por Juan Manuel Karg*

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El progresivo declive de EE.UU. en su papel de “hegemón” internacional ha provocado la emergencia de otros actores con gran relevancia a nivel global: Rusia, China, Brasil e India, por un lado, y el conjunto de países de América Latina por otro, quienes han conformado un nuevo escenario multipolar. La crisis económica en Europa también fue propicia para posibilitar este escenario internacional que describimos, mostrando los límites de modelos de integración como la Unión Europea, y de modelos económicos con fuertes componentes librecambistas.

En ese contexto, en Nicaragua se plantea nuevamente la posibilidad de desarrollar un paso interocéanico, que conecte el Mar Caribe con el Océano Pacífico y Atlántico, sin la tutela de Washington. ¿Qué oportunidades y peligros presenta esta idea, donde participarían empresarios chinos y probablemente rusos, amparados por ambos gobiernos? ¿Cómo impactará en las economías latinoamericanas?

El proyecto del Canal de Nicaragua es, sin dudas, un proyecto muy ambicioso: con una construcción que se estima en unos 40.000 a 50.000 millones de dólares, conectaría al Mar Caribe con el Océano Atlántico y el Pacífico, comenzando sus obras a principios de 2015. Hay que decir que este no es un proyecto nuevo, ni mucho menos: hace siglos que se ha buscado una conexión en la zona, e incluso el Canal de Nicaragua ya se aparecía como idea antes de la construcción del propio Canal de Panamá, que data de 1914 y nace con una hegemonía absoluta de parte de EE.UU.

Una de las diferencias importantes con el Canal de Panamá, en las proyecciones conocidas hasta el momento, es que el nicaragüense podría ser además utilizado por barcos de gran calado. Sería, por consiguiente, un canal más ancho y más profundo que el de Panamá, que además se ha caracterizado en los últimos tiempos por cierta “lentitud” en las obras de remodelación, con la consiguiente falta de adecuación para el paso de nuevas embarcaciones.

¿Cómo puede impactar este multimillonario despliegue chino en Nicaragua? China parece pretender otro tipo de relación con el continente a la estadounidense –más allá de valoraciones comerciales muy positivas, claro, para el país asiático, que no hay que dejar de mencionar-. Un primer punto de crucial diferencia, hasta el momento: el no pretender construir bases militares en nuestro continente, como sí ha hecho Washington en Colombia y Perú, por ejemplo. Al respecto de este tema parece posible descartar la hipótesis de que esto pueda ser el inicio de una futura “militarización de América Latina por parte de China”, tal como han afirmado como posibilidad algunos analistas -visto y considerando el despliegue norteamericano en la región desde 1914, como subproducto de la construcción del Canal de Panamá-. La historia reciente no demuestra esa tesis en lo respectivo a la relación del “gigante asiático” con nuestro continente: la diplomacia china parece más cercana a la idea de “cooperación sur-sur” que a la injerencia en la política interna de los países del continente.

Dicho esto, nos preguntamos ¿Podrían estas obras ampliar las tensiones entre China y EEUU? Sin dudas Washington está tomando nota de los veloces movimientos de Beijing, y de la audacia comercial que parece mostrar en América Latina, con acuerdos comerciales y políticos en diversos países del otrora “patio trasero” norteamericano. Los datos son elocuentes: el PBI chino es el segundo a escala mundial desde 2011, y el país ha mostrado altas tasas de crecimiento en los últimos años, lo que le otorga al gigante asiático liquidez para invertir en otros lugares del mundo. El reciente viaje de Obama a Filipinas, con la consiguiente firma de un acuerdo de cooperación en el marco de defensa por el plazo de 10 años, parece ser una medida defensiva de EEUU, buscando aumentar su influencia en la región de Asia-Pacífico.

Para Nicaragua seguramente el proyecto traiga beneficios en el corto y mediano plazo, a medida que la obra vaya avanzando. En primer lugar, crearía miles de puestos de empleo por la magnitud de la construcción de una obra tan grande en extensión, con cerca de 500 km de largo. Algunos analistas han estimado que las obras del canal podrían llevar a un crecimiento del 10% anual en la economía nicaragüense. A su vez, para el ALBA-PetroCaribe, como organismos similares de integración regional, no sería menor que uno de sus socios miembros tenga dominio de un canal de tal importancia. Venezuela, por ejemplo, se vería beneficiada para exportar más fácilmente petróleo a China, que es el segundo comprador del mercado de hidrocarburos venezolano –el primero sigue siendo EE.UU.-.

En conclusión: el proyecto, para América Latina, podría significar la posibilidad de tener un canal con autonomía total respecto a Washington. En esto hay otra diferencia clara con su “antecesor”: si bien el Canal de Panamá fue cedido formalmente a su país, luego de 80 años de dominio estadounidense, Washington detenta la posibilidad, por ley, de intervenir militarmente la zona si ve peligrar sus intereses. Que esta cláusula no exista en Nicaragua es una salvaguarda para el continente, visto y considerando el “prontuario” que sobre el tema ostenta Washington en la región.

*Licenciado en Ciencia Política de la UBA. Investigador del Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Fuente: El Espía Digital