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mardi, 31 décembre 2019

El marxismo cultural como mutación ideológica

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El marxismo cultural como mutación ideológica

Carlos X. Blanco

Ex: https://decadenciadeeuropa.blogspot.com

En la historia de las religiones se suele considerar que una mutación drástica en el cuerpo de los dogmas da pie a un cisma, una herejía o, sencillamente, a una religión nueva. Los criterios para considerar el grado de ruptura, parcial o radical, con el sistema de creencias precedentes, suelen agruparse en dos grandes grupos: internos y externos. Dentro de los criterios internos, hay mucho campo para la discusión teológico-dogmática. Allí, seguidores de lo viejo y de lo nuevo se enzarzan en agrias peleas en torno al verdadero contenido revelado y doctrinal. Dentro de esta discusión interna, no es posible ser neutral. Todos creen, pero creen de diversa manera. Todos comparten una raíz de creencia o un humus de devoción, pero están dispuestos a morir o dejarse matar por aquello en que difieren. Hay tramos y porciones de racionalidad, pero hay siempre un intangible núcleo duro de fe. Así se escribe la historia de los Concilios, y la historia de muchas herejías, herejías que siempre lo son con respecto a ortodoxias triunfantes. Nunca muere una religión del todo, pero todas mutan y se ramifican por más que sean celosos los correspondientes guardianes de la ortodoxia.

Sabido esto, otro tanto se diga de las ideologías. Las ideologías se comportan de muy parecido modo que las religiones. Como ellas, poseen núcleos duros de dogmatismo e irracionalidad, acaso núcleos inexpugnables e imposibles de purgar en el alma humana. Como las creencias trascendentes, las creencias mundanas de signo político, pues eso es ideología, poseen sus núcleos y sus cinturones opinables, sus iglesias y sus aparatos de propaganda, inmunización, represión y mutación. Las ideologías también mutan, y llegan a volverse adversas al cuerpo dogmático de procedencia. Y al igual que sucede con las religiones, las ideologías poseen segmentos de discusión racional que llegan a envolver a su núcleo fundacional, haciendo así que la verdad que acaso pudieran contener, fruto de una discusión e investigación libres, llegue a envenenarse al contagio con el núcleo al que sirven, y al que ellas envuelven.

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Lo arriba expresado, puede aplicarse estrictamente al marxismo como ideología. Muchos han sido los autores que han comparado el marxismo con una religión. Lo han hecho de forma simplista unos, de manera sistemática y certera otros. Acaso sean los propios marxistas quienes mejor conocen los fosos dogmáticos e irracionales de su doctrina, y sean los más exactos en su lenguaje cuando describen "herejías" revisionistas en su propia doctrina, tribunales "inquisitoriales" en el Partido, y "culto a la Personalidad" en el Amado Líder. El marxismo visto como cuasi religión por sus propios correligionarios, posee una rica historia, precisamente en el decurso de las polémicas entre comunistas, en sus sucesivas Internacionales, en sus desviaciones y escisiones. Esto, en el plano interno. Pero el marxismo como ideología también presenta, desde el punto de vista externo (esto es, ante el analista que no es partícipe de su sistema de creencias) una analogía muy notable con las mutaciones de pensamiento religioso. Así como la mutación de ciertos dogmas judeocristianos dio luz al Islam, y la mutación del catolicismo dio pie al protestantismo y de aquí brotaría, a su vez, el subjetivismo ético, podría emplearse parecido esquema con respecto al marxismo como ideología político-social y económica: su mutación en "marxismo cultural" define los tiempos aciagos que nos tocan.  Describir esa mutación sería tarea digna de un estudio mucho más extenso y hondo que el que ahora podemos ofrecer aquí. Pero vamos a señalar algunas hebras y fragmentos.

La mutación del marxismo stricto sensu, con todas sus variantes, en un marxismo cultural, nunca va a ser reconocida internamente por los propios marxistas, ni por las demás ideologías de izquierda en general. En apariencia, habrá un núcleo duro en el marxismo cultural que los viejos marxistas y marxistas stricto sensu nunca aceptarán. Me refiero a la defensa, conservación y potenciación de un sistema económico capitalista de mercado, ampliamente globalizado, dominado por grandes trasnacionales que, parafraseando a Marx, "no tienen patria". En teoría el marxismo stricto sensu es contrario a esta situación del mundo. Para esta ideología, el capitalismo es la raíz de todos los males, y el hecho de que se degraden los cimientos básicos de la Civilización, como la Familia, la Comunidad, el buen gusto o el sentido de la decencia, sería atribuible exclusivamente al poder del Capital. En efecto, Karl Marx describe la lógica del Capital como una maquinaria implacable, deshumanizada, una apisonadora y trituradora que anulará al individuo. La filosofía de Marx, y su crítica de la Economía Política supone un análisis muy fino, insuperado en su época, de los horrores del capitalismo y de su tendencia inmanente. Pero de una filosofía y de una crítica económico-política pronto hubo de surgir una ideología: el Comunismo como proyecto totalitario estatalista.

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Esta tesis es importante, y llevo años explicándosela a mis alumnos. Las ideologías han podido nacer en el seno de sistemas filosóficos, gestarse en el corazón del corpus producido por grandes pensadores, pero llegan a ser construcciones dogmáticas y anti-filosóficas. Así, por vía de ejemplo: la matriz del liberalismo está en Locke, en su filosofía. La matriz del marxismo, ya sea el socialdemócrata o el leninista, está en Marx. Pero las ideologías no son, en modo alguno, filosofías. Toda ideología es una vulgarización y fosilización de ideas filosóficas, de fragmentos de discurso y crítica que, en su momento y en manos de su creador, pudieron ser racionales, saludables, críticos y vigorizantes, pero que en manos de los epígonos, de los sectarios, de los militantes, acaban siendo rosarios de dogmas, muchas veces inconexos entre sí, y desde luego desconectados de la realidad. Las ideas de Marx, vigorosas en el momento en que surgieron de su cabeza y de su pluma, incomprendidas por el movimiento obrero de aquel momento, no son co-extensivas con la ideología de los marxistas. De la misma manera, los escritos del filósofo liberal por excelencia, John Locke, no son los sofismas ideológicos de los neoliberales.

La Filosofía es el trabajo con las ideas, y a la vez es la crítica constante e implacable de las ideologías. Una idea brota de un suelo real de categorías técnicas, económicas, sociales, culturales. Una idea es una construcción social que trasciende la praxis concreta del hombre pero que surge de ella, la expresa y la trasciende. Una idea es una organización de la realidad. En cambio, la ideología es la elaboración desvirtuada, una esclerosis y fosilización vulgarizada de las ideas.

Distingamos al filósofo del ideólogo. Si el pensamiento neoliberal extremista es un no-pensamiento, que hace del mundo un gigantesco mercado, y del hombre y la naturaleza una simple y llana mercancía, y si el Estado –dimisionario- se pliega más y más a los intereses del Gran Capital-, nuestro John Locke no es el culpable. El filósofo inglés contribuyó a organizar ideas de aquel momento suyo en que se desplegaba la mentalidad burguesa capitalista. Y si el llamado socialismo real fue más bien gulag, el terror, la escasez, la represión, Marx no es el culpable. Marx fue el filósofo revolucionario que fraguó sus ideas para interpretar su realidad en otro momento ulterior a Locke, cuando las relaciones sociales habían pasado a otra fase de explotación intensa del hombre sobre el hombre. Las ideas organizan las categorías sociales y productivas, las expresan y critican. En las ideologías, en cambio, hay siempre elementos dogmáticos, promesas salvíficas, una teología de la Historia que nos marca, de manera irrefutable, no científica, hacia dónde ir.

Es por esto que el llamado marxismo cultural es, en el siglo XXI, la Ideología con mayúsculas, la Ideología por excelencia, reuniendo todos los requisitos señalados arriba. Se trata de una ideología dogmática, como todas, que no es –directamente- fruto de ninguna Filosofía previa (y por tanto no posee un padre fundador concreto). El llamado marxismo cultural es el resultado de una mutación del marxismo ideológico, una aberración dentro del mismo. En modo alguno es una Filosofía, ni siquiera una desviación de ideas filosóficas de algún tipo.

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El marxismo ideológico había degenerado de manera notable en el primer tercio del siglo XX. En las universidades occidentales, tanto como en los movimientos obreros, se había llegado a una situación de estancamiento y polaridad. Por un lado, se vivía el factum de la Unión Soviética, la existencia densa y sólida de la Dictadura del Proletariado, un Estado socialista "realmente existente" que a los ojos de muchos, incluyendo parte de la izquierda occidental más culta y humanista, empezaba a parecer como un verdadero horror. El comunismo mostró sus garras. Una cosa era emprender la crítica del capitalismo, tratar de reformarlo o superarlo, pero conservando los valores fundamentales de la Civilización y otra, muy distinta, era apoyar un régimen totalitario, un Estado policial y terrorista que iba a contradecir todo el derecho natural y la tradición humanista de Europa y, en general, Occidente. Los marxistas apoyaron mayoritariamente ese modelo de Estado policial, colectivista y totalitario al que José Stalin le puso su horrendo sello personal. Ese fue un polo, mientras que el otro, más informado y avisado, optó por elaborar un marxismo no soviético, más crítico y "creativo". Al no depender de la tutela de Moscú, este marxismo occidental pudo liberarse de ciertos dogmas, por ejemplo el economicismo. Así, en las universidades europeo-occidentales y americanas se puso un mayor acento en las "superestructuras", esto es, en el análisis de los factores ideológicos que hacen que el capitalismo pueda crear consenso entre la población, no ya sólo entre las clases beneficiadas por el sistema de dominación, sino incluso entre las que cuentan como clases explotadas.

Así fue como gran parte del marxismo occidental dejó los análisis económico-políticos en un lugar apartado, a modo de preámbulo o presupuesto, para desarrollar en su lugar una "transformación" autónoma de las relaciones sociales e ideológicas capitalistas, al margen o a la espera de una transformación económica efectiva. De esta manera algunos autores marxistas llegaron a convertirse en autoridades "de cabecera" en la izquierda occidental. De la Filosofía de Karl Marx se procedió a una purga y elección de contenidos, obviando aquellos que implicaban la acción violenta para asaltar el poder, la acción de masas cada vez más numerosas y pauperizadas y la tesis del determinismo económico. Los marxistas occidentales obviaron, evidentemente, aquello que había que obviar para que la propia realidad no se les viniera encima, aplastándoles las narices, pues eran profecías incumplidas y hechos contrarios a la realidad. Especialmente en la Europa occidental de la Guerra Fría, dos fueron las influencias seleccionadas para producir un marxismo ideológico que reuniera esos dos requisitos de no identificarse con la U.R.S.S. ni con la revolución, y no esperar a que la base o infraestructura económica se transformara para implantar el socialismo. La primera influencia fue la de Antonio Gramsci, y la segunda la de la Escuela de Frankfurt.

De Antonio Gramsci se toma la idea de hegemonía. El filósofo italiano analizó la "totalidad social", esto es, la sociedad capitalista en la cual el Estado no era, simplemente, una suerte de "comité de empleados al servicio del Capital", sino un organismo mucho más complejo que hace que el Capital garantice el consentimiento y la aceptación del pueblo, siendo el Estado, antes que otra cosa, un agente cultural y educativo, un adoctrinador. Si las fuerzas pro-capitalistas, liberales o conservadoras, habían logrado tanto consentimiento en la sociedad esto era, a los ojos de Gramsci, debido a la cooptación de intelectuales "orgánicos", pedagogos, artistas, escritores, así como gracias al control casi absoluto de la prensa, la escuela, la universidad, el ocio y el espectáculo. De cara a la ingeniería social, que es en el fondo lo mismo que el marxismo cultural, ese control es superestructural y garantiza la continuidad "básica" del sistema capitalista.

Gran parte de la izquierda occidental posterior a la Guerra Fría se volvió interesadamente gramsciana, esto es, "idealista". El control de las ideas, la transformación del hombre para una mejor y mayor explotación capitalista del mundo, que habrá de incluir la mercantilización del ser humano a través de varias fases -su barbarización, su animalización, su cosificación- se hizo más y más necesario para la extensión del programa capitalista de dominación mundial. Hubo un momento, en el siglo XX, en que se descubrió que una interpretación "idealista" del marxismo y una colaboración ideológica del sistema con los intelectuales del izquierdismo era lo más efectivo para proceder a un saqueo sin restricciones de la naturaleza y del ser humano, transformando en mercancía todo cuanto era posible imaginar. El capitalismo descubrió que era conveniente disponer de "superestructuras" izquierdistas.

La otra fuente del marxismo cultural es, por supuesto, la Escuela de Frankfurt. Una corriente mutante del marxismo que se volvió explícita en cuanto a intenciones de obtener un "hombre nuevo", especialmente en la versión del ideólogo Herbert Marcuse quien, haciendo mixtura entre el freudismo y el marxismo, profetizó un estado animalesco de la humanidad futura en el cual el trabajo (y todo cuanto para éste autor implicaba de represión, esfuerzo, abnegación, disciplina) quedaría superado a favor del "juego". Una infancia y adolescencia permanentes en un ser humano irresponsable, dedicado permanentemente al disfrute libidinoso. Los límites entre el juego, el trabajo y el sexo se difuminan en esta teoría, con lo cual la cultura humana se vuelve absolutamente viscosa, sin formas. Esa vida convertida en una fiesta adolescente perpetua es la promesa buscada y promovida desde todos los laboratorios de ingeniería social a partir de Marcuse y su mayo del 68. En las degradadas universidades y escuelas de Occidente, semejante alternativa venció sobre el sueño del "Paraíso Socialista" que, a fin de cuentas todavía contemplaba referencias al valor del trabajo y el sacrificio, defensa de la patria y exaltación de la familia. Por el contrario, la Escuela de Frankfurt y el freudo-marxismo de Marcuse pueden considerar que tales instancias fundamentales de la Civilización son "represivas". Así, para millones de jóvenes europeos y americanos a partir de los años 60 del siglo pasado, la lucha "contra el sistema" devino en una abstracta y ciega lucha contra la Represión, y no en una lucha contra las "insufribles" condiciones económicas que hacían que esos jóvenes estuvieran bien alimentados, matriculados en la universidad y guarecidos por los ingresos de sus padres hasta bien entrada la treintena.

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Lo significativo, para nuestro análisis, no es el por qué esos millones de jóvenes semicultos se acogieron a una ideología que, a fin de cuentas, les liberaba de cargas, obligaciones, una visión de la vida cómoda, "des-represiva" que consagraba la existencia del adolescente haciéndola ideal, perpetua y superior, garantizando su vigencia hasta la vejez en una utópica Sociedad del Bienestar ilimitada, "idealista", infantilmente alzada sobre las nubes como los castillos de los sueños y de los cuentos... Lo importante es otra cosa: el marxismo cultural como mutación ideológica, como anti-filosofía, que implica todo ello está llegando a ser el mecanismo de control de pensamiento de masas más eficaz y omnímodo de la historia pues él mismo provoca el consenso universal buscado. Perpetúa las relaciones de explotación entre países y entre clases sociales, siendo ciegos ante ellas, con la ventaja de que apenas quedan "marxistas auténticos" para analizarlas y denunciarlas. La esclavitud de millones de seres en nuestro planeta queda oculta, en cambio, bajo las demandas de feministas de clase media y media-alta con diplomas universitarios y vida "liberada" que piden cuotas de igualdad. La trata de niños o el comercio de armas en el globo, se oscurecen ante las manifestaciones a favor de la aberración sexual por parte de activistas millonarios o la declaración de los derechos humanos de los simios. La degradación de las condiciones laborales de las personas no tiene el mismo "sex-appeal" en el mercado de las ideologías y de la propaganda que los llamados "derechos de bragueta". Y suma y sigue. El marxismo cultural es la mayor mutación ideológica y la mayor nube negra y tóxica sobre las conciencias del hombre y la mayor trampa de la historia. Posiblemente, la mayor apuesta del capitalismo globalizado tendente a troquelar no ya sólo la sociedad, plegada a sus dictados, sino a troquelar y transmutar la propia naturaleza del hombre.

