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samedi, 14 mars 2020

Le nouveau cycle de la mondialisation

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Le nouveau cycle de la mondialisation

Par Laurence Daziano*

Ex: http://synthesenationale.hautetfort.com

L’épidémie de coronavirus, partie d’un marché de Wuhan, entraîne l’économie mondiale dans un choc d’offre et de demande, aussi majeur que celui du choc pétrolier de 1973. Mais, au- delà de l’effet conjoncturel sur la croissance de l’année 2020, le coronavirus s’inscrit dans une profonde transformation des échanges mondiaux qui ouvre une nouvelle page de la mondialisation dans la prochaine décennie.

Le coronavirus a démontré l’extraordinaire dépendance des économies occidentales à la Chine. Depuis vingt ans, la production industrielle et manufacturière a été délocalisée en Chine, à un niveau extrême pour certains produits industriels stratégiques, à l’instar des médicaments ou des équipements télécoms. Pékin est désormais la « plaque tournante » de l’assemblage industriel mondial, que ce soit pour un smartphone, une voiture ou une batterie électrique. Le coronavirus a montré la grande faiblesse des chaînes mondiales de valeur, disséminées dans le monde entre plusieurs pays producteurs.

La mondialisation n’est pas en recul, mais plutôt en transformation, sous l’effet du protectionnisme de Donald Trump, du Brexit ou des débats autour de la guerre commerciale et technologique entre Washington et Pékin. Le néoprotectionnisme américain et le conflit latent avec la Chine font consensus dans les cercles de pouvoir à Washington. Les pays émergents conserveront l’avantage d’une main-d’œuvre formée et peu chère, mais les chaînes de valeur ainsi que les relations économiques et commerciales vont être transformées.

Les Européens eux-mêmes ont commencé à modifier leur posture en déployant des protections sur leurs actifs stratégiques et en réfléchissant à leur autonomie technologique. L’aggiornamento en cours à la Commission européenne sur la réciprocité commerciale en est un exemple, tout comme la régionalisation des chaînes de production illustrée par l’ouverture d’une usine par LVMH au Texas ou la construction d’une usine de Huawei en France, afin de contourner les obstacles non tarifaires et le souhait des Etats de protéger leurs intérêts strtégiques.

actualité,mondialisation,globalisationLa transformation de la mondialisation pourrait même être analysée, non pas à la lumière du mouvement de globalisation entamée après la chute du mur de Berlin, mais plutôt à travers une histoire continue qui débuterait à l’époque des grandes découvertes et de la Compagnie des Indes orientales. Fernand Braudel l’a magistralement analysé dans « La Dynamique du capitalisme », en décrivant l’économie-monde avec son centre, dont découlent tous les échanges : « Le soleil de l’histoire fait briller les plus vives couleurs, là que se manifestent les hauts prix, les hauts salaires, la banque, les marchandises royales, les industries profitables, les agricultures capitalistes ; là que se situent le point de départ et le point d’arrivée des longs trafics, l’afflux des métaux précieux, des monnaies fortes et des titres de crédit. »

La mondialisation n’a jamais cessé de se développer et de se transformer depuis le 21ème siècle. New York n’est plus le centre unique de la mondialisation dont le cœur bat également à Shanghai, Bombay, Moscou ou Istanbul. Le cycle de la mondialisation « heureuse », apparu après la chute du mur de Berlin et prôné par Bill Clinton, prend fin. Un nouveau cycle apparaît, à l’issue incertaine.

(*) Maître de conférence à Sciences-Po

Source : les Echos 10/03/2020

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samedi, 22 février 2020

Ideología del gobierno mundial

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Ideología del gobierno mundial

Ex: https://www.geopolitica.ru

Publicado en la revista Elementy #2, Moscú, Rusia. Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

“La perversión debe entrar al mundo, pero desgracia para aquellos a través de cuyos esfuerzos vendrá”. Evangile

Después de la Guerra del Golfo, casi todos los medios de comunicación en Rusia, así como en Occidente, inyectaron en el lenguaje común la fórmula “Nuevo Orden Mundial”, acuñada por George Bush, y luego utilizada por otros políticos, incluidos Gorbachov y Yeltsin. El Nuevo Orden Mundial, basado en el establecimiento de un Gobierno Mundial Único, como lo han admitido con franqueza los ideólogos de la Comisión Trilateral y Bildenburg, no es simplemente una cuestión de dominación político-económica de una cierta camarilla “oculta” de banqueros gobernantes internacionales. Este “Orden” se basa en la victoria a escala mundial de una determinada ideología especial, por lo que el concepto se refiere no solo a los instrumentos de poder, sino también a la “revolución ideológica”, una conciencia de “golpe de estado”, un “nuevo pensamiento”.  La vaguedad de las formulaciones, el secretismo y la cautela constantes, el misterio deliberado de los mundialistas no permiten, hasta el último momento, discernir claramente el contorno de esta nueva ideología, que decidieron imponer a los pueblos del mundo. Y solo después de Irak, como si siguiera las órdenes de alguien, se acabaron ciertas prohibiciones y aparecieron varias publicaciones, que comenzaron a llamar a las cosas por sus nombres propios. Entonces, intentemos, sobre la base del análisis realizado por un grupo de autores de la junta editorial de “Elementos”, definir, en los términos más generales, los conceptos básicos de la ideología del Nuevo Orden Mundial.

El Nuevo Orden Mundial representa en sí mismo un proyecto escatológico y mesiánico, muy superior en alcance a otras formas históricas de utopías planetarias, como el primer movimiento protestante en Europa, el califato árabe o los planes comunistas para una revolución mundial. Quizás, estos proyectos utópicos sirvieron como preludios a la forma final del mundialismo, ensayos que probaron mecanismos de integración, efectividad de las estructuras de mando, prioridades ideológicas, métodos tácticos, etc. Tomando esto por un lado, el mundialismo contemporáneo, absorbiendo la experiencia del protestantismo, de las herejías escatológicas, las revoluciones comunistas y los cataclismos geopolíticos de siglos pasados han agudizado sus formulaciones finales, determinando finalmente lo que era pragmático e incidental en formas anteriores, y lo que realmente compuso la tendencia básica de la historia en el camino hacia el Nuevo Orden Mundial. Después de una secuencia completa de vacilaciones, ambigüedades, pasos pragmáticos y retiradas tácticas, el mundialismo contemporáneo finalmente ha formulado sus principios fundamentales con respecto a la situación presente. Estos principios se pueden asignar a cuatro niveles:

1.      Económico: la ideología del Nuevo Orden Mundial presupone un establecimiento completo y obligatorio del sistema de mercado capitalista liberal en todo el planeta, sin tener en cuenta las regiones culturales y étnicas. Todos los sistemas socioeconómicos que llevan elementos de “socialismo”, “justicia social o nacional”, “protección social” deben ser completamente destruidos y convertidos en sociedades de “mercado absolutamente libre”. Todos los coqueteos pasados ​​del mundialismo con modelos “socialistas” se están deteniendo por completo, y el liberalismo del mercado se está convirtiendo en la única forma dominante económica del planeta, gobernado por el Gobierno Mundial.

2.      Geopolítico: la ideología del Nuevo Orden Mundial da preferencia incondicional a los países que comprenden el Occidente geográfico e histórico en contraste con los países del Este. Incluso en el caso de una ubicación relativamente occidental de un país u otro, siempre será favorecida en comparación con su vecino del este. El esquema implementado previamente de alianza geopolítica de Occidente con el Este contra el Centro (por ejemplo, el Occidente capitalista junto con la Rusia comunista contra la Alemania nacionalsocialista) ya no es utilizado por el mundialismo contemporáneo. La prioridad geopolítica de la orientación occidental se está volviendo absoluta.

3.      Étnico: la ideología del Nuevo Orden Mundial insiste en la máxima mezcla racial, nacional, étnica y cultural de los pueblos, dando preferencia al cosmopolitismo de las grandes ciudades. Los movimientos nacionales y mininacionales, utilizados anteriormente por los mundialistas en su lucha contra el “gran nacionalismo” de tipo imperial, serán reprimidos decisivamente, ya que no habrá lugar para ellos en esta Orden. En todos los niveles, la política nacional del Gobierno Mundial se orientará hacia la mezcla, el cosmopolitismo, el crisol, etc.

4.      Religiosos: la ideología del Nuevo Orden Mundial está preparando la llegada al mundo de una cierta figura mística, cuya aparición se supone que cambiará drásticamente la escena religioso-ideológica en el planeta. Los ideólogos del mundialismo están convencidos de que lo que se quiere decir con esto es la llegada al mundo de Moshiah, el Mesías que revelará las leyes de una nueva religión a la humanidad y realizará muchos milagros. La era del uso pragmático de las doctrinas ateas, racionalistas y materialistas por los mundialistas ha terminado. Ahora, proclaman la llegada de una época de “nueva religiosidad”.

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Esta es exactamente la imagen que emerge de un análisis de las últimas revelaciones realizadas por ideólogos de la Comisión Tripartita, el Club Bildenburg, el Consejo Americano de Relaciones Exteriores y otros autores, atendiendo intelectualmente al mundialismo internacional en niveles muy diferentes, comenzando con el “neoespiritualismo” y terminando con diseños económicos y estructurales concretos de tecnócratas pragmáticos. El estudio cuidadoso de estos cuatro niveles de la ideología del Gobierno Mundial es una preocupación de muchos proyectos y trabajos de investigación serios, una parte de los cuales, esperamos, aparecerá en las páginas de los siguientes volúmenes de “Elementos”. Pero nos gustaría centrarnos en varios aspectos en este momento. En primer lugar, es importante tener en cuenta que esta ideología no puede calificarse como “derecha” o “izquierda”. Más que eso, dentro de él existe una superposición esencial y consciente de dos capas, relacionadas con las realidades políticas polares. El Nuevo Orden Mundial es radical y rígidamente “derechista” en el plano económico, ya que asume la primacía absoluta de la propiedad privada, los mercados completamente libres y el triunfo de los apetitos individualistas en la esfera económica. Simultáneamente, el Nuevo Orden Mundial es radical y rígidamente “izquierdista” en el frente político-cultural, ya que la ideología del cosmopolitismo, la mezcla y el liberalismo ético pertenecen tradicionalmente a la categoría de prioridades políticas “izquierdistas”. Esta combinación de la “derecha” económica con la “izquierda” ideológica sirve como eje conceptual de la estrategia mundialista contemporánea, la base para el diseño de la próxima civilización. Esta ambigüedad se manifiesta incluso en el mismo término “liberalismo”, que, en el nivel económico, significa “mercados absolutamente libres”, pero en el nivel ideológico designa una “ideología moderada de permisividad”. Hoy, podemos afirmar justificadamente que el Gobierno Mundial basará su dictadura no en algún modelo típico de “tiranía totalitaria”, sino en principios del “liberalismo”. Reveladoramente, es en este mismo caso que la terrible parodia escatológica llamada Nuevo Orden Mundial será perfeccionada y completada.

En segundo lugar, Occidente, al frente de las teorías geopolíticas del Nuevo Orden Mundial como el hemisferio donde se pone el Sol, el Sol de la Historia, asume el papel de un modelo estratégico y cultural. En el curso de la última etapa de realización de proyectos mundialistas, el simbolismo natural debe coincidir completamente con el simbolismo geopolítico, y la complejidad de la construcción, las maniobras y las alianzas políticas del bloque geopolítico anteriores, que los mundialistas usaron antes para alcanzar sus objetivos, ahora dan paso a Una lógica geopolítica clara como el cristal, que incluso un simplón es capaz de comprender. En tercer lugar, desde el punto de vista de tendencias religiosas tan diversas como el cristianismo ortodoxo y el islam, Moshiah, cuya llegada se supone que facilitarán las instituciones mundialistas en construcción, está claramente y sin ninguna duda asociada con la figura siniestra del Anticristo. Como se deduce de la lógica misma del drama apocalíptico, en el curso de la última lucha, el enfrentamiento ocurrirá no entre lo Sagrado y lo profano, ni entre Religión y ateísmo, sino entre Religión y pseudo-religión. Es por eso que Moshiah del Gobierno Mundial no es simplemente un “proyecto cultural”, un nuevo “mito social” o una “utopía grotesca”, sino que es algo mucho más serio, real, terrible. Es completamente obvio que los opositores al mundialismo y los enemigos del Nuevo Orden Mundial (los miembros del personal de “Elementos” se consideran entre ellos) deben asumir una posición radicalmente negativa con respecto a esta ideología. Esto significa que es necesario contrarrestar al Gobierno Mundial y sus planes con una ideología alternativa, formulada al negar la doctrina del Nuevo Orden Mundial.

La ideología radicalmente opuesta al mundialismo también se puede describir en cuatro niveles.

1.      Económico: prioridad de la justicia social, la protección social y el factor nacional “comunitario” en el sistema de producción y distribución.

2.      Geopolítico: una clara orientación hacia el Este y solidaridad con los sectores geopolíticos más orientales al considerar los conflictos territoriales, etc.

3.      Étnico: lealtad a las tradiciones y rasgos nacionales, étnicos y raciales de los pueblos y estados, con una preferencia especial por el “gran nacionalismo” de tipo imperial en contraste con los mini-nacionalismos con tendencias separatistas.

4.      Religioso: devoción a las formas religiosas originales y tradicionales: lo más importante, el cristianismo ortodoxo y el Islam, que identifican claramente la “nueva religiosidad”, el Nuevo Orden Mundial y Moshiah con el jugador más siniestro del drama escatológico, el Anticristo (Dadjal en árabe).

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El frente de guerra ideológica antimundialista también debe combinar en sí mismo elementos de ideologías “izquierdistas” y “derechistas”, pero debemos ser “derechistas” en términos políticos (en otras palabras, “nacionalistas”, “tradicionalistas”, etc.) y ” izquierdista “en la esfera económica (en otras palabras, partidarios de la justicia social,” socialismo “, etc.) De hecho, esta combinación no es solo un programa político convencional y arbitrario, sino una condición necesaria en esta etapa de la lucha. La prioridad geopolítica de Oriente nos obliga a renunciar por completo a los diferentes prejuicios “anti-asiáticos”, a veces sostenidos por la derecha rusa bajo la influencia de un mal y completamente inoportuno ejemplo de la derecha europea. El “anti-asiaticismo” solo juega en manos del Nuevo Orden Mundial. Y, finalmente, la lealtad a la Iglesia, las enseñanzas de los Santos Padres, el cristianismo ortodoxo es un elemento necesario y el más importante de la lucha antimundialista, ya que la sustancia y el significado de esta lucha es elegir al Dios verdadero, el “lado correcto”, la “parte bendecida”. Y nadie podrá salvarnos del falso encanto, el pecado, la tentación, la muerte, en este terrible viaje, excepto el Hijo de Dios. Debemos convertirnos en su anfitrión, su ejército, sus siervos y sus misioneros. El Gobierno Mundial es la última rebelión del mundo inferior contra lo Divino. Corto será el instante de su triunfo. Eterno será la alegría de aquellos que se unirán a las filas de los “últimos luchadores por la Verdad y la Libertad en Dios”.

El verdadero juez “vendrá inesperadamente”.

mercredi, 19 février 2020

Racism - A Tool of Globalisation

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Racism - A Tool of Globalisation

Ex: https://www.katehon.com

It scarcely needs saying that, to listen to the liberal-leftist claptrap gushing from outfits such as The Guardian, one would think that Britain (and the predominantly white, Western world generally) is a hotbed of racism and xenophobia. Although having been particularly prominent since Britain’s decision to leave the European Union, the issue has again risen to headline news as a result of the so-called “Megxit” – the decision of Prince Harry and Meghan Markle to step back from royal duties, with the racism of the British tabloid press being a supposed factor.

While it is easy enough to point out anecdotal examples of racism anywhere, the notion that Britain suffers from either chronic or widespread racism – the kind that singer Lily Allen ascribes to the reason for Boris Johnson’s election victory – is difficult to defend. Academic research into the matter shows that Western countries are among the most racially tolerant in the world when it comes to the possibility of ethnic minorities moving in as next door neighbours. Remainers, who were aghast at Britain’s “xenophobic” decision to “turn its back” on Europe, may be interested to know that British parents are relatively happier for their children to enter interracial relationships than parents on the continent. And the Migration Observatory at Oxford University points out that the vast majority of immigrants to the UK find Britain to be hospitable and welcoming, and that they are able to improve their lives as a result of hard work. Moreover, while blacks are among the lowest earners in the UK, the government’s own figures show that the percentage of households earning more than £1,000 per week is greater among Indians, Chinese and other Asians than it is among British whites. So if racism is an explanation as to why some ethnic groups fail to earn as much as whites then the British people must be remarkably selective with their racism.

Nothing that demonstrates Britain as a relatively open and tolerant society should really come as much of a surprise. Britain has always been a cosmopolitan country, with centuries of experience in trade, relations and diplomacy that has stretched to every corner of the globe. And in spite of having been a supposed “oppressive” imperial power, we have also managed to remain on good terms with most of the former colonies under the aegis of the Commonwealth. The most that can be said for the notion that Britain is a “racist” country is to compare it to some purified ideal rather than to the situation in other countries – much like condemning a nation that has the highest cancer survival rates in the world on the grounds that there are still some natives who are dying from the affliction.

Because genuinely deplorable cases of racism – conscious, seething prejudice that either can or does erupt in hatred for people of other races – are difficult to discover in any statistically significant quantity, the concept has to be redefined in numerous, nebulous ways so as to present it as a problem.

One of these is to condemn people’s more casual, unwitting behaviour (such as throwaway comments, careless observations or subtly different treatment) as “micro-aggressions” or “unconscious bias”. Such behaviour may, of course, be a source of irritation for those on the receiving end, but it is likely to be a vicissitude of minority or “outsider” status based upon any characteristic, not just race. For instance, it could just as easily be experienced by a city dweller visiting the countryside or a council estate resident in posh suburbia (and vice versa). People generally tend to prefer and empathise with what is familiar to them, sifting the unfamiliar into broad categories or “stereotypes” purely as a result of inexperience. In a particular case, a few polite words may resolve the matter, but in general the eventual cure will be increased familiarity and (in the case of race) cultural integration. But even if such “unconscious bias” was a purely racial phenomenon it would hardly mean that a country is akin to a torch brandishing lynch mob.

Another tactic is simply to regard any possible behaviour as racist. For instance, while most anti-racists are concerned with hatred being directed to other races, it also seems to be “racist” to be attracted to someone because of their race. It is “racist” to ignore other cultures (or to celebrate British culture), but including them, imitating them or even celebrating them is derided as “cultural appropriation”. And pointing out any distinction based on a person’s ethnicity is also racist, yet treading the opposite path by trying to ignore racial consideration leads one to a charge of “racial insensitivity”. As if that is not enough, disagreement is shut down entirely by the dismissal of any attempt to define racism in objective terms as “white-splaining”, focussing instead on a BAME individual’s subjective feelings and “lived experience”. This has become legally manifest in so-called “hate crimes”, where the mere perception of the alleged victim is enough to permanently flag an incident as being “hate” related.

The ultimate, of course, is the notion that the mere fact of being white is sufficient to categorise a person as racist purely as a result of his “privileged” birth into an inherently oppressive social hierarchy, regardless of that person’s awareness of this alleged status. This, in turn, paves the way for claiming that any negative discrepancy between whites and ethnic minorities “must” owe itself to racism (in the same way that the gender pay gap “must” result from sexism), and that any critical words directed by a white person against a BAME individual – such as Meghan Markle – is de facto racist rather than based on some other (quite legitimate) complaint. It then, somehow, becomes the duty of the “privileged whites” to “educate” themselves on their inherently racist status rather than demanding their accusers for evidence of actual racist behaviour. This turns on its head the notion that a person asserting a proposition should bear the burden of proving it – which demonstrates, of course, that such proof is probably lacking.

The result of all of this is to rob racism of its moral gravity and its seriousness as a social issue. For if is true that minor, unwitting (but otherwise unmalicious) behaviour is racist, if any choice that could be made ends up being racist, and if white people are automatically racist by virtue of their birth, then racism cannot attract any serious moral culpability. People can be morally responsible only for their consciously chosen actions where they have the option to do good, not for aspects about themselves that they cannot help or for situations where every option is bad. But because any notion of being “racist” attracts such severe stigma, its entrenchment as an undoubted and immutable fact of society means that actual crimes and real problems are permitted to flourish in order to tiptoe around anything that could cause racial sensitivities – such as the Manchester grooming scandal, and the ignorance of the fact that white boys from poorer backgrounds are among the lowest school achievers. And so the irony of defining racism so fatuously is that real racist outcomes result from an attempt to avoid being racist.

Moreover, the whole thing could amount to a self-fulfilling prophecy, as could identity politics generally. By making people more aware of their basic characteristics such as race, gender, sexuality, creed and so on before sifting these into categories of oppressors and oppressed, the latter begin to take on the mantle of victimhood and ascribe all of their personal foibles and failures to discrimination. The result is a mental self-sentencing to a life of destitution at the hands of the white, privileged male, regardless of how hard one might try to escape from it. On the other side, if the aforesaid white, privileged male is going to be automatically condemned as racist, then he is more likely to approach BAME individuals with suspicion and hostility. Thus, antagonisms are stoked and inflamed, rather than resolved.

Much of all of this has been written before, and will continue to be written again by those who do not share a leftist disposition. Less attention, however, is paid to the reason why racism – and wokeism generally – has become such a deafening screech at the forefront of the national political conversation when the open and tolerant nature of British society is not difficult to demonstrate (and, moreover, when there are far more important issues to talk about). Indeed, as election after election has pointed out, it is really a disproportionately loud, minority conversation, perpetuated by middle class, bleeding hearts within the M25 rather than by the country as a whole – let alone any actual “victims”.

The reason for this loudness is not just because, as Laurence Fox suggested, such people need something to get upset about. In fact, the lefty, liberal, metrollectuals – as we argued in a previous essay – are actually being recruited as useful idiots in a project which has more sinister foundations.

We are currently living in a world in which the dominant paradigm is globalisation in the form of the gradual erosion of national sovereignty, open borders, the consolidation and centralisation of states into larger entities, globally managed trade, collective security and perpetual interventionism and warfare. Explicitly supranational outfits such as the EU are an example of such globalisation, but so too is increasing inter-state “co-operation” in order to combat supposedly worldwide problems such as climate change and the elimination of tax and regulatory independence. In order for this globalising project to flourish, its proponents must seek the breakdown of local, national and regional cultures, identities and allegiances, which serve to dilute or even prevent people’s adherence to globalised institutions and orders.

The problem with this programme is that it has been extremely difficult to promote and defend explicitly on account of its woeful unpopularity once its implications become clear. Openly, politicians have managed to turn to some blatantly anti-democratic measures – for instance, repackaging the rejected EU constitution as the Lisbon Treaty in order to increase European integration. More insidiously, however, they have managed to configure the so-called “Overton window” of acceptable opinion by setting up a false dichotomy of progress on the one hand and retrogression on the other. On the progressive side, their programme is associated with openness, tolerance, freedom, and advancement. On the other side, however, any celebration or assertion of national primacy, traditional values and cultures – the kind of elements, such as Brexit, that are at odds with globalisation – is painted as a plunge back to Nazism, fascism and the belligerent nationalism of the 1930s which led to World War II and mass extermination. Thus, by forcing their association with a dark era, any threats to the globalising project are neutered. Cries of “racism” are simply a part of this strategy, and it explains also why anyone a mere inch to the right of centre-left (such as Boris Johnson or Nigel Farage) is derided explicitly as a “fascist”.

All of this is demonstrated by the ways in which the mainstream media has completely inverted the way in which we should examine the record and characteristics of politicians, with serious incompetence and criminality being ignored while relatively trivial matters are given the spotlight. If a Prime Minister or President was to, say, drive his country to ruin, throw millions of bombs at foreign countries, or kill and maim countless innocent civilians, no one bats an eyelid if those actions are more or less in line with globalising tendencies. In fact, he might even be lauded as a great statesman, as those who still carry a candle for Saint Barack of Obama seem wont to do. Yet if the same politician was to, say, utter something untoward about someone’s skin colour, make reference to Muslim women wearing the burqa as “letterboxes”, unwittingly “misgender” someone, or make an ill-judged flirtation with a woman, he is likely to be hounded out of office for being “racist”, “misogynistic” or “trans-phobic”. For instance, Donald Trump’s decision to assassinate Iranian general Qasem Soleimani earlier this month is a far more important factor in determining his fitness for office – his respect for international law and diplomacy, his understanding of the limits of his constitutional authority, his grasp of geo-political circumstances, his judgment of cause and effect, not to mention the morality of extra-judicial killing – than anything “racist” he might have said. And yet, because this assassination was broadly within the programme approved by the American “deep state”, it received far less criticism than his supposed “pussy-grabbing” misogyny and innate xenophobia.

In fact, if Trump was regarded as a promoter of the globalising project rather than as a detractor, he could have said and done exactly the same “racist” and “misogynist” things that supposedly make him a terrible president, but we would hear nothing about it. The extent of Bill Clinton’s “misogynistic” record, including allegations of sexual misconduct, assault and actual rape, are worse, or at least no better, than Trump’s alleged affronts against women (and most of the latter, strangely enough, came to light only after Trump became a presidential candidate). Yet because Clinton is a liberal hero no one bothers to mention it.

The liberal-left who cry “racist!” and “fascist!” are simply gullible drones in this globalising project. The focus of our anti-racist political narrative is not on preventing real racism. It is about shaming and embarrassing us into accepting and sustaining a totalitarian world order – an order which we are, thankfully, rejecting.

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dimanche, 16 février 2020

Mondialisation : le combat perdu d’Emmanuel Macron

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Mondialisation : le combat perdu d’Emmanuel Macron

 
 
par Jean Goychman 
Ex: http://www.zejournal.mobi

L’Histoire de l’Humanité n’est jamais figée dans le temps. Le jeu des puissances à la surface de la planète ne s’arrête jamais. Le Monde tel qu’il est apparu à la fin de la seconde guerre mondiale, consacrant l’hyper-puissance des États-Unis d’Amérique est en train de s’estomper et laisse apparaître une nouvelle organisation géopolitique.

Les mondialistes n’ont plus d’avenir

Cette phrase, prononcée par Donald Trump aux Nations Unies l’an passé, en écho du discours qu’Emmanuel Macron venait de tenir, dans le cadre d’une réunion sur le climat, mérite qu’on l’examine. Le cadre était loin d’être neutre, il s’agissait d’un « Sommet Climat » terme consacré à ces grand’messes mondialistes organisées sous l’égide de l’ONU afin de nous rappeler que, comme le disait Simon Linett en 2008 « le réchauffement anthropique est un problème mondial qui ne peut se résoudre qu’au niveau d’un gouvernement mondial.. »

Cette mondialisation a une apparence : celle d’une sécurité et d’une prospérité mondiales qui résulteraient de la généralisation d’un libre-échange planétaire dans lequel il n’existerait plus de raison de déclencher des guerres, le bonheur des peuples étant assuré. Dans la réalité, il s’agissait surtout de donner le pouvoir à une « élite », seule capable aux yeux des promoteurs de cette idée, de diriger le monde en contrôlant les leviers essentiels.

Pour arriver dans ce « paradis terrestre », il fallait progressivement faire disparaître les frontières, mais aussi les peuples et leurs identités culturelles.

La seconde tentative

Après l’échec patent de la Société des Nations, définitivement acté au début de la seconde guerre mondiale, ayant montré que, du point de vue de cette élite, les peuples et surtout la démocratie qui leur donnait le pouvoir politique étaient des obstacles dont il fallait s’affranchir. Après la seconde guerre mondiale et les massacres des populations (y compris civiles) qu’elle avait engendrée, l’heure devenait propice pour installer un pouvoir mondial qui garantirait la paix. L’Organisation des Nations Unies était une première étape. Mais il fallait trouver une sorte « d’appartement témoin » qui ferait la démonstration in situ de ce que pourrait être le monde futur. Particulièrement touchée par deux guerres successives, la population européenne était particulièrement sensible et il suffisait de dénoncer le nationalisme comme responsable des guerres. Le raisonnement était simple. Le nationalisme cause la guerre, faisons disparaître les nations. C’est sur cette base fausse que les théoriciens de l’Europe « intégrée » jetèrent leur dévolu. Pour « enjamber » les nations européennes,  le fédéralisme était l’objectif final, mais nécessitait une approche progressive. Ce fut la « politique des petits pas » chère à Jean Monnet, qui préconisait de multiplier les associations dans tous les domaines des pays européens, et en particulier la France et L’Allemagne. Créée avec l’aide vigilante du Département d’État, l’Allemagne fédérale, composée de « landers » était devenue « facile à manier » pour ces projets, qui étaient tous autant de perte de souveraineté nationale. On assista alors à plusieirs tentatives telles que la création de la CED (défense européenne) ou encore la CECA (charbon et acier) et d’autres moins connues qui échouérent toutes, en raison de l’attachement du peuple français à sa souveraineté. Ce ne fut qu’en 1957, après une gestation difficile, que fut créé le « marché commun » par la signature du Traité de Rome en mars 1957.

De Gaulle entre en scène

En mai 1958, la IVème République vit ses derniers instants le Président Coty se résoud à faire appel « au plus illustre des Français » en appelant le Général de Gaulle. Au début, de Gaulle veut régler en priorité le problème algérien pour se retourner ensuite vers l’Europe ayant « les mains libres ».

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Dollar AMGOT (Allied Military Government of Occupied Territories )

De Gaulle, qui avait suivi de près la construction européenne, avait parfaitement discerné que le but final était une fédéralisation de l’Europe sous le contrôle de « l’ami américain »auquel il s’était opposé dès la Libération. Il avait notamment fait échouer la tentative américaine d’imposer le dollar « AMGOT » à la population française. Cependant, même si l’affaire algérienne est pour lui une priorité, il arrive avec un plan bien arrêté dans sa tête. Il veut doter au plus vite la France de l’arme nucléaire. Bien que lancé sous la IVème République, à laquelle il faut rendre cette justice, le programme nucléaire militaire n’était pas considéré avant de Gaulle comme une priorité. Ce dernier était informé des idées en matière de dissuasion, des réflexions du général Gallois, qui venait de passer en 2ème section. De Gaulle s’en inspira assez largement, cela me fut confirmé par Pierre Clostermann, qui voulût bien m’honorer de son amitié, et qui me raconta la genèse de la force de dissuasion française et les réunions auxquelles il avait assisté.

En 1960, à Reggane, eut lieu la première explosion nucléaire, mettant ainsi notre pays dans le club alors très fermé des pays disposant de l’arme atomique. Pour autant, et malgré les pressions innombrables qui s’exerçaient sur lui, de Gaulle refusa, contrairement aux Anglais, de donner les clés de la force nucléaire française aux Américains. Il justifia cette position en disant que le concept de la dissuasion nucléaire était basé sur une défense « tous azimuts » sans aucune exception. C’est cette position formelle qui a permis à la France d’occuper une place à part sur l’échiquier international en lui donnant une indépendance totale. C’est justement ce dont de Gaulle allait avoir besoin pour proposer, dans le Traité de l’Élysée signé en janvier 1963 par le chancelier Conrad Adenauer, à l ‘Allemagne la protection du bouclier nucléaire français. Il se trouvait alors en opposition frontale avec l’OTAN. La suite est connue, les députés allemands ont préféré la puissance militaire américaine.

La désindustrialisation

De Gaulle disparu, l’Angleterre entra dans l’Europe et fit pencher la balance vers le libéralisme débridé.

Crée en 1973, la « Commission Triatérale » est devenue un des relais majeurs de ce projet. Un article du Monde Diplomatique publié en novembre 2003 sous le titre « Pouvoirs opaques de la Trilatérale » est très explicite. Dans cette nouvelle organisation mondiale, destinée à affirmer la toute-puissance de la finance et des échanges commerciaux. Dans un cadre totalement déréglementé,  les grands perdants ne pouvaient être que les classes moyennes que le capitalisme industriel avait réussi à faire émerger dans les pays occidentaux. Les plus touchées par ces transferts industriels qui faisaient des pays émergents les nouveaux ateliers du monde – en raison de leurs coûts de fabrication  beaucoup plus faibles -, furent naturellement ces classes sociales. Peu enclines à la révolte, elles allaient se servir de leurs bulletins de vote pour manifester leur aversion et la crainte que leur inspirait ce système qui leur avait été imposé, souvent malgré elles.

Autant le capitalisme industrie était distributeur de richesses (Henry Ford construisait des voitures pour les vendre à ses ouvriers), autant le capitalisme financier est concentrateur de ces mêmes richesses dans un petit nombre des mains.

Le divorce et la montée du populisme.

