pour analyser le phénomène routes de la soie. Elle fascine toujours autant de par sa dimension symbolique et son caractère quelque peu réducteur, la rendant accessible au plus grand nombre.
Cela dit, il est vrai que depuis 2014 Russie et Chine ont opéré un rapprochement bilatéral notable7 et coopèrent de plus en plus activement au travers de la BRI : ainsi en mai 2015 fut-il décidé que l’initiative d’intégration continentale portée par la Russie, l’Union économique eurasiatique (UEE), y soit raccordée8 et en novembre 2017 la « route maritime du Nord » est devenue un des corridors de la BRI9. On relève aussi l’imbrication de l’initiative avec le développement de la coopération sino-russe au sein de l’Organisation de Coopération de Shanghai (OCS)10.
De facto, une certaine unification continentale dans l’espace eurasiatique semble donc s’esquisser11. Ceci pourrait alors confirmer la portée heuristique persistante de la clé de lecture Terre-Mer. Mais c’est surtout lorsque l’on entre dans une géopolitique des perceptions que cette dialectique conserve sa pertinence : Il existe en effet un paradigme géopolitique affirmant explicitement la nécessité pour la Russie de briser l’hégémonie des puissances maritimes et de reconstituer une unité politique sur la masse continentale eurasiatique, notamment en développant un partenariat stratégique avec la Chine. Cette vision est portée par les auteurs constituant le mouvement d’idée du néo-eurasisme12. C’est une doctrine très en vue en Russie mais aussi dans d’autres États d’Asie Centrale, notamment au Kazakhstan où l’(ex-)président Nursultan Nazarbaev la soutient explicitement13.
Parmi les différents faisceaux composant le mouvement néo-eurasiste, un auteur se distingue : Alexandre Douguine14. Sa pensée, bien que plus marginale aujourd’hui, a connu ses heures de gloire et continue d’inspirer une partie des élites dirigeantes russes, tout en nourrissant bien des fantasmes chez les commentateurs étrangers15. S’il est issu de la pensée eurasiste classique, il y adjoint des filiations intellectuelles peu habituelles qui singularisent ses propositions, les amenant dans un registre métapolitique, métahistorique et culturaliste : Le monde des phénomènes n’est pour lui que le reflet des puissances archétypales qui le meuvent depuis l’invisible et sa pensée s’inscrit dans la bataille gramscienne16 pour l’« hégémonie culturelle »17.
Les analyses ne manquent pas pour venir questionner les convergences et les limites des projets russes et chinois au-regard des ambitions géopolitiques eurasistes, mais elles s’inscrivent généralement sur des plans stratégique, économique, financier, juridique. Dans cette étude, nous souhaiterions sortir de l’empire des faits pour plonger plus profondément dans le monde des idées. Nous proposerons une lecture du phénomène nouvelles routes de la soie à travers le prisme de la doctrine géopolitique d’Alexandre Douguine, en essayant de nous approprier son discours original, structurant la vision-du-monde de certains acteurs impliqués dans le complexe de la BRI.
Nous nous demanderons donc si la Belt and Road Initiative participe de la constitution d’un bloc continental eurasien face à la thalassocratie atlantiste compatible avec les fondamentaux proposés par Alexandre Douguine pour la politique étrangère russe.
Nous exposerons synthétiquement les contenus de la doctrine géopolitique douguinienne et nous verrons que si les projets de la BRI s’inscrivent bien dans un renversement de la hiérarchie des puissances à l’échelle globale marqué par une revalorisation de l’« île mondiale » – donc à un balancement au profit de la Terre –, l’initiative pourrait constituer, sur un plan plus culturaliste, une submersion du continent par la Mer.
