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jeudi, 13 novembre 2014

Lucien Cerise: Ingénierie sociale du conflit identitaire

 

Lucien Cerise:

Ingénierie sociale du conflit identitaire

mercredi, 12 novembre 2014

El socialismo corporativo y tradicionalista de Oswald Spengler

Oswald-Spengler-Quotes-3.jpg

El socialismo corporativo y

tradicionalista de Oswald

Spengler.

 

Crítica de la

modernidad y de las fantasías

democratistas.

 

Carlos Javier Blanco Martín

Doctor en Filosofía

Ex: http://www.revistalarazonhistorica.com/21-8-1/

Resumen

En este trabajo tratamos de exponer las ideas del filósofo alemán Oswald Spengler sobre el socialismo y la nación, expuestas de manera muy notable en su obra Años de Incertidumbre [Jahre der Entscheidung]. Se vislumbra en este libro una teoría político-social para la Europa del porvenir, y no solo una visión pesimista y fatal, como es costumbre.

Abstract  

In this work we present the ideas of German philosopher Oswald Spengler on socialism and the nation, most notably exposed in his book Hour of Decision [Jahre der Entscheidung]. This book can be seen in the line of a political and social theory for the Europe of the future, and not just like a pessimistic and fatal vision, as is customary.

***

osvald.jpgEn este trabajo tratamos de exponer las ideas del filósofo alemán Oswald Spengler sobre el socialismo y la nación, expuestas de manera muy notable en su obra Años de Incertidumbre [Jahre der Entscheidung]. Spengler es recordado, principalmente, como un notable e inquietante filósofo de la Historia. Su magna obra, La Decadencia de Occidente [Der Untergang des Abendlandes] contiene numerosas claves para enfrentarse al esquema lineal y “progresista” de la Historia. No hay una Historia Universal sino un número determinado de grandes Culturas cuyo ciclo vital acaba en una fase de rigidez, fosilización, vaciado de contenido aun preservado sus formas. Esto ya no recibe el nombre de Cultura sino más bien, el de Civilización. Pues bien, Occidente se encuentra hoy en una fase de Civilización, de decadencia, de pérdida de sus contenidos bajo rígidas formas. Ineluctablemente, las ideologías socialistas, igualitarias, democráticas, forman parte de esa decadencia, frente a una añorada aristocracia que, de manera harto significativa, Spengler cree posible resucitar. Ello ha de ser a través de un socialismo no marxista, vagamente descrito en términos corporativistas, marcado por los principios de la disciplina, el esfuerzo y la voluntad de poderío. Es así que se vislumbra en este libro una teoría político-social para la Europa del porvenir, y no solo una visión pesimista y fatal, como es costumbre.

  1. Crítica de la idea burguesa de Democracia y de sus fantasías.

Quien vive dentro de una época dada y en el seno de una Civilización determinada, difícilmente se ve libre de las palabras-trampa que en algún momento auroral o clásico se acuñan y se extienden más allá de su prístino contexto. Palabras como Democracia, Socialismo, Libertad y Estado, pongamos como ejemplos, son palabras-trampa desde hace mucho tiempo para la inmensa mayor parte de nuestros contemporáneos. A decir verdad, ¿quién podría salirse de la pecera en que vive el hombre europeo, el de occidente, el hombre del siglo XXI que es siglo de la Democracia mediática, siglo de la Técnica. Es un tipo de individuo que fuera de una pecera epocal y cultural se moriría, no podría pensar ni hablar, ni comprender nada.

Por ello, las palabras-trampa suelen emplearse en los debates públicos, las más de las veces, con un sentido dicotómico, maniqueo. Democracia versus Fascismo; Sociedad de Mercado versus Socialismo, Dictadura versus Mundo Libre. Las terceras vías, o los sentidos y matices infinitos que hubo y hay agazapados en cada uno de los polos de la dicotomía se van perdiendo. Se pierden incluso en el público pretendidamente “culto”. El público lector de periódicos, el hombre de la gran ciudad, instruido, “inteligente” (en el sentido spengleriano de la palabra).

Tomemos el caso de la Democracia, por ejemplo. La propia palabra implica un “Poder”, un ejercicio de la autoridad. La crisis de la Democracia es, hoy, una verdadera crisis de la autoridad. Mantienen al “pueblo” en el sueño de que éste es libre de elegir entre una serie de opciones prefabricadas, predeterminadas por grandes organizaciones electorales, financiadas por un entramado de bancos, grupos empresariales y, a veces, gobiernos extranjeros. El “pueblo” al que se quiere dirigir toda esa maquinaria electoral a la caza de sus votos ha sido, en una medida enorme, nivelado y adiestrado para participar en el juego aritmético de votos. Con el advenimiento del poder de la burguesía, bajo la ficción aritmética de “un hombre, un voto”, se ha querido subordinar la Política a la Economía, nivelando aquella y conservando la jerarquización en ésta. Pues en toda sociedad hay jerarquías, como hay autoridad, si es que se vive en un cierto grado de civilización y no en el rudo primitivismo. La jerarquización preburguesa venía dada por parámetros estrictamente políticos que sólo de una manera secundaria eran raciales, profesionales, meritocráticos. Existía un Orden y ese Orden social era toda una pauta de legibilidad. Las actividades económicas no sólo se realizaban, si es que se realizaban de una manera activa, con vistas a huir de la muerte y sostener la vida, sino para mantener el decoro de cada posición, ajustarse al Orden establecido, mantener a los estamentos improductivos, etc. Lo económico era un medio, no un fin y el Orden social se había ido diversificando a lo largo de la Edad Media a partir de las clases sociales originarias: nobleza, clero y campesinado.

El concepto de Pueblo “con Poder” poseía raíces muy antiguas. Puede encontrarse ya, por lo que sabemos, en todos los grupos étnicos indoeuropeos. Diversas formas de Asamblea (Thing), reuniones de hombres armados, senados, etc. , se encuentran entre los celtas, germanos, romanos y griegos arcaicos. Este Poder de un Pueblo no se veía reñido, en modo alguno, con ideas fundantes tales como realeza, aristocracia, sacerdocio regio, división tri-funcional de la sociedad, jerarquía. En los tiempos arcaicos y en los clásicos tenemos un concepto aristocrático de Democracia, cuya versión más conocida es la ateniense. Tan solo con el paso de una comunidad orgánica a una sociedad de índole atomístico y mecánico podemos comprender la transformación radical que ha experimentado el concepto de Democracia, que es la que media entre el mundo antiguo y medieval, de una parte y el mundo moderno, de la otra. El mundo moderno es el mundo burgués. Los individuos y no las comunidades orgánicas son los elementos únicos y a priori de una sociedad: esta sociedad, en rigor, se autoconstituye como un Mercado y el lazo jurídico que une a individuos distintos, como átomos separados en un medio vacío, es la forma que envuelve un contenido material: compra-venta, intercambio económico de bienes y servicios. Pero esta forma “social” o más bien económica encubre, como enseñó Marx, un contenido basado en la explotación de unos individuos sobre otros.

Hablamos aquí, pues, de una Democracia basada en la Comunidad Orgánica, contrapuesta y a mil años-luz de la Democracia formal basada en la Sociedad Mecánica, basada nada más que en unos lazos formales, jurídicos, que expresan una dinámica económica que recubre la explotación. La Democracia de una Comunidad Orgánica, un Pueblo, hunde sus raíces muy al fondo, en el inconsciente colectivo y en la larga historia de los pueblos europeos, tanto los celtogermánicos como los grecorromanos. En estos pueblos antiguos, antes de sus deformaciones oligárquicas, cesaristas, el principio aristocrático y el principio meritocrático no se enfrentaban, como hoy se nos enfrentan. En la etapa en que se encontraban “en forma”, es decir, con una perfecta acomodación de sus formas, de sus disposiciones para la supervivencia ante el enemigo exterior y para crear y canalizar la agresividad ante los peligros interiores, había medios para que los individuos mejor dotados ejercieran bellamente –y no solo eficazmente- sus capacidades de índole física tanto como mental. En una Comunidad Orgánica la vida es “total” en un sentido muy otro del que hoy conocemos como el nombre de “estados totalitarios”. Para un liberal de nuestro tiempo, la polis griega hubiera debido parecerle un totalitarismo insoportable, mas para el griego perfectamente integrado en ella, ese sentido moderno de “individuo” que a regañadientes paga impuestos o sirve rezongando al Estado con las armas, cuando se le requiere, no tendría otro nombre: traición. Es tan inconmensurable el sentido orgánico de Comunidad, que parte de una diferenciación de los individuos según funciones estrictamente separadas (vide La República, de Platón), con la moderna democracia aritmética y mecánica-formal, que el empleo de un mismo término parece un completo abuso.

Repetimos: Democracia supone un “Pueblo” y supone “Cracia”, esto es, Poder o Autoridad. En la democracia formal actual interesa al Poder realmente constituido la existencia de una masa homogénea. Se trata de un Poder financiero y de corporaciones transnacionales, poderes heterónomos que exigen que por debajo exista una completa nivelación, como es la propia de los sistemas sociales fundados en el capitalismo. La regulación de lo social y de lo político por medio de los criterios del mercado y la obtención de plusvalía no pude significar más que la decadencia y dejadez de lo social y lo político. La Comunidad ha de plegarse y recortarse a las necesidades de la Economía, y de forma anómala en la Historia, en Occidente, como en ninguna otra civilización, no es la Economía un órgano subordinado a la Comunidad, sino el regulador de ésta, hasta el punto de metamorfosearla, destruirla, disgregarla en un agregado de átomos. Pero en realidad cada átomo por separado es casi nada, es un ente desprovisto de alma y de poder. Solamente la agregación aritmética de millones de átomos previamente dirigidos, adiestrados, manipulados –a veces hasta la violencia- es la que da “justificación” al Poder, un Poder previamente arrogado, impuesto, que siempre apuesta al caballo ganador, porque los caballos por los que se puede apostar con cierto realismo ante las urnas son todos suyos.

La desaparición de las libertades concretas está en la base de la proclamación cacareada de una Libertad Universal y Formal. A partir de la premisa de que todo individuo-átomo puede elegir partido en calidad de elector, y de que su voto –como unidad numérica- vale tanto como el de un banquero, se pretende alzar el edificio de una Democracia basada en agregaciones de microdecisiones, al tiempo que se obturan todos los caminos para ejercer una libertad material en los demás órdenes de la vida. En la Democracia Formal se ven proscritos los instintos de aventura, de conquista, de inventiva, de riesgo. El liberalismo moderno conserva tales términos como valores supremos pero circunscritos de manera rígida al ámbito empresarial. Como quiera que una filosofía haga suyos estos valores al margen del economicismo, inmediatamente será tachada con los peores epítetos de nuestro tiempo: fascista, belicista, etc. El sistema capitalista moderno desea que, al margen de la actividad empresarial lucrativa, la “iniciativa” desaparezca de los individuos. Otras instancias han de ser las que posean el “derecho” (más bien el privilegio) de la iniciativa: el Estado, las empresas, diversas fundaciones y organizaciones filantrópicas, etc.

Además, debe tenerse presente un dato fundamental: el Estado ha ido perdiendo su soberanía en el terreno de las grandes decisiones económicas, y se ve reducido a un papel de mero administrador y ejecutor de decisiones tomadas desde fuera, desde un medio de poderes financieros extra-estatales y supra-estatales. Con esta internacionalización de la Economía y la rebaja de soberanía de los estados, éstos han ido ganando terreno en el ámbito de la justificación. A medida que son menos “intensos” en el ejercicio efectivo del Poder, los estados han devenido más extensos en los ámbitos de su administración. A menos Poder efectivo más necesidad de legitimación.

Todavía en 1868, en España, un país retrasado e imperfecto en su proceso de construcción del Estado-nación, podía reconocerse el minimum que un Reino podía hacer para inventarse un Estado nacional: enseñanza reglada y servicio militar, ambos obligatorios, bandera, himno, edificios públicos, historiadores oficialistas y demás intelectuales creadores de mitos colectivos, estatuas de héroes y demás monumentos públicos. Madrid se puso, muy tardíamente, a construir todo esto, con una torpeza e ineficiencia que llega hasta hoy, y que se hace más patente en el Norte de la península, donde el mito de la españolidad unitaria es menos potente. Los liberales decimonónicos poseían una visión muy elemental y ruda de lo que era el estado: el control de los cuarteles militares y de las escuelas, una burguesía que acumulara el capital y se concentrara cerca de la Corte, etc.

osvder_mensch.jpgPor el contrario, el Estado de perfil postindustrial en toda Europa no ha hecho más que engordar y extenderse. Está ávido por “detectar problemas sociales” y con afán legitimador se inmiscuye en la esfera privada, hasta unos niveles orwellianos. Si un niño no va a la escuela, si un padre le da un bofetón a su hijo, si a un extranjero le miran con desconsideración en una cola de un ayuntamiento, si hay una riña en el seno de una pareja, si en un foro de Internet alguien ofende o se va de la lengua… en todos estos casos que, no ha mucho, se consideraban propios de la esfera privada, ahora son competencia del estado y, de no entrometerse, corre el riesgo este estado de ser acusado de “dejación”. Por todas partes el estado anda a la caza de “injusticias”. Esta actitud, desde luego, no tiene ya nada de liberal, y menos aún de socialista. Un Estado providencia y un Estado paternal y omnisciente como tan solo podía serlo el Dios judío… es un Dios en la Tierra, un ente paternal pero al que nada se le escapa: un gran Ojo.

Pero, a la vez… ¿quién pone su fe realmente en este tipo de estado? ¿Quién, de entre los ciudadanos suyos, va a gastar sus energías en reverencias, en veneración, en sentimientos patrióticos, situándose frente a un estado-máquina del que ha desaparecido todo carisma, todo proyecto, todo destino. El Estado europeo –mucho menos el español, fallido en tantos aspectos- ya no “ilusiona”, ya no “despierta fervor”. A las masas se les ha inyectado el mensaje del fin de la Historia: se les hace creer que no existen enemigos externos, cuando en realidad Europa reposa sobre varios polvorines, y sus muros son osmóticos, porosos, diariamente franqueados por extranjeros que, una vez que ponen pies en la fortaleza pueden tranquilamente decir, sin más que invocar su condición humana: ¡esta tierra es mía! El Estado del siglo XXI pretende ser un Estado pacificado, una neutralización permanente y universal del conflicto.

Sin embargo hay conflictos. El mundo es así, no hay quien lo cambie. Heráclito, en los albores mismos de la filosofía, supo verlo. Ante cualquier estado de las cosas surge al momento la antítesis, una contra-realidad que se le enfrenta. El Estado, al alzarse como el “gran pacificador”, se torna totalitario bajo el pretexto de hacerle la guerra al totalitarismo;  y la misma Comunidad Internacional deviene totalitaria y excluyente al someterse a un Orden Mundial hegemónico donde toda guerra particular queda –en el instante- cifrada como Guerra Mundial, guerra del Estado delincuente contra la Humanidad.

El horror al conflicto agrava los conflictos, los totaliza. El deseo compulsivo del Estado es hacer de sus masas ciudadanas unas verdaderas hordas consumistas, que no presenten resistencia a nada “al margen de los canales adecuados” que, como siempre, acaban siendo las urnas y las protestas inocuas, donde –en situación ideal para la Democracia Formal- “no se va contra nadie ni contra nada- y más bien lo que se hace es “manifestarse”. El estado de perpetuo no-conflicto se lleva a efecto con este estilo “expresivo” de entender la política, que es la simple pose, la actitud impotente de quien dice “me gusta” o “no me gusta”. En realidad, es una transposición de la utopía de los consumidores libres y satisfechos, que entienden la sociedad como un mercado de bienes entre los que puede optar. Pues bien, así también el “rebelde” de nuestro tiempo puede optar entre una pose y otra, pero nunca llegar a la dialéctica de los “puños y pistolas”. Eso no, eso nunca. La lucha de clases de que hablaba el marxismo, la política de barricadas y de huelgas generales pretende ser “historia”, y hay quien se cree revolucionario en nuestros días firmando manifiestos por Internet. Nunca estuvo tan bien visto parecer “revolucionario” y hasta cierta derecha conservadora ha adoptado eslóganes que parecen sacados del Museo del Mayo de 1968, entre momias melenudas y barbudas: “¡Rebélate!” “¡Hazles frente!”. En realidad quienes hablan así, saborean el café ante el teclado del ordenador o ante la pantalla de televisión. En este lado del mundo nadie arriesga nada, y todos juegan. Se sabe, vagamente, que algunos negritos de continentes perdidos montan para nosotros el móvil o tejen la ropa que, a precios económicos, llevamos encima. Pero las samaritanas y las monjitas también pueden tener sus lados oscuros, nos dicen, y de conocerlas también se encargan los mass media, que distribuyen multitud de mensajes, entre los cuales la excesiva caridad también “ha de discurrir por sus cauces”. 

El heroísmo, buscar el destino y seguirlo trágicamente hasta el final, vivir la vida al margen de la mentalidad burguesa, comercial, eso es hoy lo criminal. En el contexto de un Estado sin destino, dentro del cual no se reconoce un Pueblo, sino una masa nivelada de gentes de diverso origen y pelaje, quien hable en nombre del Pueblo –real o inventado, da igual- es ipso facto entendido como un criminal. Máxime si, como sucede en los tiempos modernos, el Estado reclama para sí el monopolio de la violencia. Cualquier banda armada, antes de iniciar sus acciones, ya es punible por el mero hecho de llevar consigo el armamento. La autodefensa de los particulares, de los grupos vecinales, de los pueblos y de las etnias, todo ello queda proscrito.

En una Europa entendida como “nación de naciones”, la homogeneidad de cada uno de sus pueblos constituyentes, así como la distinta pureza de sus rasgos diferenciados, son fenómenos que han se mantenido de manera vigorosa hasta la Revolución Industrial. Justamente esta agresión fatal del “espíritu de ciudad” sobre el “alma del campo”, se detecta el cambio de papel de los Estados: su función de garantes de la burguesía y del ansia de acumulación de Capital no hizo más que exterminar cualquier realidad que se le pusiera por delante. Era necesario laminar toda Comunidad Orgánica (por ejemplo, la Comunidad Campesina), en el campo tanto como la vida gremial y corporativa en la ciudad. Era preciso reconocer individuos y solo individuos y, ante ellos se alzará la empresa capitalista, el agente creado exclusivamente para la obtención de plusvalía por medio de la explotación del trabajador, arrasando, de paso, todo paisaje, todo equilibrio natural, toda tradición, toda moral.

En la fase tan avanzada del capitalismo en que ahora vivimos, parece que se renuevan los “instintos” de las etnias y las agrupaciones no economicistas. Las monjitas del progresismo, da igual si de signo liberal o socialdemócrata, se asustaron con ello y dirigieron a sus plegarias a las “Instituciones” que veneraban. Al estallar la desmembración de Yugoslavia y al regresar con fuerza el principio identitario, después de dos siglos de oscurecimiento jacobino, estas mismas criaturas se tuvieron que enterar de la impotencia, la pasividad o la perversidad de toda la OTAN, de toda la Unión Europea, de toda la ONU, y demás nidos de burócratas y parásitos. Los pueblos y las bandas agarraron las armas y se masacraron entre sí, en fechas no tan lejanas de aquel 1945 en el que, derrotado el Reich, se había gritado “¡Nunca más!”.

2. El nacionalismo de Oswald Spengler

Con estas palabras podemos dejar que el propio filósofo germano exprese su idea de nación:

``Con el siglo XIX, las potencias pasan de la forma del Estado dinástico a la del Estado nacional. Pero ¿qué significa esto? Naciones, esto es, pueblos de cultura, había ya desde mucho tiempo atrás. En gneral, coincidían también con el área de poderío de las grandes dinastías. Estas naciones eran ideas en en el dentido en que Goethe habla de la idea de su existencia: la forma interior de una vida importante que, inconsciente e inadvertidamente, se realiza en cada hecho y en cada palabra. Pero „la nation“ en el sentido de 1789 era un ideal racionalista y romántico, una imagen optativa de tendencia manifiestamente política, por no decir social. Esto no puede ya nadie distinguirlo en esta época obtusa. Un ideal es un resultado de la reflexión, un concepto o una tesis, que ja de ser formulado para „tener“ el ideal. A consecuencia de ello, se convierte al poco tiempo en una frase hecha que se emplea sin darle ya contenido mental alguno. En cambio, las ideas son sin palabras. Rara vez, o nunca, emergen en la conciencia de sus sustratos y apenas pueden ser aprehendidas por todos en palabras. Tienen que ser sentidas en la imagen del suceder y descritas en sus realizaciones. No se dejan definir. No tienen nada que ver con deseos ni con fines. Son el oscuro impulso que adquiere forma en una vida y tiende, a manera de destino, allende la vida individual, hacia una dirección: la idea del romanticismo, la idea de las Cruzadas, la idea faústica de la aspiración al infinito“ [1][i].

„Mit dem 19. Jahrhundert gehen die Mächte aus der Form des dynastischen Staates in die des Nationalstaates über. Aber was heißt das? Nationen, das heißt Kulturvölker, gab es natürlich längst. Im großen und ganzen deckten sie sich auch mit den Machtgebieten der großen Dynastien. Diese Nationen waren Ideen, in dem Sinne wie Goethe von der Idee seines Daseins spricht: die innere Form eines bedeutenden Lebens, die unbewußt und unvermerkt sich in jeder. Tat, in jedem Wort verwirklicht. »La nation« im Sinne von 1789 war aber ein rationalistisches und romantisches Ideal, ein Wunschbild von ausdrücklich politischer, um nicht zu sagen sozialer Tendenz. Das kann in dieser flachen Zeit niemand mehr unterscheiden. Ein Ideal ist ein Ergebnis des Nachdenkens, ein Begriff oder Satz, der formuliert sein muß, um das Ideal zu »haben«. Infolgedessen wird es nach kurzer Zeit zum Schlagwort, das man gebraucht, ohne sich noch etwas dabei zu denken. Ideen dagegen sind wortlos. Sie kommen ihren Trägern selten oder gar nicht zum Bewußtsein und sind auch von anderen kaum in Worte zu fassen. Sie müssen im Bilde des Geschehens gefühlt, in ihren Verwirklichungen beschrieben werden. Definieren lassen sie sich nicht. Mit Wünschen oder Zwecken haben sie nichts zu tun. Sie sind der dunkle Drang, der in einem Leben Gestalt gewinnt und über das einzelne Leben hinaus schicksalhaft in eine Richtung strebt: die Idee des Römertums, die Idee der Kreuzzüge, die faustische Idee des Strebens ins Unendliche.“ [1][ii]

Las naciones son „pueblos culturales“ [Nationen, das heißt Kulturvölker]. Hunden sus raíces en los tiempos oscuros de la barbarie, pero en la Edad Media, como ideas que son de distintas formas vitales. En Europa las naciones adquieren forma en el medievo por medio de las grandes dinastías. Una idea, en la Historia, es un impulso o fuerza directiva que no admite una expresión con palabras [Ideen dagegen sind wortlos]. Las verdaderas naciones –en el sentido europeo- son ideas y no ideales. Arrojan una sucesión de realizaciones (Verwirklichungen). Las creaciones y logros efectivamente llevados a cabo son las únicas cosasque admiten descripción, mas las ideas por sí mismas –según Spengler- son inaprensibles por medio del lenguaje y de los razonamientos. Se opone aquí el razonamiento discursivo a la intuición. La nación se vive, se intuye. Es una idea de una forma viviente, no un ideal. Pero a partir de la Modernidad y, especialmente, a partir de la Revolución Francesa, la idea se confunde con el ideal. Aquellos que construyen discursos razonados en pro de un ideal, una utopía, un deseo al que la inteligencia deba encaminarse, se mueven en la órbita del puro racionalismo. Sus ideales siempre muestran el cariz artificioso y falso de una mera construcción. Sus acciones son medios para un fin racionalmente concebido.

La nación de ciudadanos, que son ciudadanos precisamente a partir de la ley, la Constitución o el Pacto social originario, es nación artificiosa, es una suerte de polis agrandada. La nación verdadera brota del Pueblo y fue moldeada por sus nobles y príncipes y ante todo, según Spengler, es impulso (Drang). Muchos nacionalismos, muchos ideales soberanistas son hoy un simple resultado de razonamientos y de discursos artificiosos. El Democratismo propala la idea del derecho a decidir. Basta con que un colectivo de personas, abstractamente separado de los demás por criterios a menudo peregrinos, decida en votación subitánea constituírse en Nación para acceder a un Estado. A esto lo llaman hoy derecho de autodeterminación, derecho a decidir. Pero observando la Historia de Europa a más largo plazo, y sin dejarse embaucar por los prejuicidos del Racionalismo y del Romanticismo, la nación es Impulso e Idea (ambos inexpresables) y no la conclusión de silogismos o el resultado de distingos intelectuales.

El nacionalismo de los racionalistas y románticos es obra de un grupo reducido de intelectuales que suelen hablar en nombre del Pueblo, pero en realidad ese sustrato popular al que apelan no suele hablar el mismo lenguaje que las élites. El pueblo no se expresa por medio de conceptos sofisticados y discursos racionales. El pueblo da la espalda a los intelectuales que pretenden dirigirle como si fueran pastores hacia un ideal si este ideal se contrapone a la idea de la que ellos son sustancia. Idea e ideal se contraponen, y si no existe coincidencia entonces el pueblo no llega a contar con Estado propio, esto es, con un aparato que garantice la cohesión y la fuerza hacia afuera. Sobre el Estado escribe Spengler: 

``Los Estados son unidades puramente políticas, unidades del poder que actúa hacia afuera. No están ligados a unidades de raza, idioma o religión, sino por encima de ellas. Cuando coinciden o pugnan con tales unidades, su fuerza se hace menor a consecuencia de la contradicción interna, nunca mayor. La política exterior existe tan sólo para asegurar la fuerza y la unidad de la exterior. Allí donde persigue fines distintos, particulares, comienza la decadencia, el ``perder forma´´ del Estado.“ [1][iii]

„Staaten sind rein politische Einheiten, Einheiten der nach außen wirkenden Macht. Sie sind nicht an Einheiten der Rasse, Sprache oder Religion gebunden, sondern sie stehen darüber. Wenn sie sich mit solchen Einheiten decken oder kreuzen, so wird ihre Kraft infolge des inneren Widerspruches in der Regel geringer, nie größer. Die innere Politik ist nur dazu da, um die Kraft und Einheit der äußeren zu sichern. Wo sie andere, eigene Ziele verfolgt, beginnt der Verfall, das Außer-Form-Geraten des Staates.“[1][iv]

La Decadencia(Verfall) se inicia, pues, con la contraposición entre fines distintos, que llegan a hacerse incompatibles entre sí. Toda la teoria marxiana de la Lucha de Clases podría releerse como teoría de la decadencia de una civilización. La unidad de lucha ante el exterior –que es el Estado- se transforma en una una superficie cuarteada, pues las clases economicistas persiguen fines incompatibles. El desenvolvimiento del Capitalismo es también el nacimiento de unos ideales fantásticos –las clases internacionalistas- que se olvidan del Estado, lo liquidan, lo manejan a su antojo, como instrumento para ahogar y vencer a la clase enemiga, como medio de explotación, como aparato de represión, o como ídolo al que derribar. Anarquismo e instrumentalismo coinciden epocalmente. No están solos los anarquistas en el vilipendio y enemiga contra el estado. Los liberales y los socialistas parten de la doctrina del estado civil como mal menor, como instrumento a duras penas soportable y tolerado siempre que pueda ser prostituído con algún concreto fin: la fraternidad universal, el perfecto mercado autorregulado o lo que sea. Socialismo, comunismo y liberalismo son ideologías que encuentran una contradicción (Widerspruch) entre el Estado original y genuino –creado hacia fuera, frente a un enemigo exterior- y el espíritu industrial (Spencer) pacífico, cansado, que desea ante todo un descanso en el trabajo, un orden público para producir más y mejor.

Los periodos de paz un tanto prolongados crean la ilusión de que se puede vivir sin defensa, sin armas, sin dominio y contradominio. Pero la política es la política de la paz y la política de la guerra, y ambos estados se sitúan en un contínuo. Los estados oscilan entre acciones bélicas y acciones pacíficas. Hay guerras que avocan a una paz, y hay tratados de paz que avocan a la guerra. En toda relación entre estados hay –en cada momento- vencedores y vencidos, y los puntos de equilibrio son pasajeros, son idealizaciones temporales, imágenes posibles desde el punto de vista mental, pero cuya realización histórico-física no puede durar más allá de un instante, a la manera como se podría fotografíar un cono apoyado sobre su vértice en la horizontal del suelo justo antes de caerse.

``La historia humana en la edad de las culturas superiores es la historia de los poderes políticos. La forma de esta historia es la guerra. También la paz forma parte de ella. Es la continuación de la guerra con otros medios: la tentativa, por parte de los vencidos, de libertarse de las consecuencias de la guerra en forma de tratados y la tentativa de mantenerlos por parte del vencedor. Un estado es el „estar en forma“ (...) de una unidad nacional por él constituída y representada para guerras reales y posibles. Cuando esta forma es muy vigorosa, posee ya, como tal, el valor de una guerra victoriosa ganada sin armas, sólo por el peso del poder disponible. Cuando es débil, eqivale a una derrota constante en las relaciones con otras potencias.“ [1][v]

„Menschliche Geschichte im Zeitalter der hohen Kulturen ist die Geschichte politischer Mächte. Die Form dieser Geschichte ist der Krieg. Auch der Friede gehört dazu. Er ist die Fortsetzung des Krieges mit andern Mitteln: der Versuch des Besiegten, die Folgen des Krieges in der Form von Verträgen abzuschütteln, der Versuch des Siegers, sie festzuhalten. Ein Staat ist das »In Form sein« einer durch ihn gebildeten und dargestellten Menschliche Geschichte im Zeitalter der hohen Kulturen ist die Geschichte politischer Mächte. Die Form dieser Geschichte ist der Krieg. Auch der Friede gehört dazu. Er ist die Fortsetzung des Krieges mit andern Mitteln: der Versuch des Besiegten, die Folgen des Krieges in der Form von Verträgen abzuschütteln, der Versuch des Siegers, sie festzuhalten. Ein Staat ist das »In Form sein« einer durch ihn gebildeten und dargestellten völkischen Einheit für wirkliche und mögliche Kriege. Ist diese Form sehr stark, so besitzt sie als solche schon den Wert eines siegreichen Krieges, der ohne Waffen, nur durch das Gewicht der verfügungsbereiten Macht gewonnen wird. Ist sie schwach, so kommt sie einer beständigen Niederlage in den Beziehungen zu anderen Mächten gleich.“ [1][vi]

osvpreussentum.jpgEl Estado como „unidad de pueblos“ [völkischen Einheit] en forma –en el sentido deportivo- constituye ya, en cierto modo, una guerra ganada. Las fuerzas interiores se hayan dispuestas para la guerra victoriosa, guerra que ni siquiera llega a estallar con armas, pues es una autoridad de peso (Gewicht) la que se impone a las otras potencias. En numerosas ocasiones históricas, el pacifismo se convierte en la religión de los cansados y de los débiles. Muchas veces es, también, el intento de una potencia antaño vencedora, por imponer el status quo a los vencidos o a los postergados, y extenderlo idealmente hasta el infinito sin contestación y sin enemigos en el horizonte se hace pasar por pacifismo. Así sucede con Occidente. En un principio, su pacifismo fue el de las potencias aliadas y vencedoras sobre Alemania en las dos Guerras Mundiales. Pacifismo fue imponer el tratado de Versalles. Pacifismo también fue, en la segunda contienda, imponer la repartición del mundo en dos grandes bloques e instaurar la guerra fría. Ahora que esos dos bloques, capitalista y comunista, se han diluído y se vuelve a la política multilateral de potencias y al equilibrio entre ellas, el pacifismo es la ideología –quizá- de la masa cansada, del hombre inteligente de las grandes ciudades cosmopolitas donde se mueve de arriba a abajo un inmenso proletariado y, aún más numerosa, una gran masa de subproletarios subvencionados, mantenidos por servicios sociales y ayudas públicas. Acostumbrados, todo lo más, a la jerga de la lucha de clases pero no a la jerga de lucha de naciones, ese proletariado y subproletariado cosmopolita creciente sólo puede entender el mundo en el plano horizontal de quienes son como ellos, ajenos a lo que Spengler considera „la llamada de la sangre“. Esta masa urbana desarraigada de la tierra y de sus manantiales sanguíneos, que quedan muy remotos, es siempre antinacionalista. En el caso de abrazar una ideología nacionalista ésta no se vive ni se siente como idea, en el sentido explicitado más arriba, sino como ideal.

El Estado del pueblo persigue siempre, hacia el interior, una Economía Productiva, que le haga sólido, fuerte y capaz de una Acción Exterior: asegurarse un espacio entre enemigos. Por el contrario, el Estado plutocrático fomenta las tendencias anarquizantes en la medida en que el afán particularista de ganancia sea satisfecho, y para ello la manipulación de las grandes masas urbanas, proletarias y subproletarias, se hace esencial. No importa nada que los funcionarios, los pequeños productores, los campesinos, etc., sean los que realmente sostengan la estructura gigante: al Estado plutocrático le conviene difuminar la realidad de que son éstos sectores los que realmente hacen que se paguen las cuentas que los especuladores financieros no quieren, por principio, pagar. El complemento necesario de los saqueadores de las finanzas que se han adueñado del Estado, hasta el punto de arrebatarle toda soberanía, es el endiosamiento de un supuesto proletariado sindicalizado y mimado por mil y una ventajas, entre las que se cuentan los liberados sindicales, la invención de puestos de trabajo ad hoc, subvenciones y prebendas no basadas en el mérito sino en la fidelidad partidista o sindical, etc. En realidad el contingente de trabajadores reales que viven al margen de este clientelismo partidista o sindical no conoce ninguna de estas ventajas del proletariado ficticio. Viven en condiciones de explotación que naide cacarea públicamente y apenas se reconocen en la forma de vida y pensamiento de aquellos que dicen ser sus defensores. En realidad, los más ardientes defensores de los valores „progresistas“ (una vez que el socialismo o el comunismo, como ideologías previas a la Guerra Fría se han eclipsado) son irreconocibles en Europa, no son obreros en sentido estricto: son hijos de la clase media, profesionales liberales, „intelectuales“, productos de la gran ciudad desarraigada que buscan en el trabajador un molde en el que llenar en realidad sus tendencias anarquizantes. En ningún momento desearían organizar un Estado fuerte, militarizado, compacto, como en su día lo protendío la URSS. El Estado en manos de plutócratas fomenta sus tendencias anarquizantes pues así no hay apenas un Pueblo que presente resistencia a su saqueo constante, a su explotación:

„Esta alianza entre la Bolsa y el sindicato subsiste hoy como entonces. Está basada en la evolución natural de tales épocas, porque surge del odio común contra la autoridad del Estado y contra los directores de la economía productora, que se oponen a la tendencia anarquista a ganar dinero sin esfuerzo“ [1][vii].

Dieses Bündnis zwischen Börse und Gewerkschaft besteht heute wie damals. Es liegt in der natürlichen Entwicklung solcher Zeiten begründet, weil es dem gemeinsamen Haß gegen staatliche Autorität und gegen die Führer der produktiven Wirtschaft entspringt, welche der anarchischen Tendenz auf Gelderwerb ohne Anstrengung im Wege stehen. [1][viii]

Si analizamos el comportamiento de las fuerzas gobernantes en Europa, y muy señaladamente en España, vemos que –pese a los discursos- la tendencia ha sido siempre desmantelar todos aquellos núcleos de economía productiva [produktiven Wirtschaft]. El capital especulativo no tolera la existencia de una sociedad civil independiente de sus manejos, como puede ser la sociedad rural. Allí donde millones de personas –de manera esforzada y austera- viven del cultivo de sus propias tierras y del cuidado de sus ganaderías, con un sentido ancestral de la propiedad, que no es el sentido „romano“ o absolutista de propiedad, el capital especulativo –con la mirada complaciente de las grandes centrales sindicales obreras- entra arrasando, ávido de esclavizar y proletarizar esas masas de población hasta ayer libres. El abandono generalizado del campo español, y muy especialmente la muerte demográfica del Noroeste de la Península Iberica guarda un relación íntima con esta alianza entre la Bolsa y el Sindicato. A la masa, desde hace décadas, se le inculca la falsa –pero interesada- idea de que se puede vivir sin trabajar, que es posible una vida muelle llena de lujos y comodidades en todo punto incompatible con la tradicional existencia en el campo, llena de abnegación y esfuerzo, pero también de amor hacia la tierra, hacia el caserío, hacia la familia y hacia todo cuanto se obra.

3. El Democratismo y su guerra contra la Tradición.

El democratismo es inherente a una sociedad de comunicación de masas, donde existen aparatos de propaganda y la posibilidad urbana de que puedan ser alzados líderes y portavoces del „pueblo“, entendida la palabra „pueblo“ en el sentido de los revolucionarios desde 1789: los „ciudadanos“ que concentrándose en las calles, con urnas o con guillotinas, dicen ser „nación“. Mas ya hemos visto arriba que hay un sentido previo y mucho más viejo de nación. Todavía hoy, en aquellas regiones de Europa donde sigue con vida un cierto despojo de la tradición campesina, contrasta vivamente a quien lo quiera ver el sentido de la sangre y de la tierra que posee el „paisano“ frente al „ciudadano“. Al paisano, al hijo de la propia tierra, le resultarán siempre extrañas las consignas de los líderes de masas, los jeroglíficos ideológicos que le hablan de „lucha de clases“, „proletariado universal“, „soberanía popular“, etc. Solamente sucumbe a tales consignas cuando se desarraiga, emigra a la ciudad, pierde sus raices y pisa el asfalto nivelador que cubre la verde pradera. Todos entonces, como proletarios, se sienten nivelados como proletarios y desean „gobernarse por sí mismos“. En el caso de surgir un nacionalismo con apoyo proletario, éste ha de consistir en un nacionalismo donde ha operado una sustitución del pueblo por la masa-

 „El nacionalismo moderno sustituye el pueblo por la masa. Es revolucionario y urbano de parte a parte“[1][ix] .

„Der moderne Nationalismus ersetzt das Volk durch die Masse. Er ist revolutionär und städtisch durch und durch.“.[1][x]

osvjahre.jpgEn la sociedad de masas los líderes invocan al Pueblo, y a la masa que está dejando de ser Pueblo se le intenta convencer del derecho a gobernarse por sí misma. En realidad hay ya toda una casta de „representantes del pueblo“ que viven a costa de él, casta parasitaria y hostil al trabajo, la cúpula de los políticos profesionales y aun de los revolucionarios profesionales. Se sirven del pueblo, y lo azuzan sirviéndose de los elementos más manipulables y agresivos de la chusma para conducir al rebaño. La oclocracia es el complemento perfecto para los especuladores de la Bolsa, para los depredadores financieros. Hace falta una sociedad desorganizada y cada vez más dependiente, para que los empleados al servicio del capital agiten y conduzcan a las masas. Los partidos de masas se vuelven máquinas engrasadas y sostenidas por bancos y empresas particulares, detrás de cada pancarta seguida por millones, hay millones de dólares o de euros. Incluso los que dicen ser „anticapitalistas“ y convocan –puntualmente- a millones de seguidores, son con frecuencia unos mercenarios que han conseguido auparse haciendo la labor del carnicero: despiezar el cuerpo social para que tan suculento alimento llene las bolsas insaciables del Capital.

„Lo más funesto es el ideal del gobierno del pueblo „por sí mismo“. Un pueblo no puede gobernarse a sí mismo, como tampoco mandarse a sí mismo un ejército. Tiene que ser gobernado, y así lo quiere también mientras posee instintos sanos. Pero lo que con ello se quiere decir es cosa muy distinta: el concepto de representación popular desempeña inmediatamente el papel principal en cada uno de tales movimientos. Llegan gentes que se nombran a sí mismas „representantes“ del pueblo y se recomiendan como tales. Pero no quieren „sevir al pueblo“; lo que quieren es servirse del pueblo para fines propios, más o menos sucios, entre los cuales la satisfacción de la vanidad es el más inocente“. [1][xi]

Am verhängnisvollsten ist das Ideal der Regierung des Volkes »durch sich selbst«. Aber ein Volk kann sich nicht selbst regieren, so wenig eine Armee sich selber führen kann. Es muß regiert werden und es will das auch, solange es gesunde Instinkte besitzt. Aber es ist etwas ganz anderes gemeint: der Begriff der Volksvertretung spielt in jeder solchen Bewegung sofort die erste Rolle. Da kommen die Leute, die sich selbst zu »Vertretern« des Volkes ernennen und als solche empfehlen. Sie wollen gar nicht »dem Volke dienen«; sich des Volkes bedienen wollen sie, zu eigenen, mehr oder weniger schmutzigen Zwecken, unter denen die Befriedigung der Eitelkeit der harmloseste ist“. [1][xii]

Encontramos en estas líneas una crítica implacable al concepto de Democracia. En realidad, siempre se trata de una manipulación por parte de las masas. Y ¿quién manipula? Esas „gentes que llegan“ arrogándose la representación del Todo, sea cual sea su orígen. Esas gentes mercenarias, que luchan contra la Tradición en cuanto ésta es una forma de Cultura. El afán por presentar la Tradición como una losa represiva y un grillete a la libertad es la tónica común en estos lídes oclocráticos. Nunca se quiere ver en la Tradición la musculatura y la médula de una Cultura aún digna y viva, un poso de antiguas libertades conquistadas. Se propaga el principio fanático de erosionar la Autoridad donde quiera y cuando quiera: los niños que empiezan tuteando al maestro y terminan por insultarle y agredirle, la chanza periodística hacia los sacerdotes que culmina en la quema de iglesias con ellos dentro, la sorna del intelectual dirigida contra el matrimonio unido, con vocación de teenr hijos que acaba convirtiéndose en destrucción y sustitución étnicas y en degradación de la infancia...Los líderes oclocráticos potencian las tendencias anarquizantes y aun diríamos la tendencia entrópica de las sociedades. El nihilismo es inherente a sus prédicas. Destruir y aniquilar lo forjado durante siglos, y presentar todo el proceso disolutorio como proceso emancipador. 

