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jeudi, 14 mai 2015

El Archipiélago Orwell

Archivio 2002

El Archipiélago Orwell

Ex: http://www.galeon.com/razonespanola

Rosúa, Mercedes. El Archipiélago Orwell. Grupo Unisón Ediciones. Madrid, 2002, 488 páginas.

george-orwell-nsa.jpgLa implantación del comunismo en China en 1949, después de una prolongada guerra civil, en cuyo desenlace jugó un importante papel la incomprensión del problema por parte del gobierno de los Estados Unidos miembros de la Secretaría de Estado veían en Mao Tse tung, no un marxista leninista, sino a un «reformador agrario»-, supuso la realización de los experimentos sociales de consecuencias más desoladoras en la historia de la humanidad. Ante la magnitud de los datos que se conocen hoy, es muy posible que, en número de víctimas, se superase incluso las terribles cifras del estalinismo. Sobre dichas consecuencias trágicas existen numerosísimos testimonios no sólo de estudiosos occidentales, sino originales chinos.

Pero el libro de la doctora Rosúa, catedrática de Lengua y Literatura, supone el enfoque del problema desde perspectivas nuevas, en gran parte desconocidas. La autora no sólo ha sido una estudiosa de las consecuencias del «Gran Salto adelante», la campaña de «Las cien flores» o la «Revolución Cultural», sino que vivió y enseñó en China durante varios años en plena efervescencia de la misma, experimentando personalmente en la vida cotidiana de diferentes centros de enseñanza los terribles efectos de la más gigantesca campaña de agitación de masas en la historia humana.

El título del extenso y apretado libro es sumamente acertado . Las premoniciones de Orwell en su más conocida obra: «1984» inspiradas en su época indudablemente en el estalinismo, con su «lavado de cerebro" sobre las masas, el dominio y control total de la mente, no sólo fueron llevadas a la realidad en la China maoista, sino que superan las predicciones orwelianas. De forma más absoluta, si cabe, en el control del pensamiento, en el uso del «doblepensar», de la neolengua, sin necesidad de utilizar instrumentos técnicos como los descritos en la fantasía de Orwvell, como las máquinas repetitivas, o la especie de televisores-receptores vigilando la intimidad. No, la «revolución cultural», y el culto al nuevo «gran hermano orwelliano» -Mao- y a las consignas cambiantes del partido, se impone sin necesidad de técnica, sino de modo más eficaz, mediante el control y la sumisión total de las conciencias. Y cuando el ser humano se convierte en esclavo mediante la sumisión total del propio pensamiento, sólo cabe el suicidio como escape a la auto-tiranía controladora.

Mercedes Rosúa, a lo largo de la obra, extensa y sumamente apretada como antes decíamos, ofrece numerosos ejemplos por ella vividos en diferentes centros de enseñanza del Estado chino verdaderamente estremecedores. El control del pensamiento, la sumisión a las normas y consignas impuestas por el partido ofrecen paralelismos increibles con el «1984» de Orwell. Así las consignas del odio contra los que ayer eran líderes y camaradas de armas del presidente Mao y ejemplo para el partido comunista, constituyen el más fiel reflejo de la «semana del odio» orweliana. De golpe un ultraizquierdista como el íntimo amigo, seguidor y fiel discípulo del déspota Mao, cual era Lin Piao, se transforma en el reptil más venenoso y repugnante; el comunista puro y ejemplo para el partido pasa a ser un ultraderechista rabioso, fascista, traidor que busca la restauración del capitalismo. Rosúa asiste a sesiones donde se corean las consignas, donde se siguen furibundamente, sin que quepa la más mínima reserva mental, no ya contra Confucio y Mencio cuyas obras así como la cultura clásica deben ser destruidas, sino contra los políticos, profesores, intelectuales del partido, acusados de revisionismo, oportunismo y de traidores al proletariado, al campesinado, y enemigos del pueblo.

Se exalta con lo que nos parecería verdadero infantilismo, sino fuese algo trágico, a héroes populares para los que se intentan leyendas e historias magnificadoras de su papel en circunstancias heroicas. Así se habla de un alumno que se lanza sin vacilar entre las llamas de un incendio para salvar los bienes del Estado. Al recobrar el conocimiento en el hospital, lo primero que preguntó fue «¿Cómo están los bienes del Estado?»

En una especie de catecismo laico maoista, el profesor escribe en una pizarra lo que no es correcto, utiliza la neolengua para la doble expresión de conceptos antaño burgueses, y repite sin cesar temas memorizados, preguntando al alumno: «¿Eres tu buen alumno del presidente Mao?. Si lo soy. ¿Por qué? Porque estudio todos los días las obras escogidas del presidente Mao» Los ejemplos por ella vividos ofrecidos por la autora en el Instituto de Lenguas Extranjeras, en otros centros en Pekín, en Xian, en el Hotel de la Amistad entre los Pueblos, etc. resultan abrumadores. Rosúa penetra hasta lo más íntimo en la mentalidad china más que deformada, creación de nuevo cuño, del maoismo. Mao admira al mítico emperador Shi Huang ti, pero lo supera en su crueldad en la consecución no del poder material, sino en la consecución del hombre nuevo. Los experimentos anteriores tan terribles de Lenin y de Stalin en esa consecución de un nuevo especímen, el «homo sovieticus», son trascendidos en extensión y en profundidad. Mientras tanto los oráculos occidentales del progresismo como «Le Monde» no sólo ignoraban el sin número de atrocidades, sino que ponían de relieve la aportación de los nuevos valores a la busqueda de la sociedad sin clases.

El fracaso en el tema específlco que llevó a la autora a residir en China esos años, el de la cultura, concretamente el de formación de profesores, traductores e intérpretes, es total. El desastre causado por la «revolución cultural» en su persecución a los antiguos profesores conocedores de idiomas, acusados de traidores, renegados, burgueses, derechistas, atacados aún con más furor si ocuparon puestos en el partido, desterrados al campo, humillados, o destinados a limpiar letrinas y trabajos semejantes, dejaron en cuadro a los aprendices de idiomas, con un nivel ínfimo, para elevar el cual no sirven las consignas repetitivas del libro rojo de Mao. Este utilizado de forma tan grotesca para querer dar más calidad a la fundición de objetos domésticos, únicamente no fue utilizado en las plantas de energía nu-clear, o en la aviación, pues los aviones y los edificios, por mucho que cueste admitirlo, no se sostienen en el aire aplicando sólo los pensamientos maoistas.

Después de la extensísima parte del libro destinada al análisis del archipiélago Orwell, la autora extrae conclusiones aplicables a España, y que por su enjundia merecerían una obra aparte. Resulta verdaderamente trágico el comprobar, como demuestra fehacientemente Rosúa analizando la situación de la educación en España, la terrible similitud con la exposición maoista provocada por la experiencia socialista española. Acertadamente expone que la extensión del desastre intelectual de la reforma educativa comenzada en los ochenta dispuso de una fuerza de choque que se investía a si misma con todos los atributos de la falsa ciencia, con el monopolio de la modernidad, imponiendo una innegable dictadura a favor de las utopías. Entre las medidas dictatoriales adobadas con la ignorancia, la ridiculez y la necedad, figura de forma destacada la imposición de esa neolengua orwelliana, con el aluvión de palabras desprovistas de su verdadero sentido y utilizadas en el «doblepensar»: curricular, transversal, habilidades y destrezas, estrategias didácticas, instrumento, taller, herramientas.... sustitución de conceptos de fácil comprensión y claridad inequívoca como recreo, por segmento de ocio, etc. etc. Acogidas también con gran gozo, por sentar aureola de progresismo por el presidente de la comunidad de Madrid, hombre tan proclive a hacer suyo cualquier planteamiento de izquierda, siempre que tenga resonancia propagandística, como es el control de la reforma educativa. Aún correspondiendo a un partido en principio distante del socialismo neo marxista-capitalista, pero ambos coincidentes, hasta ahora, en la aplicación totalitaria en la enseñanza de la utopía más absurda e irreal, a pesar del riesgo de formar generaciones de ignorantes, cada vez más acentuados en esa ignorancia enciclopédica que envuelve inmisericordemente a gran parte de la juventud actual.

El nuevo proceso totalitario, señala Rosúa, dispone una especial animosidad contra la grandeza. una perversión del término democracia y una imposición generalizada del gregarismo y del anonimato. Apunta todas sus baterías, concluye la autora, hacia la anulación del individuo y no advierte que, con él, elimina la fuente y raíz fundamental del progreso y la aventura humana.


Angel Maestro.

mercredi, 13 mai 2015

Stanislas Parvulesco & Laurent James

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mardi, 12 mai 2015

H. P. Lovecraft’s The Conservative

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The First Steampunk:
H. P. Lovecraft’s The Conservative

theconservative-frontcover Ex: http://www.counter-currents.com 

H. P. Lovecraft
The Conservative: The Complete Issues 1915–1923 [2]
Foreword by Alex Kurtagić
London: Arktos, 2013

Prior to the internet, or even the telephone, how fast could a written message travel from one end of Manhattan to another? You might think a day or two, or even hours, but you’d be wrong. In the early part of the last century, a system of pneumatic tubes enabled a piece of paper, sealed in a capsule, to travel from Wall Street to Harlem in a matter of seconds.[1]

James Howard Kunstler, proponent of livable cities and enemy of our fossil-fueled “happy motoring” lifestyle, has observed that if the power grid went out (as he devotedly wishes), and our everyday technology was rolled back to before even the automobile, we’d be effectively in the 1900s, a period surviving records show was not experienced as a Dark Age whose inhabitants wandered around lifelessly, wishing they could fly to Bangkok in a couple hours.[2]

The point is — and so-called “conservatives” used to know this, before they became obsessed with “creative destruction” and “the rapture” — our ancestors knew a thing or two,[3] and lived quite well without all our “mod cons.”[4]

American popular culture has always been infused with a DIY ethic: “Yankee ingenuity,” Emerson’s “Self-Reliance” and his “American Scholar” creating his own tradition, seeking an “original relation to the universe,” all the way to Robert Johnson’s Coke bottleneck guitar which Muddy Waters made loud nightclub-friendly with electricity. It lies behind America’s plethora of home-made religions, from uptight Mormonism and Fundamentalism to acid experimentation and cults of the space brothers;[5] the Old Weird America where the Amish farmer and the laid-back hippie become indistinguishable;[6] where people made their own damn culture and didn’t buy it from a global — or even a New York[7] — corporation.

The whole “steampunk” genre, and lifestyle, appears to address this loss, although it also seems to do so more as hipster nostalgia and “irony” rather than a genuine rebirth,[8] although the related interests in home brewing and beekeeping (both recently legalized in . . . New York City!) shows promise, especially for those prepping for the collapse.[9]

Anyhow, so back in the 1860s, folks became wild about printing and mailing around their own homemade newspapers or journals, and H. P. Lovecraft, who had entered a period of seclusion following his failure to matriculate and a nervous breakdown, jumped in as enthusiastically as any basement-dwelling World of Warcraft addict.[10]

In fact, you could say he pursued the gamer’s dream of becoming a game designer himself, moving from contributing to others’ periodicals to producing his own, The Conservative, whose issues are collected here.[11]

Lovecraft seems to have come out swinging, maintaining a quarterly schedule for two years, then backing off to a yearly issue, finally skipping several years and putting out two more issues, numbered as if the missing volumes had somehow appeared (virtually?). Although he didn’t write all of it, he wrote most of it; and it wasn’t just pseudo-Augustan poetry and essays about cats. Lovecraft had a mission: world dominance, at least of the amateur press universe:

Promoting his own vision of amatuerdom as a haven for literary excellence and a tool for humanistic education.[12]

In this capacity, he contrived to become the head of the Department of Public Criticism (lovely title!) for the whole ’zine — I mean, amateur journalism scene.

Otherwise, the Conservative promoted Lovecraft’s favorite crochets, being described by him as:

[. . . ] an enthusiastic champion of total abstinence and prohibition; of moderation, healthy militarianism as contrasted with dangerous an unpatriotic peace-preaching; [. . .] of constitutional or representative government, as opposed to the pernicious and contemptible false schemes of anarchy and socialism.

Indeed, the choice of name is significant, and it’s hard to tell at many points whether Lovecraft, addressing the reader in the name of The Conservative, is speaking as Editor of the journal of that name, as the archetypal “conservative,” or as himself.

Joshi is right to notify us that these are Lovecraft’s notoriously “conservative” opinions in their original form, before later modifications and nuance.[13]

We [sic] will find that some of Lovecraft’s early opinions are quite repugnant, and many of them are uttered in a cocksure, dogmatic manner greatly in contrast to his later views.[14] Nevertheless, it was evident to all amateurs that the editor of the Conservative was an intellectual force to be dealt with.[15]

lovecraft__dedo9__by_artlessilliterate-d5he7mq.jpgBut therein lies their charm. Consider this collection, to continue the pop culture metaphor, a kind of Lovecraft Unplugged.

Some quotes, which most of our reader may find bracing rather than “repugnant”:

It appears that the CONSERVATIVE’S review of Charles D. Isaacson’s recent paper was not accepted in the honestly critical spirit intended, and that Mr. Isaacson is preparing to wreak summary verbal vengeance upon the crude barbarian who cannot appreciate the loathsome Walt Whitman, cannot lose his self-respect as a white man, and cannot endorse a treasonable propaganda designed to deliver these United States as easy victims to the first hostile power who cares to conquer them.[16]

The strongest tie in the domain of mankind, and the only potential source of social unity, is that mystic essence compounded of race, language, and culture; a heritage descended from the remote past.

Why any sane human being can believe in the possibility of universal peace is more than the CONSERVATIVE can fathom. The essential pugnacity and treachery of mankind is only too evident; and that very nation, even though pledged, would actually abolish means of warfare is absolutely unthinkable.

On those damn’d immigrants:

Leaving their own countries in dissatisfaction, they assume the cloak of American citizenship; organise any finance conspiracies with American money; and finally, with an audacity almost ironical, call upon the United States for help when overtaken by justice! Half the detestable violence of the Irish “Fenians” and “Sinn Fein” ruffians was hatched in America by those who dare drivel about such a thing as “neutrality”!

Traditional hierarchy, but a nobility of achievement, not birth:

In Germany, Austria, Spain and Italy, every son of a noble is a noble. The titled class is very large, as a rule very worthless, and possess numerous privileges subversive to the rights of so-called inferior men.

Indeed, the honest yeoman is the true friend — and beneficiary — of a traditional society:

It has been more than once remarked, that there is an intangible bond of kinship betwixt the highest and the humblest elements of the community. Whilst the bourgeois complacently busy themselves with their commonplace, respectable, and unimaginative careers of money-grabbing, the artist and the aristocrat join forces with the ploughman and the peasant in an involuntary mental wave of reaction against the monotony of materialism.

Although many on the alt-Right may find issue with some of Lovecraft’s ideas, such as the value of teetotalism:

He who strives against the Hydra-monster Rum, strives most to conserve his fellow-men.

Or his sadly jingoistic enthusiasm for WWI, despite taking a broader view in evolutionary terms:

Englishmen and Germans are blood brothers, descended from the same stern Woden-worshipping ancestors, blessed with the same rugged virtues, and fired with the same noble ambitions.

Amateur journalism got Lovecraft back in contact with human kind, or at least the more acceptable specimens in this sadly non-18th century world, and for this we later readers can be thankful. Although he eventually shifted his attention to the pulp magazine world, the bulk of his time and writing would continue to be devoted to maintaining a sort of virtual existence via mail, this time with a far-flung network of correspondents, editors, and “revision” clients;[17] although Lovecraft traveled far more than many might think (Florida, Montreal), there were a number of lifelong friends that Lovecraft never met. [18]

Editor Kurtagić proudly notes that this is the first “professional” reprinting of The Conservative in 25 years (since the stapled pamphlet with only Lovecraft’s contributions, edited by Joshi) and the first complete edition in 35. Perhaps more importantly, we can add that the introduction is more than merely scholarly; unlike Joshi, Kurtagić is sympathetic to Lovecraft’s “conservative” agenda, striving to show how Lovecraft’s various opinions are, though not “systematic,” nevertheless consistent and well-founded; in this he succeeds, since, after all, they are.

For example, Lovecraft, though so thoroughly steeped in the Augustan poets that he could almost be said to write only pastiches himself, and opposed both to Whitman’s free verse and the contemporary Imagists like Pound or Eliot, also thoroughly approved of the Victorian-bashing favored by same.

It is time . . . definitely to challenge the sterile and exhausted Victorian ideal which blighted Anglo-Saxon culture for three quarters of a century and produced a milky “poetry” of shopworn sentimentalities and puffy platitudes . . .

But these two attitudes are no more “inconsistent” or paradoxical than the demand voiced by the proponents of “historically informed performance practice” such as Nikolas Harnoncourt, that we need to strip away a century or two of calcified notions of how to perform, say, Bach or Monteverdi, not so that we can achieve some mythical “authentic” sound but so that we can craft our own response to the music; again, “an original relation to the universe.”[19]

On one other matter, though, Kurtagić would draw Lovecraft’s ire. Speaking of The Conservative being “a haven for literary excellence,” Lovecraft begins the very first issue, right under the masthead, thusly:

The Conservative desires to apologize for any errors in proofreading which may be found in this issue. Circumstances . . . rendered haste a prime essential.

Constant Readers will recall that I’ve found a lot to criticize in the publications Kurtagić has put out under the Wermod or Palingenesis Project labels. Here, Arktos seems to have done a much better job of copyediting, for which they are to be lauded. Except . . .

In my experience, introductions, prefaces, forewords and the like are not infrequently presented without footnotes, [20] at least to material quoted from the main text to follow. I like my prefaces to give me some hint of what’s to come, a kind of “coming attractions,” and it’s nice to be able to turn to the quotations in context. So I was happy to see footnotes here, but then disappointed to find that they are wildly inaccurate, presumably due to changes in pagination during the editorial process. Now really, if you are going to provide footnotes at all, how hard is it to make sure a dozen or so in the prefatory matter are accurate? [21]

That said, this is really a must have for the Lovecraftian, as well as any Counter-Currents reader who would like to sample the pleasures of real olde skool alt-Right blogging.

Notes

[1] Sen. Ted Stevens of Alaska was not far off in his reference to Al Gore’s invention as “the intertubes [3].” According to Wikipedia [4], “Eventually the network stretched up both sides of Manhattan Island all the way to Manhattanville on the West side and “Triborough” in East Harlem, forming a loop running a few feet below street level. Travel time from the General Post Office to Harlem was 20 minutes. A crosstown line connected the two parallel lines between the new General Post office on the West Side and Grand Central Terminal on the east, and took four minutes for mail to traverse. Using the Brooklyn Bridge, a spur line also ran from Church Street, in lower Manhattan, to the general post office in Brooklyn (now Cadman Plaza), taking four minutes. Operators of the system were called “Rocketeers””

[2] As late as the ’60s and on TV no less, such a time could symbolize not the zombie apocalypse but the Good Olde Days, worth jumping off a train for; see “Next Stop Willoughby” — only the most iconic example of Twilight Zone’s somewhat disingenuous (where’s the ham-fisted “liberalism”?) nostalgia for the time when life was slower – or, equally disingenuous, com-symp Orson Welles’ lugubrious opening and closing eulogies of 19th century Midwest life in The Magnificent Ambersons. All this is related to the phenomenon I’ve called “liberal psychogeography;” see “The Gilmore Girls Occupy Wall St.” in The Homo and the Negro (San Francisco: Counter-Currents, 2012); the liberal attempts to eat his cake and have it too, by gentrifying small towns or neighborhoods (Martha’s Vineyard, the Hamptons, Ann Arbor, Greenwich Village) after the awful rednecks and other White ethnics who built them are purged.

[3] Pompous private scholar and anti-modern curmudgeon Harry Haller, the titular Steppenwolf of Hesse’s novel, strikes a rather Evola-esque note as he mocks his landlady’s son’s interest in radios among other modern contraptions, noting that communication through the air over long distances was a phenomenon well-known to the ancient Hindus. By the end of the book the humbled and drug-addled Haller will be forced by Mozart himself to listen to a broadcast of a Handel Concerto Grosso.

[4] Fr. Rolfe (“Baron Corvo”) observed that the magnificence of life in the Italian Renaissance lay not in a vulgar obsession with ever more “new” knowledge, but rather in the belief that everything was already discovered and known; a man could acquire a complete set of knowledge and then concentrate his energies in ever more elaborate and beautiful presentation thereof. See A History of the Borgias, Preface.

[5] See Donna Kossy’s Kooks: A Guide to the Outer Limits of Human Belief [5] (Portland: Feral House, 1994); also see my reviews of The Magical Universe of William Burroughs (here [6]) and Erik Davis’s Nomad Codes (here [7]).

[6] Greil Marcus, The Old Weird America (Picador, 2011; published in 1997 as Invisible Republic: Bob Dylan’s Basement Tapes).

[7] “New York City!” exclaim the cowboys on learning of the origins of their store-bought alsa.

[8] The season of Portlandia announced that “The Dream of the 1890s Is Alive in Portland.” The origins of the genre arguably lie on TV as well: The Wild Wild West (CBS, 1965-69), specifically the iconic character of Dr. Miguelito Loveless (played, I’m glad to point out, by my fellow Detroiter Michael Dunn), introduced in an episode with the rather Lovecraftian title “The Night the Wizard Shook the Earth.” The character, played by Kenneth Branagh, was still the only point of interest in the insultingly stupid 1999 movie, which attempted to cash-in on the fad, while simultaneously bowing to the contrary mania for making older works “relevant” by replacing White characters with negroes; a typically Judaic attempt to play all the angles by director Barry Sonnenfeld.

[9] See Claus Brinker’s review of Survive the Economic Collapse, here [8].

[10] The current job market for Brown University grads offers little hope of anything but the same poverty Lovecraft endured, although apparently what he really missed was access to Brown’s telescope.

[11] The move from consumer to producer prompts Kurtagić’s comparison to the ’zine and cassette scenes of the ’90s.

[12] I Am Providence: The Life and Times of H. P. Lovecraft by S. T. Joshi (New York: Hippocampus, 2010); Chapter 6: “A Renewed Will to Live.”

[13] This was not, however, the liberal’s usual disingenuous “evolution” of opinion. For example, his Social Darwinist defense of capitalism would eventually, under the pressure of personal penury and the Great Depression generally, mutate into a qualified, then enthusiastic, support of the New Deal; but with typical Lovecraftian perversity, this was not in spite of, but because, it seemed like the closest thing to Fascism. Ralph Adams Cram came to the same conclusion; see my “Ralph Adams Cram: Wild Boy of American Architecture” in The Eldritch Evola … & Others (San Francisco: Counter-Currents, 2014).

[14] Not unlike the Simpsons’ “Comic Book Guy.”

[15] Ibid.

[16] Isaacson, a fellow amateur journalist, was a “good” Jew of the Germanic, assimilating sort, but Lovecraft, although willing to praise his talents, always had a sharp eye — and pen — for the traces of the “Jewish mentality” that prevented him from appreciating Aryan literature and society.

[17] The astounding bulk of his letters dwarfs his fiction, and Joshi may be correct in suggesting that eventually, like weird pioneer Horace Walpole, his literary reputation may rest on these rather than the famous Cthulhu mythos. See I Am Providence, op. cit., Chapter 26: “Thou Art Not Gone.”

[18] Lovecraft’s remarks on friendship are often as odd as his comments about love and marriage. Robert E. Howard (Conan) died a few months before Lovecraft himself; hearing the news, Lovecraft remarked about how odd it would be to know that there was no longer anyone to collect mail at Howard’s PO Box. (Which is not to say that HPL did not otherwise express a normal sort of grief over the loss of his close friend (“Mitra, what a man!”); see Joshi, op. cit., Chapter 23: “The End of One’s Life.”

[19] Of course, Emerson was a big, early fan of Whitman, who, in turn, was another proponent of self-publication in both senses. Harnoncourt’s remarks occur in the liner notes to a one-disc sampler of the Teldec 153 disc box set, Bach 2000 (1999). It’s of note that the Traditionalist author and violist Marco Pallis was an associate of Arnold Dolmetsch, the distinguished reviver of early English music and one of the pioneers of the so-called “authenticity” movement, whom in turn directed Pallis to the writings of René Guénon; see “Biography of Marco Palllis,” here [9].

[20] Like book reviews, hah!

[21] Answer: not hard at all.

Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

URL to article: http://www.counter-currents.com/2015/05/the-first-steampunk/

URLs in this post:

[1] Image: https://secure.counter-currents.com/wp-content/uploads/2014/07/theconservative-frontcover.jpg

[2] The Conservative: The Complete Issues 1915–1923: https://secure.counter-currents.com/the-conservative/

[3] the intertubes: http://www.urbandictionary.com/define.php?term=intertubes

[4] Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Pneumatic_tube_mail_in_New_York_City

[5] Kooks: A Guide to the Outer Limits of Human Belief: http://en.wikipedia.org/wiki/Donna_Kossy#Kooks_.281994.29

[6] here: http://www.counter-currents.com/tag/the-magical-universe-of-william-s-burroughs/

[7] here: http://www.counter-currents.com/2014/11/ever-sacred-ever-vexed/

[8] here: http://www.counter-currents.com/2015/04/survive-the-economic-collapse/

[9] here: http://www.worldwisdom.com/public/authors/Marco-Pallis.aspx#_ednref1

Solitude du témoin, de Richard Millet

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Solitude du témoin, de Richard Millet

 
Francis Richard
Resp. Ressources humaines
Ex: http://www.lesobservateurs.ch
 

Richard Millet est un écrivain inlassable et inclassable.