Les fondamentaux de la géopolitique d’Alexandre Douguine : la dialectique Terre-Mer revisitée par la « pensée de la Tradition »
Alexandre Douguine s’inscrit dans une filiation géopolitique a priori classique, à la suite de Ratzel (1882, 1900), Mahan (1892), Castex (1935), Mackinder (1904), Spykman (1944), puisqu’il reprend la récurrente opposition Terre-Mer : « La civilisation thalassique, anglo-saxonne […] serait irréductiblement opposée à la civilisation continentale, russe-eurasienne »19, et le cœur de leur affrontement serait le contrôle du Rimland20. Il a surtout hérité des conceptions allemandes, adoptant un prisme foncièrement culturaliste21 : Il associe comme intrinsèques à la civilisation thalassique les attributs de « protestante, d’esprit capitaliste » tandis que la civilisation continentale serait « orthodoxe et musulmane, d’esprit socialiste ». Il figure parmi les tenants d’une approche plutôt déterministe de cette dichotomie, prise non seulement comme clé de compréhension de la politique au niveau global mais aussi comme véritable « explication de l’histoire ». C’est là toute l’originalité de notre auteur, puisqu’il établit un parallélisme entre cette dichotomie, devenue classique en géopolitique, et la dialectique Tradition-Modernité.
Ce second couple conceptuel n’est pas appréhendé selon ses présentations dans la littérature anthropologique ou sociologique, mais entendu selon l’acception originale portée par une école parfois qualifiée de « pensée de la Tradition »22 qui présente des catégories de pensée très éloignées de celles que l’on rencontre habituellement dans le monde académique contemporain et déployée à la suite de l’œuvre du Français René Guénon. La Tradition renvoie chez ces auteurs « traditionistes »23 à une « Sagesse Éternelle » (Sophia Perennis), une connaissance sacrée, immuable et transcendante transmise aux hommes depuis l’origine de l’humanité. Cette Tradition connaîtrait cependant nécessairement un processus d’obscurcissement à travers les âges (afin que toutes les possibilités de l’Être se manifestent, même les plus inférieures), l’avènement du monde moderne correspondant selon eux à la dernière étape de cette dégradation, une ère chaotique précédent la résorption du monde dans l’incréé – ce que l’on retrouve dans les traditions spirituelles comme étant la « fin des temps ». Pour de tels auteurs, la politique ou l’histoire n’ont de sens qu’en tant qu’elles révèlent l’incarnation de principes métaphysiques – ou archétypes – c’est pourquoi nous évoquions en introduction les termes de métapolitique24 et de métahistoire.
Douguine reprend ces conceptions et s’inscrit parmi ces auteurs traditionistes : Chez lui, la puissance maritime « atlantiste » représenterait les forces de dissolution entraînant le monde moderne vers le chaos, tandis que l’Eurasie aurait pour vocation d’être le bastion de la Tradition, le katechon paulinien25 résistant à la venue des Temps. Ainsi dans son œuvre « l’eschatologie se mêle à la géopolitique », puisqu’il la déploie à partir de postulats visant à se positionner politiquement en fonction des fins dernières de l’homme et des entités politiques. Ce prisme métaphysique l’amène à étudier la politique, l’histoire ou la géographie seulement à travers les principes supérieurs qu’elles incarnent. La Russie et les puissances eurasiatiques deviennent l’incarnation de l’archétype structurant « Terre » (Béhémoth), représentant la Tradition, tandis que les stratégies des États-Unis et de leurs alliés sont lues comme faisant le jeu de l’archétype dissolvant « Mer » (Léviathan), associé aux idéologies modernes. Depuis ces postulats, Douguine propose de « constituer un grand bloc continental eurasien » (versant géopolitique) qui se veut « une force intégratrice, un esprit de renaissance »26 (versant eschatologique) en vue d’édifier un modèle multipolaire pour le système international.
Afin de réaliser cette ambition il propose dès les années 1990, en tant qu’« impératif stratégique majeur » pour la Russie, d’intégrer les pays de la CEI dans une Union Eurasienne fédéraliste : « une seule formation stratégique, unie par une seule volonté et par un seul but de civilisation commune »27. À partir de cette base, il appelle cette entité eurasienne à se rapprocher de ses « partenaires naturels » car en situation de « complémentarité symétrique » avec la Russie : UE, Japon, Iran, Inde. Ceux-ci pourraient devenir de véritable « sujets » des Relations internationales et de la mondialisation s’ils participaient à la sortie du système uni-polaire américano-centré (dans lequel ils n’en seraient que des « objets ») pour construire ensemble la multipolarité. Leur partenariat avec la Russie serait pour Douguine gagnant-gagnant, un renforcement mutuel, étant donné qu’ils ont chacun des éléments vitaux à échanger. D’autres formations géopolitiques intéressées par la multipolarité seraient ensuite encouragées à appuyer ce projet de ré-agencement du système international : Chine, Pakistan, pays arabes… alors que le Tiers-Monde serait plutôt partagé en zones d’influence pour des champions régionaux (le Pacifique constituerait la zone d’influence nippone, l’ Afrique la zone d’influence européenne… ici aussi on retrouve l’influence de l’école géopolitique allemande et des pan-ideen de Haushofer). La thalassocratie étasunienne serait quant à elle refoulée dans l’espace américain (sa zone d’influence naturelle). Ainsi aurait-on des entités géopolitiques puissantes avec leurs zones d’influences propres et un certain équilibre entre les pôles. Cet équilibre multipolaire permettrait alors à la puissance tellurique de laisser se redéployer la Tradition.
