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mardi, 23 juin 2020

Al principio fue... la guerra

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Al principio fue... la guerra

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Ex: https://www.geopolitica.ru

Fragmento de un libro inédito sobre la guerra.

El antiguo filósofo griego Heráclito afirmó que la guerra (en griego Polemos es el nombre de un antiguo dios griego, quien, junto con su hija Alala, se encuentra en el séquito de los dioses de la guerra, y este término se convirtió en la forma de designar una gran variedad de tipos de conflictos) es el padre de todas las cosas. "Todo surge en virtud de los opuestos... son los opuestos los que conducen al surgimiento (del cosmos), esto es lo que se llama guerra, mientras que lo que destruye el mundo se llama armonía y paz", dijo otro filósofo helénico Diógenes Laercio (1). El término "guerra" aplicado al universo también fue utilizado por los teólogos cristianos. En particular por Máximo el Confesor, comentando uno de los capítulos de Dionisio el Areopagita, dice que "lo concebible y lo sentido, es decir lo que se forma es lo que surge de los opuestos mismos, que están en paz unos con otros... Esta es la guerra interna que el Creador inventó sabiamente" (2).

Herakleitos-Hayatı.jpgSi hablamos de las causas de la guerra, entonces Platón las vio en la riqueza de la gente. Aristóteles argumentó que las guerras se libraban para vivir en paz. Algo similar fue expresado por el antiguo pensador chino Sun Tzu, quien calificó la guerra como una lucha para obtener ganancias. Su diferencia con otros tipos de conflicto era que cuando los ejércitos entran en una confrontación, este tipo de lucha termina siendo la más difícil. Además del hecho de que este método es el menos rentable, también es el más inseguro. Según el trabajo de Sun Tzu, el primer lugar en las prioridades de la guerra es preservar el país del enemigo, y solo en el segundo es su destrucción. De manera similar se piensa en el ejército del enemigo: debe ser derrotado solo cuando no hay forma de conquistarlo. Por lo tanto, "el objetivo principal (del arte de la guerra) debería ser la subyugación de otros Estados sin entrar en un conflicto militar: el ideal completo de la victoria se refleja aquí" (3).

Muchas ideas sobre la guerra se basaron en puntos de vista religiosos y espirituales. El hinduismo politeísta consideraba la guerra como un fenómeno natural normal, una ley del dharma que todos los creyentes deben seguir, independientemente de la casta a la que pertenezcan. En uno de los capítulos del Mahabharata, que habla sobre la batalla en el campo de los Kaurava, Krishna responde a la pregunta de Arjuna sobre cómo matar a sus seres queridos explicándole las leyes cósmicas de la reencarnación, la mortalidad de la vida terrenal y la inmortalidad: 

Lo igual no es razonable: lo igual nunca sucede 

Lo mismo quien mata como aquel a quien matan. 

Para el Espíritu no hay muerte, así como tampoco hay nacimiento, 

Y no hay sueño, y no hay despertar (4).

Otra epopeya india, el "Ramayana", refleja el plan cosmogónico de los dioses: estos decidieron encarnar en la tierra para derrotar al señor demonio Ravana, que una vez fue un gran asceta y un regalo de Brahma, sorprendido por sus hazañas, que eligió el poder sobre los dioses y los rakshasas.

Incluso los himnos sagrados de los hindúes están plagados de llamados a los dioses supremos, pidiéndoles que envíen la victoria sobre sus enemigos (5). Se creía que el dios del trueno y la guerra, Indra, atravesó las fortalezas enemigas con su mazo relampagueante, y que el dios del fuego Agni los quemó con sus llamas. Y en sánscrito, los términos dasa / dasyusignificaban tanto tribus hostiles de la población local como demonios. También hay descripciones de las batallas victoriosas de Indra contra el demonio Vritra y los Asuras. Sin embargo, por otro lado, muchos mitos narran que los dioses y los asuras, de hecho, están relacionados entre sí.

Según los expertos en el hinduismo y la cultura india antigua, las guerras eran una condición para la existencia de los arios y, en su modelo del mundo, la guerra tenía un significado religioso. “Existía la idea de que los enemigos del rey ario eran asesinados directamente por Dios, la mayoría de las veces por Indra. Cuando dos tribus arias luchaban entre ellas, cada una de ellas intentaba atraer a Indra a su lado con la ayuda de oraciones y sacrificios. Antes del inicio de una expedición militar, se realizaba un sacrificio. El rey sacrificaba a la víctima; se creía que esto le daba fuerza en la batalla. La batalla con los propios enemigos se basaba en la idea del sacrificio: los enemigos eran sacrificados a los dioses arios... Por lo tanto, la guerra se incluyó en el alcance de la ley cósmica del universo – rta” (6). El historiador de las religiones rumano, Mircea Eliade, propuso un intento de explicar racionalmente tal fenómeno, cantado en varias epopeyas. Como señala, “la Edad del Hierro se caracterizaba por una alternancia continua de guerras y masacres, de esclavitud y empobrecimiento casi completo. En la India, y no solo en ella, toda la mitología conecta a los fabricantes de hierro con diferentes tipos de gigantes y demonios: todos son enemigos de los dioses que representan otros siglos y otras tradiciones" (7).

main-qimg-7cd13c4e0b7e9fbc89aa4e7e855855e0.jpgLa escuela filosófica del tradicionalismo también consideró la manifestación del conflicto como un reflejo de las leyes universales. “La razón principal de la guerra, desde cualquier punto de vista, es considerada como el fin del desorden y la restauración del orden; en otras palabras, la unificación de lo plural por medios que pertenecen al mundo de la pluralidad misma... Según este entendimiento, la guerra no está limitada únicamente a la condición humana, expresa el proceso cósmico de reintegración de lo manifiesto en la unidad original; Por eso, desde el punto de vista de la manifestación misma, esta reintegración parece destrucción” (8). Además, el papel de catalizador de las cualidades espirituales fue algo atribuido a la guerra. Proporciona a una persona un despertar en sí mismo del héroe que duerme dentro. "La guerra permite que una persona se dé cuenta de la relatividad de la vida humana y, por lo tanto, aprenda la ley de que existe algo "más que la vida", por lo tanto, la guerra siempre tiene un significado espiritual antimaterialista", decía el destacado representante de la escuela del tradicionalismo Julius Evola (9). El filósofo italiano también habló de la necesidad de combatir al enemigo interno, que era una sed animal por la vida y lo extrapolaba a un enemigo externo (10).

Al igual que en los sagrados himnos indios, en la antigua Europa también existía la idea de que los dioses ayudan a las personas a librar guerras. La Ilíada de Homero describe con gran detalle cómo la enemistad entre los dioses olímpicos puede tener un efecto en las acciones combatientes de los pueblos, y cómo varios dioses simpatizan con los héroes y los ayudan personalmente en el campo de batalla. La diosa Pallas Athena en la antigua Grecia era considerada la patrona de las guerras justas, mientras que Ares lo era de las guerras traicioneras y sangrientas que se luchaban por el bien de la guerra en sí misma. También estaba la diosa Nike, que estaba a cargo de la victoria, en la mayoría de los casos, llegaba a la conclusión lógica del conflicto armado a favor de una de las partes. En otras culturas, hasta el establecimiento del cristianismo, también existieron complejos mitológicos significativamente arraigados en la estructura social. En Europa, el dios supremo era Odín (Wotan), considerado el santo patrón de las alianzas militares. Según varios investigadores, este dios no estaba incluido originalmente en el panteón supremo, y el aumento de su importancia específica se asocia con el fortalecimiento de las alianzas militares y la división de la idea inicial de la vida futura. El reino de los muertos se transfiere al cielo para los elegidos: los valientes guerreros que cayeron en la batalla (11). Por lo tanto, Odín superó a Thor (Donar), uno de los ases, el dios del trueno y la guerra, que era el protector de los dioses y de las personas frente a los monstruos y gigantes (12).

phpThumb_generated_thumbnailjpg.jpgLas profundas conexiones entre la cultura y la guerra en varias sociedades fueron estudiadas por el crítico cultural holandés Johan Huizinga en su estudio clásico Homo Ludens. Tanto la batalla sangrienta como los torneos en los festivales tenían ciertas reglas y se percibían como parte de la idea inicial del juego. Existían restricciones incluso si al enemigo no se le reconocía una naturaleza humana (bárbaros, demonios, herejes), pero luego se impusieron ciertas restricciones en nombre del honor. "Hasta el momento, tales restricciones se basaban en el derecho internacional, que expresaba el deseo de incluir la guerra en la esfera de la cultura" (13). La formación de la etiqueta en las artes marciales junto a los líderes militares y los duelo en la época medieval también se asocia con esto. Incluso la guerra se definió de manera diferente. Si se trataba de un conflicto de caballeros contra caballeros, era Guerre, pero si los caballeros se oponían a todas las demás enemigos, era Guerre guerroyante y no se consideraba una guerra como tal. En las guerras modernas, Huizinga observaba los rudimentos de tratar la guerra como un juego honesto y noble: este es un intercambio de regalos y cortesías, aunque a veces, sin embargo, toma la forma de una sátira. Huizinga también introdujo una tipología especial de la guerra, basada en el concepto de "agón" (competencia, un término aparentemente asociado con la palabra "ágora", asamblea popular). Así, el tipo de guerra agonal incluye aquellos "cuando los beligerantes comienzan a verse como un adversario que lucha por lo que tiene derecho" (14). Además de la agonal, existe la esfera sagrada de la guerra, cuando la guerra se considera en la esfera del deber sagrado y el honor. Y ambos tipos de guerra son difíciles de separar el uno del otro. Huizinga también notó una conexión etimológica, refiriendo la antigua palabra alemana oorlog (guerra) al reino sagrado, lo que indica que el significado de las palabras correspondientes a oorlog fluctúa entre el destino, la lucha frente al destino y cuando la alianza jurada por el juramento expira.

En las guerras del siglo XX, Huizinga vio directamente la emasculación del factor del juego y se preguntó qué elegirían las personas en el futuro: la acción volitiva como algo serio o la acción como un juego (15). La guerra como un estado de excepción (Ernstfall) niega la naturaleza de la competencia y obedece a nuevos principios, pasa de la relación final a la rabia más terrible. El culturólogo holandés también criticó el modelo bipolar de "amigo-enemigo" de Carl Schmitt, ya que el concepto del otro pertenecía solo a estas dos categorías. El Inimicus se convirtió en el hostis, el enemigo simplemente se convirtió en un extraño, en cierto sentido, un obstáculo, y esto redujo toda la gravedad, la profundidad y, en cierto sentido, la belleza del conflicto a una relación casi mecánica. Además, unas de las características modernos de la guerra, la propaganda, no se corresponde a la atmósfera del juego y, en el mejor de los casos, resulta ser su simulacro. "La propaganda que quiere penetrar en cada parte de la vida actúa por medios diseñados para provocar reacciones histéricas en las masas, y por lo tanto, incluso cuando toma la forma de un juego, no puede actuar como una expresión moderna del espíritu del juego, sino solo como su falsificación" (16).

Notas:

1 Фрагменты ранних греческих философов. Ч.1. – М.: Наука, 1989, с. 201 (Fragmentos de los primeros filósofos griegos. Parte 1. - M .: Nauka, 1989, pág. 201).

2 Мистическое богословие восточной церкви. – Харьков: Фолио, 2001. С. 552-553 (La teología mística de la iglesia oriental. - Jarkov: Folio, 2001.S.552-553).

3 У-Цзин. Семь военных канонов Древнего Китая. СПб.: ИГ Евразия, 2001, с.195 (Wu Ching. Siete cánones militares de la antigua China. San Petersburgo: IG Eurasia, 2001, p. 195).

4 Махабхарата. Рамаяна. М.: Художественная литература, 1974, с.175 (Mahabharata Ramayana M .: Ficción, 1974, p.175).

5 Que podamos conquistar presas en las batallas con el enemigo,

¡Obteniendo una parte para hacernos famosos entre los dioses!

I, 73 p. 90 K Agni.

Queremos pedir la felicidad del generoso Indra,

El más valiente para capturar presas en esta batalla,

(De Dios), quien nos escucha, amenazante - para el apoyo en las batallas,

¡Matar enemigos, ganar recompensas!

III, 50. К Индре. С. 339.

6 Ригведа. Мандалы I-IV. – М.: Наука, 1999, С. 456 (Rig veda. Mandalas I-IV. - M.: Nauka, 1999, S. 456).

7 Подробнее См. Мирча Элиаде. Азиатская алхимия. – М.: Янус-К, 1998 (Para más detalles, vease Mircea Eliade. Alquimia asiática - M.: Janus-K, 1998.).

8 Генон Рене. Символика креста. – М.: Прогресс-Традиция, 2004, С.77 (René Guénon. El simbolismo de la cruz. - M .: Progreso-Tradición, 2004, P.77).

9 Эвола Ю. Метафизика войны. – Тамбов, 2008, с. 9 (Julius Evola. Metafísica de la guerra. - Tambov, 2008, p. nueve).

10 Ibíd. С. 45.

11 Мифы народов мира. Т.2. – М.: Большая Российская Энциклопедия, 1998, с. 241 (Mitos de los pueblos del mundo. T.2 - M .: Gran Enciclopedia Rusa, 1998, pág. 241).

12 En las mitologías de otros pueblos, como se sabe, también había deidades correspondientes responsables de la guerra. Dado que el estudio de los mitos en relación con diversas formas de conflicto no es nuestro estudio central, nos limitamos a mencionar solo algunos episodios.

13 Хейзинга Йохан. Homo ludens/Человек играющий. – СПБ.: Азбука-Классика, 2007, с.130. (Johan Huizinga. Homo ludens / Man playing. - SPB.: Alphabet-Classic, 2007, p.130).

14 Ibid, с. 131.

15 Sin embargo, las guerras que tuvieron lugar en las últimas décadas tuvieron elementos obvios del juego. La emisión de bombardeos en vivo durante las campañas de Irak, el uso de simuladores de computadora para entrenamiento militar, la creación de un juego de rol basado en combates reales. - L.S.

16 Ibid, с. 285.

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vendredi, 17 avril 2020

Vous avez dit « guerre », l’économie c’est la guerre !

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Vous avez dit « guerre », l’économie c’est la guerre !

Par Olivier de MAISON ROUGE

Avocat – Docteur en droit

Ex: http://www.epge.fr

A paraître « Survivre à la guerre économique » (VA Editions)

A trop de gargariser de mots flamboyants et à employer des formules trop verbeuses, on prend le risque de les détourner de leur sens premier.

Certes, le monde connaît une catastrophe planétaire majeure. La lutte contre le Covid-19 emploie toutes les ressources nécessaires à la survie de la nation : police, armées (plan « Résilience »), professionnels de santé, mais encore caissiers, éboueurs, ouvriers, agriculteurs, etc, effectivement envoyés en première ligne, la ligne de front.

Un champ sémantique belliciste

Le langage belliqueux semble naturellement s’imposer, tant cela peut ressembler à première vue à un conflit, une bataille en rang serré ; pourtant à regarder de plus près, cette crise n’emprunte pas tous les ressorts de la guerre.

Si « La guerre est un caméléon », comme le disait Von Clausewitz, Gaïdz Minassian contestait cependant cette rhétorique guerrière appliquée à la crise sanitaire[1] : « Elle [ la guerre ] change de forme, de couleur, d’acteurs mais pas de nature. Pour parler de guerre, il faut un ennemi. L’expression « d’ennemi invisible » pour qualifier le Covid-19 ne tient pas. Dans une guerre, l’ennemi est un élément structuré et incarné. » (…) Poursuivant « On ne signe pas la paix avec un virus ». (…) Enfin, « Qui dit guerre dit aussi destructions matérielles. Les rues des villes sont désertes, mais pas détruites ».

Il est vrai que, pour sa part, la guerre économique n’est sans user à son tour d’une sémantique militaire.

Qu’on en juge :

En effet, un prédateur entame les hostilités. La guerre économique met en opposition des assaillants. Auparavant, l’attaquant a affûté ses armes et constitué ses armées avec ses alliés ; placé ses pions et ses espions. Il commence alors l’offensive. Il se lance à l’assaut de l’entreprise devenue sa cible, son but de guerre, avant d’en faire un butin. Il livre bataille contre sa proie qui s’arme, riposte et se défend. Cette dernière lutte pour sauver ses marchés, ses approvisionnements, tandis que l’assaillant combat pour obtenir de nouvelles conquêtes, pour accroître sa fortune. Les hostilités sont dures et les coups sont rudes.

En revanche, la cible n’est pas sans défense. Elle contre-attaque et établit les plans d’une contre-offensive. Si le combat devient désespéré, elle ne rendra pas pour autant les armes aussi facilement. Elle peut tout d’abord faire appel à un chevalier blanc qui, s’il n’est pas franc peut s’avérer être un chevalier noir. Si la partie est définitivement perdue, la société prise dans le filet peut en dernier ressort pratiquer la politique de la terre brûlée. Se voyant perdue, déshonorée, livrée à l’ennemi, elle ingurgitera quelque pilule empoisonnée afin de ne pas se rendre vivante[2].

La guerre est un fait

Selon Oswald Spengler : « la paix est un souhait, la guerre est un fait » ce qui répond à la locution latine bien connue « Si vis pacem, para bellum ».

ob_d29098_clausewitz-frontispiece.jpgUne guerre est un affrontement entre deux puissances ; un « choc des volontés » selon Von Clausewitz qui prétendait également que « la guerre est le prolongement de la politique par d’autres moyens ». C’est invariablement un rapport de forces, associant tout à la fois brutalité par le fracas des armes et le metis ou la ruse de l’intelligence.

Un conflit s’opère entre ennemis, déclarés ou pas, mais toujours désignés, cherchant à dominer, à anéantir ou à réduire l’adversaire ou encore à s’approprier ou occuper un espace. La guerre conduit au sacrifice suprême de ses acteurs quelle que soit la ligne de front.

Aussi regrettable soit-il, nous sommes amenés à constater que dans l’histoire de l’humanité, depuis ses plus lointaines origines, la guerre est inhérente à la nature humaine et les épisodes pacifiques constituent a contrario des séquences anormales au sein de longues périodes guerrières beaucoup plus nombreuses. La paix est l’exception quand la guerre en constitue le temps ordinaire.

De tous temps, et dans tous les espaces, les hommes se sont donc affrontés et ce quel que soit le motif invoqué par les parties belligérantes et quel que soit la nature du conflit ; on peut ainsi affirmer que « la guerre est le propre de l’homme »[3].

Aussi, faut-il de méfier de ceux qui disent : « Il n’y a pas de conflit. » Ils sont mal informés ou dangereux. »[4]. Ce constat lucide a été énoncé en 1986 par Alexandre de Marenches, un grand espion français, ancien patron du SDECE, lequel avait sans nul doute une acuité certaine, ne serait-ce par déformation professionnelle.

Or, une grande spécificité de ces dernières décennies fut la négation de l’ennemi. Dès lors que la guerre demeurait proclamée comme étant immorale, l’ennemi avait disparu avec le principe même d’affrontement direct.

Or, comme l’a écrit très justement Julien FREUND : « Se tromper sur son ennemi par étourderie idéologique, par peur ou par refus de le reconnaître à cause de sa langueur de l’opinion publique c’est, pour un Etat, s’exposer à voir son existence mise tôt ou tard en péril. Or, un ennemi non reconnu est toujours plus dangereux qu’un ennemi reconnu »[5]. C’est sur cette nouvelle illusion que s’ouvrit le 21ème siècle.

L’économie, c’est aussi la guerre

Ainsi, en un demi-siècle, l’Occident a glissé au fil du temps d’une lutte armée, de nature conventionnelle entre états ou factions ethniques au moyen d’armements traditionnels tels que blindés, avions chasseurs et bombardiers, marine militaire, ou plus terrifiants comme les armes NBC[6] et électromagnétiques, à des conflits souterrains, plus feutrés, d’une nature nouvelle, dans un schéma de conquête économique et d’affirmation de puissance géoéconomique, géostratégique et géopolitique.

La guerre économique ne doit pas se confondre avec la guerre à l’économie militaro-industrielle, telle que la destruction ou le sabotage, par des moyens armés, d’usines d’armement, de voies de communication, atteintes aux pôles aéroportuaires, coupures à l’accès aux matières premières, moyens de télécommunication, infrastructures cyber, etc., lesquelles actions relèvent davantage de la guerre totale[7]. La guerre à l’économie c’est neutraliser les capacités de production de l’ennemi.

La guerre économique n’est pas non plus la guerre à l’économie que les altermondialistes et anticapitalistes mènent dans leur velléité d’anéantissement du libéralisme sous toutes ses formes, et plus largement des activités économiques humaines sous toutes ses formes. Si la guerre économique n’empêche pas la remise en cause d’un modèle économique, elle ne se rattache pas aux contempteurs du capitalisme, sauf à en dénoncer les travers.

Enfin, elle n’est pas l’économie de guerre à savoir l’effort industriel des entreprises d’armement pour subvenir aux ressources et moyens nécessaires pour livrer les batailles et alimenter l’appareil militaire en armement. Si la guerre économique interroge les questions essentielles d’autonomie stratégique, elle n’est pas le recours à toutes les capacités de production au bénéfice des forces armées.

En réalité, la guerre économique prospère précisément en temps de paix militaire, et constitue l’affrontement géoéconomique des grandes puissances, à défaut d’employer des moyens armés.

D’où le recours essentiel aux stratégies indirectes et/ou asymétriques dont le droit, la fiscalité, les technologies, les normes environnementales désormais, etc., ne sont pas absentes.

511t6Vlw1wL.jpgEn matière de définition, selon Bernard Esambert :

« L’économie mondiale se globalise : la conquête des marchés et des technologies a pris la place des anciennes conquêtes territoriales et coloniales. Nous vivons désormais en état de guerre économique mondiale, et il ne s’agit pas seulement là d’une récupération du vocabulaire militaire. Ce conflit est réel, et ses lignes de force orientent l’action des nations et la vie des individus. L’objet de cette guerre est, pour chaque nation, de créer chez elle emplois et revenus croissants au détriment de ceux de ses voisins » (…)

« La guerre économique impose également des débarquements chez l’ennemi par l’implantation à l’étranger, la défense de l’arrière par des entreprises à caractère régional et l’établissement de protections au travers de tarifs douaniers qui ne représentent plus que des murets de fortune, de mouvements monétaires qui ont pris le relais des barrières douanières, enfin d’innombrables entraves aux échanges qui protègent ici ou là un pan de l’économie ». « Les chômeurs sont désormais les morts de la guerre économique »[8].

D’une autre manière, avec une lecture plus dialectique, Christian Harbulot suppose que :

« Ce sont désormais la politique, et donc la guerre, qui ont changé de visage pour se réinventer et se placer très largement au service de l’efficacité économique, c’est-à-dire d’un capitalisme financier à l’intérieur duquel l’État tente, avec plus ou moins de succès, de préserver une base industrielle. »[9]

Enfin, l’universitaire Frédéric Munier précise que :

« La guerre économique peut tout d’abord être définie, au sens strict, comme une modalité de la guerre. Elle s’inscrit alors dans un contexte de conflit entre nations sous la forme d’actions de violence économiques : l’embargo, le boycott, des mesures de contingentement en sont des exemples parmi d’autres. Les armes économiques sont mises au service d’un projet politique, le plus souvent l’affaiblissement d’une cible. (…) Cette guerre économique s’apparente à une guerre par l’économie. »[10]

Mais cette compétition économique exacerbée – ou guerre par l’économie pour reprendre l’expression de ce dernier – ne concerne pas seulement les grands groupes ; elle n’épargne pas non plus le tissu industriel et commercial territorial. Tant s’en faut.

En cette période de catastrophe sanitaire, veillons à ce que la crise qui s’en suit ne déchaîne pas davantage la guerre économique entre les nouveaux blocs Est-Ouest qui s’affirment.


Notes:

[1] MINASSIAN Gaïdz, « Covid-19, ce que cache la rhétorique guerrière », in Le Monde, 8 avril 2020

[2] de MAISON ROUGE Olivier, Les stratégies de défense anti OPA, mémoire, 2002

[3] A ce titre : MARRET J.-L., « Guerre totale », L’Editeur, 2012.

[4] OKRENT C. et de MARENCHES A. « Dans le secret des princes », Stock, 1986, p. 314.

[5] FREUND Julien, L’essence du politique, Dalloz, (réed.), 1965.

[6] Pour Nucléaire, Biologique ou Bactériologique et Nucléaire.

[7] Voir Jean TANNERY (1878-1939 à l’origine de la guerre économique, par Michaël BOURLET, in « Guerres mondiales et conflits contemporains », 2004/2, n°214.

[8] ESAMBERT Bernard, La guerre économique mondiale, Olivier Orban, 1991.

[9] HARBULOT Christian, La machine de guerre économique, Economica, 1992.

[10] Munier Frédéric, La Guerre économique. Rapport Anteios 2010, PUF, 2009.

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mercredi, 01 avril 2020

Gaston Bouthoul, polémologue. Fin de l’omertà ?

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Gaston Bouthoul, polémologue. Fin de l’omertà ?

par Arnaud Imatz

Le réalisme politique ne jouit pas en France d’une bonne réputation, ni dans les milieux académiques, ni dans les médias mainstream. Si dans les pays Anglo-saxons, en Amérique hispanique et dans le reste de l’Europe (en Italie tout particulièrement), l’intérêt ne se dément pas pour « l’école de pensée réaliste », dans l’Hexagone, elle est le plus souvent balayée d’un revers de main, taxée d’idéologie antidémocratique, manichéenne, opportuniste et désespérante, perçue comme une idéologie de dominants qui refusent de penser le changement et l’avenir. Le silence de la grande presse parisienne sur la remarquable synthèse du professeur Dalmacio Negro Pavón, La loi de fer de l’oligarchie. Pourquoi le gouvernement du peuple, par le peuple, pour le peuple, publiée en novembre dernier (Toucan / L’Artilleur, 2019), n’est qu’un révélateur de plus de cette censure « soft » mais efficace.

71ukXAUZq2L.jpgRéputé l’un des meilleurs politologues du monde hispanique, l’académicien Negro Pavón a beau montrer que le réalisme politique n’est pas une famille politique homogène mais un point de vue de recherche et d’étude qui vise à éclairer les règles de la politique, qu’il n’est pas la défense du statu quo, qu’il part de l’évidence des faits mais ne se rend pas devant eux, qu’il ne se désintéresse pas des fins dernières mais reconnaît au contraire la nécessité vitale des finalités non politiques (le bonheur et la justice), rien ne peut ébranler la foi de ses adversaires, ennemis autoproclamés de toute pensée « machiavélienne », ou plutôt, selon leurs dires, « machiavélique ». Dans le fond, on le sait, le postmodernisme (mélange de néo-marxisme et de néo-libéralisme), n’est qu’une rébellion contre la réalité. Et le péché capital que redoutent ses thuriféraires est moins la « démagogie populiste », comme on l’entend ad nauseam, que le « sain scepticisme politique ». Une manière de penser qui, précisément, fait dire à Pavón,  au grand dam de nos pseudo-progressistes, qu’il y a une condition essentielle pour que la démocratie politique soit possible et sa corruption beaucoup plus difficile: « il faut que l’attitude à l’égard du gouvernement soit toujours méfiante ». Et encore, citant Bertrand de Jouvenel : « le gouvernement des amis est la manière barbare de gouverner ».

Simone Weil, Bertrand de Jouvenel, Raymond Aron, Jules Monnerot ou Julien Freund, pour ne citer qu’eux, ont tous, à un moment ou à un autre de leurs vies et à des degrés divers, fait l’amère expérience de cette méfiance et de cette hostilité que suscitent le « sain scepticisme politique ». Mais en la matière, la victime, l’exclus ou le réprouvé par excellence est assurément le polémologue Gaston Bouthoul, tombé injustement dans l’oubli depuis des décennies. À l’occasion du 40e anniversaire de sa mort (1980-2020), le politologue de l’Université de Murcie, Jerónimo Molina Caro, déjà connu pour ses travaux sur Raymond Aron et Julien Freund, nous offre une véritable somme sur la vie et l’œuvre de « Gaston Bouthoul, Inventor de la Polemología » (Centre d’études politiques et constitutionnelles de Madrid, Prix Luis Díez del Corral).

mini_magick20190404-31551-1ulxni0.pngGaston Bouthoul (Boutboul selon son certificat de naissance), est né dans la petite ville côtière de Monastir en Tunisie, le 8 mai 1896. Élevé au sein d’une famille bourgeoise de la communauté juive d’Afrique du Nord, le jeune Gaston parle le français, le dialecte arabe de la région et l’italien. Une fois ses études secondaires terminées, il quitte Tunis pour Paris, mais il restera toujours très attaché à son pays de naissance. En mai 1916, il s’inscrit à la faculté de droit et de lettres de la Sorbonne, puis, en juillet 1918, à l’Université de Lyon. De retour à Paris, en novembre 1918, dès la fin de la Première guerre mondiale, il acquiert la nationalité française.

Bouthoul obtient successivement deux doctorats en 1924 et en 1931: un premier doctorat en sciences juridiques et sciences politiques et économiques à la Sorbonne, avec une thèse « principale » sur La durée du travail et l’utilisation des loisirs et une thèse « secondaire » Étude sociologique des variations de la natalité dans les faits et la doctrine ; puis,un deuxième doctorat en lettres, section philosophie, à l’Université de Bordeaux avec une thèse « principale » sur L’invention (dans laquelle il défend la psychologie sociale et s’oppose au sociologisme de Durkheim) et une thèse « secondaire » sur Ibn-Khaldoun, sa philosophie sociale.Le génial aventurier politique et érudit, Ibn Khaldoun (1332-1406), né à Tunis et mort au Caire, sorte de machiavélien avant la lettre, théoricien de la décadence et de ses causes historiques, conduit très tôt Bouthoul à adhérer au réalisme politique.

En 1923, Bouthoul se marie avec Vera Betty Helfenbein, une jeune femme brillante, née à Odessa. Avocate, écrivaine et peintre, Betty côtoie le milieu intellectuel de la capitale où elle introduit son mari, qui se lie d’amitié avec une pléiade d’intellectuels dont Jacques Prévert et le francophile et francophone Ernst Jünger. L’amitié avec l’auteur de Sur les falaises de marbre ne se démentira pas. Au lendemain de la deuxième guerre mondiale, à deux reprises, en 1950 et 1951, le couple recevra Jünger dans sa résidence d’été d’Antibes.

La carrière universitaire semble s’ouvrir à Bouthoul, mais ses affinités intellectuelles, fort éloignées de la sociologie durkheimienne, qui est alors hégémonique en France, rendent difficiles son intégration dans les milieux académiques. Intellectuel libre, chercheur indépendant, il est rétif à se plier aux conventionnalismes, aux formalités et servitudes de la vie académique. Sa vertu et son caractère l’éloignent des chapelles et des coteries mais le revers de la médaille est son exclusion des postes universitaires importants. Personnalité non-conformiste, membre du Club des « Savanturiers » fondé par Boris Vian et Raymond Queneau, Bouthoul étonne, choque même les bien-pensants.

Gaston et Betty Bouthoul ont néanmoins un avantage appréciable : l’indépendance financière que leur assure la profession d’avocats bien établis laquelle les met à l’abri des revers et chausse-trapes académiques. Les deux défendront les intérêts de clients et d’amis célèbres dont, dans le cas de Gaston Bouthoul, Jacques Prévert, Henri Langlois, fondateur de la cinémathèque française, ou les enfants naturels de Picasso.

51lwf6+xpnL._SX322_BO1,204,203,200_.jpgC’est en 1922 que le nom de Gaston Bouthoul est mentionné pour la première fois dans la Revue internationale de sociologie, organe de l’Institut international de sociologie fondé par le sociologue René Worms (1893). À partir de 1926, cette revue réputée est dirigée par un ami de Bouthoul, Gaston Richard, un disciple de Durkheim devenu anti-durkheimien. Collaborateur régulier de la Revue internationale de sociologie mais aussi du Mercure de France, le futur polémologue recense et commente les néo-machiavéliens italiens Roberto Michels, Gaetano Mosca et Vilfredo Pareto. Pacifiste, se situant politiquement au centre-gauche, Bouthoul adhère à la franc-maçonnerie et collabore, semble-t-il, avec Paul Reynaud. Mais ses prises de position partisanes sont accidentelles au regard de son scepticisme politique foncier. Personne n’a plus souligné que lui « l’extrême pauvreté intellectuelle de la vie politique », la persistance dans le temps de quelques idées politiques basiques qui permettent de parler d’une infrastructure psychologique ou mentale dont les effets opèrent constamment sur la pensée et l’action politique. La politique est, selon lui, le degré le plus bas de l’activité intellectuelle. N’importe qui peut aspirer à une brillante carrière s’il est capable de réciter quelques slogans.

Bouthoul contribue aux travaux du Congrès international et intercolonial de la Société indigène, publiés en 1931, sous la tutelle de Lyautey. Sa communication porte sur l’amélioration des conditions sociales en Tunisie. Durant les années 1920 et 1930, il fréquente assidument l’École coloniale et dirige la Revue d’Afrique (de 1928 à 1939). C’est l’époque ou le radical-socialiste, Albert Sarraut, ministre et président du gouvernement, justifie la colonisation comme une « œuvre de solidarité humaine », une obligation civilisatrice, le droit du fort à aider le faible, une entreprise d’association et de prolongation de l’Europe. Les colonies ne sont pas seulement des marchés mais la création d’une nouvelle humanité. Leur finalité n’est pas purement matérielle ou économique mais leur objectif est de développer un nouvel idéal moral, de créer une nouvelle tradition intellectuelle commune, un nouveau type humain imprégné de deux cultures. Optimiste, Bouthoul croit en la possibilité d’un islam français. Il se déclare partisan d’un fédéralisme européen (« l’autonomie ou l’indépendance dans l’interdépendance » diront pour leur part Edgar Faure ou Albert Camus dans les années 1950) qui repose sur l’autonomie des différentes régions de l’empire français. Plus tard, des considérations démographiques le convertiront en un partisan de l’abandon de l’empire.

A la fin des années trente, Bouthoul commence à s’intéresser à l’étude du « phénomène-guerre » et écrit dans la Revue de Défense nationale. En 1940, grâce à ses bonnes relations avec l’imam de la mosquée de Paris, il obtient un certificat d’appartenance à la religion musulmane qui le protège lui et sa femme sous l’Occupation. En janvier 1941, le couple se replie sur Antibes. Amis de l’écrivain-résistant René Laporte, les Bouthoul retrouvent chez lui Aragon, Georges Auric, Cocteau, Eluard, Claude Roy, Pierre Seghers, André Verdet et bien d’autres.