Ne serait-ce qu'en 2014, il a publié six livres:

- Sibelius. Les cygnes et le silence, aux Éditions Gallimard

- Sous la nuée, aux Éditions Fata Morgana

- Chrétiens jusqu'à la mort, aux Éditions L'Orient des livres

- Lettres aux Norvégiens sur la littérature et les victimes, aux Éditions Pierre-Guillaume de Roux

- Charlotte Salomon, précédé d'une Lettre à Luc Bondy, aux Éditions Pierre-Guillaume de Roux

- Le corps politique de Gérard Depardieu, aux Éditions Pierre-Guillaume de Roux

rm9782756106366.jpgRichard Millet est classé à l'extrême-droite par ceux qui ne l'ont pas lu et se permettent de le juger. C'est le "vieux mécanisme de la victime émissaire mais chargée des maux d'un ordre qu'elle a dérangé". Il est affublé par d'aucuns de l'étiquette imprécise et fantasmée de nazi ou de fasciste - ce qui n'est pas la même chose: "Quand le directeur d'un hebdomadaire de gauche me traite de néonazi, il faut entendre dans ce vocable, une tentative de meurtre, et avant tout la décomposition du langage journalistique, en France."

Ce classement sans cause, ces étiquettes, qui lui sont collées à la peau pour le détruire, lui ont valu d'être banni de la sphère médiatico-littéraire, de perdre son emploi d'éditeur (chez Gallimard), mais cela ne l'a pas empêché de continuer à écrire, comme on vient de le voir: "Ma position de banni est celle de l'outsider, en fin de compte un rôle comme un autre, à ceci près que je fais chaque jour l'épreuve de ce bannissement dans ma vie quotidienne, avec la nécessité de parler pour ne pas laisser triompher le parti dévot."

Solitude du témoin? Richard Millet s'avance au sein d'une grande solitude. Il ne s'agit pas de la solitude sociale à laquelle l'a contraint son bannissement, mais de "l'isolement qui tient à la position de celui qui voit et qui dit ce qu'il voit: le témoin, personnage insupportable en un temps d'inversion générale où, pour paraphraser une formule célèbre, le vrai est devenu un motif fictionnel du mensonge."

Ce qui le désole, c'est de vivre sous le régime de la fin, d'une fin qui n'en finit pas, parce que la mort est déniée (en tant que catholique, il n'attend pas la mort, mais la fin de la mort). Aussi traque-t-il cette oeuvre de mort: "Le mouvement perpétuel du mourir qu'on tente de nous fourguer sous le nom même de vie, de la même façon que c'est au nom même du vivant qu'on pratique l'avortement, l'eugénisme, l'euthanasie, de quoi témoignent les euphémistiques "interruption de grossesse" et "accompagnement de fin de vie"."

Ce qui le désole, c'est que la fin de l'histoire, "métastase du refus du passé", soit proclamée et voulue par le capitalisme mondialisé - que j'appellerais plutôt capitalisme de connivence avec les États - qui veut substituer aux nations le Marché - que j'appellerais plutôt mondialisme, c'est-à-dire contre-façon éhontée, régulée par les États, du marché des libéraux, où les individus échangent librement entre eux et respectent le principe de non-agression. Cette fin de l'histoire ne serait qu'"un fantasme qui se nourrit de la non-événementialité, c'est-à-dire du vertige d'une fin qui n'en finit pas".

Ce qui le désole, c' est que le Culturel, c'est-à-dire l'alliance du Divertissement et de la Propagande, remplace la culture générale, l'horizontalité la verticalité: "Par son déni de la dimension verticale de la tradition judéo-chrétienne, le Culturel est la conséquence d'Auschwitz, tout comme la vie moderne est, dans son ensemble, Péguy, Bloy, Bernanos, l'ont répété avec force, un refus de toute vie spirituelle, de la dimension surnaturelle de l'histoire."

Il précise: "Déculturation et déchristianisation vont de pair; et les zélotes du parti dévot, les sicaires du Nouvel Ordre Mondial, les thuriféraires du Bien universel sont les héritiers de ceux qui ont rendu possibles le génocide arménien, Auschwitz, le goulag, les Khmers rouges, le Rwanda, et tout ce qui est à venir sur le mode de l'inhumain, de l'amnésie, du reniement de soi que l'incantation démocratique rend acceptables comme abstractions éthiques (l'abstraction comme fatalité de la "masse", redéfinie en concept d'humanité)."

Ce qui le désole, c'est l'avènement de la guerre civile induite par l'idéologie du multiculturalisme (le refus des valeurs du pays d'accueil, manifestation du "vif souci de ne pas s'assimiler, tout en tirant des avantages nationaux", entraîne une coexistence forcée entre personnes de cultures tellement différentes qu'elles ne se mêlent pas et qu'elles sont facteur de guerre civile) et par l'islamisme, allié du capitalisme mondialisé ("la coalition américano-qataro-saoudienne tend à entourer le chiisme d'un cordon sanitaire").

Les premières victimes de cette guerre civile en cours sont les chrétiens d'Orient: "La fin des chrétiens orientaux sera le signe non seulement de notre honte mais aussi la fin de notre civilisation, laquelle est déjà moribonde. Les chrétiens d'Orient meurent silencieusement de ce que nous ne voulons plus être chrétiens."

Ce qui le désole, c'est que l'"oeuvre de mort se joue d'abord sur le terrain du langage". La langue française s'est, semble-t-il, "retournée contre elle-même au point d'inverser ses valeurs fondamentales, sémantiques et syntaxiques" - prélude à sa disparition -, son mouvement naturel d'évolution étant "confisqué par la Propagande, le Spectacle, le babélisme marchand, le sabir: l'absence de phrase comme dimension servile de "l'homme"". Exemple, qui n'est pas anecdotique, de cette mise en oeuvre de mort sur le terrain du langage:

""On s'est couchés": la grammaire contemporaine n'est que l'histoire d'une évacuation, j'allais dire d'une épuration, comme on le voit non seulement pour le subjonctif, le futur simple, les subordonnées, mais aussi pour le nous qui disparaît de l'oral pour s'absenter de l'écrit et imposer le solécisme cité en entrant. On est neutre et de la troisième personne du singulier, et ce pronom ne saurait donc gouverner le pluriel couchés."

Il précise: "Le fantasme d'une langue simplifiée va de pair avec un esprit abaissé ou esclave des maîtres du langage, en l'occurrence les publicitaires qui vont main dans la main avec les politiques, sous l'oeil bienveillant du capitalisme mondialisé dont on ne dira jamais assez qu'il a plus besoin d'un langage que d'une langue."

Tout ce qui désole Richard Millet, et dont il témoigne, fait-il de lui l'être haïssable, classé et étiqueté de méchante manière par les zélotes du parti dévot, comme il les appelle gentiment? J'en doute. Mais, ce dont je suis sûr, c'est que Richard Millet est un écrivain, un véritable écrivain, qui se tient dans la solitude de la langue et à l'écart du courant dominant:

"L'écrivain travaille [...] dans la démonétisation, la déprogrammation, la marge, tout ce que l'on peut résumer sous le nom de forêt." Sa forêt? "Ma forêt, c'est la langue et la singularité que celle-ci déploie dans un monde devenu sourd au grand bruissement forestier de la mémoire ou de l'invisible, du spirituel."

"C'est pour avoir montré le lien entre la fausse monnaie littéraire et le discours multiculturaliste" confie-t-il "que j'ai été détruit socialement, banni, réduit à prendre le chemin de la forêt, ou, plutôt, à me rendre compte moi-même comme sujet radical dans un mouvement où l'objectivation, l'universel sont infiniment menacés par un système qui entend me renvoyer à une forme de solipsisme ou d'enfermement narcissique, alors que je reste tourné vers le dehors, l'immense fraîcheur de l'aurore, avec cette chance qu'est devenue l'inappartenance sociale."

Francis Richard, 3 mai 2015

Solitude du témoin, Richard Millet, 180 pages, Éditions Léo Scheer

Publication commune Lesobservateurs.ch et Le blog de Francis Richard

dimanche, 10 mai 2015

Jünger o la mística de la violencia

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Jünger o la mística de la violencia
Ex: http://elpais.com
 
Ha sido el gran acontecimiento del otoño editorial en Alemania. Tres años después de su muerte aparecen los artículos 'malditos' de Ernst Jünger, textos escritos durante la República de Weimar que el pensador germano se negó a incluir en sus obras completas. El nacionalismo, el heroísmo, la guerra y la destrucción son sus claves.

Desde la muerte de Ernst Jünger en 1998 no ha transcurrido un solo año sin que saliese al mercado alemán alguna novedad perteneciente a su legado intelectual. Varios especialistas trabajan con ahínco en distintos ámbitos con el fin de publicar todos los escritos que puedan resultar de interés para la comprensión de un escritor tan polémico como longevo. Después de la publicación de varias correspondencias con distintas personalidades de su tiempo, esta vez le ha tocado el turno a sus artículos 'malditos' durante el periodo de Weimar, una publicación esperada, puesto que Ernst Jünger se negó a incluirlos en la edición de sus Obras completas en Klett-Cotta. Esta editorial, sin embargo, ha reunido todos los artículos políticos escritos entre 1919 y 1933, 145 en total, en un volumen separado, excelentemente comentado y anotado por el politólogo Sven Olaf Berggötz.

POLITISCHE PUBLIZISTIK, 1919-1933

Ernst Jünger Sven Olaf Berggötz (editor) Klett-Cotta. Stuttgart, 2001 850 páginas. 98 marcos alemanes

Jünger estaba obsesionado con una revolución, viniese de donde viniese, siempre que fuese nacional

Otro de los alicientes de este volumen es que por fin se ofrecen ordenados cronológicamente los artículos dispersos en varios periódicos o revistas como Arminius, Das Reich, Die Standarte, Der Widerstand o el Völkischer Beobachter, la mayoría de ellos, efímeros órganos de propaganda nacional-revolucionaria, que han servido como arsenal para atribuir a Jünger un claro papel de precursor del nacionalsocialismo o para hacer hincapié en su apología de la violencia. Y no se puede negar que muchos de estos artículos son dinamita, no sólo por su contenido, sino por un estilo fascinante que rompe las limitaciones del panfleto político; no resulta extraño que Jünger se convirtiese en el escritor más solicitado en ese tipo de publicaciones; su prosa limpia y acerada, pero al mismo tiempo de un radicalismo deslumbrante, encontró una entusiástica acogida en numerosos jóvenes, frustrados por la derrota y posterior humillación de Versalles. Tampoco olvidemos que a Jünger le rodeaba el nimbo de su condición de héroe de guerra, era el representante y el símbolo de una generación que lo había sacrificado todo y se creía traicionada por fuerzas oscuras de la retaguardia: la leyenda de la puñalada por la espalda que también Jünger asumió y difundió.

ej8258-1093770.jpgEn estos artículos, que muestran la obsesiva actividad proselitista del autor, no nos encontramos con el Jünger elogiado por Hermann Hesse o H. G. Gadamer, con el ensayista profundo, el novelista imaginativo o el observador preciso, sino con el agitador político que lanza sin ambages su mensaje subversivo. No obstante, en estos escritos también se puede comprobar cierta evolución temática e intelectual. En los primeros textos se ocupa principalmente de la experiencia guerrera, del valor del sacrificio y de la sangre como cemento de una nueva sociedad, a lo que se une un profundo odio a la burguesía y a la República de Weimar. Jünger consideraba que en su generación había surgido un nuevo 'tipo humano', forjado en la guerra de material y de trincheras, a quien, a su vez, correspondía forjar un nuevo mundo: 'Como somos los auténticos, verdaderos e implacables enemigos del burgués, nos divierte su descomposición. Pero nosotros no somos burgueses, somos hijos de guerras y de enfrentamientos civiles...'. Inspirándose en Nietzsche, Spengler y Sorel, y haciendo suyo el pathos del futurismo italiano, Jünger ensalza el odio y la destrucción como elementos creativos: 'La verdadera voluntad de lucha, sin embargo, el odio verdadero, se alegra de todo lo que destruye a su contrario. La destrucción es el único instrumento que parece adecuado en las actuales circunstancias'. En estos pasajes, el escritor adopta un nihilismo heroico que convierte la violencia en un fin en sí mismo, en una experiencia mística del combatiente que debe continuar su lucha en la sociedad civil. En ellos desarrolla una estética pura de la violencia que se mueve en un vacío ético y que, supuestamente, según el autor, debería generar nuevos valores.

Mitrailleurs_allemands_en_1918.jpgEn el terreno ideológico, los artículos reflejan una visión particular y nebulosa que no llega a identificarse con ninguna de las ideologías dominantes. Sus rasgos principales son, en su vertiente negativa, un profundo sentimiento antidemocrático y antipacifista, así como un fuerte rechazo de las instituciones, excluyendo al ejército como encarnación de la idea prusiana. Su odio a la República de Weimar es manifiesto; una República, si bien es cierto, que se ha definido con frecuencia como la 'democracia sin demócratas' y que era el blanco favorito del desprecio de la mayoría de los intelectuales. Aunque Jünger se confiesa nacionalista, en concreto 'nacionalista de la acción', no asocia el concepto con una forma política concreta, más bien se limita a describir vagamente modelos utópicos o retóricos que encontrarán un desarrollo más maduro en su libro El trabajador. Armin Mohler empleó el término 'revolución conservadora' para explicar esta posición política, pero Jünger también se acercó al nacionalismo de izquierdas de un Niekisch e incluso colaboró en su revista Der Widerstand, prohibida con posterioridad por los nacionalsocialistas. La impresión que recibimos es que Jünger estaba obsesionado con una revolución, viniese de donde viniese, siempre que fuese nacional. En sus escritos solía dirigirse a 'los nacionalistas, los soldados del frente y los trabajadores'. Este empeño revolucionario fue el que le acercó al nacionalsocialismo en los primeros años del movimiento: 'La verdadera revolución aún no se ha producido, pero se aproxima irresistiblemente. No es ninguna reacción, sino una revolución auténtica con todos sus rasgos y sus manifestaciones; su idea es la popular, afilada hasta un extremo desconocido; su bandera es la cruz gamada; su forma de expresión, la concentración de la voluntad en un único punto: la dictadura. Sustituirá la palabra por la acción, la tinta por la sangre, la frase por el sacrificio, la pluma por la espada'.

No obstante, en los años treinta se advierte cierto distanciamiento del nacionalsocialismo quizá debido a la influencia de su hermano, F. G. Jünger, y de Niekisch. Jünger rechazó la oferta de Hitler para ocupar un escaño en el Reichstag, y en el año 1933 interrumpió sus colaboraciones, evitando dar el paso hacia el paganismo político nazi, ni siquiera en la forma del colaboracionismo oportunista de Heidegger, Carl Schmitt o Gottfried Benn. La edición de los artículos políticos de Ernst Jünger, de cuyo contenido se deduce claramente su terca resistencia a 'resucitarlos', supone una decisión acertada, sobre todo porque así se dispone de una imagen completa de un escritor controvertido que no dudó en 'maquillar' algunos pasajes escabrosos de su obra temprana; una actitud que despertó rechazo incluso entre sus lectores más afines. Pero también podemos decir que esta obra adquiere una importancia extraordinaria porque explica el comportamiento posterior de una juventud fascinada por la violencia, la cual, por esta causa, fue presa fácil del totalitarismo y víctima de su producto: la guerra total; tampoco tenemos que resaltar mucho su actualidad, pues nos hallamos en una nueva dimensión de la violencia, cuyos portadores asumen hasta sus últimas consecuencias esa visión mística del acto destructivo y del sacrificio que tanto sufrimiento ha traído y traerá a la humanidad.

samedi, 09 mai 2015

André Müller und Ernst Jünger

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André Müller und Ernst Jünger

Tatsächlich eine Liebesgeschichte

Von Jörg Magenau

Ex: http://www.deutschlandradiokultur.de

Beitrag hören

Für den "Zeit"-Journalisten André Müller war es ein Lebenstraum, den Schriftsteller Ernst Jünger zu interviewen. Mindestens fünf Mal trafen sich die beiden zwischen 1989 und 1996, drei Gespräche wurden aufgezeichnet. Die Originaltranskripte verraten viel über das väterliche Verhältnis Jüngers zu Müller.

Am Tag vor Ernst Jüngers 100. Geburtstag im März 1995 notierte André Müller:

"Jünger ist ein ganz unanalytischer Mensch, naiv wie ein Kind, unfähig zur Auswahl von Wichtigem, alles notierend auf verzweifelter Suche, in der unbewussten Hoffnung, andere mögen ihn (der sich nicht kennt) finden."

Vermutlich hat er damit Recht. Der Ernst Jünger, den Müller erlebte, ist weit weg vom Weltkriegs-Haudegen der "Stahlgewitter" und dem demokratiefeindlichen Theoretiker des "Arbeiters". Müller entdeckt das Kind im alten Mann. Und der Andere, den er ihm unterstellt, um gefunden zu werden, das könnte dann er selbst, Müller, sein.

André Müller war berühmt für seine Interviews in der "Zeit", die er stets konfrontativ, ja mit einer gewissen Verachtung dem Gesprächspartner gegenüber anlegte. Eigentlich ging es dabei immer nur um ihn selbst und um seinen Nihilismus und um die verzweifelte Suche nach Wahrheit. Nur drei von all seinen zahlreichen Gesprächspartnern hat er wirklich geachtet: Thomas Bernhard, Elfriede Jelinek und eben Ernst Jünger, den er hartnäckig umwarb, bis er endlich einwilligte. Bei Jünger war es sogar ein Liebesverhältnis, und Müller zögerte nicht, es genau so nach Wilflingen zu schreiben und sich ganz zu offenbaren: "Herr Jünger, ich liebe sie." So gelang es ihm, das Vertrauen des Alten zu gewinnen, der für ihn zu einer Vaterfigur werden sollte.

Originaltranskript mit Floskeln und Nichtigkeiten

Mindestens fünf Mal haben die beiden sich zwischen 1989 und 1996 getroffen. Drei dieser Gespräche wurden auf Tonband aufgezeichnet, doch nur das erste, geführt am Tag vor dem Mauerfall, ist dann stark bearbeitet und gekürzt in der "Zeit" erschienen. Jetzt kann man es zusammen mit den beiden anderen, vom Tag nach der Währungsunion 1990 und von einem Wintertag 1993, in voller Länge als Originaltranskription nachlesen, mit allen Floskeln und Nichtigkeiten, die ein Gespräch ja auch ausmachen. Das ist gerade im Falle Ernst Jüngers wichtig, für den das Gespräch – neben dem Traum – eine offene, neugierige Annäherung an Einsichten gewesen ist.

Herausgeber Christophe Fricker hat diese Dokumente belassen wie sie sind und sich auf Anmerkungen und einleitende, sehr hilfreiche Erläuterungen beschränkt. Dazu bietet der Band den Briefwechsel der beiden Gesprächspartner, Postkarten, und Mitschnitte von Jüngers Anrufen auf Müllers Anrufbeantworter. Herausgekommen ist ein Buch, mit dem man Ernst Jünger tatsächlich – und das ist schon eine Sensation – nahekommen kann, weil er sich in seiner Empfindsamkeit zeigt. Nebenbei erfährt man auch etwas über seine Verhältnisse zu Frauen und davon, dass er im Wald beim Spazierengehen laut schrie.

Es wird viel gelacht

"Gespräche über Schmerz, Tod und Verzweiflung" lautet der Untertitel. Das ist auch nicht falsch, und doch ist die Stimmung zumeist gelöst und heiter, es wird viel gelacht, Jüngers berüchtigtes, stakkatohaft-militärisches "Ha Ha!" durchzieht den Text wie ein grundierender Rhythmus. Müller berichtet, dass er, zunächst irritiert von diesem Lachen, mitzulachen versuchte, damit aber wiederum Jünger irritierte, weshalb er es dann unterließ. Der Tod jedenfalls, das ist bekannt, hat Jünger nicht geschreckt. Auch der Tod wurde von ihm als Freund begrüßt und mit einem Lachen quittiert. Komik entfalten die Gespräche auch deshalb, weil sich Müller sehr viel besser an viele Details aus Jüngers Leben zu erinnern scheint. Auf Ereignisse aus dem 1. Weltkrieg angesprochen, weiß Jünger nicht viel mehr zu sagen als: "Das ist lange her" oder "So, so, aha" oder "Wenn Sie das sagen" oder "Ha, ha." Die Gespräche produzieren bei aller Coolness, die beide zur Schau stellen, eine große Nähe und Wärme. Es ist tatsächlich eine Liebesgeschichte. Das macht dieses Buch zu einem berührenden Leseabenteuer.

Christophe Fricker (Hg.): Ernst Jünger – André Müller. Gespräche über Schmerz, Tod und Verzweiflung
Böhlau Verlag, Köln 2015
234 Seiten, 24,90 Euro

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1915 : mort de Rupert Brooke, l'ange foudroyé

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CENTENAIRE DE 14-18
1915: mort de Rupert Brooke, l'ange foudroyé

Michel Lhomme
Ex: http://metamag.fr
 

«Si je devais mourir, pensez de moi ceci : Qu'il est un coin de champ, dans un autre pays Qui sera pour toujours l'Angleterre.»


brooke.jpgIl y a cent ans mourait en Méditerranée sur le chemin des Dardanelles, le 23 avril 1915, le « plus beau jeune homme de l'Angleterre » selon les propos de Yeats, l'un de ses plus grands poètes, Rupert Brooke. Tout écolier anglais a récité à l'école ou le 11 novembre, devant le monument aux morts de son village les célèbres vers du sonnet The Soldier . Lors du conflit des Malouines de 1982, les engagés anglais prononcèrent encore les vers patriotiques de ce sonnet célèbre avant de partir au combat. Pourtant, Brooke ne mourut pas les armes à la main mais d'une piqure d'insecte mal soignée sur le navire-hôpital français Le Duguay-Trouin, face à l'île grecque de Skyros où son corps repose en haut d'une colline, comme la tombe de Stevenson au Samoa.


Pourquoi évoquer Rupert Brooke ? 


Il s’agit de l’un de ces poètes de guerre anglais, mort au début du premier conflit mondial, en avril 1915. Une cérémonie officielle vient d'avoir lieu dans cette île de la Mer Egée devant l'Apollon solaire qui surplombe la ville. Elle a célébré à sa façon le centenaire de la mort du poète qui, après avoir connu ses heures de gloire en Angleterre, semble, depuis quelque temps, sombrer dans l’oubli. Cet anniversaire est donc le bon moment pour le ressusciter des mémoires oublieuses.


Un numéro spécial Hors-série de la revue littéraire Inverses vient de paraître. Rupert Brooke (1887-1915) a ses aficionados, ses happy few. Né et élevé à Rugby, Rupert Brooke a tourné durant sa courte vie à Cambridge autour du cercle de Bloomsbury dont il ne faisait pourtant pas partie. Il appartenait à un autre groupe d'artistes, les poètes de Dymock, ce qu'on appelle aussi les néo-païens de l'Angleterre géorgienne, les Apôtres. 


Brooke écrivit une poésie déchirée, éprise de néo-romantisme mais aussi capable d'une modernité pointilleuse dans le réalisme accordé aux objets. Mais Brooke fut surtout un « grand amoureux » : « I have been so great a lover », courtisé par les hommes, tenté par l'amour élitiste des garçons mais inspiré au lit par les femmes. Personnage contrasté, frôlant la dépression et même la folie paranoïaque, il quittera l'Angleterre pour voyager à Berlin et aux Etats-Unis dont il rapportera ses saisissantes Lettres d'Amérique. Puis ce sera la tentation tropicale et la renaissance sentimentale et existentielle dans les Mers du Sud. Son voyage dans les îles du Pacifique est à l'origine du paradis perdu tahitien. A Papeete, il composera ses plus beaux poèmes dont Tiare Tahiti, cité en exergue de L'envers du Paradis par Francis Scott Fitzgerald, l'auteur de Gatsby le magnifique dont l'adaptation cinématographique australienne par Baz Luhrmann en 2013 fut remarquée. 