Ce qui faisait la fortune des « élites » ruinait les classes plus « populaires » Les élites devinrent de moins en moins démocratiques et les peuples de plus en plus avides de souveraineté. Les élites mondialistes voulaient la fin des nations, alors que les peuples réclamaient leur protection. De partout, les partis populistes gagnèrent du terrain, élection après élection. En France, cela commença avec le traité destiné a promulguer une constitution européenne. Le score du référendum du 29 mai 2005 fut sans appel. Pourtant, la présence au second tour de l’élection présidentielle de 2002 de Jean Marie Le Pen aurait dû inciter la classe politique française gouvernante à y réfléchir. Sa réponse à l’époque a été de modifier la Constitution pour ne plus avoir à proposer de référendum. Pourtant, le peuple français croyait en l’avenir de l’Europe. Simplement, lorsqu’il pensait Europe, il pensait plutôt à la vision d’une Europe des nations et on se gardait bien de le détromper. Comme disait le cardinal de Retz : « on ne sort de l’ambiguïté qu’à son propre détriment » et il était plus confortable pour nos élites de conserver cette ambiguité. Mais la machine fédérale avançait. L’euro était en vigueur et, au delà des délocalisations d’usine, on vit arriver, autorisés par « l’espace Schengen » les premiers « travailleurs détachés » La crise financière de 2008 et son long cortège de mesures dites « d’austérité » ont suffi pour retirer à nos concitoyens les rares illusions qu’ils conservaient.

Ensuite, ce fut le Brexit, interminable affrontement entre une élite dirigeante acquise à la mondialisation et un peuple britannique qui, après l’avoir expérimenté, n’en voulait plus.

Le coup fatal à la mondialisation : Poutine, Trump et Xi-Jiping

Avec ces trois chefs d’État, est réapparu un système que les mondialistes croyaient avoir éradiqué, celui des intérêts nationaux.Poutine a, le premier, dit clairement qu’il défendrait les intérêts de la Russie et a agi dans ce sens. Trump ne se cache pas de son engouement pour la « doctrine de Monroe » et le retour à l’isolationisme américain. Quant à Xi Jimping, son discours de Davos de 2018 est on ne peut plus clair. En 2049, cent après la révolution communiste chinoise, la Chine sera la première puissance économique et militaire de la planète. On voit donc parfaitement ce qui a justifié le propos de Donald Trump cité au second paragraphe.

La riposte de Emmanuel Macron

Apparemment, notre président se refuse à enterrer la mondialisation. Son idée, qu’il est pratiquement le seul à défendre encore, est celle de l’intégration européenne. Dans son discours devant la dernière promotion de l’École de Guerre, il se félicite de la réduction de notre force de dissuasion nucléaire. Or, le principe élémentaire qui soutend la dissuasion est que, pour être efficace, elle se doive d’être dissuasive. Sa réduction semble donc plutôt contre-productive.

Ensuite, il envisage de s’associer avec d’autres pays européens pour élargir cette force de dissuasion.

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Le Charles de Gaulle et le sous-marin nucléaire Saphir en rade de Toulon en 2004

PATRICK GARDIN/ASSOCIATED PRESS

«Soyons clairs : si une négociation et un traité plus larges (sont) possibles, nous le souhaitons […]. Les Européens doivent être parties prenantes et signataires du prochain traité car il s’agit de notre sol»

Or, ce qu’oublie Emmanuel Macron, c’est qu’une telle décision, qui engage les intérêts vitaux de notre pays, (puisqu’il s’agit de notre défense nationale) ne peut-être décidée par lui seul. Elle concerne l’ensemble du peuple Français, dont le consentement ne peut-être obtenu sans recours à un référendum. Évidemment, il faudrait renégocier certains traités, mais on peut s’attendre, (contrairement au vote du Bundestag de juin 1963 sur le traité de Paris) que les Allemands soient tout à fait d’accord. Dans le climat social actuel, il est quasi-certain que le peuple français répondrait « non » à un tel référendum. Un passage « en force » risque également d’être périlleux et certaines voix se sont d’ores et déjà mobilisées contre ce projet. Notre président devrait pourtant savoir qu’une force dite « de dissuasion », ne peut se concevoir que dans le cadre de la défense d’une nation souveraine qui serait menacée par une puissance étrangère. L’Europe n’étant pas une nation, on ne voit pas qui pourrait menacer l’Europe en tant que telle. La souveraineté européenne n’existe pas, pas plus d’ailleurs que le peuple européen. Pourquoi vouloir à tout prix pousser les feux d’une mondialisation moribonde en allant à marche forcée vers une intégration européenne qui ne peut se faire aujourd’hui qu’à l’encontre de nos intérêts nationaux ?

Encore une fois, Emmanuel Macron devrait méditer  les deux phrases suivantes du général de Gaulle :

«  La seule réalité internationale, ce sont les nations » et « Il n’est pire déformation de l’esprit que de voir les choses non pas telles qu’elles sont mais telles que l’on voudrait qu’elles soient »


- Source : RI

mardi, 21 janvier 2020

La globalité à l’étude: des alternatives éthiquement responsables à l’actuel système économique et financier mondial

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La globalité à l’étude: des alternatives éthiquement responsables à l’actuel système économique et financier mondial

par Hans Köchler*

Ex: https://www.zeit-fragen.ch

Je diviserai mes remarques en trois sections: 1) constat de la situation actuelle 2) causes 3) alternatives à l’ordre mondial existant – et comment celles-ci peuvent être conformes aux principes éthiques.


Commençons par le constat de la situation actuelle.

Le terme «globalité» (globality) a été lancé dans le monde entier lors des débats en langue anglaise dans le contexte des discussions de Davos à la fin du dernier millénaire. («Responsible Globality» était le thème général du Forum économique mondial de 1999). Ce qui est proposé, c’est un état d’unité mondiale déterminant la vie quotidienne de chaque être humain et résultant d’une interdépendance économique de plus en plus complexe par-delà toutes les frontières nationales. Cette vision d’un monde unifié de la globalité est surtout propagée par les prétendus précurseurs du monde soumis à l’influence occidentale tels Thomas L. Friedman (avec son best-seller «The World is Flat») et Kishore Mahbubani (avec son livre «The Great Convergence – Asia, the West and the Logic of One World», également établi comme best-seller). Mais en fait, le terme «globalité» décrit les conséquences du désir débridé de profit de l’homme à l’aide de la technologie, accompagné d’une sorte d’illusion de la toute-puissance, nourrie précisément de ces possibilités techniques.

Le monde: toujours et encore un lieu de conflits

Cependant, depuis que la «globalité» a été diagnostiquée comme un état, l’histoire à plutôt évoluer dans le sens contraire. Elle n’est pas arrivée à son terme, comme le pensaient Francis Fukuyama, un autre «précurseur» du monde occidental, et les apologistes du «Un seul monde» (One World) sous les auspices de la prétendue économie libérale de marché. A mon avis, nous sommes confrontés ici, une fois de plus, à la problématique de toutes les visions séculaires de la fin des temps. Indépendamment du point de vue individuel, personne ne peut affirmer, ici et maintenant, en 2019, que le monde consiste en un seul grand réseau de l’interaction universelle de tous les domaines étatiques, économiques et culturels au sein duquel la «liberté», comprise selon la conception occidentale, aurait triomphé. Le monde continue d’être un lieu de conflits, d’antagonismes et de tensions économiques, sociales et culturelles, où les acteurs les plus puissants rivalisent pour la suprématie.


La paix mondiale est précaire. Le mot-clé adapté à cette situation – je suis désolé de ne pas pouvoir approfondir ce point ici – est le dit «piège de Thucydide».1 En outre, il faut noter que le gouffre entre les riches et les pauvres s’est creusé dans de nombreuses régions et aussi au sein des Etats du monde industrialisé au cours des dernières années et décennies. Enfin, il convient également de souligner que les flux migratoires ont énormément augmenté en raison, entre autres, des guerres d’agression, mais également en raison de l’écart de prospérité, ce qui a transformé des régions auparavant stables en des zones déséquilibrées voire en conflit.

Au lieu d’une prise de conscience mondiale, la méfiance et l’aliénation s’accentuent

Comme résultat empirique, on pourrait affirmer succinctement qu’une conscience globale ne s’est en fait développée nulle part, malgré qu’elle nous soit prescrite à tous par les «globalistes». En réalité, il y a une méfiance croissante entre les blocs et les groupes anciens ou actuels, les supposés «acteurs» sur la scène international. Il y a aussi une aliénation croissante au niveau des visions du monde et des civilisations, par exemple dans les relations entre le monde islamique et le monde occidental.

Recherche débridée du profit et démantèlement des barrières commerciales au niveau mondial

Cela m’amène à la deuxième partie de mes considérations, la question des causes.
L’événement décisif ayant conduit à la situation décrite ici de manière très succincte est probablement le déchaînement de la recherche du profit au niveau mondial après la suppression des barrières existantes encore à l’époque de la bipolarité – c’est-à-dire lors de la division est-ouest. C’était la «victoire» du système économique «libéral» proclamée par le monde occidental – même si l’on peut actuellement constater que cette proclamation était prématurée. Cette soi-disante victoire d’un modèle économique très spécifique a déclenché les problèmes auxquels nous sommes actuellement confrontés. Cette évolution doit également être considérée en relation étroite avec les luttes militaires pour le pouvoir des dernières années et décennies.

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En outre, nous devons également faire référence au démantèlement mondial des barrières commerciales dans le cadre de l’Organisation mondiale du commerce (OMC), ce qui a également signifié que – du point de vue du monde occidental – les anciens opposants ont été progressivement intégrés au système.


Il faut également y ajouter l’influence de la prétention globale (et idéologique) au pouvoir du modèle économique libéral. Cela devient particulièrement clair en lisant attentivement le best-seller de Mahbubani de 2013. L’idéologie du libéralisme économique n’est finalement pas remise en question. Le fait est cependant que le libre jeu des forces, tel qu’il est propagé sous le titre de la globalité, signifie anarchie non seulement au niveau régional, mais aussi et surtout au niveau mondial. Nous le constatons à nouveau actuellement, à la suite de conflits commerciaux – voire guerres commerciales – éclatant ou réapparaissant dans diverses régions de notre planète.

Opposition à la revendication du pouvoir universel

Mais en même temps, selon la loi Actio et Reactio, on peut affirmer que, suite à ce développement, les tendances opposées à la revendication du pouvoir universel du modèle se proclamant vainqueur se sont constamment renforcées. Il existe de nouveaux regroupements ou formes de coopération régionaux et mondiaux pouvant être interprétés comme une réaction à ces évolutions, à l’instar des BRICS (en tant que cadre de coopération entre le Brésil, la Russie, l’Inde, la Chine et l’Afrique du Sud), de l’Organisation de coopération de Shanghai (OCS) ou, plus récemment, de l’Union eurasienne.
Les conflits d’intérêts et les formations de blocs auxquels je fais référence ici ne sont plus principalement de nature militaire, mais plutôt de nature économique et civilisationnelle. Ils sont également des facteurs supplémentaires cruciaux d’instabilité systémique et d’imprévisibilité des développements géopolitiques.
Il convient également de noter que, dans le sens d’Actio et Reactio, il n’y a pas eu uniquement une mobilisation des forces sous forme d’alliances économiques. Il existe également quelque chose comme une réaction contre la primauté idéologique – la prétention universelle au pouvoir – du modèle économique néolibéral. Cela se voit surtout dans les développements en Chine et en Russie.
Une telle réaction peut également être observée au niveau socioculturel, donc au niveau sociétal. Malgré ou précisément à cause de l’Internet et du bombardement constant par des informations et de la propagande, une sorte de processus de démarcation envers le modèle économico-libéral est en cours dans divers domaines et de nombreuses régions du monde. Dans des cercles culturels et des régions très différents, on peut observer de plus en plus souvent une affirmation renforcée de l’identité par l’accentuation de sa propre tradition, donc le retour explicite à cette tradition. Cela est particulièrement vrai pour les développements dans le monde islamique, mais également dans d’autres grandes régions culturelles hors d’Europe, comme l’Inde.

«Retour à ses propres valeurs»

Il y a déjà plusieurs décennies, dans le cadre de débats sur la coopération internationale, j’ai parlé de la dialectique de l’identité à l’ère de la civilisation technique et j’ai fait des propositions pour un système de coexistence pacifique. Dans ce contexte, il y a aussi une résistance croissante envers les élites mondiales autoproclamées dans les domaines notamment des valeurs et du politiquement correct. Le «retour à ses propres valeurs», comme on pourrait aussi appeler ce processus, c’est-à-dire à la tradition, n’aurait pas eu lieu si la pression globaliste et le paternalisme n’étaient pas devenus aussi importants.
La croyance irrationnelle dans le pouvoir d’autorégulation des marchés au niveau mondial ne peut tout simplement pas être maintenue. L’expression si souvent utilisée des prétendues «situations gagnant-gagnant» est, me semble-t-il, trompeuse dans le domaine de la concurrence économique mondiale. Dans de très nombreuses constellations, le profit d’un part signifie une perte de l’autre part. Un exemple est la situation des travailleurs manuels dans les pays industriels traditionnels, dont l’Allemagne et l’Autriche. Cette problématique a déjà été soulevée par le journaliste autrichien Hans-Peter Martin, il y a deux décennies, dans son best-seller «Le piège de la mondialisation. L’agression contre la démocratie et la prospérité», lorsqu’on commençait à parler de la mondialisation. La promesse, selon laquelle il suffit de se soumettre au changement tant vanté de la mondialisation pour que tout le monde finisse par y gagner, est superficielle. Elle fait appel à une attente naïve du salut, selon laquelle, si toutes les frontières et toutes les restrictions aux interactions économiques et sociales sont éliminées, c’est-à-dire s’il n’existe plus qu’un seul grand cadre mondial uniforme, tous les problèmes seront résolus.

Sécuriser la revendication du pouvoir par une politique de sanctions

Il me semble que les conflits éclatent maintenant aussi ouvertement parce que l’instrument des sanctions unilatérales est de plus en plus utilisé pour provoquer des guerres économiques d’une ampleur alarmante. Cela est particulièrement visible dans les développements entre la République populaire de Chine et les Etats-Unis. La politique de sanctions se recoupe avec la recherche de la suprématie politique et militaire – et contredit d’ailleurs l’idéologie quasi officielle de la globalisation dans de nombreux pays. Cette doctrine signifierait – en accord avec le credo de l’OMC – la primauté du libre-échange mondial. Dans la pratique, cependant, la politique de sanctions sert avant tout l’unique objectif du globalisme, à savoir le maintien du pouvoir du bloc qui s’est déclaré, à la fin de la guerre froide, comme la soi-disant communauté internationale. Les Etats-Unis et leurs alliés tentent ainsi de garantir leur prétention au pouvoir dans le monde entier et à long terme.
Cependant, ce genre de globalité – pour le répéter – est une illusion. Il est finalement totalitaire. Il est en contradiction avec l’autodétermination des peuples, est donc également antidémocratique et – en raison de la résistance croissante des personnes concernées, qu’elle provoque dans toutes les régions – elle n’est avant tout pas durable. On pourrait aussi parler ici d’une sorte de construction conceptuelle découlant simplement de l’affirmation de soi d’un groupe d’Etats privilégiés, mais ne reflétant nullement les conditions économiques et sociales réelles sur notre planète.
Aujourd’hui, la remise en cause du modèle de pensée globaliste est souvent discréditée comme «populisme» – ou alors comme un soulèvement des perdants ou des opposants à la modernisation. En tant que personne sachant penser de façon indépendante, il ne faut pas se laisser intimider par cela. Pour moi, il n’y a jamais eu de lignes directrices quant au cadre dans lequel on a le droit de penser ou de s’exprimer.

Alternatives au globalisme fondées sur l’éthique

Cela m’amène à la troisième et dernière partie de mes considérations: quelles sont les alternatives au projet de globalisme, c’est-à-dire au projet d’une unité mondiale, à mon avis, mal comprise? Et sur quels principes éthiques ces alternatives doivent-elles être fondées?

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Que nous en soyons toujours conscients ou non dans notre vie quotidienne, nous sommes tous membres de l’unique humanité; en ce sens, chaque individu fait partie d’un grand tout. On pourrait aussi parler ici de façon un peu hymnique – ou philosophique, dans le sens de la tradition idéaliste allemande – de l’universalité de l’esprit. Chaque membre de l’espèce humaine participe à cette universalité – dans chaque culture, à chaque époque, et de façon totalement indépendante des conditions économiques dans lesquelles il vit. Le fait que l’individu se considère comme cosmopolite, comme un habitant de notre terre en communauté avec tous les autres (cf. Emmanuel Kant) ne signifie pas pour autant qu’il doive renoncer à son identité de membre d’un peuple, d’un Etat, d’une civilisation, et se considérer uniquement comme un citoyen d’un Etat mondial finalement inexistant. Ce serait une illusion totalitaire excluant toute diversité. Dans ma lecture, le cosmopolitisme que j’oppose ici à l’idéologie du globalisme, signifie plutôt l’unité de tous les êtres humains en tant que membres de l’humanité (humanitas) dans la diversité des peuples et de leurs cultures, y compris leurs intérêts très spécifiques, également économiques. Cela peut également être exprimé par un slogan propagé par l’ONU (même s’il se réfère aux cultures au sens étroit): «Unity in Diversity» [Unité dans la diversité].
Les objectifs de l’alternative proposée sont donc les suivants:

  1. Préservation de la liberté: Il ne s’agit là ni d’arbitraire, de despotisme ou d’égoïsme, mais de la possibilité pour chaque communauté – soit un peuple, soit un Etat – de développer et de façonner son identité sans paternalisme. A cet égard, il ne pourrait y avoir de directives émanant d’une autorité mondiale autoproclamée, ni de coercition exercée au travers de pressions économiques – et encore moins par des sanctions économiques. Au cours des dernières décennies, ceux qui détiennent le pouvoir ont de plus en plus tenté d’imposer à l’aide de la coercition économique leur propre conception de la liberté, qui – comme nous l’avons vu à plusieurs reprises – peut aller jusqu’à l’utilisation de la force militaire. S’il n’en tenait qu’à la volonté de ces pays, ces méthodes appartiendraient déjà au droit coutumier.
  2. Equité dans la sauvegarde des chances de vie offertes par cette planète, suite à l’utilisation responsable des possibilités techniques: concrètement, cela implique une utilisation des ressources sur la base de la durabilité et de la responsabilité envers le bien commun, déjà évoquées au début – non seulement envers la collectivité à laquelle on appartient, mais aussi envers la communauté internationale dans son ensemble. Pour illustrer cela en termes simples, on pourrait faire référence à la problématique dite de l’Amazonie. (Je pense ici à l’impact potentiel sur l’environnement au niveau mondial de l’exploitation de la plus grande forêt tropicale humide de la planète.)
  3. Equité dans le commerce mondial: si l’on veut atteindre ces objectifs, il est essentiel de respecter dans le commerce mondial le principe de réciprocité et non pas la poursuite éhontée de ses propres intérêts. L’équité signifie que l’on tient toujours compte des intérêts d’autrui lorsqu’il s’agit d’articuler au niveau international ses propres intérêts.

Seul si ces trois objectifs sont poursuivis de manière consistante et cohérente (donc libre de toute contradiction), il me semble possible d’imaginer la paix au niveau mondial – à savoir une paix stable plutôt qu’une situation générant des conflits de plus en plus brutaux pour l’accaparement des ressources de plus en plus rares. C’est là aussi que se trouve le grand dilemme d’une politique environnementale globale.

Atteindre les objectifs de manière éthiquement responsable

Les principes nécessaires à la réalisation de ces objectifs – et cela m’amène à la fin de mes propos –, c’est-à-dire les principes selon lesquels on peut réaliser ces objectifs de manière éthiquement responsable, sont en réalité déjà tous précisés dans les statuts des organisations mondiales existantes. Je pense notamment aux Nations Unies et à leurs organisations subordonnées. La Charte des Nations Unies – la Constitution de l’Organisation mondiale – contient, entre autres, les principes de non-ingérence, de non-violence, mais également le principe de réciprocité, implicite dans le concept de la «sovereign equality» (égalité souveraine) de tous les Etats. Il s’agit là également de principes qui – bien que souvent ignorés quand il en va de la politique de pouvoir – sont inscrits dans le statut de l’Organisation mondiale du commerce. J’entends par là surtout le principe de non-discrimination dans les relations commerciales internationales.
La philosophie d’une telle version alternative d’un ordre mondial non globaliste est magnifiquement exprimée, de manière presque poétique, dans le préambule de la Charte des Nations Unies. Ce qui manque – comme presque toujours et comme partout – est la mise en application. Suite au développement des possibilités techniques – quand soudain le monde entier (ou, comme on aime à le dire aujourd’hui dans l’esprit de McLuhan, le «village planétaire» [Global Village]) est transformé en marché ouvert 24 heures sur 24 – s’est créée une dynamique d’activité économique nécessitant une régulation dans le sens des objectifs précédemment mentionnés. Il ne s’agit pas d’un appel à une intervention dictatoriale, mais d’un rappel des responsabilités imparties à chaque acteur économique international envers le grand ensemble. Il ne s’agit donc pas, si l’on veut utiliser la terminologie anglaise, de «government» – d’un gouvernement mondial interférant dans les affaires de l’Etat souverain –, mais de principes – au sens de la «governance», une coordination entre égaux – devant être exigés de tous les acteurs.

L’égalité des chances économiques contre la globalisation débridée

Pour ne pas rester dans l’abstraction: concernant la justice, il s’agit ici notamment de l’égalité des chances économiques et plus précisément – dans la dite économie de marché libre – d’éviter les distorsions de concurrence, également et surtout au niveau international. Pour illustrer ce point, on pourrait signaler un dilemme particulier de la globalisation débridée: il existe une multitude d’Etats souverains dont les systèmes sociaux, économiques et juridiques sont très différents. Certains pays d’Europe s’orientent vers le système de l’«économie sociale de marché» – en Autriche, nous parlons aussi de «partenariat social». Dans d’autres pays, les droits sociaux des travailleurs et des employés sont souvent définis de manière très différente. Dans de nombreux pays, les normes sociales sont très inférieures à celles, par exemple, de l’Autriche ou de l’Allemagne.
Quel est donc le problème concernant les distorsions de la concurrence? Si l’on supprime soudainement toutes les barrières, donc toutes les limites à l’activité économique, cela revient dans une telle économie de marché libre à une sorte de concurrence déloyale et prédatrice. On transfère les sites de production – en raison de l’obligation de réaliser des bénéfices – là où cela revient moins cher, grâce à des normes sont moins strictes. Cela entraîne des conséquences négatives à deux égards: premièrement, le chômage ou le dumping salarial dans les pays dits industrialisés, avec pour conséquence une baisse du niveau de vie. Cette évolution est manifeste depuis belle lurette.

Pas de démantèlement des barrières commerciales sans harmonisation des normes sociales

Deuxièmement, il convient de souligner que, même si la délocalisation de la production peut créer des possibilités de revenus supplémentaires dans les pays plus pauvres, ces pays se verront également contraints d’accepter des conditions de travail abusives, comme cela a été démontré par exemple en Asie du Sud-Est. Selon l’argumentation en vigueur, il faut pourtant accepter cela pour empêcher la migration de ce cirque vers des lieux, où le même travail «coûte encore moins cher». D’un point de vue éthique, si l’on veut démanteler, voire abolir complètement les barrières commerciales, il faudrait en même temps adapter les normes sociales, sinon c’est le règne du capitalisme à la manière du Far West. Il ne faudra donc pas s’étonner des flux migratoires mondiaux et des grands mouvements migratoires à l’intérieur de certaines régions.
Et si l’on ne veut pas franchir le pas d’une réharmonisation des normes sociales, tout «libre» commerce mondial globalisé est alors une exploitation et une injustice. A mon avis, l’Etat souverain doit, dans ce contexte, revendiquer son autorité. Pour expliquer ce que cela signifie concrètement, on peut se référer à la problématique structurelle similaire régnant dans le domaine monétaire en Europe. Il y a une monnaie unique, l’euro, mais il n’existe pas de système unique de politique économique et financière, de sorte que l’ensemble du système est dysfonctionnel et finalement voué à l’échec. Il n’est pas possible d’adopter une certaine mesure à un certain niveau et de laisser tout le reste tel quel. Concrètement – en ce qui concerne le problème de la prévention des distorsions concurrentielles et de la justice en général –, il serait nécessaire d’introduire des réformes dans les statuts de l’OMC et de l’OIT, l’Organisation internationale du travail. Celles-ci pourraient être débattues et initiées à l’Assemblée générale des Nations Unies. Cette année, où l’on célèbre à Genève le 100e anniversaire de la fondation de l’OIT, serait une bonne occasion de réfléchir à la justice dans le monde du travail au niveau mondial. Il y aurait là également une responsabilité morale à assumer de la part des communautés religieuses.
Compte tenu de l’écart toujours important, et souvent même s’élargissant, entre d’une part l’engagement en faveur des objectifs et d’autre part la mise en œuvre de ces nobles objectifs que j’ai brièvement énumérés ici, je me risquerais à une forme de conclusion relevant d’un bon sens pas encore totalement globalisé: tant qu’il n’y aura pas de normes sociales applicables de façon universelle – c’est-à-dire pouvant être appliquées partout –, la liberté de l’économie ne pourra et ne devra pas être «moralement illimitée». Car chaque peuple, en tant que communauté de citoyens responsables, doit pouvoir définir et réaliser sa propre identité, y compris ses intérêts économiques. Cela signifie que le globalisme en tant qu’idéologie du «un seul monde» – qui est d’ailleurs en fait inexistant – doit être, dans l’intérêt de la liberté, remis à sa place.
Et pour conclure, un ceterum censeo: je n’ai pas soutenu ici l’idée de la «splendid isolation», une idéalisation romantique d’un retour aux sources, voire à une existence autosuffisante et autocentrée. J’envisage – avec tout ce que j’ai tenté d’esquisser ici – en quelque sorte une véritable communauté internationale, dans laquelle chaque Etat exploite pleinement son potentiel – économique et culturel – en coopération avec tous les autres et sur un pied d’égalité. C’est là, de façon purement sémantique, le sens d’«inter-national», donc: inter-étatique; ce n’est justement pas une forme d’organisation que l’on appelle supra-nationale. Interétatique signifie qu’il existe des règles, devant être négociées par des entités agissant ensemble de manière autonome. Il ne s’agit donc pas de l’Etat en tant que communauté standardisée, soumise aux prétendues contraintes de la globalisation. Il n’est pas question de l’Etat «globalisé», mais d’un Etat agissant dans le monde entier sur la base de sa souveraineté tout en assumant sa responsabilité pour la préservation des bases vitales de tous – et pas seulement de celles de ses propres citoyens. Formulé sous forme de slogan tel un impératif, cela donne: Responsabilité cosmopolite plutôt que soumission à une dictature globaliste!    •

*    Conférence présentée en Suisse le 30 août 2019 dans le cadre du Congrès international «Mut zur Ethik» dont le thème était «Alternatives au globalisme et à la globalisation».

1    En 2012, le politologue de Harvard Graham Allison a développé la théorie du piège de Thucydide (Thucydides’ Trap) dans le contexte de l’influence mondiale croissante de la République populaire de Chine. Allison y reprend une idée de Thucydide selon laquelle la guerre du Péloponnèse (431–404 av. J.-C.) était inévitable, car elle était due à la montée en puissance d’Athènes et aux craintes que celle-ci avait déclenchées à Sparte. D’après Allison, cette théorie pourrait s’appliquer à des situations d’époques ultérieures, dans lesquelles une puissance hégémonique déjà existante s’était vue contestée par un nouveau rival en pleine expansion, ce qui dégénérait souvent en conflits militaires. Allison fait valoir que dans la constellation actuelle, l’essor économique et militaire de la Chine et les craintes correspondantes des Etats-Unis pourraient avoir les mêmes effets sinistres. Dans ce contexte, une politique défensive se renforçant mutuellement des deux côtés (par exemple dans le contexte d’une guerre tarifaire) pourrait éventuellement conduire à un conflit armé [ndlr., d’après Wikipédia].

mardi, 10 septembre 2019

The System that Kills the Peoples: The Birth of Neoliberalism

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The System that Kills the Peoples:
The Birth of Neoliberalism

Quinn Slobodian
Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism
Cambridge: Harvard University Press, 2018

QS-glob.jpgOne of the seminal ideological battles of recent history has been that between internationalism, in one form or another, and nationalism. Countless words have been devoted to dissecting the causes, effects, merits, and drawbacks of the various incarnations of these two basic positions. Neoliberalism has, however, succeeded in becoming the dominant internationalist ideology of the power elite and, because nationalism is its natural antithesis, great effort has been expended across all levels of society towards normalizing neoliberal assumptions about politics and economics and demonizing those of nationalism.[1] [2] This all seems obvious now, almost like second nature to those involved in the conflict, but despite this – or rather because of this – it is necessary to investigate the intellectual history of neoliberalism so as to better understand how it took hold of the imagination of the world’s elites. The recent book by Canadian historian Quinn Slobodian, Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism, is an excellent, thought-provoking work on the subject and should be required reading for all White Nationalists. The book can serve as both an introduction to a serious study of neoliberalism and a valuable addition to any scholar’s library.

Slobodian argues that neoliberalism arose at the end of empire “not to liberate markets but to encase them, to inoculate capitalism against the threat of democracy, and to reorder the world after empire as a space of competing states in which borders fulfill a necessary function” (p. 2). Readers might be surprised by his statement about the neoliberal conception of borders. This, after all, differs remarkably from popular understanding, but the key to resolving this seemingly odd position can be found in the “two worlds theory” articulated by Carl Schmitt in 1950. Slobodian writes:

One was the world partitioned into bounded, territorial states where governments ruled over human beings. This he called the world of imperium, using the Roman legal term. The other was the world of property, where in people owned things, money, and land scattered across the earth. This was the world of dominium (p. 10).

As the author points out, for Schmitt this was “something negative, an impingement on the full exercise of national sovereignty” (p. 10), but neoliberals found in it an accurate description of precisely that which they had been trying to preserve and enhance for many years. This is a fundamental point and it underlies much of what is to follow. The neoliberal project is not one of anarchic, borderless economic activity but rather a supranational security apparatus designed to protect capitalism as a system of laws, both formal and informal, based on the ideas of individual consumer sovereignty, mobile capital, the human rights of capitalists and corporations, and an almost religious faith in market forces which take precedence over national interest. The author refers to this as “militant globalism.” Simply put, borders are for people and people are always secondary to capital in the neoliberal order. The nation-state and its borders are tolerated by neoliberalism only to the extent that they can be made useful to global capitalism.

QS-portraitr.jpgSlobodian begins with the dramatic shift in political and economic conceptions of the world following the First World War. As he observes, the very concept of a “world economy,” along with other related concepts like “world history,” “world literature,” and “world affairs,” entered the English language at this time (p. 28). The relevance of the nineteenth-century classical liberal model was fading as empire faded and both political and economic nationalism arose. As the world “expanded,” so too did the desire for national sovereignty, which, especially in the realm of economics, was seen by neoliberals as a terrible threat to the preservation of the separation of imperium and dominium. A world in which the global economy would be segregated and subjected to the jurisdiction of states and the collective will of their various peoples was antithetical to the neoliberal ideal of free trade and economic internationalism; i.e., the maintenance of a “world economy.”

Many of the economists who were troubled by the rise of nationalism and who were sympathetic towards empire as a quasi-internationalist free trade system were at this time centered in Austria. Slobodian provides a valuable history of their activity, with a focus on Ludwig von Mises, the Jew who laid the groundwork for much of what became neoliberal orthodoxy. Mises was highly anti-democratic, approved of state violence against workers, and supported the use of military power to open overseas markets (p. 33). The author writes that, for Mises, the state “could find its legitimacy only in its defense of the sanctity of private property and the forces of competition” (p. 33). In a 1921 policy paper in which he advocated free trade for Austria, he also suggested “[lifting] prohibitions on imports and ports . . . privatizing pubic enterprises, eliminating food subsidies . . . [and] lifting entry and residence requirements for foreigners ” (p. 43). In 1930, while Mises was an adviser to the Vienna Chamber of Commerce, the organization urged the government to pass an “anti-terror law” to combat worker strikes (p. 46). But much of his efforts and those of his colleagues were directed towards the elimination of tariffs, including international propaganda missions on behalf of this idea through the International Chamber of Commerce, an organization that tried to liberalize the global economy in a fashion similar to what the League of Nations was trying to do in the realm of politics.

The Great Depression made their job harder by further weakening popular faith in the free market. Following its end, a number of important economists, including Friedrich von Hayek, moved to Geneva to escape what were for them unfavorable political conditions in various parts of Europe. It was here that the Geneva school of economists was born and neoliberalism coalesced as an ideology. One of the fundamental shifts that occurred here at this time was a shift away from the heavy reliance on statistics, data, and economic models which had been a feature of the earlier work of neoliberals, but had also grown in importance across the discipline as economists attempted to explain business cycles. Neoliberals now saw this as nascent economic planning and began “to take a step back and contemplate the core enabling conditions of the grander order itself” (p. 84). They began to believe that the world economy was “unknowable,” but that “this was not a dead end but the starting point for designing the order within which the world economy could thrive” (p. 84). They realized that theirs was an ideology that transcended the purely economic, or as the author puts it, ” . . . the defense of the world economy . . . was too important to be left to the discipline of economics” (p. 92).

Supposed libertarians like Mises and Hayek were quite comfortable with international governance, in violation of the ideals those who admire them today claim to hold. Slobodian describes how, during the 1930s, neoliberals had finally realized that the “self-regulating market was a myth,” decolonization was inevitable, and “that the era of the nation was irreversible” (p. 95). Their mission was to exert political pressure to manage this new reality in order to ensure that these developments did not allow for the rise of economic nationalism. Their answer was “loose federations within which the constituent nations would retain control over cultural policy but be bound to maintain free trade and free capital movement between nations” (p. 95).