718T0q1iQgL.jpgLa profonde impression que produit la Deuxième guerre mondiale sur Bouthoul – l’hécatombe européenne et les effets de l’arme atomique -, réoriente sa vie intellectuelle. De retour à Paris en 1945, il fonde l’Institut Français de Polémologie pour l’étude scientifique des causes des guerres (IFP). La polémologie, c’est l’étude de la guerre considérée comme un phénomène d’ordre social et psychologique. Bouthoul cherche à remplacer le pacifisme idéologique par un pacifisme scientifique, c’est-à-dire une conception de la paix fondée sur l’étude multifactorielle du « phénomène guerre ».

Dès les années 1950-1960, les grandes lignes de sa pensée sont déjà nettement tracées. Bouthoul, dénonce la saturation ou l’inflation démographique, l’amoncellement humain, qui met en péril le respect de la dignité de la personne et son progrès moral. Il rejette la prétendue relation de causalité purement quantitative entre l’augmentation de la population et le progrès établie par les démographes populationnistes. Néomalthusien optimiste (alors que Malthus est un pessimiste), il combat le populationnisme par crainte et haine de la guerre. Il réfute le populationnisme d’Alfred Sauvy, fondateur et directeur de l’Institut National d’Études Démographiques. Il s’oppose au populationnisme du républicain de centre gauche Zola, comme à celui du socialisme militant (utopique, marxiste et social-démocrate lequel sera partisan de la lutte des classes… jusqu’au triomphe du Welfare State). La dépopulation est pour les populationnistes un symptôme non équivoque de décadence car elle impose à la nation une « atmosphère déprimante ». À l’inverse, pour Bouthoul le propre des civilisations qui optent résolument pour la quantité est la tendance à devenir chaque fois plus inhumaine.

La solution du problème de la guerre et de la paix n’est pas, selon lui, dans les doctrines politiques, ni juridiques, ni morales, ni économiques, mais dans la science et le savoir. Ou la polémologie ou la guerre ! A l’adage traditionnel, romain et clausewitzien, Si vis pacem, para bellum (Si tu veux la paix, prépare la guerre), et à celui du pacifisme rhétorique, Si vis pacem, para pacem (Si tu veux la paix, organise la paix), Bouthoul préfère la devise, Si vis pacem, gnosce bellum (Si tu veux la paix, comprend la guerre). Les incriminations et les discours contre la guerre ne servent à rien ; l’important, c’est la connaissance de l’agressivité collective et des conditions qui la suscitent.

md1207020186.jpgBouthoul étudie la périodicité des guerres, leurs causes présumées et leurs fonctions sociales. Il remet en question toute forme de déterminisme économiciste qu’il soit d’inspiration libérale ou marxiste. Ce n’est pas l’économie, mais la démographie qui est « le facteur numéro 1 »  de la guerre. Ni le dirigisme économique ni le libre-échange influent décisivement sur l’agressivité des nations. Il ne faut pas nier l’influence des facteurs psychologiques, culturels ou économiques, mais les circonstances de nature démographique sont celles qui comptent le plus.

La guerre n’est pas une maladie sociale, ni une pathologie collective, mais l’expression constante et régulière du dynamisme biologique et démographique, une fonction stable de la biologie sociale qui s’exerce sous les prétextes les plus variés. La guerre est innée et acquise, un fait de nature et un fait d’histoire, ses racines sont dans l’animalité de l’homme, mais aussi dans son humanité et dans sa sociabilité projetées dans le devenir historique. La guerre est un phénomène sociologique ou psychologique plus que politique. Elle n’est pas intentionnelle, mais plus nécessaire et fatale que volontaire et optionnelle. Elle est indépendante, au moins en partie sinon totalement, de la volonté humaine. Elle ne dépend ni de la souveraineté, ni de la forme de gouvernement, mais du déséquilibre démo-économique et de l’agressivité collective.

Alors que pour Clausewitz la guerre a pour finalité la destruction de l’ennemi afin de lui imposer notre volonté. Pour Bouthoul, la guerre a comme finalité la « relaxation » démographique. Pour l’un, la guerre est un phénomène historique et contingent (la guerre est la continuation de la politique par d’autres moyens), pour l’autre, elle est un phénomène périodomorphique. La guerre a une fonction double : générique et spécifique. La première, est destructive (mortalité supplémentaire) et réductrice (effondrement de la natalité). La seconde, quintessence de la polémologie, consiste en l’élimination de jeunes garçons, une constante dans l’histoire des idées politiques et sociales. La causalité du phénomène guerre est majoritairement démographique. Ainsi, l’indépendance de l’Algérie sous De Gaulle s’explique par une conscience aigue du problème démographique qui plane sur la métropole : que deviendrait le haut niveau de vie de la France si quelques millions d’Africains arrivaient sur son territoire ?

La traversée du désert de Bouthoul se prolonge pendant plus de vingt ans. C’est seulement à partir de 1966 que son Institut prend vraiment son essor. Tout commence à changer lorsqu’il se lie d’amitié avec Lucien Poirier. C’est la première rencontre providentielle pour lui. Théoricien de la dissuasion nucléaire, principal représentant de la stratégie française de l’après-guerre, le général Lucien Poirier est un proche du gaulliste, ministre des armées, futur premier ministre, Pierre Messmer. Poirier fait appel à la collaboration de Bouthoul pour la Revue militaire d’information. Les finances de l’IFP s’améliorent et sa revue  Guerres et Paix est publiée aux PUF, de 1966 à 1970.

La seconde rencontre heureuse et inespérée de Bouthoul est celle de la journaliste pacifiste, femme de lettres et femme politique, Louise Weiss, qui assume le secrétariat général de l’IFP, de 1964 à 1971. En 1967, un Centre de sociologie de la guerre, dépendant de l’institut de sociologie de l’Université libre de Bruxelles, est crée et dirigé par  le général Victor Werner enthousiaste divulgateur des thèses de Bouthoul. Un autre ami proche, le professeur de philosophie politique, Julien Freund, fonde l’Institut de polémologie de l’Université de Strasbourg (1970). La dédicace du livre de Freund Utopie et violence (1978) à Gaston Bouthoul et à la mémoire de sa femme Betty témoigne de leur proximité.

En 1971, paraît le premier numéro des Études polémologiques ; les membres du comité d’honneur de cette nouvelle revue de l’IFP sont pour la plupart des intellectuels du Collège de France et de l’Institut de France (Braudel, Fourastié, Guitton, Rueff etc.). Deux collaborateurs de Bouthoul sont parmi les plus actifs, Hervé Savon, chercheur au Collège de France et le général René Carrère.

la-surpopulation-dans-le-monde.jpgDurant toute sa vie, Bouthoul publie des centaines d’articles et une bonne vingtaine de livres dont les titres sont éloquents. Parmi eux citons : Cent millions de morts (1946), Huit mille traités de paix (1948) [pas moins de 8000 traités de paix « qui devaient durer éternellement » ont été conclus entre l’année 1500 av. J.-C. et 1860], Les guerres, éléments de polémologie (1951), Le phénomène-guerre (1962), Sauver la guerre : lettre aux futurs survivants (1962), La surpopulation dans le monde (1964), L’art de la politique (1969), L’infanticide différé (1970), Essais de polémologie ( 1976) ou encore, en collaboration avec René Carrère et Jean-Louis Annequin, Le Défi de la guerre de 1740 à 1974 (1976) et Guerres et civilisations (1979).

Bouthoul a été critiqué pour son « monocausalisme » démographique, sa corrélation trop simpliste entre démographie et guerre (Alfred Sauvy, Paul Vincent, Raymond Aron) ou sa « délocalisation » des conflits (Yves Lacoste). Il lui a été aussi fait le reproche moral de justifier la guerre en lui attribuant une fonction sociale. Mais en réalité, il présente la polémologie comme un chapitre de la sociologie dynamique, générale, en raison du grand nombre de facteurs interdépendants qu’elle implique (depuis l’anthropologie et l’ethnologie démographique, jusqu’à l’économie, en passant par le droit et la psychologie). S’il croit en la primauté des facteurs démographiques, il n’a jamais affirmé que la surpopulation ou les perturbations démographiques sont l’unique cause de la guerre. Selon lui, « La surpopulation ne conduit pas nécessairement à la guerre, mais elle est une situation dans laquelle s’activent les institutions destructives. La prépondérance de l’une ou de l’autre sera déterminée par la mentalité, la conjoncture politique et idéologique, la technique, la tradition et bien sûr le hasard ».De sorte que « bien qu’on ne peut pas affirmer scientifiquement une relation certaine de causalité entre la perturbation démographique et la naissance des conflits… celle-ci peut favoriser les conditions qui créent le lien polémogène ».

Avec un pourcentage majoritaire de sa population entre 20 et 35 ans, nous dit Bouthoul, un peuple est plus belligène et agressif. C’est au fond la doctrine du Youth Bulge des sociologues anglo-saxons d’aujourd’hui pour qui, lorsque dans un peuple la population des jeunes (entre 15 et 24 ans) dépasse les 20%, les possibilité de conflit intérieur ou de guerre extérieure se multiplient. Une société majoritairement gérontocratique et féminine est en revanche moins agressive.

Victime d’une grave maladie, Bouthoul décède en décembre 1980. Quelques mois plus tôt, il a accepté que l’IFP soit dissous et absorbé par la Fondation pour les Études de Défense nationale (1980). Respectant sa volonté, René Carrère en devient le directeur et Christian Schmidt, de l’université Paris IX Dauphine, le directeur adjoint. La FEDN sera à son tour dissoute, en 1992, sur proposition du ministre socialiste Pierre Joxe.

Sans projection universitaire, sans postérité véritable, surtout après la perte irréparable d’Hervé Coutau-Bégarie (2012), fondateur de l’Institut de stratégie comparée, et malgré les efforts méritoires de Myriam Klinger, maître de conférences à l’Université de Strasbourg, Gaston Bouthoul a semblé pendant des années condamné à être ignoré, méconnu et oublié. Mais grâce au livre passionnant et remarquablement documenté de Jerónimo Molina Cano, Gaston Bouthoul, inventeur de la polémologie. Guerre, démographie et complexes belligène, il n’en est rien. C’est avec impatience qu’on attend sa traduction et sa publication en France.

Arnaud Imatz est historien des idées, membre correspondant de l’Académie royale d’histoire d’Espagne.

lundi, 09 mars 2020

Marie von Clausewitz

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Marie von Clausewitz

Non sono solito leggere biografie, ma in questo caso ero molto curioso di affrontare il testo e godermelo fino alla fine per due motivi. Pur essendo una biografia, per me era come leggere e conoscere meglio un autore e un’opera che considero fondamentale per capire la natura della guerra. Secondariamente, il testo mi ha riportato in luoghi che ho visitato e vissuto e che quindi hanno fatto riemergere nella mia mente vivi e piacevoli ricordi.


Il libro di cui vi voglio parlare è Marie von Clausewitz: The Woman Behind the Making of On War di Vanya Eftimova Bellinger, un testo molto interessante che affronta un tema del tutto originale, ovvero la figura di Marie von Brühl, moglie del generale prussiano Carl von Clausewitz il più noto pensatore sulla guerra. Il tema diventa veramente centrale dal momento che la figura che emerge dalle pagine del libro ha chiaramente un carattere e una statura intellettuale importante con un ruolo non secondario nella stesura dell’opera principale di Clausewitz, il Vom Kriege, oltre che, come noto, nella sua pubblicazione postuma dopo la morte prematura dell’autore.


Marie von Brühl nacque nel 1779 da una nobile famiglia originaria della Turingia ma con forti legami con le terre prussiane orientali, ora in Polonia, e con la corte di Dresda. Era, quindi, a tutti gli effetti una nobildonna del tempo con tutto ciò che ne consegue, ovvero ottima educazione (anche relativamente alle lingue visto che parlava fluentemente l’inglese per via di alcuni legami famigliari) e ottime entrature anche nella corte di Berlino che frequenterà assiduamente fino alla morte sopraggiunta nel 1836.


Questo aspetto mette subito in luce una profonda differenza tra lei e il marito, poiché Clausewitz, originario della cittadina di Burg, era sì un nobile ma era un titolo che aveva ottenuto suo padre per vie burocratiche e che andava confermato (cosa che avvenne negli anni successivi anche per merito dell’intercessione di Marie). Il divario sociale tra i due era quindi notevole, la madre di lei, per esempio, all’inizio non approvò la relazione. Il diverso lignaggio ebbe ripercussioni poi anche sul diverso grado di educazione, Clausewitz era certamente un uomo colto e che amava leggere, ma la preparazione di cui godette Marie era superiore per ciò che concerne sia le lingue sia i modi e i comportamenti nelle lettere ufficiali piuttosto che a corte.


L’autrice riesce a creare una vivida immagine della coppia grazie a due aspetti. Primo, utilizza l’epistolario di Marie ritrovato qualche anno fa e ciò le permette di avere a disposizione diverso materiale inedito in grado di gettare luce su aspetti nuovi o poco conosciuti. Pur non essendo un epistolario completo, e con il grande limite di non coprire tutti quei periodi in cui la coppia, vivendo insieme, non aveva necessità di scriversi, resta una fonte fondamentale per capire meglio la personalità di Clausewitz, le dinamiche di coppia, così come i loro interessi.


Dalle lettere emerge chiaramente come la coppia condividesse importanti interessi politici e come Marie sia stata un elemento importante per la carriera di Carl spronandolo e cercando appoggi tra i suoi contatti a corte. Lei lo ha sempre appoggiato nelle sue scelte che spesso lo portavano lontano per via della carriera militare e questo ha rinsaldato sempre più il legame tra loro. Anche la scelta di Carl di raggiungere l’esercito russo e combattere contro Napoleone, quando la Prussia invece si alleò con il francese, fu sofferta ma condivisa perché entrambi condividevano la stessa visione politica nazionalista prussiana in netta contrapposizione con il piano egemonico di Bonaparte.


clausewitz,marie von clausewitz,art militaire,militaria,guerre,histoire,allemagneLa visione politica dei due è molto simile ed emerge costantemente nelle lettere. Il libro ne segue le tracce nel quadro di quegli anni burrascosi che fu l’inizio dell’800 con le guerre napoleoniche la disfatta di Jena (14 ottobre 1806), la sconfitta e l’umiliazione prussiana che scossero gli animi della coppia (che in quel periodo non era ancora sposata, il matrimonio venne celebrato il 17 dicembre 1810 a Berlino presso la Marienkirche visitabile ancora oggi in pieno centro). Questo permette all’autrice di ricostruire in modo preciso le vicende della Prussia, e in genere dell’Europa di quegli anni, inserendovi quindi la maturazione delle idee politico-strategiche di Clausewitz oltre che ovviamente le vicende amorose dei due.
Il secondo aspetto importante è che l’autrice, che ha ripercorso i luoghi della coppia (dalla cittadina natale di Burg fino a Berlino) è che inserisce quella coppia, sicuramente particolare già all’epoca (per il divario sociale tra i due, ma anche per la particolare personalità di Marie), nel dibattito politico della Prussia facendo emergere i contatti con vari personaggi di spicco dello schieramento anti-napoleonico, ma soprattutto le forti e ampie riflessioni politiche che i due erano sicuramente impegnati a fare tra loro, ma anche nei salotti bene della nobiltà prussiana.


Marie appare quindi una donna sui generis rispetto all’immagine della classica nobildonna di inizio Ottocento perché era sì colta, ma aveva maturato un vivo e attivo interesse per la politica, un fatto certamente non comune (come a volte mette in luce l’autrice). Era inoltre impegnata in prima persona in quei dibattiti, ma anche nella vita militare sia per seguire il marito sia per scelta personale. Infatti, è significato il passaggio del testo in cui si ricostruisce il periodo in cui Marie per cercare di rimanere più vicina a Carl, impegnato nelle campagne belliche, e di essere di aiuto nello sforzo bellico prussiano scende in campo in prima persona. Ovviamente non imbracciando un arma, ma occupandosi dei feriti (per esempio durante l’assedio della cittadella di Spandau a Berlino, altro luogo che consiglio vivamente di visitare) e collaborando, dalle lettere non è chiaro in che ruolo, con il locale ospedale militare. Se da un lato all’epoca era relativamente normale che le mogli degli ufficiali seguissero in mariti, dall’altro è chiaro come non fosse normale per una donna che frequentava quotidianamente il re e la corte trovarsi a svolgere mansioni simili a un infermeria da campo.


Marie dunque era sicuramente una donna diversa dalle sue contemporanee e lo dimostra poi ancora una volta dopo la morte del marito, avvenuta improvvisamente per colpa di un’epidemia di colera nel 1831, quando prende in mano il manoscritto del Vom Kriege e le altre opere di Carl per sistemarle e mandarle in stampa. Lei aveva sempre spinto il marito sia verso la carriera militare sia nella stesura dell’opera. Dalle lettere emerge chiaramente il coinvolgimento di Marie in alcune riflessioni di Carl così come il suo sosteno morale per continuare a scrivere. Marie, quindi, conosceva bene sia l’opera sia il pensiero del marito e si trovò a dover completare in qualche modo il lavoro. Purtroppo anche lei morirà presto, nel 1836, e non riuscirà a vedere l’intera opera pubblicata, ma quella che noi oggi leggiamo è quella riassemblata da Marie partendo dai fogli di Carl.


Insomma il libro di Vanya Eftimova Bellinger è sicuramente originale per il tema trattato, interessante da un punto di vista storico, poiché ricostruisce le vicende della Prussia del primo Ottocento e cruciale per chi vuole studiare con maggiore profondità la vita e il lavoro di Clausewitz.

dimanche, 26 janvier 2020

Des chercheurs pris dans la guerre biologique

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Des chercheurs pris dans la guerre biologique

par Etienne Aucouturier

Ex: http://www.geopolintel.fr

Que feriez-vous si le gouvernement vous demandait d’effectuer des recherches visant à défendre les populations contre des épidémies intentionnelles ? Au cours du XXe siècle, nombre de chimistes et biologistes civils, confrontés à cette question, ont accepté de collaborer secrètement, même si cela signifiait souvent aussi développer et produire les armes biologiques à combattre.

En janvier dernier, le virologue David Evans et son équipe de l’université d’Alberta, au Canada, indiquaient, dans la revue PLoS One, qu’ils avaient réussi à produire, à petit budget, une variante du virus de la variole. Conçue sur la base de séquences d’ADN trouvées sur Internet – qui provenaient du virus responsable de la forme chevaline de la variole –, l’initiative visait à produire un vaccin plus efficace contre cette maladie. Six mois plus tôt, la revue Science mettait déjà en garde contre cette recherche, alors en cours, qui pouvait donner l’occasion à des terroristes de produire à peu de frais des armes biologiques.

De fait, depuis que la période de l’après-Guerre froide a sonné le glas de la bipolarité politique du monde, ce que l’on nomme aujourd’hui le bioterrorisme préoccupe les États, particulièrement depuis l’épisode dit des « lettres à l’anthrax », au cours duquel, en octobre 2001, diverses institutions, dont des rédactions de journaux, avaient reçu des lettres contenant des bacilles de la maladie du charbon.

Certes, dès les premières décennies du xxe siècle, les États qui en avaient les capacités s’étaient lancés dans une course aux armements biologique et chimique, mais de nos jours, un nouvel aspect est venu renforcer l’inquiétude des dirigeants à ce sujet : la crainte de voir émerger des capacités de destruction sortant du cadre étatique. Le très grand nombre de canulars et les tentatives avérées de bioterrorisme des trente dernières années – dont celles des sectes Rajneesh à The Dalles, dans l’Oregon, en 1984 et Aum à Kameido, au Japon, en 1993 –, conjointement avec la fin de la Guerre froide et l’avènement d’Internet, laissent penser que l’arme biologique, l’arme atomique du pauvre comme la surnomment souvent les militaires, représenterait une menace sans précédent.

Le fait qu’une revue scientifique alerte sur les risques bioterroristes liés à une étude montre que le monde scientifique a fait siennes ces craintes. Mais cela n’a pas toujours été le cas. Si dès les années 1950, profondément marqués par l’emploi de la bombe atomique, les physiciens du domaine ont pris acte des enjeux éthiques et politiques de leurs recherches, pendant ce temps, les chimistes, biologistes et médecins concernés par l’usage militaire de leurs travaux ne dénonçaient que marginalement les recherches sur les armes biologiques et chimiques, sans doute à cause de leur caractère plus secret et des usages moins catastrophiques ou spectaculaires qui en étaient faits.

Pourtant, ces armes ont été développées et utilisées dès le début du xxe siècle, soit bien avant l’arme nucléaire, et ce grâce à l’expertise scientifique et médicale de nombre d’entre eux. Un minutieux travail de recherche dans les archives militaires françaises, mais aussi dans d’autres fonds comme les archives de la direction de l’institut Pasteur, nous a en effet récemment permis de montrer que, en France, ces armes ont fait l’objet d’une collaboration continue des militaires avec des scientifiques et médecins civils, membres d’institutions de premier plan.

Du roquefort aux nuages artificiels

at.jpgLa France a été pionnière dans le domaine des armes biologiques et chimiques. Dès la première décennie du XXe siècle, un chimiste français renommé, Auguste Trillat, inventeur du formol quelques années auparavant, brevetait certes un procédé de fabrication industrielle du roquefort, mais posait aussi les bases de la production intentionnelle d’épidémies à l’aide de nuages artificiels microbiens.

Bien avant la Première Guerre mondiale, le pays avait entrepris des recherches à visée militaire sur les armes chimiques. Mais c’est pendant cette guerre que les Français, puis les Allemands, firent pour la première fois usage de gaz de combat. Les armes dites biologiques furent elles aussi utilisées, mais de façon marginale, plutôt en tant que moyens de sabotage (pour tuer du bétail ou des animaux de transport) qu’en tant qu’armes de destruction massive, ou visant massivement les humains. Néanmoins, la menace de guerre bactériologique que ces attaques rendaient plus tangible fit avancer les recherches sur les méthodes de désinfection et de prophylaxie (l’ensemble des mesures à prendre pour prévenir les maladies). Trillat, devenu en 1905 chef du service des recherches appliquées à l’hygiène de l’institut Pasteur, à Paris, joua ainsi un rôle fondamental dans la création du programme français d’armement biologique et chimique après la Première Guerre mondiale.

En 1922, lui qui avait été pionnier tant dans la production de nuages artificiels déclencheurs d’épidémies, pour lesquelles il avait étudié les conditions atmosphériques propices à leur développement, que dans la recherche de méthodes de désinfection chimique à grande échelle, fut sollicité pour donner les lignes directrices de ce nouveau programme, sous la forme d’un rapport commandé l’année précédente par le ministère de la Guerre. Dès lors s’installa une collaboration continue entre institutions de recherche civiles et militaires. Les recherches sur les armes chimiques et biologiques requérant des compétences et des équipements similaires, les institutions et chercheurs mobilisés travaillaient en commun sur les deux systèmes, qu’il s’agisse de la recherche, du développement ou de la production.

L’institut Pasteur, ainsi que de nombreuses institutions scientifiques et médicales françaises de premier plan, dont le Muséum national d’histoire naturelle et le Collège de France, participèrent à ce programme par l’intermédiaire de certains de leurs membres éminents, comme les chimistes Charles Moureu (Collège de France), Marcel Delépine (faculté de pharmacie) et André Job (Conservatoire national des arts et métiers), travaillant sous contrats secrets avec la sphère militaire.

Dans le monde, la crainte que les guerres du futur voient s’amplifier le caractère de guerre totale qu’avait pris la Grande Guerre conduisit les principales nations occidentales, mais aussi le Japon, à préparer en temps de paix, dès l’entre-deux-guerres, les moyens de défendre – et d’attaquer – non plus seulement les combattants, mais les populations de nations entières. À cette même époque, des rumeurs issues de la presse britannique sur des essais secrets de dispersion d’agents biologiques effectués par des agents secrets allemands dans le métro parisien achevèrent de convaincre l’opinion publique et l’État français de la nécessité de prendre au sérieux cette menace. La réorganisation de la France en nation armée, souhaitée au plus haut niveau de l’État, conduisit à la production de moyens offensifs et défensifs de guerre chimique, biologique, puis, après la Seconde Guerre mondiale, nucléaire.

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L’activité secrète de la poudrerie du Bouchet

La poudrerie du Bouchet, à Vert-le-Petit, au sud de Paris dans l’actuelle Essonne, devint graduellement le centre névralgique d’un réseau de recherche et développement d’armes biologiques et chimiques, incluant d’autres institutions civiles et militaires. Elle demeure de nos jours, sous le nom de Centre d’études du Bouchet, le centre du ministère des Armées dédié à la défense contre les menaces biologiques et chimiques, et l’un des rares sites en France (et dans le monde) à disposer d’un laboratoire de niveau de sécurité P4. Peu à peu, la France rassembla ainsi secrètement, sous l’appellation d’armes spéciales, un arsenal de nouveaux moyens offensifs et défensifs, étudiés et développés avec l’apport constant de l’expertise scientifique et médicale civile.

En 1947, une Commission médicale de défense contre la guerre moderne vit le jour afin de mieux centraliser les études relatives aux armes spéciales, de reconstruire une défense nationale incluant ces armes et de tirer parti des recherches scientifiques civiles ainsi que des renseignements issus des réseaux scientifiques internationaux de chercheurs. Mixte, cette commission était composée de militaires et de savants de premier plan, pour beaucoup médecins des facultés de médecine ou chercheurs de l’institut Pasteur. Entre autres membres, Léon Binet, doyen de la faculté de médecine de Paris, Robert Debré, président de l’Institut national d’hygiène, ou Jacques Tréfouël, directeur de l’institut Pasteur, prenaient part aux discussions secrètes de la commission et répondaient secrètement à diverses commandes militaires. Les laboratoires civils entreprirent ainsi une grande diversité d’études sur, par exemple, le mode d’action des trilons (les gaz neurotoxiques Sarin, Tabun et Soman), la possibilité de vacciner contre la radioactivité ou encore celle de potentialiser les effets délétères d’aérosols de bacilles du charbon en les combinant avec des métaux lourds.

Les décennies suivantes, l’ouverture à la sphère civile des recherches sur les armes spéciales se referma partiellement, le gouvernement préférant concentrer ses forces sur l’arme nucléaire. Mais de nombreux chercheurs continuèrent de travailler sur financement militaire, à des fins prophylactiques ou non, leur expertise demeurant indispensable, s’agissant par exemple des études sur la polyvaccination. À titre indicatif, en 1967, le nombre d’animaux de laboratoire destinés en France à l’expérimentation d’agents chimiques et biologiques de guerre (20 000 souris, 20 000 rats, 5 000 cobayes, 2 000 lapins et 50 singes) représentait 10 % de l’utilisation actuelle par an d’animaux à des fins scientifiques.

Outre la motivation patriotique mise en avant par certains scientifiques pour justifier leur collaboration à ces programmes, la relation mutuellement bénéficiaire entre l’armée et les hommes de science en France explique sa pérennité. Ainsi, en 1972, Jacques Monod, alors directeur de l’institut Pasteur, écrivait au ministre de la Défense nationale Michel Debré qu’il serait souhaitable de renforcer et formaliser les liens entre l’armée et l’institut Pasteur, qui formait alors selon lui « la quasi-totalité des médecins-biologistes de l’armée ».

Des essais mystérieux en Algérie

Les armes testées au moins depuis les années 1930 à l’ouest du Sahara algérien (ainsi que dans certains centres d’expérimentation métropolitains, notamment près de Bourges) continuèrent de l’être jusqu’à la fin des années 1970. Notamment, on fit exploser des obus, roquettes et grenades chargés en agents biologiques ou chimiques pour mesurer leurs effets en situation réelle. La nature exacte et l’étendue des essais effectués secrètement en Algérie dans les deux décennies qui suivirent les accords d’Évian (1962) demeurent à ce jour peu connues et font donc régulièrement l’objet de spéculations légitimes de la part des populations concernées, craignant que les sites n’aient pas été parfaitement dépollués. Néanmoins ces essais ont eu lieu et ont participé de l’expertise française dans le domaine des armes chimiques et biologiques.

Ainsi, de l’aube du xxe siècle au début des années 1970, la France a développé et produit, à des échelles variables selon les époques et les priorités politico-militaires, des poisons synthétiques ou non, destinés, d’une part, à être utilisés en temps de guerre contre les hommes, les animaux et les plantes, mais aussi, d’autre part, à tester leurs effets à grande échelle pour mieux s’en prémunir en situation opérationnelle.

Les autres nations développées n’ont pas été en reste au cours du xxe siècle. Le Royaume-Uni, le Japon, les États-Unis, l’URSS, le Canada, les Pays-Bas, Israël, l’Afrique du Sud et d’autres ont aussi eu, à des fins diverses et des échelles variables, leur programme de guerre biologique et chimique. Le Japon, lorsqu’il occupait la Mandchourie avant la Seconde Guerre mondiale, a par exemple effectué de cruels essais sur les populations chinoises locales. Les États-Unis ont, à l’issue de cette guerre, secrètement récupéré les données que les Japonais avaient récoltées. Et, dans le cadre de la Guerre froide, l’URSS serait aussi entrée en lice avec son ambitieux programme Biopreparat, selon des transfuges russes tels que Ken Alibek ou Vladimir Pasechnik.

Parmi les scientifiques, mais aussi les militaires, il semble qu’un consensus ait perduré quant à la nécessité de maintenir une forme de politique de santé publique secrète pour défendre les populations contre les armes biologiques et chimiques. En France comme ailleurs, cependant, cette dimension avouable de leur action était contrebalancée par une contribution simultanée à des programmes souvent offensifs. Cette forme de politique de « santé publique inversée » – selon l’expression d’un de ses critiques de la fin des années 1960, le Britannique Robin Clarke – a placé les scientifiques et médecins devant un dilemme moral : collaborer secrètement avec les armées de leur pays pour prémunir des populations civiles contre des épidémies intentionnelles, au risque de contribuer en même temps à les doter de moyens offensifs en pratiquant des recherches non divulguées sur des agents pathogènes naturels ou synthétiques. Il semblait ainsi irresponsable de refuser cette collaboration autant qu’il l’était de l’accepter, et tout aussi irresponsable de publier les résultats des recherches comme de ne pas les publier. La réponse récurrente des scientifiques à ce dilemme, en France au moins, a majoritairement consisté à jouer le jeu du secret.

JBS-Haldane.jpgDe même, rares ont été les avocats de l’usage des sciences biomédicales pour la guerre. Si quelques scientifiques comme le généticien britannique John Burdon Sanderson Haldane (photo), dans les années 1920, ou des militaires tels que le brigadier général Jacquard Hirshorn Rothschild, après la Seconde Guerre mondiale, ont entrevu dans l’utilisation des connaissances en physiologie un moyen de rendre la guerre plus humaine (en introduisant la possibilité d’utiliser des agents non létaux plutôt que des armes conventionnelles aux effets moins prévisibles, comme les explosifs), la sélection précise des effets physiologiques des armes est demeurée une inclusion contre-nature de la science et de la médecine dans la guerre (tandis que des armes conventionnelles aux effets moins prévisibles sont restées autorisées).

Aujourd’hui, les armes biologiques et chimiques continuent de faire l’objet d’un dilemme moral récurrent pour la biomédecine. On ne s’improvise pas savant militaire : les chercheurs se lancent rarement dans une carrière médicale ou scientifique en vue de produire des systèmes d’arme ou de prémunir les populations nationalescontre des armes biologiques et chimiques. Aussi la sphère militaire a-t-elle toujours besoin de l’expertise de chercheurs civils et continue-t-elle, selon les périodes, à les inclure secrètement dans des programmes militaires ou à financer des travaux d’intérêt militaire.

La responsabilité des chercheurs civils est d’autant plus grande que sans expertise physiologique, la distinction entre les agents chimiques ou biologiques bénins et malins est impossible. La connaissance précise du fonctionnement du corps (humain, mais aussi d’autres animaux ou de végétaux) et de ses interactions avec des substances ou agents exogènes est essentielle pour caractériser une substance ou un agent comme un poison. À tel point que les armes biologiques et chimiques devraient être rassemblées sous un même terme, « armes physiologiques », qui insisterait plus sur la sélectivité de leurs effets que sur le moyen utilisé pour les obtenir.

Et demain ?

Sauf à adopter une anthropologie optimiste fondée sur une confiance universelle, il semble difficilement pensable qu’un État soucieux de la sécurité de sa population et du droit humanitaire international ne cherche pas à mobiliser ses scientifiques en vue de secrètement préparer sa défense, donc en effectuant des recherches sur un maximum d’agents malins et sur leurs antidotes. Il résulte de cette tension entre la vocation universaliste de la science et les circonstances politiques qu’il reste difficile de nos jours de distinguer les recherches à vocation défensive de celles à vocation offensive : se défendre contre des poisons implique en effet d’en disposer afin de trouver des antidotes. Et par conséquent d’anticiper les menaces en maintenant une recherche biomédicale et militaire de pointe. Si le cadre législatif international tend à préserver un statu quo entre les États, comme c’est le cas de la dissuasion nucléaire, le cadre géopolitique de l’après-Guerre froide tend quant à lui à laisser planer la menace d’une utilisation moins prévisible ou identifiable de ces armes empoisonnantes par des groupes privés ou non étatiques.

Cela d’autant que les avancées scientifiques et techniques des dernières décennies – notamment Internet, les nanotechnologies et l’utilisation des big data en médecine – sont susceptibles de conférer à des États comme à des entités privées des moyens de guerre biologique sans précédent, en accroissant la possibilité de sélectionner précisément les effets physiologiques ainsi que les éventuelles populations cibles.

Par exemple, nombre d’hôpitaux sont aujourd’hui dotés de biobanques où sont stockées et parfois partagées à grande échelle les données de patients consentants (notamment génétiques) et leurs échantillons biomédicaux. Ces biobanques constituent une avancée considérable pour la recherche biomédicale. Néanmoins, elles présentent aussi le risque qu’à la faveur d’une instabilité politique d’un État y ayant accès ou d’une privatisation de leur gestion (que l’OCDE préconise depuis 2001), le rêve d’un partage global des progrès de la biomédecine ne se transforme en un cauchemar militaro-industriel. Il est donc plus que jamais nécessaire que les citoyens s’emparent de la question de la guerre biologique, dont les enjeux relèvent tant de la sécurité militaire que des sécurités sanitaire et alimentaire.