„Combaten a los poderes de la tradición para ocupar su lugar. Combaten el orden del Estado porque impide su peculiar actividad. Combaten toda clase de autoridad porque ni quieren ser responsables ante nadie y eluden por sí mismos toda responsabilidad. Ninguna constitución contiene una instancia ante la cual tengan que justificarse los partidos. Combaten, sobre todo, la forma de cultura del Estado, lentamente crecida y madurada, porque no la entrañan en sí, como la buena sociedad, la society del siglo XVIII, y la sienten, por lo tanto, como una coerción, lo cual no es para el hombre de cultura. De este modo nace la „democracia“ del siglo, que no es forma sino ausencia de forma en todo sentido, como principio, y nacen el parlamentarismo como anarquía constitucional y la república como negación de toda clase de autoridad“ [1][xiii].

„Sie bekämpfen die Mächte der Tradition, um sich an ihre Stelle zu setzen. Sie bekämpfen die Staatsordnung, weil sie ihre Art von Tätigkeit hindert. Sie bekämpfen jede Art von Autorität, weil sie niemandem verantwortlich sein wollen und selbst jeder Verantwortung aus dem Wege gehen. Keine Verfassung enthält eine Instanz, vor welcher die Parteien sich zu rechtfertigen hätten. Sie bekämpfen vor allem die langsam herangewachsene und gereifte Kulturform des Staates, weil sie sie nicht in sich haben wie die gute Gesellschaft, die society des 18. Jahrhunderts, und sie deshalb als Zwang empfinden, was sie für Kulturmenschen nicht ist. So entsteht die »Demokratie« des Jahrhunderts, keine Form, sondern die Formlosigkeit in jedem Sinne als Prinzip, der Parlamentarismus als verfassungsmäßige Anarchie, die Republik als Verneinung jeder Art von Autorität.“ [1][xiv]

La forma de la Cultura que posee un Estado (Kulturform) es un lento resultado de desarrollo orgánico, que exige una maduración (gereifen) y un enraizamiento (angewachsen). Recordemos que el autor de La Decadencia de Occidente sostenía ya, en su magna obra, que las culturas son como plantas, que exigen un enraizamiento. Los pueblos dotados de un alma única hunden sus raíces en un territorio y dejan afluir sus torrentes de sangre a lo largo de las generaciones, llegando a asomar en la Historia por medio de sus realizaciones. Los pueblos de Europa crearon los diversos Estados como creaciones dinásticas de sus príncipes y de sus noblezas, adquiriendo cada uno de ellos una estructura formal y un punto máximo de rendimiento y plenitud, y sólo con el socavamiento del Principio de Autoridad (primero Rousseau, después Robespierre) comenzó su curva a declinar.

El estilo estentóreo y sangriento de hacer política viene de Francia: es el estilo de la Revolución. A pesar de que ya no existen fuerzas políticas revolucionarias dignas de consideración, y a pesar de que los partidos comunistas o socialistas en Europa sólo aspiran a ganar las elecciones, a ocupar los cargos con sus gentes y a ayudar a los plutócratas a mantener el staus quo, toda el lenguaje y los gestos se han heredado de aquel periodo de las revoluciones. Incluso al Parlamento se llevan las arengas, los carteles y las pancartas, confundiendo ámbitos, el ámbito de la lucha callejera y el ámbito de la asamblea parlamentaria. La norma es „no respetar para ganar“. Solo ganar: la erosión del principio del Respeto, el no reconocimiento de la Autoridad, es el fondo anarquizante que llevan consigo los partidos y los sindicatos. Como consecuencia de haber asumido un marxismo „cultural“, difuso o atmosférico (con poca relación con la obra de Marx, obra sólo conocida por algunos académicos), el Estado, las instituciones, las reglas del juego, la Constitución, los símbolos, la Corona, todo, absolutamente todo es objeto de posible manipulación, susceptible de convertirse en instrumento para una „lucha civil“. Pero no se piense que es la pugna de una clase proletaria contra las clases dominantes. Se trata de la lucha de aquellos grupos sociales deseosos de vivir sin trabajar, frecuentemente alimentados por un Poder financiero, contra otros grupos que, en base a su propio sudor, pretenden defender una meritocracia, esto es, una genuina Aristocracia.

4. Socialismo prusiano.

Aristocracia es, literalmente, el Poder de los Mejores. En un sistema productivo en el que los grupos mediocres y hostiles al trabajo pretenden ganar posiciones y convertirse en pensionados de la parte productiva de la sociedad, la Aristocracia se convierte en un régimen odiado a muerte. No se reconoce el derecho a ser persona de mérito. Es odiado quien consigue una fortuna –pequeña o grande- por su esfuerzo o habilidad: sólo se ve que posee más. Es odiado quien saca una plaza de funcionario tras una dura preparación: sólo se ven privilegios en su cargo. Es odiado quien sigue con raíces en su terruño, conservando la dignidad de su caserío: es un atraso y una afrenta a la sociedad urbana y cosmopolita. Es odiado, en fin, el obrero que trabaja duro cada día y que no sigue las consignas y los eslóganes de sus supuestos tuteladores, los obreros liberados y los funcionarios de la central sindical: es un esquirol, pues además anhela con dejar de ser proletario, establecerse por su cuenta, mejorar de posición social. Para el obrerismo, la mejor condición del hombre es convertirse en obrero, „el héroe de nuestro tiempo“, como decía Spengler. Quien desea cambiar de clase es un traidor. El marxismo ha degenerado en obrerismo desde el principio, traicionando los propósitos de su fundador, que no era un obrero y que concibió muy vagamente el comunismo como una generalización del Principio del Trabajo („de cada uno según sus capacidades...“), pero no una nivelación obrerista. En realidad, el absurdo despótico de Mao Tse-Tung de mandar a los médicos, a los abogados y a los profesores chinos a trabajar en los arrozales está más cerca del marxismo „cultural“ o vulgar y del democratismo europeos, que del socialismo. Se trata de una nivelación absoluta, de un odio hacia la diferencia intelectual existente entre las personas. Una nostalgia de los tiempos salvajes. El socialismo, tal y como lo entiende Oswald Spengler, no consiste en una uniformización de todos los individuos, en un colectivismo absoluto. El socialismo consiste en erigir un Estado en forma de cuerpo orgánico. Se trata de un Estado total, que no totalitario, el cual habrá de agrupar a los distintos órganos productivos, profesionales, territoriales, y en el que cada uno de ellos velará por un estricto mantenimiento de su identidad, pero a la vez, por un sometimiento a lo superior. El socialismo no puede ser el mismo en cada pueblo, y el socialismo „prusiano“ estaba llamado, a su entender, a cumplir una alta misión:

„[...] el estilo prusiano es una renuncia por libre decisión, el doblegarse de un vigoroso yo ante un gran deber y una gran misión, un acto de dominio de sí mismo, y en este sentido el máxismo individualismo de que el presente es capaz.

La „raza“ celtogermánica es la de más fuerte voluntad que jamás viera el mundo. Pero este „¡quiero!“ –Yo quiero!, que llena hasta los bordes el alma faústica en el pensamiento, la acción y la conducta, despertaba la conciencia de la absoluta soledad del yo en el espacio infinito“.[1][xv]

„Aber der preußische Stil ist ein Entsagen aus freiem Entschluß, das Sichbeugen eines starken Ichs vor einer großen Pflicht und Aufgabe, ein Akt der Selbstbeherrschung und insofern das Höchste an Individualismus, was der Gegenwart möglich ist.

Die keltisch-germanische »Rasse« ist die willensstärkste, welche die Welt gesehen hat. Aber dies »Ich will« – Ich will! –, das die faustische Seele bis an den Rand erfüllt, den letzten Sinn ihres Daseins ausmacht und jeden Ausdruck der faustischen Kultur in Denken, Tun, Bilden und Sichverhalten beherrscht, weckte das Bewußtsein der vollkommenen Einsamkeit des Ichs im unendlichen Raum.“. [1][xvi]

Convertirse en señores de sí mismos, el autodominio (Selbstbeherrschung): he aquí la clave del Socialismo „Prusiano“. Solo obedece con grandeza quien posee un yo musculoso, pleno de fuerza. En estas densas líneas resuena Nietzsche, pero transformado por el nacionalismo alemán, ausente en éste filósofo, lo que es una gran diferencia respecto a Spengler. Al extender una nacionalidad concreta en el sentido moderno (prusiana, alemana) a categorías etnológicas pre y protohistóricas („raza“ celto-germana), Spengler lleva a cabo, sin explicitarla, una operación de vasta mirada hacia atrás para así también poder ver lejos y hacia adelante. Realmente, el autor de La Decadencia de Occidente es un gran filósofo de la Historia. Y la Historia no ha de ser vista como una masa uniforme de hechos dentro de los cuales el científico ha de rastrear causas, al estilo de las causas mecánicas, que anteceden la sucesión temporal de los hechos. Este método se lo cede nuestro filósofo a los positivistas, evolucionistas y materialistas históricos, pues parientes son entre sí, hijos del siglo XIX, el siglo desastroso en que la Cultura Europea deviene Civilización cansada, vieja, siglo en que comienza el proceso morboso de todo ser envejecido. El envejecimiento comienza con la multiplicación ingente de masas desarraigadas, de subproletarios que ignoran ya todo cuanto tenga que ver con la patria, la tradición, la sangre, el suelo. Cada individuo de esa masa ingente se autoconcibe él mismo como un átomo, y la sociedad de consumo de masas pugna en todo momento por que esta autoconcepción del sujeto responda a la realidad. Para ello, es una prioridad fundamental en el sistema de masas, ya sea el capitalista ya sea el bolchevique, provocar una debilitación progresivas de la Voluntad, el Entendimiento y la capacidad de Atención.

5. Voluntad y Tradición

Debilitar la Voluntad de pueblos primitivos o salvajes, es tarea relativamente sencilla, pues cualquier individuo o institución dotados de „mana“, de fuerza mágica intrínseca, les doblega. Otra cosa sucede con los pueblos europeos. En ellos, el concepto de persona y más aún, el concepto de sujeto entendido como centro de fuerzas volitivas que pugnan por imperar, por afirmarse, ha tenido su más alta expresión. Frente a las demás „razas“ (recuérdese que en Spengler la palabra adquiere un sentido espiritual y no biológico), la raza celtogermánicase aparece como la más fuerte en cuenta voluntad   [Die keltisch-germanische »Rasse« ist die willensstärkste, welche die Welt gesehen hat]y esto se refleja en su derecho personalista (frente al derecho puntiforme y meramente corpóreo de los romanos), en su concepto de lealtad (frente al despotismo del yo y su derecho de “uso y abuso” sobre las cosas). Esa raza celtogermánica, parcialmente sometida o colonizada bajo el Imperio de Roma, habría de renacer –ya con las ventajas de asimilarse una idea Imperial y una cultura superior- al caer Roma como concreción, mas no como ideal de Imperio mundial. Su especialísima manera de entender el Derecho y la relación con la Naturaleza, la sitúa en antítesis con el romanismo tardoantiguo. Todavía hoy, es plástica esa antítesis natural entre la España Atlántica y la España Mediterránea, la Italia del Norte y la del Sur. Se trata del concepto y uso que se tiene de la Tierra mientras se conserva la fuerza de la sangre y los individuos no se han visto del todo urbanizados. En el norte, al más puro estilo celtogermánico, la tierra y la heredad están ahí para cuidar de ellas, para habitarlas, para hacer de ellas morada donde echar raíces. En el sur, bajo el derecho romano y el despotismo del yo, la tierra o la heredad se asimilan mucho más fácilmente a la mercancía, a la cosa de usar y tirar.

Pero en toda Europa asistimos a una debilitación sistemática de esa Voluntad antaño fuerte, así como también una disminución de la capacidad de Entendimiento y la de Atención. Al constituirse Europa toda en una sociedad de masas, regida de manera oclocrática y según los designios de oscuros poderes financieros, especulativos, se ha ido generando todo un sistema educativo para las masas que, en realidad, consiste en una neutralización de sus fuerzas volitivas. Las sucesivas reformas educativas van encaminadas a la eliminación de esas fuerzas, a disociar el esfuerzo y el conocimiento, a facilitar la integración del niño y del joven en una sociedad pasiva de consumidores, apenas capaces de otra cosa que de buscar la evasión. Evadirse por medio del alcohol, las drogas y los artefactos tecnológicos: esa es la única motivación de unas generaciones hostiles al trabajo, abúlicas y sin capacidad ninguna para la escucha. Pues la falta de Atención es la gran enfermedad de Europa, del “mundo desarrollado”. Nadie escucha: entre el ruido informativo, un mensaje relevante queda sepultado, neutralizado, y cuando accede a alguna conciencia dentro de márgenes minoritarios, ese mensaje es sometido al escarnio sistemático. Dentro del ruido informativo que se precisa en una sociedad de masas ha de figurar en todo momento un apretado pelotón de “progresistas” encargado de hacer mofa de todo cuanto ha sido tradición, salud, cultura. Ya no hace falta esfuerzo para ser sabio, ya no es menester tener hijos y cuidarlos, ya no importa el decoro de la vida privada ni conductas nobles y recatadas. Todo se ha de sacrificar en el altar del Progreso hasta que por fin se banalice por completo el concepto de persona y sus extensiones: privacidad, sexualidad, propiedad. En cierto modo el pelotón ruidoso del “Progresismo” desea, sin cambiar una coma del dictado capitalista financiero, sin rozarle un pelo al modo de producción-saqueo vigente, una realización quintaesenciada del comunismo: desaparición de la privacidad (a la que contribuyen las nuevas tecnologías, Internet, etc.), prostitución generalizada (el sexo como mercancía a ofrecer y a tomar por parte de todos), y banalización de la propiedad (incesante retirada de escena de la Propiedad productiva a favor de la propiedad abstracta, reducción a la condición de “mercancía”).

Mientras este proceso se acelera, y se crea masas “sin raza”, debidamente mezcladas y desarraigadas en las grandes ciudades, al principio, a la par que se despuebla y degrada el campo, acontecen determinados procesos de aculturación y sustitución étnica. De manera similar a la decadencia del Imperio Romano, el Imperio de Europa declina al convertirse la ciudadanía en una mera expresión formal que abarcaba a gentes muy diversas, arrancadas violentamente o por grado de sus terruños, con modos de vida ya sincréticos, mezcla de indigenismo y romanismo. De la misma manera, esta Europa llena de mezquitas y de frenéticos bailes negroides, ya no es la Europa del gótico, ni la de Bach, Mozart o Beethoven. La cultura del nativo, que hasta ayer se vio como Cultura Superior, es hoy cultura del civilizado europeo cansado, dispuesto a pagar mercenarios para defenderse y para que le traigan el pan a casa. El cansado nativo de Europa ya le da la espalda a Cervantes o a Shakespeare. Siente vergüenza de Wagner o de Leibniz. Rechaza a Homero o a Lord Byron. Se arranca de la piel su ser y su esencia y quisiera ser “otro”, en un proceso de alienación y masoquismo interminable. Todas las glorias de la cultura de Occidente se arrojan al vertedero de los trastos viejos, e incluso se destruyen conscientemente en el medio educativo por temor a la ofensa de ese “otro” al que se dice –hipócritamente- respetar. En los mismos centros educativos españoles de los que está despareciendo el griego y el latín, se introduce gradualmente el árabe. Allí donde se condena inquisitorialmente a Nietzsche o a Wagner, se practica el tatuaje y la danza del vientre. Para que el sistema capitalista tardío funcione es preciso cometer este atentado contra las raíces. De lo contrario sería imposible contar con masas de consumidores-colaboradores, no habría posibilidad de reclutar más y más adeptos. El verdadero respeto al “otro” nunca es sincero si implica una renuncia a lo propio. El verdadero respeto consiste en la aceptación de las diferencias, en la asunción de un pluralismo cultural, en la crítica de la idea monolítica y absoluta de “Humanidad”. Que cada cultura o civilización se mueva en su propio ámbito y gire en torno a su eje, aprendiendo de las demás pero no mezclándose con ellas: en esto ha de consistir el respeto intercultural.




[i][i] Oswald Spengler: Años Decisivos. Alemania y la Evolución Histórica Universal. Espasa-Calpe, Madrid, 1982. Traducción de Luis López-Ballesteros; p. 47.

[i][ii] La versión alemana de Años Decisivos por la que citamos es: Oswald Spengler: Jahre der Entscheidung.Deutschland und die weltgeschichtliche Entwicklung, Taschenbuch Verlag, Munich, 1961; p. 50-51. 

[i][iii]Años Decisivos, p. 46.

[i][iv]Jahre der Entscheidung,pps. 49-50.

[i][v]Años Decisivos, pps. 45-46

[i][vi]Jahre, p. 49.

[i] [vii] Años Decisivos, p. 88.

[i][viii]Jahre, p. 95.

[i][ix]Años Decisivos, p. 48.

[i][x]Jahre, p. 52.

[i][xi]Años Decisivos, p. 48.

[i][xii] Jahre, p. 52.

[i][xiii]Años Decisivos 48-49.

[i][xiv]Jahre, p. 59

[xv] Años Decisivos, 182.

[i][xvi]Jahre, p. 158.

 


La Razón Histórica, nº21, 2013 [69-89], ISSN 1989-2659. © Instituto de Estudios Históricos y sociales.

The Revolutionary Conservative Critique of Oswald Spengler

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The Revolutionary Conservative Critique of Oswald Spengler

Ex: http://www.motpol.nu

Oswald Spengler is by now well-known as one of the major thinkers of the German Conservative Revolution of the early 20th Century. In fact, he is frequently cited as having been one of the most determining intellectual influences on German Conservatism of the interwar period – along with Arthur Moeller van den Bruck and Ernst Jünger – to the point where his cultural pessimist philosophy is seen to be representative of Revolutionary Conservative views in general (although in reality most Revolutionary Conservatives held more optimistic views).[1]

To begin our discussion, we shall provide a brief overview of the major themes of Oswald Spengler’s philosophy.[2] According to Spengler, every High Culture has its own “soul” (this refers to the essential character of a Culture) and goes through predictable cycles of birth, growth, fulfillment, decline, and demise which resemble that of the life of a plant. To quote Spengler:

A Culture is born in the moment when a great soul awakens out of the proto-spirituality of ever-childish humanity, and detaches itself, a form from the formless, a bounded and mortal thing from the boundless and enduring. It blooms on the soil of an exactly-definable landscape, to which plant-wise it remains bound. It dies when the soul has actualized the full sum of its possibilities in the shape of peoples, languages, dogmas, arts, states, sciences, and reverts into the proto-soul.[3]

There is an important distinction in this theory between Kultur (“Culture”) and Zivilisation (“Civilization”). Kultur refers to the beginning phase of a High Culture which is marked by rural life, religiosity, vitality, will-to-power, and ascendant instincts, while Zivilisation refers to the later phase which is marked by urbanization, irreligion, purely rational intellect, mechanized life, and decadence. Although he acknowledged other High Cultures, Spengler focused particularly on three High Cultures which he distinguished and made comparisons between: the Magian, the Classical (Greco-Roman), and the present Western High Culture. He held the view that the West, which was in its later Zivilisation phase, would soon enter a final imperialistic and “Caesarist” stage – a stage which, according to Spengler, marks the final flash before the end of a High Culture.[4]

Perhaps Spengler’s most important contribution to the Conservative Revolution, however, was his theory of “Prussian Socialism,” which formed the basis of his view that conservatives and socialists should unite. In his work he argued that the Prussian character, which was the German character par excellence, was essentially socialist. For Spengler, true socialism was primarily a matter of ethics rather than economics. This ethical, Prussian socialism meant the development and practice of work ethic, discipline, obedience, a sense of duty to the greater good and the state, self-sacrifice, and the possibility of attaining any rank by talent. Prussian socialism was differentiated from Marxism and liberalism. Marxism was not true socialism because it was materialistic and based on class conflict, which stood in contrast with the Prussian ethics of the state. Also in contrast to Prussian socialism was liberalism and capitalism, which negated the idea of duty, practiced a “piracy principle,” and created the rule of money.[5]

Oswald Spengler’s theories of predictable culture cycles, of the separation between Kultur and Zivilisation, of the Western High Culture as being in a state of decline, and of a non-Marxist form of socialism, have all received a great deal of attention in early 20th Century Germany, and there is no doubt that they had influenced Right-wing thought at the time. However, it is often forgotten just how divergent the views of many Revolutionary Conservatives were from Spengler’s, even if they did study and draw from his theories, just as an overemphasis on Spenglerian theory in the Conservative Revolution has led many scholars to overlook the variety of other important influences on the German Right. Ironically, those who were influenced the most by Spengler – not only the German Revolutionary Conservatives, but also later the Traditionalists and the New Rightists – have mixed appreciation with critique. It is this reality which needs to be emphasized: the majority of Conservative intellectuals who have appreciated Spengler have simultaneously delivered the very significant message that Spengler’s philosophy needs to be viewed critically, and that as a whole it is not acceptable.

750480.jpgThe most important critique of Spengler among the Revolutionary Conservative intellectuals was that made by Arthur Moeller van den Bruck.[6] Moeller agreed with certain basic ideas in Spengler’s work, including the division between Kultur and Zivilisation, with the idea of the decline of the Western Culture, and with his concept of socialism, which Moeller had already expressed in an earlier and somewhat different form in Der Preussische Stil (“The Prussian Style,” 1916).[7] However, Moeller resolutely rejected Spengler’s deterministic and fatalistic view of history, as well as the notion of destined culture cycles. Moeller asserted that history was essentially unpredictable and unfixed: “There is always a beginning (…) History is the story of that which is not calculated.”[8] Furthermore, he argued that history should not be seen as a “circle” (in Spengler’s manner) but rather a “spiral,” and a nation in decline could actually reverse its decline if certain psychological changes and events could take place within it.[9]

The most radical contradiction with Spengler made by Moeller van den Bruck was the rejection of Spengler’s cultural morphology, since Moeller believed that Germany could not even be classified as part of the “West,” but rather that it represented a distinct culture in its own right, one which even had more in common in spirit with Russia than with the “West,” and which was destined to rise while France and England fell.[10] However, we must note here that the notion that Germany is non-Western was not unique to Moeller, for Werner Sombart, Edgar Julius Jung, and Othmar Spann have all argued that Germans belonged to a very different cultural type from that of the Western nations, especially from the culture of the Anglo-Saxon world. For these authors, Germany represented a culture which was more oriented towards community, spirituality, and heroism, while the modern “West” was more oriented towards individualism, materialism, and capitalistic ethics. They further argued that any presence of Western characteristics in modern Germany was due to a recent poisoning of German culture by the West which the German people had a duty to overcome through sociocultural revolution.[11]

Another key intellectual of the German Conservative Revolution, Hans Freyer, also presented a critical analysis of Spenglerian philosophy.[12] Due to his view that that there is no certain and determined progress in history, Freyer agreed with Spengler’s rejection of the linear view of progress. Freyer’s philosophy of culture also emphasized cultural particularism and the disparity between peoples and cultures, which was why he agreed with Spengler in terms of the basic conception of cultures possessing a vital center and with the idea of each culture marking a particular kind of human being. Being a proponent of a community-oriented state socialism, Freyer found Spengler’s anti-individualist “Prussian socialism” to be agreeable. Throughout his works, Freyer had also discussed many of the same themes as Spengler – including the integrative function of war, hierarchies in society, the challenges of technological developments, cultural form and unity – but in a distinct manner oriented towards social theory.[13]

However, Freyer argued that the idea of historical (cultural) types and that cultures were the product of an essence which grew over time were already expressed in different forms long before Spengler in the works of Karl Lamprecht, Wilhelm Dilthey, and Hegel. It is also noteworthy that Freyer’s own sociology of cultural categories differed from Spengler’s morphology. In his earlier works, Freyer focused primarily on the nature of the cultures of particular peoples (Völker) rather than the broad High Cultures, whereas in his later works he stressed the interrelatedness of all the various European cultures across the millennia. Rejecting Spengler’s notion of cultures as being incommensurable, Freyer’s “history regarded modern Europe as composed of ‘layers’ of culture from the past, and Freyer was at pains to show that major historical cultures had grown by drawing upon the legacy of past cultures.”[14] Finally, rejecting Spengler’s historical determinism, Freyer had “warned his readers not to be ensnared by the powerful organic metaphors of the book [Der Untergang des Abendlandes] … The demands of the present and of the future could not be ‘deduced’ from insights into the patterns of culture … but were ultimately based on ‘the wager of action’ (das Wagnis der Tat).”[15]

Yet another important Conservative critique of Spengler was made by the Italian Perennial Traditionalist philosopher Julius Evola, who was himself influenced by the Conservative Revolution but developed a very distinct line of thought. In his The Path of Cinnabar, Evola showed appreciation for Spengler’s philosophy, particularly in regards to the criticism of the modern rationalist and mechanized Zivilisation of the “West” and with the complete rejection of the idea of progress.[16] Some scholars, such as H.T. Hansen, stress the influence of Spengler’s thought on Evola’s thought, but it is important to remember that Evola’s cultural views differed significantly from Spengler’s due to Evola’s focus on what he viewed as the shifting role of a metaphysical Perennial Tradition across history as opposed to historically determined cultures.[17]

In his critique, Evola pointed out that one of the major flaws in Spengler’s thought was that he “lacked any understanding of metaphysics and transcendence, which embody the essence of each genuine Kultur.”[18] Spengler could analyze the nature of Zivilisation very well, but his irreligious views caused him to have little understanding of the higher spiritual forces which deeply affected human life and the nature of cultures, without which one cannot clearly grasp the defining characteristic of Kultur. As Robert Steuckers has pointed out, Evola also found Spengler’s analysis of Classical and Eastern cultures to be very flawed, particularly as a result of the “irrationalist” philosophical influences on Spengler: “Evola thinks this vitalism leads Spengler to say ‘things that make one blush’ about Buddhism, Taoism, Stoicism, and Greco-Roman civilization (which, for Spengler, is merely a civilization of ‘corporeity’).”[19] Also problematic for Evola was “Spengler’s valorization of ‘Faustian man,’ a figure born in the Age of Discovery, the Renaissance and humanism; by this temporal determination, Faustian man is carried towards horizontality rather than towards verticality.”[20]

Finally, we must make a note of the more recent reception of Spenglerian philosophy in the European New Right and Identitarianism: Oswald Spengler’s works have been studied and critiqued by nearly all major New Right and Identitarian intellectuals, including especially Alain de Benoist, Dominique Venner, Pierre Krebs, Guillaume Faye, Julien Freund, and Tomislav Sunic. The New Right view of Spenglerian theory is unique, but is also very much reminiscent of Revolutionary Conservative critiques of Moeller van den Bruck and Hans Freyer. Like Spengler and many other thinkers, New Right intellectuals also critique the “ideology of progress,” although it is significant that, unlike Spengler, they do not do this to accept a notion of rigid cycles in history nor to reject the existence of any progress. Rather, the New Right critique aims to repudiate the unbalanced notion of linear and inevitable progress which depreciates all past culture in favor of the present, while still recognizing that some positive progress does exist, which it advocates reconciling with traditional culture to achieve a more balanced cultural order.[21] Furthermore, addressing Spengler’s historical determinism, Alain de Benoist has written that “from Eduard Spranger to Theodor W. Adorno, the principal reproach directed at Spengler evidently refers to his ‘fatalism’ and to his ‘determinism.’ The question is to know up to what point man is prisoner of his own history. Up to what point can one no longer change his course?”[22]

Like their Revolutionary Conservative precursors, New Rightists reject any fatalist and determinist notion of history, and do not believe that any people is doomed to inevitable decline; “Decadence is therefore not an inescapable phenomenon, as Spengler wrongly thought,” wrote Pierre Krebs, echoing the thoughts of other authors.[23] While the New Rightists accept Spengler’s idea of Western decline, they have posed Europe and the West as two antagonistic entities. According to this new cultural philosophy, the genuine European culture is represented by numerous traditions rooted in the most ancient European cultures, and must be posed as incompatible with the modern “West,” which is the cultural emanation of early modern liberalism, egalitarianism, and individualism.

The New Right may agree with Spengler that the “West” is undergoing decline, “but this original pessimism does not overshadow the purpose of the New Right: The West has encountered the ultimate phase of decadence, consequently we must definitively break with the Western civilization and recover the memory of a Europe liberated from the egalitarianisms…”[24] Thus, from the Identitarian perspective, the “West” is identified as a globalist and universalist entity which had harmed the identities of European and non-European peoples alike. In the same way that Revolutionary Conservatives had called for Germans to assert the rights and identity of their people in their time period, New Rightists call for the overcoming of the liberal, cosmopolitan Western Civilization to reassert the more profound cultural and spiritual identity of Europeans, based on the “regeneration of history” and a reference to their multi-form and multi-millennial heritage.

Lucian Tudor 

 

Notes

[1] An example of such an assertion regarding cultural pessimism can be seen in “Part III. Three Major Expressions of Neo-Conservatism” in Klemens von Klemperer, Germany’s New Conservatism: Its History and Dilemma in the Twentieth Century (Princeton: Princeton University Press, 1968).

[2] To supplement our short summary of Spenglerian philosophy, we would like to note that one the best overviews of Spengler’s philosophy in English is Stephen M. Borthwick, “Historian of the Future: An Introduction to Oswald Spengler’s Life and Works for the Curious Passer-by and the Interested Student,” Institute for Oswald Spengler Studies, 2011, <https://sites.google.com/site/spenglerinstitute/Biography>.

[3] Oswald Spengler, The Decline of the West Vol. 1: Form and Actuality (New York: Alfred A. Knopf, 1926), p. 106.

[4] Ibid.

[5] See “Prussianism and Socialism” in Oswald Spengler, Selected Essays (Chicago: Gateway/Henry Regnery, 1967).

[6] For a good overview of Moeller’s thought, see Lucian Tudor, “Arthur Moeller van den Bruck: The Man & His Thought,” Counter-Currents Publishing, 17 August 2012, <http://www.counter-currents.com/2012/08/arthur-moeller-van-den-bruck-the-man-and-his-thought/>.

[7] See Fritz Stern, The Politics of Cultural Despair (Berkeley & Los Angeles: University of California Press, 1974), pp. 238-239, and Alain de Benoist, “Arthur Moeller van den Bruck,” Elementos: Revista de Metapolítica para una Civilización Europea No. 15 (11 June 2011), p. 30, 40-42. <http://issuu.com/sebastianjlorenz/docs/elementos_n__15>.

[8] Arthur Moeller van den Bruck as quoted in Benoist, “Arthur Moeller van den Bruck,” p. 41.

[9] Ibid., p. 41.

[10] Ibid., pp. 41-43.

[11] See Fritz K. Ringer, The Decline of the German Mandarins: The German Academic Community, 1890–1933 (Hanover: University Press of New England, 1990), pp. 183 ff.; John J. Haag, Othmar Spann and the Politics of “Totality”: Corporatism in Theory and Practice (Ph.D. Thesis, Rice University, 1969), pp. 24-26, 78, 111.; Alexander Jacob’s introduction and “Part I: The Intellectual Foundations of Politics” in Edgar Julius Jung, The Rule of the Inferiour, Vol. 1 (Lewiston, New York: Edwin Mellon Press, 1995).

[12] For a brief introduction to Freyer’s philosophy, see Lucian Tudor, “Hans Freyer: The Quest for Collective Meaning,” Counter-Currents Publishing, 22 February 2013, <http://www.counter-currents.com/2013/02/hans-freyer-the-quest-for-collective-meaning/>.

[13] See Jerry Z. Muller, The Other God That Failed: Hans Freyer and the Deradicalization of German Conservatism (Princeton: Princeton University Press, 1987), pp. 78-79, 120-121.

[14] Ibid., p. 335.

[15] Ibid., p. 79.

[16] See Julius Evola, The Path of Cinnabar (London: Integral Tradition Publishing, 2009), pp. 203-204.

[17] See H.T. Hansen, “Julius Evola’s Political Endeavors,” in Julius Evola, Men Among the Ruins: Postwar Reflections of a Radical Traditionalist (Rochester: Inner Traditions, 2002), pp. 15-17.

[18] Evola, Path of Cinnabar, p. 204.

[19] Robert Steuckers, “Evola & Spengler”, Counter-Currents Publishing, 20 September 2010, <http://www.counter-currents.com/2010/09/evola-spengler/> .

[20] Ibid.

[21] In a description that applies as much to the New Right as to the Eurasianists, Alexander Dugin wrote of a vision in which “the formal opposition between tradition and modernity is removed… the realities superseded by the period of Enlightenment obtain a legitimate place – these are religion, ethnos, empire, cult, legend, etc. In the same time, a technological breakthrough, economical development, social fairness, labour liberation, etc. are taken from the Modern” (See Alexander Dugin, “Multipolarism as an Open Project,” Journal of Eurasian Affairs Vol. 1, No. 1 (September 2013), pp. 12-13).

[22] Alain de Benoist, “Oswald Spengler,” Elementos: Revista de Metapolítica para una Civilización Europea No. 10 (15 April 2011), p. 13.<http://issuu.com/sebastianjlorenz/docs/elementos_n__10>.

[23] Pierre Krebs, Fighting for the Essence (London: Arktos, 2012), p. 34.

[24] Sebastian J. Lorenz, “El Decadentismo Occidental, desde la Konservative Revolution a la Nouvelle Droite,”Elementos No. 10, p. 5.

mardi, 11 novembre 2014

Baudrillard in New York

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Baudrillard in New York

Niet voor gevoelige lezers

Marc Vanfraechem

Ex: http://www.doorbraak.be

Wordt een bepaald soort feminisme niet langzamerhand onverdraaglijk?

Wellicht lezer, hebt u ook die wandeling door New York gezien, de remake van de wandeling door Brussel een tijd geleden: 'Femme de la rue'. De oogst na tien uur flink stappen leek me mager.

Dan was de pastiche met die kerel die ook tien uur had gestapt veel beter, zij het soms op het grove af. Zo moest de brave man zich van omstaanders laten welgevallen dat hij eruitzag als iemand die wel een Starbuckskoffie zou lusten.

Het is nu wachten op wandelingen door nog andere steden, en dan kunnen er doctorale proefschriften geschreven worden.

Iemand die al veel vroeger door New York en andere Amerikaanse steden stapte, was Jean Baudrillard, en onder meer in 'Amérique' (Grasset et Fasquelle, 1986) en 'Cool Memories' (Éditions Galilée, 1987) deed hij daar verslag van.

Sommigen vonden Baudrillard slecht verteerbaar. Bijvoorbeeld Leo Apostel sprak in zijn laatste boek (Gebroken Orde. De vergeten toekomst van de filosofie, 1992) over 'intellectueel terrorisme' dat helaas 'gezag van spreken had verworven'. Dat oordeel betrof, dient gezegd, niet de twee boeken die ik net noemde, wel zijn filosofische geschriften.

Maar ik vind Baudrillard grappig, en achteraf gezien soms zelfs visionair.

In die Amerikaanse steden viel zijn scherpe oog op fenomenen die wij toen nauwelijks kenden, onder meer 'joggers':

«Les primitifs désespérés se suicidaient en nageant au large jusqu’au bout de leurs forces, le jogger se suicide en faisant des aller et retour sur le rivage. Ses yeux sont hagards, la salive lui coule de la bouche, ne l’arrêtez pas, il vous frapperait, ou il continuerait de danser devant vous comme un possédé.

La seule détresse comparable est celle de l’homme qui mange seul debout en pleine ville.»

[Wanhopige primitieven pleegden zelfmoord door in open zee weg te zwemmen tot hun krachten ten einde liepen, de jogger pleegt zelfmoord door op de oever heen en weer te lopen. Zijn ogen staan wild, het speeksel loopt hem uit de mond, hou hem niet staande want hij zou u slaan, of voor u blijven dansen als een bezetene.

De enige vergelijkbare wanhoop, is die van de man die in volle stad alleen en al rechtstaande eet.]

En Baudrillard merkte er ook de aanzet tot een soort feminisme dat wij vandaag overal zien, en dat hij als overgevoelig beschrijft:

«Un clin d’œil, un geste, une mise en scène — tout est viol puisque tout est signe. Le moindre signe est une prémisse de détournement. Tel est aussi l’imaginaire féministe: pas de différence entre viol et séduction, toute avance de l’autre est une promiscuité inacceptable.»

[Een knipoog, een gebaar, een toneeltje – alles is verkrachting want alles is een teken. [Van huis uit is Baudrillard germanist en vertaler, en hier denkt hij misschien aan Hegel: Das Symbol ist der Mord am Ding.] Het minste teken is een aanzet tot verdraaiing/ontvoering/verwringing. Zo werkt de feministische verbeelding ook: geen onderscheid tussen verkrachting en verleiding, elke avance van de ander is een onaanvaardbare promiscuïteit.]

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Hacia una Comunidad Orgánica de la mano de Ortega y Gasset

Hacia una Comunidad Orgánica de la mano de Ortega y Gasset.

Carlos Javier Blanco Martín

Doctor en Filosofía.

cblancomartin@yahoo.es

Ex: http://www.revistalarazonhistorica.com

 

jose-ortega-y-gasset-3.jpgResumen:

En este trabajo, de la mano de Ortega y Gasset, intentamos encontrar fórmulas que permitan sacar a España y a Europa de su marasmo. Fórmulas ya presentadas por el filósofo hace un siglo, aproximadamente, y que siguen siendo válidas en lo fundamental. Creemos que un pensamiento de tipo absolutista –absolutismo del individuo y absolutismo del Estado- es la raíz de tanto fracaso. En medio de estos dos absolutismos, Ortega defendió la vigorización de estructuras o entidades intermedias que hagan posible, en todos los órdenes (territorial, social, productivo), una Comunidad Orgánica u organizada.

Summary:

In this paper, by means of Ortega y Gasset, we try to find schemas to get Spain and Europe from its chaos. Schemas already presented by the philosopher a century ago, and which remain valid in principle. We believe that a type absolutist thought (absolutism of the individual and absolutism of the state) is the root of so much failure. In between these two absolutes, Ortega defended the invigoration of structures or intermediate entities in order to do, at all level (regional, social, and productive), an organic community or organized society.

1. Pueblo, territorio, comunidad y Estado.

Vivimos en tiempos de disolución. Especialmente sucede esto en el Reino de España. Este es un Reino de Europa arrinconado en un extremo del occidente del viejo continente, pero también abierto de puertas en un cruce de caminos, donde se acercan tanto el aroma de África como la juventud de América, y hasta aquí llegan todos los vientos, a las viejas orillas ibéricas, a las costas de la decadencia y el marasmo. Los filósofos del pesimismo nunca gozan de buena prensa (Schopenhauer, Spengler), pero nos enfrontan con una cruda realidad. En España, en unas condiciones que no resultan muy distintas a las de hace un siglo, se alzó una voz que no se hundió en ninguna clase de pesimismo ni de resignación, antes bien, propuso reformas y más que reformas, propuso revitalizar el Estado y el cuerpo de la nación. La voz de José Ortega y Gasset.

El Reino de España, hoy como entonces, sigue prisionero del caciquismo. El provincianismo denunciado en La Redención de las Provincias[1], no es hoy tan distinto del de entonces. La actual configuración del Estado de las Autonomías ha significado la síntesis del “madrileñismo”, en palabras de Ortega, esto es la miope visión del Estado hecha desde la Capital –villa y Corte- y con la configuración social específica de sus élites, por una parte, y el “provincianismo” más rústico y rastrero por parte de unos caciques de ciudad provincial y de villorrio, de la otra. En esta usurpación del Poder público a cargo de unos y otros, el Legislativo jamás acierta a planear un plan de reformas que mire por el bien común, a largo plazo y por encima de particularismos y de “ismos” ideológicos. Parece como si el terruño y la ideología nublaran la mente del Legislativo, por no decir nada del Ejecutivo.

En medio del marasmo, las que sufren son las Instituciones sociales propiamente dichas, las más antiguas y carnales, aquellas que preexistían a esta y a toda anterior Constitución, aquellas que tejen y hacen posible la Comunidad Orgánica antes de éste o del anterior Régimen. ¿Qué Instituciones son esas? La familia, la corporación local, las regiones y comarcas históricas, entre otras (no olvidemos las corporaciones productivas). Se trata de Instituciones que hacen la vida humana posible y mejor, en las que anida el individuo siendo cosa mayor y más excelsa que un individuo, porque lo califican como persona.

1.1.  Fundamentalismo individualista.

Es preciso corregir el fundamentalismo individualista, la radicalidad con la que hoy se defiende, generalmente bajo el paraguas de la Declaración de los Derechos Humanos, una idea irracional, esto es, una ideología: la idea de que solamente los individuos son portadores de derechos. El Estado no puede consistir en una maquinaria exenta frente a un cúmulo de individuos átomos. Hay toda una serie de realidades intermedias entre el Estado y la masa de individuos, una red muy tupida que llamamos Sociedad, y en toda sociedad organizada ha de fundarse un Estado igualmente organizado. Esas entidades intermedias hacen la vida civilizada posible, permiten al hombre vivir de manera plenaria.