A world federation or federations could guarantee the separation of imperium and dominium. The nation-state would remain useful as a legal entity to ensure territorial compliance with the federation’s legal structure, which, by design, would be unaccountable to the public and render the nation-states’ sovereignty “ornamental” (p. 112). It is of some interest that these ideas, supported by Mises and Hayek, were also pushed by Wilhelm Röpke (a German economist who fled Germany in opposition to Hitler’s anti-Semitism) as a way to prevent Germany from regaining its economic self-sufficiency following the Second World War (p. 113).

Slobodian next delves into the neoliberal use of rights in their quest for the security of global capitalism. He writes:

Against human rights, they posed the human rights of capital. Against the stateless person, they posed the investor. Against sovereignty and autonomy, they posed the world economy and the international division of labor. Their ‘national’ was both a person and a company (p. 125).

The author calls these “xenos rights,” from the Greek word meaning “guest-friend” (p. 123). As one might expect, for neoliberals the citizen is secondary to the cosmopolitan capitalist in the same way that the nation-state is secondary to the world economy. As such, in their conception of human rights, “the alien investor must actually have more rights than citizens” (p. 137). An example he discusses is the “Capitalist Magna Carta,” Deutsche Bank’s Hermann Josef Abs’ 1957 attempt to enshrine this concept into international law, which was supported in the United States by Emmanuel Celler, the infamous Jew behind the 1965 Hart-Celler Act.

The subject of race gets a chapter in the book as well. With the emergence of the Global South, often acting as a bloc on the world stage and often with political and economic demands quite different from those of the neoliberals, and with the simple reality of biological differences as factors in civilizational progression and any honest analysis thereof, race was bound to be a part of the discussion to some degree. But most neoliberals did not think in terms of race, and when they did, it was to minimize its importance, as in, for example, the case of Hayek, who publicly denounced apartheid in South Africa (p. 151). Worse than “racism,” however, were attempts to breach the separation of imperium and dominium with sanctions and other tools of economic control. “Moral demands,” writes the author, “even those legitimized through international organizations, had no mandate to disrupt the economic constitution of the world” (p. 180). Thus, neoliberals tended to oppose interference in South Africa and Rhodesia despite objecting to their “white supremacy.”[2] [3]

Slobodian discusses at length the race-consciousness of Wilhelm Röpke, one of the few neoliberals who defended white rule in South Africa. He was less concerned with the Soviet threat than the brown threat and envisioned a white alliance spanning the Atlantic Ocean (p. 156). Slobodian quotes him:

The more the non-European great powers emerge . . . and the civilizations of other continents begin to regard us with condescending self-confidence, the more it becomes natural and necessary for the feeling of spiritual and moral homogeneousness among Europeans to increase powerfully . . .the spiritual and political integration of Europe . . . only makes sense as part and parcel of a higher combination and organization of the resistance potential of the entire western world on both sides of the Atlantic (p. 156).

He received a great deal of support among American conservatives like William Buckley and Russell Kirk, who saw in him a sensible attitude towards race as well as an identifiable Christianity lacking in other neoliberals (pp.164-174). A case could be made that in a strange and tragic way, Röpke did far more harm to American conservatism than Hayek or Mises by helping to popularize destructive economic ideas and an (at least partially) foreign ideology in American Rightist discourse by way of simply having sane racial attitudes in insane times.

The relationship between neoliberals and the European Economic Community is the subject of one of the final chapters of the book. In it, the author describes two different strains of neoliberal thought regarding Europe: the universalists (including Röpke), who saw in European integration a large protectionist scheme and in talk of Eurafrica (the incorporation of former colonies into the EEC) an extension of empire, versus the constitutionalists (influenced by Hayek), who believed that “the EEC was an example of how to integrate a market with a legal structure able to enforce competition across borders” (p. 214). Both sides held nearly identical views of the world but, as the author notes, the universalists were purists whose ideas “lacked the mechanism of enforcement” (p. 215). The constitutionalists were willing to work with available tools and make ideological compromises to lay the foundations for a future supranational government. Slobodian argues that their disagreement was fundamentally a matter of perspective: the Euroskeptic universalists thought exclusively in terms of globalism and saw the EEC as a move away from international free trade, while the constitutionalists saw in the EEC “new means of enforcement and oversight that the neoliberal federalists in the 1930s had not dreamed of themselves” (p. 215).

Throughout the 1970s, developing nations accelerated the assertion of their interests. In the United Nations, the G-77 demanded various forms of economic intervention, which to neoliberals was a “misuse of state sovereignty to unsettle world economic order” (p. 222). The nature of the threat was in the unequal economic treatment demanded by these nations and could only be remedied by legal equality. This legal equality was justified by what the author calls “cybernetic legalism,” an approach to law based on Hayek’s study of cybernetics and systems theory. It “saw individual humans as units within a self-regulating system for which the lawmaker had the primary responsibility of transforming the system’s rules into binding legislation” (p. 224). For neoliberals, the market is a fundamentally unknowable domain of nearly infinite transactions, always in motion, always fine-tuning itself, and always guided by a sort of wisdom. The role of a government is to provide a legal framework within which this sacred progression towards equilibrium can continue without interruption. Hayek had begun to think in terms of “self-generating order” and “self-generating structure” (p. 225). As the author notes at the end of the chapter, it was in the 1970s that references to and images of the globe and globalism became prevalent in popular culture (p. 258). Hayek’s cybernetic legalism seems perfectly in tune with the “spiritual but not religious” secular mysticism of globalism, intertwined as it is with faith-based egalitarianism and Whig history.

Though nearly a century old, Mises’ ideas sound contemporary and all too familiar. The neoliberal notions of a world of interdependent and largely interchangeable individuals absorbed into a system of economy with a mysterious yet sacred logic requiring international treaties and opaque supranational organizations to ensure its security from the suspicious or disaffected masses, wars against “terror” with clear economic motives, and various policies designed to benefit capitalists but bejeweled in the language of humanitarianism are so commonplace in contemporary political discourse that most people barely give them a moment’s notice. Neoliberalism is now the baseline of political thought across the mainstream spectrum. The ideas of Mises, the Jew who “conceded somewhat cheerfully that his understanding of the world coincided in many ways with that of Karl Marx” (p. 107), and those which developed from his contingent of capitalist enforcers, have managed to grip the globe. Even Wilhelm Röpke, who had at least a partial understanding of the reality of race, was complicit in the global steamrolling of national sovereignty and the reduction in the quality of life of countless white men and women (and indeed countless non-whites), all forced into a fundamentally unnatural world order beyond their control and without their consent.

Neoliberalism, a term widely misused and an ideology widely misunderstood, has been a threat to nationalist movements worldwide for a century. It is a secretive, unaccountable, supranational world order designed to cripple national autonomy. Neoliberals, of course, know this: remember that a happy byproduct of their model was the prevention of German self-sufficiency in the post-war years. So whenever a neoliberal begins espousing the benefits of his ideology for a specific country, he is simply lying. Neoliberalism is at its core a corrosive imperialism, absorbing all it touches into its global empire with largely unseen violence and without its subjects ever being entirely sure to whom or what they are subjected: It is an imperialism of cowards and bureaucrats, the most ignoble form of an ignoble system. Neoliberalism was born at the end of empire in the traditional sense, but it did not replace it; it merely reconfigured it with new emperors, new armies, and different weapons.

Notes

[1] [4] The author rightly differentiates between “international” and “supranational,” but over time the two concepts have become roughly interchangeable in the popular imagination and so I will defer to common usage – barring a few specific exceptions.

[2] [5] The Jew Milton Friedman managed to be correct in his prediction about black rule in Rhodesia. Slobodian quotes him: “. . . [black rule] would almost surely mean both the eviction or exodus of most whites and also a drastically lower level of living and opportunity for the masses of black Rhodesians” (p. 178).

 

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samedi, 27 avril 2019

Le futurisme illusoire des universitaires de l’ordre global libéral

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Le futurisme illusoire des universitaires de l’ordre global libéral

par Brandon Smith

 
Article original de Brandon Smith, publié le 3 avril 2019 sur le site alt-market.com
Traduit par le blog http://versouvaton.blogspot.fr


Il s’agit peut-être d’une généralisation trop large, mais j’ai l’impression que le public a presque le sentiment qu’il y a quelque chose d’intrinsèquement gênant dans le milieu universitaire. La source de ce mécontentement fait l’objet d’un débat, mais je crois qu’il découle de l’image du projet des universitaires par rapport à la réalité de leur caractère personnel et de leurs intentions. 

L’universitaire moyen qui a obtenu un diplôme universitaire dira que certaines personnes ne le trouvent désagréable que parce qu’il est « si intelligent », ce qui en rend d’autres envieux. Je dirais que c’est le contraire – l’universitaire moyen est en fait assez ignorant, mais brandit une fausse image de génie. C’est pourquoi je les qualifie souvent d’« imbéciles académiques ».

La fausse intelligence et la fausse sagesse sont comme du papier de verre pour les nerfs des gens exposés, et la personne moyenne n’est pas aussi stupide que les universitaires le pensent.
Au sommet du mât totémique académique frauduleux se trouvent ce que j’appellerais les « philosophes académiques », les gardiens, les gens qui pontifient régulièrement sur le sens de la vie et de la société tout en vivant la vie la plus charmante qu’on puisse imaginer. Ce sont des gens qui, dans la plupart des cas, sont issus de la classe supérieure. Ils ont été cajolés à chaque instant éveillé de leur existence. Ils ont eu toutes les portes ouvertes pour eux par quelqu’un d’autre sur le chemin du succès, et ont connu peu ou pas de lutte ou de souffrance pendant tout le temps qu’ils ont passé sur cette Terre. Et pourtant, ils s’estiment en quelque sorte qualifiés pour commenter la condition humaine.

Il n’est pas surprenant que les idées développées par ces universitaires tendent à nier la réalité concrète. Ils cherchent à poursuivre des programmes qui sont au mieux fantaisistes et qui, en fin de compte, seraient destructeurs s’ils étaient appliqués dans le monde réel.

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Je trouve cela commun à de nombreux philosophes, non seulement aujourd’hui, mais tout au long de l’histoire. Le vénéré Platon était une telle personne, le plus jeune fils de riches parents aristocratiques qui n’avait pas grand-chose à faire dans sa jeunesse, mais qui réfléchissait. Les épreuves entourant son ami Socrate mis à part, Platon n’a jamais abandonné la notion de domination élitiste sur la société. La République de Platon est un sanctuaire du modèle élitiste, imaginant un monde gouverné essentiellement par des universitaires – des gens nés avec des capacités intellectuelles supérieures et qui étaient destinés à dominer le reste d’entre nous comme des demi-dieux bienveillants.
C’est une drôle de coïncidence que des universitaires soi-disant élitistes objectifs arrivent toujours à la conclusion qu’ILS sont les personnes les mieux à même pour gérer la société.

La cabale académique n’est cependant pas entièrement naïve. Ils se sont rendu compte au fil du temps que leur argumentaire de vente d’une classe de prêtres intellectuels et de schémas pyramidaux utopiques n’est pas très efficace, et ils ont choisi de changer de récit. Le nouveau récit est celui de l’inévitabilité ; l’inévitabilité du socialisme, l’inévitabilité du globalisme et l’inévitabilité de l’automatisation algorithmique.

En d’autres termes, le globalisme sera la structure sociale optimale et l’intelligence artificielle gouvernera les opérations quotidiennes de cette structure, peu importe ce que le public veut. Les élites ne gouverneront pas le monde directement, mais leurs semblables créeront les algorithmes et ces politiques gouverneront le monde en vertu de l’évolution sociale et technologique.  Tout comme le film français de Jean-Luc Godard, Alphaville, l’idée est que les élites peuvent simplement se reposer et laisser la sombre « logique » de la gouvernance algorithmique faire le sale boulot. Car, après tout, comment peut-on discuter avec un ordinateur ?

L’un des élitistes universitaires dont je parle est Yuval Noah Harari. Ses éditoriaux ont beaucoup fait parler d’eux dans les médias grand public ces derniers temps et ils mettent l’accent sur la nécessité de la globalisation ainsi que sur la nécessité pour les humains de s’adapter rapidement à la technocratie, de peur qu’ils ne se retrouvent obsolètes. Harari est un philosophe académique prototypique, régurgitant de vieux concepts d’aristocratie et de féodalisme à peine voilés par l’imagerie futuriste. Ses arguments sont du type de ceux que d’autres universitaires de moindre importance absorbent et perroquetent sans cesse comme s’ils étaient profonds.

Pour ceux qui ne sont pas familiers avec les idées derrière le futurisme, je suggère de lire mon article « La signification du bien et du mal en des temps périlleux ». En résumé, les futurologues sont toujours d’accord avec l’idée que les anciennes méthodologies doivent être effacées pour faire place à de nouvelles méthodologies. Les traditions et les idéaux du passé sont considérés comme une prison qui empêche l’humanité de progresser et d’avoir un avenir meilleur. Ils croient que la solution aux déséquilibres et aux tragédies d’aujourd’hui consiste à démanteler énergiquement le système actuel et à le reconstruire d’une manière nouvelle et originale. Cela inclut la morale et les principes directeurs, qu’ils considèrent comme étouffants et relatifs.

Le futurisme a été fondé au début du 20ème siècle en Europe avec des groupes frères en Russie et est considéré comme un précurseur des premiers mouvements socialistes, dont le fascisme et le communisme. Pour clarifier, il n’y a pas de nouvelles idées sous le soleil, seulement de vieilles idées avec une tournure légèrement différente. Le socialisme précède le globalisme, qui est l’une des idées les plus anciennes ; l’idée d’empire total.

Comme la plupart des philosophes universitaires modernes, Yuval Harari fait la promotion du futurisme et du globalisme. Il est associé au Carnegie Council For Ethics In International Affairs, un organisme globaliste. Autrefois connu sous le nom de Church Peace Union, le groupe a contribué à pousser Woodrow Wilson à impliquer les États-Unis dans la Première guerre globale et à promouvoir la création de l’ONU.

Il est un modèle adéquat pour démystifier ce que ces gens appellent souvent « l’ordre global libéral », qui n’est qu’une autre forme de futurisme. Comme point de référence, j’utilise deux articles de Harari, l’un publié pour le Guardian sur l’avenir de l’automatisation et des robots qui déclassent l’humanité, et l’autre publié pour le magazine The Economist propriété de la  Rothschild sur la nécessité de la globalisation et de la fin du nationalisme. Je vais résumer ses arguments et ses points de vue, mais j’invite les lecteurs à examiner ses articles liés ci-dessus.

Allons droit au but….

L’IA remplacera la plupart des humains… et c’est une bonne chose.

C’est en train de devenir l’un des piliers du discours de l’establishment globaliste et de son milieu universitaire pour un certain nombre de raisons. L’argument selon lequel la domination de l’intelligence artificielle est inévitable ressemble beaucoup à l’argument selon lequel la globalisation est inévitable ; les deux sont fondés sur une prophétie auto-réalisatrice.

Harari imagine ce qu’il appelle un « monde sans travail », un développement à venir d’ici seulement 20 à 30 ans où les machines algorithmiques remplaceront les êtres humains comme source principale de travail. Cette propagande a deux facettes : premièrement, elle vise à effrayer le public et à l’amener à exiger la centralisation et la gouvernance globale. Harari affirme que sans une gouvernance globale et un « revenu de base universel », l’IA fera de la plupart des gens qui n’ont pas de connaissances technologiques des pauvres instantanément, ce qu’il appelle « la classe inutile ». Et ici, nous voyons le tour de passe-passe.

Comme je l’ai souligné dans mon article intitulé « La vraie raison pour laquelle les globalistes sont si obsédés par l’intelligence artificielle », des entités globalistes comme la DARPA, l’ONU et le Forum économique global ont été très agressives en poussant l’intelligence artificielle à l’avant-scène et ont entrepris des campagnes de promotion pour contrer la méfiance du public envers cette technologie. Dans le même temps, ces organisations globalistes ont fait valoir que, sans leur surveillance accrue, l’IA pourrait faire l’objet d’abus de la part des États nations ou détruire des économies entières.

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Ainsi, les globalistes vous disent que la domination de l’IA est une conséquence inévitable du progrès alors qu’ils dépensent d’énormes quantité de capital et d’heures de travail pour faire de leur prédiction une réalité. Ils vous disent alors que l’IA sera une menace pour votre gagne-pain et celui de vos enfants. Ensuite, ils vous disent que la seule réponse est de leur donner plus de pouvoir pour régler le problème qu’ils ont créé.

La deuxième partie de cette propagande est l’affirmation selon laquelle les dangers de l’IA pourraient être transformés en avantages utopiques. Si le « monde sans travail » est le bâton, alors le revenu de base universel est la carotte. La promesse fantastique des futuristes remonte aux premiers jours du communisme, et inclut toujours une terre pour demain où tous les gens vivront une existence paisible ; une société où tous les besoins sont satisfaits sans travail. Habituellement, les voitures volantes et les villes flottantes sont offertes là-dedans quelque part …

Harrari insinue dans son article pour The Guardian que la paresse est un état naturel pour la plupart de l’humanité, et que la majorité des gens resteraient mentalement à l’aise de ne pas avoir de but dans la vie tant qu’on leur donnerait une existence virtuelle comme un moyen de distraction. Il cite l’exemple d’enfants adultes qui vivraient dans un sous-sol s’ils y étaient autorisés et qui y subsisteraient grâce à la générosité de leurs parents avec une vie dédiée aux jeux vidéo. Mais plutôt que de souligner qu’il est destructeur d’encourager un tel comportement, Hariri suggère que cela devrait être un pilier de notre société.

Ce que Hariri ignore est une question clé du pourquoi beaucoup de gens se contentent d’une telle vie. Ce n’est pas nécessairement parce qu’ils aiment faire partie de la « classe inutile » ; beaucoup d’entre eux veulent désespérément trouver un but et un accomplissement car ce désir est ancré dans la psyché de la plupart des gens à la naissance. C’est juste qu’ils n’ont aucune idée du comment, et ont vécu dans un environnement qui semble de plus en plus conçu pour nuire à leur indépendance.

Je note que les élites de l’aristocratie ont exploité pendant des siècles la béquille du revenu de base universel comme un moyen de contrôler le comportement de leurs enfants. La progéniture des élites était souvent traitée comme une propriété et maintenue dans la ligne grâce à l’infantilisation et à la dépendance à l’égard du revenu. Pour ces enfants, il était presque impensable de poursuivre un rêve personnel ou de se lancer seul, car ils ont été isolés de tout ensemble de compétences pratiques. Quitter le système, c’est s’exposer à la pauvreté et à la mort potentielle.

Le plan est donc le suivant : Empêchez les gens de devenir autonomes, assurez-vous d’être leur seule source de revenu, puis donnez-leur le pouvoir d’utiliser ce revenu comme s’ils vous devaient quelque chose comme un enfant se doit à un parent. Hariri réclame ce genre de mesure de contrôle pour le monde entier.

L’expérience humaine est dans nos têtes et ne signifie rien

Tout comme le Meilleur des mondes d’Aldous Huxley, le « monde sans travail » de Hariri repose sur les opiacés, mais dans ce cas, les opiacés technologiques de la réalité virtuelle. Il affirme qu’il n’y a rien de nouveau et que les humains participent depuis longtemps à des jeux de réalité virtuelle par leur participation à la religion ainsi que par l’acquisition de la propriété. Je ne vois pas la logique dans sa comparaison, et il semble qu’il utilise cette tangente étrange simplement comme une occasion de se perdre dans une rhétorique athée et socialiste sans originalité.

Cependant, cette diatribe nous donne une meilleure idée d’un autre mème de propagande globaliste, à savoir que toute expérience est une question de perception et que toutes les conclusions sont relatives, y compris les conclusions morales. J’ai écrit des douzaines d’articles sur la question du globalisme et du relativisme moral et sur les raisons pour lesquelles il est fondé sur le mensonge et la désinformation. Je pense que c’est l’un des débats les plus importants de notre époque ou de toute autre époque, car il détermine la survie de notre humanité.

Pour quelqu’un qui considère toute expérience comme un jeu inutile que les gens inventent pour se divertir jusqu’à leur mort, Hariri semble trop préoccupé par la façon dont nous sommes tous gouvernés alors que nous « jouons » tous notre chemin durant notre existence. S’il n’y a pas de sens et qu’il n’y a pas de conception de l’univers ou de l’humanité, alors pourquoi chercher à centraliser le contrôle du jeu ?

Bien sûr, c’est un non-sens élitiste, et je ne suis même pas sûr qu’ils croient les ordures qu’ils vendent. Comme je l’ai noté dans des articles précédents, de nombreux chercheurs ont présenté des preuves considérables de qualités psychologiques humaines inhérentes, y compris la conscience innée et la boussole morale, ainsi que des dualités archétypiques qui nous donnent le don inhérent du choix. De Carl Jung à Joseph Campbell en passant par Steven Pinker, etc., les scientifiques et chercheurs réels ont entrepris des décennies d’expérimentation, de collecte de données et d’observation pour appuyer leurs conclusions. C’est quelque chose dont des philosophes académiques comme Hariri ne tiennent pas compte. Ils pensent que s’ils énoncent un point de vue avec suffisamment de bravade arrogante, c’est tout ce dont ils ont besoin pour le consolider en tant que fait.

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La raison pour laquelle les globalistes en particulier sont si friands de la narration relativiste est parce qu’elle justifie leur comportement dans la poursuite de leurs objectifs de centralisation. Ce comportement est généralement basé sur une approche où « la fin justifie les moyens », et est contraire à notre voix inhérente d’empathie et de conscience. Si les expériences humaines sont toutes une question de perception et d’illusion, alors la façon dont les élites abusent ou subjuguent les autres humains pour subventionner leur propre réalité virtuelle ne compte plus.

Le globalisme est bon, le nationalisme est mauvais

La centralisation globale est appelée par différents noms par les universitaires élitistes : Le nouvel ordre mondial, l’ordre global multipolaire, le reset global, les biens communs globaux, l’ordre global libéral, etc. Les globalistes passent la majeure partie de leur temps à essayer de reconditionner le marketing derrière le globalisme pour le rendre plus acceptable aux yeux des masses. Il s’agit généralement d’un processus malhonnête parce qu’il exige d’eux qu’ils attribuent faussement les échecs du globalisme au libre marché et au nationalisme.

Hariri tient à proclamer que l’« ordre global libéral » a réussi à améliorer la planète sur plusieurs générations sur les plans économique et géopolitique, mais il affirme ensuite que les États-nations commencent à « saper » cette stabilité. Nous entendons aussi constamment les globalistes dire que le « capitalisme » est la cause de la plupart des maux du monde, mais la vérité est que l’ingérence de style socialiste a créé le corporatisme et l’oppression par les marchés libres au cours du siècle dernier.
Ainsi, le globalisme nous a sauvés du capitalisme de marché, mais le capitalisme détruit tout ? Comment ces deux choses peuvent-elles être vraies ?

C’est le scénario dominant des globalistes d’aujourd’hui – la globalisation fonctionne, le nationalisme et les économies indépendantes ne fonctionnent pas, et faire un pas en arrière, c’est du suicide. C’est-à-dire qu’ils considèrent les mouvements « populistes » d’aujourd’hui comme un recul suicidaire.
Ce que les élites académiques comme Hariri ignorent, ce sont les nombreux problèmes que notre monde connaît aujourd’hui en raison de l’interdépendance et de la centralisation. Il observe avec fierté que toute nation qui tenterait de fonctionner en dehors du système globaliste tomberait dans le désarroi économique, mais ne reconnaît pas qu’en 2008, le monde est tombé dans le désarroi exactement parce que les nations étaient beaucoup trop interdépendantes, avec un mécanisme commercial tellement intriqué que l’effondrement d’une grande économie a entraîné la suivante qui a fait tomber la suivante. C’était une faiblesse cancéreuse déclenchée par le globalisme, et non par l’isolationnisme ou le nationalisme. Et c’est une faiblesse qui persiste en 2019.

Pourtant, la solution est toujours la même : plus de globalisme. Le manque d’autosuffisance et de redondance des économies nationales n’est pas quelque chose qu’il faut célébrer, mais qu’il faut corriger. Il n’est pas nécessaire qu’il en soit ainsi ; ce sont les globalistes qui l’ont fait.

Duper les masses dans l’amour de la globalisation

Comme le note Harari dans son article pour The Economist, la création d’une « identité globale » dans laquelle les masses remplacent la loyauté envers une nation ou une tribu par la loyauté envers leur espèce et envers la Terre ne doit pas être difficile. Tout ce qu’il faut, c’est un ennemi commun, et quel meilleur ennemi que la menace d’une guerre nucléaire, la menace des changements climatiques et la menace de l’intelligence artificielle?

Le recours à des menaces externes (dont certaines ont été fabriquées de toutes pièces) pour amener le public à adopter un état d’esprit voulu est le pain et le beurre des élites. Les changements climatiques causés par l’homme constituent une menace fabriquée de toutes pièces, constamment démystifiée et les données exposées comme truquées pour présenter des résultats prédéterminés. La grippe aviaire est une menace que les globalistes ont activement conçue (la DARPA en est la source première). La menace d’une guerre nucléaire existe depuis des décennies et je ne m’attends guère à ce que les élites globales démantèlent de telles armes une fois qu’elles auront pris le pouvoir sur un gouvernement global.

Et nous découvrons ici le sophisme sous-jacent du débat de Hariri et la position globaliste en général. Les élites évoquent des visions terribles de ce qui se passera si les États-nations et le tribalisme sont autorisés à perdurer, mais les catastrophes qu’elles prédisent, y compris la guerre ; la manipulation génétique ;  la militarisation de l’IA ; les crises de migration massive ; l’effondrement économique – toutes ces choses sont déjà causées par les élites. Et rien ne les empêcherait de continuer à causer de tels problèmes à l’avenir si elles obtiennent ce qu’elles veulent, à savoir une gouvernance globale totale.

Je ne vois pas pourquoi les institutions globalistes devraient être considérées comme plus dignes de confiance que les gouvernements nationaux, sans parler des tribus locales. Hariri est un professeur israélien qui a manifestement bénéficié du tribalisme de cette culture tout en la dénonçant. Les globalistes agissent comme s’ils étaient loyaux envers l’humanité, mais ils ne sont en réalité loyaux qu’envers leur propre idéologie parasitaire et leur propre tribu – la tribu globaliste.

Pour élever le globalisme vers quelque chose de plus proche d’une religion qu’une simple philosophie politique, Hariri tire de son sac de tours une dernière apparition utopique classique, la promesse de la divinité. Cette idée occupe une place plus importante dans ses livres que dans ses articles, mais elle réaffirme les soupçons dont j’ai parlé dans mon article « Luciferisme : un regard laïc sur un système de croyance globaliste destructeur ». À savoir, que le globalisme repose sur un fondement très similaire à l’idéologie luciférienne, et que la technocratie globaliste est motivée par l’obsession des sociopathes narcissiques à devenir des quasi-dieux.

Ils vendent cet avenir au public comme un leurre, mais je suppose que l’ordre global libéral ne donnera pas à la « classe inutile » le statut de divinité. Comme dans toute vision élitiste, seules les élites deviennent souveraines et sont déifiées. Le reste d’entre nous devient des rouages de la machine, si nous avons de la chance, et sont considérés comme sacrifiables si nous sommes malchanceux.

Brandon Smith

Liens

https://youtu.be/qqec8oWxpEI
 

samedi, 30 mars 2019

Mondialisation et prolifération de l'hostilité...

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Mondialisation et prolifération de l'hostilité...
par François-Bernard Huyghe
Ex: http://metapoinfos.hautetfort.com

Nous reproduisons ci-dessous un point de vue de François-Bernard Huyghe, cueilli sur son site Huyghe.fr et consacré aux changements de forme de la guerre provoqués par la mondialisation. Spécialiste de la stratégie et de la guerre de l'information, François-Bernard Huyghe enseigne à la Sorbonne et est l'auteur de nombreux essais sur le sujet, dont, récemment, La désinformation - Les armes du faux (Armand Colin, 2015) et Fake news - La grande peur (VA Press, 2018). Avec Xavier Desmaison et Damien Liccia, François-Bernard Huyghe vient de publier Dans la tête des Gilets jaunes (VA Press, 2019).

Pas d'idée de paix sans définition de la guerre

Comment sait-on que l'on est en guerre ? Il y a quelques années, la question aurait été absurde. La guerre était l’affaire des États (ou de groupes armés qui voulaient s’emparer de l’État, donc du monopole de la violence légitime, et il était alors convenu de parler de «guerre civile»).

- La guerre entraînait certains actes de langage : on la proclamait pour mobiliser son camp, au moins moralement, on la déclarait à l’autre, on l’exaltait par des discours, on la concluait par un écrit, tel un traité, on l’inscrivait dans les livres d’histoire ou sur des monuments. Le but était d’imposer le silence : silence des armes, silence du vaincu qui renoncerait à s’adresser à la postérité et à énoncer sa prétention politique

- L’état de guerre – une période avec un début et une fin- supposait des codes spécifiques : elle était ou bien juste ou bien injuste au regard du droit des gens ; des professionnels, les militaires (et eux seuls), avaient en fonction des circonstances le droit de tuer ou pas Chacun savait s’il était combattant (éventuellement « sans uniforme ») ou civil. La distinction ennemi privé / ennemi public était indépassable (extros contre polemos en grec, hostis contre innimicus en latin, etc..)

numerique.jpg- La guerre se déroulait en un lieu connu : front, champs de bataille, zones occupées ou libérées. Un coup d’œil sur la carte montrait quelles troupes progressaient et lesquelles se repliaient.

- La guerre s’accompagnait de destruction à commencer par un taux de mortalité anormal. : cette expérience du sacrifice revenait à chaque génération par cycles et apparaissait comme inhérente à la condition humaine. La belligérance, catégorie anthropologique fondamentale, stimulait les plus fortes passions de notre espèce.

- Les belligérants savaient qu’ils participaient à un conflit armé collectif ayant des fins politiques. Ils continuaient à s’infliger des dommages ou à occuper leur territoire respectif, jusqu’à la victoire ou au compromis (traité). Victoire ou compromis devaient modifier un rapport de souveraineté ou de pouvoir et s’inscrire dans l’Histoire. Le vaincu reconnaissait sa défaite ou disparaissait comme acteur (massacré, par exemple).


En termes de communication, de normes, de temps, d’espace, de forces, de conscience et de finalité, la distinction entre guerre et paix était aussi fondatrice qu’incontestable.
Tout ce que nous venons de rappeler correspond à une vision « classique » européenne ; celle de penseurs aussi divers que Clausewitz, Hegel, Weber, Schmitt, Freud, Caillois, Bouthoul, Aron, … et qui paraît aujourd’hui si désuète.

Les nouvelles violences

Sans même parler de la guerre froide dont la principale caractéristique fut de ne pas éclater à partir de la seconde moitié du XX° siècle, apparurent des formes de conflits inédites, certaines virtuelles ou fantasmées :

- Affrontements entre acteur étatique et combattants qui se considèrent comme armée de libération ou se réfèrent à une notion similaire. Reste à savoir à partir de quel degré d’organisation, permanence, visibilité (une « guerre clandestine » est-elle une vraie guerre ?), suivant quels critères politiques relatifs à la noblesse ou au sérieux de sa cause, un belligérant mène une vraie guerre de partisan. Sinon, il s’agit d’émeutes, d’incidents, de raids de groupes armés… relevant plus ou moins de la police et du maintien de l’ordre. Pour ne prendre qu’un exemple, dans les années 50, il n’y avait pas une guerre mais des « événements d’Algérie ». Quarante ans plus tard, l’État algérien se demandait s’il faisait la guerre aux maquis islamistes ou s’il s’agissait de maintien de l’ordre.

- La question devient cruciale soit lorsqu’il y a pluralité d’acteurs armés, comme la prolifération des milices au Liban dans les années 80, soit quand la distinction entre politique et criminalité devient presque indiscernable. En Amérique latine ou dans des le « triangle d’or » proche de la Birmanie, bien subtil qui sait distinguer une bande armée de trafiquants de drogue d’une guérilla.

- La distinction militaire/civil est remise en cause par la tendance à mobiliser des combattants sans uniforme, et la propension croissante des conflits à tuer bien davantage de civils que de militaires. Au moins d’un côté (voir le fantasme du « zéro mort »). Quand des milices massacrent des civils qui ne se défendent guère, comme au Darfour, faut-il continuer à parler de guerre ? Dans un tout autre genre : quand un membre d’une société militaire privée accomplit-il une mission de sécurité, est-il un assistant d’un « vrai » militaire et quand commence-t-il à « faire » la guerre ? Où passe la frontière entre terrorisme, guerre secrète, guerre du pauvre, guérilla ?

- Inversement, le système international - pour ne pas dire l’Occident – a inventé des interventions armées inédites des représailles sanctions jusqu’aux interventions humanitaires. Elles doivent séparer des protagonistes ou protéger des populations. Le discours des puissances intervenantes souligne qu’elles mènent une guerre « altruiste » censées ne leur apporter aucun avantage. Elles disent lutter contre des criminels ou ennemis du genre humain, contre des dirigeants et non des peuples qu’elles sont au contraire venues sauver. De là le droit d’ingérence qui autorise le recours à la force armée pour empêcher des violences inacceptables. Les opérations militaires, que nous nommerions « de contrôle », se multiplient, pour maintenir la violence armée des pauvres et des archaïques (conflits ethniques par exemple) à un degré supportable .