Publicado originalmente en "Naves en Llamas" (2018; nº 2,pps. 23-32)

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Le (tout) grand remplacement, ou l’Age de Fer

Mise en garde: sous ses airs rationnels, ce texte n’est qu’une digression de romancier sur un processus de décomposition-recomposition bien plus vaste qu’un «conflit de civilisations». Où l’on se demande si le remplacement des peuples n’est pas qu’un sous-produit du remplacement de l’homme en soi…

«Répétez!», ou l’inversion homme-machine

Les entrepôts de la grande distribution sont énormes, mais l’espace y est optimisé au millimètre. A chaque nouvel arrivage, la machine affecte un emplacement libre défini par des coordonnées numériques. L’itinéraire des préparateurs dans ce dédale est optimisé lui aussi. Chaque pas compte. Les déplacements inutiles ou trop lents font l’objet d’avertissements.

Le journaliste «infiltré» chez Amazon en 2012, Jean-Baptiste Malet, a donné une description poignante de ce labeur qui éreinte et qui vous vide de l’intérieur. Cela rappelle furieusement Une journée d’Ivan Denissovitch, de Soljénitsyne, sauf que les forçats sont en théorie libres et que les miradors sont devenus virtuels. L’homme et la machine ont inversé les rôles: à elle la tête, à lui les muscles.

L’intégration biomécanique s’est rapidement étendue, mais non sans bugs. Le cariste reçoit l’ordre d’aller chercher tel objet à tel endroit et, comme dans l’US Navy, il doit répéter l’instruction pour prouver qu’il a compris. Mais le logiciel de reconnaissance vocale est encore dur d’oreille. «Répétez!» ordonne la machine. Il répète. «Répétez!» Il répète. «Répétez!» Il répète et répète jusqu’à ce que l’ordinateur comprenne. Il n’a pas le choix. (Nouvelle Revue du Travail, 1/2012) Cette voix synthétique est son seul interlocuteur. Le cariste avouera que rien ne le démoralise plus que cette spirale absurde de la répétition. Son travail est un cauchemar éveillé.

Chez Lidl, selon une enquête de Cash Investigation, «la voix synthétique égrène presque sans fin les ordres à exécuter sans la moindre perte de temps. Le salarié navigue ainsi entre les racks de l’entrepôt sept heures par jour. Et ce n’est pas tout. Le préparateur ne peut prononcer que 47 mots, ceux du langage homme-machine parlé dans les entrepôts de Lidl. Et pas un de plus!». Pour aider la machine à apprendre et à se complexifier, l’homme doit désapprendre et se simplifier. Il prépare ainsi, et il le sait, son propre remplacement. Comme les caissières, dans les supermarchés, qui expliquent aux clients comment employer les caisses automatisées qui leur voleront leur travail.

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Et quoi, nous dira-t-on? On les recasera ailleurs. Si cet ailleurs, d’ici là, n’est pas déjà occupé par d’autres machines… Dans certains secteurs, le remplacement est déjà effectif, en particulier les métiers dangereux. Aux robots démineurs succèdent les chiens d’intervention mécaniques actuellement testés par la police du Massachusetts. Avec leur allure de dobermans squelettiques, ils ressemblent encore, malgré tout, à de vrais cerbères. En matière de robotique, on pratique encore l’anthropomorphisme pour rassurer les masses. Et cela marche: le robot Pepper reproduit suffisamment de bonhomie et d’émotions pour être un compagnon convaincant et l’hologramme Azuma Hikari propose une épouse virtuelle bien moins contrariante qu’une femme de chair et d’os, par ailleurs souvent introuvable. Un baume pour le Japon, empire de la plus haute technologie et de la plus profonde solitude.

Mais ceci n’est que la façade familière d’un univers ésotérique qui s’éloigne rapidement des représentations connues. Visionnaire, Michael Crichton avait décrit dès 2002 dans La Proie les nanorobots en essaims. Une technologie qui peut soit «remplacer» les abeilles par des nanodrones pollinisateurs, soit constituer une arme inarrêtable, comme dans cette vidéo virale de 2017, Slaughterbots qu’il faut visionner jusqu’au bout pour se rendre compte qu’il ne s’agit (pour l’instant!) que d’un avertissement.

Lors de sa toute dernière intervention libre, en 2018, Julian Assange a parlé d’une «vile poussière intelligente» qui s’infiltrerait partout dans nos vies. Décrivant l’ampleur des collectes de données dont nous sommes tous l’objet, il a également prophétisé la transmutation du système économique consistant à «prendre le modèle du capitalisme de surveillance et le transformer en un modèle qui n’a pas encore de nom, un “modèle d’IA”. L’idée est d’utiliser ce vaste réservoir [de données] pour former des intelligences artificielles de toutes sortes. Cela permettrait de remplacer non seulement les secteurs intermédiaires… mais aussi le secteur des transports, ou l’on créerait de tout nouveaux secteurs.»

Sauf une chose: la technologie elle-même. Les technologies, c’est une vieille scie, échappent à leurs maîtres. En 2017, Facebook a dû tirer la prise de son système d’intelligence artificielle après que des «agents conversationnels» eurent créé leur propre langage inaccessible aux humains. Une prochaine génération de démons(1) informatiques finira bien par apprendre comment empêcher les humains d’accéder à la prise ou à l’interrupteur général.

Lorsqu’elle écrivait son mythique conte de science-fiction, Mary Shelley se doutait-elle qu’elle élaborait, avec Frankenstein, non une fantaisie gothique mais une feuille de route industrielle? Car il apparaît que la réalité de ces deux derniers siècles n’a d’autre souci que de concrétiser les visions des antiutopistes. Faut-il rappeler que le terme de robot vient d’un mot tchèque signifiant la corvée et qu’il apparut pour la première fois dans une pièce de Karel Čapek, R.U.R.?(2) Et que la révolte des machines est inscrite dans le scénario depuis le premier lever de rideau? De Čapek à Philip K. Dick, en passant par 2001 l’Odyssée de l’espace, l’hypothèse d’un développement maîtrisé de l’intelligence artificielle, voire d’une cohabitation équitable, ne fait pas partie des options crédibles. N’incriminons pas les machines (ce serait contribuer à leur humanisation): elles ne font que répercuter dans leurs algorithmes la folie des grandeurs des ingénieurs, qui malgré leurs digressions éthiques n’ont jamais su poser de limites à leur expérimentation. L’hybris de l’homme finit par contaminer jusqu’à la matière inerte. A l’origine, l’automate n’est qu’une pâte informe. Il ne fait que démultiplier l’étincelle que lui a insufflée son créateur.

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Au rebut, l’espèce défectueuse!

L’époque des grandes découvertes et des grandes inventions est révolue. Elle fait place à l’ère technologique, c’est-à-dire aux travaux pratiques. Jusqu’au XIXe siècle, le défi aura été de remplir les dernières zones blanches de la mappemonde — et les Européens s’y sont employés avec un zèle sacrificiel. Au XXe, sitôt la terre circonvenue, nous avons commencé de lorgner vers la nébuleuse d’Andromède. Entre le premier homme dans l’espace et le premier pas sur la Lune, il ne s’est écoulé que huit ans. Mars était déjà là, à portée de main… puis, soudain, tout s’est arrêté! Pour l’essentiel, la conquête de l’espace se résume désormais à encombrer les orbites basses avec un appareillage d’observation, de géolocalisation ou de télécommunication orienté vers… la Terre. L’énergie d’expansion humaine s’est inversée, elle est devenue nombriliste. Elle s’est tournée vers un arraisonnement(3) de plus en plus intense du matériau disponible (humain compris) sur la planète mère.

Au XXe, on a percé les secrets de la matière pour immédiatement les astreindre au service militaire, puis au servage industriel, celui-ci découlant de celui-là. La Science désintéressée est bien morte(4), étouffée par la contrainte de l’exploitabilité immédiate. Dans ce bac à sable, les techno-savants infantilisés s’en donnent à cœur joie, le nez collé au guidon d’une compétition démentielle. Oubliés, les idéaux de perfectionnement de l’humanité qui ont animé la recherche depuis la Renaissance, sauf d’une manière pervertie dans la rêverie fascisto-frankensteinienne du transhumanisme façon Silicon Valley.

Aussi la tribu des technologues s’emploie à démontrer les limites de l’humain «naturel», son caractère désespérément défectueux. Arriéré, coupable de tout y compris du réchauffement planétaire, l’homme n’est plus que l’espèce de trop, tout juste bonne à être confinée, décimée ou supprimée. A chaque nouveau pas vers notre remplaçabilité, les avant-gardes scientistes dansent et jubilent(5). Le champion du monde de go jette l’éponge devant les machines? Merveilleux! Les émotions les plus nobles sont réductibles à des éruptions hormonales? Extraordinaire: on peut donc les reproduire! Au bout du chemin rêvé: l’hybridation homme-machine, réservée aux avant-gardes. Mais pourquoi l’intelligence artificielle, devenue autonome, leur accorderait-elle cette faveur?

L’Age de Fer

Sans aucun égard aux gesticulations des mouvements dits «verts», le bétonnage de la planète va bon train. Ces prochaines années, selon les données fournies par l’Association internationale des tunnels et de l’espace souterrain, 1000 tunnels devraient être construits de par le monde pour un investissement total de 680 milliards d’euros. Mille tunnels! Alors que nous nous plaignons d’en avoir déjà trop! Et pourquoi? «Leur objectif vise à faciliter les échanges commerciaux et les déplacements voire à acheminer de l’eau vers des contrées désertiques.»(6). C’est le voire qu’on apprécie dans cette phrase. Et l’on imagine la destination de ces contrées désertiques éventuellement reverdies: agriculture intensive ou infrastructures pour de nouvelles villes. Et pour alimenter cette explosion de voies de communication, et donc de déplacements, où puisera-t-on l’énergie? Tiens, par exemple au large de la Norvège, où l’on vient de découvrir encore un gisement de pétrole «mammouth». Devant des «avancées» aussi gigantesques, la conscience écolovertueuse des jeunes Scandinaves à couettes se tait.

A partir d’un certain degré d’amplitude, la dévastation environnementale devient simplement invisible. Le va-et-vient incessant des pétroliers et porte-conteneurs qui polluent, chacun, comme des millions de voitures? Inattaquable: c’est un pilier de la mondialisation, qui permet à la Chine d’organiser le «Black Friday» toute l’année dans votre boîte aux lettres. La lutte contre l’hyperconsommation restera, il faut bien l’admettre, un sport de riches! Poutine oppose à l’écologisme bobo des Occidentaux l’argument imparable: «Vous qui avez colonisé la planète entière, qui êtes-vous pour interdire aux peuples en développement d’accéder au niveau de vie que vous vous êtes bâti sur leur dos?»

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Bref: à l’heure actuelle, et à un horizon visible, rien ne semble freiner la transformation de l’habitat humain en base lunaire climatisée, et ses habitants en humanoïdes truffés de capteurs et surveillés 24 heures sur 24. Ni les clameurs hystériques des activistes verts, ni la sinistrose des collapsologues, ni l’optimisme des ingénieurs qui nous proposent le développement comme seule solution viable au développement. Aucune force crédible, où que ce soit, ne prêche un aménagement de la planète réaliste et concerté. Pour la société technologique, la nature n’est qu’une tribu d’Indiens. Si elle doit survivre, ce sera dans des réserves.

Mais l’on peut aussi envisager ce processus sous un tout autre angle, réservé aux hallucinés de la science-fiction — qui, on l’a vu, ont le malheur parfois de tomber juste. Et si notre dénaturation de notre environnement n’était pas un saccage mais au contraire une gestation? Si, en sciant notre branche, nous étions en train de bâtir le nid de nos successeurs? Un nid douillet, fait de béton armé, de voies de communication, de relais et de câblages, pour une espèce mécanique qui n’aurait besoin, pour se reproduire et se réparer, ni d’eau, ni d’air, ni de verdure, mais uniquement d’énergie et d’une température modérée. Ainsi que, dans sa phase incubatoire, d’une espèce hôte, suffisamment inconsciente pour lui servir de sage-femme?

Car qui peut se passer de l’écosystème terrestre, hormis quelques organismes primaires? Les machines. A la différence du pétrole, les énergies dites «renouvelables» — eau, vent, lumière — ne nécessitent pas elles non plus de vie organique. Un jour, les derniers humanoïdes planqués dans les cavernes penseront peut-être à cette notion de «renouvelable» avec une sinistre ironie. Elle signifiera le règne éternel du grouillement cybermécanique.

En d’autres termes, se pourrait-il que la relation de paternité entre nous et l’intelligence artificielle soit en réalité un peu biaisée, sinon inversée? Et si la «vie» ne se limitait pas au monde organique? Si une «forme d’activité autoreproductrice» avait choisi notre planète et notre vaniteuse espèce comme pépinière pour une de ses colonies? Si nous étions, justement maintenant, en train de langer et d’allaiter des bébés monstres qui se débarrasseront de nous une fois notre mission accomplie, comme la pauvre fourmi zombifiée par son champignon parasite? Déjà, avec la propagation de la pensée binaire(7), nous intégrons leur langage aussi vite qu’elles intègrent le nôtre.

Cette vision évidemment arbitraire et paranoïaque aurait au moins l’avantage d’expliquer le comportement somnambule des élites économiques, qui traitent cette planète comme si elles disposaient d’un environnement de rechange. Il n’y a pas de rechange, pas d’autre planète en vue, juste le comportement suicidaire d’une espèce parasitée. «Il y a quelqu’un dans ma tête, mais ce n’est pas moi», annonçaient les Pink Floyd en 1973 déjà, dans cet album mystérieux et insondable, The Dark Side of the Moon.

 

NOTES
  1. 1) Les daemons sont ces obscurs microprogrammes qui accomplissent dans votre ordinateur les humbles mais indispensables tâches routinières, exactement comme les diablotins infernaux qui entretiennent la flamme des chaudrons dans les fresques médiévales.

  2. 2) Voir «Robot, dystopie et jardinage» du Cannibale lecteur, Antipresse 177).

  3. 3) Traduction (approximative) du concept de Gestell ou de Heidegger. «Le règne du Gestell est universel et son ambition planétaire, son champ d’expansion dépasse la production d’engins sophistiqués, dépasse aussi la science, va jusqu’à “encercler, la culture, les beaux-arts, la politique, tous nos discours, savants ou triviaux, tous nos rapports aux choses, toutes les interactions humaines”. »

  4. 4) Selon l’épistémologue William Briggs, «la Science et morte et ce qui demeure n’est plus que le pouvoir à l’état brut». «William Briggs: COP21, cent milliards pour un chantier impossible», Antipresse 3 | 20.12.2015.