La ideología de los Derechos Humanos, aventada a todos los rincones del mundo desde 1789, fue resultado de una confluencia: el monoteísmo, el iusnaturalismo, la mentalidad burguesa. A la altura del siglo XX llegó a cristalizar como una especie de “ideología oficial” u obligatoria. La persona individual, que marcadamente se afirmaba en la teología cristiana, en el derecho romano así como en el derecho germano (o “feudal”) ante el dios, el Estado, o la Comunidad, llega a abstraerse por completo, a perder sus cualidades diferenciadoras, a situarse por encima y al margen de aquellos marcos con los que –siglos atrás- debía contrastarse: el individualismo concreto o personalista (en la Cristiandad, en el romanismo, en el germanismo) se convierte, por medio de la Economía burguesa o capitalista, en un individualismo abstracto. Y con la abstracción se cae en la unilateralidad, en la ceguera ante las dimensiones ora trascendentes (lo divino, el destino) ora inmanentes (el ethnos, la nación, el estamento, la comunidad). En términos similares a Ortega se presentó este tipo de crítica –décadas después- en algunos teóricos franceses de la conocida como “Nueva Derecha” (que, por cierto, también podría llamarse “Nueva Izquierda”), así Guillaume Faye y Alain de Benoist:

El absoluto de la humanidad confluye entonces en el absoluto del individuo, de la misma forma que el objetivismo del “iusnaturalismo” (la teoría del “derecho natural”) converge en el subjetivismo individual más desenfrenado: prueba de que los extremos se tocan. La dimensión negada es la dimensión intermedia: la fijación en el seno de una cultura, de un pueblo o de una nación.

Ahora bien, las colectividades intermedias tienen tantos derechos como deberes. El pueblo tiene derechos. La nación tiene derechos. La sociedad y el Estado tienen derechos. Inversamente, el hombre individual tiene también derechos, en tanto que pertenece a una esfera histórica, étnica o cultural determinada –derechos que son indisociables de los valores y de las características propias de esta esfera. Es ésta la razón por la que, en una sociedad orgánica, no hay ninguna contradicción entre los derechos individuales y los derechos colectivos, ni tampoco entre el individuo y el pueblo al que se pertenece”.[2]

1.2. Nación, Trabajo y Regiones.

El programa de José Ortega y Gasset, resumido en un tiempo bajo el lema “Nación y Trabajo” implicaba a todos los ciudadanos de España, unidos por encima de las banderías ideológicas, abrazados en un gran Cuerpo social, pues el Estado español no podía seguir siendo un mero formulismo, una cáscara vacía. Un Estado y una Constitución pensados en términos abstractos, desconocedores de que la gran masa de la población vive desorganizada, no “forma” sociedad, son por sí mismos un error, son ellos mismos una de las causas de los males nacionales. Para Ortega, se hacía preciso formar la Nación, y evitar el carácter doctrinario y abstracto de las leyes y documentos. En tal sentido, propone Ortega una descentralización y una autonomía de las “grandes comarcas” (dicho así bajo la censura) o más bien regiones histórico-naturales. Frente a las 17 autonomías actuales en España (muchas de ellas “cortadas” de forma arbitraria y ahistórica) Ortega propone un número más reducido de las mismas, con sus respectivas asambleas regionales y poder legislativo en asuntos que son de su competencia. Este era un modo de vigorizar el cuerpo de España, y no un federalismo que supondría una segmentación de su Soberanía. El filósofo madrileño no tuvo reparos en criticar el pésimo papel que la Capital había ejercido sobre la historia de España. Madrid había supuesto el lastre de no haber podido nacionalizar la provincia, como de forma inversa sí había hecho París con las provincias francesas. Un Madrid poco ejemplar y miope, compuesto principalmente por las élites que rodeaban la Corte, el gobierno, la burocracia civil, militar y eclesiástica, además de los rentistas y ricos venidos de la provincia, era un Madrid sociológicamente miope, ajeno por completo al gran agro que le rodeaba, una España profunda, la de la provincia, la del villorrio, la del mar inmenso de surcos de arado, que llegaba prácticamente a las puertas del “poblachón manchego”. El madrileño medio arrastraba el vicio de entender que España toda era una extensión de Madrid, y nada más, de ahí el esquema radial y centralista, que es el esquema de organización animal más primitivo de todos, y también sucede así en la política.

¿Significa esto que hay que descentralizar de manera radical, acudiendo al átomo de civilidad administrativa, esto es, el municipio? El municipio es, sin lugar a dudas, una importante institución civil, política, administrativa. Pero en lo político-económico constituye un mínimo absolutamente inoperante, que nada puede hacer si no es en coalición o mancomunidad con todos los demás municipios vecinos que comparten intereses con él, especialmente intereses de índole económica. El proyecto de Maura basado en la descentralización de España, polarizado ésta hacia los ayuntamientos, era visto por Ortega como algo completamente insuficiente. En el filósofo no se observa un romanticismo “tradicionalista” (por cierto muy cultivado por los liberales del XIX, y no solo por los tradicionalistas) que añora las pasadas juntas concejiles, verdadero embrión de la Democracia en el Medievo. Más abajo mostraremos qué es la Razón Histórica en Ortega, que no es precisamente “historicismo” ni simple y llano “tradicionalismo” en el sentido simple de pasto sabroso para los retrógrados.

La provincia tampoco es un cuerpo intermedio operativo, ni eficaz ni deseable para vigorizar España como cuerpo social. Con perfecto conocimiento histórico, Ortega ve que la división provincial sobrevuela la naturaleza histórica y étnica de las comarcas; son como los meridianos, rayas invisibles que han marcado los despachos de políticos doctrinarios en el siglo XIX. No, la descentralización de España, para que las provincias sean redimidas de una Capital impotente, y ella misma “provincializada”, consiste en las autonomías regionales. Pero éstas han de respetar las “vetas” que una España de mármol ya de por sí alberga. Estas vetas son el producto de la Historia, no son, en realidad, “naturales”. Algunas proceden de la gran divisoria entre pueblos prerromanos, son pues, muy antiguas (celtas, iberos y tartesios), pero de mayor enjundia para comprender la diversidad regional (y región, en Ortega, es concepto de marcado contenido étnico, frente a la Nación política, España, como comunidad de destino poliétnica), son las etnicidades desarrolladas durante la Reconquista.

Que las regiones (históricas) se doten de Asambleas con autonomía legislativa y ejecutiva, y que de éstas Asambleas o Cortes surja un número reducido de diputados para el Parlamento de Madrid (noventa o cien representantes), no es, exactamente, el modelo que se dio el Estado Español en 1978. Pero, sin duda, Ortega es un precedente teórico claro del “Estado de las autonomías” si bien el número de estos entes creados en 1978 puede considerarse excesivo y sus componentes y lindes territoriales son, en alto grado, arbitrarios. La confusión -deliberada o no- entre autonomismo y federalismo, y el olvido de las propias demarcaciones tradicionales de “Las Españas”, como era lícito decir en el Antiguo Régimen, antes de 1812, es una confusión que clama al cielo. No obstante, este asunto es demasiado complejo como para tratarlo ahora, mas debe consignarse que en Ortega las Instituciones han de mediar entre los individuos y el Estado, y aquí hemos hablado ya demasiado de Instituciones de carácter territorial y étnico, que el Estado encuentra ante sí, ya dadas, entregadas por la Historia. Pero hay otras.

1.3. Otras Instituciones Mediales.

La familia, además del municipio, además de la comarca natural, la Región histórica o la nacionalidad, los cuerpos profesionales, los “estamentos” (clero, milicia, jueces, docentes), etc. son realidades que también poseen derechos y deberes, que también constituyen sujetos colectivos dignos de consideración filosófica, sociológica y jurídica. Constituyen una suerte de Medio Ecológico  [Umwelt, milieu] donde el individuo se “llena” de contenido en su vida, se dota de sentido, de proyecto. El capitalismo, tendencialmente, reconoce la individualidad pura y exenta, y al margen de ella, sólo el propio Capital en trance de producción y acumulación. Tendencialmente, el Capital tiende a instrumentalizar todas las instituciones sociales, el Estado mismo. El Estado como subordinado al Capital, la Política a las órdenes de la Economía.

Pero para valorar en sus justos términos tales Instituciones se hace precisa, urgente, una Razón Histórica que, al modo orteguiano, haga de ellas equipaje esencial para el presente, para que la sociedad y los Poderes públicos las tomen en cuenta y las protejan, para que las empleen como palancas para toda posible reforma de amplios vuelos, ya se trate de reformas de Estado o cambios de Régimen. Los males de nuestra sociedad se deben explicar- en gran medida- por la supeditación de la familia, el municipio y todo género de corporaciones apolíticas (incluyendo los lazos sociales con un territorio). La manera en la que se manipulan la familia y el ayuntamiento, por ceñirnos a unos ámbitos muy concretos, pues todo ciudadano forma parte de una familia y de un ayuntamiento, no puede calificarse sino de letal. El Legislador –acaso impregnado de un atroz positivismo y progresismo en sus pliegues cerebrales- tiende a creer, desde los ya lejanos tiempos jacobinos, que sus palabras escritas con fuego y sangre pueden alterar realidades extrañas a la Constitución desde la que él, como poder público, impera. Pero el imperium de un legislador, por muy legítimo y democrático que sea su fundamento, nunca puede extenderse hacia atrás, hacia realidades previas y constituyentes de toda Constitución Política. Dicho de otra manera: antes de una Constitución Política hay una Constitución Histórica o, si se quiere, una Tradición. No podemos creer, como Ortega, que un Régimen político pueda ser tan poderoso como para rectificar la Tradición en el sentido de conformación o constitución histórica de una comunidad humana.

2. La razón histórica[3].

El siglo XIX, especialmente el siglo XIX alemán, fue el siglo de la “ciencia histórica”. Toda una manera de trabajar en ciencia, toda una “ciencia del hombre”, germinó con los grandes sabios germanos que supieron ver que la Historia y todas las ciencias aledañas que versan sobre el hombre, el espíritu y la cultura, no podía ser campo provincial de la física. La razón físico-matemática no podía dar cuenta de los sucesos y realizaciones del hombre. El hombre, más allá de ser cuerpo y complejo de relaciones físico-matemáticas era también Historia. Pero si bien aquellos sabios del historicismo comprendieron la insuficiencia de la razón físico-matemática para las ciencias del espíritu y se alzaron en contra del imperialismo epistemológico de la física sobre los continentes de la antropología, ellos no supieron perfilar cuanto habría de ser una verdadera Razón Histórica. En el fondo se sumieron en un positivismo crudo, equivalente en no pocos puntos al positivismo de la ciencia físico-matemática y biológica por entonces triunfante. Los sabios historicistas, refunfuñando contra el positivismo del naturalista, cayeron en uno análogo en su enteca búsqueda en medio de archivos, rastros arqueológicos, reliquias y antigüedades. Estos sabios se rindieron ante la facticidad de un pasado que, como ya sido, no podía ser constituyente del hoy. Como los positivistas de toda laya, lo pasado ya descrito como cosa muerta, inerte, catalogado en el museo y en el archivo, encerrado en su “ya sido”, es un pasado deificado y, sin embargo no vivo, irreal. A este historicismo, nuestro Ortega opone la Razón Histórica. La Razón Histórica exige un trato diverso con el pasado: al pasado no le cabe ser cosificado, porque es real. Está inserto íntegramente en el pasado del hombre.

En el ser humano se da, por esencia, un pasado que siempre lleva a rastras. Nuestro pretérito forma parte de cada instante presente como si se tratara de nuestra espalda y nuestra sombra, pero no porque huyamos de ello al ir hacia un futuro dejamos de acarrearlo. El caminante viaja a su destino no por huir de sus espaldas y de sus sombras. Éstas son más bien sus acompañantes, los socios inevitables de todo peregrino. El pasado nunca es simplemente pasado, es parte integrante de un presente. El pasado es real, paradójicamente, como constitutivo de un presente y en la medida en que es constitutivo de un presente. La memoria es la facultad presente, actuante, que nos enlaza con lo ya sido. La memoria es ese motor retroactivo, pero su eficacia y su resultado solo puede ser proactivo.

Esto que llevamos dicho puede ser válido para el individuo y para los pueblos. La amnesia total de un pueblo o nación solo puede ser parcial, pero en cualquier caso es patológica. Todo cuanto ha sido experiencia histórica de una colectividad se encuentra entreverado en las más profundas entrañas de ésta, y es constitutiva de lo que ella, la colectividad orgánica, hace en este preciso instante. Bien es verdad que la tecnología y los medios de manipulación de masas poseen hoy más poder de extirpación del pasado que nunca, y esto es grave peligro para la conservación de la humanidad. No ya de la humanidad zoológica, que no sabemos si habrá de salir indemne de un conflicto nuclear, pero si la conservación de la humanidad espiritual.

Grande descubrimiento parecía ser, allá a finales del XIX y principios del XX, el descubrimiento del continente vida. Figuras como Dilthey o Bergson dieron ese paso[4], dejando atrás la vida en el sentido positivo-categorial (las “ciencias biológicas” experimentales y naturalistas) y alzando por fin una Ontología del devenir del hombre, la vida que es consciente de serlo, la vida que puede interpretarse a sí misma y no meramente arrastrarse como sustancia ejecutora de sus funciones. Ortega supera también su noción de Razón vital por la de Razón histórica: el verdadero devenir, la verdadera mudanza causal es la de la Historia. Los griegos, y su representante acaso más puro, Parménides, no pudieron arribar a esa Razón histórica. La sustantividad de las cosas y su identidad eran uno y lo mismo para un razonar helénico que condenaba todo cambio al ilógico no-ser. Lo que no es, no es. La marginalidad del enigmático Heráclito no se pudo rescatar, y esto de una forma tremenda, hasta el siglo XIX. Pero los “filósofos de la historia” nunca llegaron a ver la Historia como la Ontología misma, sino como campo presto para ser arado por ajeno labrador, labrado por un deus ex machina. Marx acudió al deus ex machina con su énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas, o Hegel y su Lógica; mucho antes los ilustrados se remontaban a la física, al clima, a la naturaleza. La Historia se explicaba desde la no-historia.

Grande fue la deuda, por cierto, de los historicistas alemanes con la Ilustración. La idea de una Razón narrativa que explicara el devenir de un Pueblo, la historia de su espíritu (Volkgeist) no es alemana en su origen. Procede del siglo XVIII francés, un siglo que de forma tópica se considera antihistórico (inhistórico, como traduce García Morente a Spengler). El concepto de Espíritu del Pueblo, ese devenir de cada nación que habría que estudiar, es idea que parte de Voltaire y de Montesquieu, y de ahí llega a los románticos, a Fichte, a Hegel. Después de una especie de “borrachera” idealista y romántica, los historicistas de la segunda mitad del XIX, según nos cuenta Ortega, hicieron degenerar su nuevo continente, y lo redujeron a un cúmulo de mera facticidad, de acumulación de viejos trastos de anticuario y a datos registrados de forma cosificada en un archivo. La curiosidad del “historicista” se rebajó a coleccionismo, a trato de ropavejero para con una mercancía prácticamente inservible a no ser que, como a veces ocurre, la utilidad se reduzca a alimento con el que nutrir la nostalgia. Puede que, en ocasiones la melancolía posea “utilidad”.

La Razón histórica de Ortega, muy por el contrario, interpreta las secuencias narrativas como constitituvas del presente y como orientadoras del porvenir. El hombre, en el ámbito personal tanto como en el colectivo lleva el pretérito y lo actualiza. El hombre, dice Ortega, no posee naturaleza sino que solo es historia. Durante tres siglos, Occidente ha vivido en la ceguera más absoluta, en la unilateralidad de una visión mecánica del mundo, que la química, la electrónica, la biología, etc. han ido sofisticando mas no modificando en lo fundamental. Pretender ver la realidad (histórica) que es lo humano a partir de las categorías del determinismo más o menos corregido de la física-matemática es un desiderátum que ha despistado la comprensión del hombre, como ser histórico, como ser que no es sino devenir y estructura histórica. Y no se piense que abogar por una Razón narrativa o histórica supone renunciar a la estructura, a la causa, al sistema. Ortega defiende que estas instancias cobran toda su plenitud, su fuerza conceptual para alzar un sistema en la Razón histórica, antes que en la razón físico-matemática, siempre tendente a la fragmentación, a la inconmensurabilidad en sus construcciones y hallazgos.

3. Europa mutila su Historia: neobarbarie.

Y he aquí a la vieja Europa, hija de Grecia, hija también de la voluntad fáustica germánica, recostada sobre sus cenizas, bajo una lluvia que no es la lluvia nuclear, pero que es como bombardeo de consumismo y tecnificación, Europa la vieja se ve inmersa en un ambiente de barbarie que ella misma ha potenciado y creado con su unilateralidad tecnológica. Esa Europa, según leemos en La Rebelión de las Masas,[5] no se salvará mientras no florezca en ella una “nueva filosofía”. Una filosofía que será salvadora no por lo que ésta tenga de nueva sino de verdadera.

Vivimos desde las Guerras Mundiales en una era de impostores, en una era de derrota de la misma Europa como idea, como proyecto. Se trata de una verdadera crisis de fe. Se ha perdido la fe: la fe en los dioses es una de las formas en que podemos entender la piedad. El europeo ya no es piadoso y no solo porque siente que los dioses le han abandonado. Clavado a su propia cruz, la cruz de sentirse un “salvador” fracasado que, en su colonización y redención de todas las razas, ahora ve que las ha esclavizado y les ha sembrado resentimiento y también ve que éstas llaman a la puerta de su casa a pedirle cuentas. El europeo está clavado, decimos, a los propios maderos sobre los levantó una sociedad industrial mundial: el europeo ya no es piadoso ni siquiera para con los fundamentos de su mundo creado: la ciencia. La ciencia como tal no deja de ser pensamiento y fundamento, pero en la degeneración ahora vigente, la ciencia es solo recetario para la variación infinita de fruslerías (vide: Baudrillard [6]), hasta el punto que parece como que todo cuanto es fundamental en la civilización tecnológica ya está inventado y tan solo queda imponer y programar obsolescencias, sofisticaciones, bizarras combinaciones, etc.

La civilización tecnológica, de consumo de masas, y de imperio de masas insolentes es la antítesis misma de una civilización filosófica, como lo fue en otros tiempos.

¿Cuánto tiempo durará este sistema insostenible? La única civilización con conciencia histórica, la única que puede ejercer la Razón Histórica para no cosificarse, para construir narraciones rigurosas sobre sí misma y sobre la demás, está a punto de descender a un fondo irrecuperable de barbarie. El bárbaro ascendente es capaz de elevarse en espiritualidad y cultura: ese bárbaro celtogermánico en ascenso por la ayuda Roma, Grecia, la Cristiandad, llegó a ser el europeo. Pero el neobárbaro, el descendido, el envilecido por su propia unilateralidad y por su contacto acrítico con el resto de las culturas, es de muy difícil recuperación. En realidad se trata de una aculturación, de una preparación para su futura esclavitud ante “potencias emergentes”.

El individuo consumista, sin arraigo, la familia “funcional” basada en la pura conveniencia, la banalización de la vida, de la crianza, del lazo esencial con la familia y con la Comunidad orgánica, todo este cúmulo de nuevos hechos y procesos supone la neobarbarie de Europa: la bajada general de nivel, la falta de autoexigencia, el olvido y el rechazo de la Historia.

Nos preguntamos por algo fundamental que, precisamente las ideologías caducas niegan: ¿ya no hay patrias, ya no hay dioses? Al liberal, este género de preguntas le exaspera. Y al socialista, no menos: la cuestión le resulta impertinente y sumamente irritante. Como individuos anclados mentalmente en el siglo XIX, liberales y socialistas sostienen que esos dos principios fundantes de la vida humana, la Patria y el Dios, han de quedar desterrados de todo proyecto, de cualquier adhesión. El fantasma del siglo XIX se pasea por los corredores que llevan directamente al XXI con su inquina acartonada a cuanto ve como vieja superstición. ¡Qué vieja parece ya esa inquina contra la “vieja superstición”! Pero ese fantasma de otra época es, él mismo, una proyección: el fantasma ilustrado es el objeto de su propia superstición, él, el fantasma doctrinario que – dotado del andamiaje de la economía política- quería hacer de Europa y del Mundo un gran Mercado –en versión liberal- o una Gran Comunidad de Productores asociados, en versión socialista o comunista.

El Estado liberal y el Estado socialista –llevando al extremo sus presupuestos- no se asientan sobre Patrias, no necesita reconocer naciones ni cosa alguna que trascienda al Estado mismo. No reconoce esos fines que le trascienden -lo divino, el sino colectivo, la salvación, etc.- y como objetos que le trascienden deben ser fagocitados en el consumo privado de la conciencia, o desterrados por completo. El liberalismo y el socialismo son ideologías, esto es, pura inmanencia de la máquina política.

Realmente, como ideologías, el liberalismo y el socialismo, comprendiendo en su seno las más diversas variedades a la carta, ponen en la cumbre de sus aspiraciones una Humanidad abstracta, que no es más que la proyección del individualismo burgués que comparten. Son ideologías procedentes de la mentalidad burguesa que comienza en el Renacimiento y alcanza su apoteosis totalitaria en el siglo XIX. El individuo aislado de la familia, la tribu, el clan, la patria, la profesión, la comunidad es, como tal, una abstracción, pero si en un paso más de formalismo abstracto le retiramos a ese individuo su rostro, su piel, su sexo, su edad, su lengua, su fe… tenemos la Humanidad, una suerte de superhombre vacío, sin cuerpo, un ente por el que habría que sacrificarlo todo. El liberalismo, que partió de un Estado natural y entiende el Estado civil como mero instrumento y mal menor ante un mercado autorregulado de manera utópica. El socialismo, que arrancó del Estado de naturaleza que supone, en resumida cuenta, la lucha de clases bajo la anarquía capitalista, y restaurará –de manera utópica, una sociedad internacional de productores asociados… Dos grandes columnas ideológicas de nuestro tiempo que comparten su enfoque negador, en última instancia, e instrumentalizador, en primera moción, de la Patria. “El dinero no huele”, afirma el liberal, pues en efecto no tiene patria. Y el “Proletario no tiene patria”, afirma el internacionalista de izquierdas, de raíz marxista. Como escribe De Benoist:

Liberalismo y socialismo tienden a la desaparición de las identidades colectivas intermedias entre el individuo y la humanidad. Provocan tanto la una como la otra el desmoronamiento de la noción de patria. Por ello, contribuyen en mayor medida que otras ideologías a borrar la distinción entre la guerra exterior y la guerra civil: si ya no hay más que pueblos, sino únicamente la “humanidad”, todas las formas de enfrentamiento dependen de la guerra civil”. [7]

4. Europa: la Nación

Queremos ir de la mano de José Ortega y Gasset durante unos minutos, seguirle durante unos párrafos que, a tenor de los acontecimientos europeos que nos agitan desde –poco más o menos 2007, pero quizá desde 1945. El “europeísmo” de José Ortega es de una índole muy peculiar y el “-ismo” que colocamos al final de la raíz, contradice su filosofía. Otro tanto hay que decir respecto a su filosofía de la Nación. Es Ortega un filósofo nacional, y sonroja calificarle de “nacionalista” pues fue explícito en su condena de los “-ismos”, esto es, de las polarizaciones que se practican, desde mentes obtusas y parcialmente ciegas, de determinadas ideas. Es grave peligro para el filósofo, para el intelectual riguroso, derivar desde las ideas hasta las ideologías. Por ello, hay en la filosofía de Ortega un compromiso y una comprensión de lo nacional, más que un nacionalismo, y esto mismo queremos exponer.

Hay una breve obra orteguiana, su “Meditación de Europa”, que juntamente con otros escritos menores, anda perdida entre su ingente producción[8], y que me provoca inquietud y anhelo, y poco más se puede exigir a unas páginas filosóficas: que provoquen inquietud y anhelo, esto es, que sirvan de aguijón socrático al lector. Proceden de una conferencia dada ante alemanes, unos alemanes que, al decir del propio Ortega, aceptaban en la posguerra su derrota y concienzuda y tranquilamente (esa tranquilidad teutónica que le falta al latino) se componían para rehacer su nación tras el desastre  de 1939-1945.

Me parece que aquellos alemanes derrotados, pero tenaces reconstructores de su nación, recibían con calidez y anhelo las reflexiones de Ortega, pues sobre naciones y nacionalismos, el madrileño pensador tenía mucho que decirles. De manera especial, como filósofo de la Cultura, como pensador de la Nación y la Ultra-nación que es Europa, Ortega llega –junto con Spengler- a las cimas del intelecto del siglo XX. Estos dos hombres, uno español y otro alemán, fueron (no será casualidad, acaso) los mejores pensadores de Europa y sobre Europa. La razón quizá estriba en su distancia explícita con respecto de las ideologías anti-nacionales por excelencia: la liberal y la socialista. Estas dos ideologías, que cegaron al hombre de occidente por espacio de dos siglos, si son contempladas como “productos” culturales y mentales, no dejan de ser obras europeas aunque sus fines se proyecten sobre un cielo soñado, el del fin de la Historia (que es como decir, el fin de Europa). Un Estado de Naturaleza donde productores, particulares o colectivizados (ahí sería de donde Locke y Marx surgen de una misma cuna) habría de significar, para las dos ideologías, el fin de la Historia y el trascender de toda vida nacional. Toda la Historia de las sociedades políticas sería la Historia de un Retorno a la Naturaleza. El Gran Mercado, la Gran Comunidad productora… pero la Nación, sobre los raíles de la economía política, ha de desaparecer. El capitalismo y el comunismo guardan, como axiomas, la muerte de la Nación. Esta ideologías nada más quieren noticias sobe los Estados, como unidades positivas, facticias, como entidades que a la postre fenecerán a favor de un ideal cosmopolita.

Pero la razón histórica, nos dice Ortega, nos disuelve constantemente la ilusión de esos Estados positivos, de ese conjunto de “naciones-estado” supuestamente canónicas en que se habría de componer una Europa sin centro, una Europa mosaico. El espejismo de la Modernidad ha de desaparecer. La razón histórica nos impone una visión de profundidad, en relieve, frente a la razón abstracta, “moderna”, burguesa. Hay profundidad, hay una vis a tergo, unas constantes ocultas que no por ocultas dejan de actuar y de determinar una esencia. Para mostrar esto, nada mejor que observar a nuestros más directos predecesores: el hombre antiguo, grecorromano, y el hombre gótico, medieval. En algún sentido razonable, ellos ya no son nosotros, pero también cabe decir con sensatez que ellos “ya eran” nosotros y que hay una precedencia: de ellos procede el hombre europeo occidental y a ellos se les debe mucho de cuanto nosotros somos.

5. Precedentes del Hombre Europeo.

5.1.El hombre antiguo.

Veamos al griego, principalmente. Dice Ortega que hay una espalda y una vista al frente en este tipo de hombre. A su espalda, el helenismo: lo más parecido a nuestra nación, el ethnos (pero embrionario e inconsciente, “inercial”, dice Ortega). Todo griego llevaba a sus espaldas esa condición, esa comunidad de raza, idioma, mito, rito, esa comunidad de usos, que es como orteguianamente podemos denominar sociedad o cultura. Pero, llevándolo consigo de manera inercial (inerte, sin vis movilizadora), el griego antiguo apenas lo veía, salía de su consciencia, apenas lo veía con el rabillo de los ojos ante situaciones como la amenaza persa, o los Juegos panhelénicos. Frente a sí, el hombre antiguo no veía más que su Polis: la asociación formal de ciudadanos, el “programa” de una vida en común acorde con el nomos. El hombre griego es un ser de realidad dúplice: hacia atrás, es un heleno, aunque no existe todavía una nación helénica, si existe un fondo común del que procedían jonios, dorios, etc. Y delante ¿qué veía el griego? Veía el presente, a lo sumo un futuro a corto plazo; la Polis, esa asociación, que no sociedad. Todavía hoy, el liberal y el socialista, el jacobino, todo formalista de la cultura urbana forman estirpes de hombres educados para comprender un nomos de la asociación política, contractual. Todo lo politizan, todo en ellos es “asunto de Estado” y se sienten incapacidades de comprender lo que trasciende ese nomos, este marco legalista del estado. La comunidad orgánica originaria, las lenguas maternas, los usos no escritos, cuanto hay de vida y de historia milenaria como fundamento del derecho consuetudinario… todo eso no lo ven. El hombre griego, y también el romano en cuanto que su Imperium era, en el fondo, la enorme hinchazón de una Polis, se parece al hombre de nuestro tiempo y de nuestro occidente cuando razona y legisla bajo unos legalismos y unos cauces que son, en el fondo, los que todavía manoseamos hoy como legado suyo. Por eso todo escolasticismo y todo esquema formalista y verbal de comprensión de la asociación, que no la vida social, nos resulta tan familiar.

Pero he aquí que entre el antiguo y el europeo se encuentra el hombre gótico. De él procedemos también nosotros, y en él hay una duplicidad.

5.2. El hombre gótico.[9]

El hombre de la Edad Media, según decía Oswald Spengler, aparece en los espesos bosques, en la Centroeuropa habitada por esa miríada de pueblos celtogermánicos que ya se encontraban más o menos cristianizados allá por el año 1.000. No obstante, el tiempo y el lugar donde aconteció ese nacimiento yo lo desplazaría un tanto atrás. En la periferia norteña de una Hispania goda y romana recién invadida por tropas africanas, bereberes comandados por los árabes, y con no pocos colaboracionistas godos y judíos, fue donde los pueblos cantábricos (astures y cántabros) se levantan en armas contra tan magnífica fuerza, y acogiendo en su seno a unos refugiados godos irredentos, alzan un parapeto ante el vendaval orientalizador. El espíritu de la “Reconquista”, cuyo recuerdo quiere enterrarse hoy por bajo de tantas necedades sobre la “alianza de civilizaciones” supuso, factualmente, no la restauración de la Monarquía de Toledo sino el alzamiento de una nueva nación y un baluarte entre África y Europa. El Islam, como enemigo, como alteridad, hizo al Hombre Gótico: le hizo consciente de su especificidad, de su contextura distinta de la del Hombre antiguo y del oriental. El Islam fue detenido por los astures y los cántabros (acaso dos denominaciones para un mismo ethnos), y sólo después por los francos. Todo pueblo y toda nación debe cobrar conciencia de sí chocando con otros pueblos, y el choque más habitual es con las armas.

Pues bien, Ortega nos explica que el Hombre Gótico, de quien Spengler hace también repetidas referencias, vive como en dos estratos. Es la suya una existencia doble. Por un lado, en su bárbaro existir, los pueblos germánicos comparten el fondo común de sus instituciones, dioses, lenguas. En tiempos muy remotos, celtas, germanos, latinos, helenos, eslavos, compartían un mismo fondo. Sus asentamientos geográficos, sus adaptaciones ecológicas divergentes, sus respectivas experiencias particulares, el contorno de sus vecinos, los diversos influjos recibidos… todo esto puede explicar la posterior diferenciación.

En el caso que más nos concierne, la historia de la civilización de Europa, y más cerca, de la Península Ibérica, nos situamos en la presencia y aun convergencia étnica, en el más preciso sentido, de pueblos de tronco común, y esa copresencia nos permite entrever el nacimiento del Hombre Gótico. El Reino de Asturias como creación originaria, celtogermánica, puede interpretarse como resultado de la lucha entre dos almas, entendiendo por alma una entidad colectiva al estilo spengleriano: el alma del hispanogodo asentado en el Mediterráneo, en la urbe de la romanidad tardía, es ya un alma cansada. Su espiritualidad “cueviforme”, “mágica”, ya consistía en formarse como esponja en medio de rígidas pseudomorfosis, dispuesta a acoger a un Islam pujante: el brío guerrero y el ardor juvenil de la nueva raza invasora (brío de una fe deficiente, por lo bárbara y reciente) lo aportó el contingente árabe y berebere que penetró la Península. La vieja cultura (superior infinitamente, pero cansada) hispanogoda, espiritualmente árabe desde hacía tiempo, cambió de amos en el sur y en el Levante. Pero el tercio norte peninsular, también “romanizado” en un plano supremo conoció como un “despertar” de sus instintos indoeuropeos más profundos. Fueron las montañas astures una verdadera matriz de pueblos, y allí confluyeron una serie de etnicidades que el fuego de Roma había eclipsado de manera momentánea. El hombre Gótico resultante de la revuelta astur, es ya idéntico en todo, desde Finisterre hasta el Báltico, desde el Duero como orilla recuperada, hasta Escandinavia. No tanto la comunidad de sangre, hecho innegable pero puramente físico, como el rasgo fundamental de su alma les une a todos: un afán infinito de conquista. La fiereza de las cabalgadas de los grandes reyes astures (Alfonso I, II y III, Ramiro I) que, tras Pelayo, fundaron un Estado en dos “pisos” según la concepción orteguiana, es acaso comparable a otras gestas puramente fáusticas: las conquistas vikingas, las cruzadas, las órdenes teutónicas, la conquista de América.

Y el alma que, como realidad enteramente nueva, que se alzaba en dos planos ¿cómo era?

Claramente la lejana y al tiempo actual presencia de Roma era parte constitutiva. En una Edad Media que a nadie se le oculta como edad de hierro y de fiera crudeza, un alma de guerrero y de santo, y también de abnegado campesino que, a veces, no dejaba de ser guerrero para poderse defender del ataque mahometano o normando, era también un alma que aspiraba –al menos en una elite significativa- a aquel mundo supremo que en su subconsciente representaba Roma y su Imperium. La sencilla corte de Cangas de Onís, como después la de Oviedo, la de León o, en entre los francos, la de Aquisgrán, no dejaba de tener presente el fondo común, eclipsado pero no desaparecido, de una romanidad siempre deseada y respetada, una especie de cielo sito en el pasado. Ortega acierta a describir al Hombre Gótico: no es un bárbaro domesticado apenas de manera parcial por un romanismo perdido, decadente. Antes al contrario, el Hombre Gótico es un tipo de hombre nuevo, una mutación que no se reconoce ni se asimila al romano o al bárbaro que invadió los dominios latinos a partir del siglo V. Es la mixtura anímica de lo romano y lo germano la que dará lugar a ese “enjambre” étnico que en el Medievo florecerá como Cultura Europea.

Los siglos transcurridos a partir de aquella Cultura del Medievo, la cultura fresca germanolatina que después conoceremos como Cultura Europea, nos han ido introduciendo en diversos bancos de niebla, en espesos cortinajes de humo y en vapores de toxicidad varia, y ahora el cerebro y los ojos del europeo se ven muy dañados, no ejercen sus funciones de manera correcta. El propio esquema Edad antigua-Edad media-Edad moderna, que con energía desafiara Oswald Spengler en La Decadencia de Occidente, es una de las causas de nuestra ceguera histórica. En la Edad media se gestaron algunas de las grandes cosas que el hombre de Occidente ha logrado, en franca ventaja respecto al de Oriente. La consideración amigable y el respeto admirado e igualitario hacia la mujer fue fruto del espíritu caballeresco. Todo “romanticismo” nace de aquí, y no ya sólo como regusto literario, como actitud estética: el romanticismo como aplicación del “amor” a la compañera. El bárbaro sólo conoce ayuntamiento carnal o matrimonio “político”. El caballero cristiano ama a la compañera. Junto con el amor, en el sentido elevado y “caballeresco”, la cristiandad medieval nos legó la Propiedad. En este sentido hay que reconocer que la línea de los pensadores románticos y conservadores (Burke, Müller) fue la que pudo comprender, verdaderamente, los valores de la Edad Media. Todo lo contrario del cosmopolitismo ilustrado y revolucionario. La Tierra, nunca una mercancía, es a título individual, familiar y societario un punto de encuentro entre contemporáneos y coterráneos (Adam Müller)[10], no puede ser nunca una mercancía. En la Tierra se vuelca el trabajo del hombre, es consustancial con el hombre como persona. El Medievo nos libró de la cosificación de la tierra, cosificación a la que ahora, bajo el dictado del capitalismo más aberrante, estamos regresando. Muchos otros logros en el orden del Derecho (personal y corporativo) nos llegan desde aquellos siglos, supuestamente “oscuros”: toda una red de defensas ante el poder omnímodo del Estado, la existencia de una doble concepción del poder y la autoridad: democrático y participativo en la base local y corporativa de la pirámide social, jerarquizado y concentrado en la cúspide de las grandes decisiones globales.

6. Restauración de la Comunidad Orgánica. La Razón Histórica mira hacia el futuro.

Pero no es esta ocasión para una defensa de la Edad media, empresa por lo demás impopular y estéril a un mismo tiempo. Estéril porque todo momento pasado, ya ha pasado, como con claridad de Perogrullo nos recuerda Ortega. La Historia es siempre un torrente hacia delante, siempre es avance contínuo hacia lo por-venir. Trazar épocas (epoché, “corte”) en nuestra retrospección es ya hacer ensayo interpretativo, es hermenéutica que sólo pude servirnos para la orientación en el presente y para dar luz en lo que está por-venir. Pero, además de hacer cortes que orienten adecuadamente y nos hagan escrutar el sino, al filósofo (o al historiador “analítico”, como dice Ortega) le conviene “destripar” los hechos fundamentales, allende la hojarasca de los detalles y las anécdotas, someter a disección anatómica la época, el corte seleccionado. Y bien, de la historia analítica de Europa podría sacarse la conclusión meridiana siguiente: a la llegada de la Revolución de 1789, en plena crisis de “crecimiento” de la Cultura Europea, se inicia desde la cumbre de sus logros (la idea de un “Derecho Natural” de la persona, la Razón, el Progreso, la Igualdad, la Libertad Civil…) un descenso, que es un descenso histórico o declive. La Decadencia (Untergang) de que nos habló Spengler es, en Ortega, más bien, declive de la conciencia histórica del hombre europeo, neobarbarie de las masas.

Los sistemas educativos aberrantes, verdaderas incubadoras de indolentes y consumidores bárbaros, no hacen otra cosa que fetalizar (persistencia de caracteres juveniles propios de una etapa salvaje), o incluso reducir a la vida vegetativa a adolescentes y adultos (en el sentido biológico) que, en otras épocas, ya se habrían incorporado plenamente a la vida plena (la milicia, el trabajo, la aventura). Ni siquiera se trata de una infantilización: el niño es creador de mundos fantásticos, el niño es juego y apertura a la vida (el niño es plenariamente humano a su edad: es Humanidad misma). Hay que hablar de fetalización, de sustitución de los vientres maternos por engranajes estatalistas que “tutelan” a individuos que ya no son niños y no quieren ser, tampoco, hombres ni mujeres. En España, las tropelías de la famosa L.O.G.S.E. (1991) esa ley educativa que consagró la bajada definitiva (como todo cuanto podemos llamar “definitivo” en Historia, esto es, a escala de siglos) del nivel de exigencia a que un pueblo se somete a sí mismo. Las sucesivas leyes de educación no han rectificado ni paliado los efectos desastrosos que sobre el intelecto de las masas ésta L.O.G.S.E. ha provocado. La transferencia de responsabilidad en la crianza, la tutela, la supervisión y –en definitiva- la Educación que las familias degradadas de nuestros días han realizado en beneficio de la acción del Estado, ha sido devuelta con un Estado intervencionista pero abstracto, ideologizador (la Asignatura de “Educación para la Ciudadanía” y la merma progresiva de contenidos filosóficos en la Enseñanza Media es prueba de ello), y sumamente ineficaz en la realización de sus propósitos. Hay que darle al César lo que es del Cesar, pero hay que impedir que su Imperium se extienda a las Instituciones y ámbitos intermedios entre el individuo y el aparato estatal. En este contexto, una relectura de la obra de José Ortega y Gasset no puede ser más inspiradora para relanzar un proyecto ambicioso de contención de le Decadencia, un proyecto que socialice a los pueblos, un afán de restaurar

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Servitude volontaire et Barbarie douce

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Servitude volontaire et Barbarie douce

Avant propos

Parce que tout a déjà été dit et bien souvent mieux que nous ne puissions jamais le faire, nous préférons parfois le corpus de texte. Si nous avons noté dans nos trois précédents billets les déterminants du totalitarisme intégral, nous avons surtout brossé un portrait large de sa constitution pluricéphale, en espérant ne pas avoir perdu le lecteur dans un dédale de digressions. Nous voudrions ici nous concentrer sur l’individu et son rapport à la société dont il a bon gré mal gré, construit les bases et consenti les destructions. En effet, celle-ci s’attaque en priorité à l’âme humaine, en corrompt les traits, lui laissant le soin de s’humilier individuellement et collectivement. C’est un fait, le système se nourrit des divagations de l’individu, il se répand idéologiquement comme un virus, une anomalie virtualisante, conceptualisante et déshumanisante.

Nous nous sommes donc intéressés au caractère « barbare » du totalitarisme intégral, ce terme s’appréhende comme une action cruelle et étrangère envers un corps précis ; ce corps, c’est le caractère normal d’une nation, tout ce qui est humain, civilisé et donc traditionnel. C’est cette oppression douce qui nous captive, telle que définie par Tocqueville ou La Boétie, elle est toute issue d’une servitude volontaire, laissant la main à un système monolithique. Celui-ci, n’ayant vraisemblablement prévu le mode de contrôle dont il se ferait plus tard geôlier, l’a cependant renforcé et expérimenté deux siècles durant. Sans entrer dans des considérations trop philosophiques et imperméables, nous poursuivrons ici par la plume élégante de quelques visionnaires le dénouement de la « machine à gouverner ».