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Armes chimiques et armes « bio »

Aujourd’hui, la terminologie militaire établit une distinction entre les armes chimiques et les armes biologiques, fondée sur les substances utilisées. Cette distinction à des visées juridiques et tactiques. Les deux types d’armes ne sont pas interdits de la même manière ni depuis la même époque, et leur usage diffère. Pourtant, ils n’ont pas toujours été dissociés.

Parmi les textes de loi emblématiques à ce sujet, au milieu du xixe siècle, pendant la guerre de Sécession, fut adopté le code Lieber (1863) qui interdit, entre autres pratiques cruelles, l’usage de poisons dans la guerre. Mais à l’issue de la Première Guerre mondiale, une légère nuance est apparue dans le Protocole de Genève (1925) : il spécifia qu’il était interdit d’utiliser des gaz asphyxiants, toxiques ou similaires et des moyens bactériologiques. Cette dissociation juridique en germe devint effective dans la seconde moitié du XXe siècle, avec la signature en 1972 de la Convention sur l’interdiction de la mise au point, de la fabrication et du stockage des armes bactériologiques (biologiques) ou à toxines et sur leur destruction. Les armes chimiques sont ainsi demeurées sans interdiction spécifique autre que celle du Protocole de Genève jusqu’en 1993, lorsque la Convention sur l’interdiction de la mise au point, de la fabrication, du stockage et de l’usage des armes chimiques et sur leur destruction fut adoptée.

Qu’est-ce qui distingue fondamentalement ces deux types d’armes ? Les toxines biologiques (la ricine, par exemple) étant fonctionnellement équivalentes à des armes chimiques, la distinction juridique est faite en vertu de leur origine. Les toxines biologiques sont ainsi qualifiées de biologiques en ce qu’elles ne sont pas des produits de la synthèse chimique, mais sont trouvées telles quelles dans la nature. Elles sont issues du vivant. Il en est de même des autres agents biologiques : bactéries, virus, champignons, et autres agents pathogènes non synthétiques sont inclus dans la catégorie des armes de guerre biologique. D’un point de vue juridique, les armes biologiques sont donc comparables… aux produits alimentaires dits « issus de l’agriculture biologique ». En revanche, toute reproduction de toxine biologique par chimie de synthèse relève du droit des armes chimiques…

Ainsi, la subdivision juridique des poisons prévus pour un usage guerrier est discutable à bien des égards. Elle a vraisemblablement eu pour fonction de permettre aux États concernés, dans la seconde moitié du XXe siècle, de poursuivre des recherches, développements et productions d’armes chimiques en toute liberté.

Etienne Aucouturier​​​​​​​

 

lundi, 13 janvier 2020

Les cycles de la Guerre… de Sarajevo à Bagdad

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Les cycles de la Guerre… de Sarajevo à Bagdad

Ex: http://geopolintel.fr

L’histoire se répète, de drames en tragédies, dans une spirale affolante. Le 28 juin 1914 l’archiduc François-Ferdinand d’Autriche-Este, prince de Hongrie et de Bohême, héritier désigné depuis 1896 du trône de l’empire austro-hongrois, est assassiné à Sarajevo – capitale de la Bosnie-Herzégovine - par le nationaliste serbe Gavrilo Princip, membre de l’organisation secrète de la “Main noire”… et des socio-démocrates [1] révolutionnaires de “Jeune Bosnie”. Autant dire que le dit terroriste appartenait à la même mouvance que les francs-maçons « Jeunes Turcs » perpétrateurs à partir de 1914 des grands massacres génocidaires des populations arméniennes et syriaques… Un mois après la mort de François-Ferdinand, l’Autriche-Hongrie déclare la guerre à la Serbie. Suivant un effet domino, par le jeu des alliances, en quelques jours, toute l’Europe va s’embraser. De ce conflit qui met fin aux Empire centraux – Allemagne/Autriche-Hongrie/Turquie – naîtra en 1919 et en Palestine un « Foyer National Juif » précurseur de l’actuel État hébreu qui lui verra le jour sur les cendres et le prodigieux monceau de cadavres de la Seconde guerre mondiale.

Toute raison gardée, nous ne pouvons nous empêcher de constater que l’Affaire Dreyfus, celle du fichage1 des officiers supérieurs français catholiques, le démantèlement du renseignement militaire par un pouvoir tombé aux mains de la franc-maçonnerie sectaire, intervint au moment précis où les forces progressistes et messianiques manœuvraient sur tout le Vieux continent (pensons aux révolutions de 1905 à Constantinople et en Russie sous la conduite du couple Alphand/Trotski) pour renverser ce qui subsistait de l’ordre ancien… La guerre leur fut une aubaine puisque dès fin 1918 la Révolution triomphait en Allemagne, deux jours avant la cessation des hostilités, le 9 novembre 1918, avec la proclamation de la République à Weimar. Dix huit millions d’humains auront ainsi péri pour qu’à l’issue de l’hécatombe naisse l’embryon du kyste étatique désormais bien incrusté au Levant, le ventre toujours fécond d’où pourrait sortir un nouveau conflit tout aussi dévastateur pour la Région et pour un monde plus que jamais divisé entre les thalassocraties de l’Ouest et l’espace continental eurasiatique à l’Est… Parce qu’aujourd’hui la sécurité de l’ex Foyer national devenu l’Israël n’a pas de prix, pas moins que son expansion dans ses frontières vétérotestamentaires, du Nil à l’Euphrate, du tombeau de Nahoum au centre géométrique d’Al-Koch, dernier village catholique du nord de l’Irak et l’un des foyers primitif du christianisme oriental, et au-delà jusqu’au pétrole de Kirkouk dans cette prometteuse néocolonie du Kurdistan irakien. D’ailleurs à partir de cette tête de pont, pourquoi ne pas imaginer que d’un saut de puce, les impériaux israélo-américains n’auraient pas la velléité de faire main-basse sur les méga gisements du Khouzistan2 iranien (l’Arabistan des Anglais) ?

La valse à trois temps des guerres universelles

Aujourd’hui – même si les circonstances et les enjeux ne sont pas identiques tout en présentant de nombreuse analogies, notamment quant aux suites et conséquences possibles - nous pourrions devoir faire face à nouvelle Guerre mondiale déjà bien amorcée en Syrie avec en toile de fond les sempiternelles exigences de l’État hébreu… Une valse à trois temps en quelque sorte ! Et il se pourrait que le compte à rebours ait commencé avec l’assassinat, le vendredi 3 janvier 2020 à Bagdad, par le truchement de drones tueurs, du généralissime iranien, Kassem Soleimani, âgé de soixante-deux ans et chef de la force al-Qods [Jérusalem], le fer de lance des Gardiens de la Révolution, responsable des opérations extérieures depuis 1998 ? À Paris la grande presse édulcore ou atténue le sens de l’événement, préférant parler de « mort au cours d’un raid » comme si Soleimani n’avait pas été visé précisément, personnellement, que tout cela n’ait été qu’un malheureux accident, une bavure ! Ajoutons que les drones ont fait coup double, Abou Mehdi al-Mouhandis, numéro deux de la coalition paramilitaire Hachd al-Chaabi l’a accompagné dans le trépas. Cette malheureuse initiative américaine (au regard des conséquences immédiatement prévisibles) intervient après que le 27 décembre 2019, 36 roquettes eurent été tirées contre une base américaine du centre de l’Irak, tuant un sous-traitant. Le 29, les États-Unis ripostaient en frappant cinq positions tenues par les Kataeb Hezbollah, une milice chiite, trois à l’ouest de l’Irak et deux dans l’est de la Syrie, causant la mort de 25 combattants et faisant 51 blessés. Le 31 ces mêmes Kataeb assaillent bruyamment l’ambassade des États-Unis à Bagdad… mais sans aucun mort et sans pénétrer dans les locaux diplomatiques extraterritoriaux. Le président Trump accède aux demandes de ses conseillers et donnent le feu vert pour l’élimination d’un homme, parfait inconnu en Amérique (tant des masses que des médias), mais qui de toute évidence était tout sauf l’homme à abattre tant son prestige dans le monde chiite était immense… Cela concerne l’Iran bien sûr, la Syrie alaouite, l’Irak majoritairement chiite (à 60%), le Liban, Bahreïn, le Yémen, l’Azerbaïdjan et partiellement l’Arabie, la Turquie et le Pakistan.

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Une authentique déclaration d’hostilités

Or, avec cette véritable déclaration de guerre – parce que c’en est une – un seuil décisif dans l’escalade de la tension entre les États-Unis et la République islamique d’Iran, a été franchi… que l’acte pour aussi calculé ait-il été - et apparemment tout aussi insuffisamment réfléchi de la part du président Trump… celui-ci a-t-il été à cette occasion trompé/désinformé quant à la portée symbolique et géopolitique de cette provocation ou bien les décideurs qui l’entourent ont-ils été les premières victimes de leur propre chutzpah, de leur hybris, de leurs ignorances et/ou de leur arrogance ? Non, l’Iran multiséculaire n’est pas un « tigre de papier » – ouvre une potentielle infernale Boîte de Pandore. Que la confrontation, d’une façon ou d’une autre, directe, ou plus vraisemblablement pour l’heure, indirecte, va créer l’irréversible en dépit des efforts de la Russie, de la Chine et Bruxelles pour éteindre l’incendie… autant dire que l’extension du feu à la Région paraît à présent inéluctable. Pas de doute l’Année 2020 commence bien, sur les chapeaux de roue : des roquettes ont recommencé à tomber sur la Zone verte à Bagdad, forteresse ultraprotégée abritant les centres névralgiques de la capitale ainsi que les représentations diplomatiques… et sur des camps américains lesquels comptent encore environ 5200 personnels militaires – outre deux à trois mille contractuels… contractors, entre supplétifs et mercenaires. Sans parler des renforts de plusieurs milliers d’hommes (terme générique) qui arrivent à l’heure actuelle dans les bases américaines du Golfe persique.

Bref, envisageons que cet acte létal, cette opération homo (en langage technique), une véritable frappe de décapitation, pour aussi provocatrice qu’elle soit, procède d’un savant calcul destiné à amener la Mollahcratie, tête basse, à la table des négociations en position de faiblesse ? James Burnham [2], ancien trotskyste et précurseur du néoconservatisme, grand penseur politique de l’immédiat après guerre, n’avait-il pas identifié les nouvelles élites américaines destinées à œuvrer pour la « domination mondiale » à des « machiavéliens » ? Nous gardons également en mémoire que, dans la « Fureur de vivre » [3] James Dean relève un défi insane, à savoir une course mortelle vers le bord d’une falaise à l’arrivée de laquelle le vainqueur est celui qui se jettera le dernier hors de son véhicule juste avant que celui-ci ne bascule dans le vide… Une illustration cinématographique de la théorie mathématique des jeux [4] qui va trouver son application géopolitique ultime dans la doctrine atlantiste de dissuasion nucléaire dite “Mad” ou Destruction mutuelle assurée… “Mad” signifiant en anglais “fou” ! Un modèle praxéologique en réalité établie par l’Allemand Friedrich Hegel dans et par sa “dialectique du maître et de l’esclave [5] ! Resterait à savoir si l’Amérique est encore en position de jouer au « maître » intransigeant partout et toujours ? Or il s’agit de pousser les enchères à l’extrême et que l’actuelle relance de la course aux armements – notamment en ce qui concerne les missiles hypervéloces et les lasers de puissance - entre les ÉUA, la Fédération de Russie et la Chine populaire, n’a pas mis un terme, bien au contraire, à la course à l’abîme… Fermons cette parenthèse !

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Bellicistes Démocrates et État profond

Ce faire plaisir (humilier l’ennemi et l’amener à passer sous les Fourches Caudines) est une chose, surtout en s’adossant à un écrasant différentiel de forces conventionnelles, autre chose est de gérer un conflit asymétrique, une autre encore est de faire face à une guerre dissymétrique, surtout sur la durée… l’Amérique n’est pas encore sortie du bourbier afghan, pas plus qu’elle n’a su et pu conclure en Irak. Nous avons dans ces deux cas la revanche du facteur humain sur la domination de la Machine. La technique et la mécanique ne peuvent pas tout si la dure volonté reste absente. Maintenant il semblerait que l’État profond américain (Département d’État, CIA, Complexe militaro-industriel, les Sept Sœurs, Aipac, Adl…) veulent en finir avec l’Iran rebelle au Nouvel Ordre Mondial et savent que, quel que soit le peu d’appétence de D. Trump pour les conflits outre-mer (n’a-t-il pas promis le désengagement des champs de bataille exotiques ?), celui, embarrassé par une pénible procédure de destitution (empeachment) enclenché par le Parti Démocrate, a besoin des forces vives de Wall Street pour assurer les relais financiers de sa campagne de réélection… l’argent n’est-il pas le nerf de la guerre ? À commencer par la guerre politique et idéologique qui fait rage entre Républicains et Démocrates… Au demeurant les bons démocrates pourraient trouver dans la décision autocratique (sans consultation du Congrès) de la part du président Trump de liquidation du général Soleimani, un autre et consistant motif de destitution.

À noter pour la beauté de la chose que ces mêmes Démocrates poussaient à la roue, lors de la campagne de 2016, afin de durcir à outrance les sanctions à l’égard de l’Iran (ce qu’effectivement a fait D. Trump en sortant de l’accord international de 2015 relatif au contrôle du programme nucléaire iranien, tout en maintenant cependant une voie ouverte pour le dialogue et la négociation directe comme avec Pyongyang [6]), et dans la perspective d’une impitoyable réplique au cas où le 51e État (Israël) se trouverait menacé… Dans cette occurrence, lors de la campagne de 2008, la candidate à la présidence des États-Unis, la Démocrate Hillary Clinton, axait sa politique extérieure sur la destruction [7] de l’Iran – “l’oblitérer” - si en effet celui-ci s’aventurait à franchir certaines lignes rouges relatives au protégé israélien ? « Je veux que les Iraniens sachent que moi présidente, nous attaquerons l’Iran. Dans les 10 prochaines années pendant lesquelles ils pourraient stupidement imaginer pouvoir lancer une attaque contre Israël, nous serons capables de totalement les oblitérer »… « Je veux que les Iraniens le sache, si je suis la présidente, nous attaquerons l’Iran. Et je veux leur faire comprendre que cela signifie qu’ils doivent examiner de très près la question, parce que quel que soit le stade d’avancement où pourrait se trouver leur programme d’armement nucléaire au cours des dix prochaines années, au cours desquelles ils pourraient envisager de lancer stupidement une attaque contre Israël, nous serions en mesure de les effacer totalement » [8].

C’est sans équivoque, hors de toute rhétorique électorale on ne saurait ainsi mieux dire. Un aveu qui fournit l’une des explications déterminantes (motrices) du comportement de la classe politique américaine judéo-protestante, comme soubassement au mille-feuille des mobiles géostratégiques ou géoénergétiques présidant à la politique anti-iranienne des États-Unis. Certes autant de raisons explicatives pertinentes et valables mais non suffisantes ou satisfaisantes si l’on en exclut in fine de la dimension eschatologique, légitimation et fondement des ambitions hébreues et des adeptes de la Destinée manifeste américaine en vertu de laquelle le Nouveau monde a pour mission divine la diffusion de la Civilisation… Autrement dit de la Démocratie universelle selon l’éthique calviniste si bien explorée par l’Allemand Max Weber [9].

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Kassem Soleimani le 16 septembre 2015 à Téhéran

Kassem Soleimani… Héros du monde chiite

Si l’on veut apprécier l’impact de l’assassinat ciblé de Kassem Soleimani, voyons à grands traits ce qu’il représentait aux yeux non seulement des Iraniens mais des chiites en général. Adulé des foules, il incarnait l’esprit de résistance aux deux grands ennemis du monde musulman : l’Amérique judéo-chrétienne et le wahhabisme père de tous les takfirismes. Et lorsqu’on connaît la place qu’occupe dans la culture chiite en général et particulièrement en Iran, le statut de martyr (l’essence du chiisme fondé sur le sacrifice - au sens religieux - de l’Imam Hossein, petit fils du Prophète [10]), on aura une idée plus exacte de l’aura du défunt au nom par lequel les foules le désignait : « le Martyr vivant »… en un mot, on voyait en lui une sorte de saint ! Soleimani, officieusement numéro trois du régime iranien, avait forgé sa réputation en s’imposant comme l’architecte de l’axe chiite est-ouest : Irak, Syrie, Liban. Encore a-t-il pu jouer un certain rôle dans la victoire du Hezbollah libanais lorsque ce dernier parvint en août 2006 à repousser l’offensive israélienne sur le Sud Liban [11].

Mais l’homme de guerre, le stratège, proche voire intime du Guide suprême, l’ayatollah Ali Khamenei, était aussi selon toute apparence un diplomate avisé… en juillet 2015 – quelques semaines avant que la Fédération de Russie n’entrât dans la danse en Syrie - il se rendait à Moscou afin de participer à la construction de l’intervention russe en appui à l’Armée (loyaliste) arabe syrienne. Selon la chaîne Fox News, Soleimani aurait rencontré Vladimir Poutine en personne – ce qui au fond n’aurait rien d’extraordinaire au vu des circonstances – ainsi que le ministre de la Défense, Sergueï Choïgou. Sa mission aurait marqué une étape déterminante dans la montée en puissance de l’engagement russe dans la lutte contre l’État islamique et les groupes djihadistes soutenus (sous couvert de dissidence et de lutte contre le régime baasiste) par la coalition occidentale.

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Elle aurait été en outre l’occasion de resserrer le partenariat stratégique informel russo-iranien esquissé au cours d’une rencontre entre le ministre des Affaires étrangères russe, Sergueï Lavrov et Ali Khamenei, Guide suprême de la République islamique… ceci au travers de leur soutien conjoint à la République arabe syrienne [12]. Cartes sur table – au sens littéral - Soleimani a su en effet convaincre ses interlocuteurs que la situation se détériorant rapidement au détriment de Damas, il était néanmoins encore possible de renverser la situation et de sauvegarder les fragiles intérêts russes en Méditerranée orientale… en l’occurrence la base navale de Tartous - seule et unique facilité portuaire pour la marine russe en deçà des Dardanelles - autrement menacée par une victoire des rebelles sunnites et de leurs alliés arabes et anglo-franco-américains… Israël restant en embuscade dans les airs (par de multiples et vicieuses frappes aériennes) et dans le Golan en appui aux troupes d’Al-Qaïda. Aujourd’hui, à Tel-Aviv et à Jérusalem l’on jubile après la disparition de Soleimani, leur bête noire, tout en affectant la retenue, et en renforçant la disponibilité des forces de défense (Tsahal), pour mieux rehausser la figure dévaluée du Premier ministre par intérim et délinquant notoire de droit commun, Netanyahou.

Benyamin Netanyahou « Des milliers d’Américains périront dans une confrontation avec l’Iran… Mais c’est un sacrifice qu’Israël est prêt à consentir »

Suite et conséquences probables ou inéluctables

Pour l’Iran, le coup est sévère. L’artisan du reflux occidental dans la Région n’est plus et contrairement à ce que disent et pensent les imbéciles, les grands hommes sont éminemment irremplaçables… même si le successeur de Soleimani a été aussitôt adoubé en la personne du général Esmail Qaani, son assistant de longue date. La vengeance donc semble inéluctable, d’autant qu’en Orient il n’est pas de pire offense que de perdre la face. L’acte de guerre voulu par le président Trump (car indéniablement c’en est un) en appellera immanquablement d’autres en retour, même si cela doit prendre un certain temps. L’arrêt de l’escalade n’est par conséquent pas pour demain. Déjà des roquettes ont été tirées sur la Zone verte et sur des bases de l’US Army, mais ce ne sont certainement, pour le moment que des pétards du Quatorze juillet. Attendons-nous à bien pire.

M. Trump inquiet des répercussions d’une action - dont la portée a dû en grande partie lui échapper - menace maintenant de frapper 52 cibles (autant qu’il y eut d’otages après la mise à sac le 4 novembre 1979 de l’ambassade américaine), politiques, militaires mais aussi culturelles… Qu’est-ce à dire ? Veut-il bombarder le cénotaphe de l’imam Khomeiny ? Plus sûrement, espérons-le, il s’agit pour le moment, à Washington, d’escalade verbale. Car le président Trump l’a de nouveau redit le samedi 4 janvier devant un parterre de chrétiens évangélistes : “Il ne veut pas la guerre”… Et l’élimination à laquelle il a donné son aval n’est destinée qu’à la prévenir, non à l’initier ! Reste à savoir dans quelle mesure D. Trump parviendra à maîtriser la tempête qu’il vient inconsidérément de déchaîner ? Parviendra-t-il à contenir l’inéluctable montée aux extrêmes qui vient de se mettre en route ? Quelle est sa marge de manœuvre ? Quelles forces agissent en sous-main pour le pousser à la faute ? Quel rôle néfaste ont joué les “lobbies” dans cette opération au regard de sa réélection ? Autant de questions cruciales.

En attendant l’Iran qui clame vouloir s’affranchir de toute « limite sur le nombre de ses centrifugeuses » destinées à l’enrichissement de l’uranium utile à la confection de têtes nucléaires, se tait quant au taux d’enrichissement, 3% actuellement bien loin du seuil critique des 20%… et par un communiqué, publié dimanche 4, Téhéran confirme que « la coopération de l’Iran avec l’AIEA, l’Agence internationale de l’énergie atomique, sera poursuivie comme auparavant ». Autrement dit les ponts ne sont pas coupés, les Iraniens évitant de se mettre tous les occidentaux à dos – acceptons de dire que M. Macron s’emploie, merci à lui, certes avec peu de succès, à désamorcer la crise… le pauvre il aura fort à faire ! – et tablant sur la division du camp occidental : Union européenne versus Amérique.

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Ce dimanche 5 janvier 2020, le Parlement irakien, réuni en séance extraordinaire a voté une résolution devant aboutir au départ de tous les personnels militaires américains… C’est une grande première depuis que l’invasion et l’occupation de l’Irak en 2003 : les deux grandes formations du Parlement irakien Al-Fath et Saeroun se sont accordées sur un projet de loi débouchant à terme sur l’expulsion des forces américaines d’Irak. Dans un premier temps, seulement 170 parlementaires irakiens l’avaient signé, au final Kurdes et sunnites ont fini par se rallier au texte voté à l’unanimité. Simultanément le gouvernement irakien acéphale (le Premier ministre ayant démissionné  : pour mémoire, l’élimination de Soleimani a pour décor un quasi soulèvement de la population - depuis plusieurs mois assorti de centaines de morts - contre la corruption du pouvoir associé à un puissant rejet de l’influence iranienne) vient de porter plainte au Conseil de Sécurité des Nations Unies… contre Washington. De l’inouï et de l’inédit de la part d’un peuple occupé par ses libérateurs  !

À ce titre, un grand merci à M. Trump qui avait promis ubi et orbi pendant sa campagne de 2016, le retrait des troupes américaines des théâtres d’opération extérieurs… America first. En Irak, nous y sommes presque, ironie de l’histoire, et cela même si c’est au risque aggravé d’un nouvel engagement au milieu d’une poudrière en feu au bord de l’explosion  ! Et puis la mort de Soleimani, vénéré dans le croissant chiite, pourrait avoir accompli l’impossible en faisant l’union entre l’Iran perse et de l’Irak arabe. Une gageure. Finalement, comme le dit si bien Antoine de Lacoste [bdvoltaire.fr4janv20]  : «  Depuis des décennies, la stratégie américaine [en accomplissement les vœux mortifères des irigeants israéliens] au Proche-Orient est celle du chaos  : en Irak, en renversant Saddam Hussein, en Syrie, en travaillant pour le renversement de Bachar el-Assad. Au bout du compte l’élimination de Soleimani procède toujours et encore de la même logique, ordo ab chao  »…

5 janvier 2020

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«  La guerre eschatologique  »

31 juillet 2019

Extraits  :

Le soutien matériel de l’Union soviétique et de la Chine ont sans doute fait beaucoup pour aider les Vietnamiens du Nord à renvoyer les GI’s dans leurs foyers, mais cela n’aurait certainement pas suffi sans la cohésion ethnique et psychique des Tonkinois, leur discipline de fourmis légionnaires et leur impressionnant acharnement dans l’offensive. De même “la force de l’Iran ne découle pas seulement de son arsenal de missiles balistiques et d’une flottille de vedettes de guerre difficiles à détecter, mais de sa volonté de résister, et de sa capacité à exercer des représailles contre toute agression” [AbdelBariAtwan21juil19]. C’est en effet ignorer que le sévère régime de sanctions auquel se trouve soumise la nation iranienne, loin de la dissocier, la ressoude dans et par une réaction patriotique. Erreur d’appréciation plus lourde encore de la part des anglo-américano-sionistes, pataugeant dans le matérialisme le plus opaque (borné), qui estiment négligeable la dimension métaphysique et même eschatologique de la culture iranienne. Le chiisme est en effet une religion basée sur la passion (au sens christique) de l’Imam Hussein mort en martyr lors de la bataille de Kerbela, le 10 octobre 680. Cela reste et demeure un fait central de la psyché collective iranienne… même si les jeunes générations urbanisées et occidentalisées se détournent aujourd’hui ostensiblement de la religion. Les modes passent et les invariants culturels subsistent… sauf bien entendu, grand remplacement et brassage génétique irréversible des populations.

Dimension métapolitique de la guerre

Ce dimanche 5 janvier 2020, le Parlement irakien, réuni en séance extraordinaire a voté une résolution devant aboutir au départ de tous les personnels militaires américains… C’est une grande première depuis que l’invasion et l’occupation de l’Irak en 2003 : les deux grandes formations du Parlement irakien Al-Fath et Saeroun se sont accordées sur un projet de loi débouchant à terme sur l’expulsion des forces américaines d’Irak. Dans un premier temps, seulement 170 parlementaires irakiens l’avaient signé, au final Kurdes et sunnites ont fini par se rallier au texte voté à l’unanimité. Simultanément le gouvernement irakien acéphale (le Premier ministre ayant démissionné : pour mémoire, l’élimination de Soleimani a pour décor un quasi soulèvement de la population - depuis plusieurs mois assorti de centaines de morts - contre la corruption du pouvoir associé à un puissant rejet de l’influence iranienne) vient de porter plainte au Conseil de Sécurité des Nations Unies… contre Washington. De l’inouï et de l’inédit de la part d’un peuple occupé par ses libérateurs !

À ce titre, un grand merci à M. Trump qui avait promis ubi et orbi pendant sa campagne de 2016, le retrait des troupes américaines des théâtres d’opération extérieurs… America first. En Irak, nous y sommes presque, ironie de l’histoire, et cela même si c’est au risque aggravé d’un nouvel engagement au milieu d’une poudrière en feu au bord de l’explosion ! Et puis la mort de Soleimani, vénéré dans le croissant chiite, pourrait avoir accompli l’impossible en faisant l’union entre l’Iran perse et de l’Irak arabe. Une gageure. Finalement, comme le dit si bien Antoine de Lacoste [13] : « Depuis des décennies, la stratégie américaine [en accomplissement les vœux mortifères des dirigeants israéliens] au Proche-Orient est celle du chaos : en Irak, en renversant Saddam Hussein, en Syrie, en travaillant pour le renversement de Bachar el-Assad. Au bout du compte l’élimination de Soleimani procède toujours et encore de la même logique, ordo ab chao »…

5 janvier 2020

Notes

[1Rappelons que la social-démocratie naît en Allemagne des œuvres d’une resplendissante brochette messianique dont les figure dominantes sont : Ferdinand Lassalle, Friedrich Engels, Karl Liebknecht, August Bebel, Eduard Bernstein, Rosa Luxembourg… Rappelons encore que Lénine est au départ le pilier de la social-démocratie russe en tant que chef de sa faction majoritaire (bolchévique) que Trotski ralliera avec un bel opportunisme en octobre 1917.

[2« Vers la Domination Mondiale » Paris 1947 et « Les Machiavéliens, défenseurs de la liberté » 1943.

[3« Rebel sans cause » film américain de Nicolas Ray (1955) emblématique de la crise intergénérationnelle qui s’amorce avec le tournant de la postmodernité.

[4La théorie des jeux analyse les interactions stratégiques entre acteurs afin, en principe, d’optimiser l’action de tel ou tel au regard de l’anticipation probabiliste des décisions prises par d’autres acteurs et tierce parties. Les bases mathématiques de la théorie sont jetées en 1921 par le Français Émile Borel in « La théorie du jeu et les équations intégrales à noyau symétrique » avant d’être reprises en 1944 par le duo Morgenstern/Von Neumann dans « Théorie des jeux et comportement économique ».

[5In « Phénoménologie de l’esprit » 1807… Le maître met sa vie en jeu, l’esclave s’y refuse et se soumet.

[6Les 23 et 24 septembre, le président Macron avait tenté d’établir un échange téléphonique entre le président américain et son homologue iranien à l’occasion de l’Assemblée générale des Nations unies à New York. L’échec de cette tentative de liaison directe est sans doute imputable aux Iraniens, Hassan Rohani « n’ayant pas reçu le feu vert de Téhéran  » [lemonde.fr4oct19].

[7Cf. « Iran, la destruction nécessaire » JM Vernochet. Xenia 2012.

[8Pour qui pourrait douter de la consistance et de la permanence de ce point vue chez la grande sorcière Démocrate : le 7 juillet 2015, de nouveau postulante à la Maison-Blanche, Mme Clinton martelait en leitmotiv que l’Iran est « une menace existentielle pour Israël… » usant des termes identiques à ceux employés par Yuli-Yoel Edelstein président de la Knesset à Paris en mai 2017 : « L’Iran est la seule menace existentielle pour l’État d’Israël… Depuis 70 ans, Israël fait face à la guerre, l’agression, le terrorisme. En même temps, nous n’avons pas sombré dans l’hystérie [sic]. Nous n’avons jamais quitté la route de la démocratie  » ! (publicsenat.fr17mai18)

[9« L’Éthique protestante et l’Esprit du capitalisme » 1904/1905

[10Cf. « La guerre eschatologique d’août 2019 » et la dimension métapolitique d’une confrontation ÉUA vs Iran. Rivarol n°3388 - 31 juillet 2019. Voir encadré…

[11Kassem Soleimani avait récemment révélé avoir séjourné au Liban en juillet 2006 au tout début de la « Guerre des trente-trois jours », en compagnie d’Imad Moughnieh, commandant du Hezbollah. Celui-ci trouvera la mort à Damas le 12 février 2008, dans un attentat à la bombe. Les deux hommes auraient procédé à l’évacuation du Secrétaire Général du Hezbollah, Sayyed Hassan Nasrallah, piégé dans son quartier général de la Banlieue Sud de Beyrouth alors soumise à d’intenses bombardements israéliens. Il sera présent au Liban pendant toute la durée du conflit à l’exception d’un bref passage à Téhéran pour y informer l’Ayatollah Ali Khamenei de la situation sur le front libanais [libanews.com2oct19].

[12lemonde.fr7oct15

[13bdvoltaire.fr4janv20

dimanche, 12 janvier 2020

Guerre: s'adapter pour vaincre

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Guerre: s'adapter pour vaincre

par Thibault LAVERNHE

Ex: https://metainfos.fr

Au cours des XIXe, XXe et déjà XXIe siècles, les organisations militaires du monde – et singulièrement les armées occidentales – ont été marquées par le sceau de l’évolution rapide, qu’elle soit technologique, doctrinale ou culturelle. Sous l’effet de l’adversité, du progrès scientifique ou des évolutions sociales, les armées, sans exceptions, ont eu à relever très régulièrement des défis existentiels dont elles sont ressorties profondément changées.

9791021004306-xs.jpgEn prenant sept cas d’école de la conduite du changement dans les armées, Michel Goya propose ainsi avec S’adapter pour vaincre une analyse des rouages de l’adaptation des grandes structures militaires sous la pression de leur époque : qu’il s’agisse de l’ascension de l’armée prussienne au XIXe siècle, de la métamorphose de l’armée française durant la Première Guerre mondiale, du déclin de la Royal Navy au cours de la première moitié du XXe siècle ou encore de la confrontation de l’US Army avec la guerre moderne à partir de 1945, l’animateur du blog La Voie de l’épée met à chaque fois en lumière les inducteurs de la mue de la Pratique (avec un grand « P » sous la plume de l’auteur) au sein de ces organisations complexes. Car, pour Michel Goya, « faire évoluer une armée, c’est faire évoluer sa Pratique », cette même Pratique étant « le point de départ et d’arrivée du cycle de l’évolution ».

Ce faisant, l’officier des troupes de marine propose une lecture de l’évolution militaire, comme le confluent de l’adaptation des structures et de l’innovation en leur sein. L’adaptation, d’abord, c’est-à-dire la gestion de la tension entre les ressources que la Nation consent à ses armées, d’une part, et les missions données par la politique, d’autre part ; gérer cette tension, c’est chercher à augmenter les ressources jusqu’à un certain point où celles-ci ne suffisent plus, ouvrant ainsi la voie à un changement de méthode, c’est-à-dire à l’innovation. L’innovation, ensuite, comme forme ultime de l’adaptation, qu’il s’agisse d’innovation radicale (qui préserve le « noyau noble » d’une organisation militaire) ou de rupture (qui aboutit à une transformation de ce « noyau noble »).

515uMMkKlkL._AC_UL320_SR214,320_.jpgAu-delà de la rétrospective historique, le principal intérêt de l’ouvrage est ainsi l’analyse percutante que livre Michel Goya sur les conditions d’apparition de cette innovation au sein d’une structure militaire. S’adapter pour vaincre montre comment les innovations de rupture ne viennent pas souvent de l’intérieur – contrairement à l’innovation dite « continue » – mais sont généralement imposées de l’extérieur, sous la pression de l’ennemi par exemple. On y voit également les viscosités et les biais cognitifs à l’œuvre, que ce soit l’effet générationnel des décideurs, la propension des armées à reproduire des modèles connus, la rivalité entre les services d’une même armée ou encore l’illusion de pouvoir piloter de manière centralisée le cycle du changement. Le rôle du politique pour faire passer les évolutions de rupture est également mis en avant, tout comme l’importance de créer les conditions de l’émergence d’un courant de pensée libre de réflexion non institutionnelle – que l’auteur considère d’ailleurs comme une forme indispensable de « réserve » opérationnelle pour les temps mauvais. On retiendra enfin l’importance pour une organisation militaire de pouvoir expérimenter, grâce à un surplus de ressources matérielles et de temps libre, comme ce fut le cas notamment dans les décennies qui précédèrent la Première Guerre mondiale : « Plus les unités disposent de temps libre et de moyens autonomes, et plus ce capital d’adaptation rapide est important. Inversement, plus les moyens sont comptés, surveillés et centralisés, et plus l’armée devient rigide. »

Servies par la clarté habituelle du propos de Michel Goya, les sept tranches d’histoire intellectuelle et militaire qui défilent sous nos yeux combleront à la fois les amateurs d’histoire militaire et les officiers désireux de disposer de repères pour mieux « penser l’innovation » dans les armées. Et à ceux qui auront aimé S’adapter pour vaincre, on ne saurait trop recommander de se plonger dans le récent ouvrage de Trent Hone Learning War (1), qui ajoute à sa manière une huitième fresque à l’ouvrage de Michel Goya, en décrivant l’adaptation de l’US Navy entre 1898 et 1945.