- Les situations intermédiaires -pas vraiment la paix, pas encore la guerre - se multiplient. Ainsi, en Afghanistan, la guerre contre les talibans est censée être finie, et pourtant les troupes de la coalition doivent utiliser des armes lourdes. Corollairement, des citoyens de pays industrialisés peuvent ignorer dans combien de conflits ou d’opérations de « maintien de la paix » sont engagés leurs troupes et ne pas ressentir l’état de belligérance. Pour reprendre le même cas, la perte de quelques soldats d’élite français en Afghanistan en 2007 a soulevé moins d’émotion que certains accidents de la route. Le sentiment de sécurité qu’éprouvaient la plupart des Européens (mais moins d’Américains depuis 2001), l’idée que la guerre est une vieillerie dont le droit, la démocratie et la prospérité nous ont délivrés, tout cela serait apparu proprement stupéfiant il y a quelques décennies.

Daesh.jpg- Les stratèges ne cessent d’imaginer des formes de conflit où les armes prendrait une forme inédite ; ils intègrent dans leurs panoplies des outils informationnels au sens large qui agissent plus sur les esprits que sur les corps. Qu’il s’agisse de priver l’adversaire de ses moyens de communiquer, de le désorganiser ou de le désinformer, de percer tous ses secrets, de le sidérer psychologiquement, de rendre la force plus intelligente et mieux ciblée…, les spécialistes de la Revolution in Military Affairs et des diverses cyberwar et autres information warfare, n’ont jamais manqué d’imagination. Parallèlement, les notions de guerre de quatrième génération, de faible intensité, guerre continue ou celle, chère aux stratèges chinois, de guerre sans limite, reflètent les formes inédites du conflit technologiques, psychologiques, économiques, et devient de moins en moins évident que la guerre se pratique avec ces outils reconnaissables que sont les armes.

- Parmi les catégories utilisées pour décrire les nouvelles formes de l’affrontement armé, celle de guerre asymétrique est particulièrement révélatrice. Elle porte sur les moyens employés (guerre du pauvre contre guerre du riche high tech et surarmé), sur la stratégie (attrition contre contrôle), mais elle porte aussi sur les objectifs. Pour le fort la règle est : annuler ou limiter l’action du faible. Pour le faible : durer, infliger une perte sur le terrain moral ou de l’opinion, démoraliser celui que l’on ne peut désarmer, lui rendre le prolongement du conflit insupportable. La guerre asymétrique repose plus sur l’utilisation de l’information que sur celle de la puissance et partant contredit toutes les conceptions classiques. Elle postule que la victoire stratégique n’est pas une addition de victoires tactiques ; elle déplace la question de la légitimité de la guerre (donc de la croyance qui la soutient) non pas en amont de la guerre mais comme son objectif même.

Ces tensions et contradictions trouvent leur point culminant le jour où les États-Unis proclamèrent une « Guerre globale au terrorisme ». Elle appelle la notion complémentaire de « guerre préemptive » autorisant une intervention armée à l’étranger contre des groupes terroristes ou contre des tyrans susceptibles de les aider et/ou de posséder des armes de destruction massive.

Guerre des absolus

La plus grande puissance de tous les temps ( qui, a priori devrait avoir le moins à craindre) considère que l’état de guerre existe est susceptible de durer plus d’une génération. Et ce jusqu’à la disparition de tout acteur hostile (État Voyou, groupe terroriste), de toute intention hostile (le terrorisme, ceux qui haïssent la liberté, l’extrémisme violent, pour reprendre diverses formulation des dirigeants américains) et de tout instrument hostile (les Armes de Destruction Massive). Il est tentant d’en déduire qu’il s’agit d’une guerre perpétuelle pour une paix perpétuelle. On n’y nomme ni son adversaire, ni sa limite, ni les conditions de sa victoire. Faire du monde « un lieu plus sûr pour la démocratie » est un programme politique pour Sisyphe. Six ans de Guerre Globale au Terrorisme semblent indiquer que, loin d’éliminer les régimes hostiles, les groupes armés (y compris avec l’arme de l’attentat suicide) et les ADM (en Iran ou en Corée), elle semble les encourager.

Symétriquement, la guerre comme jihad défensif voire offensif (Daech voulait rien moins qu’étendre le califat à la planète) telle que la prônent les groupes islamistes n’est pas moins surprenante : elle est licite aux yeux de ses acteurs (elle est commandée par Dieu et constitue une obligation). Non seulement elle ne connaît pas de limites dans son extension territoriale ni dans le choix de ses victimes (pratiquement n’importe qui sauf un jihadiste est « éligible »). Il n’est pas certain qu’elle vise à une victoire (sauf à supposer la conversion de l’humanité entière à la variante salafiste du sunnisme). Au contraire,le jihad trouve sa propre justification non dans la réalisation de fins politiques, mais en lui-même, comme occasion de sanctification par le martyre ou comme compensation mimétique (ben Laden parle même de « talion ») des souffrances et humiliations subies par l’Oumma.

Et dans les deux cas, la dimension symbolique du conflit prédomine. D’un côté montrer la résolution des États Unis et démentir qu’ils soient un « tigre en papier ». De l’autre, infliger une humiliation à l’Occident orgueilleux et idolâtre. Et, si l’on remonte plus haut, ce sont deux guerres de conversion : il s’agit de faire disparaître une croyance qui offense le droit universel dans le premier cas (la haine de la liberté des terroristes), qui contredit loi divine dans le second (la haine de Dieu des juifs, des croisés et des apostats).

Chacun est libre de penser que « guerre » n’est qu’une catégorie juridico-philosophique particulièrement héritée de la pensée classique voire une très longue parenthèse historique (pour certains commençant au néolithique) et dont ni l’universalité, ni la perpétuité ne sont démontrées. Ou peut aussi la considérer comme degré dans les violences que les hommes s’infligent sans trop se soucier des catégories.

Notre propos n’est pas une quelconque forme de nostalgie envers les bonnes guerres d’autrefois qui se faisait au moins dans l’ordre et la discipline et que nous n’avons pas connues. Simplement il faudra apprendre à vivre avec ce paradoxe : mondialisation et affaiblissement du principe de souveraineté politique, autrefois considéré comme belligène, n’impliquent pas la fin de l’hostilité mais sa prolifération et sa privatisation.

François-Bernard Huyghe (Huyghe.fr, 22 mars 2019)

mardi, 23 octobre 2018

Comment les globalistes prévoient d’utiliser la technologie et la pauvreté pour asservir les masses

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Comment les globalistes prévoient d’utiliser la technologie et la pauvreté pour asservir les masses

par Brandon Smith

Ex: http://versouvaton.blogspot.com

Article original de Brandon Smith, publié le 4 octobre 2018 sur le site alt-market.com
Traduit par le blog http://versouvaton.blogspot.fr


La tyrannie est souvent perçue comme un développement soudain et inexplicable dans une société ; le produit d’un despote singulier qui prend le pouvoir pendant une période de temps limitée en raison de la peur ou de la stupidité du public. C’est l’un des grands mensonges de l’ère moderne.

La vérité est que pendant au moins le siècle dernier, presque tous les « tyrans » historiquement méprisés n’ont été que les marionnettes d’une grande cabale managériale, et la construction de chaque État totalitaire s’est faite lentement et tranquillement au cours de décennies par ces mêmes élites financières. Des bolcheviques à Hitler et au Troisième Reich, de Mao Zedong à la plupart des dictateurs du Moyen-Orient et de l’Afrique, il y a toujours eu un groupe organisé d’hommes d’argent et de groupes de réflexion qui ont alimenté les carrières des pires politiciens et juntes militaires de l’époque.

La montée en puissance d’un système tyrannique prend beaucoup de temps, de planification et de mise en scène. Les êtres humains ne se jettent pas dans les bras d’un régime cauchemardesque dystopique de façon impulsive et à l’improviste. Les médias populaires nous ont dit que c’est ainsi que les choses fonctionnent ; que, dans des conditions économiques ou sociales difficiles, des hommes aux personnalités charismatiques et aux intentions maléfiques font soudainement surface et prennent le pouvoir en promettant un monde meilleur en échange de la fidélité de l’opinion publique. Mais d’où viennent ces crises économiques et sociales au départ ? Étaient-elles une conséquence naturelle de l’époque, ou ont-elles été délibérément conçues ?

La réalité, c’est que les gens doivent être psychologiquement conditionnés à échanger leur liberté contre l’illusion de la sécurité. Parfois, cela prend des générations. Toute tentative d’encadrement totalitaire suscite inévitablement une rébellion. Par conséquent, la tyrannie la plus réussie serait celle que le public DEMANDE. Les gens doivent penser que c’est leur idée, sinon ils finiront par s’y opposer.

Les financiers globalistes et les personnes dépendantes du pouvoir ont besoin de quelque chose de plus que la simple puissance militaire ou la force bureaucratique pour obtenir leur société esclavagiste idéale. Ils ont besoin de tactiques de guerre de 4ème génération. Ils doivent convaincre les masses d’accepter leur propre servitude.

Deux outils permettent d’atteindre ce résultat : le premier est un déclin économique maîtrisé, le second est l’intégration d’un goulag technologique dans tous les aspects de la vie publique.

Les armes économiques de distraction massive

Ce n’est pas un hasard si les gouvernements dictatoriaux prennent de l’importance à mesure que l’économie mondiale souffre ; il est extrêmement difficile pour les gens de rester vigilants face à la tyrannie quand ils sont complètement distraits par leur propre survie. C’est pourquoi, en tant qu’analyste, j’ai toujours mis l’accent sur l’économie et les solutions aux désastres financiers ; tout commence et se termine avec l’économie. Si le public peut être préparé à développer ses propres systèmes économiques alternatifs avant qu’une crise n’éclate, il sera moins distrait par le chaos et plus à même de remarquer quand les globalistes proposent la tyrannie comme solution toute faite.

Sans marchés alternatifs au niveau local, il n’y a pas de redondance, pas de protection contre un crash. Comme la plupart des gens dépendent du système existant pour leur subsistance, l’économie devient une arme très utile pour les globalistes.

La prise en otage de l’économie présente de nombreux avantages. Grâce aux pressions déflationnistes, les salaires peuvent être maintenus à un bas niveau alors que les emplois mieux rémunérés disparaissent. La fabrication peut être progressivement abandonnée ou externalisée à l’étranger, comme c’est le cas aux États-Unis. La propriété des petites entreprises devient difficile, car les impôts augmentent généralement alors que les conditions financières se dégradent.

Par des pressions inflationnistes ou stagflationnistes, les bas salaires et l’inadéquation du marché du travail se combinent à l’explosion des prix. Cela rend la survie de nombreuses personnes intenable sans l’aide du gouvernement.

Dans ce contexte, le public des travailleurs devient dépendant du secteur des services, qui ne fournit aucun ensemble de compétences utiles. Bientôt, vous avez des générations entières de gens sans aucune capacité de production. Ils deviennent des drones qui travaillent dans des emplois bureaux sans intérêts et dans des commerces au détail  gaspillant leurs journées en sachant qu’ils n’accomplissent rien d’utile pour un maigre chèque de paie.

L’absence d’un but ou d’une mission plus importants dans la vie et le fait de se rendre compte que la personne moyenne n’a pas de capacité productive crée une atmosphère de désespoir palpable. Ils ne possèdent pas leur propre travail, et ils n’ont pas grand-chose à démontrer pour leur travail ; rien à montrer du doigt pour dire : « J’ai construit ça. » Le public en arrive au point où il peut même accueillir un effondrement économique avec soulagement simplement pour échapper à la corvée.

C’est de là que viennent les mouvements de soutien au totalitarisme – le sous-ensemble de citoyens qui en ont assez de lutter contre l’économie et qui n’ont aucun sens de l’indépendance. Ces gens ne savent pas comment résoudre leurs propres problèmes. Ils cherchent toujours quelqu’un d’autre pour le faire à leur place. Les globalistes sont heureux de proposer leurs propres solutions prédéterminées au public une fois que la structure financière atteint un point de douleur maximale.

Cependant, une fois l’économie réparée en échange de la soumission des citoyens, les gens pourraient encore décider un jour que le contrat était injuste. Il faut donc un moyen de dissuasion pour les maintenir en ligne.

L’appât de la technologie

Il est important de comprendre qu’il n’y a aucun grand pays dans le monde occidental OU oriental qui n’est pas en train de construire un filet de contrôle numérique, et cela m’aide à soutenir ma position selon laquelle les nations orientales sont tout aussi soumises aux exigences globalistes que les nations occidentales. Tout le drame géopolitique entourant des événements comme la guerre commerciale, la guerre de Syrie ou diverses élections, etc, rien de cela ne compte au final. Pour déterminer si les ficelles d’un gouvernement particulier sont tirées par la cabale globaliste, tout ce que vous avez à faire est de voir à quelle vitesse ils mettent en œuvre des systèmes oppressifs qui servent les intérêts globalistes.

Par exemple, le gouvernement indien a récemment fait la une des journaux télévisés, car la Cour suprême de l’Inde a récemment statué que le programme biométrique controversé, Aadhaar, est légal. Dans un pays de 1,3 milliard d’habitants, environ 1 milliard ont déjà fait l’objet d’un profilage biométrique dans une base de données nationale. Ces données peuvent inclure les empreintes digitales, les scanners de l’iris et les scanners faciaux.

J’ai entendu dire que l’Inde est un endroit assez étrange pour expérimenter une telle base de données, étant donné que 60% de la population se trouve sous le seuil de pauvreté et que la plupart des gens ont à peine accès aux commodités de base. Mais je voudrais souligner que c’est la raison pour laquelle c’est un endroit PARFAIT pour les globalistes pour commencer à cataloguer la population mondiale à plus grande échelle.

Là encore, le désespoir financier et le manque de compétences en matière de production tendent à produire la soumission. Des centaines de millions de personnes touchées par la pauvreté dans les vastes cloaques urbains de l’Inde abandonnent volontairement leurs données biométriques en échange de programmes d’aide gouvernementaux.

Pour les personnes qui ne sont pas ancrées dans la pauvreté économique, l’Inde a pris d’autres mesures, notamment en exigeant que toute personne qui a accès aux services gouvernementaux, qui ouvre un compte bancaire ou qui s’inscrit à un service de téléphonie mobile abandonne également ses données biométriques au gouvernement. Dans les pays qui ne sont pas encore appauvris au niveau de l’Inde, des mesures plus subversives ont été prises pour surveiller la population. Les données sont simplement prises au lieu d’être échangées.

En Russie, Vladimir Poutine a mis en œuvre les lois Yarovaya qu’il a signées en 2016. Toutes les données numériques, des conversations téléphoniques aux courriels, sont maintenant enregistrées et stockées par les télécoms avec un accès gouvernemental pendant au moins six mois, ce qui comprend les messages Facebook et Twitter. La loi de 2014 sur les blogueurs exige également que tout blogueur ayant plus de 3 000 fans soit fiché par le gouvernement et qu’ils ne puissent pas rester anonyme. Toute entreprise exploitant un réseau Wi-Fi public est tenue par la loi d’identifier les utilisateurs par leur identifiant, qui est également conservé pendant au moins six mois.

La grille de surveillance de type FISA de la Russie est vaste, mais de nombreuses personnes dans le mouvement pour la liberté semblent ignorer cette réalité avec un culte de Poutine mal placé. Comme je l’ai noté dans de nombreux articles, la Russie est fortement influencée par les financiers internationaux.

Goldman Sachs et JP Morgan sont les plus grandes banques d’investissement du pays. La banque centrale travaille en étroite collaboration avec le FMI et la BRI. Dans le passé, le Kremlin a appelé de ses vœux une monnaie mondiale contrôlée par le FMI. Et Poutine admet même dans sa propre biographie First Person qu’il a été ami avec Henry Kissinger, zélote du Nouvel Ordre Mondial, avant même de devenir président de la Russie. Le ministre russe des Affaires étrangères a récemment critiqué les États-Unis dans un discours prononcé devant l’assemblée générale de l’ONU au sujet de ses « attaques » contre « l’ordre international », y compris le fait de miner l’Organisation mondiale du commerce et les accords mondiaux sur les changements climatiques, ce qui montre à quel point la Russie est réellement globaliste.

Compte tenu de ce qui précède, il n’est pas surprenant pour qui que ce soit que la Russie joue le jeu avec les efforts des globalistes visant à identifier et à suivre chaque personne vivante. Il n’est pas surprenant non plus que Donald Trump, entouré de globalistes au sein de son propre cabinet, poursuive et élargisse la surveillance de la FISA sous son administration.

Début 2018, Trump a signé un projet de loi renouvelant la surveillance de masse de la population américaine par l’Agence nationale de sécurité, sans mandat, dans le cadre de la FISA. Les principaux leaders démocrates ont soutenu ce projet avec joie. Malgré toute la rhétorique récente de Trump contre la FISA, c’est Trump qui a rendu possible la continuation de la FISA.

Les grandes entreprises de médias sociaux coopèrent de tout cœur aux efforts de surveillance de masse, car elles partagent régulièrement des données personnelles avec les gouvernements du monde entier. Facebook à lui seul a connu une augmentation de plus de 33 % des demandes de données par un gouvernement en 2017, et la nature de la plupart de ces échanges de données n’est pas ouverte à un examen public.

C’est l’une des raisons pour lesquelles je suis plutôt déconcerté par la récente fureur conservatrice face à leur discrimination dans les médias sociaux – c’est comme si les militants pour la liberté se faisaient chacun piéger par la psychologie inversée pour EXIGER une participation sans entrave aux sites des médias qui les espionnent. Pourquoi quelqu’un veut-il encore s’inscrire sur ces sites Web ?

Mais où est-ce que tout cela va nous mener ? Comment la combinaison de la pauvreté et de la surveillance numérique se traduit-elle par la tyrannie ? Je crois que le programme de « crédit social » de la Chine nous donne la réponse. Le système est basé sur l’idée du « maintien de la confiance », mais la confiance en qui ? La confiance dans le gouvernement, bien sûr. La confiance se mesure à l’aide d’un score de crédit social qui est suivi tout au long de la vie d’un citoyen. Les comportements punis vont du tabagisme dans une zone non-fumeurs à la publication de contenu sur Internet que les autorités désapprouvent.

La Chine est représentative du jeu final pour l’idéal globaliste de civilisation. Avec la lutte économique de masse qui mène à la dépendance à l’égard des programmes d’aide sociale et des possibilités d’emploi du gouvernement, peu de citoyens peuvent se permettre d’être inscrits sur une « liste noire ». Le système de crédit social de la Chine crée un environnement dans lequel toutes les actions des citoyens sont suivies et ensuite « notées » pour acceptation ou conséquence. Cela comprend la façon dont les gens expriment leurs attitudes à l’égard du gouvernement lui-même. Il s’agit évidemment du mécanisme de contrôle ultime, très similaire à la Tchéka établie par Lénine et Staline en Russie après la Révolution bolchévique, mais à une échelle numérique massive.

C’est pourquoi la surveillance de masse est diabolique, que quelqu’un enfreigne ou non la loi. Elle donne au gouvernement le pouvoir de dicter et de modeler le comportement en inspirant l’autocensure plutôt que de retenir les gens directement sous la menace d’une arme à feu. C’est la tyrannie appliquée d’une manière moins évidente ; une prison dans laquelle les prisonniers entretiennent les serrures, les chaînes et les barreaux. Les individus n’osent rien faire en dehors des normes collectives de peur que cela puisse être interprété comme socialement négatif. La punition pourrait inclure la perte de l’accès à l’économie elle-même, et alors que la plupart des gens vivent de chèque de paie en chèque de paie, cela pourrait entraîner la mort.

Brandon Smith

dimanche, 14 octobre 2018

SOROS et la société ouverte : Métapolitique du globalisme

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SOROS et la société ouverte : Métapolitique du globalisme

Comprendre l’influence de Soros, c’est comprendre que de nombreux processus politiques antinomiques de notre temps ont souvent un dénominateur commun : l’appui, aussi bien financier que logistique et idéologique des fondations de la société ouverte...

Attention ! Ce livre est en prévente au tarif préférentiel de 22€ au lieu de 25€. Il sortira fin octobre 2018 et vous sera expédié dés réception. 


Georges Soros est l’une des personnalités les plus influentes de notre époque. L'activisme de George Soros, qui se considère lui-même comme « un chef d’État sans État », touche en fait tous les domaines et tous les continents.

Durant les dernières décennies, peu de nations ont été épargnées par l’action ou l’influence de son ensemble de fondations : l’Open Society Foundations. Partout où la souveraineté politique et la stabilité sociale sont attaquées, on retrouve la trace de Georges Soros, de ses réseaux, de ses militants, de ses milliards. Que ce soit au travers de l'immigration de masse, de la dépénalisation des stupéfiants, des nouvelles normes sociétales, de la promotion des théories du genre ou des révolutions colorées. Dans chacun de ces domaines, Soros œuvre avec une étonnante constance à la réalisation d’un même objectif : l'avènement d'un nouvel ordre politique international fondé sur la notion de société ouverte et la fin des États-nations.

L’auteur nous propose une radiographie détaillée de la méthodologie Soros et de ses divers champs d’action partout dans le monde. Au travers d’exemples très documentés, cette étude expose au grand jour les rouages internes des réseaux Soros. Une entreprise de décomposition des nations dotée d’une puissance et de moyens inédits dans l’Histoire.

Au-delà d’un travail d’enquête inédit, ce livre se propose d’exposer la philosophie politique qui anime cette action et d’en tracer la généalogie profonde. Le lecteur y découvrira comment la notion de société ouverte se rattache aux courants les plus puissants et les plus actifs de la subversion politique contemporaine.

Informations sur le livre
Prix : 25.00€
ISBN : 9-782355-120879
Format : 17x24cm

Sortie : octobre 2018
366 pages
Avant-propos de Xavier Moreau
Postface de Lucien Cerise


« L’étude menée par Pierre-Antoine Plaquevent dépasse la seule exposition des menées subversives de George Soros et de ses réseaux. Par l’exploration philosophique et historique des racines profondes du projet globaliste, son livre pose les fondations d’une pensée paléo-conservatrice française contemporaine. » 

- Xavier Moreau
Géopoliticien, écrivain et directeur de Stratpol.

« Pour tous ceux qui ne se résignent pas à ce que la folie collective devienne notre destin, il faut recommander l’ouvrage de Pierre-Antoine Plaquevent en tant qu’antidote à ce chaos mental et sémantique qui devient le symptôme de notre époque barbare et régressive. »
- Lucien Cerise
Docteur en philosophie, écrivain et conférencier.

« Il s’agit d’une étude approfondie que j’ai réalisée sur la méthodologie et l’idéologie des réseaux Soros et plus largement sur la notion de « société ouverte ». La société ouverte comme projet métapolitique de transformation et d’ingénierie social furtif ; un projet qui se rattache à un courant d’idées et de pratiques politiques qui modèlent et traversent toute l’histoire contemporaine. Ce premier livre politique se veut à la fois un travail d’investigation autant qu’un exposé de la philosophie politique du globalisme. »
- Pierre-Antoine Plaquevent
Auteur, analyste politique et animateur du site Les Non Alignés.

vendredi, 21 septembre 2018

Patriotische Globalisierungskritik

Hin und wieder erreicht uns der Vorwurf, mit dem Konzept der „nachbarschaftlichen Marktwirtschaft“ würden wir Autarkie anstreben und wohl zukünftig Autos in der Garage basteln wollen, die 100 % Made im Erzgebirge sind. Dieser Vorwurf zeigt die Notwendigkeit einer patriotischen Globalisierungskritik, zu der wir heute sechs Thesen liefern möchten.

1. Die Vorteile der Globalisierung sind uns wohlbekannt und wir müssen selbstverständlich unsere Position auf dem Weltmarkt verteidigen! Gerade das geht aber nicht mit Vereinheitlichung, sondern mit Spezialisierung und damit einer Betonung unserer eigenen Wirtschaftskultur.

2017 lagen die deutschen Exporte bei 1,3 Billionen Euro. Fast alle DAX-Konzerne machen zudem hauptsächlich ihre Umsätze im Ausland. Adidas erreicht hier einen Spitzenwert von 95 Prozent. Abschottung wäre folglich in der Lage Deutschlands absolut kontraproduktiv, zumal die Globalisierung noch immer riesige Potentiale bietet – etwa für deutsche Autokonzerne, sollte es gelingen, in Afrika eine gut ausgebaute Infrastruktur zu errichten. Von der prognostizierten Verdreifachung des internationalen Güterverkehrs bis 2050 dürften ebenfalls Unternehmen wie die Deutsche Post profitieren. Insofern ist Autarkie abzulehnen. Dennoch stellt sich die Frage, ob wir auf dem Weltmarkt in eine Position der Abhängigkeit hineingeraten wollen oder eine Position der Selbstbestimmung anstreben. Gerade die Türkei-Krise sollte dabei vor Augen führen, daß Selbstbestimmung immer besser ist als gefährliche Abhängigkeiten von schuldenbasiertem Wachstum in Schwellenländern.

2. Wozu es aber nicht kommen darf, ist eine Globalisierung des Südens!

Daß sich die ganze Welt einheitlich gemäß des nördlichen Vorbilds entwickelt, ist nicht bewiesen. Massenmigrationen und der demographische Niedergang im Norden könnten auch dazu führen, daß sich die Verhältnisse des globalen Südens weltweit ausdehnen.

3. Eine Stärkung der Binnenwirtschaft muß vor dem internationalen Handel immer Vorrang haben. Das wußte schon Adam Smith, der keineswegs so Freihandels-begeistert war, wie immer behauptet.

Investitionen in die eigene Heimat sind stets zu bevorzugen. Adam Smith erklärte in seinem Wohlstand der Nationen anschaulich, warum dies der Fall ist. Investiere ich in ein Unternehmen aus Ausland A, welches Handel treibt mit Ausland B, fließt nur die Rendite zu mir. Die ökonomischen Vorteile meines Investments, z.B. die Schaffung von Arbeitsplätzen, kommen dagegen Ausland A und B zugute.

Genau dies ist anders, wenn ich in ein inländisches Unternehmen investiere, welches dann den Wohlstand im eigenen Land mehren kann, wovon ich indirekt ebenfalls profitiere, weil das Unternehmen bestimmte Produkte herstellt, Steuern zahlt, von denen Schulen gebaut werden können etc. pp.

4. Von Friedrich List lernen wir zudem: Abschottung kann für die Entwicklung junger Industrien notwendig sein, damit sie sich später auf Weltmarkt behaupten können.

Dieses Verständnis von Protektionismus ist das glatte Gegenteil der Politik von US-Präsident Donald Trump, der aufgrund innenpolitischer Erwägungen Industrien auf dem absteigenden Ast schützt.

5. Wir wollen keinen US-„Zero to One“-Globalkapitalismus, sondern marktwirtschaftlichen Wettbewerb und damit Vielfalt!

Das Agieren von Unternehmen wie Coca Cola, Amazon, Paypal und Facebook ist nur im Kontext der amerikanischen Wirtschaftskultur zu verstehen. Sie sind darauf spezialisiert, schnell zu weltweit bekannten Marken heranzuwachsen und versuchen den Wettbewerb auszuschalten, um Monopole zu errichten. Diese Spielart des Kapitalismus bezeichnen wir als „Globalkapitalismus“, der kulturell eine nivellierende Wirkung hat, die wir ablehnen.

Das europäische, marktwirtschaftliche Verständnis setzt dagegen auf Wettbewerb und Vielfalt. Eine „Aura des Wertvollen“ (Mario Pricken), über die eine Qualitätsführerschaft realisiert werden soll, wird dem Billig-Konsum (Preisführerschaft) vorgezogen. Auf die Stärken dieses Wirtschaftsmodells müssen wir uns besinnen. Das kann aber nur gelingen, wenn uns die vielfältigen Zusammenhänge zwischen Markt, Kultur und Moral im Gedächtnis bleiben. Dies betrifft sowohl den Fleiß in der Produktion als auch ein kulturell gewachsenes Wertebewußtsein bei der Auswahl von Produkten (Konsumtion).

6. Identität entsteht vor Ort und nicht durch Globalisierung.

Prof. Dr. Dr. Ulrich Schmidt vom Kieler Institut für Weltwirtschaft (IfW) stellte zu dieser These unlängst fest, daß die Globalisierung bei allen unbestreitbaren Vorteilen, die rational begründet werden können, ebenso zu einigen Verwerfungen geführt habe, die da wären:

Erosion der Identität, des Zusammengehörigkeitsgefühls in der Gesellschaft sowie des sozialen Kapitals wie Vertrauen, Reziprozität und Kooperationsbereitschaft.

Wer die Risiken der Globalisierung abfedern will, wie er sich das wünscht, müsse deshalb auf eine Stärkung lokaler und regionaler Netzwerke und Wirtschaftsbeziehungen setzen:

Verhaltensökonomische Studien zeigen, dass regionale Wirtschaftsbeziehungen soziale Netzwerke stärken und somit den gesellschaftlichen Zusammenhalt fördern sowie das Vertrauen in der Gesellschaft erhöhen. Daher ist der Ausbau regionaler Wirtschaftsbeziehungen geeignet, den aus der Globalisierung resultierenden gesellschaftlichen Herausforderungen zu begegnen. Zudem ergeben sich positive Nebenwirkungen, nämlich Klimaschutz durch weniger Transport sowie die Förderung einer mittelständischen Unternehmensstruktur.

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vendredi, 20 octobre 2017

Une autre internationale du chaos: le réseau Atlas

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Une autre internationale du chaos:  le réseau Atlas

par Auran Derien

Ex: https://metamag.fr

Le site “les crises” a publié un document fort pertinent sur la tyrannie installée en Amérique Hispanique par des organisations  essayant de se camoufler derrière les pensées de l’école néo-libérale.

Observer l’horreur créée par les dirigeants assassins de peuples qui dirigent ces think tank du réseau Atlas, ainsi que la sublime niaiserie des bedeaux qu’ils paient pour éructer des slogans de primates, expose la quintessence de l’inhumanité occidentale. La réalité nue et crue de ce monde  nous aide  à mieux comprendre ce que sont les dirigeants placés à la tête des États européens.

Un principe général : le trafiquant a toujours raison

Le réseau Atlas, en Amérique Hispanique, est très comparable aux réseaux de Young leaders européens financés par des dollars créés ex nihilo pour acheter des cerveaux  vaniteux, auxquels on déblaie le chemin vers des postes de responsabilité sous condition – tirée de la nigologie biblique – qu’ils rendent au centuple, à leurs maîtres, les sommes que ceux-ci ont fait descendre du ciel pour eux.

Les think tank du réseau Atlas sont simultanément des sectes  monothéistes et des associations de malfaiteurs. La croyance en quelques slogans y est fondamentale. Les chefs sont présentés comme purs, bons et justes, de sorte que tout leur est permis. Le crime contre les humains ayant une personnalité y est encouragé puisque seule la foi sauve et que de toutes façons tout est recouvert par la robe sans couture des vérités révélées.

Le réseau Atlas a pour fin de supprimer ce qui gêne le business. Le monde est trop complexe pour les têtes plates que l’on y recrute. Le concept de “public” doit être évacué. La philosophie est trop formatrice de pensée critique. Il ne doit rester que la supériorité a priori du trafiquant, cet escroc sublime qui incarne l’Être. Tous ceux qui ne trafiquent pas ne sont que des marchandises que l’on peut acheter, vendre, dépecer, etc. Donc, la où règne les voyous, en Argentine, au Brésil, en Colombie, au Honduras, etc. ce sont les pantins serviles du réseau Atlas qui tirent les ficelles.

La fin des universités et le retour des prédicateurs

Si l’éducation fut la grande aventure de l’Europe depuis les philosophes grecs, la naissance d’un esprit est désormais proscrite au profit de la fabrication  d’esclaves. Les think tank de la congrégation Atlas remplissent cette nouvelle fonction de destruction massive de la pensée. Le stackanovisme intellectuel, accumulation de justifications mensongères, remplit la vie des penseurs à la petite semaine entassés dans des bureaux chics mais hantés par la haine et le mensonge. Atlas porte sur ses épaules la stupidité monothéiste, les vérités révélées dont la sottise désole et d’où l’esprit a été banni. Les milliers de jocrisses payés par cet empire du néant respectent non seulement les règles de la double morale chère aux vétérotestamentaires mais aussi l’inversion des valeurs.

Au Brésil, une canaille  a été placée à la tête d’un groupe de cuistres caractérisé par sa haine du peuple mais qui a été nommé “Institut Mises” alors que Ludwig von Mises aurait  refusé qu’une bande d’escrocs utilise son nom. L’esprit, sens des ensembles et non addition simpliste de trucs destinés à tromper s’est envolé et on ne sait quand il pourra souffler à nouveau.