Dans le passage qui suit, Toqueville brosse les traits de l’oppression douce et de l’ambiguïté de l’homme vivant en « démocratie représentative ». Sa clairvoyance fait s’enchainer des phrases plus parlantes les unes que les autres, jusqu’à saisir l’effroyable réalité actuelle, c’est-à-dire le passage méticuleux à la tyrannie pressentie par Platon, l’« omnium contrat omnes », soit la tyrannie de tous contre tous. Nous y voyons également une prédisposition propre à l’homme du Kali yuga, de s’accoutumer d’une tutelle modelant un monde monotone et accablant.

« Après avoir pris ainsi tour à tour dans ses puissantes mains chaque individu, et l’avoir pétri à sa guise, le souverain étend ses bras sur la société tout entière ; il en couvre la surface d’un réseau de petites règles compliquées, minutieuses et uniformes, à travers lesquelles les esprits les plus originaux et les âmes les plus vigoureuses ne sauraient se faire jour pour dépasser la foule ; il ne brise pas les volontés, mais il les amollit, les plie et les dirige ; il force rarement d’agir, mais il s’oppose sans cesse à ce qu’on agisse ; il ne détruit point, il empêche de naître ; il ne tyrannise point, il gêne, il comprime, il énerve, il éteint, il hébète, et il réduit enfin chaque nation à n’être plus qu’un troupeau d’animaux timides et industrieux, dont le gouvernement est le berger. J’ai toujours cru que cette sorte de servitude, réglée, douce et paisible, dont je viens de faire le tableau, pourrait se combiner mieux qu’on ne l’imagine avec quelques-unes des formes extérieures de la liberté, et qu’il ne lui serait pas impossible de s’établir à l’ombre même de la souveraineté du peuple.

Nos contemporains sont incessamment travaillés par deux passions ennemies : ils sentent le besoin d’être conduits et l’envie de rester libres. Ne pouvant détruire ni l’un ni l’autre de ces instincts contraires, ils s’efforcent de les satisfaire à la fois tous les deux. Ils imaginent un pouvoir unique, tutélaire, tout-puissant, mais élu par les citoyens. Ils combinent la centralisation et la souveraineté du peuple. Cela leur donne quelque relâche. Ils se consolent d’être en tutelle, en songeant qu’ils ont eux-mêmes choisi leurs tuteurs. Chaque individu souffre qu’on l’attache, parce qu’il voit que ce n’est pas un homme ni une classe, mais le peuple lui-même, qui tient le bout de la chaîne. Dans ce système, les citoyens sortent un moment de la dépendance pour indiquer leur maître, et y rentrent. »

Tocqueville, De la démocratie en Amérique, 1840, Ed. Gallimard, 1968

syba6.jpgEt d’une tutelle subtilement administrée, qui restreint autour d’elle à mesure qu’elle enfle, la barbarie s’installe, s’institutionnalise de sorte que « notre narration collective nous échappe. La barbarie moderne s’appuie d’abord sur une vision du monde innervée des illusions qui sont quotidiennement inoculées au corps social et plongent la société dans un état de stase psychotique propice à son délitement. C’est un phénomène « kaléidoscopique » qui altère la perception de la réalité par nos contemporains et conditionne l’ensemble de leurs attitudes et comportements, introduisant des représentations éphémères qui se succèdent l’une après l’autre sans cohérence apparente. Le regard affûté y distinguera cependant des constantes qui ne relèvent pas du hasard, mais bien d’un projet totalitaire. Cet état d’hébétude relève en effet d’une stratégie élaborée, socio-psychologique, de manipulation et de neutralisation », Vincent Vauclin.

Ainsi, l’on veut créer à grand renfort médiatique un état d’optimisme généralisé, en ce faisant garant d’un peuple sous opioïde, entretenant inconsciemment le « mauvais délire » issu de mécanismes hallucinogènes, jusqu’à ce que ce dernier finisse par s’asservir lui-même, et donne le bâton pour se faire battre. Le phénomène d’accoutumance, puissamment ancré chez l’homme, est développé par la Boétie. On y préfère toujours notre petit confort, qu’il soit matériel ou intellectuel, le besoin de stabilité et d’apparent bien-être, voile cependant une souffrance profonde chez l’homme moderne, celle d’une soumission incapacitante. Aujourd’hui, cette dépendance s’effectue spirituellement, la république a remplacé la tradition, après l’avoir fait tomber sous les coups de butoir du laïcisme, elle s’approprie l’homme de la naissance à la mort, le tient par les tripes, lui qui n’est plus qu’une cellule remplaçable, alimentant un système formel et garrotter.

« Pas besoin que le pays se mette en peine de faire rien pour soi, pourvu qu’il ne fasse rien contre soi. Ce sont donc les peuples eux-mêmes qui se laissent, ou plutôt qui se font malmener, puisqu’ils en seraient quittes en cessant de servir. C’est le peuple qui s’asservit et qui se coupe la gorge ; qui, pouvant choisir d’être soumis ou d’être libre, repousse la liberté et prend le joug ; qui consent à son mal, ou plutôt qui le recherche… S’il lui coûtait quelque chose pour recouvrer sa liberté, je ne l’en presserais pas ; même si ce qu’il doit avoir le plus à coeur est de rentrer dans ses droits naturels et, pour ainsi dire, de bête redevenir homme. Mais je n’attends même pas de lui une si grande hardiesse ; j’admets qu’il aime mieux je ne sais quelle assurance de vivre misérablement qu’un espoir douteux de vivre comme il l’entend.

Mais quoi ! Si pour avoir la liberté il suffit de la désirer, s’il n’est besoin que d’un simple vouloir, se trouvera-t-il une nation au monde qui croie la payer trop cher en l’acquérant par un simple souhait ? Et qui regretterait sa volonté de recouvrer un bien qu’on devrait racheter au prix du sang, et dont la perte rend à tout homme d’honneur la vie amère et la mort bienfaisante ? Certes, comme le feu d’une petite étincelle grandit et se renforce toujours, et plus il trouve de bois à brûler, plus il en dévore, mais se consume et finit par s’éteindre de lui-même quand on cesse de l’alimenter, de même, plus les tyrans pillent, plus ils exigent ; plus ils ruinent et détruisent, plus on leur fournit, plus on les sert. Ils se fortifient d’autant, deviennent de plus en plus frais et dispos pour tout anéantir et tout détruire.

Mais si on ne leur fournit rien, si on ne leur obéit pas, sans les combattre, sans les frapper, ils restent nus et défaits et ne sont plus rien, de même que la branche, n’ayant plus de suc ni d’aliment à sa racine, devient sèche et morte. [...]Pauvres gens misérables, peuples insensés, nations opiniâtres à votre mal et aveugles à votre bien ! Vous vous laissez enlever sous vos yeux le plus beau et le plus clair de votre revenu, vous laissez piller vos champs, voler et dépouiller vos maisons des vieux meubles de vos ancêtres ! Vous vivez de telle sorte que rien n’est plus à vous. Il semble que vous regarderiez désormais comme un grand bonheur qu’on vous laissât seulement la moitié de vos biens, de vos familles, de vos vies. Et tous ces dégâts, ces malheurs, cette ruine, ne vous viennent pas des ennemis, mais certes bien de l’ennemi [ la république moderne NDA], de celui-là même que vous avez fait ce qu’il est, de celui pour qui vous allez si courageusement à la guerre, et pour la grandeur duquel vous ne refusez pas de vous offrir vous-mêmes à la mort.[...] Ce qu’il a de plus, ce sont les moyens que vous lui fournissez pour vous détruire. D’où tire-t-il tous ces yeux qui vous épient, si ce n’est de vous ? Comment a-t-il tant de mains pour vous frapper, s’il ne vous les emprunte ? »

Etienne de La Boétie, De la servitude volontaire.

Ces textes, doivent inspirer au lecteur la hauteur nécessaire à une appréhension de la place de l’homme dans les gouvernances modernes. À l’heure où s’émanciper de la « république des cadavres » est de loin l’entreprise la plus indispensable, seule une conscience pleine des mécanismes de neutralisation du système fournira le terreau nécessaire à une vivification de la masse. Si nous nous sommes efforcés dans notre abrégé sur la dissidence, de démystifier certaines doctrines dominantes, nous n’avons toutefois pas le monopole du sujet, de même qu’il nous sera fort difficile d’en venir à bout. S’il se peut enfin, qu’il y ait quelques répétitions avec nos divers articles, nous nous en apaisons, en nous rappelant que si le monde va à vau-l’eau, et qu’il tournoie ainsi dans le siphon de l’ignorance, c’est bien parce que, nous comme d’autres, ne nous sommes pas assez répétés.

Jérôme Carbriand

Accéder au sommaire de la série

A propos de Jérôme Carbriand

 
Étudiant en économie, j'ai outrepassé les limites de l'enseignement universitaire en m'intéressant aux post-keynesiens, mais cela induit toutefois une bonne maîtrise des enjeux à l'égard des réalités économiques. D'autre part, j'ai parallèlement voué un intérêt particulier à la lecture d'une grande partie de la philosophie occidentale dont l'incohérence générale m'a incité à étudier la "métaphysique". Dans cette voie, certains auteurs m'ont véritablement touché, c'est le cas de René Guénon, Julius Evola et Mircea Eliade. Sur le plan des idées je suis donc fondamentalement anti-moderne, croyant, attaché à la justice et à l'honneur. M'investissant en dernier lieu sur le plan "politique" avec le Centre national des indépendant, je crois à la sauvegarde de l'ordre au niveau local.

dimanche, 09 novembre 2014

La révolution militaire et la naissance de la modernité

Laurent Henninger :

La révolution militaire et la naissance de la modernité

par webtele-libre

samedi, 08 novembre 2014

Donoso Cortés: La clave teológica de la historia

Donoso Cortés: La clave teológica de la historia

Kiko Méndez-Monasterio
Escritor y periodista (España).

Ex: http://www.revistalarazonhistorica.com

es0026a.jpgNació en 1809 en Valle de la Serena, Badajoz, donde su madre se refugiaba de las tropas napoleónicas. Político, diplomático, y filósofo, es uno de los mayores exponentes europeos del pensamiento conservador del siglo XIX. Su Ensayo sobre el catolicismo, liberalismo y socialismo es una premonición de lo que le esperaba al continente y un adelanto de la Rerum Novarum de León XIII.

 

En 1952 el parlamento de la Alemania del Oeste discutía la posibilidad de incorporarse a la OTAN. Para mostrar la necesidad de oponerse al bloque soviético, uno de los diputados se refirió al discurso de un español que, cien años antes, ya había vislumbrado esa hora de Rusia como la nación más propicia para expandir la herejía socialista y amenazar a occidente. Ese diputado, en fin, estaba citando las predicciones terribles que escribió Donoso Cortés, y que acertaron con profética exactitud el destino del continente.

No es extraño que el político alemán conociese la obra del pensador español. El mismo Metternich había sido uno de los grandes admiradores y de él afirmaba: “Después de lo que ha dicho Donoso Cortés ya se puede tirar la pluma, porque es imposible que alguien pueda tener puntos de vista más elevados”. Se refería el veterano canciller al Discurso sobre la situación general de Europa que enunciara el pensador y que resonó con muchísima fuerza en todo el continente, de Roma a Moscú y de Berlín a Londres.

La fama de Donoso superaba en mucho sus cargos diplomáticos, y aunque tuvo una dilatada carrera política su genio se muestra en el análisis perfecto que hace de su tiempo, todo un oráculo del siglo, y por eso de él -y de Balmes- Menéndez Pelayo escribiría: “Si pasaron por la escena política, fue como peregrinos de otra república más alta”. Cierto.

El siglo XIX es el de la Revolución, pero ni siquiera durante su militancia liberal Donoso cayó en la trampa del caos. Fue el suyo un liberalismo verdaderamente ilustrado, pero en el que la razón nunca llega a suprimir del todo a la fe. “Creo que si en el tiempo de mi mayor olvido de Dios me hubieran dicho: vas a hacer abjuración del catolicismo o a padecer grandes tormentos, me hubiera resignado a los tormentos”.

Se casó, tuvo una hija que murió al poco tiempo y no mucho después también perdió a su esposa. Pero curiosamente no serían estos dolores los que le empujan a su conversión definitiva, sino la muerte piadosa de uno de sus hermanos y a la vez la anarquía europea de las revoluciones del 48. “Mi conversión se debe a la misericordia divina y al estudio de las revoluciones, que son buenas como las herejías, porque confirman en la fe y la esclarecen”, le escribe a un amigo. Y a partir de entonces Donoso se convierte en una de las cabezas contrarevolucionarias más importantes de la época, pero tampoco le seducen los honores, así que cuando sus discursos se citan y se estudian en consejos y palacios él ya está pensando en retirarse, no para meditar en algún lugar solitario, sino para entrar en una combativa Orden religiosa. Ya había fijado su elección en la Compañía de Jesús cuando le sobrevino la muerte en París, a los cuarenta y tres años de edad. Días antes el Emperador, sabiendo de sus dolencias, había encargado que se le transmitiese su afecto y su deseo de una pronta recuperación. Donoso agradeció el gesto, pero alzó la mano para señalar el crucifijo y exclamó: “Que Éste se interese por mí es lo que importa”.

No es una anécdota, el planteamiento religioso es en Donoso Cortés piedra angular de su discurso. Es él quien entiende mejor que los errores políticos son errores teológicos, que la Europa (como le gustaba decir, por su gusto afrancesado) no se entiende sin la bicefalia del trono y el altar. Sus palabras hoy escandalizan «Sólo el sacerdote y el soldado representan aún las ideas de la inviolabilidad, de la autoridad, de la santidad, de la obediencia y de la divinidad del amor. Por eso son los representantes de la civilización europea», pero sus pronósticos se cumplieron, y se cumplen, y no son muy optimistas.

dimanche, 02 novembre 2014

Deberes políticos de la juventud alemana y otros ensayos, de Oswald Spengler

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Novedad editorial:

Deberes políticos de la juventud alemana y otros ensayos, de Oswald Spengler

Índice

Prólogo de Carlos Martínez-Cava 7
Pensamientos acerca de la poesía lírica (1920) 11
¿Pesimismo? (1921) 21
Las dos caras de Rusia y el problema alemán del Este (1922) 37
Deberes políticos de la juventud alemana (1924) 55
Nietzsche y su siglo (1924) 81
Nuevos aspectos de la política mundial (1924) 95
La relación entre economía y política fiscal desde 1750 (1924) 117
La actual diferencia entre economía y política mundial (1924) 129
La antigüedad de las culturas americanas (1933) 153
El carro de combate y su significación
en el desarrollo de la historia universal (1934) 163

 

spengler101.pngOrientaciones


Decía Ortega y Gasset, que La Decadencia de Occidente de Spengler, era, sin disputa, la peripecia intelectual más estruendosa de los últimos años. En aquellas páginas quedó plasmada —a través de esa disciplina tan envolvente como es la Filosofía de la Historia—, la contemplación de Europa desde la atalaya que nos ofrecía. Todo un devenir en el tiempo donde nada podía ser ya lineal, por cuanto su concepción de la Cultura era orgánica. Con él, aprendimos a es­tudiar Occidente como un ser vivo que nacía, se desarrollaba y podía morir.
Spengler fue una lectura insoslayable en aquellos años treinta de entreguerras. Hoy es poco menos que una lectura inconfesable. No por lo pretérito de su pensamiento, sino por su incorrección po­lítica. Ya ha habido quien ha dicho que, el lector libre, ha de acercarse a sus obras liberándose de una suerte de preservativo mental.
Esa incorrección se explica en la feroz crítica que Spengler re­aliza a lo largo de toda su obra al parlamentarismo, al liberalismo y a la misma democracia. Pero no porque desdeñara esas formas en sí, sino porque para él impedían que el Pueblo cumpliera su deber y misión en la Historia.

 

[del prólogo de Carlos Martínez-Cava]

 

1ª edición, Tarragona, 2014.
21×15 cms., 168 págs.
Cubierta a todo color, con solapas y plastificada brillo.
PVP: 15 euros

 

Pedidos: edicionesfides@yahoo.es

 

Fuente: Ediciones Fides

 

vendredi, 31 octobre 2014

Le retour du politique : du chaos à la révolution européenne

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VIDE DU POLITIQUE/POLITIQUE DU VIDE/REVOLUTION

Le retour du politique : du chaos à la révolution européenne


Gérard DUSSOUY *
Ex: http://metamag.fr
 
La société du vide que dépeignait Yves Barel, en 1984, est bien là.  Elle est consécutive au triomphe de la consommation, à la prévalence de l’activité marchande et financière sur toutes les autres formes d’activités humaines. Corrélativement, elle a vidé le politique de sa substance. Cette mutation globale n’est ni un fait du hasard, ni une nécessité historique.  Mais, elle est  le résultat d’une stratégie de longue haleine inspirée par l’interprétation véhémente de la philosophie libérale (celle que redoutait et condamnait David Hume), et, plus précisément, par une extrapolation du « paradigme smithien » qui convient si bien au monde des affaires, lequel sait l’instrumentaliser avec le plus grand  cynisme.
 

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En effet, il a été emprunté à Adam Smith deux idées qui fondent et légitiment l’argumentaire des hommes politiques occidentaux contemporains. Au-delà de leurs nuances partisanes, qu’elles soient de droite ou de gauche. La première, la plus connue, est que la généralisation de l’économie de marché et de l’échange, qui satisfait à la recherche du gain individuel, est la meilleure façon de développer « la richesse des nations ». La seconde est qu’il existe chez l’homme « un plaisir de sympathie réciproque » (in Théorie des sentiments moraux) tel que l’élévation du produit global, accouplée à l’expansion de la communication universelle, doit lui permettre de sortir de l’animosité latente de la sociabilité politique.
 
L’homme mondialisé, sans appartenance identifiée, dépolitisé, sans préférences nationales ou culturelles, est ainsi devenu, en dépit de toutes les réalités qui en contredisent l’existence, l’icône de la pensée occidentale moderne. Au point que l’on voudrait enlever aux Européens leur droit à conserver leurs différences, et interdire qu’ils s’opposent, dès lors et à ce titre, au fait d’être remplacés sur leurs propres terres par des populations venues d’ailleurs.
 
L’éviction du politique en Occident

La fin du politique a été stratégiquement réfléchie au lendemain de la Grande guerre, dont il faut dire, mais la seconde guerre mondiale aussi, combien elle a illustré les effets néfastes et catastrophiques de la part d’irrationnel qui peut habiter l’animal politique qu’est l’homme. Plutôt que dans l’internationalisme du président américain Wilson, c’est dans la conception d’un monde unifié (One World) qui occupe l’esprit de Franklin D. Roosevelt, laquelle lui est inspirée par son conseiller le géographe américain Isahïa Bowman, qu’il faut situer cette réflexion. Ce dernier cultivait l’idée d’un fédéralisme mondial, réalisable le jour où les Etats-Unis parviendraient à débarrasser le monde de ce qu’il jugeait être « la force la plus rétrograde du Vingtième siècle », à savoir l’Etat-nation. Dans les faits, il aura fallu attendre la fin de la Guerre froide, et que les Etats-Unis aient vaincu le communisme après avoir écrasé le nazisme, pour que l’économicisation des sociétés et des relations internationales devienne effective.
 
Le nouvel ordre mondial, qui s’est esquissé à la fin du Vingtième siècle, n’est pourtant pas celui attendu par Washington. Il est demeuré, ou redevenu, un  « concert de puissances », nouveau par sa configuration géographique et parce qu’il a, maintenant, un chef d’orchestre asiatique qui, lui, n’a pas perdu le sens du politique. C’est donc en Europe que l’éviction de celui-ci est le plus net. A tel point que la bonne gouvernance (ou le « bon gouvernement ») consiste principalement à aligner, à coup d’ajustements vers le bas, les économies nationales sur les critères du marché mondial ; et d’abord, sur celui du travail. Il est symptomatique que ce que l’on tient pour être la « réussite » de l’Allemagne consiste à ce qu’elle y parvienne mieux que ses partenaires. Bien qu’elle soit plus fragile qu’il n’y paraît, et qu’elle doive tout à la bonne spécialisation internationale industrielle de la RFA (qui pourrait pâtir bientôt d’une insuffisance de ses investissements). Et sans qu’il s’agisse en contrepoint, car ce serait trop facile, d’exonérer les gouvernements français successifs de leurs propres gestions calamiteuses, cette « réussite » révèle une résignation consécutive à une impuissance du politique.

Cette impuissance est celle des Etats européens face à un environnement international dont ils sont incapables de mettre en cause les règles. Elle découle, à la fois, de leur dépassement structurel dans une mondialisation qu’ils ont voulue, et de l’adhésion obstinée de leurs élites au « paradigme smithien».
 
La  politique du vide

Le vide du politique est, dès lors, comblé, au niveau des partis de gouvernement, par une logorrhée convenue qui s’efforce d’expliquer qu’il n’existe pas d’alternative à l’inclusion dans un système mondial de plus en plus contraignant et régressif.  Qu’il faut donc accepter la fin du modèle social européen (gravement menacé, de toutes les façons, par l’état de la démographie des pays concernés), pour un autre plus inégalitaire et qui fait cohabiter, tant bien que mal, une élite compradore avec différentes catégories de nationaux. Parmi ceux-ci, les plus aisés ont à charge d’assister ceux qui le sont moins, ainsi d’ailleurs  que tous les nouveaux venus sur le sol européen. Les partis politiques sont aidés dans cette tâche par une pléthore de journalistes et d’informateurs dont la « fausse conscience » est remarquable (falsches bewusstein, dixit Franz Mehring). Elle consiste dans le fait que toutes ces personnes ne se rendent pas compte (ou ne veulent pas savoir) qu’elles sont là où elles sont, et rémunérées en conséquence, pour tenir le discours qu’elles tiennent. Alors qu’elles se croient porteuses d’objectivité, elles ne font que participer à un travail de persuasion.
  
La politique du vide conduit ainsi à vivre sur des acquis, à essayer de les faire durer le plus longtemps possible, tout en sachant qu’ils sont incompatibles avec la logique du système mondial en marche. En son sein, les rapports sont devenus trop inégaux et trop pénalisants pour n’importe lequel des Etats européens, pour qu’il en soit autrement.  La conscience de la chose éveille certains, mais la décadence est une période  confortable, au moins tant qu’il y a du patrimoine à liquider ou de l’épargne à épuiser (les Français en disposeraient, tous ensemble, de quelques 10 000 milliards d’euros).
 
Cette résignation est, sans doute, ce qu’il y a de plus préoccupant dans la situation présente de l’Europe. Car, loin des théories sur la manipulation des foules, ou loin aussi de l’on ne sait quel complot mondial, il faut admettre que la situation est ce qu’elle est car elle satisfait, encore, à la quiétude de populations qui n’entendent pas se remettre en cause, ni du point de vue matériel, ni du point de vue symbolique (celui de leur idéologie et de leurs croyances), ni encore du point de vue comportemental. Par exemple, le problème de l’immigration, qui prend des proportions considérables, est avant tout celui de la démographie européenne, de la dénatalité et du vieillissement. Il est symptomatique d’une dégradation sociétale ancienne et d’essence individuelle. Et, malgré les déséquilibres démographiques internationaux, il va de soi qu’il se poserait avec moins d’acuité si les populations européennes étaient jeunes et dynamiques.
    
La politique du vide est donc sans perspective politique et sans vision stratégique globale. Elle se résume à une gestion économique «  au fil de l’eau » ; ou, pour être plus académique, à une « politique au fil de la croissance ».Cependant, l’économie ne règle pas tout, surtout que la croissance s’étiole. Et ce n’est pas demain qu’elle va retrouver des taux enchanteurs. Il ne peut pas y avoir en Europe de reprise forte et durable. Cela pour deux raisons : (1) la faiblesse structurelle de la demande interne (en termes de consommation comme  d’investissement) à cause du vieillissement de la population et de la saturation des marchés (que l’on essaie de surmonter à coups de gadgetisation des produits) ; (2) le recul de  la demande extérieure à cause des transferts de technologie et de la montée en gammes des productions des économies émergentes.
 
L’impasse économique qui se dessine est d’autant plus à redouter que l’on sent bien que la mondialisation est au bord de l’implosion (il ne s’agit de quelques années) par suite au déferlement migratoire qui s’annonce, aux pandémies qui se développent, aux vertiges  politiques et culturels (ou religieux) induits par la nouvelle donne de la puissance.
 
Le  retour du politique : du chaos à la révolution européenne

S’il doit avoir lieu, et tout ce que l’on a appris de l’Histoire le donne à penser, le retour du politique en Europe se fera à l’occasion du chaos (pour l’éviter, pour le surmonter ou parce que celui-ci l’aura rendu inéluctable), pris ici dans le sens d’une « destruction créatrice » (Schumpeter). Le retour se fera nécessairement sous des formes politiques nouvelles, à l’occasion d’une révolution européenne, au sens propre (celui du changement et de l’innovation), parce qu’on ne peut pas affronter des défis de dimension globale avec des instruments du passé. C’est ce qui, entre parenthèses, rend la démarche intellectuelle du Front National obsolète et dérisoire, son programme inadapté au réel et même contreproductif, et sa pratique partisane si incertaine, notamment quant à ses alliances. Et,  parce qu’en plus d’innover, il faut voir grand et loin devant, la restauration du politique sera le fait de jeunes Européens menacés de devenir minoritaires dans leurs propres patries. Pour cette bonne raison, mais aussi parce qu’ils ont appris à se connaître (c’est le bon côté de la « génération Erasmus ») et à transcender leurs nationalités, ils  auront compris que leur cadre d’action est continental. 

Renouer avec la primauté du politique, c'est donner la priorité aux intérêts matériels et symboliques des Européens contre ceux du marché ou encore ceux de la pseudo-société mondiale ; c’est se débarrasser, en même temps, des inhibitions idéologiques et des prescriptions de la pensée dominante. Cela devrait être permis par le chaos parce que, comme l’enseigne l’épistémologie pragmatiste, quand le contexte change, les valeurs changent aussi, comme les faits.  On est donc en droit de croire, ou d’espérer, que le chaos va enclencher une révolution cognitive, soit amener une autre façon de percevoir le monde et de penser le réel qui va remplacer le « paradigme smithien », épuisé.
 
L’opportunité intellectuelle et cognitive créée par le chaos n’aura néanmoins de traduction politique possible que si les Européens ne se trompent pas sur la direction à suivre, en regardant en arrière et en voulant restaurer des institutions périmées, et si, en conséquence, ils savent se donner les moyens pour agir. L’instrument politique qu’ils doivent forger, et ils n’ont pas d’autre choix, parce que tout le reste n’est qu’illusion mondialisante ou, au contraire, aveuglement passéiste, est l’Etat européen révolutionnaire. Il est le seul moyen, pour les jeunes générations européennes, de mener à bien « les travaux d’Hercule » qui les attendent (remigration, restauration et autonomisation de l’économie européenne, relance de l’innovation technologique, etc.), pour se sauver.

La meilleure manière de se préparer mentalement à vivre cette mutation historique et à la conduire à bon terme serait de préfigurer l’instrument étatique dans un parti européen révolutionnaire. Ce serait là, le cadre transnational idoine pour expérimenter le vivre-ensemble-européen et pour préparer communautairement des solutions communes aux immenses difficultés qui se précisent.
  
Faute de ce retour du politique à la dimension du continent, il y a tout lieu de craindre que le chaos ne se prolonge, et cela sans la moindre contrepartie créatrice, en entraînant le délitement de la civilisation européenne. Surtout si, par malheur, la fragmentation nationaliste venait ajouter ses effets délétères aux contraintes du monde extérieur à l’Europe. 

* Professeur émérite à l’université de Bordeaux, auteur de "Contre l'Europe de Bruxelles, Fonder un Etat européen, Ed Tatamis.

 

jeudi, 30 octobre 2014

Marx e Gentile: idealismo è rivoluzione

Marx e Gentile: idealismo è rivoluzione
 
 
Articolo pubblicato in «Il Primato Nazionale»
Ex: http://augustomovimento.blogspot.com
 
Il mondo non dobbiamo necessariamente accettarlo così com’è. L’uomo ha sempre la possibilità, grazie alla sua volontà creatrice, di trasformalo. È questo, in sostanza, il messaggio che ci viene dalla tradizione filosofica dell’idealismo. Ed è sempre questo il fil rouge lungo cui si dipana l’interessante volume di Diego Fusaro Idealismo e prassi: Fichte, Marx e Gentile (Il melangolo, pp. 414, € 35), uscito da qualche mese nelle librerie italiane.
 
L’autore, giovane filosofo torinese e ricercatore presso l’Università San Raffaele di Milano, è tra le altre cose il fondatore di filosofico.net, il sito internet in cui, volenti o nolenti, sono incappati quasi tutti gli studenti di filosofia. Fusaro inoltre, a dispetto dell’età, ha già dato alle stampe diverse e interessanti opere, come Bentornato Marx! Rinascita di un pensiero rivoluzionario (2009) e Minima mercatalia: filosofia e capitalismo (2012). Più in particolare, Fusaro appartiene a quella sinistra, purtroppo minoritaria, che ha come esponenti di punta il compianto Costanzo Preve e Gianfranco La Grassa. Quella sinistra cioè che, nell’epoca del dilagante trasformismo della sinistra «istituzionale», non ha rinunciato ai padri nobili della sua tradizione culturale e a una critica serrata dell’odierno capitalismo, ossia il capitalismo finanziario (o «finanzcapitalismo», secondo la definizione di Luciano Gallino).
 
Insomma il postcomunista Pd, rinnegando la sua storia, ha ceduto in tutto alle logiche del capitale, costituendone anzi una delle «sovrastrutture» ideologiche (per usare il linguaggio marxiano) con la sua bieca retorica del politicamente corretto e la paradossale difesa della legalità e delle regole (capitalistiche). Come direbbe Fusaro, si è passati da Carlo Marx a Roberto Saviano, da Antonio Gramsci a Serena Dandini.
 
Di qui la rivolta del giovane filosofo che, rileggendo Marx, offre una chiara interpretazione del pensatore di Treviri come nemico di ogni supina accettazione dell’esistente, ponendo in rilievo gli aspetti idealistici del suo pensiero. Di qui, anche, il rifiuto di ogni pensiero debole postmoderno e l’assunzione da parte della filosofia di una funzione interventista e attivistica. La filosofia, dunque, non più vista come mera erudizione estetizzante o come cane da guardia del «migliore dei mondi possibili», ma come strumento per trasformare la realtà. Una filosofia, insomma, che riacquista finalmente la sua dimensione epica ed eroica, come la intendeva Giovanni Gentile.
 
Diego Fusaro con il suo libro su Marx
Ed è proprio al filosofo di Castelvetrano e al suo rapporto con Marx che Fusaro dedica pagine importanti del suo nuovo libro, proponendo un’interpretazione certamente unilaterale del pensiero marxista, ma tutt’altro che illegittima. È in particolare il Marx delle Tesi su Feuerbach che emerge prepotentemente dall’opera di Fusaro: quel Marx che criticava il materialismo «volgare» dello stesso Feuerbach e che si concentrava maggiormente sul concetto di prassi – quella prassi che, contro ogni determinismo, era sempre in grado di rifiutare una realtà sentita come estranea per fondare un nuovo mondo. La prassi, quindi, come fonte inesauribile di rivoluzione.
 
Non è un caso, del resto, che sarà proprio Gentile a valorizzare il Marx filosofo della prassi, in quel famoso volume (La filosofia di Marx, 1899) che Augusto Del Noce indicò, non senza qualche evidente esagerazione, come l’atto di nascita del fascismo. Nonostante una ottusa damnatio memoriae che ancora grava su Gentile, ma che è già stata messa in crisi da molti autorevoli filosofi (Marramao, Natoli, Severino, ecc.), Fusaro riafferma la indiscutibile grandezza filosofica del padre dell’attualismo. Lo definisce giustamente, anzi, come il più grande filosofo italiano del Novecento. Non per una mera questione di gusto o di tifo, naturalmente, ma per un fatto molto semplice: tutti i filosofi italiani del XX secolo, nello sviluppo più vario del loro pensiero, si sono necessariamente dovuti confrontare con Gentile. «Gentile – scrive l’autore – sta al Novecento italiano come Hegel – secondo la nota tesi di Karl Löwith – sta all’Ottocento tedesco».
 
Fusaro, dunque, ricostruisce tutto quel percorso intellettuale che da Fichte, passando per Hegel e Marx, giunge sino a Gentile che, non a caso definito Fichte redivivus da H. S. Harris, chiude il cerchio. Di qui l’interpretazione dell’atto puro di Gentile alla luce della prassi marxiana, così come, per converso, la lettura di Gramsci come «gentiliano» che ha conosciuto Marx filtrato dal filosofo siciliano. Tesi, quest’ultima, tutt’altro che nuova (pensiamo anche solo ai recenti lavori di Bedeschi e Rapone), ma che ancora non ha fatto breccia negli ambienti semi-colti del «ceto medio riflessivo» che legge Repubblica, ripudia Gramsci e ha per guru Eugenio Scalfari.
 
Il Palazzo della civiltà italiana o della civiltà del lavoro,
comunemente noto come «colosseo quadrato» (Eur, Roma)
Ad ogni modo, non mancherebbero le obiezioni ad alcune tesi di Fusaro sul rapporto di Gentile con Marx, dal momento che l’autore non tiene nel minimo conto gli elementi mazziniani e nietzscheani del pensiero del filosofo attualista, così come manca qualsiasi riferimento alle correnti culturali del fascismo che provenivano dal socialismo non marxista e che non mancarono di influenzare Gentile. Mi riferisco, in particolare, al sindacalismo rivoluzionario (A. O. Olivetti, S. Panunzio) e al socialismo idealistico dello stesso Mussolini: quel socialismo, cioè, che aveva scoperto che rivoluzionaria non era la classe, ma la nazione. Mi riferisco, inoltre, alle giovani leve degli anni Trenta che volevano edificare la «civiltà del lavoro», glorificata dal fascismo con il cosiddetto «colosseo quadrato» che campeggia tra le imponenti costruzioni dell’Eur.
 
Senza Mazzini e gli altri «profeti» del Risorgimento, del resto, non si potrebbero comprendere gli elementi nazionali del pensiero gentiliano, così come il significato che Gentile dava al termine «umanità». Far discendere l’«umanesimo del lavoro» di Genesi e struttura della società (1946, postumo) da un «ritorno» di Gentile a un confronto con Marx, come fa Fusaro, è dunque possibile solo se si prescinde deliberatamente da tutto il dibattito che la cultura fascista sviluppò negli anni Trenta, con Ugo Spirito, Berto Ricci e Niccolò Giani. E in questo senso allora sarebbe anche possibile interpretare l’umanesimo gentiliano in senso egualitarista. Ma lo stesso Gentile, in alcuni importanti interventi, ha chiarito come intendeva l’universalità (e non l’universalismo), che doveva basarsi sul concetto romano di imperium e su una missione civilizzatrice dell’Italia (e qui ritorna Mazzini), come messo ben in evidenza da Gentile nel fondamentale articolo Roma eterna (1940). Un’universalità verticale, quindi, intesa come ascesa, e non un universalismo orizzontale e azzeratore delle differenze in nome di un’astratta concezione di uomo, avulsa da qualsiasi contesto storico e culturale concreto. In questo senso, dunque, l’umanesimo gentiliano è fondamentalmente sovrumanismo, come lo ha magistralmente descritto Giorgio Locchi.
 
Giovanni Gentile
Anche sul concetto di «apertura della storia», su cui giustamente insiste il Fusaro, bisognerebbe intendersi. D’altronde, già Karl Löwith sottolineò, nell’immediato dopoguerra, il messianismo intrinseco alla filosofia della storia marxiana. Secondo la teoria scientifica, infatti, il proletariato, ottenuta la coscienza di classe grazie allo sfruttamento capitalistico, avrebbe dovuto, per il tramite dell’azione del partito comunista, abolire le classi e lo Stato, ristabilendo le condizioni dell’Urkommunismus, sebbene in una forma «arricchita», con tutti i vantaggi, cioè, della moderna tecnologia. In questo senso, il marxismo lavorava anch’esso per l’uscita dalla storia che, invece di coincidere con la planetaria democrazia liberale di Francis Fukuyama, avrebbe istituito l’agognata società comunista e la fine di ogni volontà storificante dell’uomo.
 
Ad ogni modo, queste brevi e sintetiche obiezioni non vogliono in alcun modo sminuire l’eccellente opera di Fusaro, che è invece quanto di meglio si possa leggere oggi in un desolante contesto politico e culturale totalmente appecoronato alle logiche demoliberali, mondialiste e finanzcapitalistiche. La rilettura di Marx in senso idealistico, anzi, ha un innegabile merito: riportare al centro dell’azione politica la volontà creatrice dell’uomo, che scaturisce dalla sua libertà storica. È, in altri termini, il ritorno della filosofia a un approccio rivoluzionario alla realtà. Filosofia non più intesa come glorificazione dell’esistente, ma come motore di storia. Il che, si converrà, se non è tutto, è certamente molto.

Nietzsche: Hymnus an das Leben

 

Friedrich Nietzsche

Hymnus an das Leben

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mercredi, 29 octobre 2014

"What is masculinity?"

 

John Donovan:

"What is masculinity?"

An Introduction to The Way of Men

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mardi, 28 octobre 2014

“Giambattista Vico and Modern Anti-Liberalism”

Counter-Currents Radio
Vico & the New Right

This is Greg Johnson's lecture

“Giambattista Vico and Modern Anti-Liberalism”

delivered at the London Forum on Saturday, September 27, 2014. 

 

Vico.jpgTo download the mp3, right-click here [2] and choose “save target or link as.”

To subscribe to our podcasts, click here [3].

 


 

Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

 

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jeudi, 23 octobre 2014

Paganism & Christianity, Nietzsche & Evola

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Paganism & Christianity, Nietzsche & Evola

By Jonathan Bowden 

Ex: http://www.counter-currents.com

Editor’s Note:

This text continues the transcript by V. S. of Jonathan Bowden’s interview at the Union Jack Club in London on Saturday, November 21, 2009, after his lecture/performance on Punch and Judy [2]. The title is editorial. 

Q: When did you decide to convert to paganism and why?

B: Well, I never really converted to paganism. I mean, there are some orthodox pagans, if you can have such a thing, who probably think I am not one. But I’m a Nietzschean and that’s a different system. Somebody made this for me. [Points to odal rune pendant.] And I like Odinic paganism sort of as an objectification of my sort of sensibility. Does one believe the gods objectively exist in another realm? Well, you see, religion is a philosophy about life which is sacristic and has rituals in which you partly act out, therefore it’s more important because it’s made slightly more concrete than ideas or it’s really just based upon ideas. There are relatively simple but powerful ideas at the crux of all the big religious systems. Most people are born in a system and just accept that and go along with it as long as it’s not too onerous or they feel like they live their life through it properly.

I just agree with the ethics of that type of Nordic paganism, which is really how the Vikings lived and how they behaved. I’m less concerned with small groups, which I respect. I like the Odinic Rite, but I personally believe that those sorts of things will only ever activate post-modern minorities and very small ones at that.

I think people should identify with what they think they are and the values that they hold. This symbol really means strength or courage or masculinity or the first man or the first principle of war or the metaphysics of conflict. So, I just think it’s a positive system of value.

I never really was a Christian. Culturally, I have great admiration for elements of Christian art. More so than most people who are pagan who have violently reacted against it. I don’t really share that emotionalism. But I don’t agree with Christian ethics. Deep down, they’ve ruined the West, and we’re in the state that we are because of them.

Q: Just added on to that: How do we create more Nietzscheans? How do we spread Nietzscheanism as a religion, as an idea?

B: You’ve got to get people quite young. I think you’ve got to introduce alternative value systems to them. This is a society that says weakness is good, weakness should be pitied, the ill are weak, the disabled are weak, people who’ve got various things wrong with them (too fat, too thin, bits dropping off) they need help. They may need help. But the value system that lies behind that desire to help worships the fact of weakness and the fact that people are broken. If you worship the idea of strength and tell the weak to become stronger, which is a reverse idea for helping them essentially. You help them in order to get stronger. You totally reverse the energy pattern and you’ve reversed the system of morals that exists in this culture now. You’ve reversed the sort of things that Rowan Williams or his predecessor or his likely successor always says, basically. I think that’s what you have to do.

I personally think it’s a moral revolution, not anything political, that will save the West, because all the technology is here, all the systems of power are here. You only have to change what’s in people’s minds. It’s very difficult though.

Q: So, to a young person watching this video, never heard of you before, where would he go to find out about Nietzscheanism?

B: Just go to the Wikipedia page, surprisingly, although it’s a bit trivial, is actually quite accurate in a tendentious way. Although some of the philosophical debates about him and the genealogy of his works might confuse people because it views it in an academic way. And you don’t need to put his name to it. There’s a cluster of power-moral, individualistic, elitist, partly antinomian, partly gnostic, partly not, partly pagan, vitalist and other ideas which go with that sort of area.

Strength is morality. Weakness is sin. Weakness requires punishment. If you’re weak, if you’re obese, if you’re a drug addict, become less so. Become stronger. Move towards the sun. Become more coherent. Become more articulate. Cast more of a shadow. It’s almost a type of positive behaviorism in some ways. But it’s not somebody wagging their finger and so on, because you’re doing it for yourself. It comes from inside.

Q2: Do you not think though that Nietzscheanism doesn’t have a transcendental element to it?