(1) Trent Hone : Learning War – The evolution of fighting doctrine in the U.S. Navy, 1898-1945 ; USNI Press, 2019 ; 402 pages.

Source : Revue de la Défense nationale n°826, janvier 2020.

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lundi, 06 janvier 2020

Stratagèmes : agir sur les représentations - La leçon chinoise

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Stratagèmes : agir sur les représentations

La leçon chinoise
 
par François-Bernard Huyghe
Ex: http://www.huyghe.fr

Inventant la sophistique et la rhétorique, les Grecs d’il y a vingt-cinq siècles mettaient en formules les premières techniques d’action sur le psychisme humain (les psychagogia). Pendant des siècles propagandistes, démagogues, publicitaires et autres manipulateurs ont cherché à reproduire à l’usage des foules et avec des moyens de masses ce que les orateurs athéniens faisaient à des individus en face à face.

La différence n’est pas mince, dans la mesure où le rhéteur grec se livrait à un duel : argument fort contre argument faible. Certes, il pouvait utiliser des syllogismes trompeurs ou jouer de l’émotion de ses interlocuteurs, mais il s’exposait à une réplique d’égal à égal : le philosophe, l’avocat, ou le politicien partisans la thèse adverse avaient un droit égal à la parole. Ils pouvaient, s’ils en étaient capables, réfuter ses raisonnements et dévoiler ses méthodes. Les plus habiles, comme Socrate, parvenaient à ridiculiser les beaux parleurs qui discouraient en vue de produire un effet et non de découvrir la vérité.

strch-36.jpgLa rhétorique est une stratégie symétrique du verbe : ce que l’un a fait, l’autre peut le défaire ou le contrarier. Les moyens (les arguments) sont disposés en ordre de bataille en vue de la victoire (la persuasion) et affrontent des moyens similaires, meilleurs ou plus faibles. Il y a enchaînement d’arguments comme en escrime, il y a enchaînement de bottes, feintes et parades.

Stratagèmes : agir sur la situation


Mais il est une autre source des stratégies de l’information : c’est la culture du stratagème. Donc de la tromperie. Un stratagème ou une ruse suppose que sa victime soit au minimum inconsciente de l’effet recherché. Par exemple abusée par une habile mise en scène, elle contribuera par ses actes à réaliser sa propre ruine. Ici tout le monde songe au cheval de Troie et aux ruses d’Ulysse. Monter un stratagème, c’est construire une sorte de machine où les actes de l’un et de l’autre vont s’enchaîner jusqu’à produire l’effet recherché C’est organiser des apparences et partant produire les conditions d’une situation. Elle tournera à votre avantage, non pas malgré mais à cause des efforts du rival ou de l’adversaire. Une relation évidemment asymétrique. Non seulement on économise ses moyens pour renverser plus fort que soi, mais surtout on recourt à des moyens auxquels il ne songe même pas. La perception de la réalité que se forme l’adversaire (ou un tiers qui coopérera sans le savoir dans le cas des stratagèmes les plus sophistiqués) est elle même utilisée comme un moyen. Il s’agit d’une tout autre bataille de l’opinion.

Ici, entrent en scène les stratèges chinois, dont le fameux Sun Tzu n’est que le plus illustre.

Certes, il existe d’autres cultures stratégiques de la ruse, notamment indiennes.

Certes il existe une tradition intellectuelle grecque de la ruse (la métis), et en cherchant bien dans l’Illiade, dans l’Anabase ou dans des traités comme celui d’Énée le Tacticien, on trouverait des exemples d’opérations que nous appellerions aujourd’hui de désinformation, d’intoxication, d’action psychologique…

Certes, les penseurs Chinois, de leur côté, n’ignoraient pas le pouvoir du Verbe et celui du raisonnement. Ainsi, il a existé une école philosophique Mingjia («École des noms»), celle des « mohistes » plus divers logiciens et sophistes dont l’habileté à analyser les problèmes sémantiques et à imaginer des paradoxes intellectuels pouvait rivaliser avec celle des Grecs.

Citons le plus célèbre, celui du cheval blanc de Gongsun Long : « Cheval blanc n'est pas cheval [...] Car si vous cherchez un cheval, on peut vous amener indifféremment un cheval jaune ou noir ; mais si vous cherchez un cheval blanc, on ne peut vous fournir ni un cheval jaune ni un cheval noir [...] C'est pourquoi, bien que le cheval jaune et le cheval noir restent identiques, ils ne peuvent correspondre qu'à « cheval » et non à « cheval blanc ». Il est donc évident que cheval blanc n'est pas cheval »

Pourtant, les arts de la persuasion évoquent plutôt le monde grec et les arts du stratagème et de l’influence, plutôt le monde chinois. La raison en est simple : dans chaque cas, il y a eu écriture, donc systématisation et technicisation de la chose. Dès le VI° et V° siècle avant notre ère, des auteurs aux deux extrémités de l’Eurasie notent et classent les méthodes qui assurent la victoire, qui dans un débat, qui dans une bataille.

François Jullien souligne très bien le contraste entre ces deux approches : « les deux procédures qui s’opposent ainsi – persuasion et manipulation – dépassent le cadre historique qui les a formées… soit on fait directement pression sur autrui par sa parole, à l’on fois l’on montre et l’on démontre, on met « sous les yeux » grâce à la véhémence oratoire en même temps qu’on s’attache à la nécessité exigée par le raisonnement ; et de fait l’éloquence contient bien à la fois le théâtre et la logique, les deux composantes grecques de notre histoire. Soit c’est sur la situation qu’on opère pour atteindre indirectement l’adversaire en l’orientant progressivement de façon que, sans se découvrir et par le seul effet de ce qu’on y avait impliqué, elle enserre autrui et le désarme. »

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La victoire en quelques idéogrammes

Aux manuels de rhétorique comme ceux d’Aristote (Topiques, Rhétoriques, Réfutations sophistiques), peuvent s’opposer les grands classiques chinois dont le plus connu est l’art de la guerre de Sun Tzu. Ce n’est pas par hasard que le général chinois du VI° siècle avant notre ère est si souvent cité dans les académies militaires les plus branchées, par les « infoguerriers » qui ont la moindre prétention intellectuelle, sans oublier la plupart des praticiens de l’intelligence économique. Ses sentences lapidaires comme « L’art de la guerre est fondé sur la duperie » ou « Sans mener de bataille, tâchez d’être victorieux » se retrouvent dans les manuels de management, alors que, depuis toujours, en Chine, la possession d’un rare traité de stratégie fait partie des fiertés d’un homme de culture.

Les praticiens connaissent bien d’autres classiques comme « les 36 stratagèmes » datant de la dynastie Ming ou le « Sac à stratagèmes » ou encore « Le Tao du Prince » (Han Fei).

La notion chinoise de stratagème peut se comprendre de deux façons

- soit comme des répertoires de manœuvres guerrières (qui peuvent être aisément généralisées à la lutte politique, aux affaires, voire à la vie personnelle ou amoureuse).

- soit comme une vision générale des relations humaines, une pensée de l’opportunité, de l’efficacité et de l’incitation, un art de faire éclore en amont et en douceur les possibilités latentes dans chaque situation. Bref une première philosophie générale de l’influence.

Dans la première perspective, taxinomique et pratique, les stratagèmes se prêtent à classification. Souvent figés en formules faciles à retenir, ils offrent des recettes, une panoplie toujours prête en cas de besoin et ne demandant qu’à être adaptée au cas qui surgit.

Dans cet esprit, les 36 stratagèmes qu’un des meilleurs commentateurs, Pierre Fayard qualifie de « version vulgarisée de Sun Tzu », fourmillent de ces sentences laconiques en quelques idéogrammes ( 36, le nombre 36 faisant référence aux diagrammes du Yi King). Elles sont illustrées par une série de cas et se déclinent au gré de l’imagination du disciple.

strch-gongsunlivre.gifL’expression est souvent imagée. Ainsi « Tuer avec une épée d’emprunt » signifie qu’il peut être utile de faire accomplir son travail par d’autres. « Cacher dans la lumière » suggère, sur le modèle de la lettre volée d’Edgar Poe, de dissimuler ses plans en semblant agir de la façon la plus banale. « Encercler Wei pour sauver Xaho » plaide en faveur des opérations secondaires qui permettront de profiter des vides qui se créeront dans le dispositif adverse. « Mener grand bruit à l’Est pour attaquer à l’Ouest » peut se comprendre comme une incitation à envoyer de faux signaux à l’adversaire pour l’amener à disperser inutilement ses forces. « Sacrifier le prunier pour sauver le pêcher » est une façon de dire qu’il faut parfois abandonner quelques petits avantages pour en gagner de grands…

Certains stratagèmes se réfèrent à des cas exemplaires historiques. Ainsi, « Montée discrète à Chencan » fait allusion fait allusion à un stratège qui fit très ostensiblement réparer le pont menant à une province ennemie pour, finalement, l’attaquer par un chemin de montagne, là où personne ne l’attendait. « La ville vide » renvoie au coup de génie de ce général qui, sachant que la cité qu’il défendait ne pourrait résister à un siège, en fit ouvrir toutes les portes et s’installa pour jouer de la flute sur la plus haute tour, de telle sorte que l’assiégeant déconcerté n’osa pas s’engager dans ce qui paraissait un piège…

Avec un peu d’imagination, il est possible transposer ces principes chinois aux affaires, à la politique ou aux stratégies amoureuses. Il existe d’ailleurs d’excellents manuels pour cela.

Une philosophie de l'influence efficace


Mais la stratégie chinoise est aussi cette philosophie de l’influence évoquée plus haut.

Elle en interprète d’abord le principe de façon agressive. Utiliser l’information pour vaincre ce peut être dégrader les défenses morales de l’adversaire, l’affaiblir et le diviser en n’utilisant que des mots ou des signes. Ce peut être s’en prendre à ses plans, à son organisation, à son moral, à sa confiance en soi pour le rendre présomptueux afin de le pousser à la faute ou au contraire craintif et indécis.

strchhanfeilivre.jpgSun Tzu dit la chose sans fioritures : « Discrédite le bien, compromets les chefs, ébranle leur foi, utilise des hommes vils, désorganise les autorités, sème la discorde entre citoyens, excite les jeunes contre les vieux, ridiculise les traditions, perturbe le ravitaillement, fais entendre des musiques lascives, fournis des concubines, répands la luxure, débourse, sois renseigné. ».

Il s’agit de s’en prendre à l’adversaire en amont, avant qu’il se soit mis en action et peut-être même avant qu’il songe au conflit. Il s’agit ensuite de l’attaquer en profondeur dans les ressorts mêmes de sa volonté et dans les principes en fonction desquels il évaluera la situation. Il s’agit enfin de le pousser à suivre sa propre pente, à développer le trait de caractère – méfiance, arrogance, mollesse – qui peut le plus le desservir mais qu’il portait déjà en lui.

Sun Tzu consacre un chapitre entier de son traité à la division chez l’ennemi et en propose cinq catégories : division au dehors, division du dedans, division entre les inférieurs et les supérieurs, division de mort, division de vie. La première consiste à détacher du parti adverse les habitants des villes et des villages sous sa domination. La seconde (division du dedans) à corrompre ses meilleurs officiers, la division entre inférieurs et supérieurs à mettre la mésintelligence entre les différentes composantes des forces ennemies. La division de mort correspondrait assez bien à la définition moderne de l’intoxication : faire parvenir à la cible de faux avis sur ses propres forces et ses propres plans, mais aussi faire croire à l’adversaire que ses généraux sont prêts à le trahir pour l’amener à se défier de serviteurs fidèles. La division de vie, enfin, est un pure et simple corruption : répandre de l’argent sur ceux qui viennent du camp adverse se mettre à votre service… Subversion, désinformation, opérations psychologiques, …, il n’y a rien que n’aient inventé les modernes stratèges de l’information et que l’on ne puisse rattacher à un principe de Sun Tzu.

Cette mise en condition de l’ennemi s’inscrit dans une logique de l’anticipation qui s’applique aussi bien au renseignement préalable qu’à la préparation des approvisionnements ou à la prédisposition des troupes : évaluer dès les premiers indices les potentialités de la situation, qu’elles soient matérielles ou psychologiques, pour favoriser celles qui vous sont favorables comme pour saisir immédiatement celles qui vous sont favorables. Cette logique s’inscrit dans les cadres traditionnel de la pensée chinoise, qu’il s’agisse de la notion du « wei wu wei », faire advenir sans agir, de celle d’opportunité ou de celle de « potentiel » de la situation qui peut évoluer, ou encore de l’économie de moyens. « Ceux qui sont experts dans l’art de la guerre soumettent l’armée ennemie sans combat. Ils prennent les villes sans donner l’assaut et renversent un État sans opérations prolongées » dit encore Sun Tzu.

Les choses, les gens, les informations

Les stratèges antiques nous enseignent au moins trois façons d’utiliser l’information pour vaincre :

- Soit réduire sa propre incertitude (avoir un bon renseignement, posséder des connaissances qui permettent d’être plus efficace et de prendre de bonnes décisions). Ceci suppose corollairement de mettre son adversaire en infériorité en ce domaine, tantôt en préservant bien ses secrets pour se rendre impénétrable, tantôt en accroissant son incertitude, en faussant sa perception de la réalité
- Soit envoyer des messages à sa cible pour la séduire, la convaincre, obtenir son assentiment, lui faire peur, bref pour produire directement la réaction psychologique recherchée.
- Soit enfin en rendant l’autre prévisible, en agissant sur sa façon de penser, en changeant son code ( y compris son code moral ou son code linguistique…)

strchtaoprince.jpgLa première méthode agit sur les choses (par le savoir que l’on acquiert et dont on prive l’autre), la seconde sur les gens pour les faire réagir d’une certaine façon (acheter, voter, adhérer, faire la guerre…) Mais la dernière agit sur l’information et sur le sens qu’elle prend pour les acteurs…

Quand Sun Tzu conseille d’avoir des espions partout, cela ressort à la première catégorie, quand il suggère de feindre l’inactivité au moment où on s’apprête à lancer son attaque, à la seconde. Mais quand le général chinois recommande de songer au moral de ses troupes et de démoraliser les adversaires de leur instiller une fausse confiance avant les hostilités, il se range dans le troisième cas de figure.

vendredi, 01 novembre 2019

Realpolitik después de ‘el fin de la Historia’

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Realpolitik después de ‘el fin de la Historia’

Francisco Albanese

Ex: https://derecha-alternativa.com

Según señala Robert Steuckers en su “Historical Reflections on the Notion of World War” (y que traduje para el libro Sinergias Identitarias, publicado por Editorial EAS de España), una gran Guerra Mundial que aún no termina se inició en 1756 durante la Guerra de los Siete Años.

Esta guerra por el dominio de la Talasocracia –al más puro estilo de los fenicios y cartagineses– ha marcado la gran mayoría de los conflictos bélicos posteriores, por lo que se tratarían de subguerras formando parte de una guerra a mayor escala por el control del poder marítimo. En esta gran guerra mundial, el control de los mares goza de una importancia fundamental, ya que los mares proporcionan rutas de acceso y transporte para los recursos, efectivos militares, y brindan la posibilidad de “ahogar” países de carácter telurocrático, es decir, aquéllos cuyo poder se basa en lo terrestre, y que deben luchar constantemente para no ser asfixiados por las potencias marítimas.

En la primera contienda por el dominio de la Talasocracia, Inglaterra y Francia comenzaron a marcar el camino de los siglos posteriores: un ambicioso Luis XVI –luego calumniado por la Historia como un rey inepto que vivía en fiestas– quiso lanzarse en una carrera tecnológica para la modernización de su flota, de manera de superar las humillantes condiciones del Tratado de París de 1763 y anular el crecimiento del poder marítimo británico. Ambas potencias ayudaron en procesos que truncaron temporalmente las ansias del otro, y delinearon la forma del Mundo Moderno: Francia apoyó la Independencia de los EEUU, lo que dejó al Imperio Británico con una profunda herida, mientras que Inglaterra hizo lo suyo apoyando a la Revolución Francesa, que terminó decapitando –literalmente– a la Monarquía Francesa, y al mundo como era conocido hasta ese entonces.

De esta manera, el conflicto por el dominio de las rutas marítimas y las tierras aledañas que sirven para el transporte de recursos ha marcado la mayor parte de los conflictos bélicos de los últimos tres siglos, y las ideologías, sueños independentistas y credos han sido utilizados como herramientas en el ordenamiento del tablero de ajedrez mundial. A esta forma realista y pragmática de ver el mundo y sus conflictos bélicos, el estadista alemán Otto von Bismarck le dio el nombre de realpolitik, es decir, “política de la realidad”, ya que se basa en una manera concreta y práctica –casi insípida– de entender la causa que mueve a los engranajes del mundo: no hay mayor filosofía que la de una potencia moviéndose de acuerdo a sus intereses.

No ver al mundo desde la realpolitik puede provocar que el individuo sufra confusiones ante, por ejemplo, el apoyo de potencias occidentales lideradas por Estados Unidos a grupos radicales wahabitas, cuyos valores y formas de vida son absolutamente contrarios a los que Occidente profesa, además de ser profundamente antidemocráticos, intolerantes y muchas veces inhumanos. Por razones estratégicas, pragmáticas y sin más ideología que la conveniencia, Occidente ha entregado financiamiento, entrenamiento y armas a grupos como Al-Qaeda, Estado Islámico, Emirato Islámico de Afganistán, etc., los que después se han vuelto contra sus antiguos aliados profanos y alejados de la bendición de Dios.

Es algo inocente, entonces, creer que la caída de misiles americanos en suelo sirio obedece a algún tipo de compasiva intención del gobierno de Donald Trump de liberar al pueblo de Siria de (presuntos) ataques químicos, o que la condena rusa a la agresión americana sea una genuina preocupación del Kremlin por el régimen de Bashar al-Assad. Los bombardeos sobre Siria no tienen nada que ver con derrocar a un dictador, ni armas químicas, ni ataques sobre la población, ni reestablecer la democracia, ni la seguridad, ni nada, sino que están relacionados con la posición estratégica de Siria para un gasoducto dentro de Pentalasia –es decir, la zona terrestre ubicada entre el litoral oriental del Mar Mediterráneo (el Levante), el Mar Rojo, el Golfo Pérsico, el Mar Caspio y el Mar Negro–. Es tiempo de dejar de creer que esto es un asunto humanitario o ideológico[1], y asumir la política de la realidad. Después del fin de la Historia quedaba historia aún por contar, y ésta está escrita con la tinta de la realpolitik y de una guerra por el dominio de los mares que aún no termina.

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Fuente: E.S.

Notas.

[1] http://www.latercera.com/mundo/noticia/macron-defiende-bo...

lundi, 21 octobre 2019

2500 ans de stratégie d'influence

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2500 ans de stratégie d'influence

par François-Bernard Huyghe

Ex: http://www.huyghe.fr

Influence ? de l’inévitable Art de la guerre de Sun Tzu (fin du VI° siècle avant JC) au premier traité de stratégie occidental connu (Enée le Tacticien qui conseille d’utiliser des agents d’influence pour prendre des villes ennemies au IV° siècle av. J.C.), l’idée de l’employer à des fins militaires est tout sauf neuve.

st2.jpgInfluence ? Aujourd’hui, la notion est dans l'air du temps : opérations d'influence, communication d'influence, e-influence ou stratégie d'influence...
Qu'y a-t-il de commun entre une méthode destinée à pacifier une vallée afghane et la conquête de nouveaux marchés ? Entre le discours d'un sophiste, l'écho d'une opinion amplifiée par le Net et la vision planétaire du "soft power" US ?
D'abord ce que l'influence n'est pas : ni contrainte, ni contrat. Ce dont elle dispense : le bâton, et la carotte. La relation d'influence procure un pouvoir, mais où, en principe, n'entre pas la dimension de la force ou de la menace, ni même la simple autorité. Pas davantage l'échange des biens et le calcul des intérêts. Encore qu'il existe des phénomènes comme le charisme où se mêlent prestige et séduction, et qu'un rapport contractuel suppose souvent son jeu d'influence au moment de la négociation.
Mais l'influence se manifeste généralement par le fait que l'influencé a, au final, adopté une attitude qui n'aurait pas été la sienne auparavant sans que les avantages ou les inconvénients qu'il en retirerait aient objectivement changé. Simplement, il a envisagé autrement la situation et n'a eu le sentiment d'avoir cédé à aucune force, ni gagné de contrepartie : le changement lui a semblé spontané ; il est comme venu de l'intérieur (quand on dit que l'on a agi sous influence, c'est généralement un piteux aveu pour s'exonérer d'une faute).

Si l'influence est la capacité d'obtenir indirectement d'autrui un comportement ou une attitude favorable à ses desseins et en n'utilisant que des signes au sens large (des mots, des apparences, des images que l'on émet, peut-être des musiques...), le succès du terme s'explique. Qui ne désirerait faire avancer ses intérêts (c'est de cela qu'il s'agit au fond) en amenant l'autre à adopter son point de vue, voire ses convictions ? Surtout à si faible prix ? Qui ne voudrait désarmer l'hostilité sans avoir à combattre ? Multiplier ses soutiens ou être, tout simplement, populaire ou imité ? Profiter des courants sociaux ou culturels, voire les anticiper et les provoquer ?

D'autant qu'il existe sur le marché des idées (voire sur le marché tout court) des méthodes qui proposent suivant le cas de convaincre son auditoire, de déradicaliser les islamistes, de mieux vendre des aspirateurs, de développer son "hub-influence" par les réseaux sociaux voire de changer la politique internationale...

Le succès récent d'un mot nous renvoie aux sources de notre culture. La rhétorique antique n'est pas la simple production de beaux discours ; c'est l'art de gagner la conviction des citoyens. À Athènes, elle est partout dans la Cité : justice (techniques de l'avocat), politique démocratique (art d'emporter le suffrage de l'Assemblée) et philosophie (amener les hommes de la doxa, l'opinion reçue par la plupart, à l'aletheia, la vérité philosophique). Cette façon de faire opiner l'opinion s'apparente à un art martial, mais pratiqué avec des mots : l'argument fort prédomine l'argument faible et l'orateur gagne des têtes comme on gagne des duels.

La persuasion - par qui un sujet adhère à une affirmation de fait, à une idée ou à un jugement présentés d'une certaine façon - ne résume pas toutes les dimensions de l'influence.

En témoignent, par exemple, la conversion religieuse, avec les Jésuites, corps à la fois quasi militaire et professionnel de la propagation spirituelle, ou la diffusion des idées des Lumières, contagion idéologique initiée par des "sociétés de pensée", exemples de la dimension "inclusive" de l'influence. Elle suppose de faire un Nous : intégrer le convaincu dans une nouvelle communauté de croyants. L'influence ne consiste pas seulement dans le "transfert" de l'affirmation X de la tête de A à la tête de B, mais une relation à bien plus long terme.

st3.jpgAu fil du temps, l'influence se pense dans divers contextes :
- esthétique : la reprise de modèles littéraires ou artistiques (telle la diffusion du romantisme en Europe)
- sociologique : les lois de l'imitation selon G. Tarde, la psychosociologie qui traite des interactions entre individu et groupes comme les effets de conformisme, l'influence et les effets de croyance des médias ou encore l'action des minorités actives, ceux qui justement font parfois changer les normes dominantes par l'influence, les changements ou confirmation d'attitude, croyance et valeurs
- politique avec la question des groupes dits d'intérêt ou d'influence dont la vocation est précisément de peser plus que leur poids électoral par l'influence sur les détenteurs de l'autorité
- géopolitique, domaine où les stratégies d'influence contraient ou prolongent les rapports de puissance
- économique, notamment lorsque l'intelligence économique place les tactiques de lobbying et autres actions d'influence et contre-influence à égalité avec l'acquisition et la protection de l'information stratégique.

Progressivement, la pratique de l'influence a fini par intégrer des méthodes que nous pourrions appeler
-de l'image (telles des politiques de prestige qui suscitent l'imitation),
-du code et qui consistent à "formater" ou plutôt à préformer les attitudes mentales de ceux que l'on influence (p.e. en lui apprenant une langue, une technique intellectuelle et des catégories mentales)
-ou encore de mobilisation de réseaux humains ou numériques.

Car l'influence est un sport d'équipe. Sauf cas limites qui rappellent singulièrement la situation de l'orateur grec (par exemple celle de la plaidoirie d'un avocat), l'influence ne se pratique pas seul : elle suppose des moyens matériels, des dispositifs et des communautés humaines prêtes à propager leurs convictions, ou constituant un terrain réceptif capable d'amplifier l'influence initiale (on songe ici aux "réseaux sociaux" numériques qui peuvent parfois donner un incroyable écho à un message initial qui a simplement rencontré le moment juste et bonnes prédispositions).

L'influence, pour le dire autrement suppose les quatre M : le message efficace, le média adapté, la médiation de groupes pour la transmettre, l'adaptation au milieu (dont la compréhension des codes et valeurs de l'influencé)..

Cette capacité d'agir sur l'autre en lui faisant changer son évaluation de la réalité est potentiellement présente dans les rapports humains ; sa recherche délibérée inspire force techniques intellectuelles et matérielles. Notre époque est particulièrement riche en néologismes comme opérations psychologiques, management de la perception, communication publique, storytelling, e-influence... Comme la guerre, l'influence obéit à des principes immémoriaux simples mais c'est un art tout d'exécution. Ce qui importe c'est moins le nom d'une technique que le rapport entre l'objectif recherché et l'organisation qui y recourt. Qui et comment nous influençons traduit notre identité et nos finalités.

Le succès de l'influence est de plus en plus déterminée par les techniques de communication qu'elle mobilise.

Ce n'est pas la même chose que de produire des livres et journaux pour une population alphabétisée (et sur un territoire où l'on contrôle ce qui peut s'exprimer), de se doter d'une télévision internationale d'information qui aura un quasi monopole des images disponibles dans les rédactions TV du monde ou encore de tenter de contrebalancer des images d'atrocités que vous imputent vos adversaires et qui circulent sur Facebook.
Et lorsque c'est l'État qui veut exercer l'influence pour prolonger sa puissance, motiver des alliés potentiels et retirer des partisans à la puissance rivale, il doit bien tenir compte de cette évolution technique.

st4.jpgAinsi, suivant les époques, il peut :
- adopter la stratégie de la forteresse et empêcher les médias étrangers (suspects de propagande) de toucher sa population, en contrôlant ses frontières
- mener une campagne internationale dénonçant les atrocités ennemies et proclamant la justesse de sa cause selon une méthode déjà utilisée en 14-18
- pratiquer une "diplomatie publique" dans une situation de type guerre froide, notamment par des médias émettant vers le territoire de l'adversaire, pour contrer le discours idéologique.
- compter sur le "soft power" de ses industries culturelles pour séduire la planète
- s'efforcer de diriger des "flux d'attention" sur Internet vers des sources favorables à sa cause pour contrer l'effet ravageur de la "propagande d'atrocité" d'un ennemi irrégulier.

Ramenées à l'échelon du militaire sur le terrain - militaire qui, après tout, en démocratie, est censée lutter pour les objectifs que lui assigne le politique - le succès de l'influence est une question vitale. Surtout lorsque l'usage de la force ostensible peut être contre-productif et en termes de recrutement au profit du camp opposé, et en termes de dégâts sur sa propre opinion publique.

L'opération n'est certainement pas aisée, y compris dans la mesure où elle exige du militaire un discours politique sur les buts de la guerre - qu'il dise qui il combat et au nom de quoi il le combat - sans se réfugier derrière la légitimité de l'autorité qui le commande. Il faut également énoncer quelles visions du monde s'opposent, donc entrer dans un processus d'affrontement idéologique.

Mais cela est certainement indispensable puisqu'il ne s'agit plus -plus seulement, plus classiquement - de faire céder la volonté adverse par la force. Désarmer l'intention hostile, diminuer le nombre des ennemis de demain quitte parfois à moins en tuer aujourd'hui, décourager de recourir aux armes, si possible amener celui qui l'a déjà fait à y renoncer, diminuer l'impact de l'image de sa propre force... : ce ne sont pas des tâches faciles. Il se pourrait même que certaines soient contradictoires. Par exemple, comment révéler l'atrocité de ce que fait l'ennemi - donc sa nocivité - sans désavouer la rhétorique de la pacification qui est sur le point de réussir ? Comment mobiliser les siens, parfois avec un discours martial ou emphatique, et ne pas choquer ceux qui pourraient s'identifier à la cause adverse ? Agir à la fois sur le plan de la combativité et de la légitimité demande un singulier sens de l'équilibre.

Il ne suffit ni de lire le bon manuel, ni d'élaborer le bon message, ni de se doter d'assez de vecteurs pour toucher la population cible. Et souvent l'énoncé, ce que l'on dit, est contredit par l'énonciation, comment on le dit (y compris en uniforme étranger et en terre étrangère).

Il nous semble, en conclusion, qu'il y a en deux facteurs qui échappent au discours de bienveillance (nous sommes là pour vous aider) et de justice triomphante (nous allons écraser notre ennemi qui est aussi celui du genre humain) et qu'il faudra intégrer dans ses calculs de séduction ou d'apaisement.

La valeur symbolique du territoire d'abord. Qu'il s'agisse du territoire réel, celui où la présence de l'étranger, même animé des meilleure intentions, est toujours problématique, ou du territoire mythique dont se réclament les jiahdistes (la terre d'Islam que les Occidentaux auraient violée, justifiant ainsi la guerre sainte).

Le second facteur est tout simplement la colère accumulée. Selon l'expression du philosophe Sloterdijk, l'Histoire traduit souvent l'existence de "banques de la colère" où s'accumulent le sentiments de vengeance inassouvie et de torts non compensés, les affects négatifs, les rages et les humiliations.

Désamorcer les pièges de la territorialité et du ressentiment, un défi qui touche au plus profond de l'éthos du guerrier.

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mardi, 28 mai 2019

The War of Nihilisms

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The War of Nihilisms

H.A. Scott Trask 

Ex: https://www.chroniclesmagazine.org

The first English translation of Ernst Jünger’s journals from the Second World War is a cause for celebration. The journals were like treasures stashed away in an old castle, behind a door that could be unlocked only if one learned to read German. It’s open now, and what’s inside are literary gems on every page.

Jünger’s war journals were written in six parts. The first, Gardens and Streets, covering 1940, and last, A Cottage in the Vineyard, covering 1945 to 1948, are not included in this volume. It deals with the middle four, covering the years 1941 to 1945, published in 1949 under the title Strahlungen. It’s a word difficult to render into English, but most commonly translated as “emanations” or “radiations,” which convey the power of Jünger’s highly visual and allusive prose, which glows with immense erudition and culture. 

ejwk1.jpgIn the preface to his translation of Saint-John Perse’s Anabasis (1949), T.S. Eliot explained that some gifted writers are “able to write poetry in what is called prose.” That is what Jünger did in virtually all of his writings, especially here. Strahlungen is essentially a long prose poem, brimming with symbols, ideas, insights, and searing, unforgettable images. The Argentinian poet Jorge Luis Borges wrote in Gold of the Tigers (1977), “For a true poet, every moment of existence, every act, ought to be poetic since, in essence, it is so.” Jünger understood that. Likewise, Borges wrote in The Cipher (1981) that “the intellect (wakefulness) thinks by means of abstractions; poetry (dream) by means of images, myths, or fables. Intellectual poetry should pleasingly interweave these two processes.” 

Borges is relevant because he and Jünger read and admired each other’s work. There is a wonderful photo of an aged Borges visiting Jünger at his home in Wilflingen, Germany, in Julien Hervier’s The Details of Time: Conversations With Ernst Jünger (1995).

Jünger’s literary gifts were evident from the beginning. His Storm of Steel (1920, In Stahlgewittern) is still considered by many to be the best combat memoir from the Great War. Its successor, Copse 125 (1925), is excellent as well, although not as well-known. It recounts his experience as a stormtrooper officer during the summer of 1918. Between battles, he read Laurence Sterne’s Tristram Shandy, which he carried in his map case. 

Jünger was also a war hero. In September 1918, he was awarded the Pour le Mérite, the highest honor of the Prussian military. He became a nationalist after the war “under French influence” through reading the writer Maurice Barrès. Jünger would remain a Francophile through the next war. In the 1920’s he wrote for nationalist journals, and even briefly served as a volunteer officer in the Freikorps. In 1926, he sent a copy of his third combat memoir, Fire and Blood (1925), to Hitler with the inscription, “To the Nationalist Führer, Adolph Hitler.” Yet Jünger never joined the Nazi Party nor any party-controlled organizations, and beginning in the 1930’s he was suspected of political dissidence. Yet Hitler protected him, reportedly saying on more than one occasion, “Nothing happens to Jünger.”

Ernst_Jünger-Der_Kampf_als_inneres_Erlebnis,1922.jpgJünger considered the National Socialists to be a shallow and savage version of the conservative nationalism that he supported in the 1920’s. In the journals, he refers to Hitler under the pseudonym “Kniebolo,” meaning roughly “kneel to the devil,”  because he believed the man was under demonic influence. In late 1943 he wrote, “When I compare the legitimate claims of our Fatherland with what has occurred at his hands, I am overcome with infinite sadness.”

Jünger took no part in the Stauffenberg plot to assassinate Hitler, but he knew about it, and was actually briefed on it by Lieutenant Colonel von Hofacker, with whom he argued that the Führer should be arrested, not killed. Jünger believed that political assassinations only make things worse. Yet his writings certainly inspired the aristocratic conspirators, whom he considered among “the last chivalric men.” One of them was the commander-in-chief of the German forces in France, General Carl-Heinrich von Stülpnagel, who was not only Jünger’s superior officer but a friend. Another was General Erwin Rommel, who read Jünger’s Peace in manuscript in May 1944 and reportedly said, “This is a text one can work with.”

During the previous year, the Wehr macht had actually printed 20,000 copies of Jünger’s allegorical critique of the Nazi regime, On the Marble Cliffs (Auf den Marmorklippen, 1939). It was avidly read on the Eastern Front. Jünger received a letter from a lieutenant who claimed the whole regimental staff was reading it. “At night . . .we went to our tents, where, in the Marble Cliffs, we read about what we had actually experienced.”