Les centrales multimédias intégrent désormais les techniques d’intervention à sens unique dans les réseaux sociaux, comme on a pu l’observer depuis l’élection de Donald Trump. Le gang GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple), contrôlé par quelques fonds financiers, s’est transformé en une association d’assassins de la pensée et de prédicateurs. Le consistoire GAFA censure les humains qui pensent au lieu de croire. Seuls les groupuscules agités, contrôlés, financés par Atlas et compagnie ont le droit de pulluler en Amérique Hispanique où la pensée complexe disparaît au profit de la brutalité des multinationales et autres associations de malfaiteurs. Les nigauds au service d’Atlas sont d’ailleurs en admiration béate devant les criminels militaires chiliens ou argentins qui affirmaient lutter contre les bolchéviques alors qu’ils assassinaient leur peuple et son élite patriote pour complaire au pouvoir infâme installé à l’étranger mais qui payait en dollar. Car tout est là : être au service de la race supérieure des financiers est le seul patriotisme autorisé et approuvé…

Persécuter, partout, les peuples autochtones, est la conséquence normale de l’accaparement du monde par quelques mafias

Le cas de l’Argentine en est un exemple .

La privatisation signifie là-bas vendre des terres aux financiers amis, comme Benetton, la population locale étant incluse dans le lot. Après, un discours bien rôdé soutient qu’il n’existe pas de peuples autochtones, que chacun est un immigrant. En Argentine, les Mapuches seraient donc des étrangers, comme en Europe nous serions des nouveaux venus. Parallèlement, on fait disparaître les élites légitimes des peuples autochtones et on élimine la solidarité interne en envoyant par exemple des Mapuches de l’armée et de la police contre leur propre famille et, en France, en utilisant des “Versaillais”.

La continuité des méthodes révèle les auteurs de cette infâmie. En France, ils anônnent que les Européens sont des immigrés, et leurs élites disparaissent assassinées par les lois que font voter les  professionnels de l’antiracisme. Ainsi le monde passe-t-il aux mains de financiers véreux et de congrégations multinationales .

Lorsque de futures générations auront le courage de couper les têtes de l’hydre globalitaire, personne ne manifestera de nostalgie.

jeudi, 06 juillet 2017

Peut-on mondialiser la démocratie?

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Peut-on mondialiser la démocratie?

par Eberhard Hamer, professeur d’économie

Ex: http://www.zeit-fragen.ch/fr

Démocratie signifie souveraineté par le peuple lui-même, celui-ci élisant ses représentants pour une durée déterminée et pouvant lors des prochaines élections également les destituer – contrairement aux princes héréditaires «de droit divin», aux dictateurs ou aux commissions politiques nommées.


La démocratie directe avec ses initiatives populaires régulières et ses votations populaires à l’échelon national sur des questions politiques de fond n’existe actuellement qu’en Suisse. Toutes les autres démocraties sont des démocraties indirectes, dans lesquelles de la commune jusqu’au plus haut niveau de l’Etat, ce sont les partis qui organisent les majorités des électeurs – c’est-à-dire que le citoyen ne peut élire presque que des partis. Puis, les mandataires des partis élisent l’exécutif. Mais à qui ces mandataires politiques et les membres des exécutifs doivent-ils rendre compte?


Au-dessus de cette démocratie indirecte, le véritable pouvoir ou le pouvoir économique est exercé par des organisations et des réseaux supranationaux, qui ne sont pas même élus de manière indirecte et démocratique. Ainsi, par exemple, le bureau politique de Bruxelles est nommé par les pays de la zone euro. Dans les banques centrales (BCE, FED), encore plus puissantes, les directeurs sont également nommés ou – concernant la FED – même placés par les propriétaires de la banque. Puis, il y a également les organisations internationales et les centres de pouvoir tels la Banque mondiale, le FMI, les agences de notations américaines, etc.


La haute finance et les multinationales ainsi que les médias – leur appartenant ou contrôlés par elles – prétendent pour cette raison depuis 20 ans que l’ère des Etats nationaux est terminée. Sous le leadership des syndicats américains de la haute finance, ils ont édifié un empire du dollar, en multipliant, à l’aide de le FED, les dollars sans aucune retenue. Puis, ils les ont diffusés, sous forme de crédits dans les 200 pays du monde, afin que ces pays deviennent des colonies tributaires (taux d’intérêt et amortissements). Cet empire mondial ne tient naturellement pas compte des besoins des nations – et a donc exigé et mis en place la globalisation.


Entre-temps, à l’aune internationale du «politiquement correct», il n’y a plus que le monde global qui compte: «la liberté de l’Allemagne est défendue au Hindou Kouch», le devoir d’«assumer toujours plus de responsabilité» (c’est-à-dire mettre à disposition davantage d’argent et de soldats) pour soutenir les buts économiques et militaires de l’«unique puissance au monde», l’«obligation» d’accueillir «par souci d’humanité» les flux de réfugiés du monde entier, provoqués par les conflits de la puissance mondiale, etc.
Par contre, toute personne se référant au peuple allemand ou à la nationalité est diffamé par les élites au pouvoir et leurs médias alignés comme étant «populiste», de «droite» ou même «raciste». Avec de telles campagnes médiatiques, on veut créer un lien avec les terribles atrocités que les dominateurs européens ont commis sous forme de meurtres, de persécutions et de discriminations en se référant à la nation. Initialement – et formulé ainsi au XVIIIe siècle par le philosophe allemand Herder – la conscience du peuple était un cadeau de Dieu. Mais à partir de la seconde moitié du XIXe siècle, l’idée du peuple et de la nation a été détournée et utilisée pour des excès violents, avant tout en Europe et en particulier en Allemagne. Ainsi, les notions «national» et «peuple» devinrent un danger politique – non sans l’influence de la rééducation par les Américains. Au début, cela fut illustré par la lutte de la politique et de l’administration contre toute publication nationale, contre tout parti invoquant la nationalité et plus tard même contre le danger suivant: que suite à la fierté des «Ossis» [habitants de l’ancienne RDA, ndt.] après la réunification ou suite au championnat du monde de football, l’«Allemagne» puisse redevenir une valeur politique prisée.


Nous vivons actuellement dans une époque, où l’élite politique dominante et les médias qu’elle contrôle, exigent de la population et des électeurs de soutenir la globalisation pendant qu’elle-même se soumet – sans impliquer le Parlement – aux objectifs mondiaux poursuivis par l’«unique puissance». (Responsabilité de l’Allemagne pour toutes les banques internationales et pays membres de l’UE surendettés, invitation des réfugiés du monde selon la volonté des Etats-Unis et de Bruxelles, sans se référer au Parlement, transition énergétique sans se référer au Parlement selon la volonté des protecteurs internationaux du climat, etc.). Entre temps, les désirs de la population du pays n’ont plus aucune importance – la seule chose qui compte, c’est ce que les réseaux internationaux dictent et attendent des gouvernements.


Cependant, la domination au nom de la globalisation ne correspondra jamais à l’exercice de la volonté du peuple dans sa forme démocratique, mais sera toujours une dictature hiérarchique. Cela explique pourquoi notre élite dominante est si étonnée, offensée et fait preuve d’incompréhension face à l’opposition croissante de ses populations – non seulement dans le cas de l’élection de Donald Trump, mais aussi suite au fait qu’entre-temps un quart du peuple allemand cherche une «alternative» [allusion au nouveau parti politique AfD, Alternative für Deutschland, ndt.]. Notre élite dominante a perdu tout contact avec le peuple, n’est plus que l’exécutant d’ordres internationaux et a – comme dans le cas de la responsabilité pour l’euro et de l’accueil des réfugiés – travaillé contre les intérêts du peuple, en le sacrifiant lui et la démocratie pour répondre à des intérêts étrangers.


Si les élites politiques ne s’étaient pas soumises aux intérêts étrangers, mais avaient garanti les intérêts de leur peuple, il n’y aurait pas eu un tel développement des mouvements alternatifs et démocratiques («populistes») aux Etats-Unis et en Allemagne. Et Mmes Clinton et Merkel ainsi que le bureau politique de Bruxelles n’auraient pas été si surpris par leur perte de popularité.


La démocratie a besoin d’harmonie entre le peuple et les dirigeants élus. Si nous voulons la démocratie, ce n’est pas au peuple de s’adapter mais aux dirigeants. S’ils refusent, ils seront un jour destitués par la partie grandissante de la population et des électeurs mécontents.


Il est donc absurde que notre élite dominante diffame la partie croissante de la population et des électeurs mécontents en parlant de «populisme». Ce n’est pas seulement antidémocratique, mais également politiquement suicidaire.


Seulement si la «voix et la force du peuple», en tant qu’expressions du pouvoir du peuple, restent vivantes et fortes, un changement de pouvoir pacifique et non révolutionnaire sera possible.     •
(Traduction Horizons et débats)

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samedi, 10 juin 2017

DÉSIGNER L’ENNEMI OU DÉSIGNER LE MAL !

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DÉSIGNER L’ENNEMI OU DÉSIGNER LE MAL !

Ex: http://www.geopolitica.ru 

Il n’est pas d’usage dans les colloques académiques de parler ainsi, de manière si brutale et pourtant il m’apparait nécessaire aujourd’hui, et surtout ici sur cette terre Moldave, zone de confluence tectonique entre l’Est et l’Ouest, d’affirmer lucidement et de dire clairement qui nous combattons et pourquoi. Pour Carl Schmitt : « la distinction spécifique du politique […]  c’est la discrimination de l’ami et de l’ennemi.» (Carl SCHMITT, La notion de politique – Théorie du partisan). De son point de vue, la dialectique ami/ennemi s’appréhende comme un concept autonome dans la mesure où elle ne s’amalgame pas avec des considérations morales (bien/mal) ni esthétiques (beau/laid), mais constitue en elle-même une opposition de nature.

Le concept de désignation de l’ennemi de Carl Schmitt, idéologue du régime nazi, fut en quelque sorte intégré mais amendé par le philosophe français Julien Freund entré très jeune dans la résistance à l’idéologie nationale-socialiste : « j’avais compris jusqu’alors que la politique avait pour fondement une lutte opposant des adversaires. Je découvris la notion d’ennemi avec toute sa pesanteur politique, ce qui m’ouvrait des perspectives nouvelles sur les notions de guerre et de paix ». Freund fut dès la fin de la guerre, un partisan de la réconciliation franco-allemande et de l’Europe. Il resta toute sa vie antinazi malgré sa fréquentation de Carl Schmitt et comme il le lui écrivit un jour : « Si nous nous étions rencontrés plus tôt, nous n’aurions pas été du même bord. »

Indéniablement, le concept de désignation de l’ennemi, chez Schmitt comme chez Freund, puise dans la pensée machiavélienne mais dans la logique de l’auteur du Prince, il ne s’agit que d’un bréviaire de l’absolutisme et de conseils donnés au Souverain pour que celui-ci puisse triompher et conserver le pouvoir. Autrement dit, la vision politique de Machiavel et de ceux qu’il a inspiré est à échelle humaine et ne s’inscrit pas dans un processus historique transgénérationnel. Les conseils que donne le philosophe florentin à Laurent de Médicis, même s’ils intègrent les valeurs cyniques, ne s’inscrivent pas dans une vue du monde visant au pouvoir absolu sur l’humanité entière. Machiavel souhaite la réunification de l’Italie par les Médicis. Son ambition s’arrête là. Or, nous avons de bonnes raisons de penser, qu’à peu près à la même époque, en Grande-Bretagne, et peut-être par l’entremise de philosophes italiens comme Pic de la Mirandole ou Gerolami Cardano, est en train de se cristalliser autour d’un philosophe kabbaliste renommé, John Dee, une autre conception du monde, beaucoup plus ambitieuse et qui elle visera à l’imperium total sur les affaires du monde.

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John Dee fut l’inventeur de la notion d’Empire britannique, et à partir de ce moment et pour la seconde fois dans l’histoire du monde, l’aristocratie d’un peuple se percevait comme élevée par la grâce divine pour accomplir à travers les siècles la volonté du Tout-Puissant.

Ce qu’il faut bien comprendre c’est que depuis cette révolution de la pensée, la nature des conflits a radicalement changé : nous ne sommes plus à l’heure des affrontements entre les Horaces et les Curiaces, entre les Gaulois et les Romains, les Tatars et les Russes, les Roumains et les Turcs, mais nous sommes entrés dans une nouvelle ère où l’ennemi n’a plus seulement pour but de conquérir des territoires ou d’exiger un tribut des peuples vaincus, mais il est aussi l’incarnation d’un hegemon total qui ne perçoit pas la guerre en terme d’amis ou d’ennemis, mais dans une radicalité totale où l’altérité doit être « désanimée » c’est-à-dire littéralement privée de son âme (vendre son âme au Diable…).

Cette entité profondément hostile à tout ce qui est humain, n’est pas seulement l’incarnation d’une volonté de puissance destinée à conquérir le monde, mais je crois profondément que le petit cercle d’initiés qui agit depuis des siècles pour asseoir sa domination sur la terre au fil des générations vise à l’anéantissement de la vie par haine totale du genre humain. J’en veux pour preuve la triste condition humaine que l’on peut observer sur tous les territoires où règne l’esprit de Mammon. Regardez à quoi ressemblait l’Angleterre au XIXème siècle telle que la décrivait Dickens ou encore la France miséreuse que dénonçait Zola. Regardez à quoi ressemblent les grandes métropoles occidentales où des populations obèses se pressent dans des hypermarchés pour s’empiffrer de nourritures frelatées  fabriquées par les multinationales. Regardez ces banlieues immondes où s’entassent dans des clapiers de béton des populations déracinées et abruties par le spectacle du sport et des divertissements débiles.

Un bon médecin, quand il a achevé son diagnostic sur la pathologie observée sur le patient, ne se contente pas d’administrer des remèdes, mais il essaye d’identifier les causes et la racine du mal. C’est là toute la définition de l’étiologie, à savoir l’étude des causes et des facteurs d’une maladie.

 Le temps qui m’est imparti ne permettra pas d’entrer dans les détails de ce que l’on peut définir comme la maladie occidentale par excellence, celle qui se diffuse tel un virus par pandémie et que j’ai baptisée l’idéologie anglo-saxonne.

Pourquoi anglo-saxonne, tout simplement parce que l’observation objective de la plupart des guerres et des conflits qui se sont déroulés depuis des siècles en Europe et dans le monde et jusqu’à nos jours ont à un moment donné une implication née quasi invariablement sur les bords de la Tamise ou du Potomac. 

Qu’est-ce que l’idéologie anglo-saxonne et comment est-elle née ?

Il faut pour cela remonter à la période élisabéthaine de la monarchie anglaise, à la fin du XVIème siècle et au début du XVIIème. En 1600, l’Angleterre ne compte que 4 millions d’habitants quand la France en compte près de 20 millions. Cette faiblesse démographique comparée aux puissances continentales de l’époque, France et empire des Habsbourg et la menace extrême qu’a représentée la tentative d’invasion de l’Angleterre par l’Invincible Armada du roi d’Espagne Philippe II est probablement à l’origine de la politique suivie depuis lors par les élites britanniques (politique du faible au fort), à savoir provoquer la division et l’affrontement chez tous leurs ennemis potentiels. Leur principal atout est l’insularité et la puissance maritime et elles l’exploiteront à fond, par tous les moyens, la guerre bien sûr, le blocus -on appelle cela aujourd’hui des sanctions -, mais aussi la piraterie et le commerce (c’est dans les Caraïbes que sont domiciliées aujourd’hui quelques-unes des principales places-fortes anglo-saxonnes de l’évasion fiscale et que sont ces paradis fiscaux si ce n’est des havres où se réfugient les pirates de l’économie mondiale après avoir spolié les peuples qu’ils ont escroqués).

Le grand rêve de puissance et d’hégémonie mondiale de l’oligarchie anglaise est né, selon moi, au retour de l’expédition autour du monde du pirate Francis Drake le 26 septembre 1580 où la part du butin volé aux Espagnols et réservée à la reine Elisabeth représentait selon certaines sources une fois et demie le budget annuel du royaume.

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Francis Drake est probablement devenu après ses exploits le modèle à suivre et parmi ses nombreux admirateurs, un en particulier mérite d’être retenu, Walter Raleigh (cf. controverse Ecole de la nuit), car il fut l’un des premiers avec John Dee à avoir conceptualisé l’hégémonie anglo-saxonne sur le monde. En effet, ce gentilhomme, un peu pirate lui aussi, un peu aventurier et qui finit décapité à la tour de Londres, eut le temps d’écrire avant sa mort un ouvrage intitulé en toute simplicité l’Histoire du monde et dans lequel il affirme : « Qui tient la mer tient le commerce du monde, qui tient le commerce tient la richesse, qui tient la richesse du monde tient le monde lui-même ».

Mais cette idée s’est transmise de génération en génération à travers les siècles dans le monde anglo-saxon (par deux sources, souvent liées : source exotérique universitaire et source ésotérique franc-maçonnerie), notamment chez le Britannique Mackinder dont la formule maîtresse est « qui tient l’Europe orientale tient le heartland, qui tient le heartland domine l’île mondiale, qui domine l’île mondiale domine le monde » et qui s’est transformée chez l’Américain Spykman dans la formule plus ramassée « Qui contrôle le rimland gouverne l'Eurasie ; qui gouverne l'Eurasie contrôle les destinées du monde ».

Ce qui est extraordinaire c’est qu’à trois siècle de distance, ces trois personnages partagent tous l’idée de domination du monde et c’est là véritablement qu’il faut comprendre la nature profonde de cette idéologie anglo-saxonne : la volonté d’asservissement de toute l’humanité.

Dans la conception cynique de la politique telle que la concevait Machiavel et ses successeurs, la notion d’ami et d’ennemi est relative. En effet, l’ami peut trahir demain et l’ennemi d’hier devenir un allié, voire un ami à son tour. L’idéologie anglo-saxonne elle a absolutisé la notion d’ennemi puisque tout est subordonné à la fin ultime qui est de dominer toutes les nations. Bien entendu, en tenant compte de la complexité des affaires du monde et ce projet mondialiste s’inscrivant dans une lutte à travers les siècles, on a pu observer les Anglo-Saxons exceller dans l’art de renverser les alliances, de jouer les uns contre les autres et pratiquer avec un art consommé une politique que n’aurait pas reniée Machiavel. Mais là où Machiavel limite la fortune du Prince à sa conquête de l’Italie et à l’horizon de la vie de ce Prince, les apôtres de l’idéologie anglo-saxonne ont introduit une dimension téléologique justifiant leurs actions par l’atteinte du but final – ce qu’ils appellent aujourd’hui la gouvernance mondiale - une espèce de Parousie où les élus ayant signé le pacte seraient appelés à régner sur le monde. Dès lors, tous ceux qui s’opposent ou qui freinent, même inconsciemment, cette vision du monde deviennent des ennemis absolus et sont désignés comme le Mal par excellence, sans espoir de rémission, sauf à déposer les armes, comme la Russie l’a fait un temps entre 1991 et 1999.

Mais si l’idéologie anglo-saxonne a mis en place un Système qui non seulement ignore la notion première du politique à savoir la recherche du bien commun mais considère au surplus tout ce qui ne le sert pas comme le mal, alors la vieille distinction ami/ennemi n’est plus opérante. Nous ne sommes plus et depuis longtemps, à l’époque de la guerre en dentelle et des relations chevaleresques au combat, nous sommes au contraire plongés dans une guerre totale, une relation agonale absolue dont la finalité est notre disparition ou notre liberté.

Ayant retenu de Machiavel la nécessité de la ruse et de la dissimulation pour parvenir à ses fins, le Système applique ces méthodes dans tous les domaines de la vie et en particulier dans le contrôle des esprits. Bien évidemment, il va aussi user de la force ou de la menace de la force pour faire avancer ses pions – ce sont les guerres en Yougoslavie, en Tchétchénie, en Géorgie ou en Ukraine, guerres en Lybie, en Syrie ou en Irak, boucliers anti-missiles placés en Roumanie et en Pologne ou troupes de l’OTAN positionnées aux frontières de la Russie… - et bien évidemment la conquête du monde ne peut s’envisager qu’avec le concours de la force, mais bien souvent celle-ci n’est utilisée que pour masquer d’autres méthodes comme celles qui ont été utilisées avec succès, notamment en Géorgie et en Ukraine lors des révolutions de couleur qui ont fait basculer ces pays dans le camp occidental.

Et c’est là que je voudrais attirer l’attention de nos amis sur le danger mortel que fait courir le combat culturel et que pratiquent admirablement les sectateurs de Mammon. Vous croyez que la publicité est une simple industrie devant être gérée par des marchands de rêve. Grave erreur les amis, il s’agit d’une arme de destruction massive destinée à atomiser et déshumaniser les sociétés dans lesquelles elle opère.

Vous pensez que la musique est l’âme d’un peuple ? Non ! elle est devenue un business mondial et la majorité des musiques que nous écoutons - même malgré nous - sont anglo-saxonnes parce que les canaux par lesquels elle est diffusée sont régis par la publicité, elle-même contrôlée par la haute finance.

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Sans publicité, pas de contrôle occulte des médias. Le premier devoir d’une société recouvrant sa liberté devrait être d’interdire les régies publicitaires. Le deuxième devrait être de nationaliser les banques et le troisième de contrôler l’enseignement, en commençant par l’université où on forme les maîtres, en y éradiquant les ferments du libéralisme, qui n’est que l’idéologie politique préférée du Système, celle par laquelle, est perfusée goutte à goutte dans le corps d’un peuple les ferments de la dissolution et de la mort.

Mais pour que les choses soient bien claires, les oligarques anglo-saxons peuvent aussi se servir du fascisme ou du communisme pour provoquer des affrontements mortels et en tirer les marrons du feu. Qui a financé la Révolution de 1917 ? Qui a financé l’arrivée de Hitler au pouvoir ?

Par ailleurs, ce sont bien les Russes qui ont vaincu le nazisme en 1945 ? Mais qui aujourd’hui contrôle l’Allemagne de Madame Merkel si ce n’est la City de Londres ou encore Wall Street ?

En guise de conclusion, je reviendrai sur le titre de mon exposé : Désigner l’ennemi/désigner le mal pour vous dire que nous aurions tort de considérer l’idéologie anglo-saxonne comme un simple ennemi qu’il nous faut affronter. L’idéologie du Système est une vision du monde globale dont la finalité est la réduction drastique de l’humanité et la mise en esclavage de ceux qui auront été épargnés. Il ne s’agit donc pas d’une lutte entre les Gibelins et les Guelfes, les Armagnacs et les Bourguignons, les sudistes et les nordistes, les Avars et les Petchénègues ! Non ! Il s’agit d’une guerre totale, d’essence spirituelle et dont l’enjeu est en toute simplicité la survie ou la disparition de l’humanité. Le triomphe du mondialisme, si par malheur il advient, sera le triomphe du mal.

Une des armes préférées du Système est la pratique de l’inversion accusatoire consistant à imputer à son ennemi la responsabilité d’un crime que l’on a soi-même commis. Le Système est très doué aussi pour diaboliser ses ennemis transformant les patriotes en nazis, ceux qui luttent contre l’euthanasie ou l’avortement comme des ennemis de la liberté, ceux qui défendent le christianisme comme des obscurantistes etc.

Il faut retourner ces armes de diabolisation contre le Système. Désormais, grâce à l’élection présidentielle française, les masques sont tombés et le véritable clivage sera entre les patriotes et les mondialistes. Ces derniers sont les ennemis de la liberté ! ce sont eux les ennemis de l’humanité ! ce sont eux les sectateurs du fascisme financier ! Ce sont eux les fossoyeurs de la vie. Il est temps d’ouvrir les yeux les amis et de débarrasser le monde de cette engeance. 

lundi, 29 mai 2017

« Le grand échiquier » de Zbigniew Brzezinski

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« Le grand échiquier » de Zbigniew Brzezinski

par Philippe Raggi

Ex: http://www.polemia.com 

L’œil américain sur l’échiquier mondial.

♦ Il est toujours bon de rappeler certaines choses, même si celles-ci furent dites il n’y a pas si longtemps de cela ; n’est-ce pas un des premiers principes pédagogiques ?
Ainsi, les propos de Zbigniew Brzezinski peuvent-ils prendre aujourd’hui peut-être davantage de reliefs, de couleurs, quatorze ans après la publication française de son ouvrage intitulé Le grand échiquier paru chez Fayard.

Très proche de l’exécutif américain, ancien conseiller à la sécurité de la présidence des Etats-Unis, expert fort écouté du Center for Strategic and International Studies, membre du très influent Counsil on Foreign Relations, Zbigniew Brzezinski est loin d’être un personnage de second rang. Quelques années après le médiatique « Clash of civilisations » de Samuel P. Huntington, où développant le concept d’Occident cet auteur désignait les adversaires des Etats-Unis et l’importance du bloc islamo-confuséen, et où le paradigme de l’après guerre froide devenait le choc des civilisations, Brzezinski faisait paraître The grand chessboard. Cet ouvrage est un examen sérieux de géopolitique mondiale, et trace les objectifs stratégiques des Etats-Unis pour les prochaines décennies.

Dès l’introduction, nous sommes renseignés sur la portée de l’ouvrage ; il ne s’agit pas d’un énième travail de géostratégie présentant les forces, les interactions, les évolutions, les constantes du monde contemporain, mais bien d’une vision de géostratégie s’inscrivant dans une eschatologie terrifiante. Le but est clair : asseoir et renforcer le rôle dominant des Etats-Unis comme première puissance mondiale ; pour cela, nous dit Brzezinski, il faut à tout prix empêcher l’émergence d’une puissance sur le continent eurasien capable de rivaliser avec les Etats-Unis. En effet, nous dit-il, celui qui tiendrait ce continent serait le maître du monde ; Hitler et Staline, qui l’avaient compris, s’y sont d’ailleurs essayés dans le passé mais sans succès. Les Etats-Unis doivent veiller au respect légitime de la primauté américaine sur cette Eurasie, car ses objectifs sont « généreux ». Ainsi, dans cette logique implacable, défier l’Amérique serait agir contre « les intérêts fondamentaux de l’humanité ». Tout est dit.

Dans le premier chapitre, nous est brossé le tableau de l’évolution de la puissance américaine depuis 1898 (guerre contre l’Espagne) jusqu’à son état actuel de première puissance mondiale. Nous y voyons cette attitude anti-européenne constitutive de la création des Etats-Unis : cette Europe aux « privilèges archaïques et aux hiérarchies sociales rigides ». La première irruption des Etats-Unis dans la géopolitique européenne n’est pas abordée du point de vue de ses portées réelles, meurtrières (les quatorze points de Wilson portant en germe les conflits européens à venir), mais sous l’angle du formidable idéalisme américain allié à une puissance militaire, économique sans précédent qui font que ses principes sont pris en compte dans la recherche de solutions aux problèmes européens ; le nouvel acteur de l’arène internationale fait valoir sa vision du monde.

La fin de la seconde guerre mondiale fait émerger un monde bipolaire, et le temps de la guerre froide voit se mettre en place des enjeux géopolitiques clairement définis : les Etats-Unis contre l’Eurasie (URSS), avec le monde comme enjeu. Avec l’effondrement et l’éclatement de l’Union Soviétique, les Etats-Unis deviennent, nous dit Brzezinski, « la première puissance globale de l’histoire ». Le parallèle avec Rome est vite amené, et nous apprenons que Rome (empire simplement régional) est même dépassée.

L’auteur établit ensuite la liste des empires ayant eu une aspiration à la domination mondiale ; il y en a eu trois : l’empire romain, la Chine impériale et l’empire mongol. Parmi ces trois, seul l’empire mongol approche la définition moderne de puissance mondiale, nous dit Brzezinski ; seul cet empire peut être comparé aux Etats-Unis d’aujourd’hui. Mais, après deux siècles d’existence (du XIIIème au XVème siècle), cet empire disparaissait sans laisser de traces ; ce qui devrait faire réfléchir d’avantage l’auteur.

L’Europe devient ensuite le foyer de la puissance globale et le lieu où se déroule les luttes pour l’acquérir, sans toutefois être dominé par un Etat en particulier. Brzezinski note que la France en premier lieu (jusqu’en 1815), puis la Grande-Bretagne (jusqu’en 1914) ont eu leur période de prééminence. Mais, aucun de ces empires n’a vraiment été global. Le fait que les Etats-Unis se soient élevés au rang de puissance globale est, lit-on, unique dans l’histoire. Ce pays a un appareil militaire qui est le seul à avoir un rayon d’action global.

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Cette prééminence fait de l’ombre à la Russie et à la Chine ; néanmoins, le retard technologique de ces deux pays fait qu’ils n’ont pas de politique significative sur le plan mondial. Dans les quatre domaines clés (militaire, économique, technologique et culturel) les Etats-Unis sont dominants, et ceci lui confère la position de seule superpuissance globale.

Brzezinski développe ensuite ce « système global » propre aux Etats-Unis. La puissance globale des Etats-Unis viendrait d’une part du pluralisme de sa société et d’autre part de son système politique. Incidemment, nous apprenons que par le passé les Européens, dans leurs visées impériales, n’ont été que des « aventuriers ». Autre élément de ce système : les idéaux démocratiques sont aujourd’hui identifiés dans le monde comme issus de la tradition politique américaine ; les Etats-Unis sont devenus Le modèle incontournable. La doctrine américaine, « mélange actif » d’idéalisme et d’égoïsme, est le seul qui prévaut; bien entendu ceci pour le plus grand profit de tous.

Mais cette suprématie américaine repose également, apprend t-on, sur un système élaboré d’alliances couvrant la planète. L’OTAN, l’APEC, le FMI, l’OMC, etc. (dans lesquels les Etats-Unis ont un rôle prépondérant, sinon directif) constituent un réseau mondial actif et incontournable dans la constitution et la conservation de la puissance globale américaine. Et les Etats-Unis se doivent de conserver cette position d’hégémonie globale sans précédent ; il y aurait comme une « mission » confiée à ce pays. Il lui faut impérativement prévenir toute émergence de rivaux, maintenir le statu quo ; ceci au nom du bien être de l’humanité, bien entendu.

De nouveau, dans le second chapitre, et avec la même logique utilisé par l’auteur dans l’introduction, on apprend que le maintien de la prééminence des Etats-Unis dans le monde va de pair avec la paix dans le monde. L’enjeu est l’Eurasie, nous dit Brzezinski ; C’est l’Eurasie qui est « l’échiquier », c’est là que se déroule le jeu pour la domination mondiale. Apparaît alors la phobie des Etats-Unis : une éventuelle unité politique de l’Eurasie. Et l’auteur d’établir l’univers des possibles, la recension des différents cas de figures qui feraient que les Etats-Unis seraient en position d’affaiblissement ; nous apprenons que l’hégémonie américaine est superficielle, et qu’elle ne passe pas par un contrôle direct sur le monde. C’est ce qui distinguerait l’Amérique des empires du passé. De plus, toujours dans les faiblesses du « géant », il y a le fait que le système de la démocratie « exclu toute mobilisation impériale » ; mais on peut en douter justement par ces moyens d’alliances et de coalitions très « incitatifs » mis en place. Nous sommes également surpris dans la vision que Brzezinski prête aux Américains face à leur statut de superpuissance mondiale sans rivale : ils ne considèreraient pas que ce statut leur confère des avantages particuliers. Les faits prouveraient plutôt autre chose.

Nous abordons plus loin les thèmes de la géostratégie et de la géopolitique. Sans surprise, nous apprenons que la géographie prédestine les priorités immédiates des pays ; nous le savions depuis au moins Napoléon. Halford J. Mackinder au début du siècle avait tracé déjà ce que nous avions vu plus haut développé par Brzezinski, à savoir que « qui gouverne l’Europe de l’Est domine le heartland, qui gouverne le heartland domine l’île-monde, et qui gouverne l’île-monde domine le monde » (le heartland étant le cœur continental). L’Amérique suit donc cette voie pour parvenir au maintien de son rang.

Suit une analyse des principaux acteurs et une reconnaissance appropriée du terrain. Les Etats eurasiens possédant une réelle dynamique géostratégique gênent les Etats-Unis, il s’agit donc pour ces derniers de formuler des politiques spécifiques pour contrebalancer cet état de fait. Ceci peut se faire par trois grands impératifs : « éviter les collusions entre vassaux et les maintenir dans l’état de dépendance que justifie leur sécurité ; cultiver la docilité des sujets protégés ; empêcher les barbares de former des alliances offensives ». Tout le programme des Etats-Unis est là. Pour la poursuite de son analyse, Brzezinski distingue les « acteurs géostratégiques » (France, Allemagne, Russie, Chine et Inde) des « pivots géopolitiques » (Ukraine, Azerbaïdjan, Corée, Turquie et Iran). Les premiers sont en mesure de modifier les relations internationales, « au risque d’affecter les intérêts de l’Amérique » ; les seconds ont une position géographique leur donnant « un rôle clé pour accéder à certaines régions ou leur permet de couper un acteur de premier plan des ressources qui lui sont nécessaires ».

La France et l’Allemagne sont deux acteurs géostratégiques clés qui, par « leur vision de l’Europe unie », (…) « projet ambitieux », (…) « s’efforcent de modifier le statu quo ». Ces acteurs sont l’objet « d’une attention toute particulière des Etats-Unis ». Cependant, on peut se poser la question de la « réelle volonté d’indépendance européenne » instiguée par ces deux pays.