  5. 5) A ce sujet, la lecture du blog de recherche de l’EPFL est une source d’émerveillement inépuisable.

    1. 6) Cf. Liliane Held-Khawam, Dépossession, éd. Réorganisation du monde.
  6. 7) Roberto Calasso en propose un aperçu vertigineux dans L’innommable actuel, un livre essentiel qui sera bientôt présenté par le Cannibale lecteur.

  • Article de Slobodan Despot paru dans la rubrique «Le Bruit du Temps» de l’Antipresse n° 211 du 15/12/2019.

Remarques sur notre ploutocratie totalitaire

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Remarques sur notre ploutocratie totalitaire


« Non, il n’est pas le président des riches, mais des ultra-riches ». Un ancien président sur son successeur


Par Nicolas Bonnal

Source nicolasbonnal.wordpress.com

La France de base crève de faim pendant que Bernard A. pérore sur le génie de son prince-président (Branco parle très bien de leur symbiose) et déverse les milliards de ses fondations pour retaper en plastique fluo la flèche de Notre-Dame. Il est plus riche que dix millions de Français. Alors il peut leur faire la morale : ne sommes-nous pas dirigés par des ploutocrates humanitaires, par des bolcheviques milliardaires ? Relisez ce qu’écrit Trotski de son collègue l’assassin bolchevique Parvus : il veut devenir riche.

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Parvus entre Trotski et Lénine

Eh bien c’est fait. Notre situation c’est celle de la Russie sous Eltsine. Dix riches sont plus riches que dix millions ou trois milliards de zombies-système, et cela grâce aux banquiers centraux qui n’ont plus qu’à financer la milice, pardon la police.

Je cite Trotski :

Néanmoins, il y eut toujours en Parvus quelque chose d’extravagant et de peu sûr. Entre autres étrangetés, ce révolutionnaire était possédé par une idée tout à fait inattendue : celle de s’enrichir. Et, en ces années-là, il rattachait même ce rêve à ce qu’il concevait de la révolution sociale.

Et au cas où on ne comprendrait pas :

Ainsi s’enchevêtraient, dans cette lourde tête charnue de bouledogue, les idées de révolution sociale et les idées de richesse…

Debord disait que dans notre société les agents secrets finiraient terroristes. On ne le sait que trop.  Et les communistes ont fini milliardaires.

La société actuelle (France, Amérique, Allemagne, etc.)  est une dystopie folle, un dystopie de bande dessinée, installée depuis mettons 2007-2009. Jusque-là nous naviguions en mer connue avec des hauts et des bas, des avantages et des inconvénients, une autorité et une résistance. Depuis c’est Moebius – pas le ruban, la BD. On est en 2019 et la vision de Blade runner a gagné, moins la conquête spatiale (on se contente de la conquête mentale en abrutissant avec les vieilles armes de la radio-télé). C’est Tyrrell au sommet de sa pyramide et le populo métissé dans son climat déglingué en bas Nous sommes tombés dans l’horreur économique prophétisée par Rimbaud dans ses Illuminations (voyez mon texte sur Rimbaud et la mondialisation). Quelques milliers de personnes sont plus riches que huit milliards et les huit milliards n’ont qu’à consommer maigrichon et se ranger en bon ordre, sous la baguette féministe/tribale/écologiste et autre.

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Jack London

La tyrannie LGTBQ convient parfaitement à l’ordre milliardaire, un ordre milliardaire bâti à la fortune du pot par nos banquiers centraux frais émoulus de Goldman Sachs et consorts (quand ils n’en viennent pas, ils y retournent). C’est depuis le martyre des peuples qui se met en place sous la férule de féroces bureaucrates larbins et de milliardaires humanitaires. Un autre visionnaire avait décrit cette dystopie juste après Rimbaud, Jack London. Je cite à nouveau l’auteur de Croc blanc, qui dénonce cette conspiration milliardaire dont le but est de bien faire :

Le ciel et l’enfer peuvent entrer comme facteurs premiers dans le zèle religieux d’un fanatique ; mais, pour la grande majorité, ils sont accessoires par rapport au bien et au mal. L’amour du bien, le désir du bien, le mécontentement de ce qui n’est pas tout à fait bien, en un mot, la bonne conduite, voilà le facteur primordial de la religion. Et l’on peut en dire autant de l’Oligarchie. L’emprisonnement, le bannissement, la dégradation d’une part, de l’autre, les honneurs, les palais, les cités de merveille, ce sont là des contingences. La grande force motrice des oligarques est leur conviction de bien faire. Ne nous arrêtons pas aux exceptions : ne tenons pas compte de l’oppression et de l’injustice au milieu desquelles le Talon de Fer a pris naissance. Tout cela est connu, admis, entendu. Le point en question est que la force de l’Oligarchie gît actuellement dans sa conception satisfaite de sa propre rectitude.

Et comme je citais Rimbaud, voici une de ses illuminations transcendantes :

SOIR HISTORIQUE

En quelque soir, par exemple, que se trouve le touriste naïf, retiré de nos horreurs économiques, la main d’un maître anime le clavecin des prés; on joue aux cartes au fond de l’étang, miroir évocateur des reines et des mignonnes; on a les saintes, les voiles, et les fils d’harmonie, et les chromatismes légendaires, sur le couchant.

À sa vision esclave, l’Allemagne s’échafaude vers des lunes; les déserts tartares s’éclairent ; les révoltes anciennes grouillent dans le centre du Céleste Empire; par les escaliers et les fauteuils de rocs, un petit monde blême et plat, Afrique et Occident, va s’édifier. Puis un ballet de mers et de nuits connues, une chimie sans valeur, et des mélodies impossibles.

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Rimbaud

Si nos milliardaires se contentaient d’une deuxième centaine de milliards pour racheter la Patagonie, la Papouasie ou le Kamchatka… Mais non : ils veulent nous dresser, formater, cloner, remplacer ou nous anéantir, nous les crocs trop blancs, et refaire de la place sur une terre présumée surpeuplée ! Plus ils seront riches, méfiez-vous, plus ils voudront bien faire. Page de droite, le sac Vuitton, page de gauche, la guerre en Libye ou en province ; ils effaceront toute l’Europe pour y créer une réserve d’autruches du Klondike, d’aurochs des Carpates.
Ils sont comme ça.

Chesterton décrit le péril riche vers 1905 au moment où on finance déjà la destruction de la Russie, la mise au pas des Boers et où on prépare la création de la Fed en Amérique. Et cela donne (un nommé jeudi bien sûr, j’ai écrit dessus) :

Les pauvres ont été, parfois, des rebelles ; des anarchistes, jamais. Ils sont plus intéressés que personne à l’existence d’un gouvernement régulier quelconque. Le sort du pauvre se confond avec le sort du pays. Le sort du riche n’y est pas lié. Le riche n’a qu’à monter sur son yacht et à se faire conduire dans la Nouvelle-Guinée. Les pauvres ont protesté parfois, quand on les gouvernait mal. Les riches ont toujours protesté contre le gouvernement, quel qu’il fût. Les aristocrates furent toujours des anarchistes ; les guerres féodales en témoignent.

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G. K. Chesterton

A cette époque les milliardaires US sont déjà tout-puissants et veulent reformater le monde. Cela donnera les guerres mondiales et la Révolution russe. Le bordel ultime, c’est la société ouverte et son Talon de fer, et son anéantissement des peuples, et ses idées chrétiennes bien folles, et sa censure féroce. Soros fut célébré l’an dernier, Greta cette année, notre tête au bout d’une pique sera l’homme de l’année en 2020. Roland Barthes dénonce déjà dans ses Mythologies l’alliance, dans la presse féminine, du capital et des valeurs gnangnan/humanitaires devenues depuis terroristes. L’arme de destruction massive, c’était Marie-Claire.

De cela aussi j’ai déjà parlé. Je vais ajouter une réflexion sur ce socialisme des milliardaires grâce à l’économiste rebelle Charles Hugh Smith qui écrivait dernièrement, écœuré par la montée indécente et ubuesque des indices boursiers : « Un «marché» qui a besoin de 1 000 milliards de dollars en impression panique-argent par la Fed pour conjurer une implosion karmique attendue n’est pas un marché… »

Non, c’est un self-service pour renforcer les rupins humanitaires.

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Charles Hugh Smith

C.H. Smith dénonce donc le « Socialisme de la Réserve fédérale pour les super-riches. » Dans notre dystopie-oxymoron, on a à la fois le triomphe du bolchevisme culturel et des super-riches. La ploutocratie totalitaire et sociétale qui enfonce ce monde en enfer a besoin des banquiers centraux pour imprimer, presser et oppresser des billets et des âmes.

Mais laissons parler le pro américain :

Un «marché» qui a besoin de 1000 milliards de dollars en impression panique-argent par la Fed pour conjurer une implosion karmique attendue n’est pas un marché : un marché légitime permet  la découverte des prix. Qu’est-ce que la découverte de prix ? Les décisions et les actions des acheteurs et des vendeurs fixent le prix de tout : les actifs, les biens, les services, le risque et le prix de l’emprunt, c’est-à-dire les taux d’intérêt et la disponibilité du crédit.

On vit dans un marché virtuel bon pour satisfaire Sylvestre et consorts à la télé en boucle : elle abrutit au-delà du réel, celle-là, fuyez-la, ne vous croyez pas plus fort que la matrice ; ce n’est pas qu’ils trafiquent ce qu’ils vous montrent, c’est que ce qu’ils vous montrent et commentent n’existe même pas. Alors ne discutez pas, et décampez.

Charles Hugh Smith encore, repris par l’inégalable Zerohedge.com :

Les États-Unis n’ont pas de marché légitime depuis 12 ans. Ce que nous appelons « le marché » est une simulation grossière qui obscurcit le socialisme de la Réserve fédérale  pour les super-riches : la grande majorité des actifs générateurs de revenus sont détenus par les super-riches, et donc toute l’impression de la Fed qui a été nécessaire pour gonfler les bulles d’actifs à de nouveaux extrêmes ne sert qu’à enrichir davantage les déjà-super-riches.

La bourse accélère le renchérissement de tout puisqu’elle oblige à baisser l’étau d’intérêt qui tue notre épargne (Lagarde s’en félicite !) et fait exploser l’immobilier et le reste. L’écologie démoniaque et malthusienne fait le reste du boulot : certaines villes finissent sans chauffage en Europe du Nord, la transition énergétique étant la destruction énergétique. De Villiers a bien parlé récemment de la destruction de nos paysages par les monstrueuses et donquichottesques éoliennes. Le Monde a révélé que ce sont les mafias qui les bâtissent.

Smith encore :

Les apologistes affirment que les bulles doivent être gonflées pour « aider » l’Américain moyen, mais cette affirmation est absurdement spécieuse.  La majorité des Américains ne «possèdent» presque aucun des actifs qui génèrent un revenu; au mieux, ils possèdent des véhicules à amortissement rapide, une maison qui ne génère aucun revenu et une police d’assurance-vie qui ne porte ses fruits qu’en cas de décès.

La folie de Powell et consorts est criminelle. Smith ajoute :

L’Américain moyen utilise la maison familiale pour se loger, et donc son prix actuellement gonflé ne fait rien pour améliorer le revenu du ménage: c’est de la richesse en papier, et nous avons déjà vu à quelle vitesse cette richesse en papier peut disparaître lorsque la bulle immobilière n ° 1 a éclaté. (La bulle immobilière n ° 2 glisse actuellement vers le bord de l’abîme.).

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La destruction de la bulle ne serait pas forcément mauvaise. C’est vrai du reste, en temps de crise les pauvres comme moi vivent mieux car les prix baissent ! Smith nous dit :

Si la découverte de prix légitime était autorisée, les bulles d’actifs éclateraient et l’impact réel sur le ménage moyen qui possède des actifs productifs de revenus essentiellement nuls serait minime. Leur maison surévaluée tomberait de moitié, mais comme elle sert toujours d’abri, l’impact économique réel est minime. En ce qui concerne les pertes de la compagnie d’assurance-vie – où est aujourd’hui l’avantage d’un «actif» qui ne paie que lorsque vous décédez ?

Smith ajoute sur ce sain marché :

Si le «marché» est si sain, pourquoi en panique la Fed imprime-t-elle plus de 1 000 milliards de dollars en quelques mois ? Veuillez jeter un coup d’œil aux graphiques ci-dessous: la Fed a imprimé 213 milliards de dollars pour le marché REPO et 336 milliards de dollars pour les achats d’actifs, en un clin d’œil, et la Fed a promis de paniquer encore 200 + milliards de dollars de REPO et 300 autres milliards de dollars d’actifs achats, pour un total de plus de 1 000 milliards de dollars en panique-argent-impression.

Il est possible du reste que l’éclatement de la bulle marché-LGTBQ-humanitaire ne serve qu’à renforcer le pouvoir mondialiste (hypothèse du désespéré Brandon Smith). Dans ce cas-là, il vaudrait mieux ne plus faire de grand pas en avant.

Tant que nous ne les effraierons pas, nous nous ferons tondre. Le devenir de la liberté dans ce monde aura été celui du devenir-mouton.

Mais ne désespérons pas…

Nicolas Bonnal sur Amazon.fr

vendredi, 20 décembre 2019

The 3,000-Year-Old European Social and Moral Code

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The 3,000-Year-Old European Social and Moral Code

The Iliad and the Odyssey can be read as a guide to common sense as well as a guide to cultural assimilation.

homere-buste.JPGEuropean culture formally began with the books of Homer. These European cultural stories were popularized in Europe approximately 3,000 years ago and then written down by the poet Homer about 2,700 years ago. One of the major themes in Homer is the concept of Xenia. Xenia defines the behavior expected from local European residents toward travelers, strangers, and even immigrants. Xenia also defines the behavior that is expected in return from these guests, these strangers in a strange land. The concepts presented in the Iliad and the Odyssey are considered the foundation of the European cultural tradition termed the code of hospitality or the code of courtesy.

The European tradition of Xenia was incorporated into the emerging Christian traditions in the 1st through 4th centuries. The tradition of Xenia has lasted far better in Eastern Orthodox European cultures than in Western Europe and the English speaking colonial nations. The Eastern Orthodox Church and the countries of Eastern Europe have struggled against many invasions by strangers for over a thousand years. There was the Tartar invasions, Muslim invasions, Roman Catholic inspired invasions and even Communist invasions inspired by the western banking cartels. Xenia remains an important cultural touchstone that is a useful tool in the preservation of European cultural norms. Nowhere in the study of Xenia does the concept of Xenophobia arise. There was no fear of the stranger. Strangers were expected to abide by the European social code defined by Xenia or they could expect to be beaten senselessly or simply killed for their transgressions.

The Iliad and the Odyssey can be read as a guide to common sense as well as a guide to cultural assimilation. In the Iliad we have the hubris and errors of youth presented that destroy great families and great nations. In the Odyssey similar subjects are presented on a more personal level. Odysseus, King of Ithaca, offended the Gods and found himself on a journey for ten years trying to get back home. The better part of the Odyssey can be seen as a study of good Xenia Vs. bad Xenia. The moral lesson of the Odyssey is don’t offend God and practice good hospitality.

So what is Xenia? Good Xenia is to treat a traveler as a guest and give them food, warm clothing if needed, sleeping quarters, protection, entertainment and perhaps a ride home. The guest is expected to return gratitude, courtesy, loyalty, an appropriate gift and then tell their story and revel who they are. It is considered in bad form to lie to make your story sound more impressive.