La question que nous poursuivons ici est de savoir si la BRI serait pour Douguine un vecteur potentiel pour ses propositions. Participe-t-elle de l’élan vers la « multipolarité traditionnelle » qu’il appelle de ses vœux ? Voyons alors quels élément dans les projets des nouvelles routes de la soie peuvent être décryptés comme participants des ambitions telluriques néo-eurasistes de réagencement du système international dont nous connaissons maintenant les fondamentaux.
La BRI, facteur d’intégration eurasiatique dans le cadre d’une redistribution globale des cartes de la puissance : quelle compatibilité avec le projet multipolaire néo-eurasiste ?
Vers la multi-polarisation
De prime abord, on peut considérer la BRI comme s’inscrivant dans une stratégie d’émancipation de l’uni-polarité américano-centrée. Comme évoqué en introduction, la BRI vise à développer des lignes de communication routières, ferroviaires et maritimes pour relier la Chine à l’Europe et à l’Afrique orientale, via l’Asie Centrale, le Caucase, la Russie, l’Iran, la Turquie… Couplée avec les initiatives menées dans l’OCS et l’UEE, l’initiative s’imbrique donc dans une stratégie générale d’intégration du Rimland avec la masse eurasiatique29, passant outre les instances multilatérales et les canaux de communications ouverts et normés par les États-Unis.
Ces ambitions pourraient donc bien conduire à la définition de normes non-américaines ou non-occidentales30. On le voit par exemple dans le système d’institutions financières élaboré pour financer les projets de la BRI : Banque asiatique d’investissements pour les infrastructures, Fonds Routes de la soie, Nouvelle banque de développement des BRICS, associés à un appel aux fonds souverains des États impliqués dans le projet et aux banques commerciales, les projets se financeraient hors de l’orbite de la Banque mondiale (présidée depuis 1944 par un Américain) et du Fonds monétaire international, symboles de la domination internationale des normes américaines.
Vers la re-continentalisation
L’économie mondiale est à l’heure actuelle essentiellement dépendante des flux maritimes. Cette maritimisation des flux a conduit à une littoralisation des activités de production et donc de la démographie mondiale. En effet, puisqu’il faut exporter via les ports, les entreprises se sont rapprochées des côtes, entraînant alors des mouvements de population à la recherche d’emplois. La BRI, en faisant la part belle aux tracés terrestres, pourrait participer d’une re-continentalisation des supports logistiques de l’économie mondiale et, ce faisant, d’une re-continentalisation de ses pôles de productions.
C’est notamment le vecteur ferroviaire qui semble le plus porteur, grâce à une capacité d’emport supérieure et un coût inférieur de 80 % au transport aérien, pour des échanges deux fois plus rapide que par voie maritime31. Si 7500 conteneurs ont transité sur des trains intercontinentaux en 2012, l’objectif est de porter ce nombre à 7.500.000 pour 2020. Pour profiter de ces flux logistiques, de grandes entreprises telles Hewlett Packard ou Ford se sont déjà délocalisées depuis les côtes chinoises vers l’intérieur des terres pour se positionner sur ces lignes de trains prometteuses32.
