...Los cátaros ¿no eran druidas convertidos al cristianismo por misioneros maniqueos?

Otto Rahn

 

     A veces un cierto fenómeno histórico o incluso un cierto personaje, real o ficticio, se convierte en la única seña de identidad de un país. Mucho podrían hablar en este sentido en la Mancha sobre la omnipresencia de la figura del Quijote o en Escandinavia sobre el periodo vikingo. Pero si este fenómeno ha llegado a su culmen en un territorio europeo es indudablemente en el Languedoc. Occitania, tierra cátara, Montségur, Muret, Gilabert de Castres, Simón de Monfort, Esclarmonde, Consolamentum... todo aquel que se acerque a una librería especializada en la historia del Mediodía francés saldrá abrumado por el inmenso volumen de la bibliografía sobre los siglos XII y XIII, pudiendo llegar a preguntarse si aquellas tierras tuvieron existencia real antes y después de esas centurias. Pues efectivamente, aunque no lo parezca, Occitania constituye una realidad étnica cuyas raíces se hunden en la protohistoria, en la Romanidad y en el goticismo (Gotia, no sin motivo, fue denominado este territorio durante siglos). Y antes de ser capital del condado del mismo nombre, Tolouse fue capital de una poderosa y orgullosa etnia céltica, los volcos tectosagos.    

     Durante milenios las tierras del futuro país de Oc formaron parte del área cultural mediterránea que hunde sus raíces en la expansión neolítica cardial sobre los grupos precedentes mesolíticos. Sobre este substrato, que ha recibido a su vez diferentes influencias (megalíticas, campaniformes...), a partir de mediados del segundo milenio anterior a nuestra era se superponen nutridos grupos de origen centroeuropeo. Es el movimiento denominado de los Campos de Urnas por sus típicos cementerios de incineración, (para una caracterización de esta cultura eminentemente guerrera, que practica una economía mixta agrícola-ganadera y que posee una metalurgia muy desarrollada, véase Ruiz Zapatero 1983/85). Estos grupos que se remansan en las llanuras al norte de los Pirineos han asimilado previamente a la denominada cultura de los Túmulos, extendida  muy grosso modo por las regiones renanas fronterizas entre las actuales Francia y Alemania. La cultura de los Campos de Urnas supone, pese a las dudas de los hipercríticos, el reflejo material de la primera gran expansión céltica o, al menos, protocéltica por el occidente europeo. Desde la instalación de estos grupos en Occitania no existirá ninguna solución de continuidad hasta que las fuentes escritas clásicas nos iluminen sobre los pueblos allí asentados, pueblos indudablemente célticos. Los caminos de la migración desde sus sedes centroeuropeas son resumidos así por Bosch-Gimpera (1975,672-3): «Por la puerta de Belfort, los grupos del Alto Rin se extendieron por la región montañosa del Jura (departamento del Ain, Jura, Doubs). Desde la meseta suiza llegaron a la Saboya (lago de Bourgwt), superponiéndose a la población indígena de la Edad del Bronce (...) Otra extensión desde la puerta de Belfort pasó por Lyon – Saint Etienne – Le Puy  y Saint Flour, bifurcándose por una parte hacia el oeste por el valle bajo del Dordoña y por otra hacia el sur, hacia el Languedoc. La corriente hacia el Languedoc seguiría el camino hacia Entraigues –Rodez – Gailhac – Saint Culpice – La Pointe, el departamento del Tarn Con la necrópolis de  Gabor), siguiendo a Tolouse (necrópolis de Saint Roch y Le Cluzel), para continuar por el Alto Garona (Bordes-sur-Riviere, en Montréjeau, Espiaup y Garin, cerca de Bagneres de Luchon, llegando al valle de Arán (necrópolis del Pla de Beret, cerca de Salardú). Otra infiltración siguió en el Ariège (necrópolis de Pamiers y cuevas de las región), llegando a la Cerdaña (cerámica de la cueva de la Fou de Borgt), ya en Cataluña (...) Por el Bajo Ródano y la costa Mediterránea, la cultura de las urnas se extiende por los departamentos de Vaucluse, Gard, Hérault, Aude y el Rosellón (Pyrenées orientales), llegando por los puertos de las Alberas a Cataluña (necrópolis de Agullana, llegada por el camino del Perthes; necrópolis de Villars, por el del puerto de Bañuls...». Bosch también señala que es precisamente desde Tolouse desde donde parte hacia el sudoeste la migración de Campos de Urnas que va a anegar Navarra (Cortes). En estos Urnenfelder occitanos se encuentra el origen de los Campos de Urnas del NE de la Península Ibérica (Ruiz Zapatero 1983/85, 1044).

     Estos movimientos son los que van a llevar las lenguas célticas al Languedoc, cuyos rastros perviven en la toponimia y la hidronimia, y que atestiguan los datos suministrados por las fuentes clásicas, fuentes que igualmente aluden al sentimiento de pertenencia a la Céltica de los pueblos de estos territorios. E igualmente son los que van a ubicar en sus sedes históricas a los tarbellii (Tarbes) o a los sibuzates y los propios tolosates, pueblos de indudable raigambre celta en los que, no obstante, se advierte la presencia de un sustrato no céltico. Pero el pueblo céltico más conocido es el de los volcos, una de cuyas ramas los tectosagos se asienta en el Languedoc y otra, la de los arecómicos, en la Provenza. Su origen estaría ligado a la polémica de la explicación del fenómeno de La Téne en función de un paradigma invasionista (con lo que su llegada no estaría relacionada con las Urnas sino que sería posterior) o en función, más verosímilmente, de una transformación cultural de los propios grupos originados con la llegada de los Campos de Urnas. Sin entrar en mayores precisiones, quisiéramos señalar que la estabilización de la cultura de las urnas supone por doquier un impresionante aumento demográfico durante las centurias siguientes, pudiendo afirmarse que las culturas que se forman a partir de ella, esencialmente célticas en el occidente de Europa, han constituido substratos determinantes en el posterior desarrollo histórico de cada uno de los países que la han conocido (Ruiz Zapatero 1983/85, 1037). Y el Languedoc y la Provenza no constituyen en este sentido ninguna excepción. 

     En definitiva, estas muy breves notas sólo pretenden recordar que durante más de un milenio el Languedoc estuvo integrado en la Céltica, esa especie de koiné, religiosa y cultural, y por ende lingüística, que abarcó la práctica totalidad del occidente europeo. Al contemplar la deidad de Roquepertuse, no podemos dejar de pensar, al igual que quizás lo haya hecho Rahn, que probablemente muchos siglos después algún perfecto fue consciente, al adoptar la postura ceremonial para el endura, de estar realizando un asana practicado por sus antepasados druidas.

     Occitania no debe olvidar jamás que al igual que en el resto de Europa la herencia céltica, junto a la romanidad y el germanismo, constituye uno de los pilares esenciales de su identidad.  

Olegario de la Eras.

Referencias.

Bosch-Gimpera, P., Prehistoria de Europa, Madrid 1975

Ruiz Zapatero, G., Los campos de Urnas del Noreste de la Península Ibérica, Madrid 1983/85.