After the host has provided the guest with hospitality he may reasonably ask the guest who he/she is and what is the nature of their business. The general theory is that the guest could be God in disguise. God could be testing the character of the host to see if he/she has good moral character. If a person is a good host he/she avoids sinning and the resulting punishment and potential retribution of God.

A guest must never overstay their welcome or eat up all the food, or take advantage of the host, or be disloyal. The guest must not be violent or force sex upon women. The reward for bad Xenia is a severe beating or death. Generally speaking, any display of hubris will result in punishment from God. One of the worst things that can happen to anyone is to have the wrath of God fall upon him or her.

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In Eastern Europe these traditions of Xenia are less formal today than they were in earlier centuries, but they are still very much a part of the cultural norm. If you plan on visiting Eastern Europe or doing business there, it is important to study up on Xenia and to follow the general formula of Xenia. Some common traditions are to never eat the last piece of food. Never drink the last of the wine or beer or coffee. It is considered rude. If your host is poor it may place a hardship upon them. If you do business in Eastern Europe, put all your cards on the table. Always bring people appropriate gifts and bring food and drink to meetings. Always buy them the best meal you can reasonably afford.

If you think that you can behave in Eastern Europe like people do in New York City, guess again. If you think that cheating people proves what a cleaver businessman you are, you may get exactly what you deserve. Consider yourself fortunate if they only act like “thugs” and beat you up. You may well succeed in getting the best of an Eastern European in a business deal, but it is unlikely you will live to enjoy it. The reason can be explained in the 3000-year-old cultural tradition of Xenia. Western Europeans would be well advised to dust off their copies of Homer.

lundi, 16 décembre 2019

Michel Maffesoli : La « faillite des élites » ou bien plutôt « les tribus contre le peuple » ?

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Pierre Le Vigan:

Michel Maffesoli : La « faillite des élites » ou bien plutôt « les tribus contre le peuple »?

Politologue et sociologue, Michel Maffesoli décrypte depuis des décennies les mouvements profonds de notre société. Ses livres ne laissent pas indifférent.  La violence totalitaire, L’ombre de Dionysos, La contemplation du monde, Le temps des tribus (1988), … tous ont marqué une étape et un approfondissement de ses thèmes. Ses constats n’échappent pas à la subjectivité dans laquelle est pris tout sociologue. Les conclusions qu’il en tire sont elles-mêmes tributaires de ses jugements de valeur. Son dernier livre, la faillite des élites, devrait une fois de plus faire l’objet de polémique. Il le mérite. Exploration de ses thèmes, et analyse critique.

Le thème principal de Michel Maffesoli est, depuis des années, le déclin de la modernité. C’est ce thème qu’il reprend avec Hélène Strohl dans La faillite des élites, sous-titré La puissance de l’idéal communautaire (Cerf, 2019). Le thème, c’est l’agonie de la modernité. C’en est fini de la démocratie parlementaire, du républicanisme civique, des syndicats, qui « se contentent de défendre des privilèges on ne peut plus dépassés » – privilèges qui, en passant, me paraissent une goutte d’eau par rapport aux privilèges des hommes du Capital, mais qui retiennent, sans originalité excessive, l’attention de Michel Maffesoli.

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Selon le sociologue, ce sont toutes les catégories de la modernité qui s’effondrent : l’égalité, la raison, le progrès, les procédures formelles de validation du vrai.  Et on devrait ajouter : la vérité elle-même, et la justice sociale, tout ce qui n’est pas vérifiable à hauteur d’une communauté forcément restreinte, puisque c’est celle d’affinités choisies, les affinités électives. On remarque que les catégories qui disparaissent ne se superposent pas toutes ; certaines sont même antagoniques.  Les vertus civiques de la République, ce n’est pas tout à fait la même chose que la démocratie parlementaire, même si, sous la IIIe République, les deux choses se sont accommodées.

La technologie, nous dit Maffesoli,  devient une technomagie, favorisant la cristallisation des émotions. A la vie de l’esprit succède « la vie de tout le corps » (Miguel de Unanumo). A une élite déconnectée du peuple succède la mise en cause de l’élite par le peuple – et on arrive ici au sens du titre du livre. Le peuple se rappelle soudain qu’il est l’instituant, et que l’Etat n’est que l’institué. Il est temps, pense le peuple, de remettre les choses à l’endroit. Bien sûr. Mais précisément, ce que furent les Gilets jaunes, c’est une demande de politique, et ce qu’ils mirent en pratique, c’est le dépassement des petites communautés (les artisans, les femmes seules au RSA, les autoentrepreneurs, etc) au profit d’un mouvement fédérateur des différences, et largement d’accord sur  un point essentiel, et ce point est politique, qui est le référendum d’initiative populaire, qui est la revendication même d’un pouvoir populaire, c’est-à-dire d’un pouvoir arraché à l’oligarchie.

Résumons le constat de Michel Maffesoli, et d’Hélène Strohl : c’est la primauté de la vie sur le concept. La fin de la modernité, c’est de constater que la vie se débarrasse du concept, Le quod (le réel, la vie, le ‘’comment c’est’’) se débarrasse du quid (le concept, le ‘’ce que c’est’’). La modernité a dénié le sentiment d’appartenance. Elle a abouti à des « phénomènes communautaires paroxystiques et donc immaitrisables ». Il s’agit donc de montrer que « les communautés sont là », et que des élites aveugles ont tort de nier cette réalité ou de s’en inquiéter, ou de combattre ce phénomène. Tel est le thème du livre, et telle est sa thèse.

Qu’en penser ? Tout d’abord, le livre pose plusieurs problèmes de lecture. Ce ne sont pas des problèmes de style : il est  souple, léger, et parfois précieux : « La socialité est la caractéristique de l’entièreté de l’être en commun » peut se dire plus simplement « l’être humain est un animal social ». Inutile d’être précieux quand la langue vulgaire permet d’exprimer une idée, un concept. Comme disait Diderot : « hâtons-nous de rendre la philosophie populaire ». Ce n’est pas brader la philosophie que de la rendre la plus accessible possible.   

Un problème de lecture réside dans le choix de caractères d’imprimerie gris clairs, trop pâlichons.  Mais le problème principal réside – on s’en doute – dans la construction même du livre. Les auteurs passent de jugements de fait à des jugements de valeur. Les jugements de fait sont censés être neutres (telle pomme est rouge). Les jugements de valeur ne le sont pas (telle pomme est meilleure qu’une autre). En outre, nous savons que les jugements de fait peuvent être présentés d’une manière non neutre. Exemple : un verre dit à moitié vide est le même que celui dit à moitié plein, mais la tonalité de l’expression n’est pas la même. Le passage d’un registre à l’autre est donc une difficulté du livre. Ce n’est pas la seule.

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Il y a dans le livre plusieurs thèmes de niveaux différents. Il y a (1) une anthropologie. C’est celle qui affirme, à juste titre, que l’homme est un animal social, et même communautaire.

Il y a (2) une éthique, qui est qu’il faut s’accorder avec ce qui est. Cette éthique est ambigüe : il faut faire avec ce qui est, nous dit-on, certes, mais doit-on approuver pour autant tout ce qui est ? C’est aussi une éthique qui se veut une éthique de l’esthétique.  On peut se demander si elle n’est pas plutôt une éthique de la jouissance (pourquoi pas ? Mais cela pose la question de la disparition du juste et du bien du domaine de l’éthique. Dany-Robert dufour a écrit des choses très pertinentes sur le lien entre capitalisme et idéologie de la jouissance gratuite).

Il y a (3) une vision du monde contemporain : le paradigme  postmoderne (la communauté) aurait succédé au paradigme moderne (l’individu). Mais cette vision est-elle exacte ? Prend-t-elle en compte tout le réel ? Gilles Lipovetsky, qui n’est pas non plus un sociologue mineur, et Hervé Juvin, et bien d’autres observateurs ne souscrivent pas à cette analyse : ils estiment que notre société reste individualiste, sous des formes évidemment renouvelées depuis plusieurs décennies. Enfin (c’est le 4e point), les auteurs avancent une philosophie : « Les idées ne sont que la transcription des perceptions sensibles, des affects ressentis (…) » (p. 71). C’est la reprise des conceptions de David Hume. Nos auteurs auraient pu en dire plus sur cette épistémologie qu’ils font leur. Et qui est très aventurée et difficilement soutenable.

Les auteurs voient le monde contemporain  comme un grand tournant et une grande libération : libération des concepts, libération de la raison, libération du cogito individuel. C’est la grande braderie des concepts. C’est aussi l’adieu à Kant. Le phénomène se débarrasse du noumène. La vie se débarrasse des théories sur la vie.  Le réel se débarrasse des essences. Le sensualisme succède au rationalisme. Les catégories de la liberté et de l’égalité s’épuisent, au profit de liens choisis, et de valeurs choisies, ce qui pose un  problème : nous reste-t-il, en tant que Français, quelque chose en commun ?

Point crucial : le peuple se débarrasse des élites. Ou il essaie. Il s’en débarrasse mentalement. Il les laisse tourner à vide. [Mais nos auteurs ne voient pas que l’on ne débarrasse pas si facilement des élites. Elles continuent de mettre en place leur société postnationale et liquide]. La réalité sociale foisonnante reprend  conscience d’elle-même, et veut en finir avec les catégories d’ordre, de raison, de justice, qui descendent de l’Etat et des élites rationnelles vers le peuple. Un peuple assujetti devient enfin rebelle.  Les instincts reprennent le pas sur la raison. La nature et la surnature (les mythes, l’imaginaire…) prennent le pas sur le culturel et le social normé (les lois, le respect des normes, la convenance…). Ce qui est archétypal (les résidus de Pareto) prendrait le pas sur ce qui rationnel (les dérivations de Pareto), sur ce qui s’objectivise, s’explique, se justifie, y compris les idéologies se piquant de logique. Les dérivations, qui sont les idéologies modernes, sont en train de mourir. L’anthropologie profonde de l’homme, communautaire, aventureuse, jouisseuse, prend sa revanche sur la raison, triste, mécanique, prévisible, travailleuse (trop travailleuse), sérieuse (trop sérieuse).

Le plaisir de l’être-ensemble prime sur le devoir-être du vivre-ensemble. Les liens choisis priment sur les liens imposés, sur les cohabitations forcées, sur les relations transactionnelles, celles qui reposent sur un contrat juridique. Au contrat social entre individus, succède le holisme. La socialité précède l’individu. Le feeling supplante le rationnel, et le calculé. L’homme retrouve sa dimension animale, trop oubliée. L’être humain se rappelle qu’il est un être-avec-autrui, un être en compagnie. Le contrat social explicite cède la place à un pacte implicite, qui est celui des affects.

Le pacte (postmoderne) est fondé sur le consensus, tandis que le contrat (moderne) est fondé sur le compromis. L’écrit cède la place à l’oral. Le contrat était tendu vers le long terme, le pacte concerne le court terme, le présent. Et il concerne la tribu, ici et maintenant. Le présent remplace le projet tout comme il remplace le progrès. Même la sexualité change : on s’accouple moins, on se lèche davantage.

Il serait toutefois raisonnable de ne pas en faire trop. Que les tribus libertines et clubs échangistes « participent à la cohésion sociale », comme l’affirment nos auteurs (p. 144), c’est tout de même beaucoup leur prêter. Par principe, il est très bien que chacun puisse vivre ce qu’il a envie de vivre entre adultes consentants. Mais de là à en faire une opération de salut public de la cohésion sociale, c’est certainement excessif.  On aurait plutôt vu, dans ce rôle de facteur de cohésion sociale les retraités, souvent de milieu populaire, qui donnent gratuitement leur temps à des associations de soutien scolaire de quartiers HLM.

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Le bonheur postmoderne continue d’être décliné par les auteurs : le commerce des biens, le commerce des idées et le commerce amoureux se rejoignent et se fondent en un seul ensemble. A son petit Moi, l’homme préfère le bain dans une communauté, le « Moi commun », le « moi transcendant » dont parle Novalis, c’est-à-dire le moi qui nous porte au-delà du moi, la communauté comme immersion entre pairs. « La perfection n’est pas dans un ‘’moi’’  tout puissant, mais dans un ‘’nous’’ ouvert, en constante évolution ». C’est la communauté comme élargissement du soi.

L’individu n’étant plus seul, il n’est plus assujetti à un principe unique, incarné par l’Etat. C’est ce qu’Alain Bihr a appelé « le crépuscule des Etats-nations ». A l’Etat providence, vertical, succède une solidarité horizontale : co-location, co-working, co-voiturage, etc. Tout cela réjouit Maffesoli. Ce sont bel et bien le retour à des partages horizontaux, choisis, parfois fraternels. Parfois. Car il y a des exclus de cet Eden communautaire.  Le jardin des délices des uns peut être le jardin des supplices des autres. Et la jouissance des uns peut être cruelle, comme le rappelle Dany-Robert Dufour.

Les très pauvres, et en particulier les démunis en bagage culturel, ne bénéficient pas de tels outils, les co-ceci et autres uberisations plus ou moins marchandes, qui supposent maitrise de l’informatique, d’internet, de l’anglais basique. Ces coopérations horizontales entre pairs excluent, par principe, les non pairs, les isolés, et l’isolé n’est pas le cadre célibataire de centre-ville, c’est le retraité dans un village sans commerces, c’est le banlieusard d’un quartier difficile, c’est l’habitant de la cité Charles Hermitte à Paris, porte de la Chapelle, dans un quartier que tout le monde évite du fait de la présence de camps de migrants et de l’insécurité. La réduction de plus en plus nette des moyens de la politique sociale, et de l’Etat providence, qu’il serait plus juste d’appeler Etat protecteur (qui protège matériellement des accidents de la vie) laisse toute une part de la population, surtout française, sans aides, sans soutien, car, justement, tous n’ont pas accès aux solidarités horizontales, organiques. Les Français sont souvent plus désocialisés que les immigrés, dont la culture  traditionnelle inclut une fratrie élargie, des solidarités de village, etc. Nous sommes plus désocialisés car plus modernes. Déclin de l’Etat protecteur : pourquoi ? Bien sûr parce que la priorité de nos sociétés est le profit de grands groupes. Mais pas uniquement. Cette réduction des moyens de la politique sociale, surtout par rapport à l’explosion de la précarité, vient de l’immigration, car c’est elle qui rend inépuisables les besoins sociaux. La poursuite de l’immigration, c’est forcément plus d’insécurité sociale pour les Français, et pour les immigrés  les plus intégrés, c’est-à-dire ceux qui travaillent.

En ce sens l’Etat social, l’Etat protecteur a bien des défauts mais son principal défaut serait de ne pas exister, c’est-à-dire de laisser la place à la loi de la jungle de la société de marché. Et ce n’est qu’en recentrant cet Etat protecteur sur la base d’une préférence nationale, dissuasive de l’immigration, qu’il peut être sauvé, ainsi qu’en édictant des contreparties entre droits et devoirs. 

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Les auteurs de La faillite des élites, croyant faire un constat, disent des vérités, mais des vérités partielles, Ils avancent masqués. Ils ont un projet idéologique. C’est leur droit. Mais ce projet n’est pas affiché. Ils nous disent : à l’unité ontologique succède un pluralisme ontologique. « Tout coule. Rien n’est jamais à la même place. Mais le flot est incessant ». Pour être très concret, un pluralisme des valeurs succède à une unicité des valeurs, celles incarnées par la société et par l’Etat, garant de celle-ci. Une sorte de polythéisme vécu, pratique,  reviendrait, sans doute dans le prolongement inconscient du christianisme médiéval et du culte pluriel des saints, tant il est vrai, comme disait Joseph de Maitre, que le christianisme – on comprend qu’il s’agit ici du catholicisme – est un « polythéisme raisonné ».