Compatibilité de la BRI avec le projet néo-eurasiste : Multipolarité et continentalité ne suffisent pas, l’aspect culturel demeure le plus important
Ces dimensions, « terrestre » et multipolaire, semblent faire entrer la BRI en résonance avec les ambitions du projet néo-eurasiste d’Alexandre Douguine. À l’occasion du Belt and Road Forum de mai 2017, Vladimir Poutine a pu adopter la rhétorique néo-eurasiste en affirmant que grâce à des «formats d’intégration tels que la CEEA, l’OBOR, l’OCS et l’ASEAN, nous pouvons bâtir les bases d’un partenariat eurasien plus vaste» offrant une «occasion unique de créer un cadre de coopération commun qui va de l’Atlantique jusqu’au Pacifique, pour la première fois dans l’histoire». Il ajoute «La Grande Eurasie n’est pas un arrangement géopolitique abstrait, mais, sans exagération, un projet à l’échelle civilisationnelle, tourné vers l’avenir.»33.
Pour autant, même si la BRI renforçait l’organisation multipolaire du système international, et à supposer que la Chine laissera une place à la Russie dans ce nouvel ordre malgré l’asymétrie de leur relation, cela ne toucherait pas l’essence du projet néo-eurasiste. Car, au vu de ce que nous avons esquissé plus haut concernant la pensée traditionnelle, dans la philosophie archétypale douguinienne ce n’est pas la forme qui importe mais le fond, l’esprit. Aussi sa critique de l’uni-polarité thalassocratique ne concerne pas tant la maritimisation de l’économie mondiale que l’esprit maritime qui uniformiserait le monde. C’est pourquoi même si on assistait au reflux de la thalassocratie américaine par la multi-polarisation du système international et à une re-continentalisation de l’économie et de la démographie, une maritimisation culturelle du continent pourrait avoir lieu (un changement du « morphotype » sans modification du « psychotype »).
Cet esprit maritime est caractérisé par Carl Schmitt, l’une des racines intellectuelles d’Alexandre Douguine, qui veut montrer (selon Alain de Benoist, préfaçant la dernière édition de Terre et Mer de Schmitt) la relation logique entre la vie maritime et le libre-échangisme, le capitalisme, le libéralisme, l’individualisme, le parlementarisme, le droit-de-l’hommisme, le constitutionnalisme34… De plus, la « société liquide » (Bauman, 2000) trans-nationaliste créée par la civilisation océanique marchande amènerait peu à peu au délitement du politique, à l’enfoncement dans le fluctuant, le mouvant, le nomade, le réticulaire, le transitoire, à la fragmentation des identités et des sociétés dans l’homogénéité des flots35. Ce sont ces caractéristiques qui sont accolées chez Douguine à la thalassocratie et à la modernité. Le combat eurasiste ne serait donc pas gagné si cette mentalité continuait de s’imposer aux esprits. La multipolarité sans le souffle de la Tradition et la verticalité de la Terre ne serait pas plus souhaitable pour le néo-eurasiste que le système actuel.
Or la BRI est imprégnée à un certain niveau par cette mentalité moderniste : esprit marchand, capitalistique, libre-échangiste et faisant une large place aux marchés financiers ; réticulation de l’espace eurasien, recherche de la vitesse, du mouvement transfrontalier plutôt que de l’ancrage (les marchandises, les capitaux, les travailleurs seront amenés à migrer) ; le tout étant porté par une Chine maoïste, et donc héritière des idées révolutionnaires de 1789, athée, technocratique, pragmatique.
Bien évidemment, les dimensions libérales et constitutionnalistes qui termineraient de caractériser l’esprit maritime sont absentes. Nous sommes essentiellement face dans l’espace eurasien à des puissances (semi-)autoritaires, des démocratures (Max Liniger-Goumaz, 1992) pour qui la souveraineté, le politique, l’Ordre et l’identité (caractéristiques telluriques) sont encore des valeurs importantes (c’est pourquoi Douguine accorde une certaine dimension « traditionnelle » à l’idéologie socialiste, pourtant moderne36). Néanmoins, si l’on suit les auteurs de tendance contre-révolutionnaire, l’esprit moderne-maritime s’est imposé en Occident parce qu’une caste marchande transnationale a pu se constituer et se renforcer jusqu’à s’imposer politiquement pour ensuite dissoudre peu à peu cet ordre politique. Aussi la BRI pourrait-elle donc être l’ouverture nécessaire à la constitution d’une telle caste dans l’espace eurasiatique qui viendrait à terme renverser les valeurs telluriques prônés par Douguine.