Rupert Brooke trouvera dans les îles du Pacifique l'amour féminin païen, l'amour ''sauvage'' mais tranquille, prodigue en caresses et loin des revendications égalitaristes des suffragettes anglaises qui l'assommaient. Les « exotiques » s'avéraient plus civilisées que les Européennes. Mais Brooke rentrera des Mers du Sud peu avant le déclenchement de la Première Guerre Mondiale et dès la déclaration de guerre, sans hésiter, il s'engagera : « Quand l'Armageddon frappe  à la porte, il faut y aller ». 


brookeer_9781849548014_-_Copy.jpgContrairement aux écrivains de Bloomsbury qui opteront pour l'objection de conscience, Brooke entre sur recommandation de Churchill en personne dans une division de la Marine britannique et comme officier, il prendra part à l'expédition catastrophique d'Anvers d'octobre 1914 en Belgique. En Février 1915, après une courte permission en Angleterre où il écrira ses cinq sonnets de guerre qui le rendront célèbre pour l'éternité, il s'embarque pour les Dardanelles mais il ne verra ni Gallipoli ni Constantinople. Il sera atteint de septicémie et son corps repose enterrée dans une oliveraie d'une petite île égéenne. Dans ses poèmes de guerre, Rupert Brooke exprime l'optimisme du bleu et du jeune engagé qui part joyeux défendre son pays. Ce sont les premiers mois de la guerre et l'enthousiasme patriotique est encore présent. Or, ce style ne sera plus celui des autres poètes de guerre anglais, ces monuments littéraires que sont Siegfried Sassoon et Wilfried Owen, versificateurs d'une œuvre sombre et tragique, aux vers révoltés et quasiment anarchistes dans leur dénonciation de la brutalité et de l'absurdité du premier conflit mondial. Brooke, drôle de coïncidence mourut le jour de la St-Georges et date du traditionnel anniversaire de Shakespeare. Il est l'emblématique poète anglais de 14-18 même si son charme poétique paraît parfois un peu suranné, innocent, naïf. Il écrira d'ailleurs Songs of Innocence tandis que Sassoon et Owen écrivent - et c'est tout un programme ! - Songs of Experience.


La poésie anglaise doit beaucoup à Rupert Brooke mais aussi les Pink Floyd ou Star Trek. Dans l'éloge funèbre qui avait été préparé lors du vol d'Apollo 11 et que le Président des Etats-Unis, Richard Nixon aurait du prononcer dans l'éventualité où les astronautes Neil Armstrong et Buzz Aldrin auraient été dans l'impossibilité de quitter la lune, c'est une paraphrase du Soldat de Brooke qui aurait du être utilisée et prononcée par le Président américain : « Désormais chaque être humain qui lèvera les yeux vers la lune saura qu'il existe un petit coin sur un autre monde qui est à tout jamais l'Humanité ». Ce petit coin, il faudrait l'appeler, le coin du « great lover », le coin de Rupert. Oui, il existe un petit coin de la mer Egée, dans un champ d'oliviers, une petite île, à moitié sauvage, à moitié touristique, sur laquelle dort un poète immortel et un bouleversant païen.


Pour faire plus ample connaissance avec Rupert Brooke :


- Hors-Série n°3 d'Inverses qui vient de sortir en librairie au prix de 15 euros, sous la direction de Michel Lhomme.- le numéro 1 de la revue Connexions, téléchargeable gratuitement sur le site de notre collaborateur, l'anthropologue et océaniste Jean Guiart - un essai de Philippe Barthelet, Le ciel de Cambridge - Rupert Brooke, la mort et la poésie, chez Pierre-Guillaume de Roux (23,50 euros).

Fight club : de la destruction de l’anonymat à l’âge des héros

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Fight club : de la destruction de l’anonymat à l’âge des héros

Avant-propos :

Que cela soit volontaire ou non, l’histoire de Palahniuk, habilement adaptée sur écran par David Fincher, affiche clairement les ambitions d’une révolte radicale, de cette génération broyée entre les mâchoires de la modernité et de l’individualisme triomphant. Décrié à sa sortie comme un film d’inspiration fasciste, « Fight club » est devenu l’icône d’une certaine jeunesse, dévoyée, malheureuse, mais alerte, laquelle, peu à peu, a posé des mots sur ses maux.

S’il entre dans le registre de ces ouvrages d’« anticipation sociale », il est pourtant plus dans la description d’une réalité omniprésente que dans l’appréhension d’un futur incertain et c’est à ce titre qu’il inspira quelques travaux psychosociologiques, qui bien qu’insuffisants, n’en demeurèrent pas moins un appui potentiel à une étude sérieuse du sujet. De sorte que pour la réalisation de cet article, nous avons cru bon d’en étayer l’idée générale, bien que ces vulgaires précédents, tâcherons parodiques d’une véritable analyse, ne présentent au fond que les résidus d’un monde universitaire loin, très loin des préoccupations soulevées par Fincher et Palahniuk.

Partant de cette disjonction, deux professeurs, Jocelyn Lachance et Sébastien Dupont présentèrent dans « La temporalité dans les conduites à risque : l’exemple du film “Fight club” » une vision typiquement conventionnelle de l’œuvre – tout en se faisant gloire d’en faire une relecture originale. En effet, au-delà de la prétention à l’objectivité qui voile d’ordinaire les rendus universitaires, nous percevons sans mal l’avis des auteurs et la critique qu’ils opposent aux personnages, vus comme des adolescents en période de trouble intérieur.

Fight club serait ainsi, pour nos auteurs, la définition évidente du cheminement de l’adolescent en perte de repère, livré à lui même, à la recherche de sens et en marge de la temporalité. Tout se résumerait à un déséquilibre intérieur induisant une remise en question de la société de consommation.

Or pourquoi un déséquilibre est-il source d’une remise en question du mode de vie moderne ? Simplement, car ce mode de vie est par essence déséquilibré, aussi est-il naturel qu’il entretienne une action déstabilisante sur tout ce qu’il touche. Nous pourrions également nous questionner sur cette tendance à estimer que la négation de la civilisation occidentale moderne doive forcément tenir d’une triviale « révolte » adolescente et puérile, et non pas d’un simple constat d’échec qui aurait pu être conduit par n’importe quel intellectuel véritable. La réponse nous apparaîtrait clairement que le constat est trop amer, de sorte qu’il en devient gênant, et comme il est fort difficile à atténuer, le système s’attaque directement aux troubles fête, réduits à n’être que des « ados » déséquilibrés.

Que le personnage principal ait perdu son rapport à la temporalité ne nous paraît pas contestable,. Schizophrène, il ne sait plus s’il dort ou rêve. Cependant, pour notre part, loin de critiquer cette allégorie d’une totale libération du temps profane, nous la mettrons en avant comme relevant – en filigrane – d’une sorte de révélation.

Les deux universitaires nous disent ainsi que « Fight Club est également allégorique d’une autre dimension des comportements humains, celle des conduites à risque. […] Le personnage principal, qui est présenté au début du film comme un homme déprimé, en quête de sens, et que nous interprétons comme un adolescent tourmenté par la perte des repères de l’enfance, va ainsi bouleverser son existence en se livrant à plusieurs types de conduites à risque : les combats du Fight Club, la vitesse en voiture, les activités délictueuses (vols, menaces à main armée, vandalisme), une tentative de suicide, etc. »

Alors, si toute la critique présente dans l’ouvrage n’est réduite qu’à une simple « conduite à risque », interrogeons-nous sur ce risque ; celui de s’opposer par la violence, à la violence d’un mode de vie absurde et totalitaire, à une société s’étant saisie de la plus grande violence possible en tant qu’elle pourfend la civilisation. Ce que ces auteurs interprètent comme une somme de « conduite à risque » nous apparaît plutôt comme autant d’étapes rituelles d’une initiation balbutiante.

Or, si ce point de vue pourrait paraître badin chez certains, notre partialité ne nous fait souffrir d’aucun complexe face aux castrés de la demi-mesure et autre échanson, servant benoîtement le vin empoisonné de la modernité à toute une jeunesse ivre de diplômes. Si Fight Club, de même qu’American Psycho, ont su se présenter comme des anomalies inhérentes à la propagande hollywoodienne, peinant le vrai visage de la civilisation occidentale, celui du matérialisme aigu, nous doutons fort que quelques travaux universitaires puissent annihiler le dérangeant souvenir que laisse ce genre d’œuvre cinématographique. Car il perdure telle une fine graine déposée dans les esprits fertiles de toute une génération, qu’il s’agira ici de faire germer.

1) Évincement de la variable temporelle et rédemption

Le temps de l’homme moderne est, qu’il le veuille ou non, réglé comme une montre. Jamais celle-ci n’arrête sa course, attachant irrémédiablement l’espèce au temps profane ; dénué de toute transcendance et de toute reproduction d’actes primordiaux.

« Avec l’insomnie, plus rien n’est réel ! Tout devient lointain. Tout est une copie, d’une copie, d’une copie… » Tyler Durden

chuck1.jpgLa première étape traversée par le personnage principal revient donc à s’en affranchir. On apprend doucement à prendre du recul, à concevoir l’apparente réalité comme une extrême relativité, une illusion dont Sigismond en traduirait ainsi les contours en tant que « […] nous sommes dans un monde si étrange que vivre ce n’est que rêver, et que l’expérience m’enseigne que l’homme qui vit rêve ce qu’il est, jusqu’au moment où il s’éveille. […] Dans ce monde, en conclusion, chacun rêve ce qu’il est, sans que personne s’en rende compte ». Pedro Caldéron, « La vie est un songe ».

« Et alors il s’est passé quelques choses, je me suis laissé aller, dans un total oubli de moi même envahi par la nuit, le silence et la plénitude. J’avais trouvé la liberté. Perdre tout espoir, c’était cela la liberté », (Tyler Durden). Comment ne pas y voir une référence à l’inscription qui orne les portes des enfers que Dante expose dans la divine comédie ; perdre l’espoir est la première étape d’une élévation, ainsi que Dante plonge dans les enfers tout comme le prophète de l’Islam.

« Dans une adaptation de la légende musulmane, un loup et un lion barrent la route au pèlerin comme la panthère, le lion et la louve font reculer Dante… Virgile est envoyé à Dante et Gabriel à Mohammed par le Ciel ; tous deux, durant le voyage, satisfont à la curiosité du pèlerin. L’Enfer est annoncé dans les deux légendes par des signes identiques : tumulte violent et confus, rafale de feu… L’architecture de l’Enfer dantesque est calquée sur celle de l’Enfer musulman : tous deux sont un gigantesque entonnoir formé par une série d’étages, de degrés ou de marches circulaires qui descendent graduellement jusqu’au fond de la terre ; chacun d’eux recèle une catégorie de pécheurs, dont la culpabilité et la peine s’aggravent à mesure qu’ils habitent un cercle plus enfoncé. Chaque étage se subdivise en différents autres, affectés à des catégories variées de pécheurs enfin, ces deux Enfers sont situés tous les deux sous la ville de Jérusalem… Afin de se purifier au sortir de l’Enfer et de pouvoir s’élever vers le Paradis, Dante se soumet à une triple ablution. Une même triple ablution purifie les âmes dans la légende musulmane : avant de pénétrer dans le Ciel, elles sont plongées successivement dans les eaux des trois rivières qui fertilisent le jardin d’Abraham… »

Miguel Asîn Palacios, « La Escatologia musulmana en la Divina Comedia », Madrid, 1919.

La perte de l’espoir n’est d’ailleurs pas le seul signe de la descente aux enfers qu’entreprennent les membres du Fight Club, qui chaque soir glissent dans la noirceur des caves d’un infréquentable troquet. Il peut néanmoins apparaître troublant que pour s’élever, il faille ainsi tomber dans les arcanes des enfers, toutefois, si c’est là un moyen de s’épargner le vestibule des lâches dont nous rappelions dans un précédent billet qu’il est « cet état misérable […]celui des méchantes âmes des humains qui vivent sans infamie et sans louange et qui ne furent que pour eux mêmes […] Les cieux les chassent, pour n’être moins beaux et le profond enfer ne veut pas d’eux, car les damnés en auraient plus de gloire » (Dante, la descente aux enfers).

Ce « pèlerinage » se présente ainsi comme indispensable à la libération de son orgueil, de même qu’à l’observation de son enfer intérieur, il est telle une croisade contre les plus bas instincts de l’homme, caractérisés dans Fight club par la lutte interne qu’oppose le narrateur contre Tyler Durden, n’étant rien d’autre qu’une lutte pour l’existence. Le Fight club apparaît alors comme la mise en abîme de cette lutte interne du « soi » contre le « moi ».

« Qu’est-ce qui est pire, l’enfer ou rien du tout ? Ce n’est qu’après avoir été capturés et punis que nous pouvons être sauvés. » Tyler Durden.

Ainsi la première étape de l’élévation est donc la descente, dont le but est de gagner le grand Djihad ou la croisade intérieure ; de même que la rédemption nous apparaît comme la pierre angulaire de l’œuvre. De même, ne dirait-on pas que l’auteur ait voulu opter pour la souffrance virile, celle des hommes qui finissent par se haïr à mesure qu’ils aiment et acceptent leur mal ?

« S’améliorer soi-même c’est de la masturbation. C’est se détruire soi-même. » Avec cette phrase, Tyler Durden lance alors une vérité apparaissant telle une critique acerbe du culte individuel, physique, prôné par les médias. On entrevoit ainsi cette volonté d’autoflagellation détruisant le masque de l’indifférenciation.

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Sur cette question, nous retrouvons également dans American Psycho de Bret Easton Ellis, un passage révélateur de la tendance actuelle au culte du moi et au résultat qu’il induit :

« J’habite au 11ème étage de la tour American Gardens, sur la 81ème rue ouest. Je m’appelle Patrick Bateman et j’ai 27 ans. Je prends grand soin de moi, en mangeant léger, et en faisant de l’exercice chaque jour. Au réveil si je suis légèrement bouffi, je m’applique des sachets de glace sur mon visage pendant mes abdos du matin. Je peux en faire 1000. Après avoir ôté le sachet de glace, j’applique une lotion désincrustante. Puis, sous la douche, j’utilise tout d’abord un gel moussant, puis un gommage corps au miel et aux amandes et un gommage pour le visage. Ensuite j’applique un masque à la menthe sauvage que je laisse pénétrer 10mn. Pendant ce temps là, je prépare la suite des hostilités. J’utilise toujours un after-shave sans alcool ou avec très peu d’alcool parce que ça irrite et dessèche la peau, alors vous vieillissez plus vite. Une crème reconstituante, suivie d’une crème contour des yeux, et pour finir, une crème protectrice hydratante. Il existe une image de Patrick Bateman, une sorte d’abstraction, mais je n’existe pas vraiment, ce n’est qu’une entité, quelque chose d’illusoire. Et bien que je puisse cacher mon regard froid, que vous puissiez me serrer la main et sentir ma chaire s’agripper à la votre, vous pourriez vous dire que nos vies sont comparables, mais je ne suis tout simplement… pas là ! »

2) De la destruction de l’anonymat dans l’« infra humain » vers l’anonymat du « supra humain »

L’anonyme dans nos sociétés contemporaines est en voie de dissolution, il n’est rien de plus qu’une statistique évoluant dans un rapport d’activité, noyé par un travail pétri de procédures.

« Nous voyons que l’ouvrier y est bien aussi anonyme, mais parce que ce qu’il produit n’exprime rien de lui-même et n’est pas même véritablement son œuvre, le rôle qu’il joue dans cette production étant purement “mécanique”. En somme, l’ouvrier comme tel n’a réellement pas de “nom” parce qu’il n’est, dans son travail, qu’une simple “unité” numérique sans qualités propres, qui pourrait être remplacée par toute autre “unité” équivalente, c’est-à-dire par un autre ouvrier quelconque, sans qu’il y ait rien de changé dans le produit de ce travail ; et ainsi ,[…] son activité n’a plus rien de proprement humain mais, bien loin de traduire ou tout au moins de refléter quelque chose de “supra-humain”, elle est au contraire réduite à l’“infra-humain” et elle tend même vers le plus bas degré de celui-ci, c’est-à-dire vers une modalité aussi complètement quantitative qu’il est possible de la réaliser dans le monde manifesté. Cette activité “mécanique” de l’ouvrier ne représente d’ailleurs qu’un cas particulier (le plus typique qu’on puisse constater en fait dans l’état actuel parce que l’industrie est le domaine où les conceptions modernes ont réussi à s’exprimer le plus complètement) de ce que le singulier “idéal” que nos contemporains voudraient arriver à faire de tous les individus humains et dans toutes les circonstances de leur existence ; c’est là une conséquence immédiate de la tendance dite “égalitaire”, ou en d’autres termes, de la tendance à l’uniformité, qui exige que ces individus ne soient traités que comme de simples “unités” numériques, réalisant ainsi l’“égalité” par en bas puisque c’est là le seul sens où elle puisse être réalisée “à la limite”, c’est-à-dire où il soit possible, sinon de l’atteindre tout à fait (car elle est contraire, comme nous l’avons vu, aux conditions mêmes de toute existence manifestée), du moins de s’en approcher de plus en plus et indéfiniment jusqu’à ce qu’on soit parvenu au « point d’arrêt » qui marquera la fin du monde actuel. »

René Guénon, «Le règne de la quantité », le double sens de l’anonymat

Le travail, passé du métier à la profession, nous transforme en ce qu’il y a de plus inférieur et l’avènement du néotaylorisme qui perdure dans le secteur tertiaire prouve, s’il en était besoin, qu’aucune évolution n’est apparue dans ce domaine. Or « vous n’êtes pas votre travail, vous n’êtes pas votre compte en banque, vous n’êtes pas votre voiture, vous n’êtes pas votre portefeuille, ni votre putain de treillis, vous êtes la merde de ce monde prête à servir à tout. »

Constat que nos universitaires appréhendent comme un comportement à risque, parcequ’il dérange leur propre confort intellectuel, en tant qu’il est le bilan de leurs illusions, ou de ce Paradis qui est en réalité notre enfer ; mais également parce qu’il fait trembler leur petit monde bourgeois et borné, renversant à lui seul leurs structures cognitives dévoyées par des siècles de limitation « infra-humaine ». En réalité ces individus ne présentent de risque que pour une certaine catégorie de notables, profitant alors d’une médiocrité qu’ils imposent arbitrairement à l’ensemble de leurs contemporains.

Nous voyons là un rejet du matérialisme et de cette équation qui transforme les hommes en les objets qui les environnent, car « les choses qu’on possède finissent par nous posséder ». Ainsi, disons-le avec Tyler Durden : « Je rejette tous les présupposés de la civilisation (modernes, NDA) et spécialement l’importance des possessions matérielles » et Chateaubriand lui répondra glorieusement qu’« un homme bien persuadé qu’il n’y a rien de nouveau en histoire perd le goût des innovations, goût que je regarde comme un des plus grands fléaux qui affligent l’Europe dans ce moment. L’enthousiasme vient de l’ignorance ; guérissez celle-ci, l’autre s’éteindra ; la connaissance des choses est un opium qui ne calme que trop l’exaltation. »

C’est un fait, que la négation de l’idéologie matérialiste, qui se retrouve aussi bien dans la propension à user du sentimentalisme que dans le scientisme ou le rationalisme, est un préalable à toute modification structurelle de nos êtres.

« L’individu se perd dans la “masse”, ou du moins il tend de plus en plus à s’y perdre ; […] dans la quantité pure, […], la séparation est à son maximum, puisque c’est là que réside le principe même de la “séparativité”, et l’être est d’ailleurs évidemment d’autant plus “séparé” et plus enfermé en lui-même que ses possibilités sont plus étroitement limitées, c’est-à-dire que son aspect essentiel comporte moins de qualités ; mais, en même temps, puisqu’il est d’autant moins distingué qualitativement au sein de la “masse”, il tend bien véritablement à s’y confondre. Ce mot de “confusion” est ici d’autant mieux approprié qu’il évoque l’indistinction toute potentielle du “chaos”, et c’est bien de cela qu’il s’agit en effet puisque l’individu tend à se réduire à son seul aspect substantiel, c’est-à-dire à ce que les scolastiques appelleraient une “matière sans forme” où tout est en puissance et où rien n’est en acte, si bien que le terme ultime, s’il pouvait être atteint, serait une véritable “dissolution” de tout ce qu’il y a de réalité positive dans l’individualité ; et en raison même de l’extrême opposition qui existe entre l’une et l’autre, cette confusion des êtres dans l’uniformité apparaît comme une sinistre et “satanique” parodie de leur fusion dans l’unité. »

[…]

Si nous nous demandons ce que devient l’individu dans de telles conditions, nous voyons que, en raison de la prédominance toujours plus accentuée en lui de la quantité sur la qualité, il est pour ainsi dire réduit à son seul aspect substantiel, à celui que la doctrine hindoue appelle rûpa (et en fait, il ne peut jamais perdre la forme, qui est ce qui définit l’individualité comme telle, sans perdre par là même toute existence), ce qui revient à dire qu’il n’est plus guère que ce que le langage courant appellerait un «corps sans âme», et cela au sens le plus littéral de cette expression. Dans un tel individu, en effet, l’aspect qualitatif ou essentiel a presque entièrement disparu (nous disons presque, parce que la limite ne peut jamais être atteinte en réalité) ; et comme cet aspect est précisément celui qui est désigné comme nâma, cet individu n’a véritablement plus de «nom» qui lui soit propre, parce qu’il est comme vidé des qualités que ce nom doit exprimer ; il est donc réellement «anonyme», mais au sens inférieur de ce mot. C’est là l’anonymat de la «masse» dont l’individu fait partie et dans laquelle il se perd, «masse» qui n’est qu’une collection de semblables individus, tous considérés comme autant d’«unités» arithmétiques pures et simples ; on peut bien compter de telles «unités», évaluant ainsi numériquement la collectivité qu’elles composent et qui, par définition, n’est elle-même qu’une quantité ; mais on ne peut aucunement donner à chacune d’elles une dénomination impliquant qu’elle se distingue des autres par quelque différence qualitative. »

René Guénon, «Le règne de la quantité », le double sens de l’anonymat

Aussi, le retour à l’acte dans les premiers pas de l’initiation présente dans l’œuvre, était donc de détruire l’anonymat « infra-humaine » , ceci par le refus d’une désintégration dans la masse. L’individu sans lien et déraciné se devait de renouer avec ses frères, et ce fut dans le fracas des os contre la chair, comme dans la douleur teintée des cris diffus d’une catharsis soulevant des lambeaux de poussière entremêlés du sang des siens.
Le Fight club s’est présenté comme le retour au « soi », que Socrate appréhende dans la formule du « connaît toi toi-même », or « comment tu peux te connaître si tu t’es jamais battu ? » répond Tyler Durden.

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L’objectif est donc de déconnecter l’homme des limites qu’impose la société moderne, d’où la volonté du « lâché prise » qu’on perçoit durant l’épisode de la voiture ; s’il est vrai, comme disait Cicéron que « philosopher, c’est apprendre à mourir », l’on ne peut s’élever qu’en abandonnant toute peur de la mort. De même qu’il faut cesser d’être un enfant s’imaginant que tout n’arrive qu’aux autres, chantre d’un optimisme béat, de même dans un raisonnement absolu on pourrait dire que rien n’a d’importance, comme « l’être qui a atteint un état supra-individuel est, par là même, dégagé de toutes les conditions limitatives de l’individualité, c’est-à-dire qu’il est au-delà des déterminations de “nom et forme” (nâma-rûpa) qui constituent l’essence et la substance de cette individualité comme telle ; il est donc véritablement “anonyme” parce que en lui le “moi” s’est effacé et a complètement disparu devant le “Soi”. » (René Guénon, « Le règne de la quantité », le double sens de l’anonymat)

Néanmoins, loin de soutenir que les protagonistes réalisent une quelconque élévation spirituelle, il n’empêche que la chute dont ils étaient alors victime s’est stoppée net, de sorte qu’une récupération de la voie droite peut alors être possible. Car en s’extirpant de tous les préjugés modernes, par un solipsisme frisant parfois avec le nihilisme, l’homme du Fight club vint à chevaucher le tigre en se gardant de l’emprise d’un système mortifère. L’avènement de la marginalité, le contre-pied de la normalité et les concepts de bien et de mal, ont définitivement fait place à celui de justice.

3) Un retour à l’âge des héros ?

Nous disions que l’œuvre fraye avec le nihilisme, mais il ne va pas forcément jusqu’à la remise en question de toute signification et de tout but de l’existence humaine, il ne rend pas le monde comme fruit d’un hasard, tel que peuvent l’expliquer les dégénérés comme Stephen Hawking, mais s’arrête à l’expression rageuse d’un abandon de Dieu.

Pourtant, jamais son existence n’est niée, mais c’est finalement la volonté d’une vie simple qui l’emporte sur les spéculations métaphysiques :

« Dans le monde tel que je le vois, on chassera des élans dans des forets humides et rocailleuses du Rockfeller center. On portera des vêtements en cuir qui dureront la vie entière. On escaladera d’immenses lianes qui entoureront la tour sear. Et quand on baissera les yeux, on verra de minuscules silhouettes en train de piller du maïs ou de faire sécher de fines tranches de gibier sur l’aire de repos déserte d’une super-autoroute abandonnée. »

La mise en place d’un temps sacré apparaît comme une nécessité et renvoie à la réalisation des actes primordiaux ; les héros, ce sont les Grecs qui fabriquèrent les premiers savons avec les cendres des leurs soldats. Ce même savon, cette foi sortant des bourrelets d’une myriade de femmes obèses, gavées aux fast foods et découpées jusqu’à en faire sortir les précieuses graisses, va finalement faire exploser la société de consommation et avec elle le mode de vie moderne. Société dissoute dans le souffle d’une monnaie scripturale avalée par des lignes de codes n’ayant de réalité que parce qu’ils nichent dans des serveurs aux sous-sols de ces grandes machines à travailler.

Le résidu de la folie humaine va ironiquement faire s’envoler les piliers du système de domination et nous ramener à l’inconfort d’une société normale. Mais les idées modernes s’en iront-elles pour autant ? La mentalité cadavérique de l’anti-sacré fuira-t-elle le cœur des hommes ? Pour le savoir, il n’y a bien qu’une chose à faire… du savon.