Jünger served as an infantry officer during the German conquest of France in the spring of 1940. The next year he was promoted to captain and assigned to German headquarters in Paris as an intelligence officer. There is surprisingly little in this first Paris journal about his work or about the general military situation, although what is there is packed with meaning. 

For instance, on October 11, he recorded that “snow has already fallen in the central area of the eastern front.” Later that month, Rudolf Hess crash-landed in Scotland on his quixotic peace mission to England. Jünger was certain Hitler authorized the mission. In January he had a conversation with a lieutenant returning from Russia who told him that his battalion lost a third of its men to the cold.

Jünger himself visited the Eastern Front in November 1942. The several months he spent there form the second part of the journal, which is full of beautiful descriptive passages of the forests and mountains and fascinating insights into the military situation. He arrived in southeastern Russia just days before the Sixth Army was surrounded at Stalingrad. He recalled that a fellow officer and confidante had predicted in the spring that a Caucasus offensive would end in disaster: “He said it would open an umbrella, meaning that it would lead to the construction of huge fronts with narrow points of access.”

Yet, despite the encirclement, the German army continued to fight in the Caucasus Mountains for another month. Jünger was still there when the general retreat was ordered. The German commander in the Caucasus, General Rudolf Konrad, told Jünger that the German High Command had forgotten the most fundamental teachings of Clausewitz, especially the strategic importance of the concentration of forces: “He said that we could attack the Caucasus, Egypt, Leningrad, and Stalingrad—just not all at once, especially while we were still caught up in secondary objectives.” That, in one sentence, is why the Germans lost the war.

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The third part of Strahlungen begins upon Jünger’s return to Paris in February 1943. He was increasingly horrified by  reports reaching him of the destruction wrought by the Anglo-American aerial bombardment. He recorded five different ways people die from the bombs: some by the blast itself; some by the collapse of structures; others by being burned alive;  still more by suffocation or asphyxiation when the raging fires consumed all the oxygen. What especially appalled him was the dropping of molten phosphorus:

The images are becoming apocalyptic; people are seeing fire raining down from Heaven. This is actually an incendiary compound of rubber and phosphorus that is inextinguishable and inescapable as it engulfs all forms of life. There are stories of mothers who have been seen flinging their children into rivers.

His wife had remained at their home in Kirchhorst, outside the city of Hannover. During one phosphorus attack, “she watched as the phosphorus poured down on the city like molten silver.” A month later, he visited the city and found it reduced “to a heap of rubble. The places where I had lived as a child, as a schoolboy, as a young officer—all had been leveled.” The same was true for all the cities of western Germany. In three years of bombing, the allies destroyed them all.

By then, Jünger was well aware of the horrors of the concentration camps, which he called “charnel houses.” He believed both sides had succumbed to various forms of nihilism. He understood nihilism precisely as Nietszche had done: as the denial of the legitimacy of all historical standards, and of the tyranny of means that had become their own ends. 

He wrote of Hitler’s war on “the nomos, which guides him infallibly,” by which Jünger meant Hitler’s disregard for the inherited norms of Western Christian civilization. He believed the allies were guilty of the same crime, as exemplifed by their demand for unconditional surrender and their murderous bombing campaign. “We see the will to destroy, even at the cost of one’s own destruction,” he wrote. “This is a demonic trait.”

He saw the obliteration of ancient structures, such as libraries, cathedrals, monuments, museums, and beautiful old homes, as “one of the stepping stones to Americanism.” America was for him a symbol of the technocratic, materialistic, soulless civilization of the future. He found some support for this view in American writers like Melville, Poe, and Faulkner, whose Pylon (1935) he reread because “it describes the abstract hell of the world of technology with such precision.” He and German jurist Carl Schmitt together read the conclusion of the second volume of Tocqueville’s Democracy in America (1838), which predicts what Schmitt describes elsewhere as “the return of the structures of the absolute state, but without aristocracy,” making “catastrophes of unimaginable dimensions possible.”

Jünger rejoiced that Paris, “the city of cities,” was spared. Paris represented to Jünger the opposite set of values to those being everywhere imposed by force. She stood for culture, refinement, and permanence. She was “like an ark, heavily laden to the gunwales with ancient treasure.” Paris thus symbolized hope to Jünger. So did the German Fronde,  in which the French nobility rose up in the 17th century to try to stave off the advent of the absolutist state. Just as the Prussian aristocracy in the Wehrmacht had tried to rid their country of a destructive tyrant.

Jünger believed that “the fate of Germany is hopeless if a new chivalric order does not emerge from its youth.” Chivalry, as Jünger understood it, represented a fusion of the Germanic warrior ethic with Christianity and classical culture. Western Civilization could not and would not survive unless all three flourished together. Jünger, who read the Bible daily during the war, more than once asserted that theology needed to be restored to its rightful place as the queen of the sciences.

Sitting across from him on a train in the spring of 1944 sat a young German paratrooper (a lieutenant) engrossed in a book. Jünger saw a younger version of himself, and the three qualities he values: courage, intellect, and honor. Jünger understood these to be the essence of aristocracy and the glory of European culture. These three were necessary to save her. It remains true today.

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[A German Officer in Occupied Paris: The War Journals, 1941-1945, by Ernst Jünger (New York: Columbia University Press) 496 pp., $40.00]

lundi, 27 mai 2019

Analysis of "Storm of Steel" (Kulturkampf Podcast)

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Analysis of "Storm of Steel" (Kulturkampf Podcast)

**READ DESCRIPTION**
Ernst Jünger was well-known thanks to various works which - by contrast to the defeatist and pacifist literature prevalent in the aftermath of the war - emphasized the potentially positive and spiritual aspects of modern warfare. On this account, Jünger had even been labelled the 'anti-Remarque'. Nor was Jünger a mere writer: having joined the Foreign Legion in his youth, he had later volunteered to fight in the First World War, where he was repeatedly wounded and was awarded the highest military honors.
 
Following the collapse of Imperial Germany, Jünger was held in high esteem in nationalist and combat circles, and soon emerged as one of the representatives of the ‘Conservative Revolution' - the term I already used to describe those circles which I came to appreciate and collaborate with in central Europe.
 
Julius Evola on Jünger's later life:
 
"It is as if the spiritual drive that Jünger had derived from his life in the trenches of the First World War, and applied on an intellectual level, had gradually run out.
 
Besides, not only did Jünger play no significant role during the Second World War, but it also appears that, when in service in occupied France, he got in touch with those members of the Wehrmacht who in 1944 attempted to murder Hitler.
 
Jünger, therefore, should be numbered among those individuals who first subscribed to 'Conservative Revolutionary' ideas but were later, in a way, traumatized by the National Socialist experience, to the point of being led to embrace the kind of sluggishly liberal and humanistic ideas which conformed to the dominant attempt 'to democratically reform' their country; individuals who have proven incapable of distinguishing the positive side of past ideas from the negative, and of remaining true to the former. Alas, this incapability to discern is, in a way, typical of contemporary Germany (the land of the 'economic miracle')."
 

samedi, 18 mai 2019

Guerra y saber político: Clausewitz y Günter Maschke

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Guerra y saber político:
Clausewitz y Günter Maschke

Antonio Muñoz Ballesta

Ex: http://www.nodulo.org

Conviene, especialmente cuando suenan tambores de guerra, no malinterpretar a Carlos Clausewitz (1780-1831), y reconocer la conclusión realista del filósofo militar prusiano, que la Guerra es la expresión o la manifestación de la Política

«George Orwell advertía en una ocasión que, en las sociedades libres, para poder controlar la opinión pública es necesaria una «buena educación», que inculque la comprensión de que hay ciertas cosas que no «estaría bien decir» –ni pensar, si la educación realmente tiene éxito–.» (Noam Chomsky en Tarragona, octubre de 1998)

A José María Laso, luchador en la paz y en la guerra

1

 La inminente guerra del Imperio realmente existente en el planeta, EEUU, contra Irak, y contra otros países del llamado «Eje del mal», entre los que se encuentra, según expresión de Gabriel Albiac, el «manicomio militarizado» de Corea del Norte, y que puede provocar la primera Guerra Nuclear en la que los dos contendientes utilicen efectivamente armas atómicas –aunque en la Historia contemporánea se ha estado varias veces al borde de la misma, y no solamente en la crisis de los misiles de Cuba, sino también hace unos meses en la guerra silenciada entre Pakistán y la India–, requiere que nos dispongamos a contemplarla con las mejores armas conceptuales posibles (pidiendo, a la misma vez, a Dios, a Alá, o a Yahvè, según la religión de cada uno, que «el conflicto bélico» no nos afecte individualmente).

¿Qué mejor arma conceptual, para nosotros, que delimitar lo que sea verdaderamente la «guerra» desde el punto de vista del «saber político»?

Porque las guerras no son una «maldición divina o diabólica» a pesar de que las consecuencias en las víctimas humanas, y la destrucción que provocan, así lo sea.

Las guerras pertenecen también, como nos recuerda Clausewitz, al «ámbito de la acción humana», y aunque siempre han estado envueltas en las formas artísticas de su tiempo y han sido el ámbito en el que se han realizado avances técnicos, tecnológicos y científicos de eficaz transcendentalidad –en el sentido del materialismo filosófico– innegable para las sociedades, las guerras «no pertenecen al campo de las artes y de las ciencias», y sin embargo, no son un saber sencillo, sino al contrario, «llevar una guerra» consiste en un saber de los más complejos y racionales que existen.

En las guerras se trata de «movimientos de la voluntad aplicado... a un objeto viviente y capaz de reaccionar», y por ello, subraya Günter Maschke, para Clausewitz, la guerra (también la próxima guerra contra Irak y Corea del Norte, &c., habría que añadir) es «incertidumbre, fricción y azar» que no permite una simplificación –ni por los militares, ni por los políticos e intelectuales– de los «complejos procesos» de la guerra, presentándola de tal forma «que incluso un niño podía tener el sentimiento de ser capaz de dirigir un ejército» («militärische Kinderfreunde»). Ni admite el desarme conceptual de la Filosofía ante ella, pues estaríamos renunciando a la comprensión verdadera de una de las cuestiones más cruciales del Presente histórico. ¡Ya es hora que la Filosofía no quede al margen de la Guerra, de la Idea de «guerra»!

2

gm.jpgEl gran ensayista y pensador de lo político y la política, Günter Maschke, ha encontrado, al respecto y recientemente{1}, una solución plausible al laberinto interpretativo de lo que realmente nos quiso decir Carlos Clausewitz (1780-1831) sobre la Idea de la «Guerra» en su obra principal De la guerra, y en concreto en su relación con la «política».

Günter Maschke, después de un preciosa, y laboriosa, labor exegética de la correspondencia y demás obras, algunas inéditas, del famoso general prusiano, ha concluido, lo que muchos siempre hemos intuido, desde hace tiempo, a saber, que:

«La Guerra es la expresión o la manifestación de la Política».

Es ésta conclusión de Maschke una tesis que acerca el pensamiento de Clausewitz al «realismo político», y lo aleja, definitivamente, de los análisis bien intencionados y humanitaristas, de ciertos filósofos, intelectuales, especialistas universitarios y periodistas, que continuamente tratan de ocultarnos o silenciarnos la verdad de la geopolítica del inicio del siglo XXI en el Mundo (los que Antonio Gramsci denominó «expertos en legitimación»).

No podía ser de otra forma ya que la realidad política internacional, y nacional, es objetiva, y es la que es, independientemente de la propaganda orwelliana que realicen los «intelectuales», los «centros de educación» y los medios de comunicación.

3

La propaganda orwelliana de EEUU, y de sus «satélites» europeos –«satélites» porque no han conseguido tener una política exterior común, ni un ejército propio–, más o menos sutil, se presenta en dos frentes.

El primero es el frente de la opinión pública y consiste en conseguir que la misma adopte el consenso «políticamente correcto» de la élite intelectual.

En este caso el «consenso» significa que la guerra contra Irak es inevitable y necesaria por parte de EEUU y sus aliados (en cambio más razones tendría Irán), independientemente de saber si realmente el Irak de 2003 ha amenazado o agredido a EEUU o a Inglaterra o a Alemania o a España, o si sabemos con certeza las consecuencias sobre la población civil que tendrán los bombardeos y la invasión de los soldados de las fuerzas terrestres (bombardeos que se vienen haciendo, por lo demás, periódicamente desde 1991, y terminación «por tierra» de la guerra del golfo de 1991, sin hacer mención de la «medida política o militar» del «embargo de medicamentos, &c.»). Pueblo irakí y kurdo que, indudablemente, no se merece el régimen político de Sadam Husein (ni de Turquía), ni la ausencia de los derechos humanos elementales, inexistencia de derechos fundamentales que, lamentablemente, se suele olvidar por los que están en contra de la guerra contra Irak, salvo la honrosa excepción de Noam Chomsky, quién siempre ha defendido los derechos humanos auténticos contra cualquier organización estatal o no, sea EEUU o se trate de otro Estado.

El segundo frente de la propaganda orwelliana se presenta en el campo de las ideas del saber político. En el análisis político interesa que no se comprenda, no ya por la opinión pública, sino tampoco por parte de los dedicados a la «ciencia política», lo que significa la realidad de la guerra y la política, pues es propio de la ideología de un determinado régimen político que su «élite intelectual» posea unas herramientas conceptuales «apropiadas» para la consecución, no de la verdad, sino de los objetivos del régimen político –que suele coincidir con los objetivos de los más ricos y poderosos del régimen y sus monopolios económicos–.

Günter Maschke, en mi opinión, contribuye con su acertado análisis o comprensión verdadera del pensamiento de Clausewitz, a no convertirnos en víctimas conceptuales de este segundo frente de la propaganda orwelliana del «eje del bien» y/o del «eje del mal».

4

Los «intelectuales humanitaristas», que están afectados, del llamado por Noam, «problema de Orwell»{2}, suelen permanecer en la «ilusión necesaria» de que la política fracasa cuando se recurre a la guerra (de que la guerra es el «fin» de la política), porque han interpretado incorrectamente la famosa frase de Clausewitz:

«La guerra es un instrumento de la política/ Der Krieg ist ein Instrument der Politik»{3}

La «ilusión» de estos intelectuales de la «intelligentsia» viene de la confusión entre «instrumento» y «objetivo» de la «verdadera política». Si consideramos la guerra como un simple instrumento del «arte de la política», y la política tiene el instrumento pacífico de la diplomacia ¿no es, por tanto, un «fracaso» de la política, el recurrir al «instrumento de la guerra»?

Günter-Maschke+Kritik-des-Guerillero-Zur-Theorie-des-Volkskriegs.jpgPlanteados así las premisas o los presupuestos, habría que concluir que sí; pero ocurre que las cosas no son así, es decir, que el pensamiento de Clausewitz (ni de los más importantes y coherentes «pensadores políticos», incluido Noam Chomsky) no tiene esos presupuestos que se les atribuye falsamente. Y ello debido a que la frase de Clausewitz (ni el pensamiento de los filósofos a los que me refiero) no puede sacarse del contexto de toda su obra, incluido la correspondencia, del general prusiano (y de los autores que miren «sin prejuicios» los hechos ).

Y el «objetivo» de la «política», como sabemos, es la eutaxia de su sociedad política; y para ello el objetivo no es solamente la «paz a cualquier precio», pues ello implicaría la renuncia a su «soberanía», a su «libertad» (si, en un país, todos aceptaran ser siervos o esclavos, o vivir en la miseria y sin luchar, no habría jamás violencia o «guerras»), &c., y en el límite la renuncia, de la misma sociedad política, a su «existencia» o permanencia en el tiempo de sus planes y programas –de su prólepsis política–.

Renuncia a la existencia de la misma sociedad política, puesto que, y esto se reconoce por Clausewitz y todos los autores, la «paz» como las «guerras», no son conceptos unívocos.

La «paz», y la «guerra», puede ser de muchas formas, desde la «Pax romana» a la «Paz establecida en Versalles». Además de la existencia, quizás más realista, de un «status mixtus que no es ni guerra ni paz», por ejemplo, ¿cómo calificar la situación actual entre Marruecos y España después de la «batalla» del islote Perejil? ¿O en el futuro, entre España e Inglaterra, por el asunto del peñón de Gibraltar? ¿O en el futuro, entre España y el «País Vasco» o «Catalonia» o «Galicia»? ¿De «diplomacia» o de «guerra»?

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En realidad la guerra es la expresión o manifestación de la política, y ella –la guerra– es como «un verdadero camaleón, pues cambia de naturaleza en cada caso concreto», aparentemente creemos que se produce la «desaparición» de la política (o del Derecho Internacional) cuando «estalla la Guerra», y en verdad no es así, pues la política y la diplomacia continúa implementando sus planes y programas, ¿para qué?, para conseguir una mayor eutaxia de la sociedad política vencedora o no, en el «tiempo de paz» posterior (así consiguió EEUU su predominio en Oriente Medio después de la Guerra Mundial II).

Pues, recordemos que las guerras terminaban con los Tratados de Paz, por lo menos hasta la Guerra Mundial I. Hoy en día, parece más bien, que estemos en un permanente «estado de guerra» mundial, en el que es imposible un «Tratado de Paz» entre los contendientes. Así las cosas en el «mundo del saber político» ¿Cómo y cuando se firmará el Tratado de Paz entre EEUU y Ben Laden? ¿Y es posible tal cosa?

Bien dice G. Maschke que Clausewitz es autor de las siguientes frases que inclinan la balanza en favor del primado de lo político sobre lo militar en el tema de la «guerra»:

«la política ha engendrado la guerra», «la política es la inteligencia... y la guerra es tan sólo el instrumento, y no al revés», «la guerra es un instrumento de la política, es pues forzoso que se impregne de su carácter » político, la guerra «es solo una parte de la política... consecuentemente, carece absolutamente de autonomía», «únicamente se pone de manifiesto –la guerra– en la acción política de gobernantes y pueblos», «no puede, jamás, disociarse de la política», «pues las líneas generales de la guerra han estado siempre determinadas por los gabinetes... es decir, si queremos expresarlo técnicamente, por una autoridad exclusivamente política y no militar», o cuando dice «ninguno de los objetivos estratégicos necesarios para una guerra puede ser establecido sin un examen de las circunstancias políticas», &c.

gmbew.jpgAhora bien, volvamos a la Guerra contra Irak, una manifestación más (en este caso de violencia extrema «policial») de la nueva «política «del «Imperio» constituido y constituyente de la también «nueva forma de la relación-capital» –el «Capitalismo como forma Imperio», según la reciente tesis del libro de Antonio Negri y M. Hardt– e intentemos «comprender» ahora, con las «armas conceptuales tradicionales» clausewitzianas, la política del bando «occidental». Entonces, EEUU, dirigido por Bush II, se nos presenta como un «nuevo Napoleón» que reuniera en su persona política la categoría de «príncipe o soberano» al ser, a los ojos del Mundo, al mismo tiempo «cabeza civil y militar» de la «civilización». Pero otorgándole que sea la cabeza militar en el planeta, ¿quién le otorga el que sea también la «cabeza civil»?{4} –Noam Chomsky es más realista al reconocer que desde el punto de las víctimas, es indiferente que el poder que los humilla y mata se llame «Imperio» o «Imperialismo». En cambio, el poder militar y civil de Sadam Husein se nos da en toda su crueldad dictatorial, apoyada –por cierto– hasta hace once años por los mismos EEUU y Occidente, que miraban, entonces, para otro lado, cuando se cometían innumerables atentados a los derechos humanos contra su propia población irakí y kurda.

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En verdad la guerra es la expresión de la política, y en ese orden, es decir, que la política no es la manifestación de la guerra, lo cual viene a dar la razón, no solamente al realismos político de Carl Schmitt y Julien Freund, sino también a Gustavo Bueno, pues la existencia de las sociedades políticas auténticas, de los Estados o Imperios, requiere una capa cortical que se da, entre otras causas, por la acción política partidista y eutáxica.

Se consigue así que dichos intelectuales no incidan, como deseamos todos, en su lucha y defensa por una nueva política que se exprese predominantemente en diplomacia, y no en guerras de exterminio, predominantemente «exterminio de civiles».

Estos «intelectuales» y periodistas se concentran, en cambio, en la denuncia «humanitaria»{5} de los males de la guerra (males de la guerra que por más que se han denunciado en la Historia no han dejado de producirse salvo que se ha influido de manera práctica en la política), olvidándose de luchar conceptualmente, filosóficamente, por conseguir una vuelta a la verdadera política que no se exprese en guerras nucleares generalizadas o no.

Y, en cambio, la verdadera política incluye, como nos demuestra el análisis de G. Maschke, dos partes, en su expresión, la «diplomacia» y la «guerra». Y la política de una sociedad determinada no deja de ser «verdadera política» –utilizando conceptos de la «realista» filosofía política de Gustavo Bueno– cuando se manifiesta en diplomacia o en la guerra.

No se reduce la política a la paz, y a los medios pacíficos.

Otra de las causas del error habitual, hasta ahora, en la interpretación de Clausewitz, es no percatarse del origen histórico de determinadas Ideas del saber político, y viene recogida y resaltada por G. Maschke, a saber, la trascendental importancia del cambio histórico en la concepción de la guerra, con la Revolución Francesa de 1789 y Napoleón (príncipe o soberano, y no sencillamente «dictador»), ya que se pasó del «viejo arte de la guerra» de gabinete de los Estados Absolutistas, a «los grandes alineamientos engendrados por la guerras», por la Revolución.

ra-cl.jpgGustavo Bueno ha recogido también esta modificación crucial, sin hipostatizarla, con su análisis del surgimiento de la Idea de la «Nación política» o nación canónica:

«Algunos historiadores creen poder precisar más: la primera vez en que se habría utilizado la palabra nación, como una auténtica «Idea-fuerza», en sentido político, habría tenido lugar el 20 de septiembre de 1792, cuando los soldados de Kellerman, en lugar de gritar «¡Viva el Rey!», gritaron en Valmy: «¡Viva la Nación!» Y, por cierto, la nación en esta plena significación política, surge vinculada a la idea de «Patria»: los soldados de Valmy eran patriotas, frente a los aristócratas que habían huido de Francia y trataban de movilizar a potencias extranjeras contra la Revolución.» Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999, página 109.

Por ello, el realismo político, y toda la filosofía política «realista» –en cuanto sabe separar la ideología y la verdad geopolítica– que incluye, en este sentido y a mi entender, a Gustavo Bueno y a Noam Chomsky, tienen que reconocer, lo que ya dijera Clausewitz:

«Que la «guerra no es otra cosa que la prosecución de la política por otros medios»

O como dice el mismo Günter Maschke: «La tesis fundamental de Clausewitz no es que la guerra constituye un instrumento de la política, opinión de los filántropos que cultivan la ciencia militar, sino que la guerra, sea instrumento o haya dejado de serlo, es la «prosecución de la política por otros medios.» Pero Clausewitz encontró una formulación aún mejor, sin percatarse de la diferencia con la precedente. Él escribe que las guerras no son otra cosa que «expresiones de la política» (tal cita proviene del estudio, todavía inédito, «Deutsche Streitkräfte», cfr. Hahlweg en la edición citada de Vom Kriege, pág. 1235), y en otro lugar, que la guerra «no es sino una expresión de la política con otros medios».» Empresas políticas, número 1, Murcia 2002, pág. 47.

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En conclusión, es mucho más «humano» ser «realista» en el saber político, cuando se trata de Idea tan omnipresente como la «guerra», pues se evitan más «desastres humanitarios», y se consigue más auténtica libertad y justicia, cuando superamos el «problema de Orwell» y podemos contemplar la política tal como es, es decir, como la que tiene el poder real de declarar la guerra y la paz, que van configurando, a su vez, los «cuerpos de las sociedades políticas» en sus respectivas «capas corticales». Por ello la solución de G. Maschke a las ambigüedades de la obra de Clausewitz viene a contribuir al intento serio de cambiar la política para evitar las guerras. Se trata de una lucha por la verdad, en la paz y en la «guerra».

Notas

{1} «La guerra, ¿instrumento o expresión de la política? Acotaciones a Clausewitz», traducción de J. Molina, en la revista Empresas políticas (Murcia), año I, número 1 (segundo semestre de 2002).

{2} El «problema de Orwell» es el tema central de la labor de Noam como filósofo político, y consiste en la cuestión de «cómo es posible que a estas alturas sepamos tan poco sobre la realidad social» y política de los hombres(y olvidemos tan pronto las matanzas, miserias, etc. causados por el poder estatal imperialista), disponiendo, como se dispone, de todos los datos e informaciones sobre la misma. A Orwell no se le ocultó que una «nueva clase» conseguía en gran medida que los hechos «inconvenientes» para el poder político y económico, llegasen a la opinión pública «debidamente interpretados», y para ello si era preciso cambiar el Pasado, se hacía, pues se controlaba los hechos y los conceptos del Presente. La propaganda en las sociedades «libres» se consigue sutilmente, por ejemplo por el procedimiento de fomentar el debate pero dejando unos presupuestos o premisas de los mismos sin expresarse (y sin poder ser criticadas), o discutiendo por la intelligentsia, entre sí, cuestiones periféricas, dando la impresión de verdadera oposición.

{3} Clausewitz, Vom Kriege, págs. 990-998, 19 ed., Bonn 1980.

{4} La ONU, como institución internacional con «personalidad jurídica propia», ha sido «puenteada» continuamente por EEUU, cuando le ha interesado, y sus Resoluciones incumplidas sistemáticamente, siempre y cuando no sean como la 1441, que da a entender, o no –dicen otros– que se puede utilizar la «fuerza» contra el dictador irakí.

{5} ¡Como si no fuera «humano» el análisis científico y filosófico del concepto de las guerras y sus relaciones con la política, precisamente para conseguir mejores y mayor cantidad de Tratados de Paz!

lundi, 04 février 2019

Guerra irrestricta, guerra civil molecular y guerra híbrida: tres modos de hacer la guerra en el S. XXI

Ex: http://www.elespiadigital.com

La guerra es “el más espectacular de los fenómenos sociales”, rezaba la consigna del prestigioso sociólogo y polemólogo francés Gaston Bouthoul. Mucho antes en el tiempo, el llamado “Profeta de la Guerra Estatal” Carl Von Clausewitz en su tratado “Vom Kriege” (De la Guerra) nos ilustraba acerca del gran desorden que representaba la guerra como duelo a gran escala, y la forma geométrica de tratar el reordenamiento en el caos provocado durante el fragor de la batalla.

Sebastián Tepedino

Leer: Guerra irrestricta, guerra civil molecular y guerra híbrida: tres modos de hacer la guerra en el S. XXI

lundi, 05 mars 2018

Ernest Psichari, prince de la jeunesse en armes

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Ernest Psichari, prince de la jeunesse en armes

1913 : la France cède aux « douces romances » du pacifisme. Sous l’influence de l’intelligentsia parisienne, la jeunesse française se désintéresse de la guerre et des soldats. Contre le parti des intellectuels, Ernest Psichari, un jeune officier d’artillerie coloniale, publie son deuxième roman, un roman à thèse, dont le mot d’ordre est le « militarisme intégral ». Achevé sous la tente saharienne, L’appel des armes (1913) célèbre la figure du soldat, la beauté de l’action et de la force. Par le service des armes, il redevient possible de mener dans le monde une vie de grand style.

« Lorsque l’auteur de ce récit fit ses premières armes au service de la France, il lui sembla qu’il commençait une vie nouvelle. Il eut vraiment le sentiment de quitter la laideur du monde et d’accomplir comme la première étape d’une route qui devait le conduire vers de plus pures grandeurs. » Engagé à 20 ans, Ernest Psichari quitte avec enthousiasme la maison paternelle. Ce jeune intellectuel, petit-fils d’Ernest Renan, trouve dans la vie militaire une délivrance de la vie ordinaire qu’il mène à Paris. Admis dans l’artillerie coloniale, Psichari découvre la joie de l’action, et consacre près de cinq années de sa vie à l’Afrique. Au cours d’un « magnifique exil » en Mauritanie, il rédige L’appel des armes, un roman d’apprentissage dont la trame n’est pas sans rappeler le parcours du jeune écrivain.

Le héros de ce roman, Maurice Vincent, est un adolescent, fils d’un instituteur antimilitariste. Au contact de Timothée Nangès, capitaine dans l’artillerie coloniale, il trouve dans son cœur une vocation de soldat. Prenant « contre son père le parti de ses pères », il choisit le parti des hommes d’action et s’engage comme simple canonnier. Contre son père biologique, il se réfère désormais à une autre paternité, spirituelle, incarnée par ce soldat de l’armée coloniale. Les rapports entre les deux hommes sont désormais ceux de maître à disciple, d’initiateur à initié. L’adolescent embrasse une vie entièrement nouvelle, qui s’apparente à une seconde naissance.

Selon Psichari, les soldats sont les derniers représentants d’une idée, l’incarnation de l’action et de la force. À l’abri de toute compromission, de toute faiblesse, l’armée est le dernier rempart de la nation. Quelque direction que prenne le monde, il ne se passera pas des armes. Psichari rejoint en cela son ami Charles Péguy : « Que la Sorbonne le veuille ou non, c’est le soldat français qui lui mesure la terre. […] C’est le soldat français qui fait qu’on parle français à Paris » (L’Argent). Pour la nouvelle génération, l’armée est la meilleure école. Elle est l’héritière de la « grande œuvre romaine et française », le seul moyen d’échapper à son siècle et la société moderne. Elle est également l’objet d’un véritable mystique : sa mission est de « racheter la France par le sang ». Contre l’humanitarisme, contre le pacifisme, l’armée incarne la France éternelle, « fille aînée de la Gloire », « toujours guerrière et aventureuse », « toujours prête à se lancer dans une généreuse aventure […] s’il est de la gloire à glaner ».

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Le jeune Maurice Vincent cultive des « pensées de gloire ». Il rêve de pays lointains, de champs de bataille ensoleillés. « Son foyer, désormais, serait une tente errante parmi les déserts roses des Tropiques. » Son modèle, le capitaine Nangès, est une force vive, un homme tendu vers l’action, une authentique figure de guerrier. Celui-ci se charge de son éducation, lui enseigne un idéal. En parallèle de son instruction militaire, l’adolescent recueille l’instruction spirituelle du capitaine. L’enfant soldat s’éveille au « militarisme intégral ».

L’annonce de son départ pour la Mauritanie est « la plus belle heure de sa vie », le point culminant de son destin. L’Afrique est une « terre d’action », la seule qui permette à son pays d’inscrire quelques pages de gloire dans l’histoire médiocre de son temps. Le principal danger, c’est « d’oublier l’histoire », de perdre le sens de celle-ci. « Nous nous préparons des années d’histoire vide. Pensez-vous à ce que pourront dire plus tard de nous les historiens ? Nos enfants verront dans leur manuel : ‘‘De 1880 à 19.., le commerce et l’industrie prospérèrent’’. À quoi servons-nous, sinon à faire l’histoire, et si nous ne la faisons pas, qui la fera ? »

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L’appel de la tradition

Héritière d’un passé glorieux, véritable incarnation de l’ordre, l’armée est la seule, avec l’Église, qui ait maintenu une tradition : « L’armée représente une grande force du passé, la seule, avec l’Église, qui reste vierge, non souillée, non décolorée par l’impureté nouvelle. » Le rôle du soldat, c’est donc de maintenir un certain « fonds moral », qui s’oppose au pacifisme, à l’humanitarisme, aux rêveries infécondes de son siècle. Le parti des intellectuels est représenté par le père biologique de Maurice, un « sophiste », une « âme tiède » maudissant les soldats et leur drapeau. Paradoxalement, Maurice est un représentant du passé, d’un passé héroïque – son père, un représentant de l’avenir, du parti des intellectuels, grands selon l’esprit, mais non selon le cœur. Maurice est désormais « un bel enfant barbare, dans un monde jeune ».

EP-soleilsommeil.jpgEn rêve, le capitaine Nangès rencontre Timoléon d’Arc, un personnage de Servitude et grandeur militaires (1835) de Vigny. Le héros de Vigny envie le héros de Psichari. Il aurait aimé fouler en conquérant cette terre d’Afrique, pleine de charme et de volupté. Là, l’homme se purifie, s’épure, loin des « pourritures modernes ». Là, du moins, « quelque idéal reste encore ». En réponse, le capitaine Nangès évoque le mépris de la nation, le rejet du colonialisme. La métropole tient les glorieuses chevauchées des soldats en piètre estime. « Le bourgeois a la crainte de ce qu’il ne comprend pas. Il tremble aux mots d’infini, d’absolu. Le Sahara lui fait peur, comme la musique de Wagner. » Comme Ernst Jünger le décrira quelques années plus tard : « L’élémentaire réside en dehors de son monde idéal ; pour lui, l’élémentaire est l’irrationnel voire l’immoral. »

Au contraire, « la guerre est divine ». Dans Terres de soleil et de sommeil (1908), Ernest Psichari décrivait la guerre comme un « indicible poème de sang et de beauté ». Elle est « la plus voisine des puissances cachées qui nous mènent » et le capitaine Nangès ne regrette pas que le jeune Maurice ait éprouvé cela : « Heureux les jeunes hommes qui, de nos jours, ont mené la vie frugale, simple et chaste des guerriers ! […] Toutes les terres sont belles pour un jeune soldat. Toutes les aubes sont fraîches, naïves ; puisqu’on s’y lève joyeux, confiant dans sa force, audacieux. » Dans cette terre d’Afrique, terre de soldats, imprégnée de grandeur et de noblesse, le capitaine Nangès entend son métier « en artiste ». Et Psichari de citer Alfred de Vigny : « Il exerce, non en ambitieux, mais en artiste, l’art de la guerre. » Ernst von Salomon, reprendra cette image dans Les Cadets (1933) : « Les soldats sont des artistes et les grands maîtres de la guerre sont le cœur mystique du monde. »

Témoignage d’une génération, L’appel des armes rencontre en 1913 un succès notable. La conversion de Psichari au catholicisme la même année achève d’en faire un modèle à la jeunesse de France. Il connaîtra néanmoins une destinée tragique. Comme Charles Péguy, dont il fut le « disciple préféré », Ernest Psichari est rappelé à Dieu au cours des premières semaines de la Grande Guerre. Mort à 30 ans le 22 août 1914 à la tête de ses hommes, le lieutenant Psichari devient l’un des héros de la « génération sacrifiée ».

vendredi, 02 mars 2018

Guerra e Politica nel pensiero di von Clausewitz

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Guerra e Politica nel pensiero di von Clausewitz

Il generale, scrittore e teorico militare prussiano Carl Von Clausewitz (1780-1831) è noto per la celebre definizione della guerra, come “politica attuata con altri mezzi”. Sebbene ciò costituisca indubbiamente il merito più grande di Clausewitz alla dottrina pura del warfare (più per le sue implicazioni che per la giù lodevole chiarificazione concettuale), rimane il fatto che così come vien presentata tale definizione, oltre a mostrare la presunta erudizione di chi la dice, non chiarisce né l’oggetto né il concetto di se stessa.