Pour Maffesoli, l’Etat français est fondamentalement unitaire. Il est « monothéiste ». Mais l’auteur se trompe. L’Etat est devenu communautariste. Il n’est plus une unité. Ne croyant plus en la France, l’Etat n’est plus que le garant d’une « société inclusive », c’est-à-dire une société dans laquelle chacun vient avec sa culture, ses croyances, sa foi  mais n’envisage pas d’aller avec empathie vers le pays d’accueil, de marquer son affection (oui, il faut ici employer ce terme) envers la France et envers les Français. Ce pas vers la France, certains étrangers le font quand même encore, par exemple en donnant à leurs enfants un prénom français, mais ce pas est de moins en moins fréquent dans la mesure même où l’Etat, an nom du « respect des différences », ne fait rien pour l’encourager. D’où la panne de l’assimilation, devenue impossible quand la masse des étrangers est supérieure, dans beaucoup de quartiers, à la présence des Français de longue filiation, ceux qui constituaient encore, dans les années 1950, 95 % de la population, la France n’ayant jamais été depuis 1500 ans un pays de grande immigration. 

La France devient ainsi une superposition hasardeuse de « tribus », un collage maladroit entre différentes communautés, qui s’ignorent, dans le meilleur des cas, ou s’agressent, dans le pire des cas. Finkielkraut a parlé de « balkanisation » de la France. Comment lui donner tort ? D’où une question : cette France rêvée par Michel Maffesoli, la France des tribus, n’est-ce pas une France déjà là ? Celle dans laquelle nous vivons ? N’est-ce pas la France actuelle ?

Maffesoli voit cette France qu’il dit « heureuse » et qui celle de « petite poussette » de Michel Serres, autre optimiste de principe. Dans cette France « débarrassée » des idéologies, des récits, des systèmes d’explication du monde, voire de transformation des sociétés, on aborde sans « préjugés », et plus encore sans recul, les faits du présent sans les hiérarchiser. On se laisse balloter par les émotions, et terrorisé par la marche du progrès. Car la postmodernité n’échappe pas au culte du progrès. Ceux qui pensent que « c’était mieux avant », au moins dans certains domaines, sont toujours ringardisés. « On n’est plus au Moyen-Age… »

Il y a ceux qui sont « en retard », « arriérés » et ceux qui sont « dans la vague », dans le mouvement. « Il faut avancer » : c’est la phrase qui réconcilie les modernes et les postmodernes. Les modernes voulaient avancer vers une société du travail, ou vers une société plus juste, les postmodernes veulent avancer dans la décontraction, l’esprit « cool ».

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« Pas de prise de tête » est leur slogan. On passe du « dogmatisme doctrinal » à un pluralisme des opinions, nous dit Maffesoli. Ici, on s’interroge. Pluralisme ? Depuis plus de 50 ans, la liberté d’opinion n’a cessé d’être réduite par des lois, et tout autant par un journalisme-flic, dénonciateur, inquisiteur, qui somme untel de « s’expliquer », et de faire repentance pour une phrase trop spontanée, qui accuse un tel de n’être « pas clair » parce qu’il tient des propos nuancés sur des sujets où l’outrance est obligatoire, etc. Un trait d’humour à propos de l’obsession des violences sexistes amène Finkielkraut à devoir s’expliquer, lui aussi, à bien préciser que c’était de l’humour, un pas de côté pour parler avec un peu de distance de sujets « chauds ». Liberté d’opinion et d’expression à l’époque actuelle, en France ? C’est une plaisanterie que de croire cela.

L’homme et l’œuvre sont liés désormais dans une même réprobation. Doit-on interdire le visionnage des films de Polanski parce qu’il aurait abusé d’une jeune fille il y a quelques décennies ? Faut-il rééditer tout Céline ? Telles sont les questions qui sont « débattues ». Absurdité : car il n’est nul besoin de trouver l’homme Céline sympathique, pas plus que l’homme Matzneff, pour trouver leurs œuvres de qualité. Oui, le Taureau de Phalaris est un bon livre. Oui, en même temps, la complaisance vis-à-vis de la pédophilie est déplorable. Oui, lire Céline est nécessaire pour comprendre notre époque, oui, Céline était geignard, parfois odieux, et pas trés digne. Le talent n’excuse rien, c’est entendu, mais il faut toujours distinguer l’homme et l’œuvre.

Nous en sommes là, à l’heure de « l’envie de pénal » de tous contre tous, notre époque n’ayant pas peur du ridicule. On passe de la pensée qui descend des hauteurs universitaires au « gazouillement » des blogs et de twitter. Seulement, twitter, ce n’est tout de même pas du niveau des articles de  Chateaubriand, ou de Maurras (qui détestait le premier du reste).

Bien entendu, il n’est pas interdit de relever quelques aspects positifs aux relations telles qu’elles se mettent en place dans le monde postmoderne. La notion d’empathie, ou d’intropathie (connaissance de moi-même en tant que je suis affecté par autrui), supplante celle d’intérêt. Un exemple particulièrement intéressant est celui des groupes de pairs. Ce sont des groupes d’entraide dans lesquels une ou plusieurs  personnes étant passés par une problématique (alcool, drogue, autisme, dépression,…) et ayant trouvé des solutions aident les autres à cheminer dans le même sens de diminution d’une souffrance et/ou d’une dépendance pathologique. Ce peut être par exemple, des anciens alcooliques, des usagers de drogues engagés dans des pratiques de réduction des risques (de transmission de virus notamment), des anciens anorexiques, etc. C’est un exemple probant du passage de solidarités mécaniques (comme la redistribution sociale effectuée par l’Etat et les pouvoirs publics) à une solidarité organique (venant des gens eux-mêmes). Qu’il y ait chez l’homme des ressources émotionnelles (un « ordo amoris » dit Max Scheler) qui puissent à la fois l’ouvrir aux autres, et le mettre en correspondance avec un ordre divin, c’est une réalité. Mais elle ne peut suffire à assurer une solidarité entre tous, et à protéger les plus faibles, qui sont les plus désocialisés.

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Maffesoli en conclut que le « prétendu individualisme » est un fake (un trucage). C’est un « fake à l’usage d’histrions déphasés ». A l’individualisme aurait succédé une autre époque, celle des identifications multiples. Les identifications multiples, plurielles ne sont pourtant pas une nouveauté. Chacun est célibataire ou en couple, a une fonction professionnelle (on ne dit plus « un métier », ni une profession), a tel engagement, a telle passion, tel passe-temps. Bref, un ingénieur n’est jamais qu’un ingénieur, ce peut être aussi un homme à femmes, ou un homosexuel, un communiste, ou un identitaire, un chasseur, un grand voyageur, un amateur de bons vins, un calme, un nerveux, un sanguin, tout ce que l’on voudra. En même temps. C’est une banalité : chacun a différentes facettes de sa personnalité.  

Le constat de Michel  Maffesoli, c’est la grande migration des us et coutumes. Il  s’en réjoui. Nous avons quitté les eaux de la modernité pour entrer dans celles de la  postmodernité. En tout cas d’une certaine postmodernité, solidaire dans l’entre-soi, communautaire entre gens du même monde,  décontractée, « tranquille » (chacun connait l’échange « Ca va ? Oui, Tranquille »), apaisée. C’est le temps des bobos [mais on sait qu’il y a une autre postmodernité, qui est celle des Gilets jaunes, qui est celle de la colère spontanée du peuple].

« Non, ce n’est plus l’individualisme qui prévaut » est le titre d’un chapitre du livre. Si c’est le principe qui fait l’histoire, comme le pensait Karl Marx, c’est donc, avec la postmodernité, le principe postmoderne, celui des liens horizontaux,  qui fait une histoire postmoderne. C’est du reste l’unique point sur lequel  Maffesoli donne raison à Marx.

De fait, la fin de l’efficacité d’un principe marque son déclin. Et une époque est effectivement toujours déterminée par un principe, ou, mieux encore, un paradigme. De même, la fin d’une époque, c’est toujours la fin du principe qui l’a générée. Dans le monde postmoderne, ce qui est donné à la communauté est pris à l’individu. C’est la communauté qui devient la référence, l’individu, lui, est éclaté entre diverses identités. « Ne me demandez pas qui je suis et ne me dites pas de rester le même, c’est une morale d’Etat Civil, elle régit nos papiers »,  disait Michel Foucault (L’archéologie du savoir). Les identités sont de plus en plus multiples, elles deviennent floues et de plus en plus changeantes. Au-delà des identités, il y a des identifications, et il y a des « sincérités successives ». La conséquence de cela, c’est l’éclatement du moi. On passe du « je pense » cartésien au « je suis pensé » nietzschéen. C’est le motif de la pensée postmoderne connue aux Etats Unis sous le nom de French theory (qui était d’ailleurs moins une théorie qu’une mode intellectuelle).

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Le bricolage des mythes remplace le mythe du progrès. L’idéologie du progrès, le scientisme, le positivisme avaient amené à l’éclipse des images mythiques au profit des croyances en la science, amenant à des connaissances claires, précises, chiffrées des phénomènes. Jacob Taubes, dans ses deux livres qui évoquent Carl Schmitt (En divergent accord et La théologie politique de Paul), a noté que le mythe, qui parle au corps a été remplacé par la croyance en la science, qui parle à la raison. Selon Maffesoli, un mouvement de balancier nous ramène vers le corps, nous reconduit vers les sens, vers ce qui est incarné, plus que vers ce qui est prouvé (scientifiquement). Le même mouvement qui nous éloigne des progressismes nous éloigne des messianismes (juif, chrétien, musulman). Aux messianismes qui nous font miroiter une vie future parfaite, succède une sagesse qui renoue avec l’antique, avec Epicure et Lucrèce, et avec la Stoia (le Portique, l’école des stoïciens), et qui consiste à faire avec ce qui est, et à s’accorder aux autres tels qu’ils sont, et avec soi-même tel que l’on est (ce qui est sans doute plus difficile).

Il s’agit non seulement d’accepter, mais d’avoir plaisir de vivre dans la « fédération bruissante » (Maurice Barrès) de la communauté des hommes. Il s’agit de réévaluer le quotidien. Les tribus urbaines remplacent l’homme seul dans la foule. Les techniques qui avaient désenchanté le monde le réenchantent, en créant des lieux symboliques via internet. Et des liens à la suite des lieux. Les cybertribus « développent des pratiques communautaires qui peuvent être rangées sous la rubrique de l’immoralisme éthique » (morale et éthique étant le même mot dans des langues différentes, l’expression de Maffesoli est tautologique).

« Le néo-tribalisme postmoderne pourrait permettre une coexistence des appartenances au sein d’un même individu […] », écrit Hélène Strohl. Il permettrait que l’individu ne soit pas assigné à une seule identité. Ce n’est pas douteux, mais ce n’est pas du tout nouveau. L’identité professionnelle, par exemple, s’est toujours superposée à d’autres identités, ou identifications, religieuse, sexuelles, artistiques, etc. Toute la théorie de Ricoeur sur l’identité idem et l’identité ipsé, réunies dans l’identité narrative, explique cela. Ce qui est frappant avec Maffesoli, c’est que les communautés sont toujours là pour permettre à l’individu de s’épanouir. Qu’un individu soit un faisceau d’identités (culturelles, professionnelles, sportives, amoureuses, etc), cela n’est pas douteux. Personne n’y voit d’inconvénient, à une condition toutefois : il y a aussi des conditions politiques à l’épanouissement de l’individu. Et c’est là le grand impensé de Maffesoli. Or, ce n’est pas simple d’éviter la question du politique. Le court terme, qui est le plaisir de l’individu, peut être en contradiction avec le long terme, qui est la préservation d’un cadre de civilisation, et de repères culturels commun à toute une société, à toute une nation, qui, par définition, est une construction à long terme. Et c’est bien là le problème auquel se heurte Maffesoli. Du moins auquel il devrait se heurter, en toute logique. Mais il ne s'y heurte pas car il l’esquive. Il l’esquive car il n’aime pas la logique, et parce qu’il n’est pas frontal, en bon postmoderne qu’il est.

La condition d’existence des communautés choisies, affectionnées par Maffesoli, c’est la pérennité d’un certain cadre civilisationnel. La juxtaposition des communautés, cela ne marche qu’un temps. Cela ne marche plus quand la communauté nationale cesse d’exister. Nos auteurs nous disent qu’il faut accepter la coexistence de plusieurs appartenances. On peut évidemment être un bon Français et être attaché à son village natal, qu’il soit européen ou extra-européen. Mais que se passe-t-il quand les appartenances se disputent un même individu ? Ou quand ces appartenances se hiérarchisent de la façon suivante : la France pour les droits sociaux et les avantages, la patrie d’origine pour les affections ? Que se passe-t-il quand l’appartenance à la France n’est mise en avant que pour les avantages sociaux, matériels, le droit au logement, la gratuité des soins, etc, et que le moindre événement sportif dit que les attachements ne vont jamais à la France, voire sont dressés contre elle ? Chacun sait que ces cas ne sont pas rares. Et ils sont tout le problème de l’immigration.

Maffesoli explique que le postmoderne est le retour du prémoderne. C’est effectivement vrai. C’est le retour à une situation anténationale, avant les Etats-nations. Or, être Français, c’est, qu’on le veuille ou non, appartenir à une nation. A une nation politique. Que celle-ci ait vocation à intégrer une « Europe indépendante », comme disait le général de Gaulle, par la création d’une confédération préservant un certain art de vivre, ce que l’on appelle une civilisation, cela ne fait, pour moi, pas de doute. Encore faut-il ne pas revenir au temps des tribus et des allégeances féodales. Si elles préparent un Empire, c’est toujours l’Empire des autres. C’est la domination de notre pays par un Empire étranger qu’elles préparent. Une domination pas forcément physique, mais qui pourrait bien être mentale. Et qui peut être celle dont il est le plus difficile de se libérer.  

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Le pluralisme ontologique, ou tout simplement ce que Max Weber appelait le « polythéisme des valeurs » amène à ce qu’il ne soit plus possible de croire au Progrès – qui est par définition unique, comme un train lancé sur une seule voie. Le contraire du progrès n’est évidemment pas la régression, ou la réaction, bien qu’il soit nécessaire et sain de réagir : la réaction à un médicament veut dire qu’il fait de l’effet. Reste à savoir si c’est le bon effet.   Qu’est-ce que le Progrès ? Avec un grand P cela veut dire l’idéologie du progrès, et même la religion du progrès. Le contraire du Progrès, ce n’est donc pas la régression, c’est le sens des limites. Le contraire de l’idéologie du progrès, c’est de penser aussi aux dégâts du progrès, c’est de refuser la démesure (hubris). C’est le sentiment que le progrès ne peut être sans fin, qu’il ne peut être un mouvement vers toujours plus d’arraisonnement du monde, c’est préférer Alain Finkielkraut à Philippe Forget (et Alain de Benoist à Guillaume Faye). C’est se retrouver dans les idées de Jean-Paul Dollé plus que dans celles de Luc Ferry (au demeurant excellent pédagogue). C’est préférer  Robert Redeker à Michel Serres (d’un optimisme déprimant), et Sylviane Agacinski à Frédéric Worms (que l’on préfère en spécialiste de Bergson plus qu’en spécialiste de la bioéthique). Or, ce qui est très caractéristique de Michel Maffesoli, c’est que, se réjouissant de ce qu’il croit être un abandon de l’idée de progrès, il n’entre pas dans les débats évoqués ci-dessus. Ce qu’il refuse de penser, c’est que c’était mieux avant, en tout cas dans certains domaines : l’éducation, la civilité, la sécurité, le prix des logements par rapport aux salaires, la qualité de vie sociale, même et surtout dans les quartiers populaires, le contrôle plus léger dans tous les actes de la vie, auquel a succédé un flicage généralisé, l’élitisme républicain qui vaut mieux que l’ascension sociale parce que l’on est issu « de la diversité » [ce qui veut dire en clair que l’on n’est pas d’origine française]. C’était mieux avant dans tout ce qui compte pour les classes populaires, celles qui ne peuvent se protéger de l’ensauvagement des quartiers de banlieues.