Jérôme Carbriand

Étudiant en économie, j'ai outrepassé les limites de l'enseignement universitaire en m'intéressant aux post-keynesiens, j'ai en cela une solide maîtrise des réalités économiques. D'autre part, j'ai parallèlement voué un intérêt particulier à la lecture d'une grande partie de la philosophie occidentale dont l'incohérence générale m'a incité à étudier la "métaphysique". Dans cette voie, certains auteurs m'ont véritablement touché, c'est le cas de René Guénon, Julius Evola et Mircea Eliade. Que suis-je donc, sinon une Cassandre sans génie, dont le seul mérite aura été de tomber avant les autres, écrasé par une foule arrogante et aliénée. Je suis le mouton noir d'un troupeau aveugle, dont les yeux s'entrouvrent pour percevoir l'abîme dans lequel nous nous jetons. Je suis le cauchemar de la modernité et la honte de la Tradition pour avoir enduré la boue d'une époque aussi souillée.

Who Killed George Orwell?

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Who Killed George Orwell?
(’Twas Granny Gow, Evidence Suggests)

There’s a story about George Orwell’s death that’s been bubbling up from the underground for the past 20 years or so. To the best of my knowledge it’s never been published anywhere. And this is odd indeed, because all the essential pieces have been out on public display for a long time—in biographies, memoirs, and newspaper headlines. Anyone, almost anyone who cares to, can connect the dots.

So here’s the story, as briefly as I can put it. The writer George Orwell, alias Eric Blair, is supposed to have died at age 46, quietly and suddenly, of a lung hemorrhage, on the night of January 21, 1950, at University College Hospital, London. But actually he did not go like that. One way or another, Orwell was murdered.

UCH

University College Hospital
Slightly before Orwell’s time

At the very least, there was foul play, inasmuch as he was permitted to die a lingering death for the hour or two it took him to suffocate. Because apart from those pre-midnight hours of January 21, 1950, Orwell had been getting round-the-clock care, with nurses and orderlies always in attendance. The nurses’ station was a short distance down the hall. But on this particular night the attendants all stayed away, and let Orwell—or made Orwell—choke to death on his own blood.

He’d been in UCH for four months, and he was the hospital’s celebrity patient. Visitors to his sickbed included David Astor [1] and novelist and school friend Anthony Powell; as well as Malcolm Muggeridge, Julian Symons, and Stephen Spender.[2]  Orwell was England’s, perhaps the world’s, most famous and successful living writer.  Nineteen Eighty-Four had been topping the bestseller lists throughout Britain and North America, having sold a half-million (hardbound) copies in its first six months of publication.[3] After decades of struggle, he was now rich and famous, with a beautiful young new wife named Sonia Brownell, a former assistant editor of Horizon.

Sonia Brownell Orwell, shortly before her marriage

Sonia Brownell Orwell, shortly before her marriage

True enough, he was also frail and weak from tuberculosis. But he and Sonia and the doctors believed he was now sturdy enough to fly to a sanatorium in Switzerland on January 25th. A friend gave him a fishing rod as a going-away present. Orwell kept it at the foot of his bed, his mind full of thoughts of angling in the mountain streams around Gstaad. Sonia chartered a airplane for the flight on the 25th. On the night of the 21st, she was out at a private bar with her friends Ann Dunn and Lucian Freud, making last-minute plans for the trip (Freud was coming along to assist George). Next morning Sonia rang the hospital and learned that her husband was dead.[4]

Orwell’s sudden death, about three days before he was to fly out of the country—and when moreover he was thought healthy enough to do so—is just a little too pat, a little too fishy. And just a little too convenient for any Orwell ill-wishers, who, if not exactly legion, were nevertheless highly placed, and had a good motive for getting rid of Orwell.

Because Orwell had been “naming names” for an anti-Stalinist propaganda section of the Attlee government’s Foreign Office.  This covert propaganda office (blandly called “Information Research Department”) were hoping to enlist some liberal-minded writers to produce articles and books “to combat Communist propaganda, then engaged in a global and damaging campaign to undermine Western power and influence.”[5]

The Guardian, 11 July 1996

The Guardian, 11 July 1996

But which writers should they approach? Who in Ernie Bevin’s Foreign Office (then giving steady employment to the highly unsteady likes of Guy Burgess and Donald Maclean) could possibly distinguish between, say, a patriotic British socialist like Orwell, and a crypto-Communist or fellow-traveller?

Fortuitously there was an IRD official, Celia Paget Kirwan, who was a personal friend of Orwell himself. She proposed enlisting his aid. So in the Spring of 1949 Celia paid George a visit (he was then in a TB sanitorium in the Cotswolds). Orwell said he’d be delighted to help; he would draw up a list of filmmakers, actors, “journalists and writers who in my opinion are crypto-Communists, fellow-travellers or inclined that way and should not be trusted as propagandists . . .”[6] [7]

The list of 35 “politically unreliable” names that Orwell sent to Kirwan was amusing, opinionated, and of dubious practical value. (“Paul Robeson—Very anti-white; John Steinbeck—Spurious writer, pseudo-naif; Bernard Shaw—Reliably pro-Russian on all major issues . . .”) Nevertheless the list, and the story of Orwell’s cooperation with the IRD, remained a state secret till 10 July 1996, when the Public Records Office declassified and released the IRD documents. The following day the story that Big Brother’s creator had himself “named names” was all over the front page of London broadsheets.

The newspapers never thought to draw a connection between Orwell’s bedridden anti-Communism of April 1949 and his sudden death nine months later. No one seemed to recall that one of Orwell’s last visitors was a fellow named Andrew S. F. Gow, Orwell’s onetime classics tutor at Eton, latterly a don at Trinity College, Cambridge.

In January 1950, “Granny” Gow (as the boys had called him at Eton) suddenly materialized at University College Hospital and paid Orwell a visit.[8] The visit is suspicious on several counts. Gow had been ensconced at Cambridge since 1925 and seldom travelled even to London. He and Orwell were not fast friends; Gow had not thought much of the young Eric Blair when the latter was a lazy student at Eton College in the early ’20s. Orwell did send Gow a copy of Animal Farm in 1946, but otherwise the old tutor and student had seldom communicated. They don’t seem to have laid eyes on each other since 1927.

So what was the old don doing at UCH that day? Gow offered Orwell the lame explanation that “he was in UCH to see a Trinity man and happened to hear that Blair was there too. Years afterwards,” writes biographer Bernard Crick,”[Gow] could not remember the name of that Trinity man, and was probably making an excuse . . .”[9]

That is putting it lightly. According to several espionage historians and at least one very prominent art critic,  Gow was Anthony Blunt’s controller within the Soviet spy apparatus, and probably his recruiter as well.[10] If this is true, Gow not only was the Soviet nexus to Blunt, he controlled the other, younger, “Cambridge Spies” too—Philby, Burgess, Maclean, Cairncross, the lot.

Dessicated, crusty old Granny Gow was a most unlikely candidate for spymaster. And this could be why he was so supremely successful. Gow died in 1978 (a year before Blunt was exposed in the press), leaving very little evidence that he had ever existed. Strangely for a scholar, he published next to nothing. There are books of Horace and Theocritus “edited” by Gow; a dusty anthology or two; and a thin collection of four extremely dull Christmas letters from the early 1940s, telling about how Trinity is getting on during wartime, that I once found in the Kensington Branch Library in London. And that’s pretty much it. When you go hunting Gow, he turns into the little don who wasn’t there.

*   *   *

Brian Sewell, c. 1970

Brian Sewell, c. 1970

For the past 35 years, racy memoirist and art critic Brian Sewell has been talking and writing about his decades-long friendship with Anthony Blunt, the disgraced ex-spy, art historian, and onetime Surveyor of the Queen’s Pictures. Inevitably, in Sewell’s stories about Blunt, Andrew Gow always makes an appearance.[11]

Sewell first met Gow in 1970, when Blunt asked him to go to Cambridge and deliver a drawing that Gow wished to buy. Thereafter, till Gow died in 1978, Sewell served as a courier and go-between for the two old men. Indeed, it was Andrew Gow himself who first confided to Sewell the role Blunt had played as a Soviet spy.

But Sewell did not care for Gow at all:

Gow struck me as the coldest man I had ever encountered, a man of calculated silences, intimidating, and, beginning with “Anthony wishes you to know . . .” he told me the tale of communism and espionage that now everybody knows; he offered no other reason for doing so.[12]

In late 1979, following Sir Anthony Blunt’s public exposure as the “Fourth Man” (he had actually confessed to MI5 many years before), newspapers began to speculate about a Fifth Man. Brian Sewell wrote a letter to the Times, supporting the beleaguered Blunt, and finishing with the declaration that “the fifth man is dead.”

So Sewell long knew about Gow, and Anthony Blunt knew that he knew:

When, very shortly before his death, Anthony asked who my fifth man was, he did not demur when I said, “Andrew Gow”, but broke eye contact and stared out of the window.[13]

*   *   *

So where does this leave us? Andrew Gow—Cambridge don, Fifth Man, Soviet spy—was one of the last to see Orwell alive. It’s not necessary to wonder why or how Gow might have arranged Orwell’s demise. If we accept the idea as plausible, then the obvious answer is that Moscow gave Gow the order. Moscow had motive; Moscow had opportunity. Moscow had agents in the Foreign Office and knew that the author of Animal Farm and Nineteen Eighty-Four was assisting anti-Communists in the IRD.

So Gow went up to London, dropped in at University College Hospital, visited Orwell (“Sheer coincidence, old boy!”), noted his room location, and discovered that this quarry was planning a move to Switzerland. This last bit of news made it imperative to dispose of Orwell while he was still near at hand and could be finished off discreetly.

If we reject this explanation, then we are left with the official, “received” version, a dubious tale with nothing to recommend it. We are asked to believe that Gow’s visit was pure happenstance, completely unconnected to his role as spymaster. Orwell hemorrhaged and died—just like that!—right there in his hospital bed, with his new fishing pole nearby. And as he gasped for breath for an hour or two, not a single orderly, nurse, or physician ever bothered to look in and check up on their most famous patient.

Notes

1. David Astor, 1912-2001, publisher of The Observer newspaper, and son of American expatriates Waldorf and Nancy Langhorne Astor. Astor was also best man at Orwell’s hospital-bed wedding at UCH in October 1949.

2. Bernard Crick, Orwell (1980), and Gordon Bowker, George Orwell (2003).

3. Bowker, Ibid.

4. There is disagreement among biographers about the time of Orwell’s death. Bowker, Crick, and Hilary Spurling (Sonia’s biographer) say it was late on the 21st, while Jeffrey Meyers (Orwell, 2000) makes it the wee hours of the 21st, nearly a full day earlier.

5. Jeffrey Meyers, Orwell (2000).

6. Meyers says the Cranham visit was in April; the Guardian article from July 1996 says it was in March.

7. One of the books promoted by the IRD was Orwell’s own Animal Farm, in many foreign-language editions. IRD papers include an amusing note from an embassy official in Cairo, praising the book’s usefulness: “The idea is particularly good for Arabic in view of the fact that both pigs and dogs are unclean animals to Muslims.” (Guardian, 11 July 1996.)

8. The story of Gow’s visit to UCH is recounted in several Orwell biographies, but as of 1996 it had appeared in only one, the “authorized” George Orwell by Bernard Crick.

9. Crick, George Orwell.

10. Barrie Penrose and Simon Freeman’s Conspiracy of Silence: The Secret Life of Anthony Blunt (1988) seems to be the first “Cambridge Spies” history to discuss the Blunt-Gow connection, but this had been rumored and discussed ever since Blunt’s exposure in 1979.

11. I interviewed Sewell in 1997 for a magazine article that touched upon Blunt, and got in a question or two about Gow. The story Brian related was essentially the same one recounted here.

12. Brian Sewell, Outsider II: Always Almost: Never Quite by Brian Sewell (2012), herein excerpted [2] in The Australian, December 2012.

13. Ibid.

Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

URL to article: http://www.counter-currents.com/2015/05/who-killed-george-orwell/

URLs in this post:

[1] Image: http://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2015/05/George-Orwell.jpg

[2] herein excerpted: http://www.theaustralian.com.au/news/world/the-art-of-espionage-anthony-blunt-and-me/story-fnb64oi6-1226536778233

mardi, 05 mai 2015

Eduardo Nuñez sobre Roberto Brasillach

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Eduardo Nuñez

sobre Roberto Brasillach

Sylvain Tesson fait la promotion de son livre "Berezina"

Sylvain Tesson fait la promotion de son livre "Berezina", aux éditions Guérin.

7 février 2015
Laurent Ruquier avec Léa Salamé & Aymeric Caron
France 2
#ONPC

Toutes les informations sur les invités et leur actualité
http://www.france2.fr/emissions/on-n-...

vendredi, 01 mai 2015

Mishima entdecken

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Mishima entdecken

von Jens Strieder

Ex: http://www.blauenarzisse.de

Dieses Jahr wäre Yukio Mishima 90 Jahre alt geworden. Ein Sammelband beleuchtet die verschiedensten Facetten des japanischen Ausnahme-​Autors. Zweifelsohne: Mehr als ein Geheimtipp für Mishima-​Leser.

mishDDDD.jpgBereits vor fünf Jahren, kurz vor dem 40. Jahrestag seiner öffentlich inszenierten Selbstentleibung, erschien mit Yukio Mishima – Poesie, Performanz und Politik ein Sammelband. Er behandelt zentrale Themenkomplexe in dessen Werk.

Kein starrer, politischer Blick

Die behandelten Themen reichen von Mishimas Ästhetisierung und Poetisierung des Politischen über seine Beziehung zur traditionellen japanischen Dichtung und dem Theater bis hin zum performativen Charakter der eigenen Vita und der philosophischen Selbstkonzeption des Autors. Sämtliche Beiträge des Bandes stammen von Japanologen und ausgewiesenen Kennern der Materie.

Dieser Umstand hat positive und negative Seiten. Zum einen wird so ein allzu starrer Blick auf den politischen Werdegang Mishimas verhindert, zu dem häufig vor allem diejenigen neigen, die ausschließlich aus diesen Gründen mit dem Autor sympathisieren. Auf der anderen Seite führt die größere Distanz der Beiträger jedoch auch zu dem altbekannten akademischen Dünkel, der sich, ganz dem Zeitgeist verpflichtet, auch gern mal in moralisierenden Urteilen erschöpft.

Nichtsdestotrotz weisen die einzelnen Texte auf viele interessante Sachverhalte hin und untersuchen ihren jeweiligen Gegenstand mit großer Akribie. Christoph Held, der sich mit Mishimas kurzer Erzählung Yukoku, zu Deutsch Patriotismus, befasst, legt beispielsweise überzeugend dar, warum die politische Dimension der Geschichte in erster Linie als Teil ihrer ästhetischen Konstruktion zu verstehen ist. Mishima selbst sagte einmal, Yukoku sei keine politische Erzählung. Tatsächlich ging es Mishima wohl eher darum, den derart in Szene gesetzten Tod als höchsten Akt der Reinheit und ästhetischen Vervollkommnung in seinem Sinne darzustellen.

Verbindung von Geist und Tat

Sehr interessant ist auch ein Beitrag von Gerhard Bierwirth, der sich mit Mishimas Streben nach Anerkennung befasst und dabei Hegels Phänomenologie des Geistes im Hinterkopf hat. Dabei bestechen besonders seine Thesen zu Mishimas Konzeption der Verbindung von Geist und Tat hervor. Sie waren charakteristisch für den Japaner und er machte sie er auf verschiedene Weise für sich fruchtbar. In dem Beitrag Mishimas Seppuku als performatives Motiv bei Murakami und Shimada von Claudia Wünsche wird vor allem das Verhältnis der späteren japanischen Autorengeneration zu Mishima beleuchtet. Dass ein stark vom Westen geprägter Autor wie Haruki Murakami mit Mishima vergleichsweise wenig anzufangen weiß, dürfte auf der Hand liegen. Umso interessanter ist es zu sehen, wie die beiden Autoren die Person Mishimas in ihr Werk integrieren. Dies geschieht beispielsweise durch eindeutige Anspielungen. Hier wird aber auch deutlich, wie sehr Mishimas gesamtes Schaffen nach wie vor primär vor dem Hintergrund seines Todes und seiner letzten Lebensjahre betrachtet wird.

Nietzsche und Mishima

Zu dieser Zeit entstand seine nicht selten als Hauptwerk bezeichnete Roman-​Tetralogie Das Meer der Fruchtbarkeit. Auf den ersten Blick wenig originell mag der Beitrag des japanischen Sozialphilosophen Ken´ichi Mishima wirken. Gegenstand ist hier der Einfluss Nietzsches auf Mishima. Nun gibt es in der ersten Hälfte des 20. Jahrhunderts etliche Autoren, die sich mit Nietzsche beschäftigten. Der Text enthält aber einige interessante und wichtige Erkenntnisse zu Mishimas Nietzsche-​Rezeption, die unter anderem maßgebend für seinen vitalistisch-​ästhetizistischen Heroismus war. Auch die Distanz zum eigenen zeitgenössischen kulturellen Umfeld teilten beide. Etwas trockener wird es bei Rebecca Maks Untersuchung von Die Stimmen der toten Helden, die sich mit der intermedialen Dualstruktur dieser Prosaerzählung befasst und primär Japanologen bzw. Literaturwissenschaftler interessieren dürfte.

Erfreulicherweise befindet sich die Erzählung auch im Anhang, so dass deutschsprachige Leser die Möglichkeit haben, einen weiteren, bisher nicht ins deutsche übertragenen Text Mishimas kennen zu lernen. Ohne Zweifel: Alle in diesem Band versammelten Texte lesenswert. Entscheidend ist dabei wohl, wo der Interessenschwerpunkt des jeweiligen Lesers liegt. Für begeisterte deutsche Mishima-​Leser ist der Band jedoch wohl unverzichtbar. Denn die bisher zu diesem Autor erschienene Sekundärliteratur ist kaum oder nur noch antiquarisch erhältlich.

Yukio Mishima – Poesie, Performanz & Politik. Iaponia Insula. Studien zu Kultur und Gesellschaft Japans Bd. 21. Iudicium Verlag 2010. 269 Seiten. 24 Euro.

mercredi, 29 avril 2015

Knut Hamsun, pagano europeo contro Mammona

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Knut Hamsun, pagano europeo contro Mammona

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Ex: http://www.centrostudilaruna.it

Quando si crede nell’individuo come persona umana e non come numero imbastardito, si è a disagio nella società dei costruttori di artifici economici. Quando si ama la propria terra natìa, fatta di boschi, paesaggi, volti conosciuti, si lenzi di natura profonda, ci si sente estranei al caos volgare della massa cosmopolita. E quando si crede alla dignità dell’uomo, al suo onore di vivere in sintonia col creato e in armonia con una vita semplice e onesta, nella comunità dei simili solidali, si avverte repulsione per il mondo sub-umano dei trafficanti di denaro, dei lucratori del lavoro altrui, della setta oscura che giorno e notte tesse la tela delle frodi finanziarie e degli inganni ideologici umanitari.

kh1.jpgKnut Hamsun fu di questo stampo: l’uomo europeo eterno. Un figlio della sua terra, la Norvegia, che portò sempre nel cuore anche quando, da giovane, visse a lungo in quell’altro mondo, quel vero e proprio mondo alla rovescia che erano già alla fine dell’Ottocento gli Stati Uniti: la terra promessa della schiuma dell’umanità, dove alcuni avventurieri senza scrupoli erano diventati magnati e grandi capitalisti, dando fondo con l’ottusità fanatica che è tipica del talmudista quacchero a tutto un prontuario di egoismi utilitaristi, in ossequio alla legge oscena del profitto. Hamsun ebbe modo di conoscere bene e da vicino il concetto di “libertà” in uso nella repubblica stellata, i suoi metodi di “umanitarismo” massonico e la sua pratica di perversione acquisitiva. Conobbe di persona l’ignoranza e la rozzezza intellettuale, la povertà spirituale e l’arroganza di un ammasso umano che con l’idea tradizionale europea di popolo non ha mai avuto nulla in comune.

Un paese che, eternamente con la Bibbia in mano, praticò e pratica lo schiavismo molto più a Nord che a Sud e sia in casa propria che in quelle altrui e fin dagli esordi, erigendo quella spaventosa società di paria alienati che è la cosmopoli industriale, nella cui fornace sin dalle origini venivano gettati bambini, donne, negri e immigrati di ogni sorta, al fine di costruire un freddo Leviatano, al cui vertice una ristretta congrega di arricchiti dominava già allora con metodi discriminatori una massa enorme di manipolati. La volgarità dei gusti americani fu ben tratteggiata dal giovane Hamsun, il quale, fin dai suoi tempi, riconobbe la sostanza inferiore di una mentalità che rifiuta l’intelligenza in favore dell’astuzia, non riconoscendo il genio creatore ma solo la scaltrezza necessaria al parvenu per far fortuna con la frode, per accumulare denaro e potere.

In La vita culturale dell’America moderna (1889) il giovane Hamsun avanzava osservazioni che ognuno di noi, a così tanti decenni di distanza, farebbe bene a rimeditare: «Dal punto di vista dello spirito, l’America è in realtà una nazione terribilmente sorpassata. Possiede uomini d’affari energici, investitori scaltri, speculatori temerari, ma ha troppo poco spirito, troppo poca intelligenza… In America si è sviluppata una vita che ha come unici scopi il procacciamento del cibo, l’acquisizione di beni materiali e l’accumulo di patrimoni. Gli Ameriani sono talmente presi dalla loro corsa al guadagno che su questa si concentra tutto il loro ingegno e ogni loro interesse orbita intorno al profitto. I cervelli si assuefanno a lavorare solo con valori e sfilze di numeri, i pensieri non hanno occupazione più gradita di quella offerta dalle diverse operazioni finanziarie».

La miseria morale di un anti-popolo suddiviso fra padroni-detentori della ricchezza e massa anonima istigata all’unica legge del consumo, veniva vista da Hamsun come la degenerazione e il rovesciamento dell’ideale europeo di civiltà. Era già qualcosa di morto nonostante fosse appena nato, qualcosa di corrotto e superato. La sindrome del produttivismo ha generato incoltura e istinti volgari, in un mare di piattezza dozzinale, dove ogni barlume di quella poca cultura ricevuta di seconda mano dall’Europa diventava, allora come oggi, “merce di strada”, giornalismo popolano, sensazionalismo plebeo, una merce priva di ogni stile, qualità, valore: «In America – scriveva Hamsun – non c’è possibilità di sviluppo per le cose che non possono essere misurate in numeri e non c’è, quindi, nessuna speranza che possa nascere una vita intellettuale… Gli Americani sono uomini d’affari, nelle loro mani tutto diventa operazione economica, ma sono gente poco spirituale e la loro cultura è pietosamente inesistente». L’America ha riclato gli sbandati di mezzo mondo, ne ha fatto dei cittadini, ma cittadini americani, e nulla di più. Essi sono un deflagrante miscuglio di iattanza anglo-calvinista e di carenza valoriale, di stampo apolide e cosmopolita. Il tutto, pericolosamente rimestato, ha prodotto il paradossale etnocentrismo statunitense, un’acida infusione di fondamentalismo biblista, insolenza xenofoba, fanatismo provinciale. Hamsun sottolineava con forza questo grossolano oltranzismo: «L’assoluta ignoranza nei riguardi dei popoli stranieri e dei loro meriti è uno dei difetti nazionali dell’America. Gli Americani non studiano il grande sapere universale nelle loro common schools. La sola geografia autorizzata in queste scuole è quella americana, la sola storia autorizzata è quella americana – il resto del mondo viene liquidato con un’appendice di un paio di pagine». Ed è infatti risaputo che le famose università americane, senza la cattura a pagamento dei migliori cervelli europei, sarebbero solo vuote cattedrali di ignoranza e di incolto provincialismo.

kh2.jpgHamsun elogiava l’autoctonia, non il provincialismo; l’autoctonia di chi, avendo come lui molto viaggiato, a ragion veduta riconosce l’importanza delle radici, della Heimat, del contatto con le sane e immutabili origini. Nato nel 1860, Knut Hamsun fin dalla giovinezza fece tutti i mestieri, da calzolaio a maestro elementare a spaccapietre, finché la sua sete un po’ vichinga per gli spazi non lo portò in America dove, anche qui, nonostante il suo animo sensibile e le sue doti di poeta e scrittore, non si peritò di fare il venditore ambulante o il cocchiere: spirito di viandante, non emigrante ignaro e disperato, ma uomo ben cosciente della sua dignità. Tanto che dopo molto aver visto e conosciuto in America, in Europa e in Asia, se ne tornò alla sua terra e di questa, sentita come Madre-patria e scrigno di identità, divenne uno dei massimi cantori che abbia avuto la narrativa europea. Amore per le proprie radici, culto della terra madre, devozione panteista verso la natura e le sue segrete energie, esaltazione della vita semplice dell’uomo dei campi, di colui che difende la propria personalità dagli assalti della violenta società progressista.