La Russie, joueur de premier plan malgré l’affaiblissement de son Etat, n’a pas tranché quant à son attitude vis à vis des Etats-Unis : partenaire ou adversaire ? La Chine, puissance régionale importante, a des ambitions élevées : la Grande Chine. Le Japon, puissance internationale de premier ordre mais qui ne souhaite pas s’impliquer dans la politique continentale en Asie. Maintenir les relations avec le Japon est un impératif pour les Etats-Unis, ne serait-ce que pour maintenir la stabilité régionale. L’Inde, qui se définit comme un rival de la Chine, est le seul pôle de pouvoir régional en Asie du Sud ; cependant ce pays n’est pas gênant pour l’Amérique car il ne contrarie pas les intérêts américains en Eurasie. L’Ukraine, l’Azerbaïdjan : le sort de ces deux pays dicteront ce que sera ou ne sera pas la Russie à l’avenir. La Turquie, facteur de stabilité dans la Mer Noire, sert de contrepoids à la Russie dans le Caucase, d’antidote au fondamentalisme islamique, et de point d’ancrage au Sud pour l’OTAN. Brzezinski nous fait là un chantage à l’islamisme pour que la Turquie intègre l’Union Européenne : « l’Amérique va profiter de son influence en Europe pour soutenir l’admission éventuelle de la Turquie dans l’UE, et mettre un point d’honneur à la traiter comme un état européen » afin qu’Ankara ne glisse vers les intégristes islamiques. Mais les motifs américains sont aussi plus prosaïques : les Etats-Unis soutiendront « avec force l’ambition qu’ont les Turcs de mettre en place un pipeline reliant Bakou à Ceyhan qui servirait de débouché à la majeure partie des ressources en énergie du bassin de la mer Caspienne ». L’Iran est, curieusement, un élément stabilisateur dans la redistribution du pouvoir en Asie Centrale ; il empêche la Russie de menacer les intérêts américains dans la région du golfe persique. « Il n’est pas dans l’intérêt des Etats-Unis de continuer à avoir des relations hostiles avec l’Iran », et ceci « malgré son sentiment religieux, à condition que celui-ci ne se traduise pas par un sentiment anti-occidental ». Mais les véritables raisons pointent quelques lignes plus bas, avec « la participation des Etats-Unis au financement de projets de pipelines entre l’Iran, l’Azerbaïdjan et le Turkménistan ».

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Vis à vis de l’Europe, les USA sont, dans les principes tout au moins, pour la construction européenne ; cependant, leur souhait est une Europe vassale. L’OTAN est non seulement le support essentiel de l’influence américaine mais aussi le cadre de sa présence militaire en Europe de l’Ouest. Pour autant, c’est un réel partenariat que souhaite l’Amérique ; on peut se demander toutefois, à l’aune de ces points de vues contradictoires (une Europe à la fois vassale et partenaire), quelle est la marge de manœuvre laissée à l’Europe par les Etats-Unis, et dans quels domaines elle pourrait s’exercer.

La problématique géostratégique européenne sera, lit-on, directement influencée par l’attitude de la Russie et de sa propre problématique. Et pour faire face à toute éventualité, les Etats-Unis doivent empêcher la Russie de « recouvrer un jour le statut de deuxième puissance mondiale » ; à terme, ce pays posera un problème lors de son rétablissement comme « empire ». L’Asie centrale, zone inflammable, pourrait devenir le champ de violents affrontements entre Etats-nations. Le Golfe persique est une chasse gardée des Etats-Unis ; « la sécurité dans cette zone est du ressort de l’Amérique ». On comprend mieux les enjeux de la guerre menée contre l’Irak. Le défi du fondamentalisme islamique quant à lui « n’est guère stratégique » ; ce qui expliquerait l’attitude ambiguë des USA à l’égard de celui-ci. L’Islam n’a pas d’ « Etat-phare » dirait Huntington. La Chine pour sa part évolue, mais l’incertitude demeure quant à sa démocratisation. Brzezinski note que dans le cas de l’émergence d’une « grande Chine », le Japon resterait passif ; cette neutralité cause quelques craintes aux Etats-Unis. De plus, les Etats-Unis doivent se prémunir contre l’éventualité d’un développement de l’axe sino-japonais. L’Amérique doit faire des concessions à la Chine si elle veut traiter avec elle ; « il faut en payer le prix » nous dit l’auteur. Toujours dans cette zone, la mesure impérative de la stratégie US est « le maintien de la présence américaine en Corée du Sud » ; elle est d’« une importance capitale ». Une autre crainte américaine serait la naissance d’une grande coalition entre la Chine, la Russie et peut-être l’Iran ; une coalition anti-hégémonique, « unie par des rancunes complémentaires ». Enfin, pour maintenir la primauté américaine, la solution adoptée et recommandée est « l’intégration de tous ces Etats dans des ensembles multilatéraux, reliés entre eux, et sous l’égide des Etats-Unis ».

Le chapitre suivant aborde l’Europe, « tête de pont de la démocratie », où il faut entendre en fait, bien sûr, « tête de pont des Etats-Unis ». L’Union Européenne, union supranationale, dans le cas où elle réussirait deviendrait une puissance globale, apprend t-on ; ce qui veut dire qu’elle ne l’est pas aujourd’hui. La réussite de ce projet, permettrait à ces pays européens « de bénéficier d’un niveau de vie comparable à celui des Etats-Unis » ; mais est-ce vraiment la panacée, et a-t-on besoin de cette Europe-là pour y parvenir ? Par ailleurs, ce niveau de vie n’est-il pas déjà atteint ? Dans l’appréciation de cette idée de projet européen, on note toujours un « oui, mais » ; en effet, cette Europe est placée incidemment « sous l’égide américaine ». Nous pouvons à juste titre nous demander où est le réel « partenariat », « la réelle équité » tant vantée par l’auteur ?

Brzezinski nous fait un tableau sans concession de l’Union Européenne : les Etats européens dépendent des Etats-Unis pour leur sécurité ; une « Europe vraiment européenne n’existe pas » ; et poursuit-il, « sans détour, l’Europe de l’Ouest reste un protectorat américain ». Tous ceci est un soufflet à ceux qui pensent que l’Europe, grâce à l’Union, est la structure permettant une indépendance vis à vis des Etats-Unis. Comme la situation de l’Union européenne est floue, indécise, « les Etats-Unis ne doivent pas hésiter à prendre des initiatives décisives ».

« Le problème central pour l’Amérique est de bâtir une Europe fondée sur les relations franco-allemandes, viable, liée aux Etats-Unis et qui élargisse le système international de coopération démocratique dont dépend l’exercice de l’hégémonie globale de l’Amérique ». Ainsi, comme partout ailleurs, les USA se moquent de leurs « alliés » du moment ; seuls comptent les intérêts finaux américains. Observant la politique européenne et son évolution récente, Brzezinski nous dit que la lutte contre la montée « de l’extrémisme politique et du nationalisme étriqué » doit se faire par la constitution « d’une Europe plus vaste que la somme de ses parties – c’est à dire capable de s’assigner un rôle mondial dans la promotion de la démocratie et dans la défense des droits de l’homme ». Le procédé est toujours le même ; pour asseoir ses fins, il faut « diluer» les entités dans des ensembles plus vastes. De plus, dans le processus de construction « européenne », l’UEO apparaît de fait comme l’antichambre de l’OTAN. Il est trop tôt, nous dit Brzezinski, pour fixer catégoriquement les limites orientales de l’Europe. Cependant, pour ce qui est du connu, « l’objectif géostratégique central de l’Amérique en Europe est de consolider sa tête de pont sur le continent eurasien » ; ceci pour constituer un tremplin dans le but « d’instaurer en Eurasie un ordre international fondé sur la démocratie et la coopération », en fait sur la domination américaine.

Le rôle de l’Allemagne est celui du bon vassal, « bon citoyen de l’Europe, partisan déterminé des Etats-Unis » ; elle n’a jamais remis en cause « le rôle central des Etats-Unis dans la sécurité du continent ». C’est l’effondrement du bloc soviétique qui a fait que « pour l’Allemagne, la subordination à la France n’offrait aucun bénéfice particulier ». Elle a aujourd’hui un rôle entraînant ; « en entretenant des relations étroites avec la puissante Allemagne, ses voisins bénéficient de la protection rapprochée des Etats-Unis ». Avec le rapprochement germano-polonais, « l’Allemagne peut exercer son influence jusque dans les pays baltes, l’Ukraine, la Biélorussie ». La sphère d’influence allemande s’est déplacée vers l’Est, et « la réussite de ces initiatives confirme la position dominante de l’Allemagne en Europe centrale ». Sans l’élargissement de l’OTAN aux pays de l’Est, « l’Amérique essuierait une défaite d’une ampleur mondiale », note Brzezinski. Ainsi, la collaboration américano-germanique est-elle « nécessaire pour élargir l’Europe vers l’Est ». Par ailleurs, nous apprenons que « l’Europe ne se réalisera pas sous l’égide de Berlin » ; parions toutefois que, pour l’auteur, cela ne s’envisage bien plutôt « sous l‘égide de Washington ».

Quant à la France, « puissance moyenne post-impériale », elle n’a pas les moyens de ses prétentions. Son rêve de grandeur pour une Europe sous conduite française correspondrait pour elle, nous dit l’auteur, à la « grandeur de la France ». Cependant, elle pourrait avoir des velléités pour traiter directement avec la Russie, et ainsi s’affranchir relativement des Etats-Unis ; nous voyons poindre là une légère inquiétude vis à vis de la France. Pour autant, la France est tout de même « un partenaire indispensable pour arrimer définitivement l’Allemagne à l’Europe ». N’étant pas assez forte pour faire obstacle aux objectifs géostratégiques américains en Europe, « la France avec ses particularismes et ses emportements peut être tolérée ». Quant au couple franco-allemand est primordial pour les intérêts américains ; une remise en cause de cette unité « marquerait un retour en arrière de l’Europe », et serait « une catastrophe pour la position américaine sur le continent ». Il est clair également que les Etats-Unis se servent de l’Allemagne (dominant économiquement en Europe) pour canaliser et « tenir » la France.

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La chapitre suivant, intitulé « Le trou noir », traite de la Russie à l’aune des changements survenus depuis la fin de l’Union Soviétique et la naissance de la Communauté des Etats Indépendants. « Il est indispensable que l’Amérique contre toute tentative de restauration impériale au centre de l’Eurasie » qui ferait obstacle à ses objectifs géostratégiques premiers : « l’instauration d’un système euro-atlantique ». Après l’effondrement de l’Empire, qui a vu un vide politique (le « trou noir ») s’instaurer au cœur même de l’Eurasie, et qui a ramené la Russie « au niveau d’une puissance régionale du tiers monde », Brzezinski constate que cet état a très peu d’espaces « géopolitiquement sûrs ».

Les frontières actuelles de la Russie ont reculé de plus de mille kilomètres vers le Nord après 1991, et les états qui l’entourent actuellement constituent une ceinture, un obstacle à son épanouissement, à son développement ; ceci tant vers l’Est que vers la Mer Noire et le Sud-Est de l’ancien Empire. L’auteur fournit une réponse américaine aux questions russes ; l’Amérique se préoccupe de savoir « ce qu’est la Russie, et ce que doivent être ses missions ainsi que son territoire légitime ». Mais la raison essentielle qui fait le regard critique, systématique américain vis à vis de la Russie est qu’elle a « une identité eurasienne », une « personnalité eurasienne », ce que les Etats-Unis n’ont pas par nature. Et si les Etats-Unis soutiennent l’Ukraine c’est que sans ce dernier, aucune restauration impériale n’est possible pour la Russie. C’est l’application de la technique du « roll back », celle du refoulement de la Russie vers l’Asie.

Plus loin, Brzezinski note que les Etats de l’ex-URSS, pour échapper aux nouvelles visées « impériales » russes, « ont cherché à tisser leurs propres réseaux de relations internationales, avec l’Ouest pour l’essentiel, mais aussi avec la Chine ou les pays musulmans au Sud ». La seule solution honorable pour la Russie, nous dit l’auteur, est « une direction partagée avec l’Amérique » ; ce pays « devrait se résoudre à jouer un rôle de tampon entre l’expansionnisme chinois et l’Ouest », à choisir l’Europe, alliée des Etats-Unis, pour faire face à d’éventuelles visées expansionnistes chinoises. Reste donc pour Moscou le « choix européen, seule perspective géostratégique réaliste » ; et, par choix « européen » ont peut entendre, en fait, choix « occidentalo-américain ». Pour les Etats-Unis, « la Russie paraît vouée à devenir un problème », et d’autant plus si d’aventure une alliance avec la Chine et l’Iran se concrétisait. C’est la raison pour laquelle les Etats-Unis doivent « éviter de détourner la Russie de son meilleur choix géopolitique » à savoir, l’Europe atlantiste. La Russie doit s’intégrer à l’Europe, en suivant un processus graduel, commençant par sa « participation au Conseil de l’Europe », à l’instar de la Turquie Kémaliste qui « s’est engagée sur la voie de la modernisation, de l’européanisation et de la démocratisation » ; la deuxième étape de cet arrimage européen de la Russie serait la proposition d’une charte avec l’OTAN par l’Europe et l’Amérique. Enfin, ultime étape dans ce processus, l’intégration de la Russie dans l’Union Européenne. Cependant, précise l’auteur, le choix de l’Europe pour la Russie se fera plus facilement une fois l’Ukraine intégrée elle-même à l’OTAN et à l’Union Européenne.

Les « Balkans eurasiens » sont l’objet du chapitre suivant. Ces nouveaux « Balkans » sont constitués de neufs pays : le Kazakhstan, le Kirghizistan, le Tadjikistan, l’Ouzbékistan, le Turkménistan, l’Azerbaïdjan, l’Arménie, la Géorgie et l’Afghanistan. Les facteurs d’instabilité des ces « Balkans eurasiens » sont nombreux : de graves difficultés nationales, des frontières contestées des voisins ou des minorités ethniques, peu d’homogénéité nationale, des luttes territoriales, ethniques ou religieuses. Toutes les options peuvent donc être envisagées quant à l’avenir de cette région, nous dit Brzezinski.

Les voisins intéressés, nourrissant des visées politiques sur la région sont la Russie, la Turquie, l’Iran et la Chine. La Russie qui veut retrouver sa zone d’influence, renouer avec ses républiques d’hier, et dont les visées géopolitiques vont vers le Sud, en direction de l’Azerbaïdjan et du Kazakhstan.; la Turquie qui se considère comme le leader potentiel d’une communauté turcophone aux frontières très floues ; l’Iran, dont le principal souci est le renouveau de l’islam en Asie centrale ; la Chine enfin, que les ressources énergétiques de la région attirent, et qui veut y avoir un accès direct hors contrôle de Moscou. Les motifs d’intérêts sont essentiellement économiques : « la région renferme une énorme concentration de réserve de gaz naturel, d’importantes ressources pétrolières, auxquelles viennent s’ajouter des gisements de minerais, notamment des mines d’or ». Mais il y a aussi des raisons plus profondes (et qu’il est curieux de voir soulever par un américain) des facteurs « relevant de l’histoire ».

D’autres pays ont leurs regards tournés vers cette région : le Pakistan qui veut exercer une influence politique en Afghanistan et profiter à terme de la construction de pipelines reliant l’Asie centrale à la Mer d’Oman. L’Inde qui, pour faire face aux projets du Pakistan et à la montée de l’influence chinoise, est favorable au développement de l’influence iranienne en Afghanistan, ainsi qu’à une présence russe plus importante dans ses anciennes républiques. Les Etats-Unis enfin, qui « agissent en coulisse », cherchent à ménager le pluralisme géopolitique, et tentent « d’empêcher la Russie d’avoir la suprématie ». La dynamique russe et les « ambitions anachroniques » de Moscou dans cette région sont « nuisibles à la stabilité de celle-ci ». Et nous apprenons que « les objectifs géostratégiques américains recouvrent en fait les intérêts économiques de l’Europe et de l’Extrême-orient » ; nous sommes toujours dans cette logique « philanthropique » américaine. L’engagement des Etats-Unis dans cette région, nous dit Brzezinski, est considérée par les pays concernés comme « nécessaire à leur survie ». Les motifs généraux américains sont les pipelines et leurs tracés actuels ; le but des Etats-Unis étant de ne plus passer par des pipelines courant sur le territoire russe, non plus au Nord donc mais par le Sud et la médiane de cette région des Balkans eurasiens. « Si un pipeline traversait la Mer Caspienne pour atteindre l’Azerbaïdjan et, de là, rejoignait la Méditerranée en passant par la Turquie, tandis qu’un autre débouchait sur la Mer d’Oman en passant par l’Iran, aucune puissance unique ne détiendrait le monopole de l’accès à la région ». On comprend aisément à cette lumière les actions et les soutiens américains à tel ou tel pays ; on peut saisir ainsi la bienveillance des Etats-Unis pour les « étudiants en théologie », les Pachtouns de Kaboul, au détriment des Tadjiks d’Ahmed Shah Massoud concentrés dans les régions du Nord de l’Afghanistan.

Dans l’avenir, Brzezinski voit dans ses Balkans eurasiens une montée de l’islamisme, des conflits ethniques, un morcellement politique, et une guerre ouverte le long de la frontière méridionale de la Russie. Une zone donc qui fera sans doute parler d’elle bientôt.

Quelle doit être la politique américaine en extrême orient ? C’est l’objet du chapitre suivant. Pour être efficace, elle doit avoir un point d’ancrage dans cette région, nous dit l’auteur. Il est essentiel, poursuit-il, que les Etats-Unis aient d’étroites relations avec le Japon, et qu’ils établissent une coopération avec la Chine. Si l’extrême orient connaît aujourd’hui un dynamisme économique extraordinaire, il va néanmoins de pair avec une incertitude politique croissante. C’est « un volcan politique en sommeil » ; il ne possède pas de « structures de coopération multilatérale » comme l’Union européenne et l’OTAN, et ce malgré l’ASEAN. Cette région est devenue, selon l’Institut International d’Etudes Stratégiques, « le plus gros importateur d’armes, dépassant l’Europe et le Moyen-Orient ».

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Il existe dans cette partie du monde de nombreux points de frictions : les relations entre la Chine et Taiwan ; les îles Paracels et Spratly, objets de multiples convoitises ; l’archipel Senkaku qui sont disputées par la Chine et le Japon ; la division de la Corée et l’instabilité inhérente à la Corée du Nord ; les îles Kouriles, sujets à controverses entre la Russie et le Japon ; enfin, des conflits territoriaux et / ou ethniques divers, le long de la frontière chinoise, également entre le japon et la Corée, enfin entre la Chine et l’Indonésie à propos des limites océaniques. La Chine est « la puissance militaire dominante de la région » ; et, dans l’absence d’équilibre entre les puissances, l’on a vu l’Australie et l’Indonésie se lancer dans une plus grande coopération militaire ; Singapour a également, avec ces deux pays, développé une coopération en matière de sécurité. La probabilité de voir se réaliser ces conflits dépendront « de la présence et du comportement américains ».

Brzezinski vante la Chine du passé, « pays qui [ au XVIIème siècle ] dominait le monde en termes de productivité agricole, d’innovation industrielle et par son niveau de vie ». Puis, il compatit avec les « cent cinquante années d’humiliation qu’elle a subies » ; la Chine doit être « lavée de l’outrage causé à chaque chinois », et « les auteurs doivent être châtiés ». Parmi les auteurs, la Grande-Bretagne a été dépossédée de son Empire, la Russie a perdu son prestige et une partie de son territoire ; restent les Etats-Unis et le Japon qui sont le principal souci de la Chine aujourd’hui. Selon l’auteur, la Chine refuserait « une véritable alliance sino-russe à long terme, car elle aurait pour conséquence de renforcer l’alliance nippo-américaine » et car « cette alliance empêcherait la Chine d’accéder à des technologies modernes et à des capitaux, indispensables à son développement ».

Nous est brossé ensuite les différents cas de figure possibles. L’auteur fait état des prévisions prometteuses relatives à la Chine ; cependant, il doute de ses capacités à « maintenir pendant vingt ans ses taux de croissance spectaculaire ». Actuellement, nous dit-il, la croissance rapide de la Chine accentue la fracture sociale liée à la répartition des richesses ; ces inégalités ont un impact sur la stabilité du pays. Mais le rayonnement de la Chine « pourraient bien amener les riches chinois d’outre-mer à se reconnaître dans les aspirations de la Chine ». Autre cas de figure évoqué, l’éventualité d’un repli sur soi de la Chine.

Dans son espace régional, la Chine joue le Pakistan et la Birmanie contre l’Inde son « rival géopolitique ». L’objectif de Pékin serait « une plus grande influence stratégique sur l’Asie du Sud-Est », contrôler le détroit de Malacca et le goulet de Singapour. La Chine élabore « une sphère d’influence régionale » ceci en particulier vers ses voisins de l’Ouest qui cherchent un contre poids à l’influence russe. Brzezinski traite des relations américano-chinoise mais sans comprendre l’attitude de Pékin, et en jouant les naïfs : « (…) en raison de ce qu’ils sont et de leur simple présence, les Etats-Unis deviennent involontairement l’adversaire de la Chine au lieu d’être leur allié naturel ». Par ailleurs, les Chinois savent que « leur influence dans la région se trouverait automatiquement renforcée par la moindre attaque qui viendrait miner le prestige américain ». L’objectif central de la politique chinoise serait d’affaiblir l’Amérique pour que cette dernière ait besoin d’une Chine « dominant la région » et « mondialement puissante pour partenaire ».

Autre point d’extrême orient analysé par l’auteur : le Japon, dont les relations avec l’Amérique, nous dit-il, feraient dépendre l’avenir géopolitique de la Chine. Le paradoxe du Japon est qu’il « a beau être riche, dynamique et économiquement puissant, il n’en est pas moins un Etat isolé dans sa région et politiquement limité dans la mesure où il est tributaire d’un allié puissant qui s’avère être non seulement le garant de l’ordre mondial mais aussi son principal rival économique » : les Etats-Unis. Mais, « la seule véritable question politique pour le Japon consiste à savoir comment utiliser la protection des Etats-Unis afin de servir ses propres intérêts ». Le Japon est, apprend-t-on, un pays «qui ne se satisfait pas du statu quo mondial ». Depuis le milieu des années quatre-vingt-dix, note Brzezinski, on observe une redéfinition de la politique étrangère de ce pays. Cette redéfinition porte le Japon à « ménager la Chine plutôt que de laisser le soin aux Etats-Unis de la contenir directement ». Cependant « très peu [de japonais] se prononcent en faveur d’une grande entente entre le Japon et la Chine » car cela déstabiliserait la région, et provoquerait le désengagement des USA, subordonnant la Corée et Taiwan à la Chine, mettant « le Japon à la merci de cette dernière ».

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Les Etats-Unis veilleront à ce que le Japon mette « en place une coopération véritablement internationale, mieux institutionnalisée » à l’instar du Canada, « Etat respecté pour l’utilisation constructive de ses richesses et de son pouvoir, et qui ne suscite ni craintes ni ressentiments ». Les objectifs globaux des USA étant de faire du Japon « le partenaire essentiel et privilégié de la construction d’un système » de coopération mondiale.

La partie n’est pas gagnée d’avance en extrême orient pour les Etats-Unis, concède Brzezinski, car « la création d’une tête de pont démocratique est loin d’être imminente (…) contrairement à ce qui s’est passé en Europe ». On note la prudence des Etats-Unis vis à vis de la Chine : « il est préférable de la traiter comme un acteur crucial sur l’échiquier mondial », et la faire participer au G7, lui donnant accordant ainsi du crédit et satisfaisant son orgueil. Les USA doivent également « se montrer conciliant sur certaines questions, tout en restant ferme sur d’autres », poursuit Brzezinski. Et revenant sur le problème de Taiwan, nous apprenons que « les Etats-Unis interviendraient pour défendre non pas l’indépendance de Taiwan, mais leurs propres intérêts géopolitiques dans la région Asie-Pacifique » ; voilà qui est clair. Pour ce qui concerne la Corée et le Japon, l’Amérique peut « jouer un rôle décisif en soutenant la réconciliation » ; la stabilité apportée faciliterait « le maintien de la présence des Etats-Unis en extrême orient », et cette réconciliation « pourrait servir de base à une éventuelle réunification » de la Corée

Toutefois, nous dit Brzezinski, les Etats-Unis ne sont pas seulement la première superpuissance globale, mais seront très probablement la dernière, ceci à cause de la diffusion de plus en plus généralisée du savoir et de la dispersion du pouvoir économique. Si les Etats-Unis ont pu exercer une prépondérance économique mondiale, ils le doivent à « la nature cosmopolite de [leur] société (…) qui [leur] a permis (…) d’asseoir plus facilement leur hégémonie (…) sans pour autant laisser transparaître [leur] caractère strictement national ». Il est peu probable qu’un autre pays puisse faire de même ; « pour simplifier, n’importe qui peut devenir Américain, mais seul un Chinois peut être Chinois ». Il transparaît dans ces propos une négation radicale de l’altérité. Les Etats-Unis ne veulent pas « l’autre », ils ne le conçoivent même pas ; ils ne connaissent que l’autre en tant que « même », un clone en quelque sorte ; piètre intelligence du monde, de la richesse, de la diversité de l’homme que ce rapport à l’autre, spécifiquement américain.

Comme la puissance Américaine ne saurait durer sans fin (nous ne sommes pas arrivé avec le triomphe de l’Amérique et de ses « idéaux » à la fin de l’Histoire, pour reprendre les mots d’un illuminé nommé Francis Fukuyama), Brzezinski nous trace « l’après domination états-unienne ». Le legs de l’Amérique au monde, à l’histoire, doit être une démocratie planétairement triomphante, nous dit-il, et surtout, la création d’une « structure de coopération mondiale (les Nations Unies sont « archaïques ») (…) qui assumerait le pouvoir de « régent » mondial ». Voilà donc un testament établi pour la poursuite mondiale – et jusqu’à la fin des temps – du « rêve américain ». Mais chacun sait que les temps comme les rêves ont toujours une fin.

Si la recension des objectifs géostratégiques américains est établie, la formulation et la structure interne de l’ouvrage sont assez confuses puisque l’on retrouve souvent des éléments concernant un sujet deux ou trois chapitres plus loin. L’auteur manque un peu de rigueur dans son exposition. Plus généralement, si l’on comprend la logique de ce discours de la part d’un américain, on ne peut décemment acquiescer aux propos de Zbigniew Brzezinski. Dès lors que l’on n’est pas américain, on ne peut pas souscrire aux thèses énoncées dans ce livre; ce serait sinon, pour prendre l’exemple d’un animal, comprendre les motivations de son prédateur, et accepter de se laisser dévorer par lui. Si certains constats de l’auteur sont justes et relèvent du bon sens, il n’en demeure pas moins qu’il faut combattre ces objectifs impériaux / impérialistes américains malgré cette apathie qui caractérise malheureusement les Européens en général et les Français en particulier, cet état de « dormition » dont parle Dominique Venner (1).

Philippe Raggi
29/04/2014

PS : J’avais écrit ce commentaire sur le livre de Brzezinski dès la parution de son ouvrage en France. Je n’ai rien modifié à ce texte depuis lors.

Source : A l’Est de Suez, Blog de Philippe Raggi sur l’Asie du Sud-Est et notamment sur l’Indonésie.
http://philippe-raggi.blogspot.fr/2014/04/loeil-americain...

Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard : American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, New York, Basic Books, 1997.
Le grand échiquier, traduction de The Grand Chessboard : American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, Paris, Collection Pluriel, Hachette Littérature, 1997
Le grand échiquier, éditions Fayard/Pluriel, mars 2011, 288 pages (réédition)

Zbigniew Brzezinski est expert au Center for Strategic and International Studies (Washington, DC) et professeur à l’université Johns Hopkins de Baltimore. Il fut conseiller du président Carter, s’oppose à Reagan, Clinton et Bush et reste toujours un ardent partisan de la suprématie américaine dans le monde..

Note :

(1) Cf. : http://www.dominiquevenner.fr/2010/07/l%E2%80%99europe-en...

Correspondance Polémia – 5/05/2014

samedi, 29 avril 2017

La Macron-économie enfin expliquée aux moins nuls

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La Macron-économie enfin expliquée aux moins nuls

Deux grands journalistes de la gauche traditionnelle, Aude Lancelin et Serge Halimi (auteur des Chiens de garde) ont bien résumé cette élection avant qu’elle n’ait lieu. Ce n’était pas difficile.
  • Dans son édito du Monde diplomatique, Serge Halimi souligne son écœurement devant un « nouveau vote utile ». « Le candidat mondialisé » (il a fait 50% en Amérique du Nord, compatriotes expatriés, comme vous pensez bien !) va l’emporter face à la nazie de service, la fille Le Pen donc. On peut faire confiance à cette dynastie insurrectionnelle pour servir de repoussoir mondial et local lors des grandes occasions et indécisions. Et encore chapeau à la tactique Filippot.
  • Aude Lancelin dans un texte émouvant a parlé du « putsch démocratique ». C’est plutôt un putsch ploutocratique, tant elle explique à quel point les patrons de presse et du CAC40 ont imposé le poulain de Hollande (chapeau, Mr président, vous les avez bien eus) et Drahi-Bergé-Niel à la populace hébétée. Comme disait Céline avec de la vaseline et de la patience éléphant encugule fourmi.

J’ai suivi trois minutes (je revoyais le Magnifique avec Belmondo) sur les chaînes espagnoles les commentaires. On a parlé du populisme (Podemos est pote avec Mélenchon, le sénateur-instit’ de service) et puis des gros problèmes de dette immonde qui devraient être réservés au commis de chez Rothschild (tel quel ou presque, la presse hispanique est plus libre qu’en France, le peuple y préférant le foot à l’info en boucle).

Voilà pour les présentations. Mais il me semble que tout le monde oublie trois choses qui expliquent le triomphe de François Hollande dont je parlais il y a un an déjà.

D’abord Léon Bloy (mort en 1917, fêtez-le, ce saint de la plume) :

« Et ce cortège est contemplé par un peuple immense, mais si prodigieusement imbécile qu’on peut lui casser les dents à coups de maillet et l’émasculer avec des tenailles de forgeur de fer, avant qu’il s’aperçoive seulement qu’il a des maîtres, — les épouvantables maîtres qu’il tolère et qu’il s’est choisis. »

Et c’était sans Bergoglio qui vide les églises de chrétiens mais remplit son Italie de réfugiés. Les chrétiens vont voter Macron et Fillon.

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Louis-Ferdinand Céline ensuite (voyez mon livre) :

« Et les Français sont bien contents, parfaitement d’accord, enthousiastes.
Une telle connerie dépasse l’homme. Une hébétude si fantastique démasque un instinct de mort, une pesanteur au charnier, une perversion mutilante que rien ne saurait expliquer sinon que les temps sont venus, que le Diable nous appréhende, que le Destin s’accomplit. »

Enfin il y a une troisième explication pour la future victoire de Macron:

  • Les choses vont bien. Elles vont même trop bien, et les sites-catastrophe qui tentent de vous vendre désespérément de l’or vous trompent énormément et vous désinforment. Les choses vont bien et oubliez Bill Bonner, Jovanovic, l’économie collapsée et Zerohedge, et tout le reste qui a fait élire The Donald pour des haricots. Les choses vont bien, les retraites tombent, la dette immonde augmente comme à l’époque de Montesquieu qui en rigole déjà comme un journaliste MSM :

 « D’ailleurs, ce roi est un grand magicien : il exerce son empire sur l’esprit même de ses sujets ; il les fait penser comme il veut. S’il n’a qu’un million d’écus dans son trésor, et qu’il en ait besoin de deux, il n’a qu’à leur persuader qu’un écu en vaut deux ; et ils le croient. S’il a une guerre difficile à soutenir, et qu’il n’ait point d’argent, il n’a qu’à leur mettre dans la tête qu’un morceau de papier est de l’argent ; et ils en sont aussitôt convaincus ».

Lisez Steven Zarlenga au lieu de divaguer sur ce sujet.

Bref on n’a pas attendu Draghi – ni Drahi d’ailleurs ; le patron de presse qui se paie un politicien, ce n’est pas vraiment nouveau !!!). Quant à savoir si Macron fera rentrer plus de réfugiés avec la bénédiction du pape et de Merkel, s’il abolira le cash, doublera les impôts et s’armera pour partir en guerre contre la Russie, c’est le problème de son électeur. Pas content, il votera pour le fils Sarkozy la prochaine fois, ce Français de souche un peu fatigué !

On oublie que la Macron-économie est arrivée dans cet hexagone après les exemples espagnols et italiens. On trouve un ado niais de quarante balais, sans caractère et bien obéissant au capital, on le fait célébrer par les médias et on attend. On a eu Renzi en Italie qui a été un cataclysme, et Rivera en Espagne qui a été tellement teigneux dans ses débats avec le tranquille galicien Mariano Rajoy (que j’aime bien moi, je suis centriste en Espagne) qu’il a perdu les élections ! C’est qu’il faut plaire à la ménagère divorcée de plus de cinquante ans et cela tombe d’ailleurs très bien, et vous savez pourquoi.