Renversant la charge des responsabilités, Maffesoli estime que « l’islamisme est relié à l’absence de bienveillance [des pouvoirs publics] envers les religions de communautés immigrés ». Etonnante remarque. N’a-t-il pas vu les affichages « bon ramadan », pour la rupture du jeune,  sur les panneaux de Paris et d’autres grandes villes (et même une vidéo des joueurs du PSG !), ces grandes villes fiefs des « bobos », bastions du politiquement correct et de la pensée unique « diversitaire », et vivier de l’électoral Macron ? Ces grandes villes dont la plupart ne souhaitent à personne de « joyeuses Pâques ? Selon Maffesoli, il faut répondre à l’islamisme et aux autres extrémismes par… le relativisme, par exemple en leur laissant la possibilité de défiler. On croit rêver. Car s’il y a une différence entre l’islam et l’islamisme (je le crois, au sens où l’islamisme est un djihadisme), c’est bien que l’Islam est une religion et une civilisation (il faut alors mettre une majuscule : Islam), et si l’islamisme est autre chose, il est une volonté conquérante d’islamisation forcée. Nous savons cela. Il fut un temps où le christianisme aussi était expansionniste. Faut-il donc autoriser de telles manifestations islamistes ? Croit-on que cela ne nous mènerait pas tout droit à la guerre civile ? Nos sociétés ne sont-elles pas déjà excessivement relativistes ?

Exemple. Le respect de la possibilité de pratiquer sa religion est assuré en France, alors que ce respect n’a pas son équivalent dans les pays musulmans (être chrétien en pays musulman est souvent impossible), c’est déjà beaucoup, et c’est très bien comme cela. Nous acceptons une non réciprocité. C’est énorme. Et il faudrait aller encore plus loin, nous dit Maffesoli ? On rêve, ou on fait un cauchemar, car on sait comment se terminent les capitulations, par des capitulations encore plus grandes. Il serait encore mieux que notre tolérance  soit comprise comme un acte de générosité, et non de faiblesse. Ce serait folie que d’aller au-delà. La générosité deviendrait asservissement et masochisme.

Maffesoli cite justement, en l’approuvant, Goethe (Le second Faust) « la frisson sacré est la meilleur part de l’humanité ». Il faut donc proposer du sacré, de la mystique, de l’engagement passionné, qui est tout le contraire du relativisme, de l’extrême tolérance que propose Maffesoli. On ne répond à un plein – et l’islamisme est un plein, et l’islam tout court aussi – que par un autre plein. Certainement pas par le vide des valeurs d’un laïcisme pitoyable, certainement pas par un patriotisme mou, certainement pas par des incantations à une République en oubliant de dire que la république est admirable quand c’est la République française, et que n’avons que faire d’une république de nulle part.

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La fin de l’idée de progrès, c’est la fin de la Raison surplombante, et c’est la fin de la verticalité. Il s’agit désormais non pas de contracter avec l’autre (le contrat social), mais de le renifler, car si l’homme n’est pas qu’un animal, il est aussi un animal, affirment  les auteurs. Bien sûr,  personne de sensé ne dit le contraire. Du reste, c’est l’évacuation de l’animalité de l’homme qui a abouti à la bestialité (dans les camps de concentration), dit Maffesoli. Le point de vue est unilatéral. L’animalité est du côté du bien, la culture du côté du mal.  Mais la nature de l’homme, c’est sa culture. Quant à l’animalité, elle est non pas du côté du bien, mais au-delà du bien et du mal.

La modernité était selon Maffesoli marquée par la verticalité, la postmodernité est marquée par l’horizontalité. La modernité connaissait les religions, la postmodernité connait le sacral. Ou le reconnait à nouveau, comme avec les prémodernes Mais que dit Maffesoli de la place croissante de l’islam en France ? Ce n’est pourtant du sacral, c’est une religion au sens classique, avec ses rites. Silence de l’auteur sur cette contradiction entre sa théorie et ce que nous voyons.

« L’assomption de l’individualisme était l’essentielle spécificité de l’époque moderne », et la montée des communautés serait le signe de l’entrée en  postmodernité.  Mais de quelles communautés parle-t-on ? M. Maffesoli et Mme Strohl ne les voient pas comme une façon de rétablir des continuités, des permanences. Ce sont des appartenances éphémères, et ce ne sont pas toujours des appartenances. « Les communautés soulignent l’importance du nomadisme comme structure anthropologique indépassable ». Le nomadisme « est une structure anthropologique retrouvant une vigueur nouvelle » dans les moments de décadence (p. 167). En haut, le nomadisme des traders, d’un hôtel international à un autre, en bas, le nomadisme des migrants, des « réfugiés », vrais ou faux, des « mineurs isolés » dont on conviendra qu’ils sont rarement isolés, et souvent moins mineurs qu’ils le disent.

Que le nomadisme soit le principal vecteur d’une communauté retrouvée laisse pour le moins dubitatif. Ce fut certes le cas au Sahara, avec les bédouins, ou dans les tribus mongoles. Cela fait tout de même un certain temps que, en Europe, les communautés se forment sur d’autres bases.

Dans le même temps, Maffesoli manifeste sa sympathie pour les Gilets Jaunes. Ceux-ci représentent une forme de retour du lien social. Des gens qui étaient isolés (mais comme nous vivons dans une époque postmoderne, nous avions cru comprendre à la lecture de Maffesoli que les isolés n’étaient que des faux isolés ?) retrouvent le plaisir du lien social. Les  auteurs ont raison de saluer ce phénomène. Toutefois, on ne voit pas le lien entre ces nouvelles communautés que furent les Gilets Jaunes et le goût du nomadisme. Tout au contraire, les Gilets Jaunes témoignent du besoin de retrouver des repères, de ne plus se sentir étranger chez soi, de retrouver des stabilités et des ancrages. C’est tout le contraire du nomadisme qui caractérise les « bobos » urbains de centre-ville. Les communautés de Maffesoli sont des communions de circonstances. Les auteurs l’écrivent : « L’idéal communautaire est présentéiste ». Les solitaires « ne sont jamais isolés », croient savoir les auteurs (p. 154), car ils sont toujours en lien avec les autres, devant leur ordinateur, leur tablette, ou leur smartphone. Singulier optimisme. Combien de nos compatriotes vivent tristement de contacts virtuels déréalisants ? Ou d’une solitude complète. Combien de personnes agées que leurs enfants ne visitent jamais ? Au lieu de se pencher sur cette hypothèse comme quoi l’individu isolé serait toujours une réalité très répandue de nos sociétés, nos auteurs renvoient la critique de la vacuité de certains tribus à du ressentiment et à de la jalousie devant la « chaleur » du groupe. Eh bien oui, rollers, trottinettes et autres véhicules bizarres, aussi vite apparus que démodés, et encombrant les trottoirs, me paraissent participer du crétinisme à roulettes, dont la panoplie comporte généralement un casque, pour écouter sinon de la musique, du moins du « son ». De même, airbnb, blablacar et autres réseaux sociaux sont approuvés sans réserve par Maffesoli. Ils seraient une reliance. Ils « constituent la communion des saints postmoderne ». Rien que cela. On  n’est pas obligé d’être convaincu par cette formule dont l’inattendu n’implique pas une quelconque justesse.

mm-silence.jpgCertes, ces outils de partage de véhicules, ou de chambres, rendent à coup sûr bien des services, alliant l’intérêt financier à des contacts humains qui peuvent être sympathiques, bien que la plupart du temps, très superficiels. Mais nos auteurs oublient une caractéristique de tous ces réseaux. C’est la notation, ce sont les « étoiles » à affecter à chaque « partenaire », c’est la mise en ligne des « avis », ce sont les commentaires qui sont publics, etc. C’est la tyrannie de la transparence. Et alors que les auteurs critiquent les concours, ils font l’éloge des réseaux, qui impliquent un système de notation beaucoup plus inquisitorial que n’importe quel concours, une dictature de la transparence, intrusive, et plus injuste  que n’importe quel concours. Les réseaux sociaux ? C’est le grand panoptique. Faire leur apologie ? C’est tuer l’intimité, la pudeur, le quant à soi. Au profit des ego, du tank à soi.  

Les communautés postmodernes ne sont  pas non plus en tension vers quelque chose qui nous dépasse. Les auteurs voient les communautés comme résolument immanentes. Ils ont certainement raison de voir la condition postmoderne définitivement au-delà de tout péché originel. Reste que la fin du péché originel n’est pas la fin de toute verticalité. Elle ne devrait, en tout cas, pas l’être car aucun monde humain ne peut se passer de verticalité.   

Nous serions passés de la raison au corps, du calcul à l’instinct. Du devoir-être rigide à l’invention libre de soi.  De l’universalisme des droits de l’homme  au particularisme des droits des tribus. De la raison normée au bricolage des justifications, de la Morale unique à des morales par tribus, voire à des morales par situations, validées par des groupes d’appartenance restreints, et non par la société toute entière.  

Il nous faudrait nous réjouir de l’affaiblissement de la culture des « concours ».  Fort bien. Mais si les concours ne sont pas toujours la solution idéale, que mettre à la place ? Le copinage, les relations ? Nous savons que celles-ci jouent un rôle, mais n’est-il pas justement utile de limiter ce rôle par des concours ? On en arrive au thème de l’élitisme républicain, et on comprend ici que c’est justement ce qui n’est pas du goût de nos auteurs « postmodernes ». Et pourtant, qu’obtient-on quand on abandonne l’élitisme républicain ? M. Benalla et M. Castaner. A la place de M. Chevènement, ou de M. Peyrefitte. Ils ne sont pas dépourvus d’entregent. Est-ce le seul critère qui doit prévaloir ? Est-ce préférable à un vieux serviteur de l’Etat, qui aurait un peu plus de crédibilité ?  Quand Maffesoli oppose le katholon, c’est-à-dire tout simplement la totalité de ce que nous partageons à l’universalisme, en quoi cela nous fournit-il une solution ? La  mise sur le marché des idées d’un terme peu usité ne peut tenir lieu de solution. Car le bien commun à tous renvoie toujours à ce qu’est ce « tous ». S’agit-il d’une simple communauté d’affinités sportives, sexuelles, éducatives, etc ? S’agit-il d’une communauté de « gamers » ? De « traders » ? De LGBT ? Que ces communautés existent ne pose aucun problème. La socialité passe partout et cela donne des communautés, plus ou moins conflictuelles du reste, et cela est très bien ainsi. Mais ces communautés restreintes ne remplacent pas des communautés plus vastes. Dans les communautés postmodernes, il ne s’agit jamais de la nation, de notre patrie, puisqu’elle transcenderait toutes les communautés, et que nulle transcendance n’est admise dans le paradis postmoderne, le « seul et vrai paradis », celui de l’horizontalité infinie. 

mm-iconologies.jpgMais alors, qu’est-ce qui fait sens pour nous tous ? La réponse est que nous sommes devant un pur néant. Celui-ci ne peut que légitimer la déconstruction de tout Etat. Si rien ne nous rassemble en peuple, pourquoi un garant de ce rassemblement ? Mais si l’Etat n’est pas à lui tout seul le garant du bien commun, ni même l’unique élément d’un ordre public, il en est l’un des piliers. L’Etat ne doit pas être tout, mais il couronne le tout.  Déconstruire tout Etat, c’est sortir de l’histoire, en d’autres termes, c’est devenir colonisés, c’est devenir sujet de l’histoire des autres. « L’anarchie, c’est l’ordre sans l’Etat », disaient Elisée Reclus et P-J Proudhon. Mais quand règne, dans de nombreux quartiers, une forme d’ensauvagement, ce n’est le moment de supprimer l’Etat, dont l’une des fonctions essentielles est la sécurité du peuple, aussi bien la sécurité intérieure que la sécurité extérieure (on peut certes imaginer des « tribus » de sociétés privées de sécurité, et de gardes du corps, et d’ailleurs, elles existent déjà, mais la sécurité est alors proportionnelle aux moyens financiers).

Dans une optique purement communautaire, et en fait communautariste, ce que « nous » partageons ne renvoie qu’à de petites communautés qui ne font pas l’histoire. C’est-à-dire qu’elles subissent l’histoire. Il n’y a pas, ici, de troisième voie : l’histoire, on la fait, ou on la subit. La postmodernité que défend Michel Maffesoli, c’est encore la loi des frêres qui succède à la loi des pères. Les pairs plutôt que les pères. Mais c’est justement de cette mise à égalité que notre société meurt. Les pairs sont nécessaires. Mais les pères demeurent indispensables. Les pairs ne peuvent suppléer aux pères. Les apprenants sont mis sur le même plan que les professeurs, les conseils d’élèves doublonnent les structures d’adultes.  Au final, tout le monde étant responsable de tout, plus personne n’est responsable de rien.

Enfin, les pairs ne sont pas une invention de la postmodernité. Qu’était un syndicat ? Sinon un regroupement entre pairs. Que sont les Gilets Jaunes ? Sinon des pairs. Les Gilets Jaunes sont plus proches des mouvements de la modernité militante que de la postmodernité « cool » et sage et ludique. Par le simple fait qu’ils ont le sentiment clair des mensonges du pouvoir, les Gilets Jaunes ne sont pas postmodernes. Dans ce cas, ils ne croiraient à aucune vérité, donc à aucun mensonge. Dans le monde postmoderne, il n’y a plus de distinction entre honnêteté et malhonnêteté. C’est exactement cela qui créait le désespoir de Wittgenstein, le sentiment que l’honnêteté n’est plus possible intellectuellement dans un monde postmoderne redevenu antésocratique, tandis que, anthropologiquement, Wittgenstein se sentait hanté par la question de l’honnêteté.  

Les temps postmodernes ne sont plus à la croyance en la vérité. Ce qui amène la fin de la croyance en une justice, et en un bien commun. Le commun n’est plus que partiel : les usagers de trottinettes, la « communauté » blablacar, etc. Les tribus sont un moyen de développer du collectif sans politique. C’est-à-dire de laisser le pouvoir aux puissances d’argent. C’est pour cela que les fondés de pouvoir du Capital, qu’ils s’appellent Macron un jour ou Tartempion le lendemain les aiment tant.

Pierre Le Vigan                                

Michel Maffesoli et Hélène Strohl, La faillite des élites, 228 p., Lexio, 2019.