Questi i valori di Hamsun. Da uomo antico, egli disprezzava le “mezze culture” che hanno partorito l’industrialismo e la febbre mercantile; in lui il prestigio aristocratico del “signore della terra” è una celebrazione di potenza poetica, che ne fa, insieme ad altri ingegni (pensiamo a Pound, a d’Annunzio, a Heidegger), uno degli ultimi grandi testimoni della civiltà europea. Il suo soggettivismo (che non è individualistico egoismo alla liberale, ma eroismo faustiano di un figlio del popolo) e il suo lirismo naturalistico lo innalzano a figura degna di un paganesimo mistico, che si leva in una vibrante condanna della razza dei profittatori.

Rude anima nordica, la sua, ma capace di passione, di sensuale commozione e di dolci abbandoni, alla maniera della natura, che sa essere ad un tempo selvaggia e tenera. Hamsun era capace di misterici trasporti, conversava con piante e pietre, avvertiva presenze sacre nei silenzi notturni: «È la luna, dico in silenzio, con passione, è la luna! E il mio cuore batte per lei con nuovi battiti. Dura qualche minuto. Un alito di vento, un vento sconosciuto viene a me, una strana pressione dell’aria. Che cosa è? Mi guardo attorno e non vedo nessuno. Il vento mi chiama e l’anima mia assentendo si piega a quel richiamo ed io mi sento sollevato dalle realtà circostanti, stretto a un invisibile petto, i miei occhi si inumidiscono, io tremo. Dio è in qualche luogo vicino e mi guarda…», così scrisse in Pan (1894), uno dei suoi capolavori.

A un simile poeta, tuttavia, la loggia dei fabbricanti d’oro volle riservare l’infamia.Vincitore nel 1920 del premio Nobel per la letteratura, Hamsun aveva aderito fin da giovane al movimento neoromantico nazionalista norvegese, che conciliava laengtam (la volontà inflessibile) con staenming, l’armonia cosmica in cui uomo e macrocosmo si fondono. Amico della Germania ma anche della cultura russa, vide con favore l’ascesa del nazionalsocialismo tedesco, ravvisando in Hitler i tratti del vendicatore della tradizione europea contro i manipolatori economici e finanziari e il creatore di una nuova religiosità di stirpe. Resa visita al Führer nel 1943 al Berghof, collaborò col regime di Quisling, difese il progetto europeo con l’arma della sua penna. E quando Hitler morì tragicamente, lungi dal piegare la testa dinanzi ai vincitori, su un quotidiano di Oslo ne celebrò la figura di «guerriero in lotta per l’umanità, un apostolo del diritto dei popoli e un riformatore del più alto rango».

kh3.jpgCe n’era abbastanza perché, alla maniera con cui gli americani e i sovietici usavano trattare i loro oppositori intellettuali, nel 1945 venisse giudicato pazzo e rinchiuso in manicomio, ripetendo la medesima via di passione imposta a Ezra Pound. Nel suo libro Per i sentieri dove cresce l’erba, scritto negli ultimi tempi della sua vita, Hamsun così ricordava la dichiarazione che aveva reso coraggiosamente davanti ai giudici: «Mi era stato detto che la Norvegia avrebbe occupato un posto eminente nella grande società mondiale germanica in gestazione; chi più chi meno, allora tutti ci credevamo. E anch’io vi avevo creduto… Pensate: la Norvegia del tutto indipendente, rilucente di luce propria nell’estremo nord dell’Europa! E quanto al popolo tedesco, come pure al popolo russo, io li vedevo come astri rilucenti. Codeste due potenti nazioni mi possedevano e pensavo che esse non avrebbero deluso le mie speranze!».

Il sogno europeo di Hamsun parve abominio ai suoi giudici democratici asserviti ai nuovi padroni, la sua passione per la patria eterna proprio dai traditori venne spacciata per tradimento. Condannato nel 1948 a un risarcimento in denaro per i suoi “crimini”, Hamsun fu rovinato moralmente e materialmente e, ultranovantenne, venne infine rinchiuso in un ospizio e ufficialmente diffamato. Ma ciò che a noi resta di lui, e che i suoi persecutori non poterono cancellare, è l’esempio di una vita libera e nobile, di un uomo che non ha piegato la schiena neppure nella sventura. Resta la sua religione della vita, del lavoro onesto e silenzioso, la sua mistica della solitudine creatrice, del senso panico della natura primordiale e del popolo che vive in sintonia con la sua terra. Restano i valori di uomo della tradizione che attraversa la degenerazione della modernità senza farsene contagiare, ma anzi rinsaldando la volontà di opporre la qualità alla quantità, la forza di un Io integro allo sfaldamento coscienziale dell’alveare massificato: tutto questo è racchiuso nei suoi molti romanzi, da Fame (1890) a Terra favolosa (1903), da Un viandante canta in sordina (1909) fino a Il cerchio si chiude (1936). La lotta sostenuta a viso aperto e per tutta la vita da quest’uomo antico e insieme moderno appare oggi un severo e insieme trascinante insegnamento per tutti coloro che non vogliono imboccare la strada della resa di fronte ai dominatori cosmopoliti.
 
Oggi Hamsun rappresenta un esempio straordinario per tutti i popoli gelosi della loro identità, e per quelli europei in modo particolare. La congiura dei dissacratori e dei farisaici materialisti, dal basso di una putrescente “normalità” da insetti, non poteva non giudicare “pazzo” un uomo così diverso da loro, così orgoglioso della sua anima norrena e del suo sangue di contadino europeo.
 
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Tratto da Italicum, novembre-dicembre 2014, anno XXIX, pp. 30-32.

vendredi, 24 avril 2015

Cinéma: les enfants terribles de Big Brother

Cinéma: les enfants terribles de Big Brother

Œuvre contre-utopique par excellence, 1984 de George Orwell a depuis longtemps connu une prospérité indéniable dans les salles obscures. Pas tant en termes d’adaptation qu’en celui d’influence. D’Alphaville de Jean-Luc Godard à Matrix des frères Wachowski, en passant par Brazil de Terry Gilliam et Equilibrium de Kurt Wimmer, partons à la rencontre des rejetons orwelliens.

Publié en 1948, le célèbre roman d’Orwell nous propulse dans une société totalitaire où la liberté individuelle n’existe pas ; les personnes sont broyées, conditionnées, enrégimentées, sous la coupe d’élites déshumanisées y faisant la loi pour leur propre intérêt.

1984 est aujourd’hui devenu le terme générique pour ceux qui veulent, sous forme de fable, pourfendre tous les totalitarismes ou formes totalitaires de domination, et pas seulement le communisme ou le fascisme que l’auteur a connu et combattu. Comme le note François Bordes, « Orwell est, en effet, devenu, une sorte d’imago, une projection fantasmatique. Son visage se confondrait alors avec l’image inconsciente d’un maître perdu, d’un penseur de gauche pur et « adorable », au sens étymologique, c’est-à-dire que l’on peut adorer et prier dans l’espoir de retrouver une explication du monde. » (« French Orwellians ? La gauche hétérodoxe et la réception d’Orwell en France à l’aube de la Guerre froide », Agone, n° 45, mars 2011)

Transpositions éclectiques

Le cinéma n’échappe pas à cette réappropriation (parfois malencontreuse) du roman d’Orwell. Laissons de côté les adaptations des deux Michael (Anderson en 1956, Radford en 1984) pour se concentrer sur les références – explicites ou non – présentes dans certaines œuvres de science-fiction.

« Il arrive que la réalité soit trop complexe pour la transmission orale. La légende la recrée sous une forme qui lui permet de courir le monde », annonce la voix caverneuse au début d’Alphaville (1965) de Godard. Réalité d’un monde déshumanisé, mécanique et froid comme le carrelage des grands ensembles des années 1960, préfigurant l’horreur urbaine dans toute sa splendeur (et faisant songer aux décors uniformes et glacés de THX 1138 (1971) de George Lucas). Légende d’un cinéma luttant contre la disparition de l’art et de la conscience dans les sociétés consuméristes post-modernes, avides de technologies et de contrôle. La réalité, c’est aussi une bureaucratie étouffante et kafkaïenne, à l’instar de celle de Brazil (1985), dans laquelle déambulent des humains plus soumis qu’autonomes qui, s’ils ne sont pas prisonniers de cuves remplies de liquide amniotique comme dans Matrix (1999) n’en demeurent pas moins esclaves (souvent inconscients) du système qui les écrase. Dans tous les cas, la surveillance est proportionnelle au bonheur/Bien universel proclamés par l’État/parti totalitaire.

Violence mécanique contre lutte biologique

À l’instar de Winston déclarant, dans 1984, « Je comprends COMMENT ; je ne comprends pas POURQUOI », il ne faut jamais dire « pourquoi » mais « parce que » dans Alphaville. Ou quand les finalités du système nous obsèdent et nous échappent inlassablement. Le « pourquoi » étant la question légitime de tout homme libre désirant trouver un sens à l’absurdité du monde, quand le « parce que » découle de la logique implacable d’individus devenus machines qui ne savent rien mais calculent, enregistrent et se contentent de tirer des conséquences. La conséquence de cette logique ? La force comme seule et unique réponse. « Ici, il n’y a pas de pourquoi », répond le nazi d’Auschwitz à Primo Levi, qui venait de lui demander pourquoi il lui avait arraché le glaçon qu’il espérait lécher pour étancher sa soif.

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Brazil, de Terry Gilliam

Le Parti de 1984 se livre à l’élimination systématique des opposants, réels ou potentiels : on « épure », on arrête ou on « vaporise » à tout va. Les gens non assimilables par le système sont exterminés. Dans Matrix, les machines de Zero One dissolvent et recyclent les humains inutiles pour nourrir les vivants. Une logique identique, en quelque sorte, à celle de Soleil Vert (1973) de Richard Fleischer. Dans Alphaville, on condamne des hommes à mort pour avoir agi de façon illogique : pleurer la mort de sa femme est synonyme d’une rafale de mitrailleuse dans le bide. On exécute également les « anormaux » dans un théâtre en forme de chaise électrique géante, puis on les jette aux ordures pour laisser la place à de nouveaux condamnés. La solution écologique extrême pour régler le problème démographique en somme… Néanmoins, certains peuvent être guéris à grands coups de propagande. On les envoie donc dans… un HLM (Hôpital de la longue maladie) !

Une autre caractéristique de cette violence est l’impérialisme exponentiel. Tout totalitarisme maintient un état de guerre permanent et total en fédérant la masse contre un ennemi objectif en vue de réaliser un paradis terrestre (la fin de l’histoire ou la pureté de la race). Dans 1984, cela se traduit par les conquêtes extérieures se réalisant à travers la guerre aux deux autres États totalitaires (l’Estasia et l’Eurasia).

« Il y a partout la même structure pyramidale, le même culte d’un chef semi-divin, le même système économique existant par et pour une guerre continuelle. » (1984)

Se considérant d’une race supérieure, Alpha-60, l’ordinateur tout puissant d’Alphaville, ne trouve rien d’illogique à détruire l’homme ordinaire et à écraser les peuples « inférieurs » des autres galaxies. Devant la sidération de Lemmy Caution (« c’est impensable, une race entière ne peut être détruite »), l’ordinateur fasciste prétend tout calculer pour que l’échec soit impossible. Et Caution de rétorquer : « Je lutterai pour que cet échec soit possible », notamment en liquidant les savants fous qui « serviront d’exemple terrible à tous ceux qui prennent le monde pour un théâtre où la force technique et le triomphe de cette force mènent librement leur jeu. »

Novlangue variable et temps malléable

alphaville.jpgAlphaville de Jean-Luc Godard

Dans 1984, le parti manipule le langage à sa guise. Le déplacement des mots déréalise la réalité : c’est le but de la novlangue qui, en supprimant des mots et en les contractant, rend abstraite la réalité qu’ils décrivaient et détruit la pensée qui les sous- tendait. C’est le cas notamment des termes majeurs comme « honneur, justice, moralité, internationalisme, démocratie, science, religion. » La vérité historique est détruite : les rectifications sont des rectifications mensongères et les nouvelles statistiques sont des corrections de statistiques fantaisistes. La substitution d’un non-sens à un autre. Tout est incertain, le passé est aboli dans la mesure où on peut le réécrire au gré des besoins de la politique quotidienne.

Au sein d’Alphaville, des mots maudits disparaissent, remplacés par des nouveaux : « pleurer », « lumière d’automne » et « tendresse » sont supprimés au nom de la rationalité. Personne ne sait plus ce que veut dire le mot « conscience ». Natacha cherche en vain sa signification dans la Bible, seul livre autorisé, transformé en dictionnaire et réduit au strict logique minimum. Comme le dit cyniquement Alpha-60, « La signification des mots et des expressions n’est plus perçue. Un mot isolé ou un détail isolé dans un dessin peuvent être compris mais la signification de l’ensemble échappe. »

« Le mot « guerre », lui-même, est devenu erroné. Il serait probablement plus exact de dire qu’en devenant continue, la guerre a cessé d’exister. […] Une paix qui serait vraiment permanente serait exactement comme une guerre permanente. [C’est] la signification profonde du slogan du parti : La guerre, c’est la Paix. » (1984)

Le roman de George Orwell accorde également une importance considérable à la question du temps car il représente un enjeu aux yeux du pouvoir. Maîtriser le temps, c’est assurer sa domination sur les citoyens en régissant tous les instants de leur vie. Les individus se trouvent dépossédés de toute appréhension personnelle du temps : non seulement ils ne décident pas de la façon de l’occuper, mais ils ne peuvent pas non plus se repérer dans l’histoire, puisque celle-ci fait l’objet de falsifications. Ils sont donc livrés, pieds et poings liés, à la structure du temps imposée par le Parti de façon autoritaire. En affirmant un présentisme absolu et indiscutable (« personne n’a vécu dans le passé, personne ne vivra dans le futur. Le présent est la forme de toute vie ») l’ordinateur Alpha-60 est celui qui contrôle le passé et donc l’avenir, le présent et donc le passé.

Huxley en contre-champ

Orwell, qu’on a tendance à mettre à toutes les sauces, n’est pourtant pas la seule référence du cinéma de science-fiction contestataire. L’influence du Meilleur des mondes (1932) d’Aldous Huxley est tout autant primordiale chez les cinéastes de la seconde moitié du XXe siècle.

Dans ce roman, l’État mondial impose le bonheur à tous ses sujets grâce à l’abondance des biens renouvelables, la satisfaction des sens, la liberté sexuelle, la suppression de toute privation, de toute émotion, le soma euphorisant, etc. Les hommes sont donc heureux dans l’ordre matériel. C’est là une grande différence avec l’anticipation sombre d’Orwell dans laquelle le Parti a une soif insatiable de pouvoir total sur tout être humain. De plus, l’auteur de 1984 s’inspire davantage de la contre-utopie archétypale du Russe Evguéni Ivanovitch Zamiatine, Nous autres (1920), que du Meilleur des mondes, car la soif de pouvoir, le sadisme et la cruauté sont absentes du roman d’Huxley, tandis que Zamiatine avait perçu ce côté irrationnel, barbare et fanatique du totalitarisme, essentiel selon Orwell.

On trouve ainsi l’inspiration du Meilleur des mondes dans Bienvenue à Gattaca (1997) d’Andrew Nicol pour la dimension eugéniste. Chez Huxley, les bébés naissent en flacons par portées de jumeaux pouvant atteindre 16 012 individus, tous identiques, ne possédant aucune curiosité intellectuelle. Dans le film génial de Nicol, le génotype des enfants est pré-sélectionné avant leur naissance et conditionne leur vie future, professionnelle comme sentimentale.

nous-autresDe son côté, Equilibrium (2002) de Kurt Wimmer explore l’annihilation des sentiments à coups de drogue permanente. Le prozium du film, censé protéger les hommes de leurs passions destructrices, renvoie au soma du livre qui réduit tous les obstacles entre le désir et la satisfaction et permet de se libérer de la réalité au profit du rêve.

Dans THX 1138 (déjà cité), le bonheur est obligatoire et le consumérisme est l’unique horizon indépassable : « Achetez plus et soyez heureux. » Cependant, l’interdiction des actes sexuels renvoie davantage à la ligue Anti-sexe de 1984. Les influences de ces deux colosses se croisent et se complètent couramment.

Alphaville, quant à lui, fait directement écho à la caste suprême du Meilleur des mondes : les Alphas. Les sujets de l’État mondial imaginé par Huxley, répartis en castes immuables (alpha, bêta, gamma, delta et epsilon) dès leur mise en flacon, ne questionnent jamais la légitimité de la place et des tâches qui leur sont assignées. Le pouvoir absolu choisit, dirige, réprime et neutralise tout ce qui pourrait menacer l’ordre. À ce titre, Alphaville, cité des êtres supérieurs dénués d’émotion inutiles, est bien le « monde des meilleurs ».

Enfin, et pour compléter ce sombre tableau, l’art, qui se nourrit de tragédies, de larmes, d’angoisses, de passions violentes, n’a pu survivre dans le monde du signe de T (comme le modèle de voiture T de Ford), pas plus que dans celui de Big Brother. La littérature fait peur à l’institution car le patrimoine culturel, le pouvoir des mots pourraient contrecarrer la soumission aux stéréotypes officiels, susciter une pensée personnelle, déstabiliser le discours d’autorité. La littérature véhicule une représentation du monde ancien qu’il faut détruire. Elle informe, éveille, aiguise l’esprit critique, transmet de génération en génération des textes qui restent toujours vivants. On brûle donc les tableaux dans Equilibrium, les livres dans Fahrenheit 451 (1966) et lorsque Alpha-60 demande à Lemmy Caution : « Savez-vous ce qui transforme la nuit en lumière ? », celui-ci répond : « la poésie ».

L’amour comme acte politique

Et l’espoir dans cette armada de cauchemars ? Le seul recours au monde inhumain est incarné par le rebelle, l’opposant, le dissident, le fugitif, le réfractaire, les prolétaires des bas-fonds de Londres d’Orwell, les sauvages de la réserve d’Huxley. Et, plus que tout, c’est l’amour qui constitue l’acte révolutionnaire par excellence face à la machine totalitaire. Dans 1984, tout amour, tout lien érotique, toute tendresse, donc toute fusion intime personnelle, est prohibé car échappant à l’emprise de l’État. Comme pour I-330 dans le roman de Zamiatine et, de manière plus ambiguë, pour Lenina dans celui d’Huxley, c’est une femme qui incarne la rébellion, la possibilité de la dissidence, tout simplement parce que, malgré ses travers et ses manques, elle incarne la vie, le vivant, ce qui est par définition et essence impossible à totalement canaliser. Ainsi, l’embrassement de Winston et Julia « avait été une bataille, leur jouissance une victoire. C’était un coup porté au Parti. C’était un acte politique. » L’amour, cette  « chose qui ne varie ni le jour ni la nuit, dont le passé représente le futur, […] une ligne droite qui pourtant, à l’arrivée, a bouclé la boucle » : la réponse à l’énigme de Caution, Alpha-60 ne pourra la trouver sous peine de devenir humain (« mon semblable, mon frère ») et donc de s’autodétruire.

« Le commandement des anciens despotismes était : « Tu ne dois pas ». Le commandement des totalitaires était : « Tu dois ». Notre commandement est : « Tu es ». » (1984)

On se souvient également du baiser de Trinity qui ramène Néo d’entre les morts au beau milieu du chaos final, perturbant la logique mécanique des agents de la matrice. C’est aussi Natacha qui prononce lentement « Je…vous…aime », les derniers mots du film de Jean-Luc Godard, se sauvant elle-même de l’aliénation mentale. Une fin infiniment plus optimiste que celle de 1984 où les anciens amants, après un passage terrifiant au Ministère de l’Amour, ont retourné leur amour réciproque pour celui, véritable, envers Big Brother. En ce sens, Brazil est plus fidèle à la contre-utopie d’Orwell avec un faux espoir final des plus déprimants.

Le feu de la subversion

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Matrix Revolutions

Dans Le Meilleur des mondes, John le Sauvage, face à l’humiliant esclavage d’une structure sociale fermée et étouffante, réitère son droit à la transgression. « Je n’en veux pas du confort. Je veux Dieu, je veux de la poésie, je veux du danger véritable, je veux de la liberté, je veux de la bonté. Je veux du péché. » Le « droit d’être malheureux » qu’il revendique en toute lucidité participe de la condition et du bonheur d’être un homme véritable.

Demeurer un homme en refusant la perfection mathématique de la raison instrumentale c’est également ce que fait Lemmy Caution, en répliquant à l’un des 14 milliards de centres nerveux composant Alpha-60 qui trouvent logique de le condamner à mort : « Je refuse de devenir ce que vous appelez normal. […] Allez vous faire foutre avec votre logique ! »

Nos desserts :

jeudi, 23 avril 2015

“Les noirs et les rouges”, d'Alberto Garlini

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“Les noirs et les rouges”, d'Alberto Garlini

Les malveillants

Ex: http://www.parismatch.com

Baston, complots et attentats : Alberto Garlini suit le parcours sanglant d’un militant d’extrême-droite dans l’Italie des années 1970. Machiavélique.

noirsrouges.jpgOn n’en finit pas de revivre les « années de plomb » en Italie. Là-bas, entre 1968 et 1975, au lieu de mastiquer des marguerites comme tout le monde, jeunes fascistes et jeunes gauchistes se sont livrés à une guerre acharnée. Rien à voir avec les révolutionnaires parisiens de l’époque dont le bla-bla sentencieux endormait jusqu’aux fleurs. Chez nous, on jouait à la révolution. Chez eux, c’était la guerre. De Lotta nazionale, jusqu’aux Brigades rouges, on avalait chaque matin du chien-loup en brochette sur des barbelés. Les vieux de chaque bord étaient maudits. La nostalgie geignarde du passé impérial, des Chemises noires et du salut romain exaspéraient les jeunes fascistes qui vouaient, en revanche, un culte à Mussolini. Même chose en face : les dinosaures du Parti communiste étaient maudits, tandis que Staline, Lénine ou Mao, les vrais monstres, restaient d’indéboulonnables idoles.

Le livre le plus excitant, le plus brutal et le plus audacieux du moment

C’est tout ça que ressuscite Alberto Garlini dans « Les noirs et les rouges », le livre le plus excitant, le plus brutal et le plus audacieux du moment. Car, attention, pour une fois, on ne raconte pas l’histoire bien installés dans le camp des « bons » qui vous massacrent au nom de la justice ou du prolétariat. On est chez les « méchants », les fascistes ! Et pas dans une bande à états d’âme. Stefano, le héros, et ses copains raffolent de la castagne, de la chaleur du feu, des cris bestiaux de leurs victimes, de l’odeur du brûlé, de la rage des coups… Le goût du sang est pour eux aussi irrésistible que celui du pollen pour les abeilles. Surtout que les petits gauchistes leur tournent les sangs, avec leur tête de fils à papa, leurs diplômes de futurs notaires, leurs déjeuners du dimanche chez la grand-mère et leur arrogance de gamins qui flirtent avec la soubrette. A l’extrême droite, on ne joue pas au tennis mais on massacre les révolutionnaires de bonne famille qui pleurent quand ils se font mal en tombant des nues. Car on appartient au peuple, le vrai, pas celui qui, dix ans plus tard, s’enrichira chez Gallimard en souriant de son passage aux usines Peugeot.

Stefano, un fils d’ouvrier d’Udine, devient un héros du jour au lendemain quand il massacre une bonne poignée de « rouges » à l’université de droit de Rome. Sa philosophie est celle du Duce : « Si j’avance, suivez-moi. Si je recule, tuez-moi. Si je meurs, vengez-moi. » Ce n’est pas du Kant. Mais quand on trace sa route à coups de ranger en pleine poire, c’est très efficace. Et le résultat est là : Stefano grimpe dans la hiérarchie secrète des noirs qui veulent abattre la démocratie. Il va tuer un homme qui a « donné » un flic sympathisant, importer des armes, saboter la visite d’un ministre yougoslave, mettre une bombe dans un train et, finalement, participer à un attentat monstrueux dans une banque à Milan. Sauf que, peu à peu, il comprend. Que la police l’a repéré depuis longtemps, que ses bombes sont fournies par les « services », que ses commanditaires fréquentent l’autre bord. La lutte, la fraternité, l’utopie se transforment en tromperies, trahisons, braquages, complots et intrigues. Ne reste à l’arrivée que la fuite. Et la mort.

« Les noirs et les rouges », d’Alberto Garlini, éd Gallimard, 676 pages, 27,50 euros.

Bij het overlijden van Günter Grass (1927-2015)

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Door: Jean-Pierre Rondas

Grassland

Bij het overlijden van Günter Grass (1927-2015)

Jean-Pierre Rondas neemt afscheid van Günter Grass

GGé.jpgBij me thuis hangt een litho van Günter Grass met een zelfportret als Dummer August, een domme nar of triestige ‘rode’ clown met een zotskap gemaakt van het krantenpapier waarop de Duitse ‘weldenkende’ pers hem als nazi had besmeurd. Gij domme august, zegt het gedicht dat rond zijn kop gekrabbeld staat, komisch toch zoals ge hier nu muilen staat te trekken onder het snelrecht van de rechtvaardigen: Schnellgericht der Gerechten. Had beter kunnen weten.