Conclusion
Nous avons eu pour but dans cette étude de caractériser le projet des nouvelles routes de la soie au regard de la dialectique Terre-Mer « pérennialiste » d’Alexandre Douguine, qui peut être prise comme un croisement des pensées de Carl Schmitt et de René Guénon. La question était donc de savoir si ces projets constituaient une opportunité pour l’acheminement vers un système international multipolaire accompagné d’une réaffirmation des principes telluriques traditionnels dans l’ordre international – une « domination culturelle » de Béhémoth – ou au contraire s’ils favorisaient l’ouverture vers une diffusion de la mentalité thalassique et moderniste à tout l’espace eurasiatique – le « triomphe » de Léviathan.
Nous avons vu que la coopération stratégique sino-russe autour de la BRI, dans l’hypothèse où la Chine maintiendrait un partenariat équitable envers la Russie, pourrait conduire à une multi-polarisation du système international, avec un continent eurasiatique autonome vis-à-vis de la thalassocratie étasunienne, ce qui constitue le premier versant (géopolitique) du projet néo-eurasiste d’Alexandre Douguine. Cependant, si l’on considère les choses en profondeur et d’un point de vue culturel, l’initiative pourrait porter les germes de l’esprit moderne-maritime qu’il pourfend, le versant eschatologique de son projet serait alors condamné. En vue de constituer ce front de la Tradition37 qu’il appelle de ses vœux, son combat pour l’hégémonie culturelle ne s’arrêterait pas là, il lui faudra encore proposer un modèle permettant d’intégrer les tendances marchandes modernes dans un ordre tellurique politique traditionnel à l’échelle continentale et de maintenir les ancrages identitaires des peuples eurasiatiques.
Ainsi, au regard des fondamentaux de la vision douguinienne, nous pensons que les projets de la BRI pourraient caractériser une véritable croisée des chemins pour les Relations internationales : En effet, l’initiative porte en elle l’opportunité de voir se réaffirmer un ordre du monde basé sur des principes différents de ceux de la mentalité moderne occidentale, tout en comportant le risque de voir cette mentalité se diffuser rapidement au sein du « cœur du monde ». Au-delà même de la perspective eschatologique supportée par Douguine, nous pouvons y voir un réel enjeu en matière de diversité culturelle mondiale : la tension entre différentialisme et uniformisation, représentée chez Schmitt ou Douguine par le combat entre Béhémoth et le Léviathan (la Terre et la Mer au plan non plus géographique mais presque purement mental), est bien réelle !
***
Au delà de cette étude particulière, l’influence de Douguine sur la politique mérite selon nous d’être questionnée et étudiée, cet auteur connaissant une visibilité certaine tant en Russie que dans certaines mouvances idéologiques ouest-européennes. Cependant, si son discours géopolitique rencontre un certain écho et peut emporter l’adhésion parmi les élites russes, l’aspect « gnostique » de ses théories reste bien plus marginal (car estimé irrationnel, idéaliste, hors des critères de la pensée moderne, ou incompris, de par sa difficulté d’accès pour le grand public). Aussi est-il probable que si en apparence le néo-eurasisme et la politique étrangère russe convergent, le dessein recherché soit tout autre : D’un côté nous aurions une politique étrangère réaliste, somme toute moderne bien que conservatrice mais utilisant par opportunité la rhétorique néo-eurasiste, de l’autre une vision traditionnelle métaphysique dont les ambitions ne sont portées que par une minorité restreinte. Nous pensons toutefois que des études politologiques sur l’influence de sa pensée dans le champ des idées et des mouvements politiques serait pertinentes.
Sur un plan plus théorique, une étude conceptuelle sérieuse du couple Tradition-Modernité, confronté avec la réalité empirique, pourrait également offrir selon nous une clé herméneutique intéressante pour la discipline géopolitique, cette dialectique entendue dans son sens guénonien renvoyant à des double-mouvements (différenciation-uniformisation, conservatisme-progressisme, ancrage-nomadisme…) que l’on peut retrouver au cœur de la plupart des rivalités de puissance dans l’espace mondial.