 

mercredi, 11 décembre 2019

La physique comme exercice spirituel chez Marc Aurèle

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La physique comme exercice spirituel chez Marc Aurèle

Nombreux sont les exercices spirituels dans la philosophie stoïcienne: méditation de la mort, prévision des maux, examen de conscience, regard d’en haut, concentration sur l’instant présent, contemplation de la nature, méditation de maximes, lecture, écriture, etc. La liste pourrait s’allonger encore, et j’ai eu l’occasion, au cours des dernières années, d’en présenter quelques-uns. Pour Epictète, il est nécessaire que le véritable philosophe mette en pratique le discours théorique, et cette mise en pratique du discours philosophique passe, précisément, par un certain nombre d’exercices spirituels. Pour bien comprendre le lien étroit entre discours et mode de vie philosophique, c’est-à-dire entre theôria et praxis, et pour comprendre comment le discours philosophique est mis en pratique par le véritable philosophe à travers les exercices, je prendrai aujourd’hui l’exemple de la physique[1], à partir de la lecture des Pensées de Marc Aurèle. Comment mettre en pratique la physique stoïcienne, et quels exercices proposent Marc Aurèle à cet égard ?

Marc Aurèle, empereur romain et philosophe stoïcien

Au livre X des Pensées pour moi-même, Marc Aurèle revient à plusieurs reprises sur les principes de la physique stoïcienne, rappelant non seulement à quoi correspond l’étude de la nature (phusis), mais montrant également comment faire de la physique un exercice à part entière, permettant au philosophe d’atteindre l’ataraxie, c’est-à-dire l’absence de trouble ou la tranquillité de l’âme, fondement du bonheur stoïcien. Le premier passage, tout en rappelant ce qu’étudie la physique, à savoir la nature des choses, rappelle l’importance de cette partie du discours philosophique :

« Le mime, la guerre, la peur, l’engourdissement, l’esclavage effaceront jour par jour en toi ces dogmes sacrés que tu imagines, sans les appuyer sur l’étude de la nature, et que tu négliges. Il faut tout voir, tout faire pour que, tout en accomplissant ce qu’exigent les circonstances, reste en même temps active ta faculté d’étudier et se conserve, de la science de chaque objet, une confiance inaperçue, mais non pas cachée. Quand pourras-tu en effet jouir de la simplicité, de la gravité, de la connaissance de chaque chose : ce qu’elles sont essentiellement, leur place dans le monde, la durée naturelle de leur existence, de quoi elles se composent, à qui elles doivent appartenir, qui peut les donner et les enlever ? » (Marc Aurèle, Pensées, X, 9)

La connaissance de la nature de chaque chose est essentielle pour la vie philosophique, et nécessite de la part du philosophe une étude de la nature qu’il doit prendre au sérieux. Plus encore, l’étude de la nature doit être un exercice quotidien. Pourquoi ? Qu’est-ce que la connaissance de la nature de chaque objet apporte au philosophe ? Qu’est-ce que la physique apporte au philosophe dont le but est d’atteindre le bonheur ? Marc Aurèle esquisse une réponse dans la pensée suivante, toujours au livre X :

« Acquiers une méthode pour observer comment les choses se changent l’une en l’autre ; fais-y continuellement attention, et exerce-toi de ce côté ; car rien n’est plus capable de produire les grandes pensées. Il s’est dépouillé de son corps, celui qui pense qu’il faudra sans délai abandonner tout cela en quittant les hommes ; il s’en remet à la justice en ce qui concerne ses propres actions, et à la nature universelle dans toutes les autres circonstances. Ce qu’on peut dire ou penser de lui, ce qu’on peut contre lui, ne lui vient même pas à la pensée ; il se contente de ces deux règles : agir avec justice dans ses actions présentes, aimer le sort qui lui est présentement attribué ; il laisse de côté toutes les affaires, tous les soucis ; il ne veut rien autre que marcher droit grâce à la loi, et suivre Dieu qui marche droit. » (Marc Aurèle, Pensées, X, 11)

Dans ce passage, Marc Aurèle précise que l’étude quotidienne de la nature, donc la physique, considérée ici comme un exercice quotidien, permet au philosophe de se détacher de son corps, et de manière générale, de tout ce qui ne dépend pas de lui (y compris « ce qu’on peut dire ou penser de lui, ce qu’on peut contre lui », c’est-à-dire le jugement des autres, et leurs méfaits contre lui), d’agir avec justice et d’accepter les choses telles qu’elles arrivent. Telles sont les « pensées » que produit l’étude de la nature et qui permet au philosophe de vivre de manière droite, c’est-à-dire de manière conforme à la nature. Le but de la physique, pour Marc Aurèle, est de prendre conscience de la nature des choses par l’étude et d’agir conformément aux résultats de cette enquête : « Qu’est tout cela [la physique] sinon les exercices d’un discours qui se rend compte exactement, d’après la science de la nature, des choses de la vie ? » (Marc Aurèle, Pensées, X, 31)

MA-p2.jpgIl existe plusieurs types d’exercices spirituels liés à l’étude de la nature, et donc à la physique. Pour Pierre Hadot, le premier exercice stoïcien qui permet de mettre en pratique la physique stoïcienne, c’est l’exercice qui consiste à « se reconnaître comme partie du Tout, à s’élever à la conscience cosmique, à s’immerger dans la totalité du cosmos » (P. Hadot, 1995, p. 211). C’est l’exercice du regard d’en haut, qui consiste à s’élever par l’imagination et considérer toutes choses dans la perspective de la raison universelle[2]. Regarder les choses humaines d’en haut, en prenant de la distance, c’est permettre de relativiser, de remettre toutes choses, y compris notre propre existence, dans le contexte plus large de l’ordre universel auquel nous appartenons, c’est considérer la petitesse de l’homme dans l’immensité de l’univers et la courte durée de notre existence comparée à l’histoire des hommes et du monde.

Quelques exemples de cet exercice du regard d’en haut tel qu’il est décrit et pratiqué par Marc Aurèle dans les Pensées :

« L’Asie, l’Europe, des coins du monde ; la mer entière, une goutte d’eau dans le monde ; l’Athos, une motte de terre dans le monde ; le présent tout entier, un point dans l’éternité. Tout est petit, fuyant, évanouissant. » (Marc Aurèle, Pensées, VI, 36)

« [Platon] ”Pour une pensée généreuse, qui contemple le temps tout entier et la substance entière, crois-tu que la vie humaine paraisse être une grande chose ? – Impossible, dit-il. – Donc elle ne verra dans la mort rien de terrible ? – Nullement”. » (Marc Aurèle, Pensées, VII, 35)

« Belle idée de Platon. Oui, quand on parle des hommes, il faut examiner aussi de haut les choses terrestres, les rassemblements, les armées, les mariages et les ruptures, les naissances et les morts, le tumulte des tribunaux, les contrées désertes, les diverses populations barbares, les fêtes, les deuils, les marchés, tout ce mélange et l’ordre qui naît des contraires. » (Marc Aurèle, Pensées, VII, 48)

« Tu peux t’enlever bien des obstacles superflus, s’ils dépendent entièrement de ton jugement ; et tu te donneras un champ très vaste, si tu embrasses par la pensée le monde entier, si tu penses à l’éternité du temps et au changement rapide de chaque être en particulier, si tu vois combien est court le temps qui va de sa naissance à sa dissolution, quel temps immense il y a eu avant sa naissance, quelle infinité il y aura après sa dissolution. » (Marc Aurèle, Pensées, IX, 32)

« Lucilla vit mourir Vérus ; puis Lucilla mourut. Secunda vit mourir Maximus ; puis Secunda mourut ; Epitychanos vit mourir Diotime ; puis il mourut ; Antonin vit mourir Faustine ; puis il mourut. Tout est pareil : Hadrien avant Céler, puis Céler. (…) Tout est éphémère ; tout est mort depuis longtemps ; de certains on ne se souvient même pas, si peu que ce soit ; d’autres se sont changés en personnages mythiques ; d’autres ont même déjà été effacés des mythes. Donc se souvenir que le composé qui est toi-même devra se disperser, ton souffle ou bien s’éteindre ou bien s’en aller et être transporté ailleurs. » (Marc Aurèle, Pensées, VIII, 25)

L’exercice du regard d’en haut, lié à la physique, c’est-à-dire à l’étude de l’homme, des choses et de l’univers tels qu’ils sont, permet au stoïcien de « regarder les choses avec détachement, distance, recul, objectivité, telles qu’elles sont en elles-mêmes » (P. Hadot, 1995, p. 316), sans être dans l’illusion, sans accorder une trop grande valeur à ce qui n’est qu’une minuscule partie de l’univers dans lequel nous vivons. Cette prise de conscience de soi et des choses qui nous entourent comme faisant partie d’un Tout qui nous dépasse, c’est cela la conscience cosmique, cette expansion du moi vers le Tout qui caractérise la philosophie stoïcienne, et qui s’exerce au quotidien par un certain nombre d’exercices comme ceux que pratiquent Marc Aurèle. L’objectif de ces exercices est de prendre conscience d’être un rouage du Tout, une partie de la Nature universelle, et d’être capable de dire, comme Marc Aurèle :

« Il t’est arrivé quelque chose ? C’est fort bien ; tout ce qui t’arrive vient de l’univers et dès le principe était dans ta destinée et dans ton lot. » (Marc Aurèle, Pensées, IV, 26)

« Quoi qu’il t’arrive, cela t’était préparé dès l’éternité ; c’est dans l’entrelacement des causes que, dès l’éternité, a été filée ton existence et ce qui t’arrive. » (Marc Aurèle, Pensées, X, 5)

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Vouloir que ce qui arrive arrive comme il arrive est le but avoué de l’étude de la nature. La physique, comme exercice spirituel, doit donc être quotidienne, afin de permettre au philosophe d’accepter chaque jour son destin. Se connaître soi-même comme partie de la nature permet en effet au philosophe d’accepter l’ordre de l’univers, de ne pas aller contre le destin mais d’y assentir, au contraire : « Le propre de l’homme de bien est d’aimer les dieux, d’accueillir les événements et tout ce qui lui vient du destin » (Marc Aurèle, Pensées, III, 16).

L’étude de la physique est un bon exemple du lien étroit qui existe, pour les stoïciens, entre le discours philosophique et la pratique d’un mode de vie philosophique. À la base de la physique comme exercice spirituel, on a un dogme ou un principe physique, par exemple la position stoïcienne concernant la Nature et la Providence, ainsi que la place de l’homme dans cet ordre universel (unité et rationalité de la Nature universelle, dont l’homme est une partie en tant que raison individuelle). Et par un certain nombre d’exercices pratiqués quotidiennement, le philosophe stoïcien peut mettre en pratique ces principes de la physique stoïcienne et intérioriser de plus en plus, dans ses pensées et dans son comportement, les principes de la physique. Ainsi, par l’étude de la physique, l’assentiment au destin lui permettra, petit à petit, de ne plus être troublé par les événements extérieurs auxquels il est confronté, et lui permettra d’atteindre l’ataraxie recherchée par la philosophie stoïcienne.

Notes

[1] Sur la physique comme exercice spirituel, voir P. Hadot, Qu’est-ce que la philosophie antique?, Paris, Gallimard, 1995, p. 316-322 et surtout P. Hadot, “La physique comme exercice spirituel ou pessimisme et optimisme chez Marc Aurèle”, in P. Hadot, Exercice spirituels et philosophie antique, Paris, Editions Albin Michel, 2002, p. 145-164.

[2] Sur l’exercice du regard d’en haut, voir P. Hadot, 1995, p. 314-316.


Crédits photographiques: Marc Aurèle, par gregory lejeune, Domaine Public; Morpho sp., par Thomas bresson, Licence CC BY; La Bataille d’Issos, par Altdorfer, Domaine Public; Hubble sees spiral in Serpens, par Nasa Goddard Flight Space Center, Licence CC BY.

Citer ce billet: Maël Goarzin, "La physique comme exercice spirituel chez Marc Aurèle". Publié sur Comment vivre au quotidien? le 19 février 2017. Consulté le 11 décembre 2019. Lien: https://biospraktikos.hypotheses.org/2706.

La magnanimité, à l’origine du péril européen ?

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La magnanimité, à l’origine du péril européen ?

par Jean de la Prairie

Ex: https://institut-iliade.com

S’il est une vertu qui dépasse les autres par sa beauté, sa hauteur, sa superbe, elle pourrait être la magnanimité. Apanage des princes, privilège des puissants, elle est l’expression du désintéressement de la force face à la petitesse.

Cette vertu, intimement européenne, fut possédée par de nombreux souverains. Attardons-nous sur la figure de l’empereur Marc Aurèle.

L’homme, s’il faut le décrire, usait de toute sa raison pour contrôler ses passions. À 12 ans seulement, bien qu’appelé à un destin hors du commun, il décide de revêtir le manteau de laine grossière des stoïciens et refuse toute autre couche que le sol dur et froid de sa chambre, souhaitant vivre en ascète philosophe. Devenu empereur, un de ses premiers actes est de nommer son frère Lucius également Auguste, alors que leur père a tout fait pour écarter ce dernier du pouvoir. Lucius, mou et frivole, vécut comme son père l’avait pressenti, en épicurien, laissant à son frère la charge incommensurable de l’immense empire. Marc Aurèle fermera continuellement les yeux sur les frasques fraternelles…

Une faiblesse, dira-t-on. Comment ne pas juger Lucius Verus Aurelius, Auguste décadent ? Comment surtout ne pas juger Marc Aurèle pour cet acte d’indulgence envers son frère ? N’y trouvons-nous pas l’origine de la faiblesse européenne actuelle, de cette empathie omniprésente pour les faibles et de cette indulgence envers la frivolité et le désordre ?

Marc Aurèle, le magnanime, se refusait de juger l’acte d’une personne. Bien ou mal, cela ne peut se définir que pour soi-même. Il fit ainsi preuve d’une grande indulgence et de patience envers ceux qui, à ses yeux, se trompaient. Il souhaitait les instruire pour les faire changer. Comment, une fois encore, ne pas faire un parallèle avec notre justice actuelle qui juge l’action d’un homme contre la communauté avec mansuétude à la moindre repentance éphémère et dans l’espoir naïf de sa conversion ?

L’empereur était très attaché à la notion de transformation : « Le monde est changement ; la vie, remplacement. » (Pensées pour moi-même, livre IV, § III). Par l’observation de la nature il défend l’idée du perpétuel changement. Inévitablement le fruit mûr pourrira, le jeune vieillira, la vie mourra. Il faut donc l’accepter, négliger la mort et vivre chaque jour comme le dernier. Certains n’y voient que l’excuse d’un faible assistant inexorablement et passivement à sa chute et sa disparition. Le raisonnement de Marc Aurèle ne justifie-t-il pas en effet celui de nos contemporains face à la disparition de l’homme blanc qu’ils jugent inéluctable ? De l’aveu d’une telle ligne de pensée, nous ne serons ni la première ni la dernière civilisation à disparaître. L’héritage stoïcien en devient délétère parce qu’il endort les consciences par toujours plus de fatalisme et l’homme bien-pensant en oublie l’instinct de survie.

Chère à Marc Aurèle, la recherche de la constance et de la retenue en tout permet-elle l’expression de la civilisation européenne, « peuple de poètes, d’artistes, de héros, de saints, de penseurs, d’hommes de science, de navigateurs, de migrateurs » ? Nul doute qu’être dépassionné, sans colère, sans émotion, sans désir, affaiblit ce peuple en affadissant sa conscience : Marc Aurèle, en promouvant la philosophie stoïcienne comme modèle de vie, aurait donc posé les bases de l’anesthésie de la conscience européenne face au désordre et à l’ambition de perdurer de siècle en siècle.