Deze ‘Gerechten’ waren de mensen die hem in de media hadden belasterd omdat hij in 2006 in een roman (De rokken van de ui) had opgebiecht dat hij zich in 1944 op zeventienjarige leeftijd bij het leger had aangemeld om het vaderland te verdedigen. Hij wou bij de onderzeeërs vertelde hij, maar werd onmiddellijk ingelijfd bij de Waffen-SS. Gelukkig werd hij in april 1945 door de ‘Amis’ gevangengenomen. Wie goed naar de foto’s van toen had gekeken wist dit natuurlijk allemaal. Maar nu vertelde Grass de geschiedenis van zijn indiensttreding voor de eerste keer van naaldje tot draadje, het ‘detail’ van de SS inbegrepen. Het gehuil in de pers der ‘Gerechten’ was enorm. Eindelijk hadden ze hem te pakken, de man die het heel zijn leven had bestaan om anderen te beoordelen. Weliswaar net zoals zijn belasteraars politiek links, maar zoals nu bleek met een duister verleden. Hele boekdelen zijn er verschenen met alleen maar de persknipsels rond deze zaak – druipend van verontwaardiging.

Het punt van zijn tegenstanders was dat hij met een eerdere bekentenis van het ‘SS-detail’ nooit tot het geweten van Duitsland had kunnen uitgroeien. Nu bleek dat hij niet beter was dan de andere Duitsers van die generatie die hij juist vaak hun Lebenslüge had verweten. Deze leugen bestond er dan in dat ze zo laat mogelijk met de hele waarheid op de proppen waren gekomen. Als ‘geweten’ van Duitsland stond Grass trouwens in een lange en respectabele traditie. De namen van Thomas Mann en Heinrich Böll mogen hier volstaan om dit fenomeen op te roepen. Maar deze status liet het hem ook toe om dingen ter sprake te brengen die ‘rechtsere’ auteurs slechts konden vermelden op straffe van eeuwige intellectuele verbanning. Grass was moedig, en schreef over de miljoenen Duitsers die in 1945 uit het Oosten werden verdreven, met als tragisch hoogte- of dieptepunt de keldering van de Gustloff in de Baltische Zee, met duizenden slachtoffers tot gevolg. Ook Duitsers hadden onder de oorlog geleden. Het heeft lang geduurd voor links dat kon toegeven. De ultieme stap was zijn SS-verhaal, met het beschreven gevolg. Einde Geweten van de natie.

gg1.jpgGrass was wel wat tegenstand gewoon, en als meester-spelmaker van de publieke opinie kon hij zijn belagers ook gemakkelijk uiteenspelen. Memorabel is die kaft van Der Spiegel waarop de gevreesde criticus Marcel Reich-Ranicki een roman van Grass letterlijk in tweeën scheurt – hopelijk was het boekwerk al een beetje ‘voorgescheurd’ want in een twee drie kon je de turven van Grass niet zomaar kleinkrijgen: De bot, De rattin, Een gebied zonder eind, De blikken trommel – ik vermeld enkel de ‘dikste’. En telkens won Günter Grass. De bitterheid in de correcte pers werd er niet minder om. Tot ze hem tot prulschrijver degradeerden – precies zoals ze nu doen met de filosoof Peter Sloterdijk.

Grass is zijn leven lang een militant van die goeie ouwe SPD geweest, de socialistische partij van Duitsland. Hij heeft een hyperactieve literair-intellectuele verkiezingscampagne gevoerd voor de beide socialistische bondskanseliers Willy Brandt en Helmut Schmidt. Toch is onlangs uit correspondentie en uit interviews gebleken dat de raspolitici de bemoeienis van de ‘beweger’ Grass niet altijd op prijs hebben gesteld. Hij dacht namelijk op basis van zijn bijdrage een heel belangrijke plaats in de SPD in te kunnen nemen. Zoals we hier te lande kunnen ervaren, weten we dat bewegers en politici heel andere rollen te spelen hebben.

Koele minnaar van de hereniging

Op nog een ander niveau heeft Grass zich heel consequent vergist. Lang voor de val van de Muur (1989) was er al sprake van de hereniging van de ‘beide Duitslanden’, de Bondsrepubliek en de DDR. En al veel langer zag Grass dat niet zitten. In 1983 vertelde hij mij in een interview dat er een Duitse cultuurnatie moest gesticht worden waarbij het aantal politieke staten om het even was. Net zoals die Franse minister na de Eerste Wereldoorlog hield Grass zoveel van Duitsland dat hij er zoveel mogelijk van wilde. Dat zegde hij omwille van dezelfde redenen die deze Fransman aanhaalde: de middenpositie van Duitsland in Europa is nu eenmaal problematisch. Verleid Duitsland dus niet! In die tijd haalde Grass altijd dezelfde voorbeelden aan van de Rheinbund en van het Frankfurter parlement dat in 1848 in de Paulskirche vergaderde – waarbij hij nooit kon kiezen tussen een federaal Grossdeutschland (te groot want met Oostenrijk erbij, maar toch democratisch) dan wel een Kleindeutschland (leuker want klein, maar jammer genoeg met de militaristische Pruisen aan het bewind).

Het komt erop neer dat Grass de hereniging van Duitsland absoluut niet heeft toegejuicht. Toch heeft hij altijd de nationale kwestie ter sprake willen brengen. Met Grass kon je op hartelijke manier luidruchtig van mening verschillen over de natie en het nationalisme. Hij heeft de kwestie niet aan rechts overgelaten, en tegelijkertijd bezat hij de gave zich in de positie van de tegenstander te verplaatsen en zelfs vele elementen van diens redenering over te nemen – anders was er immers geen dialoog. En tot dialoog was Grass altijd bereid. Want zijn grote onderwerp, zijn macro-propositie als het ware, was en bleef Duitsland. Duitslands geschiedenis, Duitslands verwording in het Derde Rijk, en Duitslands wederopstanding vandaag, maar dan kritisch begeleid en met wantrouwen bekeken. Daartoe was hij gerechtigd.

In de praktijk (maar minder in theorie) had Grass op zijn eentje lang voor de val van de Muur Duitsland herenigd. Hij deed dat op twee manieren. Ten eerste waren er zijn pogingen om zijn collega’s uit het verstikkende regime van de DDR weg te verleiden. Hij was de grote inspirator van onder meer het Haager Treffen (in Den Haag): een ontmoeting van West-Duitse auteurs met hun DDR-collega’s, met Stefan Heym, Hermann Kant, Christa Wolf, Stefan Hermlin, Günter de Bruyn en vele anderen die ik daar heb leren kennen. Dit heeft onmiskenbaar bijgedragen tot de val van het regime. En ten tweede waren het zijn geschriften die Duitsland mentaal herenigden, bijvoorbeeld door het juweeltje van Das Treffen in Telgte, of met zijn adagium van die andere Wahrheit die niet A of Niet-A is. Na de val van de Muur heeft hij zijn terughoudendheid tegenover de hereniging laten varen in de schitterende, maar jammer genoeg minder bekende roman Ein weites Feld (Een gebied zonder eind) waarin het de spionage is die het continuüm vormt tussen alle historische Duitslanden die er geweest zijn, van Metternich tot de Stasi, van Fontane tot Hans-Joachim Schädlich.

Oskar Matzerath

gg3.jpgEn dan, natuurlijk, zijn ‘echte’, grote, originele, onnavolgbare debuut: De blikken trommel. Die Blechtrommel is evident een oorlogsroman. Het is juist dat de immer klein blijvende Oskar Matzerath op den duur als ‘pseudo-dwerg’ bij een variétégroep belandt die de soldaten aan het front en aan de Atlantikwall wat amusement moest brengen. Maar de beschreven gebeurtenissen en oorlogshandelingen kunnen niet verder staan van wat bijvoorbeeld een Jonathan Littell evoceert in De welwillenden. Daarin komen slechts gruwelen voor, begeleid door de analyse van de psyche van hen die de gruwelen beramen. Met De blikken trommel konden de Duitsers leven: geschreven van binnenuit, en dus met als stof datgene wat de mensen toentertijd redelijkerwijze konden weten – mensen die immers over geen ooievaarsblik beschikken maar slechts over de beperkte blik van de spelers op de kleine rechthoek waar ze handelen. In vergelijking met wat Reemtsma’s Wehrmacht-tentoonstellingen te zien gaven gebeurt er in De blikken trommel niets. Precies daardoor heeft deze roman bijgedragen tot Auseinandersetzung en Vergangenheitsbewältigung.

De blikken trommel is een boek dat wemelt van beelden en fantasieën, van ware leugens en gelogen waarheid. Wie Volker Schlöndorffs film gezien heeft weet wat ik bedoel. De grootmoeder zit ergens in de Kaschuben (de streek ronds Grass geboortestad Danzig) op een aardappelveld rauwe aardappelen te roosteren op een smeulend vuurtje. Ze draagt drie rokken, en met het verhaal van de wekelijkse verwisseling van deze rokken begint Grass zijn roman. Daar loopt in de verte een figuurtje weg voor zijn Pruisische achtervolgers. Tot hij cirkels begint te trekken rond de grootmoeder, almaar nauwer. En zich onder haar rokken verstopt. En zo werd Oskars vader verwekt.

Tenminste, zo trommelt het kinds blijvend kind Oskar dit verhaal op. Op een blikken trommel die ook Grass’ motieventrommel is gebleven tot het einde van zijn leven. Grass ‘begeleidt’ me nu al veertig jaar. Ik ben er hem dankbaar om. Moge hij, clown of niet, blijven leven in Grassland! Want daar vertelt hij alle ‘rechtvaardigen’ gewoon omver.

mercredi, 22 avril 2015

Il sogno di Mishima

lundi, 20 avril 2015

Camus on Ideology vs. Blood

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Camus on Ideology vs. Blood

By Kevin Donoghue

Ex: http://www.counter-currents.com

It is December 10, 1957, and a cold, dark day in Stockholm, Sweden. Inside the hall, however, it is bright and warm, with many of the world’s leading men assembled for the chance to hear directly from the bright young man about to be honored. His voice has rung out as a sign of hope and a challenge to tyrants and dictators, his work acclaimed and already achieving a place of honor in the curricula of the world’s universities. 

The author has just turned 44 years of age, yet he has the ear of the world’s great and good, as well as the ears of many a common man. His life’s work as an author has led to today’s event, the awarding of the Nobel Prize, but he is more than that: a famous newspaper editor, a philosopher, a public intellectual, a dramatist, a playwright, a playboy whose Hollywood good-looks and fame ensure a dizzying succession of women. For a time, he was the voice of the French Resistance inside France itself—indeed, from the very heart of immortal Paris—both during and immediately after the war.

Yet, on this day, many find themselves wondering what this famous man will say. He has been uncommonly quiet for months now, a matter that has incited not a small amount of public comment. The author did rouse himself during the Hungarian Uprising of 1956 and helped rally world opinion in favor of that noble but doomed effort to remove the ancient and Christian nation of Hungary from under Soviet domination. Yet, he has remained silent in the face of a national crisis gripping his own homeland.

In Algeria, French troops are fighting a no-holds-barred war against Muslim forces seeking to evict France and all Frenchmen and Christians. In Paris, all men with an interest in public affairs have staked a position on what would eventually be known as the Algerian War, a matter so dire, so central to French life as to eventually cause not just the downfall of a government but the demise of the Fourth Republic itself.

And, so, the men in Stockholm that day were more than usually interested when the honored man, Albert Camus, took to the podium to give a short lecture. And so he began:

In receiving the distinction with which your free Academy has so generously honored me, my gratitude has been profound, particularly when I consider the extent to which this recompense has surpassed my personal merits. Every man, and for stronger reasons, every artist, wants to be recognized. So do I. But I have not been able to learn of your decision without comparing its repercussions to what I really am. A man almost young, rich only in his doubts and with his work still in progress, accustomed to living in the solitude of work or in the retreats of friendship: how would he not feel a kind of panic at hearing the decree that transports him all of a sudden, alone and reduced to himself, to the center of a glaring light? And with what feelings could he accept this honor at a time when other writers in Europe, among them the very greatest, are condemned to silence, and even at a time when the country of his birth is going through unending misery? (http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1957/camus-speech.html [2])

The lecture matched the man: short yet grand, concise yet breath-taking in scope.

However, fate would have it that Camus’ speech would not be the most famous, or the most important, words he would utter that day. For a controversy dogged his every step in Sweden. A French Algerian writer, a celebrated man of the French Left, could not be allowed to say nothing about what his comrades considered a war of national liberation that demanded their full support. So after Camus’ remarks, an Algerian student rose and asked the newly-crowned laureate, how he could remain silent in the face of his people’s struggle for justice.

And, so, Camus responded. His response confounded his comrades and revealed the extent to which Camus prized the reality of our organic connections to family and community over mere political theory and rhetoric.

People are now planting bombs on the tramway of Algiers. My mother might be on one of those tramways. If that is justice, then I prefer my mother.

That simple remark turned a simmering controversy into a firestorm of condemnation, a condemnation so furious as to—temporarily, at least—besmirch his reputation and cause the removal of his works from mandatory reading lists well into the 1980s.

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Camus and Michel
Gallimard from 1958

Those of us on the Right who are seeking both to describe the terminal problem of liberalism and to set forth a humane solution would do well to remember Camus’ point.

To be effective, to signal clearly that we are not haters and harmers, but people offering a just and humane solution to a very real, very human problem, we must remember that abstract political theories are outside of our political tradition. (They are not outside of France’s, hence, Camus’ heresy.) We must remain grounded. We must recognize why the Left writ large continues to attract souls like Camus, and we must offer an equally attractive alternative vision.

In short, let us appeal to family, not theory.


Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

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mercredi, 08 avril 2015

Múdspelli

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Múdspelli
 
Ex: http://taaldacht.nl

Also available in English.

In de Germaanse letterkunde van de vroege Middeleeuwen bestaat een zeer geheimzinnig woord dat telkenmale in één adem wordt genoemd met vuur en verwoesting en het einde van de wereld, te weten Múdspelli. Het is onduidelijk wat het letterlijk betekent en de vraag is bovendien of het oorspronkelijk een christelijk begrip is of dat het uit het oude Germaanse heidendom stamt. Er zijn al vele voorstellen gedaan, maar geen ervan is echt overtuigend. Valt er dan wellicht een nieuwe duiding te bedenken?

Saksen


Aan het begin van de negende eeuw is de kerstening van de Saksen –woonachtig in wat nu Noordwest-Duitsland en Noordoost-Nederland is– in volle gang. Als onderdeel van deze inspanningen verschijnt er tussen 825 en 850 een bijzonder werk: een Oudsaksisch heldendicht van wel zesduizend verzen, geheel in Germaans stafrijm, dat het verhaal van Jezus vertelt als ware hij een hoofdman die krijgers onder zich heeft en door de onmetelijke wouden van Middilgard reist. Het is niets minder dan de Germaanse uitgave van de blijde boodschap. De dichter is onbekend en hij heeft zijn werk geen naam gegeven, maar hij noemt Jezus onder meer de Hêliand (‘Heiland, Verlosser’) en onder die naam staat het thans bekend.

In verzen 2589b-2592a komen wij het geheimzinnige woord dan tegen (vertaling Van Vredendaal):

Tot wasdom komen ze samen;
de verdoemden groeien met de goeden op,
totdat Múdspelli’s macht over de mensen komt
bij het einde der tijden.

En een flink eind later, in verzen 4352a–64, andermaal (vertaling Van Vredendaal):

Wees waakzaam! Gewis komt voor jullie
de schitterende doemdag: dan verschijnt de heer
met zijn onmetelijke macht en het vermaarde uur,
de wending van de wereld. Wacht je er dus voor
dat hij je niet besluipt als je slaapt op je rustbed,
je bij verrassing overvalt bij je verraderlijke werken,
bij misdaad en zonde. Múdspelli komt
in duistere nacht. Zoals een dief zich beweegt
in het diepste geheim, zo zal de dag komen,
de laatste van dit licht, en de levenden overvallen,
gelijk de vloed deed in vroeger dagen:
de zwalpende zee verzwolg de mensen
in Noachs tijden.

Hoewel de Hêliand geen regelrechte Bijbelvertaling is komt het een en ander uiteraard zeer bekend voor: “Want gij weet zelven zeer wel, dat de dag des Heeren alzo zal komen, gelijk een dief in den nacht” (1 Thessalonicensen 5:2). Maar wie of wat Múdspelli nu genauw is blijft onduidelijk, al zal het voor de Saksische toehoorder een bekend begrip zijn geweest, wat erop duidt dat het oud is. De Hêliand is overigens het voornaamste van slechts enkele waarlijk letterkundige werken in het Oudsaksisch, dus het zal niet verbazen dat het verder niet voorkomt in Oudsaksische geschriften.

Beieren


Omstreeks 870 na Christus verschijnt verder naar het zuiden –in Beieren– een Oudhoogduits gedicht dat vertelt over de strijd tussen Elias en de Antichrist, als waren zij de keurstrijders van God en de grote Vijand. Elias verslaat de Antichrist, maar is zelf ook gewond en zodra zijn bloed de Aarde raakt ontbrandt zij op geweldige wijze. Regels 55b-60b (eigen vertaling):

De doemdag gaat dan te lande,
gaat met het vuur mannen bezoeken.
Daar kan een verwante een ander niet helpen tegenover het Múspilli.
Want de wijde aarde verbrandt geheel,
en vuur en lucht vagen alles weg;
waar is dan die beschikte grond waar een man immer met zijn verwanten voor vocht?

Het gedicht vertelt voorts dat heel Mittilgart zal branden: geen berg of boom wordt gespaard. Water droogt op, zeeën worden verzwolgen, de hemelen vlammen en de maan valt. Niets weerstaat het Múspilli. Men merke dan op dat de vorm van het woord iets anders is: in vergelijking met Oudsaksisch Múdspelli lijkt Oudhoogduits Múspilli wat meer verbasterd. Het blijft onduidelijk wat diens genauwe betekenis is, maar ook hier zal het voor de toehoorder van die tijd een bekend begrip zijn geweest.

IJsland


De laatste plekken waar het woord verschijnt –deze keer in de vorm Múspell– zijn in de Oudijslandse letterkunde. Een van de belangrijkste schriftelijke bronnen aangaande het Germaans-heidense wereldbeeld is een bundel van gedichten die thans bekend staat als de Poëtische Edda. De belangrijkste van deze is de Vǫluspá (‘voorspelling van de zienster’). Dit gedicht, dat waarschijnlijk in de 10e eeuw na Christus is opgesteld door een heiden die daarmee oeroude overlevering doorgaf, verhaalt van de schepping van de wereld en van het einde van de wereld – elders de Ragnarǫk genoemd. Wij lezen dan tegen het einde ervan, in verzen 44 en 45 (vertaling De Vries):

Een kiel uit het oosten
komt met de mannen
van Múspell beladen
en Loki aan’t roer.
Tezaam met de reuzen
rent nu de wolf,
en hen begeleidt
de broer van Byleist.

Uit het zuiden komt Surtr [‘Zwart’]
met vlammend zwaard
en gensters fonkelen
van dit godenwapen.
Rotsen barsten,
reuzen vallen,
de helweg gaan mannen,
de hemel splijt.

Elders in de Oudijslandse letterkunde krijgen wij meer te lezen over Múspell, en wel in de zogenaamde Proza-Edda, een soort dichtershandboek vol verhalen dat omstreeks 1220 door de christelijke geschiedkundige Snorri Sturluson is geschreven. Hij putte hiervoor uit de heidense overlevering, zoals de reeds genoemde gedichten hierboven, maar het is vaak niet te achterhalen in hoeverre hij er een eigen invulling aan gaf, waardoor voorzichtig lezen geboden is. In hoofdstuk 4 van het deel dat de Gylfaginning heet, meldt Snorri het volgende (eigen vertaling):

Toen sprak Derde: ‘Doch eerst was er in het zuiden de wereld die Múspell heet. Deze is licht en heet. Zó dat hij vlammend en brandend is. En hij is onbegaanbaar voor degenen die daar vreemdelingen zijn en daar niet hun vaderland hebben. Daar is een genaamd Surtr, die daar bij de grens ter verdediging zit. Hij heeft een vlammend zwaard, en bij het einde der wereld zal hij oorlog gaan voeren en alle goden verslaan en de hele wereld met vuur verbranden.’

Verderop in het verhaal wordt verteld dat Múspellsheimr (‘Múspells heem’) in de oertijd gesmolten deeltjes en vonken uitschoot en dat de goden en de dwergen hiervan de zon en de sterren hebben gemaakt. En er wordt meerdere malen verhaald van hoe Múspellsmegir (‘Múspells knapen’) en Múspellssynir (‘Múspells zonen’) op het laatst zullen uitrijden en oorlog zullen voeren, opdat Miðgarðr wordt verwoest.

Duiding


Dat het woord een samenstelling is staat vast, maar wat betekent het nu werkelijk en hoe oud is het? Is het een christelijk begrip dat zelfs IJsland wist te bereiken toen dat nog grotendeels heidens was –hetgeen op zichzelf niet ondenkbaar is– of is het oud genoeg om uit heidense tijden te stammen? Zoals gezegd is het waarschijnlijk tamelijk ouder dan zijn eerste verschijning op schrift, daar het woord al vrij bekend zal zijn geweest voor de toehoorders destijds, en lijkt het dus van heidense oorsprong.

Er is al in elk geval al aardig wat voorgesteld en het gesprek is nog steeds gaande. Een goede opsomming hiervan is te vinden in de onderaan vermelde verhandeling van Hans Jeske uit 2006. In het kort: voor het eerste lid is verband gezocht met o.a. Oudsaksisch múð ‘mond’ en Latijn mundus ‘wereld’, voor het tweede lid met o.a. Oudhoogduits spell ‘vertelling’ en spildan ‘vernietigen’, waardoor we uitkomen met duidingen als ‘mondelinge vernietiging’ (door God), ‘mondelinge vertelling’ (als onbeholpen vertaling van Latijn ōrāculum ‘goddelijke uitspraak’) of ‘wereldvernietiging’. Maar allen stuiten op vormelijke, inhoudelijke en/of geschiedkundige bezwaren, waardoor geen ervan echt weet te overtuigen. Het is dan ook de hoogste tijd voor een geheel nieuwe duiding.

Allereerst: het Oudgermaans erfde van zijn voorloper –het Proto-Indo-Europees– meerdere wijzen van samenstellingen maken. Bij één daarvan reeg men twee woorden én een achtervoegsel aan elkaar tot één onzijdig zelfstandig naamwoord. Het achtervoegsel gaf de samenstelling een lading van veelheid en verzameling. Een bekend voorbeeld hiervan is de samenstelling van *alja- ‘ander, vreemd’ + *landa- ‘land’ + *-jan (achtervoegsel) tot *aljalandjan (o.) ‘het geheel van andere landen’ oftewel ‘het buitenland’. Het woord is o.a. als Oudsaksisch elilendi, Oudhoogduits elilenti en Nederlands ellende overgeleverd. Deze wijze van samenstellen lijkt na de Oudgermaanse tijd niet meer in gebruik te zijn geweest, dus als wij zo’n samenstelling tegenkomen in de dochtertalen is zij waarschijnlijk vrij oud, namelijk van voor de kerstening der Germanen.

Welnu, Oudsaksisch Múdspelli, Oudhoogduits Múspilli en Oudnoords Múspell hebben er alles van weg genauw zo’n soort oude samenstelling te zijn. Onder meer omdat ze onzijdig zijn en een spoor van het genoemde achtervoegsel tonen. Dat wil zeggen, ze lijken terug te gaan op Oudgermaans *Mūdaspalljan (o.), een samenstelling van *mūda- + *spalla- + *-jan (achtervoegsel). De vraag is vervolgens: wat zijn *mūda- en *spalla-?

Over *spalla- kunnen we bondig zijn. Hoewel het anderszins niet is overgeleverd in de Germaanse talen is dit woord goed te verbinden met de Proto-Indo-Europese wortel *(s)pel-, *(s)pol-, die wij verder kennen van onder meer Oudkerkslavisch poljǫ, polĕti ‘branden, vlammen’ en Russisch pólomja ‘vlam’. Dan zou Oudgermaans *spalla- ook iets als ‘vuur’ of ‘vlam’ hebben betekend.

Over *mūda- valt meer te vertellen. Dit woord is, weliswaar verlengd met verschillende achtervoegsels, namelijk wél overgeleverd in de Germaanse talen. Enerzijds zijn er –met een achtervoegsel dat vertrouwdheid en verkleining aangeeft– Middelnederduits mudeke, 16e eeuws Nederlands muydick, streektalig Duits Muttich, Mutch, Mautch en Oostvlaams muik, die allen ongeveer ‘bewaarplaats of voorraad van ooft of geld’ betekenen, maar soms meer algemeen en oorspronkelijk ‘opeenhoping’. Anderszijds zijn er Oudhoogduits múttun (mv.) ‘voorraadschuren’, Silezisch Maute ‘bergplaats van ooft’ en Beiers Mauten ‘voorraad van ooft’.