Notes:
1 En chinois, le programme s’intitule Yidai yilu, « Une ceinture, une route » (« One Belt One Road », OBOR). En anglais, l’expression officiellement utilisée par Pékin est toutefois Belt and Road Initiative (BRI).
2 Pour une présentation synthétique du projet, voir notamment : LASSERRE Frédéric et MOTTET Eric, « L’initiative Belt and Road, stratégie chinoise du Grand Jeu ? », Diplomatie, numéro 90, 2018/1, pp. 36-40.
5 Ont déjà été signés des memorandums ou accords d’intégration entre la RPC et le Luxembourg, l’Italie, la Grèce, le Portugal, mais aussi la Lettonie, la Croatie, la Bulgarie ou Monaco. La Deutsche Bahn s’implique aussi financièrement, notamment par des investissement sur la principale ligne ferroviaire Pologne-Chine Voir « Qu’est que l’accord entre la Chine et l’Italie ? », OBOReurope, 24 mars 2019 (URL : https://www.oboreurope.com/fr/accord-chine-italie/, consulté le 11 avril 2019) et CLAIRET Sophie, « Pourquoi l’Europe risque de se perdre sur les nouvelles routes de la soie ? », GeoSophie, 6 janvier 2017 (URL : https://geosophie.eu/2017/02/05/pourquoi-leurope-risque-d..., consulté le 8 avril 2019).
6 MACKINDER Halford, « The Geographical Pivot of History », The Geographical Journal, vol. 23, 1904/4, pp. 421-437, p. 437 pour ces propos.
7 Voir BOULEGUE Mathieu, « La « lune de miel » sino-russe face à l’(incompatible) interaction entre l’Union Economique Eurasienne et la Belt & Road Initiative », Diploweb, 15 octobre 2017.
9 Voir « La route polaire et l’initiative Belt and Road », OBOReurope, 7 novembre 2017 (URL: https://www.oboreurope.com/fr/route-polaire/, consulté le 10 avril 2019). Voir aussi BRUNEAU Michel, L’Eurasie. Continent, empire, idéologie ou projet, Paris, CNRS éditions, 2018, pp. 294-295.
10 Laquelle a une réalité géopolitique conséquente : elle vise à faire coopérer politiquement des pays représentants 2.758.000.000 d’habitants, 38% des approvisionnements en gaz naturel, 20% du pétrole, 40% du charbon et 50% de l’uranium disponibles sur la planète. Voir DUPUY Emmanuel, « Les nouvelles Routes de la Soie et l’Asie Centrale : l’Organisation de Coopération de Shanghai (OCS) en première ligne… », La Vigie, 16 novembre 2017 (URL : https://www.lettrevigie.com/blog/2017/11/16/les-nouvelles..., consulté le 4 avril 2019)
11 BOUCHARD Renaud et PORFIRYEV Boris, « L’économie russe et le basculement géostratégique », conférence donné dans le cadre du séminaire Franco-Russe « L’intégration eurasiatique en perspective / Евразийская интеграция в перспективе », Paris, EHESS, 14 septembre 2016 – 16 septembre 2016. URL : http://renaudbouchard.canalblog.com/archives/2016/09/22/3..., consulté le 6 avril 2019.
12 L’expression néo-eurasisme distingue ces auteurs du mouvement d’idées qualifié d’eurasisme classique, héritier du mouvement slavophile du XIXème siècle et qui finira par se rapprocher de la « révolution conservatrice » allemande. Pour l’histoire intellectuelle de ces mouvements, voir notamment : MEAUX (de) Lorraine, La Russie et la tentation de l’Orient, Paris, Fayard, 2010, 436 pages ; DRESSLER Wanda (dir.), Eurasie : espace mythique ou réalité en construction ?, Bruxelles, 2009, Bruylant, 410 pages (particulièrement pp. 49-68 et 95-106) ; SEDGWICK Mark, Contre le Monde Moderne. Le traditionalisme et l’histoire intellectuelle secrète du XXème siècle, Paris, Dervy, 2008, 380 pages (particulièrement pp/ 287 et ss.).
13 LARUELLE Marlène, « Le néo-eurasisme russe. L’empire après l’empire ? », Cahiers du monde russe [En ligne], 42/1, 2001, mis en ligne le 01 janvier 2007, pp. 71-94.URL: https://journals.openedition.org/monderusse/8437#bodyftn2, consulté le 5 avril 2019.