Ces jeunes loups aux dents cariées me font penser aux candidats dont se moque déjà Boris Vian dans Et on tuera tous les affreux. On est déjà chez les androïdes, et la politique fluo mixée par Elon Musk et la technoscience. Et la génération Renzi-Rivera-Macron-Filippot est une épouvante par rapport à la mienne (Valls-Obama-Cameron) qui était déjà une monstruosité tératologique par rapport aux générations Chirac-Kohl-Giscard. Aux USA toujours en avance on en est à la génération de la présidence Lolita-Barbie (ou « jeune fille ») avec Ivanka qui va nous exploser de rire avec ses cocktails mondains et nucléaires. On s’en remettra.

On n’arrête pas plus la régression que le progrès. Je précise pour terminer que je n’ai rien contre Drahi. Je ne lis pas ses journaux, tout simplement ; je préfère Héraclite et Chrétien de Troyes.

Il y a un moment enfin où on en a marre de plaindre les gens. Un, ils ne vont pas si mal, deux, ils aiment leurs bourreaux. Comme dit joliment Lancelin, ils ne sentent pas le poids de leurs chaînes.

Quant au système, il se porte comme un charme !

Bibliographie

  • Bonnal – Perceval et la reine ; Céline ; Aphorismes et paradoxes (Amazon.fr)
  • Léon Bloy – Belluaires et porchers
  • Montesquieu – Lettres persanes

Les livres de N. Bonnal sont disponibles chez:

mercredi, 14 décembre 2016

End of the Liberal-Globalist Consensus

 

I believe that the Trump triumph cannot be understood in its true meaning unless we realize that it is an opening salvo in a total restructuring of American values away from the liberal global consensus that has held sway in this country at least since 1945.

That consensus, the comforting ideology of the Establishment agreed to by both parties and not substantially altered even under Reagan, was that American-style democracy, a liberalism tempered by the corporate-guided government, was the most important bulwark against international communism and the ultimate model for the rest of the “free world.”

In foreign affairs, it was based on a military confrontation with the Soviet Union, and with the collapse of the Soviet Union, that ideology seemed to have become world-dominant. But since it at bottom rested on the success of the military-industrial complex, it was necessary to create some new enemies and new wars, however, fruitless, and hence the Gulf war (1990-91), Somalia (1992-95), Bosnia (1994), Kosovo (1998-99), Afghanistan (2001–), Iraq (2003–), Libya (2011), and ISIS (2014–). At the same time, America was obliged to spread its style of “democracy” and prosperity to the rest of the world, hence the emphasis on globalism and “free trade,” enshrined in NAFTA, GATT, the World Trade Organization, and now the Trans-Pacific Partnership.

On the domestic side, the consensus rested on the unquestioned permanence of Social Security (and then Medicare) and the role of government in promoting and managing economic growth, in the Keynes-Galbraith style, tempered by the need to regulate excesses.  Progress was inevitable and desirable, and it included continued social and economic mobility, an unquestioned goal of equality in means and outcomes, and unflagging patriotism, made all the more fervent by  incessant wars.

And for both elements, it was a given that the mainstream media would play its part in bedrock support for the consensus with only an occasional uncovering of scandal to prove that the system was ever self-correcting.  Hence its endorsement of American interventionism, no matter how irrelevant or unwise, and sometimes acceptance of outright fabrications as in the case of the Gulf of Tonkin to start the Vietnam war and the weapons of mass destruction for the Iraq invasion. Politics was seen in the press as the pursuit of the agreed-upon consensus by equally matched parties differing in only the smallest ways as to how it would be carried out, with the press deciding which would be the important issues that they would discuss.

And then came Donald Trump.  Along with the Brexit in Britain and the rise of anti-immigrant populist parties in Europe, his victory has announced to the world that a new way of seeing and doing things has taken hold, displacing, at least temporarily, the economic and political certainties that sustained the now-reviled consensus.  The ways of the various establishments that dominated the West since the end of World War II have been challenged openly and a majority of the electorate in many places has put into office people who seek to undo them. New parties, new policies, are emerging everywhere.

Whether or not this challenge ultimately wins out—and we should expect considerable push-back by the consensus forces that have been in power for these seven decades—its triumph at this time, and in two of the most important countries in the world, is of indisputable significance.  I would argue that the next four years will, at the very least, begin to put entirely new people, and new types of people, in positions of power, with assumptions and goals that are markedly different from those that characterized the governments of years past—governments that basically failed in both foreign and domestic, especially economic, policies.

The Trump people will not have a confrontational stance with Russia and seem very likely to pull back from—if not out of–NATO, a useless and expensive holdover from the Cold War era that unaccountably keeps pestering Putin.  They do not seem likely to pursue the neocon’s ambition to force “democracy” on the Middle East—Trump was a gradual but firm opponent of the Iraq invasion—and may, in fact, begin the necessary pulldown of American troops there and even the downsizing of our 750 military bases around the world.

Nationalism will triumph over globalism, and I’d say Trump’s selection of an unqualified Nikki Haley to be ambassador to the United Nations is a sign that he will ignore the world body and presumably sharply cut the funds we give it.  Something will be done about the immigration mess and strengthen our borders, if only the enforcement of laws already on the books ignored and bypassed by Obama.

Similarly, it is clear that some adjustments will be made in the globalist free (for corporations) trade arrangements of the past, pushing America-first as far as possible—though  when Trump finds out this won’t bring jobs back to the Rust Belt that has been automated out of existence he will have to find something else to placate his base.  And that will probably be the ballyhooed infrastructure rebuilding, something that Trump understands and has proven his ability to master—I was in New York when he brought a new Central Park skating rink in under budget and under time—though  he needs to make sure that it doesn’t get taken over by a pork-minded Congress and used to find ways to cut ribbons rather than fix potholes.

It is difficult to see exactly how the populism that swept Trump to power will play itself out, but I expect his cabinet choices will be people encouraged to make some serious changes in the hide-bound and over-stuffed departments. Certainly, the new Health secretary will get rid of Obamacare and help Congress replace it, and the new Defense secretary can put an end to all the cosmetic efforts to put women and transgendered people in combat. And I wouldn’t be surprised if Trump actually made good on those familiar conservative threats to get rid of, or at least demote, the departments of education, housing, transportation, and energy. And at the very least replace all the attention given to minorities of all kinds, racial, sexual, and otherwise, with rhetoric about togetherness and all-Americanism.

I would not predict that the Trump revolution will be totally successful, but it seems certain to put an end to the failed and exhausted liberal-global consensus and may mark a new way of America acting in the world.  That can’t be all bad.

dimanche, 27 novembre 2016

Avis de décès de l’Ordre libéral mondial

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La couleur rose n’est plus de mise

Avis de décès de l’Ordre libéral mondial

par Tura Kurkinen

Ex: http://www.zejournal.mobi

Il est intéressant d’observer la situation post-électorale aux États-Unis. La grande question est de savoir si Trump a la possibilité de sécuriser son administration de manière à ce que puisse émerger un nouveau régime. Parfaitement, j’ai dit nouveau régime. Ne vous méprenez pas sur ce point. Ce qui se passe en ce moment est un monumental changement de régime, à l’échelle mondiale. Le rose n’est plus de mise, l’Ordre libéral mondial se battant désormais pour exister. Ce n’est pas seulement dû à la victoire de Trump. Non, l’évolution a commencé bien avant les élections étasuniennes. Nous ne voyons à présent que les conséquences visibles de cet énorme changement. L’Ordre libéral mondial était essentiellement un outil servant à mondialiser l’économie et réaliser la cohésion nécessaire à l’échelle planétaire, le projet consistant à imposer les valeurs libérales dans presque chaque petit aspect de la vie quotidienne. Au fur et à mesure que le projet avançait, les citoyens ont commencé à ne plus comprendre le sens de sa rationalité. Ils n’ont pu suivre la logique derrière les changements de culture et de vision du monde. Quasiment tout a perdu son sens et son identité originels.

Et dans le même temps, l’Ordre libéral mondial n’a jamais compris, ou ne s’est pas inquiété, que beaucoup perdent le sens de la vie et leur identité. En d’autres termes, ils ont senti qu’ils perdaient leur âme dans le processus. Ajoutant l’affront au préjudice, l’Ordre libéral mondial, s’est vanté de ses réalisations et se prenant pour une création divine, il a justifié qu’il nous impose sa volonté. Mais le problème était qu’il n’y avait pas de véritable justification. Pas la moindre. Les discours pompeux sur l’égalité, les droits de l’homme, la démocratie et les valeurs occidentales, n’étaient que des mots creux pour citoyens insatisfaits et frustrés.

À la fin, en sacrifiant la classe moyenne, l’Ordre libéral mondial s’est mis en mode autodestruction. La classe moyenne, épine dorsale de l’économie de consommation, était essentielle pour lui.

Mais comme l’Ordre libéral mondial s’est mis à appliquer de plus en plus de politiques favorisant les vues des néocons et des libéraux de droite, la classe moyenne a entamé son déclin. Après cela, les citoyens ont été encore plus désorientés, car pour s’enrichir, cette nouvelle droite ne respectait aucune valeur autre que la rapacité et l’individualisme. Il devint donc évident que l’Ordre libéral mondial était incapable de comprendre les besoins humains des citoyens. Et les citoyens ont commencé à se révolter. Pas de façon visible, parce qu’ils craignaient de perdre leurs opportunités de carrière et les chances de prospérité. Ils ont commencé à se rebeller dans leur cœur. Ils savaient du fond du cœur que le système est malfaisant. Ils savaient qu’il n’était pas pour eux, qu’il favorisait quelqu’un d’autre. Mais ils ont estimé qu’il n’y avait pas d’alternative. Comprenant cela, l’Ordre libéral mondial a fait tout ce qu’il fallait pour renforcer ce sentiment. Lors de cette phase, ceux qui ont vu les évolutions ont commencé à comprendre que la seule chose qui maintenait la cohésion de l’Ordre libéral mondial était l’absence d’alternatives. Ils ont alors commencé à attendre des solutions de rechange. Et finalement, à l’improviste, un adversaire de l’Ordre libéral mondial, Vladimir Poutine, s’est avancé sur la scène. Déterminé, il a commencé à gagner du terrain, des cœurs et aussi des esprits dans l’hémisphère occidental. Le remarquant, l’Ordre libéral mondial a lancé sa furieuse guerre de l’information contre lui et la Russie. Mais elle s’est avérée être un fiasco total, et l’Ordre libéral mondial a alors perdu son dernier bastion solide : la crédibilité des médias grand public. Et avec le dénouement du référendum du Brexit au Royaume-Uni, la scène a été montée et préparée pour Donald Trump.

Il semble qu’il y avait au-dessus de tout cela une conspiration de Poutine, Nigel Farage et Trump. Qu’ils travaillaient ensemble, main dans la main, pour détruire l’Ordre libéral mondial. Mais je ne pense pas qu’il s’agisse de cela. Je pense que la principale raison de la victoire de Trump a été l’incapacité de l’establishment à comprendre que les médias grand public ne sont plus crédibles. En d’autres termes, l’establishment a perdu la guerre de l’information. Et aussi étrange que cela puisse paraître, on aurait dit que l’establishment a voulu intentionnellement amener Trump au pouvoir. D’abord, les démocrates ont ouvert la voie à Trump en l’aidant à être l’adversaire républicain de Clinton.

L’establishment était sûr que Trump n’avait aucune chance contre Hillary. Ensuite, les démocrates ont évincé Bernie Sanders, pour s’assurer que le prochain président des États-Unis soit Hillary Clinton, une personnalité idéale pour le programme libéral, puisqu’elle est libérale à la fois dans le social et l’économie. Enfin, sous-estimant le pouvoir des médias alternatifs, avec entêtement, il n’a pas accepté le changement de réalité. Ce faisant, l’establishment n’a pas suivi le dernier changement pour gagner un peu de crédibilité. Ses seules armes sont désormais la censure et le démenti, toutes deux d’autant plus dommageables pour lui que pour ses adversaires. C’est à ce point du marécage, selon les mots de Trump, que nous nous trouvons en ce moment.

N’étant en rien libéral, Trump a promis de vidanger le cloaque qu’est l’establishment étasunien. Mais ce n’est pas tout. Il ne s’agit pas juste de purger l’élite politique corrompue de Washington. Il y a aussi la stratégie du changement à l’échelle mondiale, basée sur les nouvelles idéologies émergentes qui combleront le vide laissé par le libéralisme.

Dans de nombreux pays, la souveraineté économique est l’un des espoirs sous-jacents. Avec les banques centrales indépendantes, il était facile pour l’Ordre libéral mondial de contrôler la politique monétaire et les mouvements de capitaux, et donc d’imposer sa structure de pouvoir supranationale aux États souverains. Comme dit la fameuse phrase, tellement vraie, « Celui qui tient la masse monétaire d’une nation la dirige ». Maintenant, si le mouvement protectionniste de Trump démantèle les accords de libre-échange TTP et TTIP, ce sera un bon point de départ pour retrouver la souveraineté économique des nations et renforcer le rôle des États. Et il se pourrait que ce soit le début du changement fondamental qui fera place à un monde meilleur, multipolaire.

Traduction Petrus Lombard (Réseau International)


- Source : Katehon

dimanche, 06 novembre 2016

Mondialisme, globalisme, multiculturalisme: analyse en profondeur de trois armes de déconstruction massive

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Mondialisme, globalisme, multiculturalisme: analyse en profondeur de trois armes de déconstruction massive

Dominique Baettig
Médecin, Ancien Conseiller national
Ex: http://www.lesobservateurs.ch

S’il est un ouvrage récent qu’il faut lire, quand on veut s’appuyer sur la « droite des valeurs » et sa juste voie de révolution conservatrice, c’est bien « Le multiculturalisme comme religion politique » du québécois Mathieu Bock-Côté (Editions du Cerf, 2016). Passionnant, convaincant, un travail complet de déconstruction de l’idéologie utopique de la révolution permanente, de « l’adaptation permanente aux exigences de la modernité ». La lutte historique des classes ayant montré ses limites pour faire avancer la Révolution mondiale, les régimes mis en place dans la ligne soviétique ayant furieusement tendance à réactiver des valeurs honnies comme la hiérarchie, le sens de l’Etat, la voie nationale, l’héroïsme de la lutte, l’esprit de sacrifice, la « nouvelle  gauche » soixante-huitarde a franchi une nouvelle étape du démontage vers une société fluide. Atomisée, autoritairement démunie de toute norme, différence, mémoire, enracinement, Etat-Nation, valeur spirituelle, religion, concepts qu’elle appelle « fascisme » par commodité, simplicité  de diabolisation.

Et cette lutte est totale, totalitaire, avec une police vigilante de la pensée qui traque tous ceux qui auraient la velléité de faire référence au Mal absolu et ses stéréotypes : nation, culture, hiérarchie, différence/ complémentarité des sexes, rituels religieux,  existence de Dieu, différence des générations, mémoire historique, souveraineté, démocratie de majorité, bon sens commun. La gauche s’étant ralliée à la Loi du Marché libéral  et à la social-démocratie, alors que la droite économique applique les valeurs hédonistes et de relativisation culturelle, sur fonds de globalisation de l’Economie, il ne reste plus que la surenchère maximaliste de déconstruction des valeurs pour concurrencer la gauche moraliste et la droite du pouvoir économique et financier. On y est. Les partis « libéraux » cèdent complètement sur les valeurs de bon sens pour laisser se déconstruire la cellule familiale, le mariage hétérosexuel, l’identité menacée par les flux migratoires incontrôlables, l’Etat social protecteur qui édicte des règles, des normes, met en place des digues régulatrices pour tempérer la concurrence sauvage et déloyale. Le démontage de la prospérité sociale par imposition de migrants, sur le modèle de l’inclusion (renoncement au principe de la vraie intégration/assimilation),  la judiciarisation de la vie politique avec menaces de faire condamner toute critique. Le conservatisme, critique raisonnable du mythe du progrès permanent est appelé phobie maladive, préjugé, repli frileux sur soi, homophobie, racisme, populisme, machisme, autoritarisme comme l’Ecole de Francfort caractérise la civilisation européenne chrétienne et gréco-romaine.

Ce modèle dominateur n’est pas démocratique, il ne compare pas son projet avec des alternatives, il s’impose comme le Bien, au service d’un « empire humanitaire universel »supérieur, sur le modèle des droits humains, à la démocratie et la gouvernance politique souveraine. Et condamne ses ennemis, les psychiatrise (la personnalité autoritaire, la paranoïa des critiques « complotistes », le pervers narcissique machiste qui ose se défendre contre des accusations), les ringardise, les rééduque comme dans la bonne société soviétique de l’URSS.

L’égalitarisme absolu, la judiciarisation du politique, la gouvernance morale ombrageuse d’en haut, la globalisation de la gouvernance (qui s’appuie sur le mythe du réchauffement climatique alors que l’écologie est une attitude éthique et responsable) est un rouleau compresseur qui s’accélère lorsque la résistance apparaît. Il faut en faire plus, intervenir militairement et humanitairement contre les vestiges autoritaires du passé, condamner plus, activer les flux migratoires, amplifier la stratégie du chaos et de la gouvernance mondiale. Activer la nouvelle démocratie égalitariste diversitaire, la  méfiance de soi, la repentance, la diabolisation du passé et de la mémoire. Ce livre est éclairant et il va jusqu’au noyau de la pensée totalitaire subversive. Il n’y manque que la réponse à la question : dans un monde sans frontières, sans identité, où l’humain est mis à nu, dépossédé de soi, sans valeurs d’enracinement et de vrai respect des différences, apparemment sans hiérarchie visible (tu seras condamné si tu t’opposes ou même ose y penser !) qui est aux commandes et qui  profite de cette machinerie totalitaire ?

Dominique Baettig, médecin, ancien Conseiller national, 3.11.2016

dimanche, 25 septembre 2016

TTIP – la forme juridique de l’arbitrage

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TTIP – la forme juridique de l’arbitrage

par Dario Rivolta*

Ex: http://www.zeit-fragen.ch

Dans les accords entre des particuliers, on introduit souvent une clause indiquant la possibilité d’un arbitrage en cas de controverses entre les parties adverses portant sur l’interprétation ou le non-respect de l’accord par une des parties contractantes. Dans la plupart des cas, on remettra le jugement à un tiers, telle la Chambre de commerce du pays, où l’accord a été signé, ou celle de Genève ou de Stockholm ou une autre. Dans tous les cas, on indique explicitement que tout ce qui a été signé ou ce qui n’est pas prévu expressément par l’accord doit être conforme aux lois de l’Etat dans lequel le travail ou la livraison ont été effectués.


Dans le Partenariat transatlantique de commerce et d’investissement (PTCI ou TTIP en anglais) négocié depuis 4 ans entre les délégués des Etats-Unis et les fonctionnaires de la Commission européenne, (si nécessaire à la demande du Conseil européen), on mentionne également la possibilité d’un arbitrage pour résoudre d’éventuels conflits entre diverses entreprises ou bien entre celles-ci et des Etats signataires. En aucun cas pourtant, on mentionne des lois existantes ou futures. En d’autres termes, cet aspect sera la raison pour l’engagement des tribunaux d’arbitrages et leurs sentences car l’objectif de ces accords est la protection des investissements. Un pourvoi en appel n’est pas prévu selon la proposition américaine et un tel tribunal sera doté de trois arbitres: un pour chaque partie et un troisième, élu par accord commun. Jusqu’à présent, la contre-proposition européenne se limite à la seule revendication que soit garanti le fait que les arbitres n’aient pas de conflits d’intérêts (Les donneurs d’ordre ne devront-ils pas les payer?) et qu’il y ait la possibilité de faire un recours.


De telles conditions ne sont pas nouvelles: déjà dans les années 1960, divers gouvernements allemands avaient conclu des accords similaires avec 130 autres Etats, afin de protéger les investissements privés (allemands!). Bien que tous n’étaient pas égaux, ils prévoyaient la possibilité, en cas de violation des intérêts d’une partie, de faire recours auprès d’un tribunal d’arbitrage et de soumettre le fauteur à des sanctions avec indemnisation des «victimes». Le sens et le but étaient de contrer l’insécurité du droit et le manque de fiabilité de quelques systèmes juridiques pour garantir les intérêts de ceux ayant investi des millions, voire des milliards, dans ce pays.


Dans les négociations actuellement en cours, il est clairement précisé qu’il sera possible d’intervenir contre des expropriations «directes ou indirectes» des investissements.
Là, il ne faut pas penser uniquement à des conflits entre des particuliers ou à des nationalisations explicites. Tout acte gouvernemental représentant un risque ou diminuant les gains prévus des investisseurs est traité comme une expropriation «indirecte».


Pour illustrer cela, voici quelques exemples:

  • En 2009, l’entreprise suédoise Vattenfall, demanda 1,4 milliards d’euros au gouvernement allemand pour des présumés dommages subis suite à des mesures exigées en faveur de l’environnement lors de la construction d’une centrale à charbon. La plainte fut abandonnée suite à l’adaptation des mesures prévues en faveur de l’environnement.
  • En 2011, Philip Morris accusa le gouvernement australien et demanda des dédommagements. La cause était une nouvelle loi votée par le Parlement, demandant à tous les producteurs des normes plus sévères pour l’emballage des cigarettes avec l’objectif de diminuer ainsi la consommation de tabac. Cela limiterait les gains de l’entreprise multinationale. En 2015, l’Australie gagna le litige uniquement grâce à une subtilité formelle, suite à quoi la plaignante annonça un recours aussitôt que le Partenariat transatlantique (TTIP) serait en vigueur.
  • En 2012, l’Equateur fut condamné à payer 1,7 milliards de dollars à l’Occidental Petroleum Corp. parce que le pays lui avait retiré la concession d’exploitation d’un champ de pétrole, après que la société américaine ait remis ses propres droits à une société canadienne, sans y être autorisée.
  • En 2012, Vattenfall demanda à nouveau à l’Allemagne 4 milliards d’euros de dédommagements parce que le gouvernement avait décidé la sortie du nucléaire.
  • En 2014, le groupe d’énergie allemand RWE recourut à l’arbitrage contre le gouvernement espagnol parce que celui-ci avait limité les subventions en faveur des énergies renouvelables.
  • L’accord panaméricain Nafta (un précurseur de ce que pourrait être TTIP) contient la même clause d’arbitrage (la clause dite ISDS). Sur la base de celle-ci, l’entreprise américaine Lone Pine Ressources demanda en 2013 250 millions de dollars au Canada parce que le Québec avait pris des précautions et interdit la fracturation hydraulique afin de protéger les eaux du fleuve Saint Laurent. En outre, le Canada perdit le procès contre Exxon Mobil et Murphy Oil. L’Etat canadien avait osé d’imposer que 16% des profits des extractions concessionnelles devaient être utilisées pour la recherche de nouveaux gisements. Toujours dans le contexte du traité Nafta, le Canada dut payer 13 milliards de dollars à l’entreprise américaine Ethil. L’Etat canadien avait interdit l’utilisation du MMT, un additif pour l’essence, produit par le géant chimique Ethil parce qu’il nuit à la santé humaine.

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Voilà quelques exemples pour prouver la facilité avec laquelle les grandes multinationales peuvent accuser les gouvernements en ayant recours à «la protection des investissements» ancrée dans les divers accords. Avant tout, il est évident que les intérêts commerciaux prévalent aux lois démocratiques et légitimes des gouvernements et des Parlements.


La clause de l’arbitrage en discussion (ISDS) existe, dans une première version, depuis 1959 mais jusqu’en 1995, elle ne fut appliquée qu’exceptionnellement. Depuis ce moment et notamment dès 2000, le recours à de tels arbitrages a augmenté de façon exponentielle. Cela revient pour le législateur à du chantage éveillant la méfiance envers les décisions ou les lois pouvant mettre à risque les intérêts des grandes multinationales. Seuls très peu de pays, dont le Brésil, ont refusé d’utiliser le modèle ISDS lors d’accords commerciaux et l’Afrique du Sud a même fait savoir qu’elle allait se retirer de tous les accords commerciaux prévoyant l’application de cette clause, y compris des accords déjà signés.


Dans la discussion sur le TTIP, la question des arbitrages n’est pas encore clarifiée. A Bruxelles, on pense encore pouvoir changer les clauses d’une manière ou d’autre. Malgré la pratique du secret gardé dans les négociations, il semble que les Américains insistent avec persévérance sur leur position de la NAFTA.


Il est évident que l’affaire des arbitrages est essentielle. Même les évêques américains, avec leurs collègues européens ont diffusé leur propre «recommandation» constatant que les méthodes proposées jusqu’à présent «pourraient apporter des avantages injustifiés pour les intérêts commerciaux utilisant les règles des tribunaux d’arbitrage ou des systèmes juridiques pour affaiblir d’importantes normes en matière d’environnement, du droit de travail et des droits de l’homme … Une attention disproportionnée pour l’harmonisation ou la simplification de la régulation ne doit pas constituer la base pour mettre en danger des normes appropriées de la sécurité, du travail, de la santé et de l’environnement appliquées localement par des organismes étatiques, fédéraux ou régionaux …».


Nous ne savons pas comment cette confrontation se terminera et quel pourrait être un éventuel compromis, s’il y en a. Ce qui est certain, c’est que l’obsession d’éviter les tribunaux publics et l’ignorance de lois locales ou étatiques, restreint objectivement la liberté de tout Etat de droit. De plus en plus souvent, la volonté citoyenne est contournée et les législations nationales sont soumises aux intérêts et décisions commerciaux.    •
(Traduction Horizons et débats)

*    Dario Rivolta est chroniqueur pour les informations politiques internationales et conseiller en commerce extérieur. Il est spécialiste des sciences politiques, spécialisé dans le domaine de la psychologie sociale. De 2001 à 2008, il a été député au Parlement italien et vice-président de la Commission des Affaires étrangères. Il a représenté le Parlement italien au Conseil de l’Europe et à l’Assemblée de l’Union de l’Europe occidentale. Puis, il était également responsable des relations internationales de son parti.

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Lorsque le «libre-échange» prime sur le droit étatique…

Un tribunal international a ordonné au gouvernement canadien de payer 17 millions de dollars de dédommagements à deux entreprises pétrolières, suite à une violation de l’Accord de libre-échange nord-américain (ALENA, NAFTA en anglais).
Une porte-parole de «Natural Resources Canada» a précisé dans un courriel que la décision juridique du 20 février 2015 avait octroyé à Exxon Mobil 13,9 millions de dollars avec intérêts en sus, et à Murphy Oil 3,4 millions avec intérêts en sus.
Michelle Aron a déclaré qu’Ottawa analyserait cette décision et les possibles réactions après en avoir délibéré avec les gouvernements de la Terre-Neuve et du Labrador.
Le comité de la NAFTA avait statué que les obligations concernant les dépenses de recherches imposées par le gouvernement aux deux entreprises pétrolières, violaient l’art. 1106 de l’accord de libre-échange.
Cet article défend aux gouvernements d’exiger des prestations spécifiques comme conditions préalables à des investissements.
Exxon Mobil n’a pas voulu se prononcer et Murphy Oil n’a pas pu être atteint.

Source: The Canadian Press du 6/3/15

Critiques croissantes envers TTIP

Les désaccords proviennent-ils aussi de la sphère du politique?

km. A l‘intérieur de l‘UE, l’acceptation du prétendu Traité du libre-échange transatlantique (TTIP) diminue constamment. Si l‘on analyse les résultats du dernier sondage de l‘Eurobaromètre du printemps 2016, le soutien au sein de l‘UE a continué à baisser et se trouve en moyenne à 51% des personnes interrogées. Dans huit pays, il est inférieur à 50%: en France, en Italie, en Croatie, en Slovaquie, en Slovénie, au Luxembourg, en Allemagne et en Autriche. Les deux derniers pays ont les taux d‘approbation les plus bas: 25% pour l‘Allemagne et 20% pour l‘Autriche.
Peut-être est-ce aussi en raison des élections à venir que des hommes politiques renommés des Etats de l‘UE critiquent TTIP en haut lieu. Le secrétaire d‘Etat français Matthias Fekl, responsable du commerce, a annoncé le 30 août qu‘il voulait proposer la rupture des négociations concernant TTIP à la réunion des ministres du commerce de l‘UE le 23 septembre à Bratislava. Le président français François Hollande avait déclaré quelques jours auparavant que les négociations avec les Etats-Unis étaient sclérosées et déséquilibrées. Le ministre allemand de l‘économie Sigmar Gabriel a déclaré, lui aussi, que TTIP avait «en fait échoué». Le 31 août, le chancelier autrichien Christian Kern a critiqué et remis en question non seulement TTIP, mais également l’Accord économique et commercial global (AECG, CETA en anglais), signé en 2014 entre le Canada et l’UE.
Le chancelier autrichien a demandé un sondage sur Internet parmi les membres de son parti qui durera jusqu‘au 18 septembre, et auquel des citoyens non-membres du parti peuvent également participer.
Les questions montrent clairement que les critiques avancées concernant ce traité sont également intégrées:

  • «L‘Autriche doit-elle accepter l‘application provisoire de CETA au niveau de l‘UE?
  • CETA doit-il être mis en vigueur s’il contient la possibilité de procédures d‘arbitrage contre des Etats?
  • CETA doit-il être mis en vigueur s‘il permet d‘abaisser les normes qualitatives européennes?
  • Les traités de libre-échange futurs devront-ils être construits de manière à ce que les normes qualitatives européennes (p.ex. pour la sécurité des produits, la protection des données, des consommateurs, de la santé, de l‘environnement et des animaux) puissent être maintenues?
  •  Les négociations futures sur TTIP ou d‘autres traités du libre-échange doivent-ils être liées à l’obligation de garantir la plus grande transparence possible?» Et le chancelier d’ajouter: «Nous nous sentirons naturellement obligés de respecter les résultats de ce sondage.»

Il faudra attendre pour voir. Dans ce contexte, il est intéressant de voir que les participants du Sommet du G20 à Hangzhou en Chine, semblent être «nerveux». La «Neue Zürcher Zeitung» se permet d‘écrire dans son éditorial du 6 septembre que les chefs d‘Etat et de gouvernement étaient inquiets suite au fait que les «perdants» de la mondialisation «expriment de plus en plus souvent leur mauvaise humeur lors des élections». Et le journal d‘ajouter: «La couche des dirigeants politiques est en soucis, car suite à ce développement, ils se sentent remis en question.»
Les chefs d‘Etat et de gouvernement du G20 devraient cependant comprendre – tout comme les politiciens de l‘UE s‘exprimant actuellement – que les critiques face à la mondialisation et ses projets, tels TTIP et CETA, ne sont pas primairement basées sur des mobiles utilitaristes, donc avancées par les «perdants» du système. De très nombreuses personnalités du monde entier se font de réels soucis au sujet de l’actuel système mondial financier et économique, ses méthodes et ses effets secondaires – par exemple les injustices criantes et les guerres dévastatrices – qui pourraient précipiter toute l’humanité dans un gouffre sans fond.

mercredi, 14 septembre 2016

Globalism: The Religion of Empire

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Globalism: The Religion of Empire

By Fay Voshell

Ex: Russia Insider

“To become a unit with nothing to believe in, not even one’s own humanity; to have nothing to be loyal or faithful to; to be a nonentity without family, nation or faith is to become a slave.

The new globalist world order would make slaves of us all as surely as communism sought to make all enslaved laborers for the almighty state, fit only to serve a cabal of superiors.”

A now disillusioned Russia has experienced the results of a secular globalist vision first hand. Those who lived through some or most of the years from 1918 to 1989 know that the ideals of the universal communist brotherhood of mankind looked and felt like in reality.

Chroniclers of real history such as Alexandre Solzhenitsyn leave no doubt as to the violence required to enact a Marxist utopian vision alien to the Russian soul. Millions died. But the perfect communist man was never born.

So it is not a surprise that some Russians who lived through the attempts to establish a new world order recognize a variant of the communist ideal of a classless society–and repudiate it. The fact is that the supposedly new “World Order” envisioned by such leaders as Barak Obama and Angela Merkel, among others, is merely a mutant version of the universal brotherhood alluringly promised by the communist leaders of Russia’s past.

Myths, Misunderstandings and Outright lies about owning Gold. Are you at risk?

Once again, there has arisen a beatific vision of a globalist, secular world order that is the antithesis yet imitator of the vision of the Kingdom of God represented by the Church universal; a vision articulated by St. Augustine in his City of God. The apostles and early church fathers articulated the vision of the transcendent Kingdom of God revealed and ruled by Christ.

The beatific vision of the City of God, including the vision of the Russian Orthodox Church, is to be replaced by a “new” universal, but secularist world order; an order in which human beings’ allegiance is to a global City of Men ruled by elite priests who act as gods for the masses. Preachers of the globalist vision present an ersatz kingdom that is the opposite of the City of God.

Like the Christian vision of the universal Kingdom of God, the religion of secular globalism claims universality, but it is actually an earthly minded substitute for the Church universal. The Christian vision sees the Church universal as God’s holy kingdom, a kingdom that transcends and informs all earthly rule. The religion of globalism sees an earthly, utopian world order in which all men pay allegiance to elite priests who rule over a World City without national borders.

Sometimes the substitute beatific vision is expressed in terms of a “global village,” a mystical and conveniently vague entity that takes the place of the family of God. The globalists’ family of humanity is to be without distinction of country, tribe or religious creed. The ideal human being is seen as detached from country and faith. He is exiled from everything that gives his life meaning in order he become an abstraction, a tabula rasa on which a new program might be written by those who are superior.