Vervolgens kunnen wij dit *mūda- verbinden met de Proto-Indo-Europese wortel *meuH- ‘overvloedig, krachtig in vermenigvuldiging’ (voorgelegd door Michael Weiss in 1996), die anderszins ten grondslag ligt aan Grieks mūríos ‘talloos, onmetelijk’, Hettitisch mūri- ‘tros ooft’, Luwisch-Hettitisch mūwa- ‘een ontzagwekkende eigenschap, van bijvoorbeeld een koning of god’, Hiërogliefisch Luwisch mūwa- ‘overweldigen (o.i.d.)’ en ten slotte Latijn mūtō en Oudiers moth, beide ‘mannelijk geslachtsdeel’. Mogelijk horen hierbij ook Oudgermaans *mūhō ‘grote hoop’ (vanwaar o.a. Oudengels múha en Oudnoords múgi) en *meurjōn (vanwaar o.a. Nederlands mier).

Hieruit valt op te maken dat Oudgermaans *mūda- waarschijnlijk zoveel betekende als ‘opeenhoping, veelheid, overvloed e.d.’ of anders in bijvoeglijke zin ‘overvloedig’.

Besluit


*Mūdaspalljan is dan een zeer oud, heidens begrip dat het beste is op te vatten als het ‘Overvloedige Gevlamte’ of het ‘Vuur des Overvloeds’ en bij uitbreiding het ‘Vurige Wereldeinde’. En dat is een betekenis die uitstekend past in de zinsverbanden waarin we het woord in de dochtertalen tegenkomen. Men leze hen boven maar eens terug. Een mogelijk bezwaar is evenwel dat het woord dan uit tamelijk zeldzame woordstof is opgebouwd. Maar zoiets zouden we juist verwachten van een oud, mythologisch geladen woord. Germaanse dichters gebruikten vaak woorden die in de algemene taal niet of nauwelijks (meer) voorkwamen om zo een stijl van verheven ernst te scheppen.

Op grond van de Oudijslandse benamingen Múspellsmegir (‘Múspells knapen’) en Múspellssynir (‘Múspells zonen’) is wel betoogd dat Múspell een reus of iets dergelijks is. Maar het woord is zoals gezegd onzijdig en diens ‘knapen’ en ‘zonen’ zijn volgens de hier voorgesteld duiding goed te begrijpen als een dichterlijke voorstelling van de afzonderlijke vlammen die voortrazen als heel de wereld wordt verzwolgen.

De Vǫluspá verhaalt dat na deze eindstrijd de Aarde herrijst –groen en fris– en dat mensen een zorgeloos leven in vreugde zullen leiden. De overeenkomsten met de christelijke leer over het hiernamaals op een Nieuwe Aarde zijn opvallend en vaak wordt er aan ontlening gedacht. Doch als we beseffen dat er in de Oudgermaanse tijd menig langhuis en medehal in vlammen moet zijn opgegaan, wouden konden branden door ongelukkige blikseminslagen, en menig akker door vijanden ware verschroeid, en er niets anders opzat dan te herbouwen en herzaaien, dan is het goed mogelijk dat de heidenen van weleer dachten dat ooit heel Middilgard in het Múdspelli zou eindigen, dat de wereld der mannen zou branden in een Alverzengend Vuur, vooraleer het weer zou herrijzen – groen en fris.

Verwijzingen

Faulkes, A., Edda (Londen, 1995)

Jeske, H., “Zur Etymologie des Wortes muspilli”, in Zeitschrift für deutsches Altertum und deutsche Literatur, Bd. 135, H. 4 (2006), pp. 425-434

Krahe, H. & W. Meid, Germanische Sprachwissenschaft III: Wortbildungslehre (Berlijn, 1969)

Philippa, M., e.a., Etymologisch Woordenboek van het Nederlands (webuitgave)

Rix, H., Lexikon der indogermanischen Verben, 2. Auflage (Wiesbaden, 2001)

Simek, R., Lexikon der germanischen Mythologie, 3. Auflage (Stuttgart, 2006)

Vaan, M. de, Etymological Dictionary of Latin and the other Italic Languages (Leiden, 2008)

Vredendaal, J. van, Heliand (Amsterdam, 2006)

Vries, J. de, Nederlands etymologisch woordenboek (Leiden, 1971)

Vries, J. de, Edda: Goden- en heldenliederen uit de Germaanse oudheid, 10e druk (Deventer, 1999)

Weiss, M., “Greek μυϱίος ‘countless’, Hittite mūri- ‘bunch (of fruit)’”, in Historische Sprachforschung, 109. Bd., 2. H. (1996), pp. 199-214

jeudi, 02 avril 2015

Buchpräsentation: Barbey d'Aurevilly

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Buchpräsentation:

Barbey d'Aurevilly

»Der Chevalier des Touches«

09.04.2015

20:00

Literaturforum im Brecht-Haus

Ist er es, oder ist es ein Gespenst? Der verwirrte alte Mann, der an einem windigen Abend auf dem Kapuzinerplatz in Valognes steht, weckt die Erinnerungen an einen großen Coup des Widerstands gegen die Revolution: die Befreiung des zum Tode verurteilten Chevalier Des Touches 1799. Die Ereignisse liegen drei Jahrzehnte zurück und man wähnte den Chevalier längst tot. Aufgeschreckt durch seine vermeintliche Wiederkehr, erzählen sich in einem Salon bei knisterndem Feuer ein paar Landadlige, die schon bessere Zeiten gesehen haben, seine abenteuerliche Geschichte. Unter ihnen die taube Aimée de Spens, die darin eine zentrale und einigermaßen pikante Rolle spielt und nicht ahnt, dass man von ihr spricht.

Ralph Schock im Gespräch mit dem Mitübersetzer und Herausgeber Gernot Krämer.
Lesung von Martin Langenbeck.

Nähere Information finden Sie hier.
Veranstaltungsort:
Chaussestraße 125
10115 Berlin-Mitte


Jules Barbey d`Aurevilly

mardi, 31 mars 2015

L’effet « fed-up »

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L’effet « fed-up »

Anne Lauwaert
Ecrivain belge

Ex: http://www.lesobservateurs.ch 

Je vais l’appeler “effet fed up” parce que l’expression “fed up” est celle qui exprime le mieux cette sensation.

“Raz ‘l bol” c’est encore supportable : vous prenez un bol de quelque chose, il est plein à raz bord, on ne sait plus rien y ajouter.....  "Marre”: en avoir marre ou soupé c’est pas très fort: on en a assez, mais ça s’arrête là. En avoir “plein l’cul” c’est franchement vulgaire et puis c’est encore autre chose, etc....

Etre “fed up” signifie littéralement être bourré, gavé, arriver au point où quand on a assez mangé on avale encore de la nourriture et que, fatalement, il s’en suit une envie de vomir, surtout si ce sont les autres qui continuent à vous pousser de la nourriture dans l’œsophage et vous obligent à avaler, c.-à-d. qu’on vous gave comme on le fait avec les oies…

Quand subit-on l’effet fed up? Voici un exemple :

Quand j’avais 16 ans, en 1962, j’avais un ami qui en avait 32. Notre amitié consistait dans le plaisir de parler de nos dessins ou des toiles que nous peignions et des poésies que nous aimions. Cet ami était homosexuel. Je lui avais dis que je le savais et cela resta notre secret. Cet homme vivait très difficilement son homosexualité car elle n’était pas acceptée, ni par sa famille, ni par “les autres”, car à l’époque, l’homosexualité c’était mal. Par exemple, pour téléphoner à son compagnon, il devait aller au téléphone public dans le bistrot où on se moquait de lui.

Grands dieux du ciel! Quelle catastrophe quand mon père vint à savoir que sa fille “parlait” à un pédéraste, tantouse, tapette, inverti, jeannette, lopette, enculeur, cocotte, chochotte, etc… Je n’avais jamais entendu tant de vulgarité de la part de mon père et ça à l’encontre de mon ami! Si mon père était capable de cette agressivité, on peut imaginer ce que mon ami devait supporter. Bref interdiction de revoir ce sale type… Comme la directrice de mon pensionnat avait confiance en moi, elle me permit de suivre la saison au théâtre national. J’ai donc vu du Brecht, Pirandello, Tennesy Williams et autres Oscar Wilde en compagnie de mon ami assis à ma gauche et de son ami assis à ma droite. Après la représentation ils m’accompagnaient à l’arrêt du tram. Ils ont fini par partir à l’étranger.

L’homosexualité n’a jamais été un problème pour moi jusqu’à ce qu’on commence à ne plus parler que de ça: les coming out à la télé, le mariage pour tous (au lieu de supprimer le mariage pour tous et de le remplacer par le contrat de convivence personnalisé pour tous) l’exhibitionnisme limite grivois à la Ruquier, on ne parle plus que de ça, on ne voit plus que ça et on en a assez.

L’excès, le fed up, produit la nausée et la tristesse de voir comment les homosexuels, dans cette ridiculisation, ont perdu leur dignité. Oui, les homosexuels ont droit à un contrat de convivence, mais non, cela n’est pas un “mariage”. Oui, des enfants abandonnées sont mieux au sein d’un couple homosexuel que sur les quais d’une gare en Inde, mais non, “avoir des enfants” ce n’est pas un “droit”.

Et oui, les procréations assistées et inséminations artificielles sont des jeux d’apprentis sorciers dont on ne connait pas les conséquences à longue échéance.

Fedupotolia_42099286_XS.jpgEt oui, les homosexuels ont droit au respect et non, les gay-prides n’inspirent pas le respect. Bref, le mieux est l’ennemi du bien, trop c’est trop, et quand on en a assez, quand on en est gavé, on en a la nausée et on éprouve l’effet fed up… qui entraine l’hostilité… qui finit par nourrir cette homophobie qu’on prétend combattre.

Le même effet fed up se fait sentir avec la lutte contre le racisme.

J’ai travaillé comme physiothérapeute dans un hôpital “populaire” à Bruxelles. Mes collègues me laissaient les “étrangers” car je connaissais plusieurs langues et avais été habituée aux “allochtones” depuis mon enfance au Congo.

Un jour, dans mon programme je trouve “un nègre”… Ce type se lève, il est grand, fort beau, il s’exprime dans un hollandais châtié, il est raffiné, exquis,  éblouissant… il est danseur classique et s’est foulé une cheville… en plus il homosexuel. Nous allons devenir amis et je vais lui servir de guide touristique pendant son court séjour à Bruxelles ce qui va me donner l’occasion de rencontrer le bête racisme primaire à l’égard d’une blanche accompagnée d’un nègre… à tel point qu’en croisant des messieurs en costard qui manifestement sortaient du bureau, l’un d’eux me dit carrément “encore un couple qui est mal assorti”…

S’ils avaient vu mon ami dans Casse Noisette, ils l’auraient applaudi… Je n’ai jamais eu de problèmes avec mes condisciples juives, ni avec mes patients marocains,  amis pakistanais, collègues congolaises, mais j’ai un terrible fed up envers les antiracistes qui s’attaquent aux “têtes de nègres” ou aux albums de Tintin. Idem envers ceux pour qui les morts ne sont pas morts mais absents ou disparus et les femmes de ménage ne sont plus des femmes de ménage mais des opératrices de surface… et là, la liste est très longue…

Etant donné que j’ai expérimenté le séjour d’un Pakistanais à mon domicile et que j’ai pu constater l’incapacité à s’adapter réciproque, de lui à nous et de nous à lui (comme je l’ai décrit dans mon livre "Des raisins trop verts" ) j’ai de plus en plus de fed up envers tous ceux qui veulent nous imposer de plus en plus de “réfugiés” dont on ne saura quoi faire, qui vont être de plus en plus déçus et vont devenir de plus en plus rancuniers et hostiles à notre égard.  Ce n’est pas eux qui auront tort, mais ceux qui les ont trompés en leur  laissant croire qu’ils allaient trouver un paradis chez nous… Et alors qu’est ce qu’on va faire?

fedupps13hz.jpgIdem à l’égard de l’islam. Dans les années 50 nous habitions au Congo où il y avait une communauté sénégalaise musulmane qui était fort respectée car c’étaient des personnes “sérieuses”. Pendant mes séjours au Pakistan dans les années 90 j’ai rencontré des musulmans aussi pieux que nos catholiques,  normalement pieux et pas exhibitionnistes pour un sou. J’ai été séduite par les Pakistanais parce que c’étaient des personnes sérieuses, respectueuses, de confiance, à tel point que j’y ai voyagé seule en toute sérénité. Fatalement je me suis intéressée à l’islam et ai même entrepris d’apprendre l’arabe. Mais, quand on a commencé à ne plus parler que de foulards, burqas, mosquées, halal, ramadan, égorgements en place publique et prières de rues, piscines, lisez le rapport  Obin  et Denécé .....

Quand on a vu sur toutes les télés des imams sirupeux et des politiciens du genre Juppé qui, sans avoir lu le coran, déclarent  l’islam compatible avec la république… l’effet fed up se fait sentir. Effet fed up suivi d’hostilité non pas envers les musulmans, mais envers ces opportunistes qui exploitent l’islam et les musulmans sans se soucier des conséquences à long terme pour les musulmans mais aussi pour nous.

Mais il y a fed up vraiment partout: les folies dans l’enseignement, les théories du genre,  l’obligation de rouler avec les phares allumés même en plein soleil, les démarcheurs qui vous téléphonent à 22h pour vous vendre de l’huile d’olive… et j’en passe et des meilleures…on ne sait plus quoi inventer pour emmerder le monde.

Bon, moi je suis une vieille dame pacifique et devenue modérée à force de raboter mes angles contre les réalités, mais que va-t-il se passer le jour où le fed up général aura contaminé des excités du genre hooligans ou casseurs?

Pour le moment on vote Front National, mais quel est le stade suivant?

Anne Lauwaert

 

dimanche, 29 mars 2015

Renaud Camus: "Je me bats comme un beau diable pour défendre cette civilisation européenne menacée"

Renaud Camus: "Je me bats comme un beau diable pour défendre cette civilisation européenne menacée"

vendredi, 27 mars 2015

« Soumission », ou la possibilité d’une Europe sans femmes

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« Soumission », ou la possibilité d’une Europe sans femmes
 
L’Europe peut s’enorgueillir d’avoir favorisé l’apprivoisement réciproque entre le sexe fort et le sexe faible
 
Professeur
 Ex: http://www.bvoltaire.fr
 

Après 250.000 ventes de Soumission de Michel Houellebecq, il serait temps que l’on parle non plus de la légitimité d’un roman d’anticipation sur la prise du pouvoir par l’islam mais de ce que l’auteur nous en dit.

Si le scénario politique de la chute de l’Europe proposé est fondé sur d’intéressantes hypothèses, notamment le cheval de Troie de l’islam en Europe que constitue l’injection salutaire, anesthésiante et corruptrice de pétrodollars dans son économie malade, pour le perçant moraliste moderne qu’est Michel Houellebecq, le combat se déroule et se perd ailleurs, en chacun de nous.

Le narrateur, triste mâle pratiquant le vagabondage sexuel en milieu universitaire comme les héros de David Lodge – l’humour anglais en moins -, s’enfonce dans la solitude et la morbidité à mesure qu’il vieillit. Affectivement atrophié au point de ne même plus parler à ses parents, sans descendance, séduisant, chaque rentrée, de nouvelles étudiantes éternellement jeunes, il ne se conjugue qu’à l’irréel du présent. Ses rapports avec les femmes trahissent la déchéance de sa grammaire anthropologique. Il ne sait plus très bien par quel orifice prendre ses partenaires, ni s’il faut plus jouir d’avoir deux partenaires sexuelles ou du baiser sur la joue donné par l’une d’elles : confusions d’objet, de genre, de nombre. Alors qu’il a renoncé, par égoïsme et paresse, à toute relation interpersonnelle avec les femmes, étant progressivement passé de l’amante à la partenaire sexuelle puis à la prostituée, à la suite de ses collègues récemment convertis, il se laisse finalement séduire par le modèle de la femme musulmane, choisie sur catalogue en fonction de ses propres revenus, cloîtrée, soumise, multiple et collectionnable. Chez Michel Houellebecq, l’islam triomphe sans combat grâce à la trahison de l’homme qui se replie sur lui-même en renonçant à la femme comme alter ego.

Pourtant, depuis l’amour courtois inventé au XIIe siècle jusqu’à la mini-jupe en passant par les salons littéraires féminins des XVIIe et XVIIIe siècles et le droit de vote des femmes, l’Europe peut s’enorgueillir d’avoir favorisé l’apprivoisement réciproque entre le sexe fort et le sexe faible, qui s’est traduit par la construction progressive d’un mode de coexistence mixte harmonieuse et égalitaire, bien que différentiée, des deux sexes sur tous les plans, modèle fragile (cf. les mirages de la « libération de la femme ») mais toujours en évolution. Mais si la femme était, jusqu’à peu de temps encore, l’avenir de l’homme, l’homme pourrait bien en être le liquidateur sous peu. La balle du match islam-Occident est dans le camp des 51 % d’hommes. Qui va faire prendre conscience aux hommes occidentaux déboussolés que la charia est, par essence, la régression psychologique ultime de l’homme dans sa négation de la femme comme être libre, égal à lui, et digne de son intérêt ? Pas nos politiques ni l’Éducation nationale, plus préoccupés par la promotion du transsexualisme que par la transmission des fondements de la civilisation européenne.

jeudi, 26 mars 2015

Bill Hopkins: Ways Without a Precedent

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Bill Hopkins (1957)

Ways Without a Precedent

By Bill Hopkins 

Ex: http://www.counter-currents.com

Editor’s Note:

One of the aims of the North American New Right is to promote a revival of the Right-wing artistic and literary subculture that gave us such 20th-century giants as D. H. Lawrence, Gabriele D’Annunzio, F. T. Marinetti, Knut Hamsun, W. B. Yeats, Ezra Pound, Wyndham Lewis, Henry Williamson, Roy Campbell, and H. P. Lovecraft (all profiled in Kerry Bolton’s Artists of the Right [2]). 

A group that showed some promise in this direction was the Angry Young Men of the 1950s, although the movement fizzled. Or perhaps it just came too soon. With that possibility in mind, I am reprinting Bill Hopkins’ 1957 Angry Young Men manifesto “Ways Without a Precedent” as an aid to reflection on the role of the artist in the current interregnum. For more on Hopkins and the Angry Young Men, see our articles by Jonathan Bowden [3] and Margot Metroland (part 1 [4], part 2 [5]) and our tags for Bill Hopkins [6] and Colin Wilson [7]

The literature of the past ten years has been conspicuous for its total lack of direction, purpose and power. It has opened no new roads of imagination, created no monumental characters, and contributed nothing whatever to the vitality of the written word. The fact that the decade in question has shown the highest ratio of adult literacy in British history makes this inertia an astounding feat. So astounding, indeed, that the great majority of readers have turned their attention to the cinema, television and radio instead. Their reading talent has been commandeered by the more robust newspapers.

The truants can hardly be blamed for seeking livelier entertainment, since most writers have reduced themselves to the rank of ordinary entertainers, and for the most part, have failed to be even this. Writers see the shadow of the mass mortuary too clearly to provide good, knock-about entertainment. The same shadow prevents them from producing more enduring work by making nonsense of posterity.

All writers must accept this shadow across their consciousness as an occupational hazard, and its surmounting divides them cleanly into the camps of optimism or pessimism, allowing no shades of neutrality between. The negative acceptance has the strongest following just now, and for this reason the bulk of serious novels today almost inevitably offer victims as their cast and senseless brutality as their business. These works do not educate us a scrap, nor do they offer any great insights into the tumult of our time. The writers dwell instead on the horror of anything changing—man, mood or scene—and reveal that the precise value of all and everything is that it is here at present. The understanding is that Man is too frail and imperfect for violent change. It is a poor argument for literature, progress and health.

Unless there is a radical change in this outlook literature will continue its drift into negativism.

Many people have their own ideas of what a creative writer’s job should be. The popular conception is that he should provide stories that are an escape from life. The slightest whiff of reality is regarded as an intrusion of the diabolical and an act of treachery. The ideal path amounts to improbable love yarns closing upon chaste kisses. If there is invariably an impoverished odour about these fabrications, the accolades of best-seller returns do not hint at it.

This view is not taken by the more intelligent, who demand a measure of truth with their entertainment. This again is asking for too little. The measure of truth dealt out is generally confined to obscene language in kitchen squalor and the dreary divesting of the heroine’s virginity. Now unalloyed sex is a tedious business when it is repeated too often. But this is not borne out by the positive glut of literary prurience that has come our way over the past few years. As it shows no sign of stopping we must conclude either that the percentage of perverts is much higher than is imagined, or that there is nothing more pornographic than a half-truth. But, whichever it is, the fact remains that when it is only a small measure of truth that is requested, the result merely mirrors appearance. It never delves to the cause behind appearance. It is better to offer no truth at all than make this kind of compromise.

There are only a few who demand all the truth a writer possesses. Over the past twenty years, this demand was sufficient to encourage the development of Hermann Hesse and Thomas Mann, but few others of major creative stature. If the demand were extended to a larger and more perceptive audience it would doubtless encourage the emergence of even greater writers. Certainly it would produce a literature capable of vigorously advancing our present half-hearted ideas of living to an unprecedented level.

There is no likelihood of such an ideal audience coming into existence for the philanthropic purpose of encouraging a vigorous literature. This would be asking for a healthiness that does not exist among most intelligent people today. The same malady that prevents a vital literature from developing and becoming a regenerative force to our society, disposes of the idea of a sick audience transcending its condition and calling for chest expanders. Contemporary literature, whether on the printed page or declaimed from the boards of the theatre, shows its bankruptcy by confining itself to merely reporting on social conditions. It makes no attempt at judging them. Literature that faithfully reflects a mindless society is a mindless literature. If it is to be anything larger, it must systematically contradict the great bulk of prevalent ideas, offer saner alternatives, and take on a more speculative character than it has today. I am optimistic enough to think that immediately the results prove positive and exciting, the more conformist brands of literature will lose most of their following.

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But the failure of literature is only a small part of a much wider catastrophe. When I refer to a lack of health among the intelligent, I touch upon what threatens the whole of our civilization with imminent collapse. The truth is that Man, for all his scientific virtuosity, cannot defeat his own exhaustion. To do so means drawing upon unused strengths that once would have been described as religious. Unfortunately, Man has become a rational animal; he rejects any suggestion of religiosity as scrupulously as an honest beggar denounces respectability. I say unfortunately, because it is mental and physical exhaustion that is the principal malady of our civilization. The very people who should be the leaders of our society are the most affected, so the disillusionment, despair and social revolt of our age has been allowed to grow unchecked.

All the problems and struggles that confront the growth of our civilization depend entirely on whether we can get an exhausted man back upon his feet and keep him there. If the answer is a negative one, our past counts for nothing: it has proved insufficient to preserve our future.

The reasons for this exhaustion are all documented and detailed in the archives of the past fifty years. Rationalism, Communism, Socialism, Labourism, Fascism, Nazism, Anarchism; the honest penny-ha’penny thinking that human happiness was an adequate goal, the quest for social equality; two world wars and a couple of dozen local blood-lettings; poison gas, tanks, aircraft, flame-throwers, atomic, hydrogen and cobalt bombs, bacteriological warfare; depressions, inflations, strikes . . . the documents are quite explicit and well known.

Altogether they amount to the exhaustion of a man with asthma having run a marathon race and found there were no trophies or glory at the end of it. That is exactly our own position. With every decade since the turn of the century we have intensified our endeavours while our condition has deteriorated. Now it seems that despite all our efforts, knowledge and hopes, besides the lives jettisoned in their millions, we have achieved nothing. The dry taste of futility lingers in the mouth of all. The energy of any flying spark is in itself enough to arouse popular amazement. The supineness of the intelligent is the tragic paradox of the Atomic Age. Only the insulated specialists, bafflingly capable of drawing the blinds against all other realities, remain enthusiastic about tomorrow.

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James Dean

The evidence of exhaustion stares out from the columns of the daily newspapers. The references to ‘Angry Young Men’ for ex-ample, record a general astonishment at the vigour of simply being angry. Another instance is the hero-worship of the late James Dean, who posthumously remains as the embodiment of Youth’s violent rebuttal of a society grown pointless. That the rejection is equally pointless does not appear to matter; the sincerity redeems it. There is the idolization of such simple men as Frank Sinatra and Elvis Presley, the respective champions of wistful sentimentality and the stark voluptuousness of knowing one thing that’s good, anyway. Which, after all, is one advantage of being a farmer’s boy.

Significantly, the more thoughtful go only a few steps further to admire such writers as Samuel Beckett, Tennessee Williams and Arthur Miller. All of these playwrights have distinguished them-selves for creating small men and women whose unlikely poetry is in their bewilderment in an inexplicable and often tyrannical world. The heroism of the Twentieth Century Man, as currently postulated, is: (a) in winning a compassionate pair of lips that will lull him to peace after an endless gauntlet of victimizations (thus mysteriously negating the lot), (b) kicking a bullying foreman (an enemy of the people) in a conclusive place, or (c) just inhabiting a dustbin with all the pretences down and stoically waiting for the end.

This is the landscape a new writer looks upon this year. Every-thing has deteriorated from the point in the mid-1940s we optimistically imagined to be already rock-bottom. What is left is a mockery of attempt, accomplishment and greatness.

It would be too easy to be angry and join the lynching parties. But this is not a writer’s job. Nor is it for a writer to subscribe to the general bankruptcy, despair and apathy around him, whatever popularity might be obtained from it. If there is a task for the writer, it is to stand up higher than anyone else and discover the escape route to progress. His function is to find a way towards greater spiritual and mental health for his civilization in particular and his species in general. This is my own intention, and unless other writers adopt the same attitude our civilization will remain leaderless, lost and exhausted, and the chaos will continue until its eclipse under radio-active clouds.