14 Philosophe, géopoliticien, écrivain et militant politique, né le 7 janvier 1962 à Moscou.
15 Par ses théories et son apparence physique, Alexandre Douguine est régulièrement qualifié de « Raspoutine », de « conseiller occulte du Kremlin », nourrissant des analyses assez éloignées de la réalité de son influence et parfois teintées d’un esprit « complotiste ».
16 Le concept d’hégémonie culturelle a été pensé par Antonio Gramsci, qui a décrit comment une classe dominante faisait aussi reposer son pouvoir sur une domination culturelle, à travers des outils tels que l’école ou les médias. Il s’agit alors pour les forces d’opposition de conquérir les esprits en diffusant au maximum leurs idéologies avant de pouvoir renverser le rapport de domination (préalable sans lequel le nouveau pouvoir ne saurait être accepté par la population), d’où la formule utilisée de « bataille gramscienne ».
19 Le Prophète de l’Eurasisme. Alexandre Douguine, Paris, Avatar Éditions, 2006, pp. 16.
20 Définit par Spykman comme « une région intermédiaire située […] entre le Heartland (cœur du monde) et les mers périphériques […] vaste zone tampon de conflits entre la puissance maritime et la puissance terrestre. Orientée des deux côtés, elle doit fonctionner de manière amphibie et se défendre aussi bien sur terre qu’en mer », car « Celui qui domine le Rimland domine l’Eurasie ; celui qui domine l’Eurasie tient le destin du monde entre ses mains ». Voir SPYKMAN Nicolas, The Geography of the Peace, New York, Harcourt, Brace and Co, 1944, p. 43.
21 La dialectique Terre-Mer est appréhendée dans la littérature géopolitique de façon plus ou moins pragmatique – conception surtout présente chez les Anglo-saxons – ou plus ou moins culturaliste – appréhension plutôt rencontrée chez les auteurs Allemands.
22 Formulation retenue par Christophe Boutin, voir BOUTIN Christophe, Politique et tradition. Julius Evola dans le siècle (1898-1974), Paris, Éditions Kimé, 1992, 513 pages ; Id., « Tradition et réaction : la figure de Julius Evola », In., « Les pensées réactionnaires », Mil neuf cent, n°9, 1991, pp. 81-97.
23 Néologisme proposé par le philosophe Pierre Riffard pour éviter les confusions avec le terme de « traditionalistes », utilisé aussi pour parler de courants politiques ou religieux réactionnaires. Voir : RIFFARD Pierre, L’Ésotérisme, Paris, Robert Laffont, 2003 (1990), 1032 pages. On rencontre parfois le terme « pérennialistes », bien qu’il vise plutôt la frange du mouvement développée sur le continent nord-américain. Voir HOUMAN Setareh, De la Philosophia Perennis au pérennialisme américain, Milan, Archè, 2010, 622 pages.
24 Le mot métapolitique est « à celui de politique ce que le mot métaphysique est à celui de physique […] la métaphysique de la politique » (MAISTRE Joseph (de), Considérations sur la France suivi de l’Essai sur le principe générateur des constitutions, Bruxelles, 2006 (1797), Éditions Complexe, p. 227), et vise à donner à une philosophie politique un fondement d’universalité par la référence à une vérité transcendante, le but étant d’orienter l’être et la société vers cette sphère, de traduire cette transcendance dans la réalité sociale en réfléchissant à l’organisation idéale de la Cité. Sous cette acception, le concept est à distinguer tant de la théologie politique (qui est le transfert de concepts théologiques dans le processus de construction de l’État) que du conservatisme (car il ne se réfère pas au passé mais à la métaphysique immuable, éternelle, supra-temporelle) ou de l’intégrisme (car il ne se réfère pas à une tradition spirituelle particularisée, mais à une Vérité absolue devant être supérieure à ces traditions). Voir BISSON David, René Guénon. Une politique de l’esprit, Paris, Pierre Guillaume de Roux, 2013, 527 pages, pp. 130 et s., qui utilise le triptyque infra-politique, politique, méta-politique comme clé méthodologique pour analyser l’impact de l’œuvre de Guénon.