C’è una seconda obiezione ad un genere di approccio semplicistico al pensiero di Clausewitz e, allo stesso tempo, a quella succitata abusata definizione: che egli non dà una sola definizione di “guerra”, ma più d’una (ad esempio: “La guerra è dunque un atto di violenza per costringere l’avversario a seguire la nostra volontà”). Anzi, Von Clausewitz presenta l’importante definizione di guerra come peculiare forma della lotta politica. Nella sua introduzione e più che per ragioni dottrinarie, egli introduce il concetto per focalizzare la prospettiva di lettura del fenomeno della guerra all’interno della sua peculiare visione, e non come una definizione che fa capo alla chiarificazione nei termini di un assioma.

517NN1G86RL.jpgOltre a questa differenza di fatto esistente nelle guerre, va stabilito in modo esplicito e preciso anche il punto di vista – pure praticamente necessario – secondo cui la guerra non è niente altro che la politica dello Stato proseguita con altri mezzi. Questo punto di vista, tenuto ben fermo dappertutto, darà unità a questa trattazione saggistica. E tutto sarà quindi più facile da districare.

La oramai famosa e storica definizione, di per sé, non ci dice molto né sulla guerra, né sulla politica, né sulla relazione vigente tra politica e guerra. Ed è appunto in quest’ultima relazione che dobbiamo soffermare la nostra attenzione e solo perché attraverso la sua chiarificazione si dà la possibilità di interpretare correttamente la medesima in modo che disveli con chiarezza tutta la sua profondità.

Per ammettere che la definizione non sia vuota, urge specificare che “la politica dello stato proseguita con altri mezzi” sia un predicato la cui conoscenza non è supposta con il termine “guerra”. Procedendo per comprendere la seconda parte della definizione, bisogna comprendere che sussiste una precisa relazione tra la politica di uno Stato e i mezzi con cui essa agisce effettivamente nel mondo. Sicché il centro della definizione ruota attorno al concetto stesso di “politica”.

Von Clausewitz, in diversi punti, tratta della natura del conflitto e di come la guerra non sia che una sua specifica parte. La politica è, a sua volta, un sottoinsieme del dominio degli ambiti a conflitto di interesse, sicché tanto la politica che la guerra fanno capo ad una medesima più generale categoria che ha entrambi come sottoinsiemi propri. Se la guerra è una parte della politica, in quanto suo proseguimento, allora la politica segue gli stessi obiettivi della guerra, pur utilizzando sistemi diversi per raggiungere il proprio obbiettivo.

Diciamo dunque che la guerra non appartiene all’ambito delle arti o delle scienze ma all’ambito della vita sociale. È un conflitto di grandi interessi che si risolve nel sangue, e soltanto in questo si differenzia dagli altri. Meglio che con qualsiasi arte la guerra potrebbe essere paragonata al commercio, che pure è un conflitto di interessi e di attività umane. Ma molto più vicino alla guerra sta la politica che, da parte sua, può essere vista di nuovo come una specie di commercio di dimensioni più grandi. Oltre a ciò la politica è il grembo in cui si sviluppa la guerra: in essa si trovano abbozzati in modo embrionale i lineamenti della guerra come le proprietà delle creature viventi nel loro embrione.

9780198737131.jpgCentrando il nostro pensiero sulla politica, per poi passare alla guerra, è necessario soffermarsi su questo punto. La politica è un conflitto di interessi, si fonda su di essi e si basa su rapporti di forza, vale a dire su rapporti tra individui che pensano e agiscono in modo da raggiungere i loro scopi. Sicché si può divergere per almeno due ragioni: si diverge sul fine o si diverge sul mezzo, o su entrambi. La politica ammette diversificazione di partiti non solo in virtù dello scopo finale, cioè un peculiare ordinamento sociale o economico, ma pure sui mezzi attraverso cui raggiungere lo scopo. I comunisti e i socialisti non avevano grandi distinzioni in merito ai fini, ma grandi differenze sussistevano nella concezione dei mezzi attraverso cui raggiungere gli scopi.

La politica, allora, non è altro che la gestione dell’esistente (cose e persone) al fine di raggiungere uno scopo sociale prefissato, la cui realizzazione implica delle conseguenze sull’organizzazione sociale. Per questo essa è molto vicina alla guerra sul piano astratto. Anzi, si può dire che la guerra e la politica sul piano astratto (cioè privi della discriminante dei mezzi) siano esattamente la stessa cosa. Se la politica e la guerra si effettuassero con le medesime tecniche (cioè l’utilizzo dei mezzi in modo consono alla loro tipologia) verrebbero inevitabilmente a collassare l’una con l’altra, divenendo indistinguibili.

Non è un caso che in alcune epoche storiche, in periodi particolarmente tormentati in alcune società, si assista ad una inestricabile serie di attentati a sfondo politico: le guerre civili romane, le trame e i sotterfugi del periodo rinascimentale italiano, gli attentati al potere di ogni genere di resistenza del periodo post-coloniale algerino o vietnamita (ad esempio). Essi non sono altro che fenomeni specifici di una realtà in cui la politica è fatta principalmente con i mezzi della guerra, pur senza arrivare ad uno scontro tra forze armate equipaggiate per una campagna militare.

Dunque, la politica è la pianificazione di una strategia per raggiungere alcuni scopi, ritenuti fondamentali. Gli scopi politici sono definiti da condizioni di interesse permanenti nei gruppi politici attivi. Tali scopi definiscono l’interesse e l’ambito dell’azione politica.

19327984032.jpgOgni attore politico ammette tre generi di relazioni con un altro attore politico: alleanza, indifferenza, ostilità. Nel caso in cui le due parti in contrapposizione non trovino alcun genere di accordo possibile né sui fini da raggiungere, né sui mezzi, e sono propensi a darsi battaglia per ottenere la vittoria sull’altro, si giunge al conflitto. Se il conflitto è di natura sociale, si parla di lotta politica; se il conflitto è di natura armata, si parla di guerra. Politica e guerra sono solo due casi particolari della logica del conflitto e la guerra è, a sua volta, una peculiare forma della politica. Perché è solo l’interesse politico a determinare la volontà di combattere per mezzo delle armi.

Se è vero che in un tipo di guerra la politica sembra scomparire del tutto (mentre nell’altro viene fuori in modo molto determinato) si può tuttavia affermare che un tipo di guerra è politico quanto l’altro. Se si considera infatti la politica come l’intelligenza dello Stato personificato devono poter essere comprese, sotto tutte le costellazioni osservabili, anche quelle guerre in cui la natura dei rapporti impone il primo tipo. Lo scopo di ogni guerra, dunque, è propriamente uno scopo politico e, se esso cambia, è perché è cambiata la politica all’interno di uno Stato.

Se da una guerra di conquista si passa ad una guerra volta a stabilizzare solo una parte del territorio acquisito non è perché ciò è dovuto alla natura di quella guerra, ma perché è cambiata l’opinione della classe dirigente in merito ai fini che quella guerra deve raggiungere. I generali sono solo degli esecutori degli ordini di un sovrano, sia esso un monarca o un parlamento, sia esso stesso il sovrano della Nazione, come Giulio Cesare o Napoleone.

Ma Giulio Cesare e Napoleone, in realtà, sono solo degli esempi di generali che conoscono bene gli scopi da raggiungere proprio perché essi stessi li definiscono e li concepiscono con chiarezza in quanto a capo di una fazione politica o di uno Stato. Dunque, la massima “la guerra è la politica dello Stato proseguita con altri mezzi” indica che la guerra non è che un peculiare mezzo della politica di uno Stato, vale a dire uno strumento nelle mani dei politici per ottenere gli scopi loro o della nazione. I mezzi della guerra sono quelli utilizzati in un combattimento.

Dunque, in breve:

1. Dobbiamo concepire la guerra in ogni circostanza non come una realtà indipendente ma come uno strumento politico. Soltanto con questa concezione è possibile non entrare in contraddizione con l’intera storia della guerra. Essa soltanto apre il grande libro ad una lettura intelligente;

2. Questa prospettiva ci mostra quanto diverse debbano essere le guerre, a seconda della natura dei loro motivi e delle situazioni da cui nascono. Il primo, il più grande e decisivo atto di giudizio che l’uomo di Stato e capo militare compie è quello di riconoscere correttamente sotto questo riguardo la guerra che intraprende, di non prenderla o volerne fare qualcosa che non può essere che per la natura dei suoi rapporti. Questa è dunque la prima, la più comprensiva di tutte le questioni strategiche. La natura della guerra è, dunque, dipendente da due fattori decisivi: gli scopi politici e i mezzi militari. In base alla natura degli scopi si definiranno anche i mezzi adeguati per raggiungerli.

8096207c24d6c99a1e36f9dd058fa116--carl-von-clausewitz-google-search.jpgAllo stesso tempo, con l’avanzare della tecnica e delle conoscenze scientifiche, le guerre cambiano di strumenti ma non nella sostanza. La natura dei fini umani è sempre la stessa, non cambia in base alle epoche storiche: ciò che cambia è l’oggetto, non l’intenzione verso di esso. In questo senso, la guerra, non solo nel suo farsi ma anche nel suo concetto, è di natura permanentemente multiforme. Essa cambia nei mezzi e negli scopi, cioè muta totalmente di forma. È la forma della guerra, non le sue ragioni profonde, a costituire la ragione fondamentale della diversità dei conflitti armati della storia. Eppure, a partire dalla comprensione della guerra nel suo ruolo di strumento politico, si nota una lunga linea di continuità tra i vari fenomeni bellici.

Alla luce di tutto quello finora detto e riprendendo la frase di Von Clausewitz, solo adesso siamo in grado di comprendere più affondo la natura e la profondità di tale definizione, perché abbiamo chiarito la natura della politica (quel tanto che basta a questo riguardo), la natura del mezzo e la peculiarità della guerra. La guerra, dunque, è solo una peculiare forma della più generale lotta politica, politica che è da Von Clausewitz pensata esclusivamente nei termini dello Stato; forma di lotta che prevede la sopraffazione dell’avversario, nel caso in cui gli obbiettivi delle due parti in lotta siano diametralmente antitetici.

Ad esempio, nella seconda guerra mondiale Hitler non aveva ben compreso che l’Inghilterra non avrebbe mai accettato una pace o una tregua, nonostante fosse giunta al limite delle sue possibilità di resistenza. E non l’avrebbe mai accettata perché in gioco c’era la volontà di distruggere l’avversario o di essere distrutti da esso, e ogni obiettivo mediano non sarebbe risultato sufficiente a spegnere la volontà di combattere degli inglesi, che, come lo stesso Hitler sapeva bene, era superiore a quella di qualunque altro popolo, con l’eccezione, forse, dei russi.

Un’ultima osservazione da tenere a mente: la guerra totale prevede la distruzione del nemico, per quanto insensato possa essere questo genere di guerra; ma questo genere di guerra rimane indubbiamente la minoranza dei casi, sia nel tempo che nello spazio e, in ogni caso, come non manca di sottolineare Liddell Hart, le guerre non sono mai giunte vicino a determinare lo sterminio del popolo con cui si combatteva. Ad esempio, tutte le guerre successive alla seconda guerra mondiale non furono guerre totali, ad iniziare dalle guerre post-coloniali, per finire alle guerre recenti degli Stati Uniti in Afganistan e in Iraq o le guerre israeliane. In questo genere di guerre quello che conta è mettere il nemico nelle condizioni di smettere di combattere, sia esso perché glielo si impedisce fisicamente, togliendogli i mezzi sia perché gli si toglie la volontà di combattere. Ma rimane sempre il dato finale: lo scopo è quello di ottenere un obbiettivo specifico, non di distruggere.

(di Massimiliano Carta)

jeudi, 01 mars 2018

Clausewitz y el marxismo revolucionario

por Roberto Sáenz

Ex: https://www.mas.org.ar

Guerra, política y partido

“La revolución proletaria no puede triunfar sin un partido, por fuera de un partido, contra un partido o con un sustituto para un partido. Esa es la principal enseñanza de los diez últimos años” (León Trotsky, Lecciones de Octubre).

El desborde ocurrido en las jornadas del 14 y 18 de diciembre ha puesto sobre la mesa la discusión sobre las relaciones entre guerra y política. A pesar de su campaña contra los “violentos”, el único violento fue el gobierno: reprimiendo una concentración de masas sobre el fondo del repudio masivo a la ley antijubilatoria, era inevitable que su acción represiva desatara una dura respuesta de los sectores movilizados.

La “gimnasia” del enfrentamiento a la represión dejó un sinnúmero de enseñanzas. Entre ellas, una central: las relaciones entre lucha política y lucha física: el pasaje de la lucha política a la acción directa.

Esta problemática ha sido abordada por el marxismo sobre todo a partir de la Revolución Rusa. Si bien con antecedentes en los estudios de Marx y Engels, y también los debates en la socialdemocracia alemana (que tuvo como gran protagonista a Rosa Luxemburgo), fueron Lenin y Trotsky los que le dieron vuelo a las investigaciones sobre las relaciones entre ambos órdenes sociales[1].

La fuente básica de los marxistas ha sido siempre Karl von Clausewitz, oficial del ejército prusiano, que a comienzos del siglo XIX y resumiendo la experiencia de los ejércitos napoleónicos, escribió su clásico tratado De la Guerra que hasta hoy expresa uno de los abordajes más profundos de dicho evento.

Clausewitz iniciaba su estudio con una sentencia que rompía con el sentido común de la época, cuando señalaba que la guerra no es una esfera social autónoma sino “la continuidad de la política bajo otras formas”, formas violentas.

51wviVgjw7L.jpgLenin y Trotsky recuperarían sus definiciones dándoles terrenalidad en la experiencia misma de la revolución: en el evento por antonomasia del pasaje de la política a la lucha física: la ciencia y arte de la insurrección: el momento en que se rompe el continuum de la historia con la intervención de las masas comandadas por el partido revolucionario, que se hacen del poder y cambian la historia.

Si, en definitiva, la lucha política es una lucha de partidos, la insurrección como evento máximo de traducción de la política al enfrentamiento físico, no tiene otra alternativa que ser comandado por un partido. Volveremos sobre esto.

A la insurrección de Octubre le seguiría la experiencia de Trotsky al frente del Ejército Rojo durante la guerra civil; las enseñanzas desprendidas de dicho evento.

A partir de la experiencia, y de la elaboración teórica desprendida de la misma, se fue forjando un corpus de conceptos, donde un lugar no menor lo ocupan las categorías de estrategia y táctica; la estrategia, que tiene que ver con el conjunto total de los enfrentamientos que llevan al triunfo en la confrontación; la táctica, relacionada con los momentos parciales de dicho enfrentamiento: los momentos específicos donde se pone a prueba la estrategia misma; estrategia que, como decía Clausewitz, debe entrar en el combate con el ejército y corregirse a la luz de sus desarrollos.

De ahí que esta elaboración tenga que ver con el pasaje de la política a la guerra: con aquel momento donde los enfrentamientos se sustancian en el lenguaje de la lucha física; lucha física que, de todas maneras, siempre está comandada por la política: “Bajo el influjo de Sharnhorst, Clausewitz se interesó por la visión histórica de la guerra (…) y llega a la temprana conclusión de que la política es el ‘alma’ de la guerra” (José Fernández Vega, Carl von Clausewitz. Guerra, política y filosofía).

La guerra como continuidad de la política

Desde Clausewitz guerra y política son esferas estrechamente relacionadas. Lenin y Trotsky retomaron esta definición del gran estratega militar alemán de comienzos del siglo XIX. Se apoyaron en Engels, que ya a mediados del siglo XIX le había comentado a Marx el “agudo sentido común” de los escritos de Clausewitz. También Franz Mehring, historiador de la socialdemocracia alemana y uno de los aliados de Rosa Luxemburgo, se había interesado por la historia militar y reivindicaba a Clausewitz.

Por otra parte, hacia finales de la II Guerra Mundial, en el pináculo de su prestigio, Stalin rechazó a Clausewitz con el argumento de que la opinión favorable que tenía Lenin acerca de éste se debía a que “no era especialista en temas militares”…

Pierre Naville señalaría que el Frente Oriental y el triunfo militar del Ejército Rojo sobre la Wehrmacht, había confirmado la tesis contraria: la validez de Clausewitz y lo central de sus intuiciones militares; entre otras, la importancia de las estrategias defensivas en la guerra.

Según su famosa definición, para Clausewitz “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Quedaba así establecida una relación entre guerra y política que el marxismo hizo suya. La guerra es una forma de las relaciones sociales cuya lógica está inscripta en las relaciones entre los Estados, pero que el marxismo ubicó, por carácter transitivo, en la formación de clase de la sociedad. La guerra, decía Clausewitz, debe ser contemplada “como parte de un todo”, y ese todo es la política, cuyo contenido, para el marxismo, es la lucha de clases.

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Con agudeza, el teórico militar alemán sostenía que la guerra debía ser vista como un “elemento de la contextura social”, que es otra forma de designar un conflicto de intereses solucionado de manera sangrienta, a diferencia de los demás conflictos.

Esto no quiere decir que la guerra no tenga sus propias especificidades, sus propias leyes, que requieren de un análisis científico de sus determinaciones y características. Desde la Revolución Francesa, pasando por las dos guerras mundiales y las revoluciones del siglo XX, la ciencia y el arte de la guerra se enriquecieron enormemente. Tenemos presentes las guerras bajo el capitalismo industrializado y las sociedades pos-capitalistas como la ex URSS, y el constante revolucionamiento de la ciencia y la técnica guerrera.

Las relaciones entre técnica y guerra son de gran importancia; ya Marx había señalado que muchos desarrollos de las fuerzas productivas ocurren primero en el terreno de la guerra y se generalizan después a la economía civil.

Las dos guerras mundiales fueron subproducto del capitalismo industrial contemporáneo: la puesta en marcha de medios de destrucción masivos, el involucramiento de las grandes masas, la aplicación de los últimos desarrollos de la ciencia y la técnica a la producción industrial y a las estrategias de combate (Traverso).

Esto dio lugar a toda la variedad imaginable en materia de guerra de posiciones y de maniobra: con cambios de frente permanentes y de magnitud, con la aparición de la aviación, los medios acorazados, los submarinos, la guerra química y nuclear y un largo etcétera[2].

Como conclusión, cabe volver a recordar lo señalado por Trotsky a partir de su experiencia en la guerra civil: no hay que atarse rígidamente a ninguna de las formas de la lucha: la ofensiva y la defensa son características que dependen de las circunstancias. Y, en su generalidad, la experiencia de la guerra ha consagrado la vigencia de las enseñanzas de Clausewitz, que merecen un estudio profundo por parte de la nueva generación militante.

La política como “guerra de clases”

Ahora bien, si la guerra es la continuidad de la política por otros medios, a esta fórmula le cabe cierta reversibilidad: “Si la guerra puede ser definida como la continuidad de la política por otros medios, [la política] deviene, recíprocamente, la continuidad de la guerra fuera de sus límites por sus propios medios. Ella también es un arte del tiempo quebrado, de la coyuntura, del momento propicio para arribar a tiempo ‘al centro de la ocasión” (Bensaïd, La política como arte estratégico).

claus.jpgDe ahí que muchos de los conceptos de la guerra se vean aplicados a la política, ya que ésta es, como la guerra, un campo para hacer valer determinadas relaciones de fuerza. Sin duda, las relaciones de fuerza políticas se hacen valer mediante un complejo de relaciones mayor y más rico que el de la violencia desnuda, pero en el fondo en el terreno político también se trata de vencer la resistencia del oponente.

En todo caso, la política como arte ofrece más pliegues, sutilezas y complejidades que la guerra, como señalaría Trotsky, que agregaba que la guerra (y ni hablar cuando se trata de la guerra civil, su forma más cruenta), debe ser peleada ajustándose a sus propias leyes, so pena de sucumbir: “Clausewitz se opone a las concepciones absolutistas de la guerra [que la veían como una suerte de ceremonia y de juego] y enfatiza el ‘elemento brutal’ que toda guerra contiene” (Vega, ídem).

De allí que se pueda definir a la política (metafóricamente) como continuidad de la “guerra” que cotidianamente se sustancia entre las clases sociales explotada y explotadora. Así, la política es una manifestación de la guerra de clases que recorre la realidad social bajo la explotación capitalista. Esta figura puede ayudar a apreciar la densidad de lo que está en juego, superando la mirada a veces ingenua de las nuevas generaciones.

Nada de esto significa que tengamos una concepción militarista de las cosas. Todo lo contrario: el militarismo es una concepción reduccionista que pierde de vista el espesor de la política revolucionaria, y que deja de lado a las grandes masas, reemplazadas por la técnica y el herramental de guerra, a la hora de los eventos históricos.

Es característico del militarismo hacer primar la guerra sobre la política, algo común tanto a las políticas de las potencias imperialistas como a las formaciones guerrilleras pequeño-burguesas de los años 70: perdían de vista a las grandes masas como actores y protagonistas de la historia.

51P0TJuOCUL._SX329_BO1,204,203,200_.jpgTal era la posición del general alemán de la I Guerra Mundial, Erich von Ludendorff, autor de la obra La guerra total (1935), donde criticaba a Clausewitz desde una posición reduccionista que ponía en el centro de las determinaciones a la categoría de “guerra total”, a la que independizaba de la política negando el concepto clausewitziano de “guerra absoluta”, que necesariamente se ve limitado por las determinaciones políticas.

A su modo de ver De la guerra era “el resultado de una evolución histórica hoy anacrónica y desde todo punto de vista sobrepasada” (Darío de Benedetti, ídem).

Para Ludendorff y los teóricos del nazismo, lo “originario” era el “estado de guerra permanente”; la política, solamente uno de sus instrumentos. De ahí que se considerara la paz simplemente como “un momento transitorio entre dos guerras”.

En esa apelación a la “guerra total” las masas, el Volk, eran vistas como un instrumento pasivo: pura carne de cañón en la contienda: “Ludendorff olvida el factor humano, las fuerzas morales según Clausewitz, como factor decisivo de toda movilización (…) [apela a] un verdadero proceso de cosificación, que permite una total disposición de medios para su alcance” (de Benedetti, ídem).

Pero lo cierto es lo contrario: si la guerra no es más que la continuidad de la política por medios violentos, es la segunda la que fija los objetivos de la primera: “En el siglo XVIII aún predominaba la concepción primitiva según la cual la guerra es algo independiente, sin vinculación alguna con la política, e, inclusive, se concebía la guerra como lo primario, considerando la política más bien como un medio de la guerra; tal es el caso de un estadista y jefe de campo como fue el rey Federico II de Prusia. Y en lo que se refiere a los epígonos del militarismo alemán, los Ludendorff y Hitler, con su concepción de la ‘guerra total’, simplemente invirtieron la teoría de Clausewitz en su contrario antagónico” (AAVV, Clausewitz en el pensamiento marxista).

Con esta suerte de “analogía” entre la política y la guerra lo que buscamos es dar cuenta de la íntima conflictividad de la acción política; superar toda visión ingenua o parlamentarista de la misma. La política es un terreno de disputa excluyente donde se afirman los intereses de la burguesía o de la clase obrera. No hay conciliación posible entre las clases en sentido último; esto le confiere todos los rasgos de guerra implacable a la lucha política.

La política revolucionaria, no la reformista u electoralista, tiene esa base material: la oposición irreconciliable entre las clases, como destacara Lenin. Lo que no obsta para que los revolucionarios tengamos la obligación de utilizar la palestra parlamentaria, hacer concesiones y pactar compromisos.

Pero la utilización del parlamento, o el uso de las maniobras, debe estar presidida por una concepción clara acerca de ese carácter irreconciliable de los intereses de clase, so pena de una visión edulcorada de la política, emparentada no con las experiencias de las grandes revoluciones históricas, sino con los tiempos posmodernos y “destilados” de la democracia burguesa y el “fin de la historia” que, como señalara Bensaïd, pretenden reducir a cero la idea misma de estrategia.

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Crítica del militarismo

El criterio principista de tipo estratégico que preside al marxismo revolucionario es que todas las tácticas y estrategias deben estar al servicio de la autodeterminación revolucionaria de la clase obrera, de su emancipación. Sobre la base de las lecciones del siglo XX, debe ser condenado el sustituismo social de la clase obrera como estrategia y método para lograr los objetivos emancipatorios del proletariado.

El sustituismo como estrategia, simplemente, no es admisible para los socialistas revolucionarios. Toda la experiencia del siglo XX atestigua que si no está presente la clase obrera, su vanguardia, sus organismos de lucha y poder, sus programas y partidos, si no es la clase obrera con sus organizaciones la que toma el poder, la revolución no puede progresar de manera socialista: queda congelada en el estadio de la estatización de los medios de producción, lo que, a la postre, no sirve a los objetivos de la acumulación socialista sino de la burocracia.

Un ejemplo vivido por los bolcheviques a comienzos de 1920 fue la respuesta al ataque desde Polonia decidida por el dictador Pilsudsky en el marco de la guerra civil, ataque que desató una contraofensiva del Ejército Rojo que atravesó la frontera rusa y llegó hasta Varsovia. Durante unas semanas dominó el entusiasmo que “desde arriba”, militarmente, se podía extender la revolución. Uno de los principales actores de este empuje fue el talentoso y joven general Tujachevsky (asesinado por Stalin en las purgas de los años 30[3]).

Esta acción fue explotada por la dictadura polaca de Pilsudsky como “un avasallamiento de los derechos nacionales polacos”, y no logró ganar el favor de las masas obreras y mucho menos campesinas, por lo que terminó en un redondo fracaso.

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Trotsky, que con buen tino se había opuesto a la misma[4], sacó la conclusión que una intervención militar en un país extranjero desde un Estado obrero, puede ser un punto de apoyo secundario y/o auxiliar en un proceso revolucionario, nunca la herramienta fundamental: “En la gran guerra de clases actual la intervención militar desde afuera puede cumplir un papel concomitante, cooperativo, secundario. La intervención militar puede acelerar el desenlace y hacer más fácil la victoria, pero sólo cuando las condiciones sociales y la conciencia política están maduras para la revolución. La intervención militar tiene el mismo efecto que los fórceps de un médico; si se usan en el momento indicado, pueden acortar los dolores del parto, pero si se usan en forma prematura, simplemente provocarán un aborto” (en E. Wollenberg, El Ejército Rojo, p. 103).

De ahí que toda la política, la estrategia y las tácticas de los revolucionarios deban estar al servicio de la organización, politización y elevación de la clase obrera a clase dominante; que no sea admisible su sustitución a la hora de la revolución social por otras capas explotadas y oprimidas  aparatos políticos y/o militares ajenos a la clase obrera misma (otra cosa son las alianzas de clases explotadas y oprimidas imprescindibles para tal empresa).

El criterio de la autodeterminación y centralidad de la clase obrera en la revolución social, es un principio innegociable. Y no sólo es un principio: hace a la estrategia misma de los socialistas revolucionarios en su acción.

Otra cosa es que las relaciones entre masas, partidos y vanguardia sean complejas, no admitan mecanicismos. Habitualmente los factores activos son la amplia vanguardia y las corrientes políticas, mientras que las grandes masas se mantienen pasivas y sólo entran en liza cuando se producen grandes conmociones, algo que, como decía Trotsky, era signo inequívoco de toda verdadera revolución.

Ocurre una inevitable dialéctica de sectores adelantados y atrasados en el seno de la clase obrera a la hora de la acción política; no se debe buscar el “mínimo común denominador” adaptándose a los sectores atrasados sino, por el contrario, ganar la confianza de los sectores más avanzados para empujar juntos a los más atrasados.

Incluso más: puede haber circunstancias de descenso en las luchas del proletariado y el partido -más aún si está en el poder- verse obligado a ser una suerte de nexo o “puente” entre el momento actual de pasividad y un eventual resurgimiento de las luchas en un período próximo. No tendrá otra alternativa que “sustituir”, transitoriamente, la acción de la clase obrera en defensa de sus intereses inmediatos e históricos.

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Algo de esto afirmaba Trotsky que le había ocurrido al bolchevismo a comienzos de los años 20, luego de que la clase obrera y las masas quedaran exhaustas a la salida de la guerra civil[5]. Pero el criterio es que aun “sustituyéndola”, se deben defender los intereses inmediatos e históricos de la clase obrera. Y esta “sustitución” sólo puede ser una situación transitoria impuesta por las circunstancias, so pena de transformarse en otra cosa[6].

Ya la teorización del sustituismo social de la clase obrera en la revolución socialista pone las cosas en otro plano: es una justificación de la acción de una dirección burocrática y/o pequeñoburguesa que, si bien puede terminar yendo más lejos de lo que ella preveía en el camino del anticapitalismo, nunca podrá sustituir a la clase obrera al frente del poder. Porque esto amenaza que se terminen imponiendo los intereses de una burocracia y no los de la clase obrera (como ocurrió en el siglo XX).

Quebrar el movimiento inercial  

De lo anterior se desprende otra cuestión: la apelación a los métodos de lucha de la clase obrera en contra del terrorismo individual o de las minorías que empuñan las armas en “representación” del conjunto de los explotados y oprimidos.

En el siglo pasado han habido muchas experiencias: el caso de las formaciones guerrilleras latinoamericanas, y del propio Che Guevara, que excluían por definición los métodos de lucha de masas en beneficio de los “cojones”: una “herramienta central” de la revolución, porque la clase obrera estaba, supuestamente, “aburguesada”…

Un caso similar fue el del PCCh bajo Mao. La pelea contra el sustituismo social de la clase obrera tiene que ver con que los revolucionarios no “inventamos nada”: no creamos artificialmente los métodos de pelea y los organismos de lucha y poder. Más bien ocurre lo contrario: buscamos hacer consciente su acción, generalizar esas experiencias e incorporarlas al acervo de enseñanzas de la clase obrera.

1141003431.jpgEsta era una preocupación característica de Rosa Luxemburgo, que insistía en la necesidad de aprender de la experiencia real de la clase obrera, contra el conservadurismo pedante y de aparato de la vieja socialdemocracia.

Vale destacar también la ubicación de Lenin frente al surgimiento de los soviets en 1905. Los “bolcheviques de comité”, demasiado habituados a prácticas sectarias y conservadoras, se negaban a entrar en el Soviet de Petrogrado porque éste “no se declaraba bolchevique”… Lenin insistía que la orientación debía ser “Soviets y partido”, no contraponer de manera pedante y ultimatista, unos y otros.

Sobre la cuestión del armamento popular rechazamos las formaciones militares que actúan en sustitución de la clase obrera, así como el terrorismo individual, y por las mismas razones. Pero debemos dejar a salvo no sólo la formación de ejércitos revolucionarios como el Ejército Rojo, evidentemente, también experiencias como la formación de milicias obreras y populares o las dependientes de las organizaciones revolucionarias.

Este último fue el caso del POUM y los anarquistas en la Guerra Civil española, más allá del centrismo u oportunismo de su política. Y podrían darse circunstancias similares en el futuro que puedan ser englobadas bajo la orientación del armamento popular.

Agreguemos algo más vinculado a la guerra de guerrillas. En Latinoamérica, en la década del 70, las formaciones foquistas o guerrilleras, rurales o urbanas, reemplazaban con sus “acciones” la lucha política revolucionaria (las acciones de masas y la construcción de partidos de la clase obrera).

Sin embargo, este rechazo a la guerra de guerrillas como estrategia política, no significa descartarla como táctica militar. Si es verdad que se trata de un método de lucha habitualmente vinculado a sectores provenientes del campesinado (o de sectores más o menos “desclasados”), bajo condiciones extremas de ocupación militar del país por fuerzas imperialistas, no se debe descartar la eventualidad de poner en pie formaciones de este tipo íntimamente vinculadas a la clase trabajadora. Esto con un carácter de fuerza auxiliar similar a una suerte de milicia obrera, y siempre subordinada al método de lucha principal, que es la lucha de masas[7].

Pasemos ahora a las alianzas de clases y la hegemonía que debe alcanzar la clase obrera a la hora de la revolución. Si la centralidad social en la revolución corresponde a la clase obrera, ésta debe tender puentes hacia el resto de los sectores explotados y oprimidos.

Para que la revolución triunfe, debe transformarse en una abrumadora mayoría social. Y esto se logra cuando la clase obrera logra elevarse a los intereses generales y a tomar en sus manos las necesidades de los demás sectores explotados y oprimidos.

Es aquí donde el concepto de alianza de clases explotadas y oprimidas se transforma en uno análogo: hegemonía. La hegemonía de la clase obrera a la hora de la revolución socialista corresponde al convencimiento de los sectores más atrasados, de las capas medias, del campesinado, de que la salida a la crisis de la sociedad ya no puede provenir de la mano de la burguesía, sino solamente del proletariado.

2930402253.jpgEste problema es clásico a toda gran revolución. Si la Revolución Francesa de 1789 logró triunfar es porque desde su centro excluyente, París, logró arrastrar tras de sí al resto del país. Algo que no consiguió la Comuna de París cien años después, lo que determinó su derrota. El mismo déficit tuvo el levantamiento espartaquista de enero de 1919 en Alemania, derrotado a sangre y fuego porque el interior campesino y pequeño-burgués no logró ser arrastrado. Multitudinarias movilizaciones ocurrían en Berlín enfervorizando a sus dirigentes (sobre todo a Karl Liebknecht; Rosa era consciente de que se iba al desastre), mientras que en el interior el ejército alemán se iba reforzando y fortaleciendo con el apoyo del campesinado y demás sectores conservadores.

Precisamente en esa apreciación fundaba Lenin la ciencia y el arte de la insurrección: en una previsión que debía responder a un análisis lo más científico posible, pero también a elementos intuitivos, acerca de qué pasaría una vez que el proletariado se levantase en las ciudades.

El proletariado se pone de pie y toma el poder en la ciudad capital. Pero la clave de la insurrección, y la revolución misma, reside en si logra arrastrar activamente o, al menos, logra un apoyo pasivo, tácito, o incluso la “neutralidad amistosa” (Trotsky), de las otras clases explotadas y oprimidas en el interior.

De ahí que alianza de clases, hegemonía y ciencia y arte de la insurrección tengan un punto de encuentro en el logro de la mayoría social de la clase obrera a la hora de la toma del poder.