Literature has been an accelerating factor to this state of affairs over the last decade. Instead of acting as a brake it has been intent upon glorifying the lostness, the smallness and the absolute impotence of Man under adverse conditions. This is the reverse of what its role must be in the future. It must begin to emphasize in every way possible that Man need not be the victim of circumstances unless he is too old, shattered or sick to be anything else. It is the conquest of external conditions that determines the extent of Mankind’s difference from all other forms of life; and, in turn, decides the superiority of its leaders. If this is denied, then we are indeed due for elimination. Perhaps overdue. But contemporary writing will not bring itself to this assertion until it has been wrenched clear of its embrace with a falling society. The dismaying fact is, most writers seem quite satisfied to act out their present hysterical offices to the length of disaster itself. Their conversion is enough to set any salvationist with work to last several lifetimes.

It is customary for young writers to condemn those who have authority and influence. For my own part, I am unable to do this because I find their exhaustion only too understandable. The leaders of our civilization have strained at hopelessly impossible tasks for too long, and instead of creating a new structure for living, they have succeeded only in producing a succession of failures. Today they have reached a standstill, and the prospect of marshalling together one more attempt has become an outrage against all reason and experience.

They are reasonable men and their conclusion is, in the light of what they have done, entirely rational. If reason or rationalism can accept exhaustion, by the same terms ruin and death are equally acceptable. But survival is our inflexible rule of health; and since survival has become a completely irrational instinct, the time has arrived when we should look to the irrational for the means to reject this reasonable but (humanly speaking) unacceptable end of our civilization.

Firm upon this premise, I predict that within the next two or three decades we will see the end of pure rationalism as the foundation of our thinking. If we are to break out of our present encirclement, we must envisage Man from now on as super-rational; that is, possessing an inner compass of certainty beyond all logic and reason, and ultimately far more valid.

The times we are entering require a far more flexible and powerful way of thinking than rationalism ever provided. Three sovereign states have been loosing hydrogen tests in the world’s atmosphere in preparation for deterrent wars. Each new explosion shadow-boxes with genetical mutations in the coming generations. Populations everywhere are multiplying daily to that frightening point in the future when the earth’s food resources will not be sufficient to supply all with one decent meal a day. The fish harvests from the oceans are diminishing. The problems of soil erosion and the reclamation of land swallowed up by water remain unattended. These are only a few of the more obvious questions that call for solutions on a new level. A level of universal planning that can only be encompassed by a supranational body like world government. Meanwhile, science advances every year a trifle further beyond the comprehension of most of the human race.

The path of a civilization in our disorders leads directly to its extermination. And, while we take it, Proustians talk about their sensitivity in dark rooms and stylists continue to manufacture their glittering sentences. This is the marrying of an illness to a deformity; a grotesque mésalliance to make even a lunatic marvel. But it will go on, as I say, until writers turn away and look objectively to another part of the horizon.

I have stated that Man is more than rational, and that if he is not, he is finished. Now I take the argument forward another step and assert that his current exhaustion is the vacuum created by an absence of belief. At the beginning of this credo I declared that only a religious strength could conquer exhaustion, and by religious strength I meant, specifically, belief: exhaustion exists only to a degree commensurate to its wane. A complete dearth of belief mathematically equates to utter exhaustion. It is no coincidence that it has struck the most responsible members of our society; they are the ones who have had the responsibility of scraping the barrel of reason and materialism. The same exhaustion will strike at the leaders of the East just as surely within a span of time roughly corresponding, no doubt, to our own venture into pure rationalism.

Through history, the men and women who have towered over their contemporaries through their achievements and struggles have had extraordinary levels of belief. They have ranged from visionaries, saints and mystics to fanatics and plain, self-professed, men-of-destiny. Whether their beliefs were in an external thing—let us say the Church—or simply in themselves, was a matter of little importance. The result in every case was sufficiently positive to make them memorable. Each of them was primarily separated from those around him by a greater capacity for belief. It took all of them high above the eternally small, grumbling, self-pitying parts that constitute personality. Belief is, and I speak historically, the instrument for projecting oneself beyond one’s innate limitations. Reason, on the other hand, will have us acknowledge them, even when the recognition is disastrous, as now.

The admission of a permanent state of incompleteness has been made by a great many people and much of the damage I have referred to is the direct result of it. But their places have to be filled. It has become imperative that, just as a new way of thinking and a new literature are needed, a new leadership must also be evolved with the aim of combating this exhaustion by the restoration of belief.

When I speak of belief in the present context, I do not mean any belief in particular, of course, but rather belief divorced from all form whatsoever. The form is an arbitrary matter, and its choice in the sense of literature is essentially a matter for the writer’s temperament. Whatever the choice, the reservoir of power within belief offers any writer the certainty of major work.

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It is obvious that this concern with belief leads inevitably to the heroic. The two are joined as essentially as flight to birds. The hero is the primary condition of all moral education, and his reality is synonymous with any great idea. He is literally the personification of the dramatic concept. But the heroic poses the possibility of people who can think and act with a magnitude close to the superhuman. The introduction of such characters and events will require a great deal of care and skill, for the ridiculous is only one step away.

The greatest difficulty overhanging this work, however, will be in the motive force itself. There has been a nonsensical confusion between belief and religion that has lasted for centuries. Instead of belief finding its separate identity, it has always been inextricably tied to religion. Churches of every denomination deliberately fostered this misconception from their beginnings, for the belief latent in men responded to hot appeal and willingly testified to the truth of any proffered set of doctrines. The nature of belief appears to be conducive to appeals. Its generosity is evident in this respect when we examine many of the childish and absurd inventions the various religions have offered worshippers at one time or another.

It is quite true that the Church has been the only vehicle for belief on any sizeable scale up to the present, and deserves credit for it, although self-interest provided its own reward. But it is absurd to regard belief on the basis of tradition as the monopoly of any organization. The Church was the first to understand the potentialities of its power and was also the first to direct it to an end; but sole proprietary rights were assumed too rigidly for the Church to pass us now as a public benefactor. Those who tried to break the monopoly were decried as heretics. Where it could, the Church had them burnt. This confiscation of belief and its isolation under the steeple brought about the Reformation and eventually the George Foxes and other champions of the right to independent belief.

Over the past fifty years there has been a general rejection of all churches with the sole exception of the strongest, Catholicism. The rejection parcelled belief with the Church and disposed of both. It was the result of a considerable amount of ignorance and a distinct lack of subtlety. Today, the same excuses do not hold, and if the mistake is repeated, it can never be done with the same blind vehemence of the first rejection.

If this social exhaustion of ours is due to the rejection of belief, how can writers reclaim it? There are three choices open, at least. The first is the establishment of a new religion. The second, to revitalize and reconstruct Christianity. The third, to trace belief to its source and turn it to a new account.

The argument against the first is that a new religion, whatever advantages it would have (supposing for a moment that it should find an ample crop of visionaries, priests, theologians and militant doctrines), would suffer from its lack of tradition more than it would profit by its modernity. Although many people talk somewhat loosely about the need for a new religion, the very impossibility of it as an overnight phenomenon rules it out for today.

However, should this particular miracle come to pass, its contribution to our civilization would be a substantial one while it was sustained by its visionaries. But as soon as the visionaries died, its hierarchy would become rigid as precedents in the history of every church show us without exception. There would be no more room for succeeding visionaries with their tradition-breaking habits in this church than in any other.

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A priest is a poor substitute for a visionary. So poor, in fact, that the plenitude of them against the paucity of visionaries has largely dissuaded many who with the right inspiration would be religious. A visionary has the prerogative of freely contradicting himself while still retaining his influence. Less flexible, because he happens to lack a visionary’s imagination and vitality, the priest conscientiously commits to paper everything enunciated by the other in case he should forget the passport of his office. Subsequent generations of priests accept the dogmas laid out for them without demur or question on the same grounds. This is orthodoxy; its strength is in its ossification. The more rigid the observance, the more virtuous the believer . . .

There can be no prospect more terrible for any prophet coming after, and this is when a church really dies. When it is attacked from without, what is sent crashing is cardboard: the Church died after the passing of its first visionaries and the hardening of its arteries to fresh truths.

As this argues against the possibility of a new religion arising, it argues equally against the impossibility of a revitalized Christianity. Any great idea, if it is perpetuated without continual reappraisals, is eventually rendered into ritualistic twaddle and shibboleths that justify the cheapest sneers (although not the spirit) of its detractors. And finally, the sad truth is that the only men courageous enough to approach great ideas and test their truth are men of equal stature to their formulators. No church that I am aware of has produced an apostolic succession of this order, so we must put aside both possibilities as impractical for anyone who hopes to work within his own times.

The last alternative is the one that, under the circumstances, is the most realistic. If we can trace belief to its origins and examine it in terms of plain, unadorned power, we have a potential weapon that will play an immeasurable part in our salvaging. I am convinced that it is an internal power comparable, when fully released, to the external explosions of atomic energy. With a complete understanding of its nature, its functions and its strength at zenith, I believe that we can not only cure Man’s many illnesses, but determine by its use a level of health never before attained. If we can learn the answers to these questions, Man may be transformed within a few years from the hardening corpse he has become into a completely alive being. The change can only be for the better.

One of the most tiring assumptions that has gained universality is that Man is completely plotted, explored and known. Dancing to the cafe orchestra of Darwin and Freud, there has been a tendency over the last fifty years to regard humanity as a fully arrived and established quantity that has little variation and no mystery to the scientist. Nothing could be more untrue. Man is so embryonic that attempting to define him today is preparing a fallacy for tomorrow. He is inchoate, only just beginning. Given unlimited belief and vitality, he is capable of all the impossibilities one cares to catalogue, including the most preposterous. Equally, without belief and vitality, he is simply decaying meat like any other fatally wounded animal. The difference will be largely decided by writers.

This is not a disproportionate claim. Writers have always influenced and led the thinking of their own times, immediately after the heads of State and Church. Sometimes, as with the Voltaires, a long way in front of either of them. The present heads of State are clearly unable to see a way through the difficulties of today, and there is no reason for us to suppose they can do any better with tomorrow. The non-existence of any influential Church leaders in Britain prohibits any criticism of their recalcitrance. The only remaining candidates qualified as leaders are writers.

eschyle-01.jpgThe Greeks, unlike ourselves, expected their literary men to be thinkers and teachers as a matter of course. This expectation was justified by figures of the stature of Aeschylus, Sophocles and Euripides. Dramatists like these preached, taught, entertained and prophesied with such vitality and authority that their judgements were taken away by their audiences and applied to all levels of civic life. That both playwrights and audiences prospered upon this didactic relationship is best shown by the intellectual versatility of the Hellenic world, which has yet to be repeated.

When Bernard Shaw demanded that the theatre should be a church, he also meant that the ideal church should be a serious theatre. So it was in the Greek world. Nobody could afford to miss a sermon of this sort, because there was nothing more intellectually and spiritually exciting to be found from Kephallenia to far Samoso. Each new drama-sermon made the Kingdom of Man a titanic affair that could not be taken casually, and if this is not a religious understanding, there is no such thing!

In addition to this laudable state of sanity, they had none of the blank one-sidedness about them that stamps the orthodox priest, because their real religion was Man, and no other. Because Man is only human when he is in movement, they were able to throw him into catastrophic dilemmas that modern religion would regard as blasphemous. But they threw him only to retrieve him, and by this method they were able to add new understandings of his darker territories and enlarge his consciousness. With the aid of such dramatists the citizens of the Greek city-states developed into creditable human beings. But the high level of the theatre was to fall, and the whole of the Greek world was not long in following it.

Seneque.jpgWhen the Roman Empire rose to take its place, Terence and Seneca, the bright lights of Latin, reflected a frightening deterioration in what was expected of a writer. Julius Caesar found it an easy matter to be both a swashbuckler and a scribe in a world that, culturally, could not even conquer sculpture. But Rome’s poverty was magnificence compared to the bankruptcy prevailing in Britain and everywhere else in the civilized world today.

However, when I call in history to augment my contentions I am beating upon a broken drum. The role I predict for writers is one entirely without precedent, and it is the better because of it. Aeschylus and his colleagues refined the Greeks, and that was quite enough for their day. But today writers must become the pathfinders to a new kind of civilization. That new civilization remains an impossibility until we extricate our own civilization from the destruction that threatens it.

The problem is that of the individual. What kind of man or woman survives cataclysmic events better than any others? What kind of people are the first to fall? What are the first disciplines necessary for a new, positive way of thinking? These questions, together with ten thousand others, fall into the kind of prophetic writing that will be needed to solve the problems that lie immediately ahead. The duty then of all writers who are concerned with tomorrow is to concentrate on defining human characters at differing stages of ideal health. From this gallery it will be possible for us to aim at men and women dynamically capable of laying the foundations of our new world. We may not be able to describe precisely the men and women we want, but at least we can provide a reasonable indication. We can narrow the perimeter of choice.

I realize that there is as great a difference between facts and speculations in the minds of writers as in the minds of ordinary people. The great difference is that writers are particularly suited to the correlation of apparently hostile facts, often blatant contradictions, and their craft teaches them to deepen and extend thoughts to final understandings that seem almost mystical to the average person. This talent to reach down into the depths of men and find appalling corruption, and far from being ruined by the revelation proceed to conceive supreme peaks of human perfection, is common to both writer and visionary. There is no reason why they should be different in other ways, if the dedication is strong enough.

Until now most writers have concerned themselves with recording the anomalies and cruelties perpetrated by a skinflint world upon a good small man. Modern literature, for lack of a great aim, has become a Valhalla for those who shriek, beat their brows and weep more energetically than anyone else. As a device, hysteria is very useful for a writer, but as an end it becomes patently ludicrous. Any writer who resorts to such tricks without offering a ticket of destination is wasting his own time and the time of his readers, flouting the Zeitgeist in the most imbecilic fashion, and finally (I hope) cutting his own throat.

The truth of today is too plain for clear-thinking people to ignore, however uncomfortable it may be to the inherently lazy. We must grow larger . . . see further and deeper . . . think with more skill, concentration and originality—or become extinct. If we are not capable of meeting these seemingly unattainable requirements, writers such as myself will persist obstinately in trying to have things as we want them even if the words are finally addressed to the abyss rather than human faces. If the crusade is a hopeless one, it will be so only because there is nothing more impregnable than human weakness. This is an important conclusion, and its recognition offers three salient truths.

First, that a writer’s duty is to urge forward his society towards fuller responsibility, however incapable it may appear.

Second, a writer must take upon himself the duties of the visionary, the evangelist, the social leader and the teacher in the absence of other candidates.

Third, that he understands the impossible up-hill nature of a crusade and counters it by infusing in everything he creates a spirit of desperation.

This spirit of desperation is the closest approximation we can get to the religious fervour that brought about a large number of miraculous feats of previous, less reasonable, epochs. In desperation, as with religious exaltation, miracles, revelations and extraordinary personalities can be brought to everyday acceptance. The great advantage of it is that one can develop it to the point of being able to evoke it whenever there is cause for it.

I used the atmosphere of desperation in my first novel, The Divine and the Decay, very much in the way that a wind comes through an open door, throws a room into a sudden disarray, then leaves as abruptly. The wind in this case is a fanatic, and the room with an open door a small island community. As always in such cases, one is left perplexed and filled with a sense of indefinable outrage that has little to do with the disarray that must be restored to order. There is something maniacal about a really desperate man that welds him into a total unity and he becomes an embodiment of a single idea. Almost, dramatically speaking, flesh wrapped around an idea. Working for so long with desperation as my tool, I also learned about the merits of the lull, when the air vibrated with the foreboding of the next entrance. I relearned also a Greek lesson: how to turn presence into absence and absence into presence. But these details are worth mentioning only in relation to the use of desperation in contradistinction to the monotonous normality that most writers regard as the acme of reality.

Desperation is the only attitude that can galvanize us from this lethargic non-living of ours. But without a calculated direction desperation is useless. Misadventures in its application can leave us dangerously drained of further effort. This is where the dramatization of aims is expressly the writer’s function. Consider the case of Sisyphus, whom the Gods had forever rolling that gigantic boulder of his up a hill and forever having it roll down again when he neared the top. The punishment was inflicted upon only too human strength. But with enough desperation the penalized king would not have attempted to roll it up after the first couple of attempts. He would have picked it up and flung it over the impossible crest, straight into the faces of his Olympian tormentors. I can think of many contemporary equivalents of the Sisyphean plight that are incessant defeats only because each of the sufferers refuses to rear up and wreck his opposition with the fury of desperation. To me, desperation is our immediate instrument, in the absence of belief, for collapsing this damnable, subhuman recognition of one’s surface limitations. Refuse to acknowledge them and the horizon spreads wide.

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This cannot be done without examples, as I have said. The examples themselves can only be set by fanatics advancing be-yond the arena of human experience and knowledge. In a religious sense, the fanatic or writer goes into the wilderness, the first act of any visionary’s apprenticeship. Simultaneously, he becomes a social leader also, for humanity having to travel beyond the point where it now rests will only use paths already trodden.

New paths can only be created by writers with a desperate sense of responsibility. The only others capable of such a task are religious and philosophic minds, but unfortunately orthodoxy has ruined the first, and a desiccation debars the second. In resting the responsibility of human deliverance upon writers I am not calling for miraculous transitions antipathetic to their nature. Fundamentally, the writer has always been a prophet and a diviner in embryo. Centuries of ‘telling a jolly tale’ have simply caused him to let these other parts fall into disuse. I want their return, and I want them cultivated to full growth.

At the moment, the position of the writer in society is a difficult one. The good ones feel, quite rightly, that they should be antagonistic to authority; but the feeling is only a feeling and remains nothing more because few have got around to the point where they must begin wrestling with it. Because of this apprehension which is not turned into positive action, these writers find themselves nullified and abortive. They try to offset this predicament by an over-haughty pride in their isolation. More specifically they emphasize their artistic position to offset shortened powers, and offer a defensive facade of being icy intellectual pinnacles which, in actuality, spells death to their work if this attitude is carried to their desks.

To be exact, a writer is rather a ludicrous figure at work. He must be, to put himself in an arena with berserk bulls to gauge how much damage the horns can do. The gorings constitute literally the blood and tissue of his work; they are part of his empirical research into life. Perhaps research is too dignified a term for the tattered and bloody creature he becomes if he persists until he reaches the level of a good writer.

By such voluntary acts, he becomes an authority on the most fundamental subjects. Pain, for instance. It is not the politician, theologian or doctor who catalogues the depth, the range and the gamut of it, but the writer. He can state from personal knowledge that it has a hundred different pages, all written in different inks. Similarly, he is an expert in regions like agony, happiness, terror, exultation and whirling hope. These are his working neighbour-hoods.

He also knows from personal experiment the fine shades of violence; its velocity, trajectory and impact; its sources, and its quivering conclusions. When an accident is about to happen, let us say an aeroplane is plunging in a death dive, or a child is about to go under the wheels of a motor car, most eyes will be averted until it is over. But this is a luxury a writer simply cannot afford, and he will watch even if the object of study is someone he loves intensely. He has conditioned himself to observe everything that happens within his orbit with a steady and remembering eye. As his craft is produced at first-hand, constantly in positions of physical and mental hardship, for him the step towards vision and leadership is not a large one.

On the face of it, it seems ironical that a writer who goes to such lengths to learn this abnormal craft should use it only for the purpose of entertaining. But most are given little choice to be anything else with the shadow of destruction hanging over them. The few writers who would like to create heroic work are discouraged in advance, for they cannot be sure of even polite credulity on the part of readers. All ambitious contemporary writers are haunted by the thin, peaky face of the rational reader who peruses his literature with the pursed lips of a confirmed sceptic. Anything larger than his own life is anathema to this gentleman. Authors know it well and go in dread of him. This is why only a foolhardy few dare create anything but the slightest, most prosaic structures. The heroic, the bizarre, the moral and religious fabrics, have been torn down in the interests of reality. If the realities were large there would be little ground for complaint, but what is considered to be real by the normal canons of judgement is, of course, as confined as candlelight. It is not surprising that creative thinking today operates upon candle-power.

The situation is so bad that many leading writers have fallen to mocking their own ability to serve ‘fodder to pygmies’. They are proud of the ingeniousness they have developed over the course of time in feeding sly pieces of originality with every hundredth spoonful, done so skilfully it passes almost unnoticed. It is the bare remnants of creative pride. In another age a man could be a master; today he must be a midget, breathing a sigh of relief every time he gets away with his creative crime unpunished. This attitude of contemptuous hostility between writers and readers is another symptom of the need for a rupture between life and literature. The writer cannot create as largely as he wants; the reader is incapable of belief. Unless this stalemate is broken and another game started, the chess pieces will be swept to the floor . . .

Let me take you into the theatre and make an illustration of tragedy. An infinite number of creators have visited this terrain for the purpose of laying their masterpieces. It is as studded with great monuments as a war cemetery. On one you will read Prometheus Bound, next to it, Agamemnon. Close by perhaps Oedipus Rex, and, among the newer additions, Hamlet, Macbeth and Faust. Death . . . broken dreams . . . disillusion . . . There are a thousand threads in the pattern of it, and no doubt there are persons who walk the streets of London, Berlin and New York with threads still unwound and unwritten in their minds. But tragedy, with all the multiplicity of permutations before its in-evitable curtain, has one basic demand. The downfall.

My difficulty is in imagining how an object can fall in any direction other than down. However, most thinking people today appear to find more difficulty in imagining any height superior to themselves. That brings us to the dilemma. If a tragic figure is to fall he obviously cannot fall a few inches and hope to capture our awe or our pity; his fall must be a considerable one. It never is, under the present conditions. As soon as the figure of prospective tragedy begins to climb over the heads of his audience, they insist he climb down again to a height where they can believe in him. The only exception to this is Jack and the Beanstalk. And Jack only gets away with it, I surmise, because his pantomime appears in the Christian season of drunkenness and makes a swift departure before sober judgements are restored.

If a hero cannot rise, he cannot fall; on this point of order such good rationalists as Galileo, Newton and Einstein will bear me out. Such a fall would be unnatural, ungravitational and illogical; in fact, there is no fall. And yet Tragedy must have it.

Very well, what is it that sets the proper height for a tragic descent? Put in this way, it is like discussing a ballerina’s artistry in terms of ballistics! Let us assert, however, that tragedy has always demanded the greatest height conceivable as an essential condition of the downfall. A lot of levels contribute to make up this total height. The height is created by an outraged spiritual understanding, a shattered moral code and the complete social abasement of the protagonist. The downfall is darker than death; and often death is willingly chosen in preference to it, indeed as the very palliative of it when the intensity of anguish produced becomes fully manifest.

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But these platforms of consciousness are ridiculously archaic to the modern world. The religious, moral and social heights have become melodramatic and unintelligent, beside the more modern concentration on the significance of a man’s facial twitches under psychoanalysis. For that, we have banged our windows shut on Heaven and locked the cellar door on Hell. We have foreshortened our intelligence accordingly. The result is that Oedipus Rex, Prometheus Bound, Hamlet, Macbeth and Faust would not only be laughed out of our London theatres if they were written today but, in truth, would be impossible to write today unless my thesis for creating fresh belief finds more general acceptance. Until it has, our own contribution to tragedy’s magnificent cemetery is a headstone inscribed: No More Tragedies. By it, we have created a tragedy infinitely more tragic than anything by Aeschylus, Shakespeare or Goethe.

The only indulgence to tragedy on the London stage is accorded to Shakespeare, whose vintage has removed him beyond the critical appraisals of the cognoscenti. The Shakespearian seasons that continue ad nauseam in the Waterloo Road serve as final evidence that the only good writer is a dead one. While the Old Vic flourishes as a salve to the national conscience, the absence of new tragedy is concealed from all but those who love and care for the theatre. The phenomenon of the Old Vic is the story of the Orthodox Church hardening its arteries against fresh truths all over again. Just as the Church is content with past visionaries and anachronistic dogmas, the theatre brandishes dead playwrights as its testament of greatness. In either case the result is bad. The sad and obvious truth about the titans of the past is that Aeschylus did not know the meaning of world over-population; Goethe was in the dark about guided missiles; Shakespeare was a complete idiot on the question of nuclear fission. The only writers competent to deal with these present-day problems are writers who are alive!

I believe that this civilization of ours requires cement to stop its crash until a new civilization is developed. Its great need, ultimately, is for a new religion to give it strength. In the meantime we urgently need a philosophy to span the gaps in our society that grow wider every day. But a philosophy and a religion can be evolved only by a new leadership. The possibility of such leaders depends solely on whether we can produce men capable of thinking without rule or precedent. Apart from writers with phenomenal powers of dedication, I cannot see the likelihood of such men emerging in time to meet the oncoming crises.

For these reasons, I believe that literature must be the cradle of our future religion, philosophy and leadership. In this belief I see the writer filling the paramount role if our civilization is to survive.

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mardi, 24 mars 2015

Renaud Camus nous lit un conte prémonitoire d’Andersen

Discours de Renaud Camus (écrivain et président du Parti de l’In-nocence) aux assises de la liberté d’expression à Rungis le 15 mars 2015

Renaud Camus nous lit un conte prémonitoire d’Andersen