B: That’s why I’m wearing this [rune pendant], you see, because I probably think there ought to be such a thing. Many people need to go beyond that. If his thinking before he went mad, probably because he had tertiary syphilis, it’s up to sort of 1880, so we’re talking about thinking that’s 130 years old.

I think in some ways he’s an anatomist of Christianity’s decline, because Christianity been declining mentally and in some ways extending out into the Third World where it’s real catchment area now is. I mean, there will be a non-White pope soon. Christianity will begin to wear the face of the south very soon. It’s the ideal religion for the south. It’s pity for those who fail, for those who are weak, for those who are hungry, for those who are broken. Have pity on your children, O Lord. It’s an ideal religion. Don’t take it through violence or fear or aggression. Submit and be thankful for what He will give you in His wisdom.

But it’s ruining us. For centuries we were strong even despite that faith, but of course we made use of it. The part that fits us is the extreme transcendence of Christian doctrine. That’s what Indo-Europeans like about that faith. The enormous vaulting cathedrals, the Gothic idea that you can go up and up and up. It’s that element in it that we like, and we made into ourselves. But we forgot the ethical substratum. We forgot the sort of troll-like ethical element that there is no other value but sympathy, there is no other value than compassion, that love is the basis of all life. And ultimately that is a feminine view of civilization which will lead to its collapse in masculine terms.

Q2: How would you view the works of Julius Evola?

B: Yes, they’re the counter-balance to Nietzsche. There is a lot of religious elements in there of a perennialist sort that a lot of modern minds can’t accept. You see, Nietzsche is a switchblade, and nearly all people in this society are modern even if they think they’re not. Nietzsche is a modern thinker. Nietzsche is a modernist. Nietzsche can reach the modern mind. Nietzsche’s the most Right-wing formulation within the modern mind that people can accept.

My view is that people who accept Evola straight out aren’t living in the modern world. That’s not a criticism. It’s a description of where they are. I think for people to become illiberal they have to become illiberal first within the modern world. Some people would say you have to go outside of it. You know, the culture of the ruins and the revolt against the modern world, per se. But I personally think that we’re in modernity.

But there will be people who go to Nietzsche and Thus Spake Zarathustra, which is really a semi- or pseudo-religious text, is not enough and they’ll want to go beyond that and they’ll want a degree and a tier of religiosity. The dilemma always in the West is what to choose. Back to Christianity or on to paganism? Which system do you choose?

Evola said he was a Catholic pagan, didn’t he? One knows what he means. But I see paganism peeping out of everything. I see paganism peeping out of Protestantism, the most Jewish form of Christianity, through its power-individualism and its extremist individuality (Kierkegaard, Carlyle, Nietzsche). I see paganism saturating Catholicism and peeping out of it at every turn, aesthetically, artistically, the art of the Renaissance, the return of the Greco-Roman sensibility, the humanism of the ancient world. Some of the greatest classicists were Medieval Popes and so on. I see it just looming out. The whole structure of the Catholic Church is a Roman imperial structure, Christianized. So, I see it peeping out.

Our law is Roman. All of our leaders were educated and steeped in the classical world to provide a dialectical corollary to Christianity without them being told that’s what is happening. The decline of the classics is partly because people don’t want to go back there, basically. So, you don’t teach it to anyone apart from tiny little public school elites, which are .2% of the population who read a few authors who no one else even knows exist. You know, big deal.

The difficulty with Evola is that it’s a very great leap for the modern mind. Although in his sensibility, I agree with his sensibility, really. I agree with him going out amidst the bombings, not caring. I agree with that sort of attitude towards life, which is an aristocratic attitude towards life. But we’re living in a junk food, liberal, low middle class society. You’ve got to start where you are. I think Nietzsche is strong enough meat for most people and is far, far, far too strong for 80% now.

Today, the mentally disabled have been allowed into the Paralympics. So, you will have the 100 yard cerebral palsy dash at the next Olympics in London in 2012. This is the world we’re living in. Nietzsche would say that’s ridiculous and so on. And that is a shocking and transgressive and morally ugly attitude from the contemporary news that we see. So, it’s almost as if Nietzsche’s tough enough for this moment.

But I’m interesting in that he said, “God is dead in the minds of men.” That doesn’t necessarily mean, of course, although he was a militant atheist, he’s living open the idea that . . . [God objectively exists—Ed.]. You see, the Christian idea of God was dying around him, mentally, and it has died. I mean, hardly anyone really, deep down, believes that now. Even the people who say that they do don’t in the way that they did 100 years ago or their predecessors did.

So, it has died, but I think there are metaphysically objectivist standards outside life. Whether our civilization can revive without a return to them is very open. It’s very questionable. Where that discourse is to come from is . . . The tragedy would be if Christianity sort of facilitated our greatness, but ended up ruining us, which of course might be the true thesis.

Now we’re getting into deep waters.

Q: What is your view of Abrahamic religions?

B: I think religion is a good thing. The Right always supports the right of religion to exist. Religion does cross ethnic and racial boundaries. Afghanistan was Buddhist once. I prefer people to have some sort of religious viewpoint, even the most tepid sort of thing, but none at all, because at least there is a structure that is in some sense prior.

But, personally, I prefer tribally based religions. I prefer religions that are about blood and genetics and honor and identity and are nominalist and that are specific. But I think people will adopt different systems because they’re physiologically different even within their group. You can see that about certain people. Certain people, Christianity suits them very well and they can be quite patriotic and quite decent people and so on in that system and there we are. But for me? No.

I’m a barbarian in some ways. People can worship what gods they want within the Western tradition, and that’s all right.

 


Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

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URLs in this post:

[1] Image: http://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2012/09/NietzscheSeated.jpg

[2] Punch and Judy: http://www.counter-currents.com/2013/03/the-real-meaning-of-punch-and-judy/

dimanche, 19 octobre 2014

Le modèle français de laïcité n’existe pas, ou les six laïcités françaises

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Le modèle français de laïcité n’existe pas, ou les six laïcités françaises
 

par Jean Baubérot

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Jean Baubérot est Professeur émérite de la chaire « Histoire et sociologie de la laïcité » à l’Ecole pratique des Hautes Etudes, Paris

Dans le débat actuel au Québec sur le projet d’une « Charte de la laïcité », on se réfère souvent à un « modèle français de laïcité », soit pour le louer, soit pour le critiquer. En décembre dernier, il en a été question lors de la rencontre au sommet entre Pauline Marois et François Hollande. Mais, le propos est resté très vague. Et dans les études qui précisent un peu ce que serait ce fameux « modèle français », seuls certains aspects de la laïcité française sont pris en compte. D’autres aspects fort importants de la réalité historique et actuelle de la laïcité en France sont ignorés. Ma thèse est donc qu’il n’existe pas un modèle français de laïcité, mais plusieurs modèles divergents ou, plus exactement, plusieurs représentations présentes chez les différents acteurs sociaux, individus et groupes. Les conflits et les tractations entre acteurs se nouent en référence à ces représentations politico-idéologiques qui constituent autant de «sociétés idéales» au sens d’Emile Durkheim. Le dispositif idéologique, juridique et politique de la laïcité française est marqué par les rapports de force entre les partisans de ces représentations.

Ces différentes représentations ont émergé dans un processus de laïcisation qui s’est effectué dans un conflit frontal avec le catholicisme, religion d’État sous l’Ancien Régime, et régi au XIXe siècle par un Concordat entre le Saint-Siège et l’État français. Il existe alors un régime semi-officiel de « cultes reconnus » où le catholicisme, mais aussi le protestantisme et le judaïsme, voient leur clergé payé par l’État, et doivent se conformer à un certain contrôle de celui-ci. Ce système pluraliste est, cependant, surdéterminé par un conflit politico-religieux, le conflit des « deux France » qui oppose les tenants de la France nouvelle issue de la Révolution, et fondée sur les « valeurs de 1789 », à ceux de la France traditionnelle, qualifiée de « fille aînée de l’Église (catholique) ». Ce conflit est une source d’instabilité politique de la France de cette époque. Sous le Second Empire (1852-1870), il met aux prises certains catholiques, refusant les idéaux de la modernité, suivant en cela le Syllabus, et les adeptes de la libre-pensée, celle-ci pouvant se définir par le refus de toute religion organisée.

Ce refus a un coût social élevé. Être libre penseur peut, alors, conduire à la perte de son emploi, à une mise en quarantaine si l’on est un commerçant, à des conflits familiaux, à une perturbation des relations sociales. Bref, quand les libres-penseurs combattent pour la liberté de conscience, c’est avant tout une lutte contre les atteintes à leur liberté de conscience. Mais la République devient stable, en France, à partir des années 1880, et prend des mesures « anticléricales » pour combattre la domination politique et sociale du catholicisme. La question de la liberté de conscience des catholiques se pose alors. Diverses représentations s’affrontent lors du processus qui conduit à la « loi de séparation des Églises et de l’État » en 1905. Cette loi ne représente pas la totalité de la laïcité française, mais elle se trouve, encore maintenant, au cœur de cette laïcité.

Il a existé, à l’époque, quatre façons différentes de relier la liberté de conscience, objectif premier de la laïcité, et la séparation de la religion et de l’État, qui en est le moyen principal. Chaque position peut être symbolisée par un parlementaire républicain (qui étaient tous, par ailleurs, des adeptes de la libre-pensée). Aujourd’hui, adaptées à un nouveau contexte, ces quatre représentations ont persisté et se situent dans la filiation de celles qui se sont affrontées en 1905. S’y ajoutent deux autres représentations différentes. Je propose donc de classer en six représentations-type ce que l’on appelle « la laïcité » en France. Pour les quatre premières, j’indiquerai d’abord la position adoptée lors de la discussion de la loi de « séparation des Églises et de l’État » et, ensuite, celle qui prédomine aujourd’hui. Pour les deux dernières, naturellement, je procèderai un peu autrement.

La laïcité antireligieuse

La première représentation type de la laïcité, en 1905, est celle de Maurice Allard. Pour ce socialiste révolutionnaire, la liberté de conscience n’inclut pas la liberté de religion, car la religion serait, par essence, « l’oppression des consciences ». La religion représente un principe d’autorité contraire au libre-examen, élément clef de la liberté de conscience. La séparation doit donc permettre la fin de l’influence « malfaisante » des religions. Allard défend sa position au début des débats parlementaires. Aristide Briand, le Rapporteur de la Commission qui a élaboré la proposition de loi de séparation, lui répond que sa perspective est, en fait, non celle de la séparation, mais celle de la « suppression des Églises par l’État ». La proposition d’Allard est repoussée par les députés, par 494 voix contre 68, avant même l’examen du texte de la loi. Et tous les amendements proposés par Allard seront ensuite refusés avec des scores équivalents, à tel point qu’au bout d’un moment, ce parlementaire, déprimé, retire tous les amendements qu’il comptait encore déposer. Cette perspective s’inscrit dans un type de laïcité que l’on peut qualifier de laïcité antireligieuse.

Cette représentation de la laïcité a donc été nettement battue en 1905 et l’Article I de la loi affirme que « La République assure la liberté de conscience. Elle garantit le libre exercice des cultes ». Mais ce point de vue n’est pas disparu même s’il a dû s’adapter à la loi votée et, en conséquence, n’est pas exprimé aujourd’hui de façon aussi claire qu’en 1905. Il a d’ailleurs trouvé une nouvelle légitimité socio-politique avec ce que l’on a appelé, de façon très approximative « le retour du religieux » à l’échelle mondiale (droite chrétienne aux USA, islam politique…) et qui est apparu à certains comme une « régression ». En fait, tous les propos actuels, politiques ou médiatiques, qui supposent, au moins implicitement, une opposition entre « laïcité » et « religion » vont dans ce sens. La laïcité est alors comprise comme une complète sécularisation : moins on est « croyant », plus on est laïque.

Cette représentation tend à faire coïncider combat contre les religions et combat pour la laïcité. Vu la législation française, la liberté de conscience ne peut plus être explicitement mise en cause, mais il est clair, dans cette optique, qu’elle s’acquiert par « l’émancipation » à l’égard du religieux. Faute de pouvoir demander la disparition de la religion, cette position considère négativement toute espèce de visibilité religieuse, notamment vestimentaire ou alimentaire, et toute participation des religions au débat public. A l’extrême gauche, cela est réclamé pour toutes les religions (mais l’impact social d’une telle demande s’avère très différent suivant qu’il s’agisse du catholicisme ou de l’islam) et à l’extrême droite seulement pour l’islam. Ainsi Marine Le Pen, leader du Front National, a proposé d’interdire le port du foulard dans l’ensemble de l’espace public. Par ailleurs, l’écart entre la position idéologique (toute expression ou engagement religieux est antilaïque) et ce qui est proposé sur le plan politico-pratique (mettre la religion – ou du moins l’islam – uniquement dans la sphère privée) conduit les partisans de cette première représentation à penser, et à proclamer publiquement, que la laïcité est continuellement « menacée ».

La laïcité gallicane et autoritaire

LAICITE-copie-1.jpgLa seconde représentation est celle d’Emile Combes, du parti radical, chef du gouvernement entre 1902 et le début de 1905, auteur d’un projet de loi de séparation déposé à l’automne 1904. Combes relie la liberté de conscience et le gallicanisme, cette doctrine traditionnelle des rois de France depuis le XIVe siècle qui fait du pouvoir politique le chef « temporel » de l’Église. De plus, depuis Louis XIV et Bossuet, le gallicanisme prétend représenter une manière éclairée d’être catholique. Combes veut contrôler la religion et supprimer les congrégations religieuses qui sont liées directement au pape. Elles représentent, selon lui, une manière particulièrement obscurantiste d’être chrétien qui ne relève pas de la liberté de conscience. Pour lui, l’État rend service à la religion en l’épurant. Dans la tradition gallicane de recherche d’un catholicisme français éclairé, la séparation est avant tout, alors, la séparation du catholicisme en France et de la papauté romaine. Les religions gardent, en effet, des liens de subordination avec l’État. Il s’agit d’une laïcité autoritaire, comportant des éléments de ce que Jean-Jacques Rousseau appelle, dans son livre Le contrat social, la « religion civile », ensemble de valeurs devant organiquement unir les citoyens d’un pays. Combes cite d’ailleurs ce passage concernant la religion civile quand la princesse Jeanne Bibesco, prieure du carmel d’Alger, dont il est amoureux, lui demande quel est le cœur de ses convictions.

Combes doit quitter le pouvoir en janvier 1905 et, progressivement, la proposition de la Commission parlementaire supplante son projet de loi. Pendant la discussion de la loi de 1905, on retrouve sa perspective dans des amendements déposés par des membres de son parti. Par exemple, un amendement visant à interdire aux prêtres le port de leur habit spécifique, la soutane, dans l’espace public, cela avec des arguments très analogues à ceux que l’on retrouve aujourd’hui invoqués contre ce que l’on appelle maintenant « les signes religieux ostensibles », c’est-à-dire le foulard islamique et la kippa juive (de l’atteinte à la dignité à la suspicion de prosélytisme). En 1905, l’amendement contre le port de la soutane a été repoussé par 391 voix contre 184. Briand avait précisé qu’en régime de séparation, l’État laïque ne peut se soucier de la nature religieuse d’un vêtement, sinon il pourra encourir le reproche « d’intolérance ».

Assez largement battue en 1905, cette représentation autoritaire de la laïcité n’est pas disparue pour autant. Pendant la première moitié du XXe siècle, elle a imprégné la vision laïque dominante des rapports femmes-hommes. « La femme » était perçue comme étant un être de « nature religieuse » (contrairement à « l’homme… rationnel »). Le schéma mental dominant était celui de la femme catholique qui se soumet au prêtre. Cette femme n’était pas assez sécularisée, aux yeux de ces laïques, pour pouvoir obtenir des droits égaux à ceux de l’homme. C’est pourquoi l’instauration du suffrage universel n’a eu lieu qu’en 1944-1945. Contrairement à d’autres pays démocratiques, les femmes ont voté, en France, seulement un siècle après les hommes.

Ce second type de laïcité accepte la liberté de conscience, mais tend à la percevoir comme un principe qui ne serait seulement légitime que dans la mesure où la religion serait acculturée à la société moderne. Et pour cela, la religion doit faire partie de « l’intime », la liberté de conscience s’applique donc essentiellement à la « sphère privée ». On peut se demander si cette représentation ne possède pas une certaine filiation avec les théories politiques d’Hobbes.

L’idéal serait d’acculturer la religion dans un grand ensemble organique, tout en la protégeant dans le « privé » (au double sens de choix privé et espace privé), en luttant contre « les intégrismes » (terme non défini, qui peut être interprété de manière très large). Au nom du principe de laïcité, l’État peut limiter la liberté de conscience. Les limitations légitimes, dans la pratique, ne concernent pas l’ensemble de l’espace public (sauf pour des pratiques radicales comme le port de la burqa ou du niqab), mais le « service public » qui, dans cette optique, n’est pas seulement le service délivré par la puissance publique, mais devient tout service d’intérêt général offert au public. D’où la revendication d’une « extension du principe de laïcité », forte pendant le mandat présidentiel de Nicolas Sarkozy, et de l’instauration de la neutralité religieuse dans les entreprises privées, à l’Université, etc. Là encore, il existe un certain écart entre la position idéologique et les propositions pratiques, ce qui crée l’idée récurrente d’une laïcité perpétuellement attaquée et que l’on ne saurait jamais assez « défendre ».

Cette représentation est prônée notamment par certains philosophes dits « républicains », qui opposent République et démocratie, et par le Grand Orient de France, principale obédience des francs-maçons en France. La loi de 2010 interdisant le voile intégral dans l’ensemble de l’espace public se situe aussi dans cette perspective, mais (significativement, d’un point de vue juridique) elle n’invoque pas la laïcité et se présente uniquement comme une loi d’ « ordre public ». Cependant, elle a été qualifiée de « loi de défense de la laïcité » par ses promoteurs – Jean-François Copé, président du parti de droite UMP ou, à gauche, Manuel Vals, actuel ministre de l’Intérieur, qui fut parmi la minorité de députés socialistes à l’avoir votée. La laïcité va de pair, dans cette perspective, avec une sécularisation relative : un laïque peut être croyant, mais il ne manifeste pas sa religion dans la vie de tous les jours.

La laïcité séparatiste stricte

La troisième représentation, présente en 1905, est la laïcité libérale, mais stricte, de Ferdinand Buisson, député radical, président de la Commission parlementaire. Pour Buisson, la séparation doit assurer la liberté de conscience des individus. Ceux-ci peuvent, s’ils se veulent, librement s’associer, sans que cela concerne l’État, qui doit ignorer les organisations religieuses. « Avec la séparation, déclare-t-il lors des débats, l’État ne connait plus l’Église en tant qu’entité ou que hiérarchie officielle […] Mais l’État connaît des citoyens français catholiques ». Ceux-ci peuvent exercer leur liberté « sur la seule base admise en démocratie, celle de l’association libre et volontaire ». L’organisation collective de la religion s’inscrit alors seulement dans le prolongement de la liberté de conscience individuelle. Cette perspective est refusée par 374 voix contre 200 lors du débat capital concernant l’Article IV de la loi, débat dont je parlerai quand j’aborderai la quatrième représentation.

Ce troisième point de vue se situe toujours, aujourd’hui, dans une perspective à dominante individualiste. Il reconnait et défend la liberté de conscience pour tout ce qui ne concerne pas les activités effectuées par la puissance publique, l’État. La puissance publique doit être neutre et séparée des religions, mais pour les individus, la laïcité signifie avant tout la liberté de conscience et la pleine citoyenneté. Cependant, aucun subventionnement ne doit être accordé aux organisations religieuses, par application stricte du début de l’Article II de la loi de 1905 qui affirme que la République « ne reconnait, ne salarie et ne subventionne aucun culte » (adopté en 1905 par 337 voix contre 233). Le début de cet Article est considéré comme donnant la signification principale de la séparation.

C’est la position actuelle de la Fédération nationale de la Libre pensée, qui s’est prononcée contre la loi de 2010 interdisant le voile intégral, et qui récuse l’interdiction de signes religieux dans les entreprises privées, même d’intérêt général. Elle combat depuis toujours tout financement et subventionnement public des religions, même indirect. Parfois elle obtient gain de cause devant les tribunaux, parfois elle se trouve déboutée. Mais, en général, la Fédération nationale de la Libre pensée ne fait pas la confusion entre son combat pour l’athéisme et contre la religion, en tant que groupement convictionnel, et son combat pour la défense de la laïcité en tant que règle générale (cela, contrairement à la première représentation). Cette troisième représentation effectue donc déjà une nette distinction entre la sécularisation (socio-culturelle) et la laïcité (comme régulation socio-politique).

La laïcité séparatiste accommodante

La quatrième représentation est celle du Rapporteur de la Commission parlementaire, le socialiste Aristide Briand, qui prône une laïcité accommodante envers les organisations religieuses. L’enjeu principal est le débat décisif sur l’Article IV de la loi, article qui dévolue les édifices religieux, qui sont une propriété publique depuis 1789, aux associations cultuelles « se conformant aux règles générales du culte dont elles se proposent d’assurer l’exercice » : en clair aux catholiques qui se soumettent à leurs évêques et au pape. Les catholiques qui voudraient faire dissidence devront trouver leurs propres lieux de culte. Briand défend une autre optique que Buisson : les organisations religieuses existent et l’Etat doit tenir compte de leurs structures propres, même si elles n’ont plus de caractère officiel. La liberté de conscience comporte donc aussi une dimension collective, liée au fait que les individus ne sont pas juxtaposés, mais existent toujours en interrelation.

La culture anarcho-syndicaliste de Briand, son option socialiste le conduit à penser autrement le niveau collectif que les radicaux, comme Buisson. La nouveauté de 1905 est l’application de cette conception aux rapports de la religion et de l’État. Elle est exprimée par Briand de façon assez générale, comme un plaidoyer en faveur d’une « loi de liberté ». Le Conseil d’État, aujourd’hui, la situe dans la filiation de John Locke.

En 1905, nous l’avons vu, cette quatrième position l’a emportée sur la troisième, après un débat animé, par 374 voix contre 200. Mais l’Assemblée allait déjà vers une telle perspective avec l’inclusion, votée de justesse (287 voix contre 281), à la fin de l’Article II, d’une phrase donnant à la puissance publique la possibilité de rémunérer des aumôniers, dans les lieux clos (hôpitaux, prison, armée…) afin d’assurer la « liberté des cultes » : la loi de 1905, et son application ultérieure, ont donc fait que, dans certains cas précis, limités, l’exercice de la liberté de conscience comme « liberté des cultes », garantie dès 1905, l’emporte sur le non-subventionnement des cultes. De même, elle élargira la possibilité de « manifestations religieuses sur la voie publique » (votée par 294 voix contre 255) en supprimant les restrictions du régime antérieur des « cultes reconnus », faites au nom de « l’ordre public ». Dans ce type de laïcité, il existe une visibilité légitime de la religion dans l’espace public (vêtement, processions), et donc une disjonction complète entre laïcité et sécularisation. Il n’existe pas, non plus, de « religion civile » laïque.

Avec la victoire de la quatrième représentation, le raisonnement de la jurisprudence inverse le rapport antérieur entre l’ordre public et la liberté de religion. Avant 1905 celle-ci n’existait, même pour le catholicisme, qu’à la condition « de se conformer aux règlements de police » (Article 1 du Concordat) et le Conseil d’État avalisait, en général, les limitations portées à la liberté des cultes. Après la séparation, au contraire, la liberté des cultes, y compris dans ses « manifestations extérieures », constitue une limite au pouvoir de police du maire ou de l’État. Dans l’écrasante majorité des cas, les arrêts litigieux de l’autorité publique seront annulés. Dès la fin des années 1920, les juristes catholiques eux-mêmes, constatant les décisions prises, se félicitent de la jurisprudence établie, suite à la loi de 1905.

Des mesures récentes se situent également dans la filiation de la quatrième représentation. Ainsi la création récente d’une « aumônerie musulmane » s’inscrit dans cette perspective et la construction de mosquées, ces dernières décennies, a représenté un enjeu conflictuel entre la troisième et la quatrième représentation. Cette dernière constitue la position adoptée ces derniers temps par le Conseil d’État (arrêt de 2011). Dans une large mesure, la Ligue des droits de l’homme et la Ligue de l’enseignement, organisation laïques historiques, se situent dans la même optique.

laicité.jpgJuridiquement donc, cette quatrième représentation l’a largement emporté, dans le long terme, et elle fonctionne toujours aujourd’hui constituant, avec la troisième représentation, une laïcité silencieuse, celle qui contribue au calme et donc qui ne fait pas « l’actualité ». Cependant, les quatre types de laïcité continuent d’être en tension et d’exercer un impact politique et social, plus ou moins important suivant les situations et les religions en cause. Et, aujourd’hui, fonctionnent également deux autres modèles qui ne relèvent que peu, ou même pas du tout, de la loi de 1905, et qui font pourtant partie des représentations laïques actuelles existant en France.

La laïcité identitaire

Une cinquième représentation peut être qualifiée de laïcité identitaire. Cette perspective est très présente dans la mise en avant d’une « laïcité positive » par l’ancien président de la République, Nicolas Sarkozy. En décembre 2007, lors d’une visite officielle auprès du pape, il a insisté sur les « racines chrétiennes » de la France et a célébré la morale du curé, considérée par lui comme supérieure à celle de l’instituteur. Mais on peut déjà trouver les prémisses d’une laïcité identitaire dans un Rapport officiel (dit Rapport Baroin) « Pour une nouvelle laïcité », rédigé en 2003, soit peu après le 11 septembre 2001. Le parti de droite, l’UMP, est globalement sur cette position. Mais ses adeptes débordent ses rangs, car elle peut attirer tous ceux qui estiment que, face à « l’islam qui est aujourd’hui au centre des préoccupations » et « au défi du communautarisme » (Baroin), la France doit valoriser un catholicisme culturel comme son identité transhistorique. En revanche, face à la religion musulmane, des mesures répressives pourraient être prises, car (écrit Baroin) « à un certain point la laïcité et les droits de l’homme sont incompatibles ». Au contraire, Ferdinand Buisson estimait que l’instauration de la laïcité en France correspondait à la publication de la Déclaration des droits de 1789.

La laïcité identitaire se rapproche donc de la deuxième représentation, du moins quand il est question de poser des limites aux manifestations religieuses de l’islam. Ces deux visions de la laïcité ont eu un grand rôle dans l’adoption des lois de 2004 (sur l’interdiction des signes religieux « ostensibles » à l’école publique) et de 2010 (sur l’interdiction du « voile intégral » dans l’espace public). L’ensemble constitue ce que j’appelle la laïcité bruyante, conflictuelle, que beaucoup, en France et hors de France, ont tendance à confondre avec la laïcité tout court, car c’est essentiellement elle dont il est question dans les médias.

Cette laïcité identitaire est, en général, plus conservatrice que la seconde représentation. Ainsi, elle considèrera très négativement la loi de 2013 autorisant le mariage entre personnes de même sexe (et demain la possibilité, dans certaines limites, de l’euthanasie). Ces lois peuvent, pourtant, être comprises comme résultant de la séparation entre la loi civile et les normes religieuses. Selon la laïcité identitaire, le catholicisme constitue un système de références culturelles stables, élément essentiel du patrimoine de la nation est utile au politique pour donner des « repères ». D’une certaine manière on retrouve, de façon différente que le second type, une perspective marquée par le modèle hobbesien de l’incorporation. Elle tend implicitement à une « religion civile » plus marquée confessionnellement que la seconde représentation. Elle tend d’ailleurs à être hégémonique par rapport à la seconde représentation, étant plus populiste.

La laïcité « concordataire »

La sixième représentation peut être qualifiée de laïcité « concordataire ». Située dans l’est de la France, l’Alsace-Moselle avait été annexée par l’Allemagne en 1871, à la suite de la guerre de 1870. Ce territoire n’est redevenu français qu’en 1919, après la Première Guerre mondiale, donc après l’adoption de la loi de séparation. Pour faciliter ce « retour », le système dit « concordataire » c’est-à-dire le système antérieur à 1905, qui comprend le Concordat et le régime des cultes reconnus, a été maintenu à titre « temporaire » en Alsace-Moselle. Le clergé des cultes reconnu est rétribué par l’Etat et l’école publique comporte des cours confessionnels de religion. Cette situation, censée au départ être provisoire, dure encore et, en février 2013, le Conseil Constitutionnel a rendu une décision qui accepte le régime juridique propre à l’Alsace-Moselle. C’est reconnaitre officiellement qu’il peut exister, en France, une laïcité où les Églises et l’État ne sont pas complètement séparés. Jusqu’alors c’est essentiellement par le silence que cette différence de législation (dans une « République indivisible ») se légitimait. Si les lois civiles sont, comme pour le reste de la France, indépendantes des normes religieuses, des liens institutionnels sont maintenus entre l’Etat et certaines religions. Géographiquement limitée, cette laïcité attire néanmoins certains membres de diverses religions qui souhaiteraient, sinon l’adoption de la situation d’Alsace-Moselle, du moins une reconnaissance par l’État de « l’utilité sociale » des religions, et l’instauration de liens officieux.

Le fonctionnement social des diverses laïcités

Examinons brièvement deux faits, reliés à l’actualité récente, pour montrer comment ces diverses représentations fonctionnent dans la réalité française d’aujourd’hui. D’abord l’affaire dite de la crèche Baby-Loup ; ensuite le cas plus général du changement, en 2013, d’organisme officiel pour donner des Avis en matière de laïcité.

L’affaire de la crèche Baby-Loup :

L’affaire de la crèche Baby-Loup, établissement d’accueil de petits-enfants au cœur d’une cité pauvre de la région parisienne (Chanteloup-les-Vignes, dans le département des Yvelines), présente des caractéristiques propres. Elle est, cependant, très significative de la manière dont un incident local peut prendre une ampleur nationale, quand on invoque la laïcité à son propos et qu’elle devient l’enjeu d’un conflit qui oppose les partisans de la laïcité antireligieuse, la laïcité autoritaire gallicane et la laïcité identitaire aux partisans d’une laïcité séparatiste qu’elle soit stricte ou libérale.

L’affaire, qui n’est pas encore finie !, remonte à 2008. Cette année-là, une employée de cette crèche, organisme privé mais fonctionnant essentiellement grâce à des subventions publiques, Fatima Afif, se met à porter un foulard, contrairement au Règlement intérieur qui impose la neutralité religieuse aux employées. Elle est licenciée pour « faute grave », sans indemnité. Elle réclame d’être indemnisée et soumet son cas à la HALDE (Haute Autorité de Lutte contre les Discriminations et pour l’Égalité), organisme créé par le président Chirac, qui lui donne raison en mars 2010. Peu de temps après, la direction de la HALDE est changée par le Président Sarzozy, puis la HALDE est supprimée en tant qu’autorité indépendante.

Mme Afif attaque la directrice, Natalia Baleato, devant la justice. Elisabeth Badinter, philosophe médiatique, qui est une ardente et influente militante de la deuxième représentation de la laïcité, devient « marraine » de la crèche. La directrice gagne en première instance puis en appel. Les tribunaux invoquent le fait que les usagers sont de très jeunes enfants (donc influençables), ainsi que la « nature de l’activité » qui est « d’intérêt général ». On a bien, là une extension de l’exigence de neutralité. En mars 2013, la Cour de Cassation casse ces jugements : Le règlement intérieur en émettant une règle générale de neutralité, n’est pas légal : la liberté religieuse doit être la règle et une restriction à cette liberté ne peut être prise sans être justifiée et proportionnée au motif qui a induit la restriction.

La Ligue de l’enseignement, la Ligue des droits de l’homme et la Libre pensée (donc des partisans des quatrième et troisième représentations) soutiennent la décision de la Cour de cassation. Cependant, la décision est vivement attaquée, comme « contraire à la laïcité » par les médias dominants, par des personnalités politiques de droite (mais aussi parfois de gauche), et surtout par le ministre de l’Intérieur, Manuel Vals, qui la désavoue, ce qui est peu commun (car tout à fait contraire à la règle de la séparation des pouvoirs). La directrice de la crèche déclare : « Ce n’est pas mon échec, c’est une défaite pour la République ». D’autres commentaires vont dans le même sens, montrant la volonté d’identifier la compréhension de la laïcité des partisans de la directrice avec la laïcité elle-même, d’évacuer tout débat, démarche typique de la religion-civile.

Après une intense campagne d’opinion, une seconde Cour d’appel donne, de nouveau, raison à la directrice (novembre 2013), en mettant en avant un nouvel argument : cette crèche serait une « entreprise de tendance ». En droit français, l’entreprise de tendance est au service d’un parti politique ou d’une organisation religieuse, ce qui lui permet de choisir ses employés selon d’autres règles que celles du Code du travail : on comprend facilement que l’UMP, parti de droite, ne va pas embaucher des socialistes à son service, et réciproquement. De même, l’Église catholique étant une entreprise de tendance, elle a le droit de licencier des professeurs divorcés qui enseigneraient dans des établissements privés (pourtant sous contrat avec l’État). L’argument de l’entreprise de tendance est, pourtant, dans ce cas précis, extrêmement étonnant, car la laïcité est inscrite dans la Constitution de la République française. « Paradoxalement, cet arrêt ne vient-il pas affaiblir et relativiser le principe -pourtant constitutionnel- de laïcité qui paraît réduit à une simple conviction [particulière] ou tendance ? » se demande, Frédéric Dieu, Maître des requêtes et spécialiste de cette question au Conseil d’État. Cependant la plupart des mass-médias ne répercutent pas cette information et ne critiquent pas ce jugement. La Cour de Cassation va devoir trancher en dernière instance et la prise de position de Manuel Vals montre qu’elle sera soumise à de très fortes pressions politiques. Il sera très intéressant, pour le sociologue, de savoir si elle résistera à ces pressions.

Le changement d’organisme donnant des Avis officiels sur la laïcité :

Voyons maintenant un cas plus général. En 2007, le Haut Conseil à l’Intégration, organisme officiel auprès du Premier ministre, s’était autosaisi du dossier « laïcité » et avait publié une Charte de la laïcité dans les services publics. Conformément à la composition majoritaire du HCI, le contenu de cette Charte allait plutôt dans le sens de la deuxième et/ou de la cinquième représentation (laïcité gallicane ou identitaire). Mais la HALDE, de son côté rendait des Avis, dans la lignée de la quatrième représentation, celle d’une séparation accommodante. Cela n’a pas été pour rien dans sa normalisation puis sa suppression.

Trois ans plus tard, le HCI obtenait d’être officiellement chargé d’émettre des Avis sur la laïcité. Cette décision se situe implicitement dans l’optique d’une laïcité identitaire, car elle effectue, de fait, une identification entre les « problèmes de l’immigration » et la « question de la laïcité ». Par son titre même, le HCI n’est pas qualifié pour traiter du mariage de personnes de même sexe ou de l’Alsace-Moselle. De plus, l’immigration et l’islam sont souvent confondus dans les représentations sociales dominantes. Enfin, partiellement renouvelée, la composition du HCI de 2010 se confondait pratiquement avec la deuxième et, surtout, cinquième représentation et s’avérait significative de leur rapprochement. Le HCI proposa alors une « extension du principe de laïcité », qui privilégie la neutralité par rapport à la liberté de conscience, et vise essentiellement l’islam. Il énonce des affirmations fausses, prétendant notamment que la loi de 1905 ne s’est pas intéressée à l’espace public.

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Fin décembre 2012, la gauche revenue au pouvoir annonce discrètement aux membres du HCI qu’ils sont dessaisis du dossier au profit d’un Observatoire de la laïcité, officiellement créé en avril 2013. Cela n’empêchera pas le HCI de publier, bien que dessaisi, en août, un Avis demandant l’extension de l’interdiction de port de signes religieux à l’Université et d’obtenir que le quotidien le Monde le publie en première page ! La création de l’Observatoire de la laïcité redonne de la généralité à la laïcité : elle concerne tous les Français et non pas seulement les immigrés ! Sa composition comprend une majorité de membres plutôt partisans des deux représentations de la laïcité séparatiste, une minorité non négligeable (et qui a l’oreille des médias) d’adeptes de la laïcité autoritaire gallicane et un membre qui représente la laïcité identitaire. Son président, Jean-Louis Bianco, nommé par le Président de la République, se situe plutôt dans la lignée de la quatrième représentation, celle qui a triomphé en 1905. Il écrit : « La laïcité apparaît trop souvent, depuis une vingtaine d’années, comme un principe d’interdits et de restrictions aux libertés. Ce qu’elle n’est pas. […] la laïcité doit s’appuyer sur la lutte contre toutes les discriminations ». Là encore, il sera intéressant d’observer l’évolution du rapport de force au sein de cet Observatoire de la laïcité, qui est pluraliste.

Conclusion

Il n’existe donc pas un modèle français de laïcité, mais plusieurs. Diverses représentations interagissent, de façon conflictuelle ou transactionnelle, et l’évolution de leurs rapports constitue la dynamique de ce que l’on appelle la « laïcité française ». La mise en lumière de leurs différentes caractéristiques permet d’analyser, sur le moyen et long terme, les variations d’une actualité changeante, ses fluctuations. Elle permet aussi de ne pas laisser dans l’impensé tous les cas de figure non pris en compte par les médias, notamment ceux où la laïcité s’effectue sans conflit, ou même est ce qui permet d’éviter les conflits. Pour un sociologue, le non-événement est une construction sociale importante, tout comme ce qui fait événement. Ce texte voulait être, entre autres, un rappel de ce fait social, trop souvent minimisé et nécessaire à mettre en lumière aujourd’hui face aux aspects spectaculaires, privilégiés par la communication de masse.
 

notes

 

Pour en savoir plus

Agier-Cabanes Isabelle, 2007, « La laïcité, exception libérale dans le modèle français », Cosmopolitiques, n° 16, p. 133-143.

Amédro Jean-François, 2011, Le juge administratif et la Séparation des Eglises et de l’Etat sous la Troisième République. Thèse soutenue à Paris II.

Assemblée Nationale, 2010, Rapport d’information au nom de la Mission d’information sur la pratique du port du voile intégral sur le territoire national, La Documentation française, Paris.

Baubérot Jean, 1990, Vers un nouveau pacte laïque ? , Seuil, Paris.

- 2005, « La loi de 1905 est plus qu’une loi », in Zarka Y.-C. (éd.), Faut-il réviser la loi de 1905 ?, PUF, Paris, p. 105-131.

- 2006, L’intégrisme républicain contre la laïcité, l’Aube, La Tour d’Aigues.

- 2007 (1ere édition en 2005), Emile Combes et la princesse carmélite, improbable amour, L’Aube, L’Aube-Poche, La Tour d’Aigues.

- 2012, La laïcité falsifiée, La Découverte, Paris.

- 2013, « Morale et laïcité », L’OURS, recherche socialiste, n° 64-65, juillet-déc., p. 53-63.

Baubérot Jean, Milot Micheline 2011, Laïcités sans frontières, Seuil, Paris.

Bruley Yves (éd.), 2004, 1905, la séparation des Eglises et de l’Etat. Les textes fondateurs, Perrin, Paris.

Cabanel Patrick, 2007, Entre religions et laïcité. La voie française : XIXe-XXIe siècles, Privat, Toulouse.

Conseil d’Etat, 2004, Un siècle de laïcité, La Documentation française, Paris.

Lalouette jacqueline, Machelon Jean-Pierre (dir.), 2002, 1901. Les congrégations hors la loi ?, Letouzey & Ané, Paris.

Larkin Maurice, 2004 (1ere edition par Macmillan, Church and State after the Dreyfus Affair. The Separation Issue in France, en 1974], L’Eglise et l’Etat en France. 1905 : la crise de la séparation, éd. fçaise, Privat, Toulouse.

Mayeur Jean Marie, 2005(1ere édition par Julliard, en 1966), La séparation des Eglises et de l’Etat, Ivry, L’Atelier, Paris.

Prélot, Pierre-Henri, 2011, « Les signes religieux et la loi de 1905. Essai d’interprétation de la loi portant interdiction de la dissimulation du visage dans l’espace public français à la lumière du droit français des activités religieuses », Société, Droit & Religion, CNRS Editions, Paris, n° 2, p. 25-46.

Poulat Emile, 1987, Liberté-Laïcité. La guerre des deux France et le principe de la modernité, Cujas, Paris.

Poulat Emile, en collaboration de Maurice Gelbard, 2010, Scruter la loi de 1905, Fayard, Paris.

source

samedi, 18 octobre 2014

Julius Evola: The World’s Most Right-Wing Thinker

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Julius Evola:
The World’s Most Right-Wing Thinker

By Jonathan Bowden 

Editor’s Note:

This text is the transcript by V. S. of Jonathan Bowden’s lecture on Evola delivered to the 27th meeting of the New Right in London on June 5, 2010. As usual, I have deleted a few false starts and introduced punctuation and paragraph breaks for maximum clarity. You can listen to it at YouTube here [2]. Three passages are marked unintelligible. If you can make out the words, please post a comment below or contact me at editor@counter-currents.com [3]. 

This is the 27th meeting of the New Right, and we’ve waited quite a long time to discuss one of the most important thinkers of the radical Right and of a Traditional perspective upon mankind and reality, and that is Baron Julius Evola.

Now, Evola is in some respects to the Right of everybody that we’ve ever considered in nearly any of these talks and not in a sort of unprofound or sententious manner. Julius Evola was somebody who rejected purposefully and metaphysically the modern world. Now, what does that mean? It basically means that at the beginning of the last century, Baron Evola, who is a Sicilian baron, decided that there are about four alternatives in relation to modern life for those of heroic spirit.

One was suicide and to make off with one’s self by opening one’s veins in the warm bath like Sicilian Mafiosi and Italian cardinals and Sicilian brigands and ancient Romans.