Una apreciación que requerirá de todas las capacidades de la organización revolucionaria en el momento decisivo, y que es la mayor prueba a la que se puede ver sometido un partido digno de tal nombre: “Todas estas cartas [se refiere a las cartas de Lenin a finales de septiembre y comienzos de octubre de 1917], donde cada frase estaba forjada sobre el yunque de la revolución, presentan un interés excepcional para caracterizar a Lenin y apreciar el momento. Las inspira el sentimiento de indignación contra la actitud fatalista, expectante, socialdemócrata, menchevique hacia la revolución, que era considerada como una especie de película sin fin. Si en general el tiempo es un factor importante de la política, su importancia se centuplica en la época de guerra y de revolución. No es seguro que se pueda hacer mañana lo que puede hacerse hoy (…).

“Pero tomar el poder supone modificar el curso de la historia. ¿Es posible que tamaño acontecimiento deba depender de un intervalo de veinticuatro horas? Claro que sí. Cuando se trata de la insurrección armada, los acontecimientos no se miden por el kilómetro de la política, sino por el metro de la guerra. Dejar pasar algunas semanas, algunos días; a veces un solo día sin más, equivale, en ciertas condiciones, a la rendición de la revolución, a la capitulación (…).

“Desde el momento en que el partido empuja a los trabajadores por la vía de la insurrección, debe extraer de su acto todas las consecuencias necesarias. À la guerre comme à la guerre [en la guerra como en la guerra]. Bajo sus condiciones, más que en ninguna otra parte, no se pueden tolerar las vacilaciones y las demoras. Todos los plazos son cortos. Al perder tiempo, aunque no sea más que por unas horas, se le devuelve a las clases dirigentes algo de confianza en sí mismas y se les quita a los insurrectos una parte de su seguridad, pues esta confianza, esta seguridad, determina la correlación de fuerzas que decide el resultado de la insurrección” (Trotsky, Lecciones de Octubre).

El partido como factor decisivo de las relaciones de fuerzas    

Veremos someramente ahora el problema del partido como factor organizador permanente y como factor esencial de la insurrección.

Derbent-Volskrieg.jpgEl partido no agrupa a los trabajadores por su condición de tales sino solamente aquéllos que han avanzado a la comprensión de que la solución a los problemas pasa por la revolución socialista: el partido agrupa a los revolucionarios y no a los trabajadores en general (cuya abrumadora mayoría es de ideología burguesa, reformista y no revolucionaria).

Quienes se agrupan bajo un mismo programa constituyen un partido. Pero si sus militantes no construyen el partido, no lo construye nadie: el partido es lo menos objetivo y espontáneo que hay respecto de las formas de la organización obrera: requiere de un esfuerzo consciente y adicional, con leyes propias.

Un problema muy importante es el de la combinación de los intereses del movimiento en general y los del partido en particular a la hora de la intervención política. Un error habitual es sacrificar unos en el altar de los otros.

En el caso de las tendencias más burocráticas, lo que se sacrifica son los intereses generales de los trabajadores en función de los del propio aparato. Ya Marx sostenía que los comunistas sólo se caracterizaban por ser los que, en cada caso, hacían valer los intereses generales del movimiento.

Pero es también una concepción falsa creer que los intereses del partido nunca valen; que sólo vale el interés “general”, sacrificando ingenuamente los intereses del propio partido.

Así se hace imposible construir el partido, cuya mecánica de construcción es la menos “natural”. Precisamente por esto hay que aprender a sostener ambos intereses: las condiciones generales de la lucha y la construcción del partido a partir de ellas. Además, hay que saber evaluar qué interés es el que está en juego en cada caso. Nunca se puede correr detrás de toda lucha, de todo acontecimiento; no hay partido que lo pueda hacer.

Pero cuando se trata de organizaciones de vanguardia, hay que elegir. Hay que jerarquizar considerando el peso del hecho objetivo, y también las posibilidades del partido de responder y construirse en esa experiencia.

Esto significa que no siempre la agenda partidaria se ordena alrededor de la agenda “objetiva” de la realidad. Hay que considerar la agenda de la propia organización a la hora de construirse, sus propias iniciativas: “La observación más importante que se puede hacer a propósito de todo análisis concreto de la correlación de fuerzas es que estos análisis no pueden ni deben ser análisis en sí mismos (a menos que se escriba un capítulo de historia del pasado), sino que sólo adquieren significado si sirven para justificar una actividad práctica, una iniciativa de voluntad. Muestran cuáles son los puntos de menor resistencia donde puede aplicarse con mayor fruto la fuerza de la voluntad; sugieren las operaciones tácticas inmediatas; indican cómo se puede plantear mejor una campaña de agitación política, qué lenguaje entenderán mejor las multitudes, etc. El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y dispuesta desde hace tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se considera que una situación es favorable (y sólo es favorable en la medida en que esta fuerza existe y está llena de ardor combativo); por esto, la tarea esencial es la de procurar sistemática y pacientemente formar, desarrollar, hacer cada vez más homogénea, más compacta y más consciente de sí misma esta fuerza [es decir, el partido]” (Gramsci, La política y el Estado moderno, pp. 116-7).

En síntesis: el análisis de la correlación de fuerzas sería “muerto”, pedante, pasivo, si no tomara en consideración que el partido es, debe ser, un factor fundamental en dicha correlación de fuerzas; el factor que puede terminar inclinando la balanza; el que munido de una política correcta, y apoyándose en un determinado “paralelogramo de fuerzas”, puede mover montañas.

La figura del “paralelogramo de fuerzas” nos fue sugerida por la carta de Engels a José Bloch (1890). Engels colocaba dicho paralelogramo como subproducto de determinaciones puramente “objetivas”. Sin embargo, a la cabeza de dicho “paralelogramo” se puede y debe colocar el partido para irrumpir en la historia: romper la inercia con el plus “subjetivo” que añade el partido: “(…) la historia se hace de tal modo, que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas, de las que surge una resultante -el acontecimiento histórico- (…)”.

El partido que sepa colocarse a la cabeza de dicho “paralelogramo”, que haya logrado construirse, que sepa hacer pesar fuerzas materiales en dicho punto decisivo, podrá mover montañas: romper el círculo infernal del “eterno retorno de lo mismo” abriendo una nueva historia.

Bibliografía

AAVV, Clausewitz en el pensamiento marxista, Pasado y Presente.

Darío de Benedetti, La teoría militar entre la Kriegsideologie y el Modernismo Reaccionario, Cuadernos de Marte, mayo 2010.

Daniel Bensaïd, La politique comme art stratégique, Archives personnelles, Âout 2007, npa2009.org.

  1. Engels, Carta a José Bloch, Londres 21/2 de septiembre de 1890, Marxist Internet Archive.

Antonio Gramsci, La política y el Estado moderno, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985.

León Trotsky, Lecciones de Octubre, Kislovodsk, 15 de septiembre de 1924, Marxist Internet Archive.

José Fernández Vega, Carl von Clausewitz. Guerra, política y filosofía, Editorial Almagesto, Buenos Aires, 1993.

  1. Wollenberg, El Ejército Rojo.

[1] De Lenin se conoce un cuaderno de comentarios sobre De la Guerra; Trotsky “mechó” muchas de sus reflexiones estratégicas con referencias al teórico alemán, amén de tener sus propios Escritos militares.

[2] Ver nuestro texto Causas y consecuencias del triunfo de la URSS sobre el nazismo, en www.socialismo-o-barbarie.org.

[3] Tujachevsky estaba enrolado en la fallida “teoría de la ofensiva”. Trotsky estaba en contra de la misma: la condenaba por rígida, militarista y ultraizquierdista. Ver las Antinomias de Antonio Gramsci (un valioso texto del marxista inglés Perry Anderson de los años 70).

[4] En este caso se dio una sorprendente “inversión” (en relación a los errores) bajo el poder bolchevique: en general, fue Lenin el que dio en la tecla en las disputas con Trotsky. Pero en este caso las cosas se dieron invertidas: mientras Lenin se arremolinaba entusiasta sobre los mapas siguiendo la ofensiva, Trotsky manifestaba sus reservas.

[5] Ver al respecto nuestros textos sobre el bolchevismo en el poder.

[6] Ver al respecto El último combate de Lenin de Moshe Lewin.

[7] En todo caso, el siglo XX ha dado lugar a un sinnúmero de ricas experiencias militares en el terreno de la revolución, las que requieren de un estudio ulterior.

 

jeudi, 08 février 2018

Jean-Michel Valantin, le Machiavel de l’anthropocène

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Jean-Michel Valantin, le Machiavel de l’anthropocène

par Alice Audouin

Ex: http://www.aliceaudouin.com

Dans son dernier ouvrage Guerre et Nature (Prisma, 2013), Jean-Michel Valantin, chercheur spécialisé sur le lien entre Défense et Environnement, partage sa connaissance approfondie de la Défense américaine, explore et analyse la manière dont cette « première armée du monde » intègre les enjeux du développement durable. Cette exploration le conduit à remettre en perspective la notion d’hégémonie à l’ère de l’« anthropocène » (cette nouvelle ère géologique façonnée par l’homme) et montre que les techniques de résilience vont permettre de dominer un monde  soumis chaque jour davantage aux pénuries, pandémies et catastrophes naturelles. Tel Machiavel en son temps, Jean-Michel Valantin identifie les clés de la pérennité au pouvoir. Cette nouvelle version du Prince, érudite, visionnaire et d’une grande intelligence s’impose comme le livre de chevet indispensable des dirigeants politiques et militaires.

valantinLivre.jpgL’armée américaine intègre le développement durable

Le coup d’envoi est donné en 2006, avec la publication du rapport militaire National Security and the Threat of Climate Change.  L’armée américaine joue ici les précurseurs. Non seulement le rapport reconnait le réchauffement climatique comme une menace, mais le présente  (contrairement au risque nucléaire) comme une catastrophe inévitable. Si le gouvernement de Georges Bush n’avait pas su quoi faire de ce rapport, il marque néanmoins le premier changement culturel du pays. Depuis, plusieurs facteurs ont contribué à l’avancée du développement durable dans la défense américaine.

Tout d’abord, le peak oil se rapproche.  Or l’armée américaine fonctionne avec des énergies fossiles importantes, de plus en plus chères.  Avions, bateaux et chars et autres engins énergivores posent d’immenses problèmes d’approvisionnement, surtout dans un pays comme l’Irak ou le danger impose des convois renforcés, le tout devenant encore plus énergivore. L’amélioration des conditions de vie des combattants est elle aussi, très consommatrice de pétrole. L’utilisation massive de climatiseurs pendant la guerre en Irak a nécessité une gigantesque consommation d’énergie. C’est justement en Irak avec le casse-tête des climatiseurs, que les premières solutions de production d’énergie décentralisée et autonome, à base de photovoltaïque, a été mise en place. Le vol du premier avion de l’US Navy en 2010 avec 50 % de biofuel est le prémisse du passage vers une « great green fleet » et marque l’avancée de la Navy  sur l’US Air Force sur son propre terrain, l’aviation.  La Navy est précurseur dès 2008 avec la création de la Task Force on Climate Change, dans un contexte où l’Arctique, nouvel eldorado né de la fonte accélérée de la banquise, oblige à définir rapidement une stratégie.

Un autre facteur, lui aussi de plus en plus prépondérant, concerne l’ampleur croissante des catastrophes naturelles aux Etats-Unis, aboutissant à des destructions massives d’infrastructures, des pertes humaines, ce qui fragilise le pays et donc sa sécurité. Avec Katrina, le pays a découvert sa vulnérabilité.  Les catastrophes dues à la négligence humaine, comme Deepwater-Horizon, laissant écouler du pétrole sur 30 jours prouve l’existence d’un nouveau type de catastrophe,  dont l’ampleur des dégâts ne cesse de croître. La National Security entre en jeu, s’invite ainsi au débat, dès lors que les besoins en énergie et les conditions de vie sont impactés. La National Security évolue vers la Natural Security.

valantinL2.jpgEnfin, de nouvelles opportunités de domination apparaissent au fur et à mesure de la montée des enjeux environnementaux. Les  terres rares essentielles aux technologies propres du futur, situées dans des pays émergents, mais également les besoins d’aides après les catastrophes qui se multiplient, sont autant d’occasions de coopération et d’intervention dans les pays. Il est désormais prouvé que le réchauffement climatique accentue la puissance des catastrophes naturelles, ainsi que la pénurie de ressources nécessaires à la vie.  La mauvaise gestion de l’eau ou de la chaine alimentaire crée l’opportunité de dépendre de solutions américaines et d’ainsi étendre la puissance américaine. C’est sur ce dernier plan que selon Jean-Michel Valantin, la pensée stratégique prend un tournant inédit. Elle cesse ici d’être uniquement fondée sur la supériorité militaire, mais intègre la capacité à répondre technologiquement à la déstabilisation socio-environnementale planétaire. Le leadership en climate resiliency devient un atout stratégique. Le besoin croissant de se sortir rapidement et efficacement d’une catastrophe naturelle ou industrielle fera appel à un savoir-faire dont les meilleurs experts auront un avantage majeur.
 
Les films de guerre, annonciateurs d’un nouveau paradigme

Révélateur des représentations et mythes reliés à la puissance, Hollywood est un thermomètre fiable pour voir l’évolution de la société américaine et de son rapport à sa propre hégémonie. Pour pleinement mesurer l’avancée du développement durable dans la culture de la Défense, Jean-Michel Valantin analyse finement  les films de guerre issus des studios Hollywoodiens depuis la seconde guerre mondiale et retrace son évolution au travers de nombreux exemples. On démarre avec la Bombe A, qui est le premier socle culturel, les images des bombardements nucléaires ayant été eux-mêmes largement diffusés dans les media.

Avec Hiroshima, un imaginaire de « l’après catastrophe » se façonne : dévastation, retour au cannibalisme, guerres tribales entre survivants, etc.  La bombe nucléaire permet d’identifier une menace pour ce que l’homme a de plus élevé : la société, l’humanité.  La planète des singes ou encore Mad Max 2 sont  des avertissements de cette régression.

Le Seigneur des Anneaux et Avatar occupent eux l’avant-scène d’un nouveau paradigme, celui d’une alliance nécessaire entre l’homme, la nature et le « surnaturel » pour éviter la catastrophe finale. Ils rappellent tous deux l’importance de la relation avec la vie et ses mystères. Le Seigneur des Anneaux actionne une mythologie de la « vitalité », au travers du rôle symbolique des Elfes. Les ingrédients indispensables à la vie sont imbriqués dans une recette qui inclut une part de sacré.

valantinCIN3.jpgAvatar montre le changement de camp d’un ancien marine, passant du champ de la puissance militaire à la puissance naturelle. Il défend ce changement de camp, le présentant comme légitime et nécessaire à l’heure où l’humanité détruit le vivant. Là encore, la dimension sacrée est du côté de la vie et de ce qui mérite que l’on se batte et que l’on renonce au monde militaro-industriel qui la menace. Dans un autre ordre, le dernier James Bond Quantum of Solace montre que les nouveaux trésors sont naturels, comme l’eau, et qu’ils seront  les enjeux des luttes de demain. Leur raréfaction va multiplier les conflits. Enfin, les grands films sur les pandémies révèlent le potentiel viral et global de destruction d’un acte au départ isolé, montrant bien les jeux d’interdépendances entre les différents risques systémiques et globaux. L’imaginaire du nucléaire continue : l’enjeu derrière la dégradation environnementale, est la destruction de l’humanité.
 
Guerre et Nature prévient les princes du monde à l’heure du réchauffement climatique. La lutte  pour acquérir de gré ou de force les dernières ressources, les dernières terres rares, le dernier pétrole,  la dernière eau potable ou les derniers kilos de lithium, ne fera que condamner l’ensemble des acteurs sur l’échiquier du pouvoir, l’enjeu de conquête devenant une véritable peau de chagrin. La vitesse dans la course aux ressources manquantes ne sera pas le véritable levier de puissance, mais la capacité à faire fonctionner un monde moins dépendant des ressources. Le pouvoir sera au contraire à celui qui aura la capacité de changer son mode de vie fondé sur l’ensemble de ces ingrédients, pour définir une société alternative et durable.  Le prince qui saura s’adapter à l’anthropocène, qui saura mettre en œuvre la responsabilité de l’homme vis-à-vis d’un bien commun, la Terre, sera le Prince durable. La clé de la puissance sera désormais le développement durable.

vendredi, 19 janvier 2018

THUCYDIDES ON WAR: TO BE STUDIED BY THE MOST ABLE OF MILITARY THEORISTS

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THUCYDIDES ON WAR: TO BE STUDIED BY THE MOST ABLE OF MILITARY THEORISTS

Ex: https://www.geopolitica.ru
 
To be able to wage modern warfare cannot be merely defeating the enemy through a series of military engagements as being witnessed in the early twenty-first century, for the so-called vanquished enemy will often times return, as we have  seen in the infested battle regions of Iraq and Syria.  Without the understanding that the most pragmatic and final assault on any enemy in combat, on the battle field, can only be achieved through a scientific military theory based both on a strategic objective and studied analysis of when to wage war, there can be no lasting success to the end of a political crisis which was only abated but not ended by the means of war. Then there will be no end to such conflict but only lulls and a general repeat of an unsatisfied stand-off of no peace and no war. But to strike against an enemy in the first place, allowing for no way out for the enemy to survive under any circumstance, is the heart of the matter in the first place, and in studying the various small battles and large battles in the work the History of the Peloponnesian War by the ancient Greek historian, Thucydides, we come to grips with all the various nuances that make up the character of warfare.
 
What is lacking in the various theaters of conflicts in these modern times is a balance between a fluid scientific analysis of how and when to enter into a conflict or war situation, and how to understand and engage the spatial art of war or conflict conception of such an endeavor which must cause human suffering in which the various actors, their armies and citizens realize why they must fight and die in such a human conflict when it arises.   
 
What we have instead in our time, are the various protagonists such as the United States with its imperialist hegemonic desires, not yet abated even as the country is in its decline with its Fascist regime kept alive by millions of submissive Americans ignorant of their own proto-Fascistic behavior. 
 
Then on the other side, we have the emerging Russian state coming out of the great Soviet era, with its own desire to again regain its world influence upon those countries arising from a colonial past, these countries not only in the Middle- Eastern region, but also in regions of Africa  stretching from the Democratic Republic of Congo to Yemen down to South America in such places as Venezuela, Ecuador and the former Soviet ally, Cuba.  However, what both the United States and Russia lack is the understanding where the center of gravity is in pursuing the defeat of an enemy - one must  not only assess the military strengths and weakness of the enemy, but also objectively analyze  the culture and spiritual qualities or lack of regarding the overall political will of the people at the central core of the conflict.  
 
Instead,  both the United States and the Russians regimes make their great mistake in that in their ceaseless propaganda war and intermediate cyber-space conflict, including their various proxy wars, in their attempt to manipulate wars of liberation. They offer no alternative revolutionary theory, no modern release for a liberation of political, spiritual and culture way of life that the common man, the ordinary citizen craves for and would be willing to die for in a just cause.  
 
As Thucydides posited, “History is Philosophy teaching by example,”  one could also enlarge upon that singular statement and say  a country which claims to have the means  to better the situation of a people in all ways of living and dying, must set an example through leadership mirroring political ethics which teach or exemplify how to live without exploiting the people during a period of egregious economic suffering, and thus maintaining a quality of life that although not rich in material gain, is rich in human creative endeavors, even if those endeavors are limited within the human condition. 
 
What we are faced with is an emerging Fascist regime in the United States which the American people willingly or unwilling cloak with a ‘Democratic’ spirit, while in Russia, they have an oligarchy pulled towards a need to become a so-called superpower on the world’s stage, while its people long to re-establish a Soviet way of life. Thus, we have two opposing political forces  locked in a deadly struggle in which the citizens of both countries, including the  peoples allied with the two countries, are part of the human tragedy playing out day by day within the borders and outside the borders of the United States and Russia.  
 
With this view in mind of the polarization of these two belligerent systems of political and economic powers that hold sway over much of the world, it is imperative for the ablest of modern military theorists not only re-study the account of the Peloponnesian War by Thucydides, but also study in very careful detail the various tactical battles which the great Greek historian recounts.
 
The psychology and methodology of how both opposing forces of Athens and Sparta went after each other  is instructive even in modern times, to better understand how an enemy might seek out in either an impulsive behavior or a calculated behavior to destroy an enemy position, or to politically intimidate an enemy at the first hint of weakness. 
 
In our time, I recommend astute generals and heads of state peruse  Thucidides' visionary “Melian Dialogue” pertaining to the surrender terms offered by the invading Athenian force to the military officers and citizens of Melos during the fighting of the Peloponnesian war, which the Melians rejected for what they believed was a Casus belli  or as the French would say “une guerre juste” ending in the butchery and enslavement of the citizens of Melos, something we even see today among ISIS (known also as Daesh) terrorists, as well as among the American armed forces with their proxy Saudi Arab ally killing thousands of Yemenis peoples  occurring in the country of Yemen. 
 
Clearly, slaughter is now manifested as a way of life not only in the Middle East, but among the cartel fights in Mexico with thousands of innocent Mexican citizens killed outright, as well in the deepest regions of Colombia and Brazil where the poor, working class and indigenous peoples are protesting their right not be used as slave labor nor their land defiled in the most horrendous  ecological destruction. All these examples, the modern military theorist must take into account if he or she  is to justify interest and ability to instruct others how to wage war scientifically and efficiently, beyond merely waging war for profit and nihilistic slaughter. It is through studying the written history of Thucydides that the art of war achieves its most coveted accomplishment - waging war to limit the excesses of war.
 
When Thucydides  asserted  “Wars spring from unseen and generally insignificant causes, the first outbreak being often but an explosion of anger,” he was proclaiming to those who would listen - and those who would listen being the few even to this day - that war even among the most sophisticated and shrewd, whether they be government leaders, diplomats or the most aware intellectuals, are not cognizant that war ignited in ancient times, and wars coming seemingly spontaneously out of economic and political repression in modern times, are the result of a particular “explosion of anger” - that anger being in the people’s  desire to have a healthy and sane life, even if that life is short lived, and for this reason alone, that anger is infused in all of us, to our dying days.  
 

vendredi, 12 mai 2017

TERRE & PEUPLE Magazine n°71

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Communiqué de "Terre & Peuple - Wallonie"

TERRE & PEUPLE Magazine n°71

Le numéro 71 de TERRRE & PEUPLE Magazine est centré sur le thème 'La guerre toujours et partout'.

Dans son éditorial, Pierre Vial prophétise « Les anges iront en enfer'.  Les anges, ce sont ceux qui croient se préserver de la guerre en se contentant de la refuser.  En commençant par la nier quand elle leur crève les yeux.  Ceux qui se bousculent pour trahir les leurs, victimisant les Théo et autres fauteurs de 'petites' émeutes, qui ne sont que des répétitions pour la grande.  Il cite Ernst Jünger : « Les longues périodes de paix favorisent certaines illusions d'optique.  L'une d'elles est la croyance que l'inviolabilité du domicile se fonde sur la Constitution, est garantie par elle.  En fait, elle se fonde sur le père de famille qui se dresse au seuil de sa porte, entouré de ses fils, la cognée à la main. »

Dans son introduction au dossier central, Pierre Vial répète que la guerre n'est pas une institution humaine, mais une loi de la nature.  Il souligne qu'elle n'est pas seulement militaire, mais également militante, notamment dans la guerre culturelle, par l'information et la désinformation.  Nous faisons à présent l'objet d'une guerre de conquête, par des envahisseurs qui sont dans nos murs et pour qui nous sommes les 'croisés'.   Effectivement, nous défendons la Terre Sainte d'Europe, mais certainement pas Israël, dont nous n'avons pas à être les harkis.  C'est une guerre totale, armée mais aussi et surtout idéologique, culturelle.  Notamment, comme le souligne Patrick Buisson dans son dernier livre 'La cause du peuple', une guerre contre l'idéologie multiculturaliste venue des Etats-Unis.  C'est un guerre qui vise à paralyser sans tuer, à détruire les valeurs spirituelles au nom d'une pseudo-démocratie apatride, qui ne défend la liberté que de l'argent.  C'est dans ce climat que les fous d'Allah trouvent à s'immerger au sein de nos sociétés, notamment dans l'armée et la police.  Pierre Vial, qui cite le général Vincent Desportes (« On peut rêver un monde sans guerre : il n'existe pas. »), évoque le modèle immémorial d'une élite disposée au sacrifice, avec la tradition des compagnonnages guerriers, depuis les berserkirs germaniques jusqu'aux Templiers.  C'est la Révolution française, avec la levée de masses qu'on s'applique à fanatiser par la diabolisation de l'ennemi, qui va déboucher sur la guerre total, celle qui nous est menée.  Il n'y a pas d'autre voie de la paix que s'y préparer : para bellum.

Jean Haudry souligne que, dans l'ensemble de leur période commune, nos ancêtres indo-européens n'avaient pas de vocable pour désigner la lutte armée entre deux peuples ou deux partis.  Pour eux, il ne s'agissait pas là d'un événement particulier, mais de l'état normal de la vie durant la saison guerrière.  Le nom du héros grec Héraclès, comme son correspondant russe Yaroslav, signifie 'gloire de la belle saison'.  Mais, à la période la plus ancienne, la notion de guerre n'existe pas, alors que les squelettes de la période pré-agricole révèlent trois fois plus de morts par violences que la moyenne mondiale actuelle !  C'est la pratique de la razzia, apparue avec l'élevage au Néolithique ancien, qui préfigure la guerre des temps historiques.  Dans la société des quatre cercles (famille de trois génération-village-clan-tribu), elle est une activité de la belle saison, une fonction guerrière.  Chaque cercle sera à la base d'une unité militaire. Le premier sens du mot latin populus est armée (populare = dévaster).  Les saisons guerrière et agricole coïncidant, elles ont amené à répartir les fonctions et à distinguer les classes.  Le succès à la guerre passant pour un jugement des dieux, il importe d'avoir respecté les formes et les engagements, ce qui va conférer une  priorité à la première fonction religieuse.  La vengeance apparaît non seulement comme un droit, mais comme un devoir, mais elle fera bientôt place à la compensation par le prix du sang.  C'est vers la fin de la période commune, avec les migrations des Indo-Européens à travers l'Eurasie, qu'apparaissent des activités guerrières proprement dites, avec une sorte de contre-société héroïque de jeunes guerriers compagnons d'un roi, dans le cadre d'un engagement mutuel de fidélité qui vient se substituer à la solidarité naturelle.  Les dieux donnent alors la victoire à ceux qui honorent leur serment.  Les rituels d'initiation de ces compagnonnages, qui vont se prolonger dans la chevalerie, instituent la première forme d'armée permanente.  Avec la formation des empires, la discipline au sein de la phalange va primer l'action d'éclat héroïque.  C'est de même dans les temps historiques qu'apparaît l'affrontement de factions internes, la guerre civile 'qui glace les coeurs'.

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Thierry Thodinor rappelle que l'Hégémôn américain, en déclin, vise à rien moins qu'imposer au monde ses 'biens publics fondamentaux' (dollar et normes), par le contrôle des flux d'information et de capitaux, au moyen de chaînes d'interdépendance présentées comme une panacée morale et rationnelle.  Tout récalcitrant doit soulever l'indignation de la 'communauté internationale', avec un devoir d'ingérence, qui peut être problématique militairement (la Russie) ou symboliquement (le Vatican).  Le Nouvel Ordre Mondial agonise.  L'idéologie des Droits de l'Homme et du marché illimité patine.  Le dollar, adossé à une montagne de dettes, a perdu 98% de sa valeur par rapport à l'or.  Plus indigestes à avaler que Kadhafi et que Saddam Hussein, la Russie et la Chine manoeuvrent pour dé-dollariser     leurs transactions internationales.  Il ne reste que les sanctions et la guerre financière, totale mais furtive.  Les départements américains du Trésor et de la Justice, en application du Patriot Act, pris suite au 11Septembre pour traquer le financement du terrorisme, pénalisent d'amendes gigantesques les entreprises étrangères (BNP Paribas, Deutsche Bank, Siemens, Alcatel...) prises en défaut d'application des sanctions.  Les Russes sont menacés d'expulsion de la coopérative de transferts financiers internationaux SWIFT, instrument majeur de globalisation.  Ils ont répliqué en créant, en 2014 avec les états du BRICS, une nouvelle banque de développement et en adhérant, en 2015, à la Banque asiatique créée par la Chine.  Brisant le monopole américain en matière de notation du crédit, ils ont mis en place leur propre agence AKRA.  SWIFT, qui informe la NSA (voir Snowden), a déconnecté en 2013 le Vatican, resté fermement attaché au secret bancaire.  Son administration a été alors promptement purgée (démission de  Benoît XVI) !  L'incompétence des Néocons et l'obsolescence des organisations internationales qu'ils contrôlent encore accélèrent l'autodestruction du mondialisme américain.

Robert Dragan dresse un dossier richement documenté (arte.tv et les historiens américain Robert C. Davies et français Jacques Heers) de l'enfer qu'ont fait subir les Arabes à plus d'un million d'Européens (et d'Américains), qu'ils ont traînés en esclavage en terre d'islam à l'époque moderne.  Ce drame fait l'objet d'un silence assourdissant de la part de nos maîtres à penser.  Or la saignée a été lourde car le chiffre d'un million est d'autant plus écrasant que l'Europe était beaucoup moins peuplée :  pour quinze millions de Français, il n'y avait que cinq millions d'Espagnols et quatre millions d'Anglais.  Au moyen-âge déjà, ce fléau frappait les marins et les populations côtières européens jusqu'en Scandinavie et même en Islande.  C'est Meknès, capitale du sultanat du Maroc, qui en était le centre et le Sultan Moulay Ismaïl (1672-1727) une des figures marquantes, par sa brutale cruauté.  Des chrétiens renégats (le capitaine hollandais Jan Janszoon) et des juifs ont collaboré aux rapts, au commerce et à l'élevage du bétail humain blanc (production de métis).  Entre 1609 et 1616, les pirates barbaresques ont arraisonné 466 navires marchands anglais et ont vendus les survivants.  Moins intensive dans ses débuts, cette traite remonte au moyen-âge.  Elle durera jusqu'au XIXe siècle, jusqu'au bombardement d'Alger par une flotte anglaise en 1816 et à sa conquête, en 1830, par les troupes de Charles X.  Ce qui est reproché à crime aujourd'hui et reconnu dans les repentances d'opportunistes mondialistes.  Aujourd'hui encore, les pays de la péninsule arabique se fournissent en jeunes prostituées blanches en Europe de l'Est.

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Fabrice Lehénaire cite Macron (« L'arrivée de milliers de migrants est une opportunité économique. »), pour souligner la nécessité de bien distinguer le demandeur d'asile, réfugié qui, pour échapper à des violences extrêmes, aspire à obtenir un statut légal temporaire, d'une durée aussi brève qu'on peut l'espérer, de l'immense majorité des immigrés, migrants de plus en communément illégaux, qui ont des motivations d'opportunité personnelle, quand elles ne sont pas d'invasion conquérante, voire de violence terroriste.  C'est la flagrante infériorité numérique des premiers par rapport aux seconds qui commande d'y déceler une opération stratégique de démantèlement de la civilisation européenne.

Roberto Fiorini présente le livre de Jehan Morel 'Guerilla contre guerilla' paru aux éditions DPF-CHIRE (contact@chire.com).  C'est la honte de la débandade de l'armée français en mai 1940 qui détermine l'auteur à se laver de ce déshonneur en s'engageant pour aller combattre en Indochine, où il a « la chance d'être affecté à une unité qui pratique la contre-guerilla », des supplétifs vietnamiens que des responsables politiques carriéristes abandonneront honteusement, comme ils abandonneront ensuite les harkis.  Il achèvera sa carrière de guerillero au Katanga, contre les forces de l'ONU.  Il note au passage la réalité écrasante de l'explosion démographique créée par la bonne conscience des Européens (25% de la population mondiale en 1900, ils n'en représenteront plus que 4% avant la fin de ce siècle ).  Il a retiré de ses expériences du terrain un catalogues de principes et de recettes incomparables pour mener une guerre asymétrique, notamment la pureté morale et le dévouement par quoi mériter la loyauté.

Roberto Fiorini consacre un long article à Georges Sorel (1847-1922), fondateur du syndicalisme révolutionnaire, qui prêche l'action directe de guerre contre le monde bourgeois.  Pour lui, le suffrage universel est un piège tendu par la démocratie libérale pour confier le pouvoir aux possédants.  Il incombe aux minorités conscientes d'éduquer et d'entraîner les masses dans une démocratie de base, directe et participative.  La violence ouvrière, par la grève générale, est l'arme ultime et légitime du désespoir.  Sorel conteste aux classes la possibilité d'intérêts communs et dénonce l'oligarchie de puissants entrepreneurs, ligués aux dépens de la nation.  Comme il  dénonce l'opération des partis qui ont confisqué le mouvement ouvrier.  La première CGT était profondément sorélienne.  Pour élever intellectuellement et moralement la classe laborieuse du peuple, il préfère l'action quotidienne et le mythe mobilisateur, expression d'une poésie populaire, qui fait appel à l'intuition de préférence à la raison pour inviter à l'héroïsme désintéressé.  Pour rester en prise avec la réalité que vit le peuple, il prône la mobilité des idées, ce qui fera que Lénine, qui l'admire, le jugera « brouillon ».

Pour Alexis Arette, c'est par la voie de la presse que la bourgeoisie capitaliste a matérialisé le peuple, dans une société vouée au Veau d'or (où l'entraîneur-vedette du PSG rafle une indemnité de licenciement de 22 millions € quand les paysans sont réduits aux restos du coeur). Une société où des juges condamnent Zemmour pour avoir « dépassé les limites de la liberté d'expression » que ne dépassent pas des rappeurs qui appellent à « saigner les flics comme des porcs ».  Une société où les bulles des complots prétendument déjoués ne masquent pas ceux qui ne l'ont pas été parce qu'on a libéré des multirécidivistes,  où François Hollande ne se suicidera pas comme Allende, mais s'éteindra dans le confort bourgeois que la République garantit à ses maquereaux.  A moins que surgisse un gouvernement de salut public.  Car il y a du changement dans l'air.  La Norvège renvoie ses suspects.  Le Japon est fermé aux musulmans.  Cuba interdit une mosquée.  La Pologne s'aligne sur les Hongrois et les Tchèques.  L'Angola interdit l'islam.  Sept états des Etats-Unis jugent la charia incompatible avec la loi américaine.  Même Merkel ose réagir contre les métèques violeurs.  Erdogan confirme que les armes des djihadistes étaient d'origine occidentale.  Il reste à la si conciliante Eglise conciliaire à découvrir qu'il n'y a pas de Coran alternatif.