25 Entité évoqué par l’apôtre saint Paul, le katechon est un être dont la nature n’est pas précisée et qui a pour vocation d’empêcher la venue de l’Antéchrist. Ce dernier ne peut se manifester pleinement tant que cette entité est dans le monde Voir dans la Bible les versets : 2 Thes. 2, 6-7.
28 Visible sur le site du mouvement EVRAZIA : http://evrazia.org/modules.php?name=News&file=article.... La carte 1 représente le monde unipolaire actuelle, la 2 la contre-stratégie que doit déployer la Russie pour briser l’uni-polarité, la 3 révèle les futures grandes zones d’influence souhaitées par le projet néo-eurasiste et la 4 les « grands espaces » géopolitiques au sein de ces zones.
29 STRUYE DE SWIELANDE Tanguy, « La Chine et ses objectifs géopolitiques à l’aube de 2049 », in « Regards géopolitiques », Bulletin du Conseil québécois d’études géopolitiques, volume 2, n°1, printemps 2016, pp. 24-28.
30 GARCIN Thierry, « Le chantier – très géopolitique – des Routes de la soie », Diploweb, 18 février 2018.
36 De toute manière, selon les postulats métaphysiques retenus par les auteurs comme Douguine, il n’existe aucun étant « pur » : tout ce qui est manifesté est constitué d’un dosage entre les différentes polarités. Concrètement, il ne peut exister d’entité entièrement tellurique ou entièrement thalassique.
37 En référence à l’ouvrage : DOUGUINE Alexandre, Pour le Front de la Tradition, Nantes, Ars Magna, 2017.
BIBLIOGRAPHIE
Ouvrages
––, Le Prophète de l’Eurasisme. Alexandre Douguine, Paris, Avatar Éditions, 2006, 349 p.
BISSON David, René Guénon. Une politique de l’esprit, Paris, Pierre Guillaume de Roux, 2013, 527 pages
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FRANKOPAN Peter, Les Routes de la Soie. L’histoire du cœur du monde, Bruxelles, Éditions Nevicata, 2017, 732 pages.
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SCHMITT Carl, Terre et Mer (1942), Paris, Pierre Guillaume de Roux, 2017, 240 pages.
SEDGWICK Mark, Contre le Monde Moderne. Le traditionalisme et l’histoire intellectuelle secrète du XXème siècle, Paris, Dervy, 2008, 380 pages.
SPYKMAN Nicolas, The Geography of the Peace, New York, Harcourt, Brace and Co, 1944, 66 pages.
Articles
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LASSERRE Frédéric et MOTTET Eric, « L’initiative Belt and Road, stratégie chinoise du Grand Jeu ? », Diplomatie, numéro 90, 2018/1, pp. 36-40.
MACKINDER Halford, « The Geographical Pivot of History », The Geographical Journal, vol. 23, 1904/4, pp. 421-437.
STRUYE DE SWIELANDE Tanguy, « La Chine et ses objectifs géopolitiques à l’aube de 2049 », in « Regards géopolitiques », Bulletin du Conseil québécois d’études géopolitiques, volume 2, n°1, printemps 2016, pp. 24-28.
BOUCHARD Renaud et PORFIRYEV Boris, « L’économie russe et le basculement géostratégique », conférence donné dans le cadre du séminaire Franco-Russe « L’intégration eurasiatique en perspective / Евразийская интеграция в перспективе », Paris, EHESS, 14 septembre 2016 – 16 septembre 2016. http://renaudbouchard.canalblog.com/archives/2016/09/22/3...
BOULEGUE Mathieu, « La « lune de miel » sino-russe face à l’(incompatible) interaction entre l’Union Economique Eurasienne et la Belt & Road Initiative », Diploweb, 15 octobre 2017 https://www.diploweb.com/La-lune-de-miel-sino-russe-face-...
BOUCHARD Renaud et PORFIRYEV Boris, « L’économie russe et le basculement géostratégique », conférence donné dans le cadre du séminaire Franco-Russe « L’intégration eurasiatique en perspective / Евразийская интеграция в перспективе », Paris, EHESS, 14 septembre 2016 – 16 septembre 2016.http://renaudbouchard.canalblog.com/archives/2016/09/22/3...