Another was to become a Nietzschean, which for many people in tradition is a modern version of some, but by no means all, of their ideas, and it’s a way of riding the tiger of modernity and dealing with that which exists around us now. Later, people like Evola and other perennial Traditionalists as we may well call them became increasingly critical of Nietzsche and regard him as a sort of decadent modern and an active nihilist with a bit of spirit and vigor but doesn’t really have the real position.

I make things quite clear. I would be regarded by most people as a Nietzschean, and philosophically that’s the motivation I’ve always had since my beginning. That’s why parties don’t really mean that much to me, because ideas are eternal and ideas and values come back, but movements and the ways and forms that they take and expressions that they have come and go.

evola.jpgNow, moving from the Nietzschean perspective, which of course relates to the great German thinker at the end of the 19th century and his active and quasi-existential and volitional view of man, is the idea of foundational religiosity or primary religious and spiritual purpose. In high philosophy, there are views which dominate everyone around us and modern media and everyone who goes to a tertiary educational college, such as a university, in the Western world. These are modern ideas, which are materialistic and anti-spiritual and aspiritual and anti-religious or antagonistic to prior religious belief so much so that it’s taken as a given that those are the views that one holds. All of the views that convulsed the Western intelligentsia since the Second European Civil War which ended in 1945, ideas like existentialism and behaviorism and structuralism and so on, are all atheistic and material views. They’ve been discussed in other meetings. As one goes back slightly, one has various currents of opinion such as Marxism and Freudianism and behaviorism beginning in the late 19th century and convulsing much of the 20th century.

But these are views that an advanced Evolian type of perspective rejects. These views are anti-metaphysical and often counter the idea that metaphysics doesn’t exist, that it’s the school returning of the late Medieval period, what was called the Medieval schoolmen. In some of his books, Evola talks about Heidegger, Martin Heidegger, of course, who got in trouble in the 1930s for his alleged academic positioning in relation to the most controversial regime of modernity. Heidegger, in my opinion, and I’ve talked about Heidegger before, was a quasi-essentialist to an essentialist thinker. Evola believes he’s an existentialist, but that’s largely by the by.

These anti-metaphysical views are that which surrounds us. All liberalism, all feminism, all quasi-Marxism, all bourgeois Marxism, all cultural Marxism, the extreme Left moderated a bit into the Center, high capitalist economics and the return of old liberalism against the Keynesianism which was the soft Marxism that replaced it earlier in the 20th century . . . All of these ideas are materialistic and atheistic and aspiritual and anti-metaphysical.

You could argue that the heroic Nietzschean dilemma in relation to what is called modernity is a quasi-metaphysical and metaphysically subjectivist view that there are values outside man and outside history that human beings commune with by virtue of the intensity with which they live their own lives. But there is a question mark over (1) the supernatural and (2) whether there is anything beyond, outside man within which those values could be anchored.

So, the idea of permanence, the idea of a metaphysical realm which most prior civilizations are based on—indeed Evola and the Traditionalists would say all prior civilizations are based on—is questioned by the Nietzschean compact. It is ultimately, maybe, the beginnings of a very Right-wing modern view, but it is a modernist view. Take it or leave it.

The sort of viewpoint that Evola moved towards, and there was a progression in his early life and spiritual career and intellectual and writing career, is what we might call metaphysical objectivism. This is called in present day language foundationalism or fundamentalism in relation to religiosity. Fundamentalism, like the far Right, are the two areas of culture that can’t be assimilated in what exists out there in [unintelligible] Street. They’re the two things that are outside and that’s why they can never entirely be drawn in.

Now, metaphysical objectivism is the absolute belief in the supernatural, the absolute belief in other states of reality, the absolute belief in gods and goddesses, the absolute belief in one supreme power (monotheism as against polytheism, for example), the absolute belief that certain iterizations, certain forms of language and spiritual  culture exist outside man: truth, justice, the meaning of law, purposive or teleological information about how a life should be lived. Most people in Western societies now are so dumbed down and so degraded by almost every aspect of life that nearly any philosophical speculation about life is indeterminate and almost completely meaningless. It’s a channel which they never turn on.

 

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Now, the type of metaphysical objectivism that Evola postulates as being an anchor for meaning in modern life can take many different forms. One of the great problems many Right-wing or re-foundational or primal movements or tribal movements or nationalistic movements of whatever character have is if there is a religion somewhere behind it–as there often is for many but not all of the key people involved in such movements and struggles–what form should that be? Everyone knows that culturally, and this is true of a formulation like GRECE or the New Right in France, as soon as you begin to get people of like-mind together they will split on whether they’re atheist or not, secularist or not, but they are also, on a deeper cultural level, split on whether they’re pagan influenced or Christian. Such divisions always bedevil Right-wing cultural and metapolitical groups.

The way that the Evolian Tradition looks at this is to engage in what is called perennialism. This is the inherent intellectual and ideological and theological idea that there are certain key truths in all of the major faiths. All of those faiths that have survived, that are recorded, that have come down to us, even their pale antecedents, even those dissident, deviant and would-be heretical elements of them that have been removed, in all of them can be seen a shard of the perspectival truth that these particular traditions could be said to manifest. Beneath this, of course, is the ethnic and racial idea that people in different groups within mankind as a body perceive reality differently, experience it differently, have different intellectual and linguistic responses to it, and form different cults, different myths, different religions because they are physically constituted in a manner that leads to such differentiation.

This can lead among certain perennialists to a sort of universalism at times, almost a neo-liberalism occasionally, where all cultures are of value, where all are “interesting,” where all are slightly interchangeable. But given that danger, the advantage for a deeply religious mind of the perennial tradition is to avoid the sectarianism and negative Puritanism which is inevitably part and parcel of building up large religious structures.

As always, a thinker like Evola proceeds from the individual and goes to the individual. This can give thinking of this sort a slightly unreal aspect for many people. Where are the masses? Where is the democratic majority? Where is the BBC vote that decides? The truth is Evola is not concerned with the BBC vote. He’s not concerned with the masses. He regards the masses, and the sort of theorists who go along with him regard the masses, as sacks of potatoes to be moved about. His thinking is completely anti-democratic, Machiavellian to a degree, and even manipulative of the masses as long as it’s down within an order of Tradition within which all have a part.

Evola dates the decline of modernity from, in a sense, the end of the Middle Ages and the beginning of the Renaissance. But many thinkers of a similar sort date the slide at other times. Evola’s a Catholic and once asked about his religious particularism he said, “I’m a Catholic pagan,” which is a deeply truthful remark, dialectically. I am not a Christian, but if you look at it from the outside the core or ur part of Christianity is obviously Roman Catholicism, even though I was technically brought up in the Protestant sort of forcing house of Anglicanism. A wet sheet religion if ever there was one. But Anglicanism, of course, is a syncretic religion. It’s a politically created religion. A bit Catholic, a bit Protestant, but not too much, and with a liberal clerisy at the top that’s partly Protestant-oriented within it and exists to manage the thing.

One of the truthful, although this is en passant, asides that can be made about Anglicanism and the reason why it’s been supported even today through state establishmentarianism when virtually no one attends these churches at all except the odd old lady and immigrants from the Third World, is that it’s a way of damming up some of the extremism that does lurk in religion. Religion is a very dangerous formulation as the modern world is beginning to understand.

evola_card10.jpgI remember Robin Cook, who was a minister who opposed the Iraq War and so on and died on a Scottish mountain, all that obsessive walking when one’s thin and redheaded can lead to undue coronaries, but Cook once said, and he’s a son of the manse like most of these Scottish politicians are, in other words, he comes from a Calvinist background to a degree, he said that in his early life he thought with the general Marxist and Freudian conundrum that religion was over. And now towards the end of his life, this is just before he died, he said, “the dark, clammy, icy hand of religiosity,” in all sorts of systems, “is rising again, and secular Leftists like us,” he’s speaking of himself and those who believe in his viewpoint, “are feeling the winds of this force coming from the side and from behind.” It’s a force that they don’t like.

I personally believe, as with Evola, that people are hardwired for faith. Maybe 1 in 10 have no need for it at all. But for most people it’s a requirement. The depth of the belief, the knowledge that goes into the belief, the system they come out of, is slightly incidental. But man needs emotional truths. George Bernard Shaw once said, “The one man with belief is worth 50 men who don’t have any” and it’s quite true that all of the leaders of great movements and those that imposed their will upon [unintelligible] inside and outside of particular countries have considerable and transcendent beliefs, philosophical, quasi-philosophical, religious, semi-religious, philosophical melded into religious and vice versa. Without the belief that there’s something above you and before you and beyond you and behind you that leads to that which is above you, we seem as a species content to slough down into the lowest common denominator, the lowest possible level.

Evola and those who think like him believe that this is the lowest age that mankind has ever experienced, despite its technological abundance, despite its extraordinary array of technological devices that even in an upper pub room in central west London you can see around you. It is also true, and this is one of the complications with these sorts of beliefs, that some of the methodologies that have led to this plasma screen behind me would actually be denied by elements of some of the religiosity that people like him would put forward, but that’s one of the conundrums about epistemology, about what you mean by meaning, which lurks in these types of theories.

The interesting thing about these beliefs is that they are primal. Turn on the television, turn on the radio, the World Cup is just about to begin. Everywhere there is trivia. Everywhere there is celebration of the majority. Everywhere there is celebration of the desire for us all to embrace and become one world, one world together. As someone recently said, “I don’t want to be English. I don’t want to be British. England’s a puddle,” he said. “I want to step out. I want to be a citizen of the world! I don’t want to have a race. I don’t want to have a kind. I don’t want to have a group . . . even a class! I don’t want to come from anywhere. I want to be on this planet! This planet is my home!” Well, my view is that sort of fake universality . . .  Maybe you should get him one of these dinky rockets and fire himself off into some other firmament, because this is the home that we have and know. And the only reason that we can define it as such is by virtue of the diversity of what exists upon it. But the number of people who wish to maintain that level of diversity and the pregnant meanings within it seem to get smaller and smaller with each generation.

The politicians that we have now are managers of a social system. It’s quite clear that we do not have three ruling parties, but one party with three wings, the nature of which are interchangeable in relation to gender, where you come from in the country, class, background, how you were educated, and whether you arrived in the country as a newcomer in the last 40 to 50 years or not.

Now, Evola’s step back from what has made the modern world leads to certain radical conclusions about it which are spiritually and politically aristocratic. Most people are only aware of the Left-Right split as it relates to a pre-immigration, slightly organic society where social class was the basis for political alignment. Bourgeois center Right: conservatism of some sort. Center Left: Labour, social-democratic, trade unionist, and so on. Now we have a racial intermingling which complicates even that division. The distinction between the aristocratic and upper class attitude and the bourgeois attitude, which is as pronounced as any Left-Right split between the proletariat and the bourgeoisie, is that which Evola advocates.

Evola believes, in some respects, in masters and slaves, or certainly serfs. He believes that the merchant and those who deal purely with economics have to be subordinated to politics, to higher politics, to metapolitics, to military struggle. He believes that the warrior and the religious leader and the farmer and the intellectual/scholar/craftsman/artist are uniquely superior to those that make money, and nearly all of Evola’s views are in some way a form of aristocraticism.

If you look at all of the sports that he favors–fencing, mountaineering–they all involve lone individuals who prepare themselves for a task which is usually dangerous and which can usually result–mountaineering for example and his book Meditations on the Peaks–in annihilation, if you go wrong, but creates an extraordinary and ecstatic sense of self-overbecoming if you conquer K2, the Peruvian mountains, the Eiger, Mount Everest and so on. Even in the more populist forms of mountaineering, the sort of beard and upper middle class Chris Bonington cheery mountaineering as you might call it, there is a streak of aristocratic, devil may care and Byronic license. The bourgeois view is, “Why do that!? It’s dangerous. It’s pitiless. You could be hurt and injured! There’s no profit. It serves no higher reason than itself.” For Evola, the reason and the purpose is the reason to do it. It is the stages that you go through and the mental states you get into as you prepare and you execute a task which is dangerous and the same analogy can be extended to martial combat, the same analogy can be extended to sports like ancient wrestling.

Modern wrestling is a circus, of course, where the outcome is largely decided by the middlemen who negotiate the bouts between clowns, who can still damage each other very severely. But ancient wrestling was a bout that ended very quickly and was essentially religious, which is why the area that they wrestled in was purified with salt in most of the major traditions.

Fencing: Take away the protective gloves and gear and you have gladiatorial combat between people who are virtually on the brink of life and death. It’s only one step removed from Olympic fencing. Notice that in the contemporary Olympics, a movement that was founded in modernity on the Grecian ideal, nearly always founded by aristocrats, all of the early victors in shooting and fencing and all these early sports are aristocrats. Of course, the early Olympics have their funny side. Many of the female athletes that won the early Olympics were transsexuals. Of course, medical checks were instituted to prevent hermaphrodites and people of diverse genders and that sort of thing from competing in these competitions. But the individualistic sports in a mass age have been disprivileged and are largely regarded as strange wonderland sports that the masses only flip channels over in relation to the Olympics.

For a man like Evola and for the sensibility which he represents, things like sport are not a diversion. They are targets for initiation in relation to processes of understanding about self, the other, and life that transcend the moment. So, one bout leads to another, leads to another moment of skill. It is as if these moments, which most people always try to avoid rather than engage upon, are in slow motion. The whole point of Evola’s attitude toward these and other matters is to go beyond that which exists in a manner which is upwards and transcendent in its portending direction.

This is a society which always looks downwards. “What will other people think? What will one’s neighbors think? What will people out there think? What will all this BBC audience think? What do the masses, Left, Right, Center, pressing their buttons on panels and consoles think?” The sort of Evolian response is what they think is of no importance and they ought to think what the aristocrats of the world, in accordance with the traditions, which are largely religious, out of which their social order comes, think. You can understand that this is an attitude which is not endeared, this type of thinking, to contemporary pundits and to the world as it now is.

The_Yoga_of_Power_Cover.jpgIt’s also inevitable that when Evola’s books were published they would enter the English-speaking world via the occult, via mysticism, via various types of initiated and individualistic religiosity. The whole point about the Western occult, whether one believes in the literal formulation that these people spout or whether one believes in it metaphorically and quasi-subjectively, is that it’s an individualistic form of religiosity. In simple terms, mass religion involves a small clerisy or priesthood in the old Catholic sense up there and the laity are down there and it’s in Medieval Latin, it’s slightly mysterious, you partly understand it if you’re grammar school educated, otherwise you don’t, it’s mysterious and semi-initiated, but you don’t really know, the mystery is part of the wonder of the thing, you look up at them and they’ve got their backs to you, and they’re looking up further beyond them towards the divine as they perceive it. Now, that’s a traditional form of mass religiosity, if you like.

But the type of religiosity with which he was concerned was individualistic and voltaic. It was essentially the idea that everyone in a small group is a priest. Sometimes there’s a priest and a warrior combined. One of the many scandals that we have in modernity is crimes that are committed by members of various religious groups and organizations. Many Traditionalist minded people believe that the reporting of these crimes in the mass media is deliberately exaggerated in order to demonize any retrospectively traditional elements of a prior and metaphysically conservative type in the society.

But if one looks at it another way–and one of the things about Evola is the creativeness of the aristocratic mind that looks at essentially Centrist and bourgeois problems in a completely different perspective–he would say about those sorts of scandals, which I won’t belabor people with because everyone knows about them, that it’s the absence of the dialectic between the priest, somebody who believes in something, somebody who believes in a philosophy that isn’t just theirs and therefore relates to a society and relates to a continuing generic tradition out of which they come . . . Most contemporary philosophers are “just my view.” “Just my view as a tiny little atom.” Rather than my view as something that’s concentric and links me to something larger and that therefore can be socially efficacious. But from an Evolian perspective, the absence of the warrior or the martial and soldierly traditions and its interconnection with belief and the individual who believes is the reason for decadence or deconstruction or devilment or decay in these religious organizations. In his way of looking at things, there’s a seamlessness between the poet-artist, the warrior, and the religious believer. They are different formulations of the same sort of thing, because they are always looking upwards and, in a way, are deeply individualistic and egotistical but transcend that, because the concentration on one’s self or one’s own thinking, one’s own feeling, one’s own concerns, one’s own attitude towards this mountain, this woman, this fight, this text is conditioned by that which you come out of and move towards.

Evola doesn’t believe in progress nor does the Tradition that he comes out of. They don’t believe in scientific progress. They don’t believe in evolution. But his anti-evolutionism is strange and interesting. It’s got nothing to do with creationism and, if you like, the Evangelical politics of certain parts of what you might call the Puritan American Right, for example. His attitude is a reverse attitude, which in a strange way is an involuntary and inegalitarian way of looking at the same issue. His view is that the apes are descended from us as we go upwards rather than we are descended from them as we leave them in their simian animalism. So, in a way, it’s actually a reformulation of the same idea but looking upwards and always seeing, if you like, the snobbish, the aristocratic, the prevailing, the over-arching view rather than viewing the thing from a mass, generic, and middling perspective which includes people.

Tony Blair says the worst vice anyone can have is to be intolerant. It’s to be exclusive. It’s to exclude people. “The nature of Britishness is inclusion,” when, of course, the nature of any group identity is exclusion, and who is on the boundary and who can be allowed in and the subtleties and grains of difference that exist between one excluded group and another, where one tendency of man ends and another begins. Evola believes, in a very controversial way, that decline is morphic and spiritual combined. In other words, races of man have a spiritual dimension, have a higher emotional dimension, have a psychological dimension, but never forget that Evola is not a Nietzschean. He is not somebody who believes that it’s all at this level. He believes that the gods speak to man directly and indirectly and the civilizations that we come out of are based essentially on religious premises.

Moderns who sneer at these sorts of attitudes, of course, forget that virtually every civilization that mankind has ever had until relatively recently, and in every civilization there are documents and artifacts which are included in the storehouse of the British Museum just over there in central London, was religiously and theologically based. It’s only really in a post-Enlightenment, Scottish Enlightenment, English Enlightenment, French Enlightenment, 18th century plus sort of a way that the secularization of Western Europe rivals the rest of the planet. Further east in Europe, less of it. Further south in Europe, a bit less of it. Religiosity on most of the other continents of the Earth is still a primary force, but Evola would despise the sort of religiosity that prevails there because he would see in it broken down thinking, syncretism, the people who would say he would be in favor of contemporary Saudi Arabia, for example, would probably be sorely disappointed. He would see under the religious police, under the strict observance of this or that rule, American satellite dishes and modern devices and that which is external, in relation to modernity, and which is being internally accepted. So, Evola was always the critic, if you like, and always on the outside.

Now, his career is quite complicated because when he was a very young man he fought in the First World War on the Italian side. They, of course, fought on the “Western” or Allied side in that war as is often forgotten. There are some extraordinary photos of him on the internet in these goggles and these helmets looking like extraordinarily fascistic, and that movement hadn’t even really been created then. He looks like that in a D’Annunzian-type way, stylistically, even before the gesture itself.

Evola, of course, partly disapproved of Fascism and National Socialism even though he became very heavily implicated and/or involved in both of them, because in his view they weren’t Right-wing enough! They weren’t traditional enough. They weren’t organic enough. They weren’t extreme enough. Evola is probably the only thinker in the 20th century whose written a slim volume criticizing National Socialism from the Right not from any point to the Left. He only aligned with these movements because they forced modernity to question itself and because they were anti-democratic and because they were ferocious and desired morally and semi-theologically–because few, including liberal critics, would deny that there was a semi-theological insistence to most of the radical European movements, even of the Left but certainly of the Right, in the first half of the last century. Evola saw in these movements a chance but no more, which is why he flirted with them, why he wrote a fascist magazine in Italy, why he went to colleges run by Himmler’s SS in Germany, why he was disapproved of by them, why he had sympathizers in the Ernst Jünger-like in the party who protected him, why he was allowed to write with a degree of freedom whilst giving a degree of loyalist obeisance to these structures and yet, at the same time, to remain outside them. The question has to be raised whether Evola’s philosophy is consonant with the creation of a society or whether it will become, if you like, a spirited individualism.

Evola was also involved in the beginning of his career in one of the most radical modernist movements of the 20th century: Dadaism in Italy. He produced Dadaist paintings. Now, this, superficially, looks quite extraordinary. But of course there was a strong interconnection between certain early modernisms and fascistic ideologies. The reason that he became involved in Dadaism is quite interesting, and, of all things, there is a talk on YouTube that lasts four-and-a-half minutes in which Evola is an old man explicating why he was involved. He says the reason we got involved in these movements was to attack the bourgeoisie, was to attack the middle class, and was to attack middle class sensibility and sentimentality. The extraordinary radical anti-system nature of many radical Right ideas, which is hidden in more moderate and populist variants, comes out staring at you full in the face in people like Evola. Many fascistic and radical movements of the Right, of course, were peopled by adventurers and outsiders and quasi-artists and demi-criminals and religious mystics and madmen and people who were outside of the grain of mainstream life, particularly people who were socialized by the Great War, which many of them experienced as a revolution.

Wyndham Lewis who was strongly drawn aesthetically to modernism and politically to various forms of fascism and was a personal friend of Sir Oswald Moseley once said that for us, the First War was a revolution, wasn’t a war. We saw killing on a truly industrial scale. We saw the industrialization of slaughter.

One of the interesting ironies of the Evolian, and in some ways Ernst Jünger’s, position about war is that, although thinkers like them are regarded by pacifists and liberal humanists and feminists, as warmongers, there is a distaste for mass war in Jünger and Evola and the others, because it’s the war of the ants, the war of the masses in blood and dung and soil and gore. There is nothing chivalric about a man being torn to pieces by a helicopter gunship when he doesn’t even have a chance to get his Armalite into the air.

Evola would prefer the doctrine of the champion. You know, when two Medieval armies meet, and one enormous, hulking man comes out of one army, in full regalia trained in martial splendor and arts as a previous speaker discussed in relation to the Norse tradition, and another champion emerges and they fight for a limited objective that leaves civilization intact on either side. But the one that is defeated will obviously pay dues to the other.

Now, this shows the extremely Byronic, individualistic, and aristocratic spirit that lurks in Evola’s formulations. The way that his works have come down to us, of course, is the way that he lived his life and the books that he wrote. It’s interesting that the Anglo-Saxon world has received his literature through translations by mystic and occultistic publishers in the United States: about tantra, about Buddhism, about Japanese warrior castes and traditions, about the Holy Grail, about Greco-Roman, High Christian, pagan, and post-pagan Europeanist and other traditions.

Another radicalism about Evola is his total unstuffiness and absence of prudery in dealings with sex. Evola wrote a book called Metaphysics of Sex. He regards sexuality as a primal biological instantiation through which the races of man are renewed and replaced. But at the same time he regarded it as one of the primary human acts of great energy and force that has to be channeled, has to be made use of, has to be transcended in and of itself. You have this odd commitment to tantra, which is a sort of erotic extremism of occultic sex, and a total opposition to pornography. Why? Because the one involves commercialization of sex, the one involves money interrelated with sexuality. From this purely primal perspective, unless a marriage is arranged between dynastic states or groups for particular statal purposes, which is fine, money has almost nothing to do with these areas of life.

 

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The disprivileging of money as the basis of everything and the belief that the society that we have now is the result of the fact that every politician in all of the parties represented in the major assemblies, including radical Right parties essentially of a populist hue actually, believe in Homo economicus. They believe that man is an economic integer and nothing else matters. Immigration? It’s good for the economy, don’t you know? Mass movements of capital around the world at the flick of a button on a screen in exchanges all around the globe, particularly in the Far East now but also ubiquitously? It’s good for the economy! Everything is based upon the freeing of people from prior forms of alleged servitude due to economic enhancement. The sort of doctrines Evola holds are not neo-Medieval, nor are they a desire for a return to the ancient world with certain modern technologies. In some ways, they are a return to the verities that existed before the modern world was created.

One of the most substantial critiques of this type of thinking is the belief that the modern world is inevitable, that all cultures and races will modernize and are doing so at a great rate of knots, that skyscrapers and enormous megalopolic cities are being thrust up in the Andes and the Far East and even client Chinese-built ones will emerge in Africa and elsewhere and that it would be onwards and upwards forever in relation to what we have now. There are grotesque problems with that, of course, because to give every human on this planet irrespective of race, kinship, clime, and culture a middle American lifestyle you will need 3 planets, 8 planets, 10 planets, or you may need them, in order to give them that middle American feeling. The three satellite dishes, the condominium, the three Chelsea tractors outside in the driveway, the multiple channel TV, and so on. To give every African that we will need many, many planets and many, many times the economic wherewithal that we have even at the moment.

The interesting thing about Evola is that many issues that convulse people today–famine in the Third World, war in the Congo, HIV/AIDS–he would say they’re interesting, of course, because they’re things that are going on, and everything has a meaning even beyond itself. But ultimately they’re unimportant. The number of humans on the Earth doesn’t matter to his type of thinking. Pain and suffering do not matter in accordance with his type of thinking. Indeed, he welcomes them as part of the plenitude of life, because life begins in pain and ends in pain and most people live their entire lives in denial of the fact that life is circular as his philosophical tradition believes the world is and meaning is. There is progression around the circle, but there is decline, and decline and death are part of an endless process of will and becoming.

It is essentially and in a very cardinal way a religious view of life, but also a metaphysically pessimistic and conservative view of life in a profound way that the conservatism of contemporary liberal Tories like Cameron would not even begin to understand. To a man like him, theories of Evola’s sort are lunacy, quite literally, the return to the Dark Ages, the return to the Middle Ages, quasi-justifications of slavery, quasi-justifications of the Waffen SS. This is what Cameron or his colleagues on the front bench and his even more liberal colleagues on the same front bench would say about these sorts of ideas.

1907166939.jpgBut the irony is that 300 to 400 years ago, most civilized structures on Earth were based on these ideas. Even the modern ones that replaced them are based upon the contravention of these sorts of ideas, which means that they realized they were real enough to rebel against in the first instance. It’s also true that even in the high point of modernity, post-modernity, hypermodern reality, all the phrases that are used, when a war occurs, when the planes go into the towers in New York, when the helicopter gunships stream over Arabian sands, you suddenly see a slippage in the liberal verities and in the materialism and in some of the ideas which are used to justify these sorts of things. Not much of a slippage, but you suddenly see a slippage, what occultists and mystics call a “rending of the veil,” a ripping of the veil of illusion between life and death.

What is life really about? Is life really about shopping? Is life really about making more and more money? Is life really about bourgeois status when one already has enough to live on? Is life really about eating yourself to death? These are the sorts of things that Evola’s viewpoint pushes before people, which is why the majority will always push it away.

His political texts are essentially Revolt Against the Modern World, Men Among the Ruins, and Ride the Tiger, which explore the nature of a man who is born now when most of the prior traditions of his culture and his civilization have collapsed.  The decivilization of man, the fact that Western cities have turned into Third World zones, the fact that semi-criminality is endemic, the fact that when you go into a street graffiti is there, rap music blares from a passing car, 20%, 40% of the street has no relationship to you aesthetically or ethnically or racially or culturally. Evola would see this as part of the inevitable climate of decline and spiraling downwards towards matter, which is intentional and volitional.

The most controversial area of Evola is when he begins to unpick and reformulate many classic propositionalisms of what might be called the “Old Right” to determine what has occurred and why. Evola is essentially, although he began in a more subjectivist and changeable mood, a deeply religious and aristocratic man. This means there is always a reason. Liberals believe that everything is a confusion and everything is contingent upon itself and everything is an accident waiting to happen. But like Christ in the New Testament, who believes that when two birds fall to the ground the father is aware, Evola believes that there is always a purpose and a reason. Evola believes that civilizations are collapsing in on themselves and tearing themselves apart internally for reasons that are pushed by elites and by forces which are manifest within them that will that desire. The endless atoms and causal moments in the chains may not know of that which is coming, that which is non-volitional, that which is partly pre-programmed. He believes that these tendencies of mass servitude, mass death, mass proletarianization spiritually, mass plebeianism, mass social welfare, mass social democracy are willed, that the destructivity of prior cultural orders is willed and definite, and certain racial groups are used to facilitate that destruction, and that other groups use them in order to achieve it.

He believes in an aristocracy of man, because he believes everything is hierarchical. There was an interesting moment in a by-election in East London or eastern London just recently when the chairman of the party that I used to be in a while ago was asked by a woman of Afro-Caribbean ancestry, “Are we equal with you?” The media’s there, you know. Twenty cameras are upon this individual, and, therefore, given the logic and the paradigm that he is in he said, “Yes.” He would probably want to say, “Yes, but . . . ,” but the media has gone on because it’s got the required answer. Indeed, lots of media investigation now is asking a politician to affirm their correctness before a prior methodological statement, and woe betide any of them if they show the slightest backsliding on any issue about which they should be progressive.

Who can put words in the mouth of somebody who died a while back, but Evola’s answer, the answer of his type of thinking, would be that that woman is unequal in relation to a black writer like Wole Soyinka, who is a Nigerian from the Yoruba tribe and won the Nobel Prize. Is he worthy of winning the Nobel Prize? Was he given the prize in the 1990s because it was fashionable to do? Rabindranath Tagore, the great Indian writer and Brahmin and higher caste type, won it in 1913. Probably wasn’t too much political correctness then, but there was probably a bit even then. The Evolian answer is that she is not equal in relation Soyinka, and Soyinka is not equal in relation to Chaucer or Defoe or Shakespeare or Voltaire or Dante or Tolstoy or Dostoevsky or Wagner, that everything is unequal and that everything is hierarchical and that there is a hierarchy within an individual and between individuals and between groups of individuals, because everything is looking upwards and everything has a different purpose in life.

This means that those who are at the middle and the bottom of an ethnicity, of a social order, of a gender, of a prior historical dispensation should not be lonely, in his way of looking at things, or afraid or rebellious or full of alienation and fear. Because everyone has a role within a hierarchy and people can move to a degree although his viewpoint is essentially aristocratic and not meritocratic. A man like Nietzsche, who Bertrand Russell once condemned as advocating an aristocracy when he was not born in it or anywhere near it, would be accepted, but never completely accepted by an aristocratic caste. Things that are regarded as hopelessly naïve and snobbish now, Evola regards as just due form.

locandina.jpgWhat is the worst thing in the world at the present time according to Sky News? Probably discrimination. Discrimination of one sort or another. Evola would believe that discrimination is the taxonomy of an aristocratic sensibility. One reaches for a piece of cake, one discriminates. One has an arranged marriage with another member of the Sicilian nobility, one discriminates. One reaches for a sword to do down a bounder that one wishes to beat with the flat of the blade, one discriminates between the weapon and the object of the rage, which is itself indifferent because it sees something beyond even itself. These are views, of course, that the majority of people will find cold, chilling, brutal, [unintelligible] beyond their conception. Almost forms of insanity in actual fact in relation to what is today regarded as normal or moral or even human. They are partly inhuman ideas, in some ways, but they are ideas that most aristocracies and most warrior castes have had for most forms of human history.

Evola’s books are now widely available to those who wish to read them. The great conundrum of his work is, does it portend to an asceticism? In other words, if the era of destruction, which is the Kali Yuga on the ideology which he puts forward, which is the Hindu age of destruction where everything is broken and everything is melded together prior to decomposition which will feed a universal rebirth at a future time, because mankind is seasonal in relation to Spengler’s view of the world where his view of history is compared to plants and botany to give it some sort of methodology, some sort of structure.

Don’t forget, these are 19th century and early 20th century ideas. No history don, or hardly any history don, today believes history has a meaning. Carlyle believed that the sort of deistic nature of history impinged upon the decadence of the French royalist elite and it led to the revolution because they didn’t superintend France properly. He sort of believed in his Protestant, thundering way from the pulpit of his study in the mid-19th century that the French Revolution was an outcome that was partly deserved by a failing aristocracy. In other words, history had a meaning.

It had a purpose. Nobody believes history has a meaning or a purpose. Certain anti-fascists would say Stalingrad had a purpose, but they forget that the Red Army shot 16-18,000 of their own men, and the Commissars stood 18 feet behind the lines. They shot an army of their own men in order to win that battle, just as secret police in the Third World cut off the ears and cut out the tongues of any who retreat in battle before they send them back to their villages.

Would Evola approve of that? He would probably say that if it was done individualistically or as a matter of revenge or of rage it’s dependent upon the circumstances, but to do it in a mass-oriented way–mass camps, mass sirens, the totalitarian response particularly of communism, the reduction of everything to the lowest common denominator so all can be free in a sort of pig-like uniformity–he would consider that really to be death and to be fought against.

Evola is extraordinarily controversial because there is an area in his thinking, particularly in relation to the Islamic world, that leads almost to the justification, as certain liberal critics say, of forms of religious terrorism. He never quite advocates that, but it’s quite clear that his loathing of the modern world is so much and his nuanced appreciation of the Islamic concept of Jihad–where you fight within yourself against doubt and fight externally in a quasi-pagan and masculine way against the enemy that is without you–has a resonance that chimes with certain extremist religious people who basically want to blow the modern world up.

So, Evola is, as I say in my title, one of the world’s most Right-wing, certainly most elitist, thinkers. The interesting thing about him is that everything always looks upwards, even his doctrine of race.

You find in many racialistic movements a sort of socialism. That if you are of my ethnicity you are “all right,” as if possession of a certain melanin skin content or absence of same is all that the thing was about. When Norman Tebbit says that the British National Party is old Labour plus allied racialism, there is always a streak of truth to such viewpoints. Evola doesn’t believe in that.

Evola believes that race is spiritual as well as physical. If a man comes to you and says, “Oh, I’m White! You should be looking after me, mate!” he would say what is your intellect, what is your quality, what is your moral sense, what do you know about your civilization, how far are you prepared to fight for it, what pain can you endure, have you had understanding of death in your family and in life, are you a mature and profound human being or are you part of the limitless universality although you were born in a particular group which I respect and come from myself.? That’s the sort of principle that he would have.

Now, that is an attitude of revolutionary snobbery in a way, but it’s snobbery based upon ideas of character. And in the end as we know, politically, character is a fundamentally important thing. And the absence of it, particularly in quasi-authoritarian movements is poisonous because people once in place cannot be removed except by the most radical of means. So, there is a degree to which leadership is all important.

Look at an army. An army is not a gang of thugs. But it can easily become one. An army can easily become a rabble, but armies are controlled by hierarchies of force, the nature of which is partly impalpable. Each squad has a natural leader. Each squad has its non-commissioned officer. Each squad has an officer above them. In real armies, German, British armies of the past, if one officer goes down somebody replaces them from lower down, assumes immediately the responsibility that goes with that role. Even if all the officers are gone and all non-commissioned officers, the natural leader, one of the 5%–most behavioral anthropologists believe that 1 in 20 of all people have leadership critera–can step forward in a moment of crisis and are looked to by the others, because they provide meaning and order and hierarchy in a moment of stress.

Have you ever noticed that when people undergo disaster or when they’re in difficulties they look for help, but they also look for people to lead them out of it? Leaders are never liked, because it’s sort of lonely at the top, but leadership is probably like the desire to believe in something beyond yourself. It’s inborn. And while the principle of leadership remains, where in even democratic societies leaders are required in order to energize the democratic masses . . .

Don’t forget, most of the Caesarisms of modernity are Red forms of Caesarism, forms of extreme authoritarianism and even pitilessness all in the name of the people. All raised in the name of the masses and their glory and their freedom, their liberty and their equality. When Forbes magazine says that the Castro family’s wealth in communist Cuba is $70 million US dollars, when it calls them communist princes . . . Don’t forget, an ordinary man in Cuba could be in prison for owning his own plumbing business. When you realize that these people are princelings of reversal, you sense that some of the hierarchies, although they wear different names and different forms, are occurring in an entropic phase or in a culture of decay do relate to many of Evola’s ideas even in reversal. He would say this is because these ideas are eternal and are perennial and will out in the end.

The traditional political Right-wing criticism of these sorts of ideas is that they are purely philosophical, they relate to individuals and their lives, they tend to Hermeticism and the ascetic view that a learned spiritual man, a man of some substance, can go off and live by himself and the rest can rot down to nothing and who cares. They say that they feed a sort of post-aristocratic misanthropy.

Look at our own aristocracy. They probably lost power in about 1912. They were never shot like in the Soviet Union, they were never beheaded like in revolutionary France of 200 years before. But they have lost everything in a way because their function has been taken from them, hasn’t it? The reason for those schools, the reason they were bred in the first place, the reason for all their privileges and so on has been taken away. The fascination with the Lord Lucan case in the ’70s, the sort of decline of that class. He listens to Hitler’s speeches at Oxford, beats the nanny to death, not even get the right woman in the basement. This sort of thing. Can’t even get that right! Couldn’t even get the crime right! It’s the decline of a class, isn’t it? Going down, and knowing they’ve gone down as well. It’s sort of Oswald Moseley’s son enjoys being dressed up as a woman and spanked and his son has just died of a heroin overdose. And yet Oswald Moseley is in that family chain. You don’t really need to think that there is a sort of efflorescence there. It’s a bit unfair on that family and so on.

But don’t forget, this was a class that was born to pitilessness and rule. This was a class that identified with eagles. That’s why they put them on their shields and on their ties and on their schools. And now look at them.

 

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But, of course, they have in a sense joined the rest, haven’t they? They’ve joined the mass. And what they once were no longer matters. Cameron sums it up in a strange sort of way. Traditionally, since the 1960s, the Tories have always elected pushy middle class people with which the mass of their electoral support can identify.

It was always said Douglas-Home would be the last of the old breed. He was premier when I was born. He would be the last of the old breed that would survive and thrive. When asked about unemployment in 1961, Douglas-Home said, “There’s room for a second gamekeeper on my estate.” And people said he was out of touch. Out of touch! And he was out of touch! Let’s face it. But he thought that was a quite commodious and moral answer, you see.

Cameron is strange because all of the ease–the ease before the camera, the ease before people, no notes, look at me, not a trembling lip–all of that ease is part of the genetics of what he partly comes out of. And yet all of his values are bourgeois. All of his values are middling and mercantile. All of his values are this society’s as it now is.

Would Douglas-Home have joined or even given money to United Against Fascism, who he would have regarded as smelly little people on the margins of society who were a Left-wing rabble who probably needed to be beating the grass somewhere? Or in my regiment. You see what I mean? The idea that he would identify with these people because the real enemy represents the seeds of the aristocracy from which one has fled, that wouldn’t occur to him. He was too much what he was, basically, as a form to really consider these lies and this legerdemain and this flight of fancy.

One comes to the most controversial area of Evola’s entire prognosis, and this is the belief that Jewishness is responsible for decline and that they are a distant and another race that pushes upon things and causes things to fall and be destroyed. These are the views, of course, the belief that there is a morphic element in the nature of the decline, that has made him so untouchable and controversial. The interesting thing is that when he was approached about the Protocols of the Elders of Zion, which is believed by all liberal humanist scholars to be a forgery of the Okhrana secret police based upon an alleged French novel, I think in the 19th century, Evola said, I’m not concerned whether it’s a forgery or not, which is a very interesting response.

Because in Evola’s occultistic and Hermetic view of the world you can indicate something through its reversal, you can indicate something through metaphorization, something can be emotionally true and not completely factually true, a text can be used to exemplify truths deeper than its own surface. This is a religious view of the text, of course, that the text does not end with itself. It’s a Medieval view and is based upon a science of linguistic study called hermeneutics where you would look at every word, you would look at every paragraph, you would look at every piece of syntax to deconstruct for essence rather than deconstruct to find the absence of essence.

In the Western world, if you go to university now and you do any humanities, any arts, any liberal arts, or any social science course you will come across an ideology called deconstruction. Even vaguely, the semi-educated have heard of it. This is a viewpoint that says that any essentialisms (race, class isn’t an essentialism, but it begins to become one in the minds of man, belief in God, gender and so on) lead to the gates of Auschwitz. This is what deconstruction is based on as a theory. Therefore you look at every text, you look at every film, because they’re obsessed with mass culture, you see, looking at what the masses look at and what they’re fed by the capitalist cultural machine. They look at this and say, oh look, dangerous essentialism there. Did you see in that John Wayne film? Did you see the way he spoke to the Red Indian? Sorry, Native American. You see that sort of thing. You look at these things and you break them down and you break them down again and you break down the element of sort of “David Duke” logic that could be said to lie in that particular phrasing and so on.

But the sort of analysis that Evola maintains is what you might call constructionism rather than deconstructionism. And that’s building upon the essences of things and bringing out their discriminatory differences. So, to him the fact that that text may have been put into circulation by the Okhrana, the czarist secret police, as a profound Hermetic, metaphoricization for courses of history which may or may not be occurring, is worthy of study. He again returns to the idea that everything has meaning.

If you want war with the Islamic world, the towers will fall. If you a pacifist and isolationist America to enter the Great War, a particular boat with civilians onboard but weapons underneath, will be torpedoed by the Germans. If you want to get the isolationist boobs of middle America into a global struggle in the early 1940s you allow the prospect of an attack that you know is going to happen to it there and you make sure your aircraft carriers are not there and you blame the middling officers who were there for their incompetence retrospectively because it is the moment to kick start democratic engagement with heroic and Spartan activities.

Who can doubt that there is a streak of the Spartan? When an American Marine goes up a beach on Iwo Jima or when he fights in Fallujah? Some of the modern world has certainly fallen away for that man as he faces oblivion in warriorship against the other, even within the modern. People like Evola and Jünger would realize that. There’s even at times, in the extremity of modern warfare, a return to the individual. What about these American pilots and these other pilots, these Russian pilots, who fly in these planes, and the warrior is part of the plane. You know, they have a computer in their visor and they have all sorts of statistics coming up before them. It’s like a man who is an army fighting on his own, isn’t it? He’s got an amount of force under his wings which is equivalent to an army of centuries ago. So, you have a return to elite individuals trained only for killing and warriorship at the top tier of present Western advanced military metaphysics.