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Jean Haudry définit son 'Message de nos ancêtres' comme un ouvrage militant, destiné à la formation des adolescents.  Il a accepté de rédiger à l'initiative de notre Président.  Il y narre l'histoire des Braves, un peuple sédentaire indo-européen installé en Europe centrale aux temps protohistoriques  (seconde moitié du deuxième millénaire), dont le roi revendique, selon l'usage de l'époque, le titre de 'roi du monde' et qui, à défaut de conquérir le monde, le fait venir à lui.  Les Braves ne représentent pas le noyau fondateur des Indo-Européens, mais leur histoire correspond à celle des Gaulois (qui ont donné leur nom à la Gaule), des  Francs (qui ont donné leur nom à la France) et des Angles (qui ont donné le leur nom à l'Angleterre).  Un épisode se passe chez les Hyperboréens.  Le nom de ceux-ci (qui signifie 'au nord des montagnes) désigne les régions au nord de la Grèce, et non la composante arctique mise en évidence par Tilak.  Jean Haudry rappelle que l'hostilité à l'égard de l'étude de la parenté des langues de l'Europe, de l'Inde et de l'Iran trouve sa source dans l'incompatibilité de cette parenté avec le thème biblique des trois fils de Noé.  Le livre est richement illustré par Eric Heidenkopf.

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Vous servant à chaque parution de TERRE & PEUPLE Magazine une synthèse du dernier numéro, nous sommes bien placés pour apprécier la qualité altière de la recension que Jean Haudry a réalisée dans cette livraison du numéro 66 de Nouvelle Ecole consacré à Charles Maurras.  Il ne serait pas raisonnable de tenter une synthèse d'une synthèse.  Outre le sommaire, qui est déjà riche d'enseignement, nous nous en tiendrons aux réflexions de notre maître et ami sur trois axes de la pensée, très riche, du fondateur du nationalisme intégral. Aux quatre états confédérés que Maurras reconnaît à l'anti-France, juifs, francs-maçons, protestants et métèques, Jean Haudry estime qu'il fallait déjà à l'époque (condamnation de l'Action Française), et qu'il faut également aujourd'hui, ajouter les catholiques, à quelques exceptions près.  Par rapport à son mot d'ordre 'Politique d'abord', Maurras est presque toujours en porte à faux (son agnosticisme par rapport à la catholicité des rois ; sa prophétie manquée de la 'divine surprise' ; son anti-germanisme viscéral).  Sa revendication-programme « Je suis romain, je suis humain. » est à la fois pertinente et inacceptable, en ce qu'elle oublie l'héritage celte et germanique.  Jean Haudry se doit d'évoquer celui de la grande famille indo-européenne.  Il conclut avec une citation d'Alexandre Douguine sur l'eurasisme et le retour de l'Indo-Européen aux racines de sa patrie primordiale.

Sommaire du thème central de Nouvelle Ecole n°66

Maurras vu par Lucien Rebatet

Portrait de Charles Maurras (Olivier Dard)

Le jeune Maurras, félibre et fédéraliste (Rémi Soulié)

Maurras et l'Abbé Penon (Axel Tisserand)

Heidegger et Maurras à Athènes (Baptiste Rappin)

La République, la bourgeoisie et la question ouvrière (Charles Maurras)

La géopolitique selon Maurras (Martin Motte)

Maurassiens et Mai 68 (Gérard Leclerc)

Maurras et le romantisme (Alain de Benoist)

Charles Maurras et le positivisme d'Auguste Comte (Francis Moury)

Maurras en Amérique Latine (Michel Lhomme)

L'anarchiste, c'est Créon (Charles Maurras)

 

Roberto Fiorini nous envoie au cinéma, voir le dernier film de Ken Loach 'Moi Daniel Blake', sur les effet du libéralisme sur la société anglaise. 

mercredi, 08 mars 2017

On the Rise & Decline of War in the Modern Era

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On the Rise & Decline of War in the Modern Era

The modern era is characterized by the steady, at times exponential, growth in the material power of human societies in mastering their world. This has paradoxical consequences in the field of war. The most obvious is an exponential increase in warring states’ means of destruction: nation-states can conscript entire societies, economies, and propaganda apparatuses towards the war effort (“total war”), geographical limits to war are annihilated (aerial bombing), and destructive power becomes god-like (nuclear war). This accounts for the crescendo of violence in the wars of the modern era, beginning with the French Revolutionary and Napoleonic Wars, but especially with the world wars and the happily unrealized apocalyptic destructive potential of the Cold War.

Another trend, however, has been a relative decline in war. This has been partly due to the trend just mentioned: war between advanced states has become so destructive that their leaders have increasingly avoided direct military confrontation (the famous Cold War doctrine of “Mutually Assured Destruction”).

Another reason has been the declining utility of military conquest in the modern era. In a world of trade and advanced technology, military occupation of backward lands is less and less profitable to a modern state. Furthermore, as modern traits spread to occupied territories (literacy, hi-tech communications, development, etc.), their peoples acquire self-consciousness and thus the means to throw off a foreign colonist. Hence, in the post-war era, the European colonial empires were gradually dismantled and in general were not replaced with equivalent forms of direct rule.

Carl von Clausewitz’s On War [2] stresses the tendency of modern war to dialectically rise to ever-greater “extremes” of violence. The Prussian theorist also identified a moderating factor, however, which I believe had powerful ramifications for the future of modern warfare:

The wants of an army can be divided into two classes, first those which every cultivated country can furnish; and next those which can only be obtained from those localities where they are produced. The first are chiefly provisions, the second the means of keeping an army complete in every way. The first can therefore be obtained in the enemy’s country; the second, as a rule, can only be furnished by our own country, for example men, arms, and almost all munitions of war. Although there are exceptions to this classification in certain cases, still they are few and trifling and the distinction we have drawn is of standing importance, and proves again that the communication with our own country is indispensable.[1]

As the technology on which military power depends becomes more advanced, so territorial occupation (unless the residents can be made productive loyal citizens) becomes less useful.

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All this adds up to the declining utility of military occupation in the modern era. There are limits to this, however: Western European states have, with the loss of their colonial empires, become economically insecure due to their dependence on unstable Middle-Eastern sources of energy. This in turn has meant political dependence on the United States of America and the Gulf Arab states.

Modernity both enabled the Western conquest of the world and gave the colored nations means to throw off imperial rule. The creation of separate nation-states, giving each distinct people its own homeland and polity wherever possible, has led to a decrease in violence. States have, as outlined above, far less incentive to conquer one another than in the past: the costs of war are too great, the benefits of military occupation too few. Inevitable power asymmetries remain, but overt empires – perhaps the most common pre-modern form of government – are rare.

The wars of recent years have tended to be those within states, that is to say between tribal, ethnic, and religious groups within societies, with varying degrees of inevitable involvement by foreign powers. As Western nations lose their ethno-cultural homogeneity and cohesion, the likelihood of ethnic civil war increases – particularly when some severe economic, environmental, or geopolitical crisis inevitably intervenes. The West has largely been spared war since 1945. The rationales for war between states are fewer. This in no way justifies the foolish and irresponsible liberal, Panglossian view that war is therefore abolished and that Westerners no longer need to think about defending their interests, let alone do anything about it.

War will continue to change with new technologies, often in ways which are difficult, if not, impossible to predict. Two examples, among many, of such potentially revolutionary developments: the use of drone bombing and the proliferation of weapons of mass destruction, possibly used by stateless terrorist groups.

I believe precautionary measures are warranted. Westerners are massively declining, both as a share of the global population and of the population within their own nations. French demographic decline in the nineteenth century led to a reversal: where previously France had dominated German politics, for the first time Germany had the serious possibility of dominating not just French politics, but indeed that of the entire European continent. Serbian demographic decline within Kosovo has led to the indefinite loss of their ancestral homeland, leading to the rule of Muslim Kosovar terrorists and gangsters. The rise of China and the fertility of the African, Islamic, and Mestizo worlds may augur similar fates for the West as a whole. Responsible men of the West ought to work to make their societies as antifragile [3] and war-proof as possible, developing policies which will prevent both civil war and foreign domination.

Note

1. Carl von Clausewitz (trans. J. J. Graham & F. N. Maude), On War (Ware, England: Wordsworth Editions, 1997), Book 5, Chapter 15, p. 273.

Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

URL to article: http://www.counter-currents.com/2017/03/on-the-rise-decline-of-war/

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[1] Image: https://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2017/03/3-1-17-1.jpg

[2] On War: http://amzn.to/2lyUqnL

[3] antifragile: https://en.wikipedia.org/wiki/Antifragile

 

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samedi, 17 décembre 2016

La guerilla accidentelle ou les petites guerres au sein d'une grande guerre

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La guerilla accidentelle ou les petites guerres au sein d'une grande guerre

Recension

The Accidental Guerilla: Fighting Small Wars in the Midst of a Big One

 
Ex: http://ultimaratio-blog.org
 

David Kilcullen, Londres, Hurst & Co., 2009, 346 pages.

Cette recension est d’abord parue dans Politique Etrangère N°3 2009.

David Kilcullen fait partie de ces soldiers-scholars qui alimentent l’histoire de la pensée stratégique américaine. Né en 1967, cet ancien officier australien explore depuis une dizaine d’années le phénomène de la guerre irrégulière à l’Université de New South Wales. C’est ainsi qu’il devient en 2005 le conseiller de Condoleezza Rice sur les questions de contre-insurrection, ainsi que du général Petraeus en Irak, où il fut l’un des artisans du surge. Il reste aujourd’hui l’un des experts les plus influents aux États-Unis. Lire The Accidental Guerrilla, c’est donc découvrir une recherche, mais aussi prendre la « température intellectuelle » des cercles de la sécurité nationale à Washington.

Accidental-Guerrilla-Fighting-Small-SDL117887560-1-ee0c7.jpgKilcullen avait introduit la controverse avec une étude de 2004, dans laquelle il appelait à considérer la lutte contre le terrorisme en termes d’« insurrection globale[1] ». Sans pour autant renier cette notion, il précise ici sa pensée en l’articulant à l’échelle locale dans un nouveau concept : la guérilla accidentelle.

La guérilla accidentelle, c’est le piège tendu par le terrorisme aux États et dans lequel l’Occident est tombé après le 11 septembre. Le « syndrome », comme l’appelle D. Kilcullen en amateur de métaphores médicales, se décline en quatre phases : l’infection, au cours de laquelle des terroristes transnationaux établissent leur présence dans une zone ; la contagion, qui voit leur activité se développer sous des formes diverses ; celle-ci menant à une intervention internationale; elle même, perçue comme une invasion, conduit à un rejet des populations locales qui s’organisent ainsi en guérillas aux côtés des terroristes.

Bien que son analyse ne soit pas entièrement nouvelle, D. Kilcullen a le mérite de l’exposer avec force et complexité à un large public américain, encore peu familier de cette approche non conventionnelle. Son autre atout majeur est d’ancrer sa pensée dans les réalités de terrain, tout en balayant de nombreux théâtres d’opérations. Il montre ainsi comment, en Afghanistan, les relais de pouvoir traditionnels ont été noyautés ou remplacés par une infrastructure radicale. Il propose une réponse contre-insurrectionnelle à partir d’un programme de construction de routes qui n’est pas sans rappeler la dimension pacificatrice des voies romaines. Il revient aussi naturellement sur l’Irak, avec les tribulations des premiers temps du surge, en se concentrant particulièrement sur la formation et l’emploi des forces de sécurité locales. À l’instar du judo, la guérilla accidentelle utilise donc la force de l’adversaire pour le renverser. Le 11 septembre n’a finalement été qu’une immense provocation qui a poussé l’Amérique à réagir de façon excessive — D. Kilcullen a toujours condamné l’invasion de l’Irak — par des interventions tous azimuts offrant aux takfiri le djihad légitime dont ils ont tant besoin. Le terrorisme n’est donc que le premier acte de l’insurrection, seule à même de donner la victoire par la conquête des populations. La stratégie antiterroriste de l’Amérique centrée sur l’ennemi (enemy-centric) se révèle ainsi la meilleure alliée d’une stratégie terroriste centrée sur la population (population-centric). En permettant aux djihadistes de rallier temporairement des populations locales sur la défensive, l’Amérique « a fait d’une souris un éléphant ».

Kilcullen s’attache à varier ses exemples, à les rechercher dans des situations politiques, sociales et religieuses diverses : il évoque ainsi les cas du Timor oriental, où il a lui-même servi, ou encore celui des rebelles en Thaïlande. C’est pourtant bien la lutte contre l’islam combattant qui semble constituer la priorité de l’auteur, qui va jusqu’à faire de l’Europe – et notamment des banlieues françaises – un front potentiel de cette guérilla accidentelle, et en livre une analyse intéressante – certes sans expérience de première main, souvent traitée de manière exagérée, mais non sans intuition.

L’ouvrage de D. Kilcullen est à classer dans ces témoignages d’un retour au pragmatisme du leadership américain. S’il juge sévèrement l’hubris interventionniste des années Bush en Irak et en Afghanistan, il insiste sur le devoir qu’a l’Amérique de ne pas abandonner ces deux pays, tant sur le plan moral que sur celui de l’intérêt national. L’Amérique, en déclenchant des guérillas accidentelles, a forgé les armes d’un nouvel ennemi, unissant les échelles globale et locale. Pour D. Kilcullen, il est temps de les séparer à nouveau, et que l’éléphant redevienne souris.

 


[1] D. Kilcullen, « Countering Global Insurgency », Journal of Strategic Studies, vol. 28, n° 4, août 2005, p. 597-617.

The Authors@Google program welcomed David Kilcullen to Google's New York office to discuss his book, "The Accidental Guerrilla".

"David Kilcullen is a contemporary practitioner and theorist of counterinsurgency and counterterrorism. A former Australian Army officer, he left that army as a lieutenant colonel in 2005 and now works for the United States State Department. During 2007 he served in Iraq as Senior Counterinsurgency Adviser, Multi-National Force - Iraq, a civilian position on the personal staff of U.S. Army General David Howell Petraeus, responsible for planning and executing the 2007-8 Joint Campaign Plan, which drove the Iraq War troop surge of 2007. Kilcullen is also an advisor to the United States, British and Australian governments, the North Atlantic Treaty Organization and several private sector institutions, on counter-terrorism and counter-insurgency issues."

This event took place on May 6, 2009.

About Elie Tenenbaum

Elie Tenenbaum is a Research Fellow at the Security Studies Center of the French Institute of International Relations (IFRI). His research focuses on irregular warfare, military interventions and expeditionary forces. Holding a PhD (2015) in History and graduated from Sciences Po (2010), he has been a visiting fellow at Columbia University (2013-2014) and spent a year at the War Studies Department, at King's College London (2006) ; he has taught international security at Sciences Po and international contemporary history at the Université de Lorraine.

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dimanche, 30 octobre 2016

L'art occidental de perdre la guerre

Ex: http://quebec.huffingtonpost.ca

Parmi les géopoliticiens contemporains, Gérard Chaliand, né en 1934, est sans aucun doute le plus marquant. Pas seulement pour sa connaissance remarquable du terrain - ce qu'il appelle le « savoir de la peau » -, pas seulement non plus pour l'ampleur et la diversité de sa culture ou son style incroyablement sobre, incisif, précis, mais surtout pour son approche résolument non idéologique des conflits et des relations internationales, sa capacité spinoziste à ne pas détester (ce que tout le monde peut faire), mais comprendre (ce qui est aussi précieux que rare).

chaliandpq.jpgDans son dernier livre, Pourquoi perd-on la guerre ? Un nouvel art occidental, Gérard Chaliand cherche à comprendre comment les Occidentaux, avec la supériorité matérielle qui est la leur, n'ont cessé, depuis le Vietnam, de multiplier les échecs sur le terrain militaire et politique, alors qu'ils avaient, lors de la période coloniale qui précède, gagné l'ensemble des guerres asymétriques ou irrégulières (malgré quelques batailles perdues).

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Le livre commence par évoquer la conquête du Mexique par H. Cortés et celle du Pérou par F. Pizarre. Gérard Chaliand rappelle, en ce qui concerne le Mexique, le rôle primordial de la Malinche, esclave indienne qui deviendra la maîtresse et l'interprète de Cortés, et grâce à laquelle les Espagnols auront accès à ce que pensent leurs adversaires, à leur conception du monde, alors que les Aztèques, de leur côté, ne sauront rien des Espagnols, ou très peu. Sans être le seul avantage de Cortés sur Moctezuma, cet élément fut décisif.

Au 19e siècle, les Occidentaux disposent d'un avantage du même ordre : les peuples colonisés les connaissent mal, ou même pas du tout. La révolution scientifique du 17e siècle, le mouvement des Lumières du siècle suivant, la Révolution industrielle au 19e siècle, tout cela est incompréhensible pour des sociétés qui n'ont pas connu le même développement historique. En revanche, du côté occidental, on exige « un enracinement du corps des officiers dans un milieu qui devient partie de l'existence et dont ils acquièrent une connaissance concrète ». Les troupes sont immergées dans la population locale et restent présentes, comme les officiers, sur le long terme.

Cette méconnaissance de l'adversaire s'accompagne aujourd'hui d'un facteur aggravant : l'adversaire, lui, nous connaît, et souvent fort bien.
 

Telle n'est plus désormais la situation sur le terrain, que les soldats occidentaux n'apprennent guère à connaître et où, de toute façon, ils sont, dans une large mesure, de passage. Robert McNamara reconnaissait déjà, à propos de la guerre du Vietnam : « Je n'avais jamais été en Indochine. Je n'en connaissais ni l'histoire ni la culture ». En Irak, en 2003-2004, Paul Bremer n'avait, lui non plus, pas la plus petite connaissance du terrain, multipliant ainsi les erreurs d'une façon qu'il faut bien - même si certaines reproduisaient celles du passé - qualifier d'exceptionnelle.

Cette méconnaissance de l'adversaire s'accompagne aujourd'hui d'un facteur aggravant : l'adversaire, lui, nous connaît, et souvent fort bien. Un adversaire comme l'État islamique sait manipuler avec brio l'opinion publique occidentale, exercer, même, une espèce de fascination, d'ailleurs inlassablement stimulée, ravivée et revivifiée par des médias davantage attirés par le spectaculaire que par la contextualisation instruite. Pourtant, « le phénomène terroriste, dans sa version islamiste, est aujourd'hui, sur le plan militaire, surévalué. Son effet majeur est psychologique : il vise les esprits et les volontés ».

Avant la Première Guerre mondiale, les opinions publiques ne savent pas grand-chose des combats qui se déroulent au loin : « Elles sont soit indifférentes, soit parfois fières des succès remportés, lorsque ceux-ci flattent l'orgueil national ». Le rapport à la guerre en Occident - et en Occident seulement - s'est profondément modifié. Lors de la première guerre d'Irak (1991), le nombre de morts du côté de la coalition menée par les États-Unis s'élevait à 350. Le nombre de morts du côté irakien n'a pas été donné (vraisemblablement entre 35 000 et 70 000). On a estimé que l'opinion publique occidentale n'encaisserait pas une telle disproportion. Nous ne sommes plus à l'époque où l'on pouvait se vanter des lourdes pertes essuyées par l'ennemi.

Gérard Chaliand conclut, de là, que l'asymétrie majeure réside finalement moins dans l'armement ou la technologie que dans l'idéologie. La victoire de Cortés sur les Aztèques a très largement été de l'ordre de l'esprit : « On craint la fin du monde chez les Aztèques avec, en face, des conquérants assurés de leur foi et de la grandeur de leur souverain ». Sur ce plan, l'intense propagande de l'Arabie saoudite à partir de la première crise pétrolière (1973-1974) pour répandre l'idéologie islamiste radicale (dans sa version wahhabite) a porté ses fruits. Le travail de sape opéré sur les populations par les Frères musulmans, rivaux de l'Arabie saoudite, a aussi largement contribué à renforcer l'islamisme radical (comme l'ont montré les élections en Égypte en 2012). Une telle mobilisation des populations par l'idéologie ne peut se comparer qu'à celle du marxisme-léninisme ou à celle de Mao en Chine.

Le succès rencontré par la France au Mali - car il y a quelques succès - s'explique justement en partie par l'incapacité des islamistes à constituer une « base de masse » en raison du fait qu'ils opèrent, au Nord-Mali, dans des zones sous-peuplées. Dans ces conditions, la supériorité technologique des militaires français redevient un avantage de poids - sans compter que la France opère ici sur un terrain qu'elle connaît bien.

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Le succès au Mali s'explique aussi par le fait que, dès le départ, on a « pensé l'après ». L'accompagnement qui s'effectue après la victoire était la donnée majeure de la période coloniale. Il faut, écrit Joseph Gallieni, « développer le plus vite possible le réseau électrique. [...] C'est certainement plus à coup de routes et de télégraphes qu'on fait la conquête d'une colonie, qu'à coup de troupes ». Hubert Lyautey, sous les ordres de Gallieni à Madagascar, reprend le principe de la « tache d'huile » au Maroc : on apporte des améliorations économiques immédiates dans la zone contrôlée et l'on s'étend. Chaliand souligne, par contraste, qu'à l'été 2003, « les forces américaines n'ont pas pris les moyens de rétablir l'électricité à Bagdad, malgré la chaleur torride de l'été ». D'une manière générale, l'après-seconde guerre d'Irak est le contre-modèle des victoires coloniales.

L'islamisme est «condamné à perdre» dans la mesure où ses objectifs sont «totalement illusoires»
 

Les Américains n'ont pas tenu compte du fait que la minorité sunnite représentait la « classe dirigeante » non pas seulement depuis Saddam Hussein, mais déjà à l'époque de l'Empire ottoman, puis pendant le mandat britannique. En renvoyant l'armée et en interdisant à tout membre du parti Baas de faire partie de la future administration, Paul Bremer marginalisait entièrement les sunnites et se condamnait ainsi à l'échec. « Jamais, comme le précise Chaliand, un État anciennement communiste n'avait rejeté ainsi en bloc tous les membres du parti ». Le prix à payer pour cette erreur fondamentale a été, depuis, particulièrement élevé. Comme on sait, les sunnites marginalisés sont passés, comme c'était prévisible, à l'opposition armée : « Finalement, le rejeton de l'intervention américaine en Irak s'appelle l'État islamique ».

Le bilan pour les Occidentaux, depuis le Vietnam, n'est pas glorieux. Et nous n'avons rien dit de la Libye, où l'on ne s'est pas davantage donné les moyens de conquérir la paix. Les problèmes qui s'annoncent sont de taille : l'instabilité de l'Afrique subsaharienne au cours des années à venir laisse présager, en Afrique de l'Ouest comme en Afrique Orientale, une propagation de l'islamisme, nouvelle idéologie de contestation après le marxisme. Un tel problème doit être anticipé et traité, d'autant que la démographie ne nous sera pas favorable. Les erreurs commises dans le passé n'ont rien de fatal, à condition d'en tirer les leçons.

À terme, selon Gérard Chaliand, l'islamisme est « condamné à perdre » dans la mesure où ses objectifs sont « totalement illusoires ». Contrairement à la Chine ou à l'Inde, on ne voit rien, dans un mouvement révolutionnaire de ce genre, qui soit porteur d'avenir. On ne se développe pas par l'ivresse identitaire, mais par le travail. Ce dont disposent les islamistes, c'est d'une capacité de perturbation, elle bien réelle et durable. Dans ce contexte, conclut Chaliand, tout succès militaire de leur part sur le terrain « constitue une dangereuse propagande par l'action. C'est pourquoi, quelle que soit l'ambiguïté de nos alliances officielles, il faut agir de telle sorte que les mouvements islamistes ne remportent pas de victoires militaires, ni en Syrie ni ailleurs ».

dimanche, 12 juin 2016

Occidente e Oriente. A ognuno la sua guerra

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Occidente e Oriente. A ognuno la sua guerra

di Antonio Scurati

Fonte: La Stampa & http://www.ariannaeditrice.it

Si potrà magari contestare che si tratti di uno scontro di civiltà, ma una cosa è certamente innegabile.


La lotta mortale tra Isis e Occidente manifesta una guerra tra due culture, e in particolare tra due culture della guerra.


Ogni volta che in cronaca leggiamo di un agguato terroristico in Europa, o di un ribaltamento di fronte lungo l’Eufrate, leggiamo di una vicenda storica millenaria che giunge al muro del tempo. La sua origine si può far risalire al 12 settembre del 490 a. C., nel momento in cui sulla piana di Maratona gli ateniesi, usciti dalla propria città per difenderla dagli invasori persiani, sebbene meno numerosi e pesantemente armati, entrati nel raggio di tiro degli arcieri, decidono di attaccare lo schieramento del terribile nemico a passo di corsa (dròmoi). In quella carica a perdifiato di uomini inferiori in numero, sfiancati, privi di arcieri e cavalieri, gli aggressori persiani – scrive Erodoto – videro il segno certo della follia e del destino di morte; il panico si propagò, invece, nelle loro file. Il cozzo micidiale e la disciplina della falange oplitica fecero il resto. Rimasero sul campo più di 6000 persiani e solo 192 fanti ateniesi. Il secolo d’oro della civiltà greca poteva avere inizio.

Gloria solare


Ma già quella splendida carica riecheggiava una storia plurisecolare. La cultura marziale degli opliti ateniesi era figlia dell’epica omerica la cui autorità aveva stabilito il paradigma della guerra come monomachia, duello risolutivo all’ultimo sangue tra due campioni appiedati che si battono all’arma bianca e a viso aperto in uno scontro frontale di violenza letale sotto gli occhi dei testimoni e dei posteri risaltando sul fondo della mischia dove si uccide e si muore oscuramente. Da allora, presso i guerrieri d’Occidente, la gloria è sempre stata una qualità della luce, l’acme zenitale del suo splendore, dove tutto accade, una volta e per tutte, nella pienezza di un chiarore meridiano.


Da allora l’Occidente pensa, rappresenta e narra la battaglia come un duello su vasta scala – secondo la celebre definizione di Von Clausewitz – e la guerra come una collezione di battaglie. Da allora l’Occidente si attiene a una cultura militare che predica – e spesso pratica – la ricerca della battaglia in campo aperto come urto violentissimo di masse, cozzo micidiale, carica a fondo, attacco distruttore e risolutivo che conferisca alla guerra la virtù di essere «decisiva», dispositivo capace di risolvere i conflitti in modo inappellabile, senza sistemi di valutazione tracciati dall’esterno, decretando in modo inequivocabile e inappellabile un vincitore e un vinto. Da allora l’Occidente si contrappone ideologicamente all’Oriente pensato come culla di una cultura marziale che, all’opposto, predica e pratica la violenza ingloriosa, la tattica dilatoria, l’attacco fraudolento, il rifiuto dello scontro frontale in campo aperto, la disonorevole attitudine a manovrare onde sottrarsi ai colpi del nemico nella linea della battaglia per guadagnare un altro giorno e poter combattere ancora.

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Alessandro


La storia millenaria delle guerre tra Occidente e Oriente fornisce anche nella prassi militare ripetute conferme di questo schema ideologico. Nel 331 a. C. Alessandro Magno schianta gli achemenidi guidando personalmente la carica decisiva dei suoi migliori cavalieri (hetâiroi) contro il centro dello schieramento nemico nel punto preciso in cui si trova Dario, re dei persiani. Nel 53 a. C. il disastro di Carre – che segna il punto di massima espansione a Oriente dell’impero romano – fu determinato dalla cavalleria leggera dei Parti che, dopo aver provocato l’attacco con un tiro a distanza, si ritirò di fronte all’assalto dei quadrati nemici continuando, però, a bersagliarli con frecce scoccate cavalcando voltati all’indietro. Da quel momento «la freccia del Parto» diviene per gli occidentali proverbiale di comportamento guerriero fraudolento e inglorioso.

La giornata del destino


E ancora: a Poitiers Carlo Martello riesce a fermare l’espansione degli arabi in Europa perché impone ai suoi fanti di attendere i cavalieri berberi a piè fermo per il corpo a corpo, evitando così la trappola della tattica evasiva musulmana dell’«al-qarr wa al-farr», cioè dell’attacco seguito da una programmata ritirata, mirante a illudere l’avversario, per poi portare un improvviso e inatteso nuovo attacco. E ancora: la gloria di Lepanto entra nella leggenda di Venezia non tanto perché sia stata effettivamente decisiva nel confronto tra Europa cristiana e Impero Ottomano ma perché sembra incarnare, deterritorializzata in mare, l’idea archetipica per la cultura occidentale di «decisive warfare», di battaglia campale come «giornata del destino».


E’ una storia che dura ancora. Si prolunga ogni volta che sul suolo europeo un terrorista islamizzato emerge dalla oscurità ingloriosa per massacrare vigliaccamente civili inermi. Si prolunga nella nostra reazione di sconcerto verso la violenza contro la quale siamo personalmente inetti e, soprattutto, verso il suo carattere ai nostri occhi ciechi scandalosamente fraudolento. E si prolunga in Medio Oriente nella nuova tattica che il Califfato sta attuando dopo le recenti sconfitte militari: costruire una rete di alleanze nascoste sfruttando un principio antico del mondo musulmano – il «moubaya’a», la fedeltà data in segreto –, un principio che arriva dalla dottrina della «taqiya wal ketman», l’arte della dissimulazione e del sapersi mimetizzare.


La rappresentazione


Le culture marziali devono, senz’altro, molto a nuclei ideologici che talvolta mistificano la realtà ma è altrettanto vero che le rappresentazioni culturali della guerra non sono un mero fenomeno derivato, secondario rispetto al loro oggetto. Spesso lo precostituiscono e determinano. La storia sta a dimostrarlo. La cieca fedeltà a se stessa della cultura bellica occidentale ha indubbiamente causato enormi errori strategici, politici ed etici nei recenti conflitti con il mondo arabo-musulmano, ma continuare a ingannarci sui nostri nemici sarebbe un errore ancora più grande.

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vendredi, 06 mai 2016

Lecture: la Guerre hors limites

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Lecture: la Guerre hors limites

par Thibault

Ex: http://chinoiseries.over-blog.com

ghl.jpgLa Guerre hors limites est un ouvrage publié en 1999 par deux colonels de l'armée de l'air chinoise, Qiao Liang et Wang Xiangsui, tous deux issus de carrières plus politiques qu'opérationnelles. La traduction française date de 2003.

Un art de la guerre pour le XXIe siècle...

La première partie de cet ouvrage s'attache à tirer les leçons de la fin de la Guerre Froide et des conflits des années 90 pour dessiner ce qu'est la guerre contemporaine. Celle-ci se caractérise selon les auteurs par la complexité des objectifs et des moyens, avec la disparition de la distinction avant/arrière et l'irruption d'acteurs non-étatiques et de stratégies non-militaires.


Les auteurs mettent en avant  l'utilisation de moyens économiques, financiers, technologiques, etc. en complément des moyens militaires. Les nouveaux guerriers variant du hacker au banquier, en passant par le terroriste auquel cet ouvrage accorde une importance assez prémonitoire, évoquant déjà un "terrorisme à la Ben Laden" défiant les États-Unis.
L'analyse de la première Guerre du Golfe renforce partiellement ce point de vue par le rôle qu'y jouèrent les médias. On y discerne d'autres nouveautés : la numérisation de l'espace de bataille, le renouveau des corps expéditionnaires, l'apparition de la guerre informatique et électronique, mais aussi l'idéal paradoxal d'une victoire sans victime. Pour les auteurs, le constat est clair : les États-Unis sont en tête et il appartient aux autres pays de les imiter au plus vite.

La seconde partie s'appuie sur ces conclusion pour tenter de dégager les grandes lignes d'un nouvel art de la guerre.


Les auteurs constatent que les menaces les plus graves pour les États ne sont plus aujourd'hui militaires, avec une conséquences : il faut élargir la définition de la guerre. Ainsi, "face à un ennemi qui méprise les règles, il n'y a certainement pas de meilleure tactique pour s'en défendre que de les transgresser aussi". Tous les moyens deviennent bon pour abattre un adversaire : guerre médiatique, commerciale, financière, idéologique, dans l'esprit des auteurs même les règlements ou les sanctions édictés par les organisations internationales peuvent être assimilés à des actes de guerre.


C'est sur cette base qu'est définie la "guerre hors limites". Les limites traditionnelles de la guerre sont rejetées : limites de lieux, de moyens, de domaines, et finalement d'intensité. "Pour gagner des guerres", écrivent les auteurs, il faut "apprendre à renverser l'ordre des degrés, et à combiner tous les facteurs, des actions supranationale aux combats concrets."

... ou le retour à une conception archaïque des relations entre États ?


A la lecture de cet ouvrage, on doit évidemment se demander dans quelle mesure il reflète la pensée militaire chinoise actuelle.


Il est probable qu'il soit assez représentatif. En effet sa principale innovation, revient à mettre en pratique une vieille maxime de Sunzi : "Gagner cent fois en cent batailles n'est pas le comble du génie, vaincre l'ennemi sans combat voilà le sommet de l'excellence." Et l'on sait que les chinois pratiquaient déjà la guerre économique alors que les grecs jetaient les bases d'une conception occidentale de l'affrontement : violent, frontal et décisif. Le désir d'échapper à ce carcan pour revenir à une "guerre hors limite", c'est-à-dire irrégulière, se justifie donc autant par la tradition chinoise que par l'écrasante supériorité militaire américaine.

Cependant, cet ouvrage pèche par l'absence de rigueur sémantique. La guerre écrivait Clausewitz est caractérisée à la fois par le moyen, la violence physique extrême, et la fin, imposer sa volonté à un adversaire. Il semble que pour Qiao Liang et Wang Xiangsui les moyens n'importent plus, mais dans ce cas la différence entre guerre et concurrence est-elle seulement subjective ?


Si on veut appeler "guerre" indifféremment une opération militaire conventionnelle, la spéculation sur une devise ou une sanction de l'OMC, on en arrive nécessairement à considérer comme des actes de guerre l'essentiel des actions qui font les relations quotidiennes entre États. Or il existe bien une graduation objective, par exemple entre actions violente et non-violente.

Cette conception est par ailleurs inopérante à cause des risques d'escalade qu'elle comporte. C'est ici que la thèse des auteurs touche le plus clairement ses insuffisances : comment penser une guerre sans limite de degré dans un monde nucléarisé ? La question est évacuée dans les toutes dernières pages du livre.


En ne levant pas ce point, les auteurs se cantonnent à présenter une conception datée, et par ailleurs immature, des relations internationales, témoignant surtout de leur sentiment de se trouver dans une citadelle assiégée.

Cet article a également été publié sur le blog Armée du futur.