The universal citizen of the new secularist world order does not know yet what he will be. But rest assured he will be told by those who know better than he, much as the peoples of Stalinist USSR, Mao Tse Tung’s China and Pol Pot’s Cambodia were told what the perfect communist human being would look and act like.

And, as Russians discovered over some seven decades, the world citizen adrift in a sea without horizons would come to know this much: Anything to which he has been or is attached must be and would be demolished. The secularist vision required and requires complete destruction of the old; including nations, institutions, faith and even historical memory itself. Hence, for instance, the constant and relentless attacks on the Christian Church as well as on the reality and concept of nation and the human being. Devotion to faith, family, nation was and is not only suspect, but considered positively injurious to “progress” of the new World Order.

The ideology of globalism involves stripping humanity of its former and unique status as beings created in imago dei and the substitution of the idea of humanity as genderless units.

true-believer-eric-hoffer-books-about-sociology.jpgAs Eric Hoffer, author of the prescient book, The True Believer: Thoughts on the Nature of Mass Movements wrote:

“To ripen a person for self-sacrifice he must be stripped of his individual identity and distinctiveness. He must cease to be George, Hans, Ivan, or Tadao—a human atom with an existence bounded by birth and death. The most drastic way to achieve this end is by assimilation of the individual into a collective body. The fully assimilated individual does not see himself and others as human beings…To a man utterly without a sense of belonging, mere life is all that matters. It is the only reality in an eternity of nothingness, and he clings to it with shameless despair.

“The effacement of individual separateness must be thorough. In every act, however trivial, the individual must by some ritual associate himself with the congregation, the tribe, the party, etcetera. His joys and sorrows, his pride and confidence must spring form the fortunes and capacities of the group rather than from his individual prospects and abilities. Above all, he must never feel alone. (Must always be watched by the group.) The individual is absorbed into the collective.”

Globalists embrace what Hoffer recognized as an “unbounded contempt for history.” The erasure of history inevitably means attacking the past and established institutions possessing history; institutions such as the Russian Orthodox Church. Only the future matters. The present is busy with wreckage of what exists, even if what presently exists has a thousand year or more heritage.

That is because for globalists, the present is a shadow and illusion–merely a “passageway to the glorious future.” It is a meagre “way station on the road to Utopia…The radical and the reactionary loathe the present.”

Therefore, the present is treated ruthlessly, including the present bodily form of the human. Both must be mercilessly scourged in order something new is created; something perfectly fitted for the new vision. Flagellation of the soul almost to the point of extinction is a requirement in order the new man is born.

As Hoffer writes, “The radical has a passionate faith in the infinite perfectibility of human nature. He believes that by changing man’s environment and by perfecting a technique of soul forming, a society can be wrought that is wholly new and unprecedented.”

Ultimately the new beatific vision for humankind means embracing the Hegelian concept of a collective consciousness, a “Geist” that is a single “mind” common to all men. What is that vision? As philosopher R.C. Solomon noted, “The entre sweep of [Hegel’s]‘The Phenomenology of Spirit’ is away from the ‘disharmonious’ conception of men as individuals to the ‘absolute’ conception of all men as one. In the ‘phenomenology’ we are concerned with the inadequacy of the conceptions of one’s self as an individual in opposition to others…and in opposition to God.”

For Hegel, Solomon goes on to say, this opposition is resolved by a conception of one’s self as a member of a family or community. Absolute consciousness (salvation) is recognition of one’s self as universal spirit. “The concept of ‘Geist’ is the hallmark of a theory of self-identity—a theory in which I am something other than a person.” [Italics added.]

The transgender movement, for example, is the spear point of a philosophy in which humanity is something other than people as previously understood for thousands of years. It is a proselytizing movement on behalf of Hegel’s idea of the world geist. As such, it is not a civil rights movement, but a direct attempt to denature humanity; that is, to smash the ancient concept of humanity as made imago dei. It is an attempt to radically transform humanity itself, replace Judeo/Christian concept of the human being with a de-gendered, robotic and malleable unit—a non-person who is merely part of the universal world soul.

But to be a unit detached from nation, faith and even one’s individual humanity is to be nobody. It is to be a drifter in a sea of nothingness.

To become a unit with nothing to believe in, not even one’s own humanity; to have nothing to be loyal or faithful to; to be a nonentity without family, nation or faith is be become a slave. The new globalist world order would make slaves of us all as surely as communism sought to make all enslaved laborers for the almighty state, fit only to serve a cabal of superiors.

As previously mentioned, in the above respects, the new world vision is nothing new. It is merely the revival of the rationales behind all empires, ancient and modern. Whether the vision of Hellenization dreamed of by Alexander the Great; whether the vision of eternal Rome ruled by demi-god Caesars; whether the vision of a Thousand Year Reich ruled by a noble race; whether the vision of a global communist international brotherhood in which the common man was to reign– the actualization of the imperial, earthly vision of man is always the same. Human beings are regarded as units to be ruled by powerful others. Human beings are enslaved.

Against those visions and the present day globalist vision stands the Christian beatific vision of the New Jerusalem, a view in which the entire human race, men and women, are transformed by the realities of the transcendent Kingdom of God, putting the beatific vision of a holy City of God to work here on earth.

Which vision will prevail will depend on the retrieval of the idea of the human being as created imago dei; and along with that, the revival of the unique stories and heritages of nations; particularly, the revival of the idea of nations as under the sovereign rule of a loving God who created all of us.

Reprinted from Russia Insider.

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dimanche, 10 juillet 2016

L’Europe de Barroso : de Mao à Goldman Sachs

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L’Europe de Barroso : de Mao à Goldman Sachs

Ex: http://www.dedefensa.org

Dans l’émission L’Histoire immédiate (chaîne Histoire) du 6 juillet, Régis Debray observe que les évènements de mai 68 qu’il n’a pas vécus puisqu’il était en prison en Bolivie (de 1967 à 1971), marquent l’accélération décisive de l’américanisation de la France et de sa plongée dans le consumérisme. L’américanisation de la France grâce à Mao (les gauchistes maoïstes étaient en pointe dans le mouvement) : « Amusant... Ou bien non, pas amusant du tout », commente Debray avec une ironie un peu lasse. Trois jours plus tard, cette analyse aujourd’hui unanimement acceptée par les esprits hors-Système/antiSystème, trouve une confirmation opérationnelle en étendant la vertu de l’américanisation de 1968 à l’Europe.

Il est sans la moindre vergogne, mot inconnu chez lui puisqu’il a dirigé la Commission européenne pendant dix ans, ni la moindre conscience de sa condition de gredin, l’exceptionnellement insignifiant Barroso, Portugais gaucho-maoïste en 1968. En toute impudence parce que “pour le mérite”, il a donc reçu le 8 juillet son bâton de maréchal pour un travail si bien fait : une nomination à la direction internationale de Goldman-Sachs comme directeur honoraire et conseiller. Le montant du salaire annuel n’est pas communiqué : sans doute approche-t-on les sept chiffres, comme le bâton de maréchal que recevait (le passé est de rigueur) un général vainqueur d’une guerre compte en France sept étoiles. (Sept étoiles sur les champs de bataille d’antan : beaucoup moins que l’Europe d’aujourd’hui, et alors comment peut-on dire que le progrès est une idée dépassée ? L’UE de Goldman Sachs bien plus qu’un maréchal, et alors comment peut-on avancer que l’héroïsme n’existe plus ?)

... Brève présentation de l’événement par Thomas P. Carney, du Washington Examiner, le 8 juillet (même aux USA, on s’aperçoit de la chose qui nous garantit la pureté des adversaires du Brexit) : « Jose Manuel Barroso was president of the European Commission (the central governing apparatus of the European Union) for a decade. His central mission was expansion and centralization of the EU. “More integration is simply indispensable for our economy,” Barroso said. He doubled the membership size. Barroso saw Britain's exit from the EU, the “Brexit,” as a horrible idea. “It will not be wise for Britain to now make a jump in the dark,” Barroso said. “It is quite obvious from my point of view that we are stronger if we are together.”

» Today Goldman Sachs, the New York-based global investment bank, announced: “the appointment of José Manuel Barroso as non-executive chairman of Goldman Sachs International (GSI). He will also be an advisor to Goldman Sachs.” It's not a mystery, is it, why the fishermen of Hastings or Wales may not have believed that Barroso's interests were aligned with theirs? »

lundi, 09 mai 2016

Autocentrer le développement pour en finir avec la mondialisation néolibérale

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Autocentrer le développement pour en finir avec la mondialisation néolibérale

par Bernard Conte

Ex: http://www.katehon.com

Article de Bernard Conte pour le numéro 49 de la revue Rébellion ( septembre 2011)

Depuis la fin des années 1970, l’idéologie néolibérale s’est imposée, justifiant le libre-échange, c’est-à-dire le « laisser faire » – « laisser passer », tant pour les marchandises que pour les flux financiers. La « main invisible » du marché était présumée plus efficace que la régulation étatique. En conséquence, un « consensus » a été imposé : place au marché et haro sur l’État « social », présenté comme malveillant, dépensier, inefficace, voire inutile. Le désarmement douanier s’est progressivement opéré à travers les négociations du GATT à partir de 1947, puis avec la création de l’OMC en 1995. À partir du milieu des années 1970, la libéralisation financière a engendré la dérégulation et le libre mouvement des capitaux. Au Sud, le libre-échange des marchandises et des capitaux a été imposé à travers les programmes d’ajustement structurels (PAS) du FMI, tandis qu’au Nord, la prescription a emprunté des voies plus « subtiles ».

Le libre-échange est une condition nécessaire à la réussite de la mondialisation néolibérale qui jette l’ensemble des salariés dans une compétition sauvage où le gagnant est le moins disant, assurant ainsi un nivellement par le bas des conditions sociales du plus grand nombre, au plus grand profit de la finance internationale et de ses serviteurs zélés des cercles rapprochés. Le libre-échange autorise la délocalisation des productions dans des lieux où les coûts sont réduits et il permet aussi la localisation des profits dans des « paradis fiscaux » où les prélèvements sont minimes, voire nuls. Le libre-échange engendre la désindustrialisation du Nord, le laminage des classes moyennes et la Tiers-mondialisation qui désarticule et réarrange les structures économiques, institutionnelles, sociales et politiques dans le sens le plus favorable au capitalisme financiarisé mondialisé. La priorité donnée à la croissance des profits diminue proportionnellement la capacité à couvrir les « coûts de l’homme ».

Sortir de la dynamique de Tiers-mondialisation implique un ajustement des structures pour réduire la domination du capitalisme financiarisé, pour autocentrer le développement et pour redonner la priorité à l’homme. Dans cette démarche, la thérapie protectionniste occupe une place de choix.

Le libre-échange imposé

L’oligarchie et ses valets : politiques, médiatiques, économiques… ont œuvré sans relâche pour persuader les populations des avantages du libre-échange et de la division internationale du travail néolibérale. Par exemple, les recherches économiques, mettant à jour des  « évidences empiriques » sur le lien entre l’ouverture commerciale des pays et leur croissance économique, ont bénéficié de généreux financements, notamment de la part de la Banque mondiale et du FMI1. Peu importe s’il a été souvent nécessaire de prendre des « libertés » avec les hypothèses, avec la fiabilité des statistiques et avec les traitements économétriques, mais l’essentiel était de prouver que plus un pays est ouvert sur l’extérieur, plus il pratique le libre-échange et plus sa croissance économique est forte. Car, pour l’oligarchie, le libre-échange est une condition nécessaire à la réussite des délocalisations industrielles caractéristiques de la mondialisation néolibérale

Pour la réussite de la délocalisation des productions L’objectif est de maximiser les profits par la mise en concurrence des salariés, non plus uniquement sur le plan national, mais au niveau mondial. Grâce au libre-échange, la délocalisation des activités économiques des pays du Nord vers les pays à bas salaires a permis d’inonder le marché mondial de produits à des prix sans concurrence. La libéralisation financière a autorisé le transfert des profits réalisés vers des zones « accueillantes », comme les paradis fiscaux. Par la défaisance des régulations étatiques, par l’imposition du libre-échange des marchandises et des capitaux… le capitalisme a réussi, sans réelles entraves, à restructurer la planète à son plus grand profit, en négligeant les coûts économiques et sociaux de ladite restructuration. La mondialisation néolibérale permet aux capitalistes de profiter, sur l’ensemble des territoires, des avantages comparatifs économiques et financiers qui sont étroitement corrélés aux « désavantages » comparatifs sociaux des populations résidentes. En d’autres mots, il s’agit d’organiser la misère et son exploitation, à travers l’imposition d’une division internationale du travail inégale, pour des profits sans cesse croissants.

Avec pour conséquence la désindustrialisation du Nord La concurrence débridée des pays à bas salaires a largement contribué à la désindustrialisation des pays du Nord. En 1970, l’industrie représentait 48% du PIB de l’Allemagne, 39% de celui de l’Italie et 35% de celui des Etats-Unis. En 2008, ces proportions s’élevaient respectivement à 29%, 26% et 21%. En France, entre 1970 et 2009, le poids de l’industrie a presque été divisé par deux, passant de 34,9 % du PIB à 18,8 %. En 30 ans, la France a perdu près de 2 millions d’emplois dans le secteur industriel et plus d’un demi-million depuis 20072. Le cas de la France est singulier, puissance industrielle « moyenne », son effeuillage industriel s’est opéré à la fois « par le bas » au profit de pays émergents (Chine) et « par le haut » au bénéfice de pays plus industrialisés (Allemagne). Cet effet de « cisaille » accélère la paupérisation de la majorité de la population, phénomène que ne sauraient encore longtemps cacher les vestiges, sans cesse amenuisés, de la protection sociale de l’État-providence. Le Nord s’appauvrit, en voie de sous-développement, il se Tiers mondialise3.

Le laminage des classes moyennes

La désindustrialisation engendre la Tiers-mondialisation à travers le laminage des classes moyennes4 qui s’étaient progressivement constituées au cours de la période d’après-guerre. Ce phénomène n’épargne pas le centre impérial : les États-Unis. Ainsi, « le revenu réel médian américain a baissé de 5261 dollars durant la dernière décennie5 ». En conséquence, l’épargne des ménages a été progressivement réduite à néant. «  Au cours des Trente glorieuses, la classe moyenne américaine épargnait environ 9 % de son revenu annuel après impôt. Au tournant des années 1980, cette proportion était d’environ 7 %. Le taux d’épargne a ensuite chuté à 6 % en 1994, puis à 3 % en 1999. En 2008, les américains n’épargnaient plus rien. Parallèlement, l’endettement des ménages a explosé. En 2007, la dette de l’américain-type représentait 138 % de son revenu après impôt6 ». Paupérisation et réduction en « esclavage » par le biais du crédit, telles sont les conséquences de la mondialisation néolibérale et de la Tiers-mondialisation qui l’accompagne.

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La Tiers-mondialisation

En s’inspirant de François Perroux et de son analyse du sous-développement, il est possible de définir le phénomène de la Tiers-mondialisation comme le résultat d’une dynamique de domination7. Pour Perroux, le sous-développement était principalement engendré par la domination coloniale ou néocoloniale. De façon similaire, la Tiers-mondialisation est le produit de la domination du capitalisme financiarisé qui désarticule les structures économiques, sociales, institutionnelles et politiques de l’ancienne configuration (le libéralisme régulé) et les réarrange dans une configuration « nouvelle » fondée sur une base géographique plus vaste, en vue de la maximisation des profits. Cet ajustement structurel, imposé sous la contrainte (FMI…), engendre la Tiers-mondialisation qui s’exprime « concrètement non dans les termes ambigus d’un chiffre unique comme le PNB par tête, mais dans un phénomène plus profond et plus complexe : l’absence de couverture des ‘coûts de l’homme’8 ».

L’absence de couverture des ‘coûts de l’homme’

Perroux.jpgPour François Perroux : « Dans un ensemble humain, les coûts de l’homme se répartissent opérationnellement en trois groupes. Ce sont : 1°Ceux qui empêchent les êtres humains de mourir (lutte contre la mortalité dans le travail professionnel et hors des limites de ce travail); 2°Ceux qui permettent à tous les êtres humains une vie physique et mentale minima (activités de préventions hygiéniques, de soins médicaux, de secours invalidité, vieillesse, chômage) ; 3°Ceux qui permettent à tous les êtres humains une vie spécifiquement humaine, c’est-à-dire caractérisée par un minimum de connaissances et un minimum de loisirs (essentiellement : coûts d’instruction élémentaire, coût de loisir minimum)9 ». Selon Perroux, les coûts humains constituent un minimum à couvrir avant tout autre besoin. Dans le cadre de la mondialisation néolibérale, si l’on excepte une petite minorité, la couverture des coûts humains n’est pas assurée pour une large part de la population et se réduit, comme peau de chagrin, pour le restant.

Sortir de la dynamique de Tiers-mondialisation

Pour cela, il faut minimiser, voire supprimer les effets négatifs de la domination du capitalisme financiarisé. Bien que multidimensionnelle, la solution inclut forcément une réorientation de l’économie vers les ressources endogènes et le marché intérieur pour réaliser un développement autocentré. L’autocentrage peut être envisagé sur une base nationale ou sur celle, plus large, d’un regroupement régional. Dans tous les cas, il conviendra notamment d’assurer la relocalisation de certaines activités, non pas en vue d’une « autosuffisance » ou d’une autarcie systématiques, mais dans un but de « sécurité » économique et sociale10 permettant une réelle couverture des coûts humains. Dans cette optique, assurer la « sécurité » implique la réduction des aspects de la dépendance porteurs d’effets pernicieux de domination11.

Avec l’aide d’un protectionnisme « thérapeutique »

Auto-centrer le développement suppose la mise en œuvre d’un protectionnisme thérapeutique qui doit s’accompagner de politiques incitatives, de politiques de régulation… et surtout d’un projet collectif. La thérapie pourra s’inspirer du « protectionnisme éducateur12 » de Friedrich List et des théories et des expériences du desarrollismo13 Sud-américain. Le protectionnisme envisagé n’est pas un repli sur soi, n’est pas du nationalisme agressif, ni de l’isolationnisme. Il se propose de développer le commerce et les échanges sur la base du respect d’une concurrence loyale. Il s’agit d’un protectionnisme « souple » et « mesuré » prévoyant des droits d’entrée variables portant sur certains types de produits jugés sensibles.

En renchérissant les produits importés, le protectionnisme va susciter la création d’entreprises produisant des biens de substitution des importations, générant emplois, revenus, impôts…, permettant de démarrer et d’alimenter un processus de développement autocentré, c’est-à-dire centré sur le marché intérieur. Comme la délocalisation des activités a engendré une perte de connaissances et de savoir faire, un effort important d’éducation – formation devra être opéré pour recouvrer les capacités perdues, mais aussi pour accompagner le développement de la recherche et de l’innovation. L’intervention de la puissance publique s’avèrera nécessaire pour susciter, harmoniser et coordonner les initiatives de développement, ce qui impliquera une planification indicative

Au fur et à mesure de l’ajustement des structures, en vue de la couverture effective des « coûts de l’homme », les modalités de la thérapie protectionniste évolueront en fonction de l’avancée du processus et du respect des règles d’une concurrence loyale par les partenaires à l’échange.

SOURCE - Cliquer ici:  Rebellion SRE

NOTE

1 Dans ce genre de mise en lumière « d’évidences empiriques », voir : Krueger, Ann O. 1978. Foreign Trade Regimes and Economic Development: Liberalization Attempts and Consequences, Cambridge: MA: Ballinger.

2 Lilas Demmou, La désindustrialisation en France, Paris, Document de travail de la DG Trésor, n° 2010/01, juin 2010, http://www.minefe.gouv.fr/directions_services/dgtpe/etude...

3 Bernard Conte, La Tiers-Mondialisation de la planète, Bordeaux, PUB, 2009.

4 Bernard Conte, « Néolibéralisme et euthanasie des classes moyennes », http://www.mecanopolis.org/?p=20157 13/10/2010.

5 Bryce Covert,“New Low Paying Jobs Will Lead to High Debt”, New deal 2.0, 8/6/2011,http://www.newdeal20.org/2011/06/08/new-low-paying-jobs-w... traduction de l’auteur.

6 Idem, traduction de l’auteur.

7 Pour Perroux, « L’effet de domination est la relation entre inégaux qui se constate entre agents, entreprises et nations. Cet effet est lié non seulement à la dimension de la dotation initiale des biens mais aussi au pouvoir de négociation (ou de transformation des règles du jeu), à la nature de l’activité ou à l’appartenance à une zone d’activité dominante », Hector Guillem Romo, « François Perroux : Pionnier oublié de l’économie du développement », Colloque : Economie politique internationale et nouvelles régulations de la mondialisation, Poitiers 14-15 mai 2009, p.11.

8Hector Guillem Romo, art. cit.

9 François Perroux, L’Economie du XXème siècle, Paris, PUF, 1964, p. 344. Voir aussi, Sandrine Michel, « Rationalité économique des coûts de l’homme. Une transformation structurelle constitue-t-elle une rupture ? », Bordeaux, 2004, http://conte.u-bordeaux4.fr/Perroux/Com/Michel.pdf

10 Cette distinction peut être rapprochée de celle qui existe entre autosuffisance alimentaire et sécurité alimentaire.

11La dépendance économique d’un pays, c’est-à-dire, le fait que l’économie de ce pays dépende de variables externes peut revêtir deux formes principales. Elle peut être réciproque, à la limite symétrique (A dépend de B et B dépend de A selon diverses modalités). Dans ce cas on dit qu’il y a interdépendance. Elle peut être unilatérale ou asymétrique (A dépend de B et B ne dépend pas ou dépend peu de A). Dans ce deuxième cas on dit qu’il y a domination de B sur A. Hector Guillem Romo, art.cit. p 10-11.

12 Friedrich List, Système national d’économie politique, Paris, Gallimard, 1998 [1841].

13 Voir par exemple : Celso Furtado, Théorie du développement économique. Paris, PUF, 1970.

jeudi, 05 mai 2016

La fin programmée des oligarques...

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La fin programmée des oligarques...

par Michel Geoffroy

Ex: http://www.polemia.com

Nous reproduisons ci-dessous un point de vue de Michel Geoffroy, cueilli sur Polémia et consacré à l'effondrement prévisible de l'oligarchie, la classe des nantis de la mondialisation...

La fin programmée des oligarques

Aujourd’hui une oligarchie transnationale domine sans partage les post-démocraties occidentales. Mais son règne touche à sa fin.

L’oligarchie, fille de la fin de l’URSS

L’oligarchie s’est imposée dans la seconde moitié du XXe siècle à la suite de l’effondrement de l’URSS et de la disparition de l’hypothèque que le socialisme, d’abord, et le communisme, ensuite, faisaient peser sur le système capitaliste.

L’oligarchie correspond donc dans l’ordre métapolitique au triomphe de la conception du monde du protestantisme anglo-saxon sur tous ses adversaires.

Sur ce plan, le XXe siècle a été le siècle des Anglo-Saxons, celui de leur suprématie. Au point que certains ont cru avoir atteint la fin de l’histoire, avec le triomphe planétaire du libéralisme économique et de la « démocratie » et bientôt un gouvernement mondial sous leur direction.

L’oligarchie bourgeoise : un cocktail de libéralisme et de mai 1968

Dans l’ordre sociologique, l’oligarchie correspond à la bourgeoisie libérée de la peur de la révolution socialiste et qui pour cette raison ne met plus aucun frein à la recherche de son intérêt ni à l’exploitation des autres – mais une bourgeoisie désormais mondialiste et non plus patriote, car la richesse, comme les grandes entreprises, est de nos jours majoritairement transnationale.

Dans l’ordre idéologique, l’oligarchie correspond à l’alliance du libéralisme, de l’esprit libertaire et du cosmopolitisme : un cocktail original qui transcende la vieille opposition droite/gauche puisque la gauche a renoncé à révolutionner le capitalisme. L’esprit libertaire est hérité de la révolution culturelle des années 1960, initiée aux Etats-Unis et qui s’est ensuite répandue dans tout l’Occident.

Mais à la différence des libertaires du XIXe siècle qui ne voulaient « Ni Dieu ni Maître », les libertaires actuels sont au service de la domination sans partage de l’Argent : car ils ont transformé le « Jouissons sans entraves » de mai 1968 en « Consommons sans limites ». Et ils ont ouvert la voie à la marchandisation du monde, comme l’illustre le fait que la promotion de l’homosexualité au rang de normalité débouche sur la GPA, c’est-à-dire la marchandisation de la maternité.

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Le règne sans partage des oligarques

Les oligarques règnent en Occident depuis environ 30 années et ils l’ont façonné à leur image et conformément à leurs intérêts.

Les résultats parlent d’eux-mêmes : abolition des frontières, destruction des traditions et des cultures nationales, précarisation générale des salariés, augmentation des inégalités de revenus et de la violence sociale, immigration massive, ahurissement médiatique des populations, réduction des libertés politiques.

En Europe ils ont pris la direction de l’Union européenne pour la transformer en espace de libre-échange inféodé aux Etats-Unis et ils ont ouvert la voie au Grand Remplacement des Européens sur leur propre terre.

Les oligarques se croient tout permis et prétendent désormais régenter le monde entier par le truchement de la superpuissance américaine.

Mais en réalité la situation leur échappe.

Les oligarques ne comprennent pas que le monde change

L’oligarchie incarne la classe des nantis de la mondialisation et promeut donc les « valeurs » des marchands : le contrat et le marché. C’est pourquoi elle perd de plus en plus pied dans un monde marqué par le retour de l’Histoire, de la Foi (islam), de la Violence et du Tragique : c’est-à-dire un monde de plus en plus chaotique que le « doux marché » ne sait pas réguler.

Les oligarques ont oublié que nous ne sommes plus au temps de Thatcher et de Reagan.

Le vide laissé par la disparition de l’URSS est, depuis, en train de se combler par la réémergence des anciennes civilisations (Chine, Inde, Asie notamment) et par le retour à la puissance de la Russie. L’islam s’affirme aussi comme un universalisme concurrent du mondialisme yankee, au surplus plus dynamique que lui au plan démographique.

Il apparaît de plus en plus, en outre, que la domination des Etats-Unis ne sera pas durable : car à la fragilité d’une économie reposant sur l’endettement et la suprématie du dollar (de plus en plus contestée par la Chine notamment) s’ajoute l’éclatement communautaire d’une société multiraciale où l’élément WASP décline irrémédiablement.

Le rêve oligarchique est en train de se briser

L’oligarchie se berce du rêve du contrôle total mais c’est une illusion fatale. Car comme l’écrivait Dominique Venner : « L’histoire est le lieu de l’imprévu ».

Le rêve de l’oligarchie est en train de se briser au XXIe siècle.

D’abord, l’oligarchie n’est qu’un mal européen et nord-américain en réalité : car il découle de la décadence occidentale. L’inversion des valeurs qui correspond à la suprématie de la fonction marchande est un symptôme de décadence car le marché ne fait pas, seul, société.

Les oligarques occidentaux s’illusionnent aussi quant à leur capacité à soumettre tous les peuples à leur idéologie. En réalité l’idéologie occidentale est de plus en plus minoritaire à l’échelle du monde et elle est, à juste titre, considérée comme une agression contre leur identité par tous les autres peuples. L’échec des « révolutions arabes » débouchant non pas sur la « démocratie » mais sur l’islamisme ou la dictature le démontre une nouvelle fois.

oligarchie1.pngLe monde est en train d’échapper à l’oligarchie

L’économie mondiale dérégulée selon les recettes libérales devient chaotique pour tout le monde, y compris pour l’oligarchie.

L’oligarchie, qui se parait des couleurs de la compétence, apparaît de plus en plus incapable de réguler quoi que ce soit : l’économie, le chômage, les trafics de drogue comme les flux migratoires.

Enfin, en Europe même, les conséquences désastreuses de la mondialisation pour le plus grand nombre, le Grand Remplacement et le chaos migratoire contribuent au réveil de la conscience identitaire européenne.

L’idéologie libérale/libertaire recule pour toutes ces raisons et la contestation politique des oligarques progresse partout, y compris aux Etats-Unis comme le montrent l’audience croissante de D. Trump ou de B. Sanders. Partout les peuples occidentaux commencent à se réveiller de leur léthargie et à contester les pouvoirs en place, c’est-à-dire la superclasse mondiale.

La dissidence est partout en marche

Les oligarques se prétendaient à l’avant-garde, éclairée, de l’humanité nouvelle. Mais aujourd’hui plus personne ne croit sérieusement à ce qu’ils racontent.

Le marxisme soviétique est mort du décalage entre l’idéologie et la réalité vécue par le plus grand nombre. Le Mur de l’Est est tombé pour cette raison. Il est en train de se passer la même chose en Occident.

L’oligarchie est une élite en perdition. Pour cette raison, comme toujours dans l’histoire, une nouvelle élite la remplacera bientôt.

On ne la voit pas encore car, dissidente, elle est cachée et diabolisée par le Système. Mais elle existe et se prépare. L’histoire est en marche.

Oligarques de tous les pays : préparez-vous à faire bientôt vos valises !

Michel Geoffroy (Polémia, 29 avril 2016)

dimanche, 01 mai 2016

De Jean Monnet à Barack Obama, le rêve fou de l’État mondial

Actualité relativement encombrée au sommet du Babel bruxellois, tout à sa dérive idéologiquement mortifère pour les peuples et les nations d’Europe.

Tout d’abord, ce 26 avril, la Commission européenne exposait sa « nouvelle » vision stratégique concernant la façon dont son action extérieure contribuerait à « aider les migrants à devenir plus autonomes (…) avec un accès à l’éducation et aux moyens de subsistance », selon les mots du Commissaire européen à l’aide humanitaire et à la gestion de crise, Christos Stylianides.

Dans le même temps, se tient, à New-York, le treizième cycle de négociations sur le TTIP, du 25 au 29 avril 2016, la présence de Barack Obama sur le continent européen n’étant donc pas tout à fait fortuite si l’on en juge par ses récentes prises de position, à Londres comme à Berlin, tant à l’encontre du « Brexit » qu’en faveur du TAFTA (« Trans-Atlantic Free Trade Agreement », également connu sous l’acronyme de TTIP, « Transatlantic Trade and Investment Partnership » ou Partenariat Transatlantique de Commerce et d’Investissement).

Renforcement de la porosité des « frontières » extérieures européennes, d’un côté, abaissement – sinon disparition pure et simple – des barrières tarifaires et non tarifaires, de l’autre. Deux mouvements convergents qui, dans une unité de temps remarquable, résument à eux-seuls le grand projet mondialiste de gouvernance mondiale.

Unité méthodologique aussi. Naguère appelée Communauté économique européenne, l’UE dut passer, stratégiquement, par l’étape sectorielle de la CECA (Communauté européenne du charbon et de l’acier), selon un plan imaginé par son principal instigateur, Jean Monnet. Ce dernier considérait, en effet, que « la construction économique devait essentiellement être une étape vers une construction politique (…), notre préoccupation principale [étant] d’arriver à la disparition des souverainetés nationales absolues ». Évacuation du politique, primat de l’économique, logique intégrative, irréversibilité, institutionnalisation, tels sont les piliers aujourd’hui empruntés au « Père » de l’Europe pour bâtir la nouvelle union euro-atlantique, dernière étape avant le grand saut vers le gouvernement mondial. Dès lors, dans cette optique, a-t-on commencé par ouvrir la circulation des personnes (ici celle des immigrants), puis celle des marchandises et des capitaux (le fameux accès aux « marchés publics » américains).

Ainsi, la Commission européenne œuvre pour que « l’Europe reste une destination attrayante pour les migrants dans un contexte de déclin démographique », tout en souhaitant « éliminer [les] droits ainsi que d’autres obstacles au commerce, dont les contrôles administratifs trop longs (…) augmentent les coûts des échanges de marchandises ».

Les rôles semblent d’ailleurs rigoureusement distribués ; à l’UE la gestion des flux migratoires, aux États-Unis, la mise en place d’un marché économique transatlantique intégré. En outre, si la première peut compter sur l’afflux régulier de populations allogènes sur ses côtes, pour rendre impossible toute « ré-émigration » massive éventuelle, les seconds ont pris soin d’emmailler le processus euro-atlantiste dans une série de traités préalables dont l’ignorance du grand public est proportionnelle à son inéluctabilité.

Or, excepté les habituels initiés, qui a entendu parler du CETA (« Comprehensive Economic and Trade Agreement »), cet accord commercial (actuellement rediscuté sur ses marges, notamment sur le recours à l’arbitrage privé) entre l’Union européenne et le Canada conclut le 26 septembre 2014 à Ottawa entre le Premier ministre canadien Stephen Harper et le président de la Commission européenne de l’époque, José Manuel Barroso ? Et qui sait, finalement, que le TISA ou Accord sur le commerce des services (« Trade in Services Agreement »), en discussion depuis 2014, a pour objectif de libéraliser l’intégralité du marché des services, à commencer par ceux faisant l’objet d’un monopole public, soit les services publics ?

Et, dans le plus grand silence médiatique, le traité transpacifique (TPP), a été officiellement signé, le 4 février dernier, à Auckland (Nouvelle-Zélande) entre les États-Unis, l’Australie, la Nouvelle-Zélande, le Canada, le Mexique, le Pérou, le Chili, le Japon, la Malaisie, le Vietnam, le Singapour et Brunei…