The interesting thing about Evola’s way of thinking is it’s creative. Most Right-wing people are pessimistic introverts who don’t like the world they were born into, but Evola seems to be to me in some ways an extravagant, optimistic aristocrat who always sees, not the best side of everything, but the most heroic side of everything that goes beyond even itself. Even if the Protocols of the Elders of Zion, in accordance with his diction, was a lie and can be proved to be such, the fact that millions were motivated to believe in it, millions to reject its causation, that people fought out the consequences and the consequences of the consequences in relation to even some of those ideas, means that it is of great specificity and import.

 

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Nietzsche has the idea that a man stands on the edge of a pond, and he skims a pebble into the pond, and it skips across the water. You know when you get it skimming right and it goes and it goes and it goes and wave upon wave moves upon the surface, and you can’t predict the formulation of the wave and the current that it leads into. And that History has unknown consequences.

The Maoist general who was asked by an American sympathizer after the Maoist Long March, itself partly mythological, “What’s your view of the French Revolution?” And he memorably replied, “It’s too early to tell.” Because it’s only two 200 years back. That is the sort of perspective that Evola has.

Although there will be crushing defeats, and men of his sort, aristocrats, for whom the modern world has no time, play polo, waste your money, go to brothels, gamble all the time. There’s no role for you. The world is ruled by machines and money and committees and Barack Obama.

You know, American Rightists call Obama “Obamination” instead of abomination. Is he the signification for everything that is declining in America and isn’t all of these middle class tax revolt type movements which are 100% grassroots American really within the allowed channels of opposition? “He’s a socialist!” “It’s all about tax. It’s not about anything else.” “It’s all within the remit of health care budgetary constraints and views on same.” Etc, etc. “What about the deficit?” Aren’t all of these movements and the rage that they contain elements and spectrums of what he would call anti-modernity or semi-anti-modernity within modernity?

None of us know what the future will hold, but it is quite clear that unless people of advanced type in our group believe in some of the traditions that they come out of again, they will disappear. And in Evola’s view they will have deserved to disappear. So, my view is that whatever one’s view, whatever one’s system of faith . . . and don’t forget that in the Greek world you could disbelieve in the gods and think they were metaphors, you could kneel before a statue of them or you could have a philosophical belief in between the two and all were part of the same culture, all were part of the same city-state, and if called upon as a free citizens to defend it, even Socrates would stand in line with his shield and his spear.

All of Evola’s books are now available on the internet. The most controversial passages about morphology and ethnicity are all available on the internet. Read Julius Evola. Read an aristocrat for the past and the future, and look back to the perennial Traditions that are part and parcel of Western civilization and can fuel the imagination and fire even in those who don’t entirely believe in them.

Thank you very much!

 

 


 

Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

 

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vendredi, 17 octobre 2014

Il filosofo Diego Fusaro: “Sto con Putin perché ho letto Kant”

Il filosofo Diego Fusaro: “Sto con Putin perché ho letto Kant”

A cura di Alfonso Piscitelli
Ex: http://www.barbadillo.it

OLYMPUS DIGITAL CAMERAIl più interessante dei nuovi filosofi italiani legge Marx & Schmitt e appoggia Putin perché riavvicina l’Europa alle radici della sua cultura giuridica e politica.

Diego Fusaro (Torino, 1983) è il più interessante tra i filosofi italiani di giovane generazione. Sua è una rilettura del pensiero di Marx  al di là di ogni vecchia scolastica o tentativo di “rottamazione” (Bentornato Marx! il titolo del suo libro). Tra le sue opere ricordiamo anche “Minima Mercatalia. Filosofia e capitalismo” e il recente “Idealismo e Prassi. Fichte, Marx, Gentile”. Fusaro è stato allievo del grande (e misconosciuto) Costanzo Preve e proprio Preve gli ha trasmesso l’interesse per la Russia.  Costanzo Preve – ci dice Fusaro – scrisse un saggio intitolato “Russia, non deluderci!”.

In che senso?

Preve si aspettava che la Russia potesse opporsi allo strapotere del capitalismo americano e alle sue pulsioni imperialiste, e dunque garantire l’esistenza di un mondo multipolare. Se la Russia non delude in questa sua missione naturale, essa svolge una funzione fondamentale anzitutto per noi Europei.

La Russia di Putin a differenza della vecchia URSS non esprime una radicale alternativa “di sistema” al mondo liberalcapitalista.

Vero, ma dal punto di vista geopolitico la Russia rappresenta pur sempre un freno all’agire di una super-potenza che ormai tende a sconfinare nella pre-potenza. Il mondo post-1989 è esattamente questo, la tendenza americana a dominare il mondo in forma unipolare.

Nel parlare del necessario “multipolarismo” lei fa riferimento a Kant.

Sì, in un mio scritto: Minima Mercatalia. Filosofia e capitalismo. Kant diceva, nel 1795, che per garantire una stabile pace è meglio che vi sia una pluralità di Stati (diremmo noi: meglio più blocchi, anche contrapposti) che una Monarchia Universale. Oggi la “monarchia universale” è quella dello “one way”, del pensiero unico americano che mira ad annullare ogni diritto alla differenza e ogni modo alternativo di abitare il mondo che non sia quello americano.

Oggi la Russia tende a scontrarsi con l’Occidente sul tema dei valori e dei cosiddetti diritti individuali.

Quella dei diritti individuali è una vera e propria ideologia, nel senso deteriore del termine. Tale ideologia afferma i diritti di un individuo astratto, mentre i veri diritti sono quelli dell’individuo all’interno della comunità. Individuo e comunità esistono reciprocamente mediati, non ha senso pensarli astrattamente, come fa l’ideologia dei diritti civili, la quale è poi un alibi per non parlare dei diritti sociali.

Diritti individuali magari bilanciati anche con i doveri, come diceva Mazzini.

Certamente. Mi rifiuto poi di pensare che matrimoni gay, adozioni gay e eutanasia rappresentino i simboli della massima emancipazione possibile. È una presa in giro, anzitutto per i precari e per i disoccupati. I diritti devono essere anzitutto diritti sociali: quelli che garantiscono una sopravvivenza dignitosa dell’individuo all’interno della sua comunità, permettendogli di potersi pienamente esprimere in tutte le sue potenzialità.

Putin si appella a quel diritto naturale che affonda le sue radici nel grande pensiero europeo: lo stoicismo, i padri della chiesa.

In tempi più recenti possiamo ricordare Grozio e Pudendorf come alfieri di questa concezione. Se Mosca oggi ci aiuta a riavvicinarci a questi temi, allora è davvero auspicabile che essa sia forte e ci sia vicina. Infatti, appare evidente come la Russia, anche per via della sua straordinaria cultura, rappresenti una realtà molto più affine allo spirito europeo di quanto non sia l’America, che è invece il regno della tecnica (Heiddeger) e del capitale smisurato (Marx).

E dunque…?

Dunque l’Europa dovrebbe staccarsi dall’America, e dovrebbe schierarsi nel blocco euroasiatico. Impresa utopica… se pensiamo alla presenza delle basi militari USA in Italia, a ben sessant’anni dalla fine dei nazifascismi e a vent’anni dalla fine del comunismo. L’Italia è oggi una colonia statunitense, anche se nessuno lo dice.

In campo economico e sociale sembra che l’“utopia si stia realizzando: flussi di studenti, di merci, di turisti. Interscambio energetico e tecnologico. Anche per questo forse si producono “crisi” … per suscitare un nuovo clima da guerra fredda e impedire la piena integrazione.

Gli Americani devono necessariamente dividere gli Europei per conservare il lorodominio unipolare. Dividere per comandare meglio. Le basi americane che costellano vergognosamente il territorio europeo servono esattamente a mantenere in uno stato di perenne subalternità militare, geopolitica e culturale gli Europei.

C’è anche un ritardo della cultura europea o perlomeno di quella italiana nel capire i cambiamenti epocali in atto.

Dopo il 1989 si è verificata una ondata penosa di riflussi e pentimenti. In questo scenario si inserisce la vicenda tragicomica della sinistra italiana e di quello che, con Preve, chiamo l’orrido serpentone metamorfico PCI-PDS-DS-PD: dal grande Antonio Gramsci a Matteo Renzi. Ormai da venti anni, senza alcun infingimento, la sinistra sta dalla parte del capitalismo, delle grandi banche e dei bombardamenti “umanitari”. Per questo io non sono di sinistra: se la sinistra smette di interessarsi a Marx e Gramsci, occorre smettere di interessarsi alla sinistra.

Se la sinistra ha assunto questa posizione è stato appunto in nome della nuova Ideologia dei Diritti umani

Affermava Carl Schmitt : l’ ideologia diritti umani è utile per creare un fronte unito contro chi viene individuato come “non umano”. Contro un nemico che viene dipinto come un mostro, ogni strumento di annientamento è lecito: si pensi agli strumenti utilizzati contro Saddam Hussein, contro Gheddafi. Si deve sempre inventare un nuovo Hitler in modo da legittimare la nuova Hiroshima: dove c’è il dittatore sanguinario, lì deve esserci il bombardamento etico. È il canovaccio della commedia che, sempre uguale, viene impiegato per dare conto di quanto accade sullo scacchiere geopolitico dopo il 1989: il popolo compattamente unito contro il dittatore sanguinario (nuovo Hitler!), il silenzio colpevole dell’Occidente, i dissidenti “buoni”, cui è riservato il diritto di parola, e, dulcis in fundo, l’intervento armato delle forze occidentali che donano la libertà al popolo e abbattono il dittatore mostrando con orgoglio al mondo intero il suo cadavere (Saddam Hussein nel 2006, Gheddafi nel 2011, ecc.). Farebbero lo stesso contro Putin…

… se Giuseppe Stalin non avesse innalzato attorno alla Russia una palizzata di bombe atomiche.

Esatto, proprio per questo è opportuno che Putin conservi il primato militare come arma di dissuasione: per poter svolgere una civile funzione di freno alla super-potenza americana. Per questo, l’immagine simbolo di questi anni è quella che vede contrapposti Obama che dice: “Yes, we can” e Putin che idealmente gli risponde: “no, you can’t!”. Frenare gli Americani significa frenare la loro convinzione di essere degli eletti, di avere una special mission, che consisterebbe nell’esportare la democrazia, come si esportano merci, a colpi di embarghi o di bombardamenti. Sulla scia di questa convinzione è stata dichiarata una guerra mondiale a tutto il mondo che non si piega ai diktat e la guerra è stata portata di volta in volta in Irak, in Serbia, in Afghanistan, in Libia, attraverso la guerriglia in Siria. Solo la Russia resiste. È questa la “quarta guerra mondiale”. Essa, successiva alla terza (la “Guerra fredda”), è di ordine geopolitico e culturale ed è condotta dalla civiltà del dollaro contro the rest of the world, contro tutti i popoli e le nazioni che non siano disposti a sottomettersi al suo dominio, forma politica della conquista del mondo da parte della forma merce e della logica della reductio ad unum del globalitarismo,

Putin stesso viene definito come una sorta di despota asiatico antidemocratico… anche se le percentuali del consenso di cui gode, espresso in regolari elezioni, sono eclatanti.

Come dice Alain de Benoist, l’ideologia liberale occidentale è una “ideologie du meme”: riconosce e legittima solo ciò che percepisce come uniforme a sé stessa. E in nome di questo unilateralismo si glorificano anche fenomeni ridicoli come quello delle Pussy Riot, come espressioni di “dissidenza” e di “lotta per i diritti”! Il capitale odia tutto ciò che capitale non è, mira ad abbattere ogni limite, in modo da vedere ovunque sempre e solo la stessa cosa, cioè se stesso. Con le parole di Marx, “ogni limite è per il capitale un ostacolo che deve essere superato”.

Come considera la proposta formulata da Vladimir Putin di una “Europa unita da Lisbona a Vladivostok”?

È un concetto interessante. E’ necessario che l’asse dell’Europa si orienti altrove rispetto all’Occidente americanizzato. Ed è necessario immaginare una Europa più ampia dei confini imposti dalla UE: quella UE che rappresenta il trionfo dei principi di capitalismo speculativo di stampo occidentale. La UE è oggi la quintessenza dell’americanismo, del neoliberismo americano e della vergognosa rimozione dei diritti sociali. È, direbbe Gramsci, la “rivoluzione passiva” con cui, dopo il 1989, i dominanti hanno imposto il neoliberismo.

E come si definirebbe Diego Fusaro oggi?

Sono uno allievo indipendente di Hegel e Marx, Gentile e Gramsci, ma mi considero abbastanza isolato nel panorama culturale italiano, perché la sinistra in Italia è passata dalla lotta al capitale alla lotta per il capitale. I suoi nomi di spicco sono Fabio Fazio e la signora Dandini, Zagrebelsky e Rodotà. In questo senso, non ne faccio mistero, mi sento un dissidente e un ribelle, e propongo un pensiero in rivolta contro l’esistente. La sinistra oggi è contro la borghesia ma non contro il capitalismo globale: ma dal 1968 è il capitalismo stesso che lotta contro la borghesia, cioè contro quel mondo di valori (etica, religione, Stato, valori borghesi, ecc.) per loro stessa natura incompatibili con la mercificazione universale capitalistica. Per ciò, lottando contro la borghesia, dal 1968 ad oggi la sinistra lotta per il capitalismo. Io ritengo che si debba invece lottare contro il capitalismo e che sia ancora valido un ideale di emancipazione del genere umano inteso come un soggetto unitario (la razza umana), che esiste solo nella pluralità delle culture e delle lingue, delle tradizioni e dei costumi, ossia in quella pluralità che – diceva il filosofo Herder – è il modo di manifestarsi di Dio nella storia.

All’atto della sua prima elezione Obama veniva accolto – e non solo dalla sinistra – come una sorta di Messia. Vi è chi lo definì come “il Presidente di tutto il mondo libero”.

Quello fu un tipico caso di provincialismo italiano ed europeo: la festa per l’incoronazione dell’Imperatore Buono. Oggi i tempi sono cambiati, c’è piùdisincanto non solo verso Obama, ma anche verso la costruzione verticistica dell’Unione Europea. Mi pare che la Francia si sia rivelata “l’anello debole” della catena eurocratica. O meglio: il punto in cui la catena si può spezzare. Chi è contro il capitale, nel senso di Gramsci e di Marx, non può oggi non essere contro l’imperialismo americano, ma poi anche contro l’Europa dell’euro e della finanza, del precariato e del neoliberismo.

@barbadilloit

A cura di Alfonso Piscitelli

jeudi, 16 octobre 2014

Julius Evola e la donna crudele

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Julius Evola e la donna crudele

Ex: http://romeocastiglione.wordpress.com

Si annida il mistero tra le impalcature dell’imponente opera evoliana Metafisica del sesso. Nei capitoli ammalianti è celato un particolare erotismo evocativo; le tematiche affrontate nel volume brillano di un’immortale e remota luce. L’archetipo femminile è denso di sacralità e spiritualità arcana. La donna è inquadrata in un’ottica tradizionale, ancestrale: è sospesa nella perenne immutabilità ed è legata in modo preponderante alla terra, alla luna, ai ritmi ciclici del mondo. È un libro spiazzante, intrigante, coinvolgente. Le righe si sovrappongono nell’immaginario. Julius Evola esalta l’aspetto segreto della femmina, il lato nero, demoniaco. Secondo l’autore la donna riesce a far coesistere dentro di sé la disposizione alla pietà e quella alla crudeltà. In virtù di ciò egli rielabora alcune convinzioni di Lombroso e Ferreno. Particolarmente pone all’attenzione un prototipo di femmina violenta e spietata; tale modello si esalta nelle rivoluzioni e nei linciaggi. L’autore argomenta le supposizioni e riporta i passaggi più improntati del volume lombrosiano La donna delinquente. Credo che sia di ausilio il lungometraggio Malena: le donne del paese si accaniscono con perfida violenza sulla bellissima protagonista del film. La sfigurano pubblicamente. È un atto di giustizia sommaria. Malena abbatte i tabù. Di conseguenza provoca un’invidia assurda. È l’altra faccia della medaglia; rappresenta l’evasione. E deve essere distrutta.

Le donne crudeli di Tornatore sono simili alla perfida Emma Smael del lungometraggio Johnny Guitar di Nicholas Ray. Come il fuoco Emma Smael avvampa la nuda pelle. Ella sprigiona nell’atmosfera un aroma tragico intriso di dolore; ha un carisma esasperato, uno charme lugubre e impersonale. Porta i segni della rabbia oscura e antisolare. È vestita di nero, non cura il suo corpo. All’apparenza è un essere insignificante e indesiderabile. Ma sotto la scorza alberga un’anima inquieta, crudele, mesta. Luccica di cattiva luce quest’antieroina lunare. Emma fomenta il popolo, aizza le masse. Combatte la crociato contro i diversi, i forestieri, i fuorilegge. È puritana: disprezza le tentazioni dei sensi. Nello stesso tempo desidera ardentemente il bandito Ballerino Kid. Nel suo corpo si affrontano gli istinti contrastanti. Questa donna vorrebbe addirittura uccidere la sua segreta passione per far allontanare i bollenti spiriti. «Desideri Kid, ti vergogni e vorresti vederlo impiccato». Ribecca così Vienna, la nemica acerrima, la rivale assoluta.

Evola tenta di mettere insieme come un puzzle i richiami evocativi. In modo particolare è dedicato alla crudeltà della donna un intero capitolo. Così denocciola una carrellata di aneddoti storici: si sovrappongono le saghe della Tradizione. I persiani intravidero nell’universo femminile una particolare dualità. Fuoco e neve, durezze e dolcezza formano la donna. Ebbene sorge un collegamento tra crudeltà e sessualità: il tipo della baccante e della mènade è un esempio lampante. Nelle pieghe affiora un prototipo femminile afroditico ambiguo. La Dolores di Swinburne, la cosiddetta Nostra signora dello Spasimo è il vessillo del peccato, del piacere, della perdizione, della crudeltà latente. E il filosofo coglie alcune sottili sfumature. Ridisegna l’eroina Mimi della Boheme di Murger in un modo diverso; in sostanza inquadra la ragazza in una dimensione perfino “brutale e selvaggia”.

Ebbene il fascino muliebre è associato alla magia e alla stregoneria. Circe, Calipso e Brunhilde rappresentano l’esasperazione, l’estremizzazione, l’attrazione malefica. Tale tipologia di donna attrae l’uomo come una calamita famelica; la fascinazione è gravida di richiami alla negromanzia, all’occultismo. È la lagnanza della terra, lo spirito del peccato, la rottura. Perfino Ulisse è incantato dalle sirene: ascolta l’eco d’estasi legato a un palo. È una lotta tra il bene e il male. Anche il valoroso Gerardo Satriano nel romanzo L’eredità della priora è sedotto dalle fattucchiere lucane. Smarrisce la concezione del tempo e annulla la sua individualità. Così come perde la cognizione del tempo il giudice salentino protagonista del film Galantuomini di Winspeare. L’uomo prova una strana attrazione nei confronti di una donna legata al mondo della malavita. Per tale ragione perde tutte le certezze e confonde il bene e il male.

La letteratura, la poesia e il cinema hanno esaltato diverse volte le donne crudeli, in altre parole quelle dotate di un fascino antisolare, demoniaco. Per alcune strane similitudini elogio Giulia Venere, la domestica del libro Cristo si è fermato a Eboli di Carlo Levi. Leggo, annoto i passi del racconto. Ed elaboro il pensiero. Penso che sia un accostamento intrigante; tramite poche righe il lettore è catapultato in un anfratto antimoderno. «Giulia era una donna alta e formosa – scrive Levi – doveva aver avuto, nella gioventù una specie di barbara e solenne bellezza. Il viso era ormai rugoso per gli anni e giallo per la malaria, ma restavano i segni dell’antica venusità nella sua struttura severa, come nei muri di un tempio classico, che ha perso i marmi che l’adornavano, ma conserva intatta la forma e le proporzioni. […] Questo viso aveva un fortissimo carattere arcaico, non nel senso del classico greco, né nel romano, ma di una antichità misteriosa e crudele, cresciuta sempre sulla stessa terra senza rapporti e mistioni con gli uomini, ma legata alla zolla e alle eterne divinità animali. Vi si vedevano una fredda sensualità, una oscura ironia, una crudeltà naturale, una protervia impenetrabile e una passività piena di potenza che si legavano in un’espressione insieme severa, intelligente, malvagia». Con molta probabilità anche Levi ha subìto il fascino distruttivo della maga lucana. Emerge un ritratto sensuale, erotico, spietato.

Tale donna è un archetipo, un modello evoliano. Il filosofo della tradizione nella sua Metafisica del sesso rimarca gli oscuri aspetti. E appare con prepotenza la “dimensione fredda” evocata perfino da uno scrittore progressista come Carlo Levi. «È questa la dimensione fredda della donna – scrive Evola – quale incarnazione terrestre della Vergine, di Durgâ e in quanto essere yin. […] Che la donna sia connessa più dell’uomo alla terra, all’elemento cosmico – naturale è cosa dimostrata. […] Ma nell’antichità questa connessione si riferiva piuttosto all’aspetto yin della natura, dal dominio sovrasensibile notturno e inconscio, irrazionale e abissale, delle forze vitali. Di qui, nella donna certe disposizioni veggenti e magiche in senso stretto».

Nella rappresentazione cinematografica del libro Irene Papas veste i panni di Giulia. Avvertiamo nelle pieghe delle scene un velato erotismo colmo di allusioni estatiche. La donna nasconde il suo copro con le vesti. Soltanto i piedi sono scoperti: pertanto codesta forma di pudore primordiale si differenzia da quello delle donne orientali. Le cinesi considerano i piedi l’elemento primitivo da nascondere; le arabe, invece, coprono la bocca. E Giulia cammina scalza fra le macerie derelitte. In uno spezzone lascia intravedere una gamba nuda; la copre subito con un’aria sensuale. Magnetizza così l’uomo. Quest’ultimo è attratto dal gesto insolito della megera, dai movimenti furtivi, dal sensualismo impersonale. Proprio Evola dedica al pudore taluni passaggi coinvolgenti. «Si sa fin troppo bene quanto spesso la donna usa le vesti per produrre un maggior effetto eccitante allusivo alle promesse della sua nudità. Montaigne ebbe a scrivere che ci sono cose che si nascondono per meglio mostrarle».  Giulia Venere si è cristallizzata nelle sembianze di Irene Papas ed è difficile scindere le due figure. Il gesto insolito dell’attrice greca è un frammento penetrante e ipnotico. Con pochissime e calde movenze è riuscita a descrivere i sentieri tracciati nel libro evoliano.

Anarquismo de Derecha

Anarquismo de Derecha

Karlheinz Weißman 

Ex: http://www.counter-currents.com

English version here [2]

Traducido por Francisco Albanese

celine_s.jpgEl concepto de anarquismo derechista parece paradójico, de hecho, oximorónico, partiendo desde la suposición de que todos los puntos de vista políticos “derechistas” incluyen una evaluación particularmente alta del principio de orden… En efecto, el anarquismo de derecha ocurre sólo en circunstancias excepcionales, cuando la hasta ahora velada afinidad entre el anarquismo y el conservadurismo puede hacerse aparente. 

Ernst Jünger ha caracterizado esta peculiar conexión en su libro Der Weltstaat (1960):

Der Anarchist in seiner reinen Form ist derjenige, dessen Erinnerung am weitesten zurückreicht: in vorgeschichtliche, ja vormythische Zeiten, und der glaubt, daß der Mensch damals seine eigentliche Bestimmung erfüllt habe. (…)

In diesem Sinne ist der Anarchist der Urkonservative, der Radikale, der Heil und Unheil der Gesellschaft an der Wurzel sucht.

El anarquista en su forma pura es aquél, cuya memoria se remonta más en el pasado: a lo prehistórico, incluso a lo mítico, y que cree que el hombre cumplió en ese momento con su verdadero propósito. (…)

En este sentido, el anarquista es el ur-conservador, el radical, que busca la salud y la enfermedad de la sociedad en sus raíces.

Jünger más tarde llamó “Anarca” a este tipo de anarquista “conservador” o “prusiano, y refirió su propia “désinvolture” como de acuerdo con la misma: un retraimiento extremo, el cuál se nutre y se arriesga en las situaciones límites, pero sólo permanece en una relación observacional con el mundo, ya que todas la instancias del orden verdadero se disuelven y una “construcción orgánica” no es aún, o no será jamás, posible.

Aunque el mismo Jünger fue influenciado inmediatamente por la lectura de Max Stirner, la afinidad de tales pensamientos complejo con el dandismo es particularmente clara. En el dandy, la cultura de la decadencia a finales del siglo XIX personificada, que por un lado era nihilista y ennuyé, por el otro ofrecía el culto de lo heroico y el  vitalismo como alternativa a los ideales progresistas.

index.jpegEl rechazo de las jerarquías éticas actuales, la preparación para ser “no apto, en el sentido más profundo de la palabra, para vivir” (Flaubert), revelan puntos comunes de referencia del dandy con el anarquismo; su estudiada frialdad emocional, su orgullo y su aprecio por la sastrería fina y los modales, así como la pretensión de constituir “un nuevo tipo de aristocracia” (Charles Baudelaire), representan la proximidad del dandy a la derecha política. A esto se suma la tendencia de los dandies políticamente inclinados a declarar simpatía a la Revolución Conservadora o a sus precursores, como por ejemplo Maurice Barrès en Francia, Gabriele d’Annunzio en Italia, Stefan George o Arthur Möller van den Bruck en Alemania. El autor japonés Yukio Mishima pertenece a los seguidores tardíos de esta tendencia.

Además de esta tradición de anarquismo de derecha, ha existido otra tendencia, más antigua y en gran medida independiente, conectada con circunstancias específicamente francesas. Aquí, al final del siglo XVIII, en las etapas posteriores del ancien régime, se formó un anarchisme de droite, cuyos protagonistas reclamaron para sí una posición “más allá del bien y del mal,” una voluntad de vivir “como a los dioses”, y que no reconocieron valores morales más allá del honor personal y el coraje. La cosmovisión de estos libertinos se hallaba íntimamente unida con un ateísmo agresivo y una filosofía pesimista de la historia. Hombres como Brantôme, Montluc, Béroalde de Verville, y Vauquelin de La Fresnaye sostuvieron al absolutismo para ser una materia prima que lamentablemente se opuso a los principios del antiguo sistema feudal, y que sólo sirvió a deseo de bienestar económico de la gente. Actitudes, que en el siglo XIX volvieron a encontrarse con Arthur de Gobineau y Léon Bloy y también en el siglo XX con Georges Bernanos, Henry de Montherlant y Louis-Ferdinand Céline. Esta posición también apareció en una versión específicamente “tradicionalista” con Julius Evola, cuyo pensamiento giraba en torno al “individuo absoluto”.

En cualquier forma en que el anarquismo de derecha aparezca, siempre es conducido por un sentimiento de decadencia, por el desprecio a la era de las masas y por el conformismo intelectual. La relación con la política no es uniforme; sin embargo, no pocas veces el retraimiento se torna en activismo. Cualquier unidad más allá está ya negada por el individualismo altamente deseado de los anarquistas de derecha. Nota bene, el término es a veces adoptado por hombres –por ejemplo, George Orwell (anarquista Tory) o Philippe Ariès– que no exhiben signos relevantes de una ideología anarquista de derecha; mientras que otros, que exhiben objetivamente estos criterios –por ejemplo, Nicolás Gómez Dávila o Günter Maschke– no hacen uso del concepto.

Bibliography

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Kaltenbrunner, Gerd-Klaus, ed. Antichristliche Konservative: Religionskritik von rechts. Freiburg: Herder, 1982.
Kunnas, Tarmo. “Literatur und Faschismus.” Criticón 3 (1972) 14, pp. 269-74.
Mann, Otto. “Dandysmus als konservative Lebensform.” In Gerd-Klaus Kaltenbrunner, ed., Konservatismus international, Stuttgart, 1973, pp. 156-70.
Mohler, Armin. “Autorenporträt in memoriam: Henry de Montherlant und Lucien Rebatet.”Criticón 3 (1972) 14, pp. 240-42.
Richard, François. L’anarchisme de droite dans la littérature contemporaine. Paris: PUF, 1988.
______. Les anarchistes de droite. Paris: Presses universitaires de France, 1997.
Schwarz, Hans Peter. Der konservative Anarchist: Politik und Zeitkritik Ernst Jüngers. Freiburg im Breisgan, 1962.
Sydow, Eckart von. Die Kultur der Dekadenz. Dresden, 1921.

 


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mardi, 14 octobre 2014

L’uomo come potenza

L’uomo come potenza

Ex: http://romeocastiglione.wordpress.com

L'uomo-come-potenza-Evola

Sfoglio con calma le pagine del libro L’uomo come potenza di Julius Evola. Tolgo i petali di una malefica rosa e lascio cadere sul pavimento infiniti aneliti di spasimo. Leggo, rifletto. Dinanzi a me compare una realtà incontaminata: accolgo in silenzio la magia dei Tantra. E soffermo il mio sguardo su un rigo ipnotico. «Evocare una immagine. Fissarvisi, perdersi, per così dire in essa. Bruscamente, sostituirla con un’altra». Chiudo gli occhi e vedo con la mente una ragazza in una stanza. La luce penetra attraverso i buchi delle persiane. È un pomeriggio estivo. Avverto un desiderio di distruzione; l’Inquietudine assale il mio corpo. Così cambio figurazione. Sorge all’improvviso un oceano di ghiaccio. Non si avverte nessun rumore. Il desiderio è atrofizzato. È fuggita la sofferenza.

Resto attonito. Ebbene rileggo il testo altre volte. Sottolineo, scopro. Tra le mani ho un dardo infuocato. E questo idealismo magico è paurosamente meraviglioso: è la vittoria totale dell’individuo. È il superamento dell’idealismo hegeliano. È l’abbraccio mortale del romanticismo tedesco di Novalis e Fichte con il metallico pensiero di Nietzsche. È la negazione della dualità cristiana; conseguenzialmente è il rifiuto del rapporto di dipendenza tra l’Individuo e il Dio trascendente ritenuto fondamentale da Schleiermacher. L’Io è il signore assoluto.

L’uomo come potenza raccoglie nelle pagine l’impetuosa unione della migliore filosofia occidentale con le dottrine orientali. Evola porta all’attenzione del lettore un Oriente remoto e distante dagli stereotipi. Con codesto saggio è stata confutata la distinzione tra i due poli. Non alberga certamente in questo luogo l’Oriente del buddismo arcano e delle primordiali Upanishad. Non occorre fuggire dal mondo; bensì bisogna dominarlo. Proprio per siffatto motivo l’autore ha esaltato il sistema tantrico, in altre parole il sistema orientale con più assonanze con lo spirito del moderno occidente. Nell’età buia, nell’epoca del Kali Yuga non c’è spazio per la conoscenza: soltanto la potenza brutale libera l’individuo.

Quindi è possibile dominare il mondo tramite la potenza liberatrice. L’Io deve diventare un Dio. Propriamente occorre recuperare l’immensa e grandiosa signoria di sé. L’individuo è sovrano ed è una “super monade”. La via dell’azione è salvifica. L’individuo è come un nero cavallo demoniaco libero dai lacci e dalle leggi morali. È il nero cavallo dell’auriga di Platone; è il dionisiaco puledro dalle sembianze tenebrose. È il sole, è la potenza distruttiva. Agire unicamente per l’azione è l’obiettivo. Di conseguenza si oltrepassa la soglia del bene e del male. Non c’è più il bene, non c’è più il male. L’individuo decide ciò che è bene e ciò è male. «Non si tratta cioè – dice Evola – né di violare le leggi, né di conformarvisi, bensì di elevarsi al livello di ciò per cui ogni legge e condizione non ha senso alcuno». Orbene le cupe e ipnotiche parole sembrano vampe immaginifiche. Cerca Dio chi è debole. L’individuo che cerca la libertà diventa Dio.

Proprio con la pratica dei Tantra (precisamente del ҫakti – tantra) l’individuo si libera nel mondo. La potenza divina proietta lungo un avvallamento magico. La naturale realizzazione di sé trova la sua suprema origine nel principio femminile della Shakti. Pertanto lo shaktismo mantiene talune importantissime attinenze con gli antichi culti del mondo mediterraneo pelasgico. Kali è una dea nera e nuda. La sua sagoma sprigiona una mistica sessualità intrisa di disintegrazione; ed è nera anche la Diana d’Efeso. Così come la Madonna Nera del Tindari in Sicilia. Tramite i Tantra è possibile affermare la priorità della potenza sull’esistenza. Al Principio c’è un potere e l’essere è subordinato a esso. Nella scala gerarchica tutti gli esseri vengono dopo e anche Dio viene dopo. Allora la potenza è libera e non è soggetta alle leggi razionali e a quelle morali. In pratica non ha un Dharma, un ordine più su di lei. Con il mondo c’è un rapporto di potenza e la potenza è soltanto la manifestazione. La potenza in azione è la coincidenza del desiderio e della liberazione. Proprio il mondo è il luogo materiale della liberazione. Insomma, bisogna porsi «faccia a faccia con la legge, resisterle e non esserne spezzati ma dominarla e spezzarla; osare di strappar via i veli con la realtà originaria e prudentemente coperta, osare di trascendere la forma per mettersi a contatto con l’atrocità originaria di un mondo in cui bene e male, divino e umano, giusto e ingiusto non hanno alcun senso. […] Ostacoli uno solo: paura. È una lotta terribile. Vi può essere vittoria e vi può essere catastrofe». L’autore individua nei Tantra un titanismo indomito e velato di allusioni nietzschiane. Evola rivendica la possibilità di «poter vivere tragicamente».

Bisogna mantenere la schiena dritta fino al momento di lasciare sé. Per farlo serve la potenza di distrazione, la rinuncia, l’auto crudeltà, la durezza, e la pratica occulta. Per di più bisogna essere coerenti e lineari. Il pentimento è vietato: non esiste alcun rimorso. Una “colpa” voluta non è una reale colpa. È necessario evitare il piacere; in linea di massima la strada maestra è quella della maggior resistenza. Non bisogna giustificare le proprie azioni. Non sussiste la condotta morale: soltanto nel dualismo la morale ha un’importanza. Per il superamento dei paҫa, in altre parole dei legami affettivi è fondamentale mantenere una dura condotta. La pietà, la delusione, il peccato, il disgusto, la famiglia e le convenzioni non hanno alcun valore. È una lotta atroce. Spunta tra i riflessi dell’opera un crepuscolare catastrofismo. Si dipanano le tenebre della perversa realtà. L’Individuo sfida il Dharma, il cosmos. Raccoglie dentro di sé il caos e sprigiona la volontà di potenza. Si arrampica a mani nude sopra una rocciosa parete; il senso di vertigine minaccia la stabilità. Sotto c’è il vuoto. Egli può soltanto andare avanti. Le pietre si sbriciolano intorno a lui. Soltanto in cima c’è la libertà.

In pratica nel volume il tantrismo è spiegato alla stregua di una “scienza positiva”. E l’idealismo magico di Evola è un frullato robusto e ammaliante. Nell’idealismo di Evola, in altre parole nell’idealismo “magico” l’Io si mette in rapporto diretto con le cose. Supera così la conciliazione astratta di spirito e mondo, di soggetto e oggetto figurata da Hegel. Codesto idealismo trae linfa da Novalis: il pensatore romano, in un certo senso, enfatizza ancor di più l’individuo. L’uomo come potenza rientra nel novero delle opere evoliane a carattere filosofico speculativo. L’autore con la successiva Teoria dell’individuo assoluto esaspera ulteriormente la “tragica dimensione dell’esistenza”. Il Superuomo di Nietzsche è oltrepassato sul filo del rasoio. La potentissima “vettura” evoliana percorre una strada stregata. Il singolo sceglie un eccezionalissimo percorso e procede a velocità elevate. Pertanto il poetico “solipsismo” non incute nessun timore. L’individuo assoluto determina ciò che è vero e ciò che è falso. Pare Humpty Dumpty, il personaggio ideato da Lewis Carroll che incontra Alice; Humpty cambia dispoticamente il significato delle parole poiché si sente un padrone. E nell’epoca della dissoluzione, nell’ultima epoca il corpo cerca la sua liberazione. Non è più il tempo della conoscenza. L’ascetismo non alberga fra le righe del libro. Ebbene non subire il fascino distruttivo del volume equivale a non scottarsi i piedi sui carboni ardenti: è impossibile. Di là dai Tantra è possibile scorgere un codice crittografato dal sapore robusto. L’uomo come potenza potrebbe diventare una sorta di nuovo “manuale di sopravvivenza” per gli uomini estranei al proprio tempo. Ma è un manuale algido, rigido, severo. È la vittoria di Dioniso è la consequenziale sconfitta di Apollo; è la vittoria del disordine sull’ordine morale devastatore della potenza dell’individuo. Dopo aver letto L’uomo come potenza il mondo non sarà più lo stesso e i problemi saranno analizzati con distacco. È un libro per pochi eletti. È un libro elegantemente antidemocratico.

E nei nostri giorni esiste l’individuo assoluto. Ad esempio le frange estreme del pianeta ultras corrono lungo una linea invisibile e peccaminosa. Nel cinema ho ritrovato diverse volte tale figura. Il Principe del film Ultrà è un individuo assoluto; così come Jena Plissken di Fuga da New York. È un individuo assoluto Saverio lo skinhead del lungometraggio Teste Rasate. Ebbene anche il generale Kurtz di Apocalypse Now è un individuo assoluto. Chi domina il mondo e chi non riconosce le leggi morali è un Dio. È un Dio chi obbedisce soltanto a sé stesso. Oggi codesti pensieri fanno male. Pesano come frammenti di roccia gravidi di rabbia.

lundi, 13 octobre 2014

Nietzsche 1844-2014

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MIRCEA ELIADE'S 'TRADITIONALISM': APPEARANCE AND REALITY

 

 
Timotheus Lutz
Ex: http://www.hyperion-journal.net
 

Relatively recently, certain academics with an interest in those who admit a perennial tradition and expound esoteric doctrines have profiled what they call the ‘traditionalist school’. In their characterization, some individuals have been assimilated wrongly to this category, most notably the famous scholar of ‘comparative religion’, Mircea Eliade. Others, who should be aware of the fundamental differences in outlook between Eliade and modern exponents of traditional metaphysics, have seen him as a sort of sympathetic ‘Trojan horse’ who would subtly alter the course of his field of study in academia, by way of a ‘phenomenological’ view of spirituality in human history, contrasted with the sterile, purely analytical outlook that predominates in the universities.  
 
Eliade’s encounter with the works of René Guénon and Julius Evola certainly had a significant, or perhaps even a primary influence on his methods of research and ways of interpreting what he called ‘archaic’ systems, but, as he himself stated frankly in his journals, he always kept his distance and was apprehensive about endorsing the views of the latter.
 
It should be made clear that clarifying Eliade’s position is not necessarily a condemnation, as, obviously, one can accept some ideas of a given thinker without accepting all. However, given the importance and the rarity of the ideas of Guénon and Evola, and the incomprehension of some major ones displayed by Eliade, a firm appraisal is called for, since some are eager to assume an identity of substance in the thought of the former and the latter, where it is really only an appearance.
 
He states his position most directly in a journal entry on 11 November 1966:
 
What Guénon and the other ‘hermetists’ say of the tradition should not be understood on the level of historical reality (as they claim). These speculations constitute a universe of systematically articulated meanings: they are to be compared to a great poem or a novel. It is the same with Marxist or Freudian ‘explanations’: they are true if they are considered imaginary universes. The ‘proofs’ are few and uncertain – they correspond to the historical, social, psychological ‘realities’ of a novel or of a poem.
 
All these global and systematic interpretations, in reality, constitute mythological creations, highly useful for understanding the world; but they are not, as their authors think, ‘scientific explanations’. [1]
 
The classification of Guénon as a ‘hermetist’ is rather strange since, in his writings, he rarely discussed the hermetic doctrines. Since his main focus was metaphysics (a domain not subject to becoming), it is incorrect to classify him with a title pertaining to cosmological doctrines (which pertain to the domain of becoming). Comparing the formulations of Guénon and those similar in outlook to poems and novels is completely wrong: in poetic creations the subjective is primary, while in Guénon’s writings (as in those of Aristotle, Plotinus or Proclus) a precise objectivity is evident. As far as proofs, in this domain there cannot be empirical demonstration, only support by way of logic and analogy on one end, and identifying principles within oneself on the other. One either understands or does not. That this is a major obstacle for many is apparent. We assume the term ‘scientific explanations’ was not taken from Guénon or another’s writing, but used to imply erroneously that they would describe their interpretations as scientific; this is also an error since none of them would claim their interpretations could be explained scientifically.
 
We can assume this is Eliade’s basic view, since by 1966 his outlook was more or less fully developed, and since he shows similar opinions later on. This was also an opinion he had long held, as shown in an entry from 1947:
 
Only after you’ve studied Coomaraswamy’s writings in detail do you discover, suddenly, the poverty, the ‘elementarism’ [rom. primarism], of René Guénon’s œuvre. And the insufferable self-importance with which he hides, so often, his ignorance! [2]
 
We are not sure what he means here by ‘elementarism’, but perhaps it is Guénon’s focus on principial reality, which is the whole point of his works, contrasted with Ananda Coomaraswamy’s much greater emphasis on factual analysis and use of citations and academic sources. Although Coomaraswamy was indeed a (celebrated) academic, he was in agreement with nearly all of Guénon’s fundamental positions. If this is what Eliade means, it is simply another instance of his incomprehension of the primacy of metaphysics over confirming individual facts. We have found that Coomaraswamy’s writings do not reveal any significant ‘poverty’ in Guénon’s works, but instead complement them nicely.
 
Incomprehension of some major ideas is also apparent much later. In the early 1980s he writes: ‘Like René Guénon, Evola presumed a ‘primordial tradition’, in the existence of which I could not believe; I was suspicious of its artificial, ahistorical character’ [3]. To modern ears, the term ‘primordial tradition’ is likely to evoke visions of some perfect civilization in the sky, but first and foremost it is to be understood as atemporal (and thus, also, correctly described by Eliade as ahistorical) principles on which all genuinely traditional cultures are based. These principles are superior to, but are as immutable, in a similar manner, as the laws of logic or mathematics. To call them artificial is to demand that they be intelligible only as a particular, empirical example, and so displays, again, his incomprehension.
 
Worth quoting is his admission of a use for these authors:
 
I try once again, but I don’t succeed: Yeats’ ‘occultism’, over which so much fuss is made, doesn’t interest me. It’s cheap, ‘literary’, suspect – and, ultimately, uninteresting. Out of all the modern occultist authors whom I have read, only R. Guénon and J. Evola are worthy of being taken into consideration. I’m not discussing here to what extent their assertions are ‘true’. But what they write makes sense. [4]
 
And another, a response to a student of his interested in occultism: ‘. . . if one is truly attracted to hermetism, he ought to read the ‘authorized’, if not Cardanus, at least Coomaraswamy and René Guénon’ [5]. Clearly he still thought highly of some of their formulations, if only as comprehensible reference points for what is often and wrongly passed off as ‘esotericism’.
 
The critical attitude appears again in his dismissive appraisal of Evola’s intellectual autobiography. Eliade’s instinct to privilege academic authorities and those who have received wide acceptance is revealed clearly here:
 

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I’m reading the intellectual autobiography of J. Evola, Il Cammino del mercurio [the title written is wrong: it is cinabro (cinnabar), not mercurio –ed.], with much melancholy. The chapter in which he presents and discusses the idealistic ‘university philosophy’, represented by Croce and Gentile: he speaks about his two theoretical volumes in which he supposedly destroyed those ‘professors,’ etc. etc. The naïveté (full of resentment) with which he situates himself in the history of contemporary thought – even though he states repeatedly that his volumes have not been reviewed and have not evoked any response . . .
 
There must be, indeed, several tons of printed paper in Italy alone on which the philosophy of Croce and Gentile has been discussed. Of what use, then, has Evola’s ‘radical criticism’ and ‘destruction’ been? And abroad, poor J. Evola is viewed as an ultra-fascist. The copy of the English translation of his book on Buddhism in Swift Library is disfigured with polemical annotations (written in indelible lead!): they say (even on the cover) that Evola is a fascist and a ‘racist’, that his theories about ‘Aryans’ were borrowed from A. Rosenberg, etc. I remember the brief, harsh review in Journal asiatique written by J. Filliozat in the same vein: J. E. is a racist, ultra-fascist, etc.
 
Evola tries to appear indifferent to such criticisms, although he prefers them to the ‘conspiracy of silence’ of which he claims he has suffered all his life. And yet, what a melancholic spectacle to see him talking about what he has done, how he has ‘destroyed’ and ‘surpassed’ everyone, even Nietzsche and Heidegger (whom he claims, moreover, to have anticipated . . .). [6]
 
Eliade does not admit that the soundness and truth of arguments are more important than how widely read, received and reviewed they are. The quantity of inferior and false ideas that are celebrated in the universities, then and now, is very high. Many are unable to comprehend, nevertheless, how curtly and effectively false ideas, however celebrated they are or however voluminously they are presented, can be dismissed. Of the mass of writings discussing the thought of Croce and Gentile, only Evola’s had looked at these philosophies from the traditional perspective, which is of use, simply, because it is the only one not subject to the movement of opinion and history. Mention of the idiotic slurs applied to him by those who have misunderstood his perspective are not relevant; if one does not take the time to adequately understand a given idea or formulation, his opinion does not matter. It is clear that Eliade is displaying a historicist prejudice; because his writings have been ignored (apparently, at least) and since no admission of the soundness of his criticisms has manifested visibly, the value of the writings in themselves, as formulations to be judged solely by their truth-value, is ignored, and Evola’s observation of this is considered a ‘spectacle’, the judgment of the history of ideas being obviously the decisive factor for Eliade. We might also add, like Eliade did when he compared Coomaraswamy and Guénon vis-à-vis other ‘occultists’ above, that, unlike Heidegger’s and much of Nietzsche’s writing, what Evola writes makes sense.
 
Despite praise of some aspects of his work, on at least one occasion he engaged in rather irresponsible gossip about Evola. In 1958, in a letter to the poet and former Iron Guard member Vasile Posteucă, regarding a request for information about Evola’s encounter with Corneliu Codreanu, Eliade warned him that Evola was a ‘racist’ and a ‘Nazi’, and liable to generate confusion if used as a source [7]. Never mind that he made it clear that his ‘racism’ was of a type quite different from that of the National Socialists, from whom he explicitly distanced himself ideologically, even during the war, and that several mainstream and semi-mainstream publishers in Europe found his works fit to print! A man of Eliade’s sophistication should have known better than to describe Evola so falsely and simplistically. One would not have thought that, being himself the target of similar slurs by certain elements in academia, he would engage in this kind of rumor-mongering. If the account of the exchange is not a fabrication or an exaggeration, then our opinion of Eliade is lowered considerably.
 
Evola demonstrated quite well the limits of Eliade’s formulations in a review of the latter’s book on Yoga:
 
Our fundamental opinion of Eliade’s work on Yoga may be expressed by saying that it is the most complete of all those that have been written on this subject in the domain of the history of religions and of Orientalism. One cannot mention another that for wealth of information, for comparisons, for philological accuracy, for the examination and utilization of all previous contributions, stands on the same level. But when once this has been admitted, some reservations have to be made. In the first place it would seem that the material he handles has often got the better of the writer. I mean to say that in his anxiety to make use of all, really all, that is known on the several varieties of Yoga and on what is directly or indirectly connected therewith, he has neglected the need of discriminating and selecting so as to give importance only to those parts of Yoga that are standard and typical, avoiding the danger that the reader lose track of the essential features by confusing them with the mass of information on secondary matters, variations, and side products. Looking at it from this standpoint, we are even led to wonder whether Eliade’s previous book Yoga, essai sur les origines de la mystique indienne (Paris, 1936), is not in some respects superior to this last one, which is a reconstruction of the former. In the first book the essential points of reference were more clearly outlined, they were less smothered by the mass of information brought together, and the references to less-known forms of Yoga, such as the Tantric and others, were more clearly pointed out [ . . . ]
 
After this glance at the contents of Eliade’s new book we are tempted to inquire of him a somewhat prejudicial question: to whom is the book addressed? As we have openly declared, it is a fundamental work for specialists in the field not only of Oriental research, but also in that of the history of religions. But in his introduction Eliade states that the book is addressed also to a wider public and he speaks of the importance that a knowledge of a doctrine such as that of Yoga may have for the solution of the existential problems of the modern Westerner, confirmed as that doctrine is by immemorial experience.
 
Here complications arise. To meet such a purpose it would be necessary to follow a different plan and to treat the matter in a different way. A Westerner who reads Eliade’s book may be able to acquire an idea of Yoga as ‘la science intégrale de l’homme [the integral science of man]’, he may acquire knowledge of a teaching that has faced in practice as well as in theory the problem of ‘deconditioning’ man; he will thus add yet one other panorama to the list of the many modern culture has provided him with. His interest will perhaps be more lively than the ‘neutral’ interest of the specialist; he may flirt with the aspects of a ‘spiritualite virante’. But on the existential plane the situation will be pretty much the same as it was before, even if the information available be deeper, more accurate, better documented. The possibility of exercising a more direct influence could only be looked for from a book addressed to those who have shown an interest in Yoga and similar sciences not because they seek for information but because they are seeking for a path; a book that in this special field would remove the misunderstandings, the popular notions, the deviations, and the delusions spread by a certain kind of literature to which we referred at the beginning of this article; a book displaying the accuracy and knowledge that we find in this work of Eliade, in as far as it is an exposition kept within the limits of the history of religions. Such a book has perhaps still to be written. But even so the essential need would not be met, for it is the unanimous opinion of the true masters of Yoga that the key to their science cannot be handed on by the written word. [8]
 
It could be said figuratively that if one who comprehends and adopts the traditional perspective can be said to have a view from the peaks that allows the most complete survey, then Eliade could be described as not having completed the ascent, his vision being obscured by clouds above or enamored by objects on the path to the summit. If he could see individual rocks on the path more closely, we must remember that the view from summit is still the most important one.
 
SOURCES
 
[1] Eliade, Mircea. No Souvenirs: Journal 1957-1969, p. 291.
 
[2] Eliade. Jurnal, 26 August 1947, M.E.P., box 15/2 (trans. Mac Linscott Ricketts). *
 
[3] Eliade. Autobiography, Volume II, p. 152.
 
[4] Eliade. Jurnal, 5 September 1964, M.E.P., box. 16/6 *
 
[5] Ibid., 4 March 1969, box 15/4 *
 
[6] Ibid., 20 December 1964, box. 16/6, pp. 2640-2641 *
 
[7] Posteucă, Vasile. Jurnal, in: Gabriel Stănescu (ed.), Mircea Eliade în conştiinna contemporanilor săi din exil, Norcross: Criterion, [2001], pp. 272-277 (275 – entry of 28 October 1958). *
 
[8] Evola, Julius. Yoga, Immortality & Freedom. East and West, vol. 6, no. 3, 1955.

* Quotes and citations from: Bordas, Liviu. The difficult encounter in Rome: Mircea Eliade’s post-war relation with Julius Evola – new letters and data. International Journal on Humanistic Ideology, IV, no. 2, Autumn-Winter 2011, pp. 125-158. Retrieved from: Academia.edu

dimanche, 12 octobre 2014

Il sapere tradizionale di Evola e la scienza ermetica di Hegel

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Il sapere tradizionale di Evola e la scienza ermetica di Hegel

Il sapere tradizionale di Evola e la scienza ermetica di Hegel

Giandomenico Casalino

Ex: http://www.ereticamente.net

La comparazione di natura filosofica tra Julius Evola e Giorgio F. G. Hegel, pensatori di natura sapienziale tanto lontani nel tempo e, quindi, apparentemente, così differenti, sia nel lessico da loro adottato che in relazione al contesto storico-culturale in cui hanno vissuto ed operato, impone rigorosamente la ricerca di ciò che realmente abbia significato per gli stessi la Cosa del pensiero, l’oggetto di cui e su cui hanno tematizzato, al di là delle modalità e cioè delle divergenze attraverso le quali, tutto ciò, loro malgrado, si è espresso. Quindi il lavoro deve essere caratterizzato da un approccio di natura ermeneutica, che privilegi non tanto la dimensione filologica quanto quella teoretica che, data la sua natura, abbia l’ambizione di varcare i limiti del tempo e delle stagioni culturali e, per dirla con il Kerenyi, entri in Idea nel cuore del Pensiero, che, nella sua inten­zionalità, li ha guidati nel percorso dello Spirito. Quanto dedotto vuol significare che, come intorno ad Evola il discorso deve superare la “vulgata” del suo preteso “abbandono” della Filosofia, con la co­siddetta “chiusura” del periodo ad essa dedicato e l’ “apertura” nei confronti di ciò che tout court si è definito Tradizione, così per lo Hegel è necessario emendare radicalmente quanto certa critica pigra e conformista ha dedotto sulla sua pretesa modernità e sul concetto di razionale confuso e mistifi­cato con quello cristiano e/o moderno di razionalismo individualistico e quindi astratto. At­tesa la complessa vastità del tema, faremo in modo di esaminare e di indicare sinteticamente alcuni nodi essenziali comuni alla prospettiva sia di Evola che di Hegel, al fine di offrire quelli che, secondo noi, pos­sono essere i percorsi di ricerca e di studio relativi alla quaestio sollevata.

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L’autentica “svolta” spirituale esperita da Evola alla fine degli anni venti del Novecento non è con­sistita, a ben riflettere, in un “abbandono” della Fi­losofia e del suo orizzonte di ricerca e di visione, del suo oggetto di amore e dei suoi itinerari aristo­telicamente dovuti, ma bensì in un lasciare al suo destino di impotenza gnoseologica e di inefficacia spirituale la Filosofia moderna o meglio il concetto moderno della stessa (che è poi quello cristiano…). La frase di Lagneau sulla Filosofia considerata una sorta di “…riflessione tesa a riconoscere la sua propria insufficienza e la necessità di un’azione assoluta che conduca al di là della medesima…” (Rev. de Met. et de Mor., Mars 1898, p. 127), posta da Evola come “incipit” ai Saggi sull’idealismo ma­gico (1925), in concreto vuol significare che per realizzare il suo logos, la sua ragione, la Filosofia nel momento attuale, deve superare, andare al di là, effettuare un salto di natura ontologica per collo­carsi nel luogo dello spirito che, e qui sta l’autenticità ermeneutica del percorso evoliano, è il luogo di pertinenza da sempre della Filosofia nel suo unico e autentico significato che è quello premo­derno e cioè greco: percorso spirituale, di natura iniziatica, in un télos che è l’omòiosis theò! Ciò è quanto Evola ha compiuto nella sua azione realiz­zativa e di paidéia dei fondamenti della Scienza dello Spirito, sin dalla costituzione del Gruppo di UR, la cui natura, nel significato di essenza e quindi la sua virtus come finalità, è alquanto simile a ciò che è stata l’Accademia Platonica dagli inizi sino a Proclo: palestra rigorosa del Sapere che è ascesi filosofico-rituale e non cerimoniale, la cui finalità, pertanto, è l’assimilazione al Divino. Tutto ciò cosa ha a che fare con il concetto e la prassi moderni della Filo­sofia? Cosa ha a che fare la vera ricerca del sapere che è essere con, al di là di rare eccezioni, un sedicente “insegnamento” di natura sterilmente nozionistica e stupida­mente specialistica, da “dotti ignoranti”, come si esprime lo stesso Evola, vera caricatura mistificante di quanto l’uomo cerca sin dall’alba del suo spirito? Nulla, desolatamente nulla! Tale concetto moderno e quindi degradato di ciò che Aristotele afferma essere l’atteggiamento più naturale per l’uomo, cosa ha in comune con la definizione espressa dallo Hegel sull’essere la Fi­losofia “… la considerazione esoterica di Dio…”? (Enc. Scienze Fil.) e con il principio di Platone che il filosofo è solo colui il quale vede il Tutto, confermato dallo stesso Hegel quando insegna che “il Vero è l’Intero”?Assolutamente niente, ma le affermazioni hegeliane come quella di Platone hanno tutto in comune invece con quanto Evola enuncia in quella autentica e maestosa professione di fede platonica che è l’inizio di Rivolta contro il mondo moderno, quando edifica tutta la sua opera sul Sapere intorno alle due nature del Mondo, la naturale e la sovrannaturale, come medesime dimensioni e dello Spirito e della Phýsis, tanto che, platonicamente, in Evola la Fisica è Teologia in quanto il Mondo “è pieno di Dei!” E la Teologia in quanto Teosofia, Sapere intorno al Divino, è la stessa Logica che ha per oggetto il Nous come intelletto che è il Dio dormiente nell’uomo e quindi nel cosmo: l’intero Logos evoliano ha per fine, in guisa esclusiva, la rimozione attiva di quel “quindi” in quanto impedimento effettuale all’oscuramento dello Spirito; è, pertanto, opera di realizzazione del Sé, perseguita ed indicata come Via iniziatico-solare, di natura platonico­apollinea e non nientificazione orfico-dionisiaca dell’Io che, avendo la natura spirituale del pathèin e non del  mathéin (Aristotele, Perì philosophias, fr. 15), non è conoscenza dell’autentica essenza dello Spirito in quanto realtà Divina trascendentemente immanente che è come dire la realtà dell’Individuo Assoluto, vera sublimazione dell’Io; “…la filosofia ha lo scopo di riconoscere la verità, di conoscere Dio, poiché Dio è la verità assoluta…”, afferma Hegel nelle Lezioni sulla filosofia della religione; (vol. II).  Allora è d’uopo affermare, senza alcun timore, che sia in Evola che in Hegel, riappare, in piena modernità, il senso e il significato greco della Filosofia, stru­mento per il conseguimento del Risveglio, che è la rinascita, dopo la caduta-oblio, in quanto anàmnesi di ciò che si è e lo si è sempre stati pur  non avendone scienza (ignoranza come avidya), quindi riconquista di un Sa­pere che coincide con l’Essere in senso ontologico. Talché la Filosofia, nel suo vero ed unico significato, che è quello platonico-iniziatico (Lettera VII), nocciolo esoterico della stessa esperienza spirituale dei Misteri (Fedone, 69c-d), è quindi  Scienza Sacra in senso eminente e autentica Tradizione, avente ad “oggetto” solo ed esclusivamente il Divino, che è la Verità in quanto essenza e dell’uomo e del Mondo, come Cosmo; è pertanto Sapere per pochi, è gnosi, è Teosofia, conoscenza del Dio che si rivela, nella completezza del percorso rituale-filosofico, come theopoìesis (deificatio) (Platone, Teeteto, 176 b 1; Repubblica, 613 a b; Timeo, 90 d; Leggi, 716 c s; Plotino, Enneadi, I, 2, 6, 25; Proclo, Elementi di Teologia, 127; 112, 31; Corpus Hermeticum, I, 26; 16, 12), significando ciò il rammemo­rare la consapevolezza quale Sapere, aldilà ed oltre sia il Mito che il Simbolo (livelli di conoscenza sa­pientemente riconosciuti, sia da Evola che da Hegel, inefficaci ai fini della Scienza, in relazione allo stato intellettivo-noetico puro che è l’apolli­neo), che il Dio è “oggetto” da superare, da negare,  andando oltre il dualismo soggetto-oggetto per “osare” essere Lui! Tale identificazione, sia in Hegel che in Evola, è la stessa autoconoscenza del Sé quale Assoluto nella sua natura solare, in totale estraneità, pertanto, ad ogni confusione panteistica e ad ogni vedantino acosmismo spirituale. In tale guisa, pertanto, anche se mediante linguaggi diffe­renti e in contesti storico-culturali lontani, Evola ed Hegel dicono il Medesimo e la Filosofia, quindi, nella loro opera non è più quell’insulsa propaggine della teologia dogmatica (cristiana), né quella serva ti­mida delle cosiddette scienze moderne, cioè della concezione parziale, riduttiva e quindi irreale, in quanto galileiana, della natura, ormai desacraliz­zata e ridotta ad oggetto di calcolo matematico e ciò al di là della autentica rivoluzione epistemologica operata nel XX secolo dalla fisica dei quanti e dalla sua meccanica che, invece, ritornando ad una visione platonica del reale (vedi Heisenberg ed il suo concetto della chòra platonica…) non fa che confermare, tutto sommato, il sapere sia di Evola che di Hegel. La Filosofia torna così ad essere ciò che non può non essere, consistendo, secondo Aristotele, nel Destino che gli Dei hanno affidato all’uomo; non “fede”, non “credenza”, ma Sapere che è esposizione del Mondo in quanto Pensiero puro, sono “le idee di Dio prima della “creazione” del mondo e di ogni oggetto finito” (Hegel); è speculazione (da specu­lum) dove il Pensiero si specchia nel Mondo, in senso oggettivo e vede se stesso come Idea e quindi Unità (Hegel); è la realtà dell’Oro ermetico, che è la Cosa più vicina e nel contempo più lontana (Evola), è la certezza sen­sibile, è il concreto esistente che è da sempre Spirito, solo che non lo sa, (medesimo concetto esprime Plotino in riferimento all’esperienza del “toccare”  il Dio [Enneadi, VI, 9, 7]); l’Oro si trova infatti nella più oscura Tenebra o Feccia (Ermetismo) da cui l’uomo fugge, proprio perché non sa che l’Opera deve iniziare da quello stato come riconquista eroica che corporizza lo Spirito e spiritualizza il corpo, ed è la grande fatica del concetto (Hegel). Tutto ciò Evola lo rende manifesto nella sua opera  La Tradizione ermetica che è la summa circolare del viaggio iniziatico (dal Corpo come impietramento del principio Fuoco allo stesso Corpo però rinato come rosso Cinabro, solfuro di mercurio) simile alla circolarità triadica della Scienza della Logica di Hegel: il Logos qui non è una conoscenza astratta e quindi profana cioè falsa ma, come per gli antichi maestri neoplatonici, è l’apertura dell’occhio dello Spirito sul Mondo come è, e quindi come appare, ciò significando che  essenza ed esistenza sono il Medesimo che è l’Essere, nel “momento”, che non è temporale, ma logico cioè ontologico, in quanto riguarda la natura profonda dell’uomo, in cui lo stesso, acquisito il medesimo livello di essere-conoscenza, è nella capacità di vedere, attesa la natura epoptica della filosofia evoliana. La veneranda Tradizione Platonica, a cui appartengono sia Hegel che Evola, è il filone aureo che da Plotino, Proclo ed Eckhart sino a Nicola da Cusa, Giorgio Gemisto Pletone, Marsilio Ficino, Benedetto Spinoza e Jacob Boehme, non è altro che Introduzione alla Scienza dell’ Io, come spirito Universale, come Atto puro, proprio nel significato dell’autoctisi gentiliana che è poi il causa sui di Spinoza, che, nel Sapere Assoluto, che è filosofico, realizza il Sapere del Dio, dove quel “del” è tanto il Sapere che ha il Dio come “oggetto” che il Sapere che appartiene al Dio stesso.

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Il situarsi sia di Evola che di Hegel nella Tradizione Platonica, ci conduce in immediato nella evidenza relativa ad una fondamentale verità presente nel loro orizzonte sapienziale: la polare identità tra Pensiero ed Essere, intesi in senso cosmico e quindi oggettivo e non certo nel significato individuale e soggettivo che è come dire cartesiano e quindi moderno; identità che è da costruire, con fatica eroica, in quanto cammino catartico (Feno­menologia dello Spirito in Hegel; Rivolta contro il mondo moderno in Evola) per la riacquisita co­scienza che è poi Inizio dell’altro percorso, avente il Fine della identificazione plotiniana, che è il mònos pros mònon, come mutamento della propria natura (metànoia), principio noetico ormai desto, non più e non mai “esterno” all’Io ma Sé autentico che è al contempo (e da sempre) il Lògos del mondo (Tradizione Ermetica in Evola; Scienza della Logica in Hegel). Il Sapere (Nous) che coin­cide anzi è l’Essere (Phýsis) è ciò che, in guisa auro­rale, afferma la sapienza indoeuropea, ad iniziare da Parmenide e dai Veda (Atman è Brahman). Il Mi­stero di tale verità è l’Inesprimibile del Pensiero che si riconosce nel Tutto come i Molti che è visto nell’Istante- exàiphnes come Uno (Platone, Parmenide, 156, c) ed è il fondamento della conoscenza comune sia ad Evola che ad Hegel: ad uno stadio di consape­volezza, che è un “momento” (“temporale” ma che non si svolge nel tempo…) della coscienza e quindi un essere della stessa, in senso ontologico, corri­sponde uno stadio o livello di conoscenza-sapere che è il vivere-essere lo stadio o livello equiva­lente e corrispondente nel Mondo; tale processo spirituale in Evola è da situare in guisa manifesta dopo la catarsi dialettica che certamente coincide con la fase del suo pensiero preparatoria della teoresi dell’Idealismo magico che è il salto nella gnosi platonica. La realtà dello spirito che, come qui appare evidente, è circolare, e va dall’io al mondo e dal mondo all’io vuol significare che si conosce ciò che si è e si è ciò che si conosce e, quindi, si conosce ciò che si diviene, equivalendo ciò al ritorno anamnestico verso l’Inizio, dove si è sempre stati, nella natura in cui si è sempre consistiti ma della quale si è presa coscienza, solo dopo aver perfezionato l’Opera filosofica. Evola ed Hegel, nel solco del platonismo, ci inducono pertanto a meditare sulla dimensione dello Spirito, nel “momento” in cui il Pensiero, pensando il suo “passato” (l’Anima, il suo sonno…), si riconosce tale ed il Mondo, gli Dei (l’oggetto) appare quello che è sempre stato, cioè il Pen­sato, la dimensione dell’Anima, il movimento, la Vita, la dialettica (essere-non essere; vita-morte; dolore-gioia…). Evola lo afferma in tutta la sua opera: se si è forma, si vede la forma, che è sempre, ma anche colui che “ora” la vede lo è sempre stato solo che lo aveva dimenticato. Secondo Evola ed Hegel, ovviamente, non è questione di ideologie o di modi di vedere il mondo, cioè di stati soggettivi, poiché di soggettivo, nel senso di personale o individuale-psicologistico, qui non è dato parlare, ma di stati molteplici, differentemente gerarchici, dell’Essere (sia in senso microcosmico che macrocosmico, cioè quello che ignorantemente chiamiamo ancora tanto “soggetto” quanto “oggetto”)!

Hegel, infatti, nella Scienza della Logica, quando parla di meccanicismo, chimismo, organicismo, non sta enunciando determinate visioni del mondo o punti di vista, ma sta dicendo che una natura, in senso ontologico, meccanicistica conosce solo il meccanicismo o meglio il livello o “momento” meccanicistico del mondo e quindi sta trattando filosoficamente degli stati della coscienza, come li­velli del pensiero a cui corrispondono gli stessi stati della natura poiché questa è il medesimo Pensiero uscito da sè (proodòs plotiniana); essi sono pertanto il percorso del Sapere come Idea a cui corrispondono stati equivalenti della natura poiché la Verità cioè il Divino è l’Intero cioè l’Uno (e questo non è lo stesso principio di corrispondenza magica tra uomo e Metalli-Mondo cioè Astro-Nume-Metallo tanto in senso microcosmico quanto macrocosmico che è il fondamento della Tradizione sia nella forma Er­metica che in quella Platonica?). Evola dice il medesimo quando afferma che Inferno e Paradiso, esotericamente, sono stati della coscienza nei quali e attraverso i quali si conoscono le tenebre infernali o le luminosità celesti che sono livelli o dimensioni dell’Essere dello stesso mondo o dimensioni del Tutto, il chiuso Athanòr, che una natura corrispondente andrà a co­noscere o tenebroso come assenza di Luce o luminoso. Pertanto un essere che è, come spiritualità autentica, o il primo o il se­condo, può conoscere solo o uno o l’altro, cre­dendo, nel momento ingenuo (mitico, secondo Evola), intellettivo-astratto (direbbe Hegel), del percorso di conoscenza, che si tratti di un “altro” mondo a sé medesimo opposto e definito dualisticamente non-Io. Gli Dei non esistono a priori per fede… se non si cono­scono e si conoscono solo esperimentando e quindi essendo lo stato corrispondente. Se in Evola tutto ciò è definito identificazione iniziatico-­solare in cui è manifesto che Io sono Te, ricono­scendo pertanto l’irrealtà dello stato religioso-devozionale, in Hegel è il percorso dello Spirito che supera l’oggettivazione del Sé (Dio), come Altro e, con la semplificazione filosofica ed il suo Sapere apicale, è l’Assoluto che conosce se stesso, “accadendo” come evento logico, cioè fuori dal tempo, “dopo” lo stato-essere spirituale rappresentativo che è il religioso-dualistico. È la realizzazione della conoscenza che il soggetto è l’oggetto, il Pensiero come Atto puro cosmico è l’Essere che è il Dio, e si ritorna ad Aristotele, al Pensiero di Pensiero, al Pensiero che pensa Se stesso ed è poi l’Autarca di Evola! In sostanza ed in termini filosofici, cioè concettuali, è il Risveglio buddistico (vedi La dottrina del risveglio) che in Evola è la realizzazione della vera natura  dell’uomo, rendendo manifesta quella occulta o incosciente (Aristotele, Etica nicomachea, 1177b 33) idea di origine platonica (Timeo, 90c) che è l’athanatìzein di Proclo, cioè il rendersi immortali in quanto si assume piena consapevolezza e quindi Sapere di esserlo sempre stati. Corollario di tale Tradizione gnosica è, in Evola, La Scienza dell’Io che si riconosce, quale atto magico di anamnesi, come Idea eterna del Sé: “…Io alla seconda persona, alter ego celeste dell’uomo: è ancora l’uomo ma nello stesso tempo non è più solo l’uomo…” (Henry Corbin) ed è l’affermazione che la conoscenza del Dio è l’autoconoscenza del Dio come Divino nell’uomo e dell’uomo: il Dio si conosce e si vede nell’uomo, come l’uomo, nel doversi conoscere, conosce Se medesimo quale il Divino stesso. È il sapere di natura apollinea, di cui enigmaticamente parla Platone nell’Alcibiade Maggiore (133 c)…!

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In riferimento a tale Sapere Pavel Alexandrovic Florenski ne Le radici universali dell’Idealismo rileva la natura primordiale dello stesso e trae la conclusione che il Platonismo è la Conoscenza originaria presente nelle Tradizioni religiose e sapienziali di tutti i popoli del Mondo, cioè a dire, nella sue essenza metafisica, la Tradizione Unica di tutte le Civiltà, nella forma tanto mitico-religiosa nei primordi delle stesse, quanto magica ed unitivo-sapienziale al tramonto del ciclo.

Pertanto il Sapere, la Gnosi, di cui non solo parlano o scrivono sia Evola che Hegel, ma che sono e realizzano come mutamento della natura, essendo lo stesso Sapere, è in virtù di “qualcosa” di arcaico, di ancestrale, di originario, di non classificabile nelle e con le comuni categorie dello Spirito non solo di questo tempo ma di ogni tempo; “qualcosa” che è una realtà vivente, un fuoco che brucia nella continuità della loro vita, nel loro athanòr, come fiamma che consuma tutti i residui, le scorie, le impurità tanto che “magicamente” loro appaiono quello che sono in quanto Essere come identità di essenza ed esistenza; dai contemporanei sono infatti veduti come autentici maghi, nel significato arcaico e quindi vero del termine, chiarito, quasi nello stesso periodo di tempo, sia da Florenski che da Evola in questi termini: natura attiva dello Spirito nei confronti delle Forze e dei Numi cosmici e tanto intensa da apparire quasi naturale, come innata identificazione con gli stessi, mediante riconoscimento anamnestico!

Allora il Sapere tradizionale, che equivale a dire metafisico e che stiamo tentando di delineare per brevi cenni, è di natura magico-sacrale!

E non può essere diversamente, atteso il fatto che Evola non è lo scrittore, lo studioso o l’erudito, figlio di una sclerotica civilizzazione ma è frutto di una Kultur che, proprio nel senso spengleriano, è qualcosa di vivente che emerge maestosa e luminosa, vasta e complessa nella sua cosmica valenza, da tutta la sua opera che è principalmente ed in guisa essenziale, la sua stessa presenza e la sua vita come Simbolo e Mito. Non si può negare la presenza della Luce di questa forza magico-sacrale, quasi sciamanica, in uomini, in Sapienti Solfurei, autentiche trasparenze della doxa omerica, cioè della gloria del Pensiero, inteso in senso Vivente e Divino, in tutti coloro i quali, con linguaggi diversi ed in tempi storico-culturali oltremodo differenti,  hanno osato dire, vivere ed essere Verità, autenticamente rivoluzionarie e destabilizzanti per tutte le Chiese, i Dogmi e le Istituzioni dominanti, quasi come Vie della mano destra di ogni epoca, Verità che hanno sempre incusso paura, tremore e financo terrore nell’uomo, inducendo e provocando mistificazione del loro Dire, calunnie sul loro Fare, negazione del loro Essere e tentativi, peraltro vani, di oscuramento della Verità da loro eroicamente difesa. È la vicenda, non solo di un Evola, criminalizzato e mistificato o di un Hegel, incompreso e pertanto trasferito tout court, nonostante la geniale intuizione di un Feuerbach sull’essere il sapiente Svevo “…il Proclo tedesco…”, nel positivismo e nel laicismo immanentista o nel soggettivismo postcartesiano, ma è la storia umana anche di Eckhart, di Giorgio Gemisto Pletone, di Boehme, di Spinoza, cioè è il destino comune, la risposta, la reazione di chi, in buona sostanza, rifiuta, ne ha paura e non comprende insegnamenti come questi di Plotino: “…Il compito non è essere virtuosi o buoni ma essere Dei!…”; “…Non devo andare io agli Dei ma gli Dei venire a me…!”; che equivalgono a ciò che dice Eckhart nei Sermoni: “…Dio ed io siamo una cosa sola…!”; a quanto afferma Hegel: “…Si crede usualmente che l’Assoluto debba trovarsi molto al di là mentre è invece proprio ciò che è del tutto presente e che, in quanto pensanti, anche senza averne espressamente coscienza, portiamo sempre con noi…!” o a ciò che rivela Boehme nel De Signatura rerum: “…tra la Nascita Eterna, la Redenzione dalla Caduta e la scoperta della Pietra dei Filosofi non c’è alcuna differenza…!”.

Si tratta, quindi, di un Sapere primordiale, è la Tradizione iniziatica regale, è la originaria via indoeuropea agli Dei, nel senso spirituale e realizzativo del Risveglio del Re che dorme nel profondo dell’anima, ed è, innanzitutto ed essenzialmente il Rito filosofico quotidiano e costante onde realizzare il Katèchon che, difendendo il principio superiore della coscienza e quello animico ad esso orientato, costituisca invalicabili barriere nei confronti delle potenze tenebrose provenienti dal basso; al fine di “ricostruire” eroicamente la natura autentica dell’uomo: la libertà dello Spirito, nella divinificazione che è l’Eghemonicòn stoico, di cui parla Evola, la liberazione dell’uomo dalle catene invisibili con cui egli stesso si è reso prigioniero di sé medesimo! Tale Conoscenza suprema che è di una semplicità fanciullesca (gli antichi Ermetisti parlano di “gioco di bambini”) mai come nella fase presente, di palese e drammatica decadenza spirituale da fine di un ciclo di civiltà, come rivela Aristotele (Metafisica, XII, 8,1074a, 38-b 14), è di straordinaria ed inattuale attualità, poiché, essendo la Conoscenza della maturità avanzata di un epoca, proprio come precisa Aristotele nel passo su citato, è l’ultima àncora di salvezza sia per coloro che vogliono percorrere tale unica ed ineludibile Via dello Spirito, per tornare ad essere, come precisa Evola, quanto meno e come base di partenza, uomini, sia per la conservazione e la trasmissione dei Fondamenti della stessa da “tràdere” cioè consegnare a coloro i quali saranno i protagonisti del ciclo successivo: non altro concetto ha, infatti, espresso lo stesso Hegel quando ha definito la filosofia il Sapere del meriggio che nasce quando s’invola la nottola di Minerva!

Ci chiediamo, alla fine di questa nostra riflessione, la ragione per cui la Tradizione magico-arcaica, la Sapienza antica, il Platonismo come eterno Idealismo, il Logos di Evola come quello di tutti i Sapienti che nei secoli e nei millenni hanno rivelato sempre e soltanto la medesima Cosa, avente ad “oggetto” il Pensiero pensante che è già e da sempre Pensiero pensato e cioè il Divino come Mondo che ritorna ciclicamente e liberamente, in quanto sapientemente, in se stesso, appaiono tanto irrimediabilmente inattuali da essere invece così indiscutibilmente attuali; la risposta a tale domanda risiede nella natura protervamente materialista e quindi antiumana di questa epoca in cui dello Spirito nulla si sa e si deve sapere, dell’Anima non se ne deve parlare  più, affidando il suo semantema residuo ed umbratile a forme di stregonerie e ciarlatanerie definitesi, molto appropriatamente, “psicoanalisi” (vedi J. Evola, L’infezione psicanalista, Quaderni della Fondazione Evola, Napoli 2012); il corpo  è ignorato in quanto “pensato” come un assemblaggio di pezzi meccanici da riparare e, nel caso, da sostituire; epoca in cui, infine, ci si è fatti convincere che l’uomo non sia e non debba essere altro che un “tubo digerente” avente solo una finalità: il disciplinato e silenzioso consumo planetario, in quanto “naturalmente”  privo di idee, sentimenti e passioni,  che pericolosamente abbiano o conservino qualcosa che ricordi l’umano; nessun Discorso, religioso o filosofico contemporaneo, che può pur apparire radicale e liberatorio lo può mai essere, in verità e nella dimensione universale, così come lo è manifestamente e dall’eternità la Luce della Tradizione, per la semplice ragione che tutti i “discorsi” che non appartengono alla sua Verità, appartengono alla Modernità, come categoria dello Spirito; e non si può nemmeno tentare di superare l’effetto coniugandolo con la sua causa!

Solo la Scienza dello Spirito, l’atto supremo ineludibile di Rivolta contro il mondo moderno, può aprire gli occhi,  prima dell’anima e poi dello Spirito, dell’uomo della presente età, sì da fargli riacquistare la stazione eretta che, come insegna Platone, gli consente di guardare il Cielo e quindi gli Dei!

Di una sola cosa, comunque, siamo certi e serenamente consapevoli e quindi convinti: il potere unico della Chiesa dogmatica tecno-finanziaria del capitalismo mondialista, apparentemente trionfante al crepuscolo del presente ciclo, ha di fronte, alle spalle ed intorno a sé medesimo, una sola ed invincibile nonché semplice e luminosa Verità, espressa da Julius Evola nei termini seguenti: “…Tutto si potrà fare sull’uomo e nell’uomo ma mai strappare dal fondo del suo animo la presenza del Divino!…”.

Giandomenico Casalino

 

BIBLIOGRAFIA ESSENZIALE

Albanese L., La tradizione platonica, Roma 1993.

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The Differentiated Man

The Differentiated Man

Ex: http://aryan-myth-and-metahistory.blogspot.com

10857064-l-39-homme-de-vitruve-sous-les-rayons-x-isole-sur-noir.jpgIn the days when I used to post on white nationalist websites one of the most recurring themes that people would argue about is the declining levels of Aryans vis a vis other races. I argued then as I argue now ratios are not relevant. Lower animals and races of men will breed at a faster rate than higher species or races. Often the reason for this is the higher mortality rate in such species and races. This fact may also be observed amongst the soci-economic classes which are a bastardised and commercialised version of the ancient traditional Aryan caste system (the two are not to be confused or even compared!).  Individuals of lesser education (not merely formal education but general awareness and ability) tend to breed without restraint and with no consideration as to whether they (or the tax payer) can afford such indiscriminate coupling!

Of course I am not here referring to that tiny and select minority of individuals who are spiritually and racially aware who may breed in large numbers with suitable mates for the right reasons. The people I am referring to in the previous paragraph are those who live entirely by instinct and whose days are spent gratifying their every bodily need or desire. Such people are little better than the beasts of the field and I would not expect them to read blogs such as this so forgive me for lecturing to the converted! These belong to von Liebenfels' Affenmenschen (apelings) referred to in his Theozoology. The move from the rural economies of the past to the Industrial Revolution which began in the 18th century in England caused a migration of part of the rural population to the emerging industrial towns and cities to become nothing more than factory wage slaves. The new capitalist bougeoisie needed as many men (and women) as they could find to work in their sweat shops. The same impulse that drove forward the Industrial Revolution was also responsible for the creation of the British Empire which benefitted no one apart from the wealthy (and certainly not the conquered natives!).

The populations of the industrial towns and cities bred like rats but they needed to as the infant mortality rate was extremely high. Their poorly paid labour was needed by the capitalists of the day (nothing much has changed). The problem with having an expanding proletariat is that the individual monetary worth of the worker is reduced proportionately. This is why countries like Britain welcome immigrant labour because their expectations are low and this creates economic competition for British workers. Employers can pick and choose and pay a pittance for a person's toil. For this reason despite the government's protestations they have done abolutely nothing to stem the flow of immigration (legal and otherwise) and indeed the problem has got worse over the last 4 years (if such a thing were possible). Low paid workers and cannon fodder for illegal wars will always be in demand by this corrupt system.

Thus a capitalist economy relies for the production of ever increasing wealth for the 1% on a large mass of labour. Capitalism encourages and fuels population explosions. Babies are born destined to become unimportant cogs in this monstrous and inhuman machine. This and only this is the value of the 'family', much lauded by the government's MPs as women become nothing but battery hens for future workers. Nothing else is of importance. With these thoughts in mind we come to the writings of Julius Evola:

"The differentiated man cannot feel part of a 'society' like the present one, which is formless and has sunk to the level of purely material, economic, 'physical' values, and moreover lives at this level and follows its insane course under the sign of the absurd. Therefore, apoliteia requires the most decided resistance to any social myth. Here it is not just a matter of its extreme, openly collectivist forms, in which the person is not recognised as significant except as a fragment of a class or party or, as in the Marxist-Soviet area, is denied any existence of his own outside the society, so that personal destiny and happiness distinct from those of the collective do not even exist. We must equally reject the more general and bland idea of 'sociability' that today often functions as a slogan even in the so-called free world, after the decline of the ideal of the true state. The differentiated man feels absolutely outside of society, he recognises no moral claim that requires his inclusion in an absurd system; he can understand not only those who are outside, but even those who are against 'society'-meaning against this society." (Ride the Tiger. A Survival Manual for the Aristocrats of the Soul)