Pourtant, c’est faire procès un peu vite que de raisonner de la sorte. Attachons-nous d’abord aux faits historiques. L’Empire romain est à son apogée, la Pax Romana est de rigueur de la Perse jusqu’au mur d’Hadrien. L’accession au trône par Marc Aurèle fut marquée par la recrudescence des guerres aux périphéries de l’Empire. L’empereur guerroya contre les ennemis de l’Empire sans jamais remettre en cause le bien fondé de son action : « Le repentir n’est qu’un blâme qu’on se donne à soi-même d’avoir négligé quelque chose d’utile » (Pensées pour moi-même, livre VII, § X). Et force est de constater que pour lui la défense de l’Empire et de ses frontières est chose utile.

MApensees.jpgLes guerres se succédèrent, à peine la guerre (161–166) contre les Parthes (Perses) est-elle terminée, que les barbares menacent directement le nord de l’Italie. Il faut plus de cinq années (169–175) à l’empereur pour venir à bout de cette menace. C’est alors qu’une rumeur de la mort de Marc Aurèle conduit Avidius Cassius, gouverneur d’une large partie de l’Orient, à se proclamer empereur. Mais en juillet 175, celui-ci est assassiné et sa tête envoyée à Marc Aurèle. Ce dernier regretta sa mort, sûr de son repentir. Enfin, dès 177, Marc Aurèle doit repartir guerroyer sur la frontière danubienne où il y mourra (180).

Impossible donc de ne pas reconnaître en Marc Aurèle le modèle d’un grand européen. Il travailla incessamment à procurer la liberté à son peuple, par la simplicité, la douceur et la modestie (Pensées pour moi-même, livre VIII, § LI.), mais aussi, comme le témoigne sa vie, par la force lorsqu’il y fut contraint.

Il accepta son destin sans en désirer un autre, il y fit face chaque jour avec toute sa force et sa raison. « C’est pour faire œuvre d’homme » qu’il s’éveilla chaque matin, pour travailler à embellir « l’ordre du monde ». De même, Marc Aurèle insiste sur le caractère naturel d’œuvrer pour le bien commun. « Toute nature est contente d’elle-même lorsqu’elle suit la bonne voie […] lorsqu’elle dirige ses impulsions vers les seules choses utiles au bien commun. » Quelle leçon pour notre société moderne, et pour nous autres Européens ! Son action fut donc au service du bien commun car seul cela importe. Faire œuvre de bien commun aujourd’hui, c’est s’inscrire dans la lignée de Marc Aurèle qui défendait les frontières de son empire pour préserver la Pax Romana, la liberté et la justice. Notre civilisation européenne devrait donc réfléchir à redéfinir son bien commun, sa justice et sa liberté afin que ses enfants œuvrent chaque jour à les embellir.

Marc Aurèle ajoutait que « le moyen de faire avec gravité, avec douceur, avec liberté et avec justice tout ce que tu fais, c’est de faire chaque action comme si elle était la dernière de ta vie ». Plus de fatalisme comme nous le pensions au début de notre réflexion, mais de la grandeur dans l’acte ! En effet par là même, il insuffle à toute chose, même les plus petites, une grandeur exaltante. Il est loin le démon de l’anesthésie de la conscience car ne pas être soumis à ses désirs et ses passions n’empêche pas d’agir avec profondeur, avec la parfaite conscience que nos actes portent du fruit s’ils sont posés avec intensité et désintéressement. Le fruit est beau s’il œuvre pour le bien. L’ordre, la justice, la liberté sont les fruits exquis hérités de nos aïeux que nous transmettrons à notre descendance.

Au XVIIIe siècle, dans son Essai sur l’éducation morale de la jeunesse (intitulé « Les Beautés de l’histoire tirées des auteurs anciens et moderne de toutes les nations »), L. C. Morlet disait que « la magnanimité est l’amour des grandes choses, c’est un attachement inviolable pour le beau, le grand, le difficile et l’honnête. » Si Marc Aurèle est un modèle européen, c’est parce qu’il n’a eu de cesse de travailler à acquérir cette vertu en se remettant en cause chaque jour : « Souviens-toi que […] magnanime signifie pour toi la prééminence de la partie raisonnable sur les émotions douces ou rudes de la chair, sur la gloriole, la mort et toutes choses semblables. » Posons-nous donc également la question chaque jour quant à nos actes. Ainsi le rejet des actes inutiles et leur remise en question feront de nous des Européens, par l’attachement inviolable au beau à travers la recherche difficile de l’excellence.

Être européen, c’est accepter l’héritage de la pensée philosophique des Anciens, pensée qui, avant même le christianisme, porte en son sein la possible cause de sa destruction par ses ennemis. Elle se montre tendre, généreuse, pleine de compassion et d’indulgence. Nos adversaires l’ont compris. Mais la possible cause de sa destruction est aussi sa grandeur ! L’Européen raisonne, invente, se remet en cause, pardonne et se repent, admire et respecte ses ennemis pour tenter (toujours !) de s’en faire des alliés, certain que sa grandeur est le fruit de la liberté dans laquelle tous ses talents s’expriment.

L’Européen ne peut être libre qu’en prenant conscience de cette vérité ; sa force se déploie à partir de sa faiblesse. Tout comme Achille ne peut se séparer de son talon, qui est ce qui le définit, l’Européen ne peut se défaire de sa magnanimité. Mais il sait que sa survie nécessite de briser avec la plus grande fermeté une à une les flèches de Pâris, en usant de toute sa grandeur d’âme et de sa raison pour voir plus grand, plus loin, plus beau et tenter de s’en faire un ami.

S’il veut être lui-même, il lui faut être magnanime !

Jean de La Prairie — Promotion Marc Aurèle

Sources

  • Page Wikipédia Marc Aurèle
  • Marc Aurèle, Pensées pour moi-même.
  • Abbé de La Porte, L’Esprit des monarques philosophes, Amsterdam, Paris, 1764.
  • L. Morlet, Les Beautés de l’Histoire tirées des auteurs anciens et modernes de toutes les nations ou Essai sur l’éducation morale de la jeunesse, 1774. Disponible en édition à la demande.

vendredi, 06 décembre 2019

Ecology Viewed from the Right

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Ecology Viewed from the Right

Whatever its contemporary associations, the natural home of political ecology lies on the Right – not the false Right associated with the Republican Party in America, of course, whose conservatism is little more than a desperate and self-destructive attachment to the liberal principles of the Enlightenment, but what Julius Evola has called the True Right: The timeless devotion to order, hierarchy, and justice, entailing implacable hostility against the anarchic and disintegrating principles of the modern age.

However, while a commitment to ecological integrity has long been a mainstay of the European Right, in the United States it is typically regarded as a plank in the progressive political platform – part of its prepackaged offering of open borders, economic redistribution, and amoral individualism. The absence of any broad Right-wing consensus on environmental questions in this country is partially due to the fact that our mainstream conservative party, a tense coalition of Protestant fundamentalists and neoliberal oligarchs, has proven unable (or unwilling) to actually conserve most vestiges of traditional society. This includes the purity, wholeness, and integrity of our native land, which constitute a significant part of the American national heritage. Articulating a Rightist approach to ecology while exposing its subversion by the political Left therefore remains a necessary task, due to its invariably progressive connotations in this country.

My argument for the essential place of ecology in any program of American Restoration, as well as my ideas concerning the form it should take, will differ markedly from other well-known “conservative” approaches. It is not premised merely upon our duty to wisely conserve natural resources for future human use, nor upon the restorative power of natural beauty and recreation, nor is it a patriotic commitment to preserve the heritage of our native land. These have their place, but are subordinate to the ultimate principle of ecology rightly understood: that the natural world and its laws are a primordial expression of the cosmic order and accordingly deserve our respect. Recapturing the metaphysical and ethical outlook of the traditional world, and restoring a society in accordance with it, therefore demands a defense of the natural order from those who would seek to subvert it.

To begin, it is necessary to distinguish between the Right- and Left-wing variants of political ecology, which differ so greatly in their metaphysical foundations and political ramifications as to constitute two wholly separate approaches to ecological preservation.

Leftist or progressive ecology is essentially an outgrowth of Enlightenment ideals of liberty and egalitarianism, extended to the natural world. Progressive ecology comes in two guises. The most well-publicized is the elite, technocratic, internationalist version associated with the European Greens, the American Democratic Party, and myriad NGOs, international agencies, and celebrity advocates across the globe. When it is sincere (and not merely a power grab or a cross upon which to nail ecocidal white patriarchs), this variant of progressive ecology pins its hopes on clean energy, international accords, sustainable development, and humanitarian aid as the necessary means by which to usher in an ecologically sound society. Its symbolic issue is global warming, fault for which is assigned almost exclusively to the developed world and which can be defeated through regulations penalizing these nations for their historic sins.

The other version is more avowedly radical in its political prescriptions, and might best be understood as the ecological arm of the New Left. It finds its army among the adherents of the post-1980s Earth First! and the Earth and Animal Liberation fronts, as well as green anarchists, anarcho-primitivists, and ecofeminists; its tactics are mass demonstrations, civil disobedience, and minor acts of sabotage that are sometimes branded “eco-terrorism.” Activists subscribing to these views tend to reject civilization altogether, and work to combat its many evils – hierarchy, racism, patriarchy, speciesism, homophobia, transphobia, classism, statism, fascism, white privilege, industrial capitalism, and so on – in order to end the exploitation and oppression of all life on Earth. “Total liberation” is their rallying cry. Though drawing upon romantic primitivism and New England Transcendentalism, the philosophical foundations of Leftist ecology can be traced more directly to the ‘60s counter-culture, critical race theory, feminism, and the peace and civil rights movements.

Despite their ostensible commitment to natural preservation, both variants of Leftist ecology (for reasons discussed below) ultimately devolve into a fixation on “environmental justice” and facile humanitarianism, lacking the features of a genuinely holistic, integral ecological worldview. However, despite the apparently monolithic nature of American environmentalism, the progressive understanding of ecology is not the only one to take root in this country.

To many of its earliest prophets, such as the Romantic poets and New England Transcendentalists, as well as nineteenth-century nature philosophers and wilderness advocates, nature mysticism was the contemporary expression of a primordial doctrine, one that emphasizes natural order and a devotion to forces that transcend mankind. For men of the West, this ancient doctrine and its understanding of the cosmos are expressed, symbolically and theoretically, in the traditional Indo-European religions and their philosophical offshoots.

According to some proponents of this tradition, while primordial man – with his unfettered access to divine reality – might have possessed this wisdom in its entirely, when mankind fell from his early state, these ancient teachings receded into distant memory. They are dimly echoed in the traditional religious doctrines of the ancient world, such as the old European paganisms, Vedic Hinduism, and early Buddhism. Philosophical traces of this old wisdom can also be discerned in the metaphysics of the Pythagoreans, Neoplatonists, and Stoics.

While certain strains of Christianity have emphasized a strictly dualistic and anti-natural conception of the cosmos, this is not the only or even the predominant view. The more esoteric Christian theologians and mystics (largely Europeans influenced by their ancestral pantheism or Neoplatonism) have also regarded the natural world as an unfolding of divine reality, expressed in the theology of Franciscan and Rhineland mysticism, as well as the Christian Hermetism of the Renaissance.

Finally, to counter the development of Enlightenment liberalism, socialism, scientific materialism, and industrialism in the modern era, Romanticism and German Idealism offered a new artistic and philosophical iteration of the ancient holistic worldview, which later achieved its most radical expression in the anti-anthropocentrism of Nietzsche, Heidegger, and Robinson Jeffers.

Of course it would be an exaggeration to claim that all of these thinkers were proto-ecologists or, for that matter, even remotely concerned with the preservation of wild nature. The point is rather to understand how they all offer, in languages and concepts adapted to different cultures and epochs, a particular way of approaching one primordial truth: that the cosmos is an interconnected, organic whole, a natural order which demands our submission.

The fundamental metaphysical orientation of the traditional world, and therefore of the True Right, might be technically described as “panentheistic emanationism.” Simply put, there is an ultimate reality, a silent ground that contains and transcends all that is, known variously as God, Brahman, the Absolute, the Tao, the One, or Being. All that exists is an unfolding or emanation of this primordial oneness, from the highest deities and angels to material elements in the bowels of the Earth. While there is a hierarchy of being, all that exists has dignity insofar as it participates in this divine unfolding. Everything in the cosmos is an emanation of this transcendent reality, including all things on Earth and in heaven: the animals, the plants, the mountains, the rivers and seas, and weather patterns, as well as the biological, chemical, and ecosystemic processes that give them order and being.

This includes the race of man, which occupies a unique station in the cosmic hierarchy. Into the primordial oneness, the seamless garment that linked all other known creatures in their unbroken fealty to the natural law, human self-consciousness arose. Though partaking of the material form of other animals and “lower” orders of creation, mankind also possesses reason and self-will, introducing multiplicity into the divine unity. We find ourselves between Earth and Heaven, as it were.

On the one hand, this renders us capable of transcending the limitations of the material world and obtaining insight into higher levels of being, thereby functioning as an aspect of “nature reflecting on itself.” By the same token, unique among other known emanations of the Godhead, we are capable of acting out of self-will, violating natural law and setting ourselves and our own intelligence up as rivals to the Absolute. In addition, given our self-will, artificial desires, and unnaturally efficient means of obtaining them, humans cannot in good conscience pursue the purely natural ends of propagation, hedonism, and survival at any costs. To truly achieve his nature, to reintegrate himself into that primordial oneness from which he is presently alienated, man must transcend the merely human and align his will with that of the Absolute. Certain humans are capable of approaching this state: These are the natural aristocrats, the arhats, the saints, the Übermenschen.

Of course, given our flawed and fallen nature, most humans will remain attached to their self-will and material interests. Thus, while the religion of egalitarianism proposes a basic anthropocentrism whereby all humans are equal simply by virtue of being human, in the traditional doctrine this is negated by the fact of human inequality. As Savitri Devi observed, a beautiful lion is of greater worth than a degenerate human, given the lion’s greater conformity to the natural order and divine Eidos. For this reason, both traditional metaphysics and an ecology viewed from the Right require that we reject the sentimental humanitarianism of the modern Left, according to which each and every human life (or, indeed, non-human life, in the case of animal rights) has equal value.

An additional implication of this view is that, humans being unequal in their ability to approach the divine and to exercise power justly, social arrangements must ensure rule by the higher type. This is the essence of the tripartite Indo-European social structure; the caste system of priest, warrior, and merchant/artisan that formed the basis of traditional societies. The regression of castes characteristic of the modern world, the collapse of all traditional social structures and the enshrinement of democratic rule, does not truly mean we are self-ruled. It merely means that instead of being ruled by priestly (spiritual) or kingly (noble) values, we are ruled at best by bourgeois (economic) or at worst by plebeian (anarchic) values. The values of the bourgeois and the plebeian are invariably oriented towards comfort, pleasure, and acquisition, rather than transcendence or honor. The tripartite organization is therefore necessary in order to place a check on humanity’s most profane and destructive impulses, towards itself and towards the natural world.

The corollary to this outlook is a suspicion of the philosophical underpinnings of late modernity, with its unbridled reductionism, atomism, and purely instrumental view of man. Other sociopolitical implications follow.

Rightist ecology entails a rejection of both Marxist-Communist and neoliberal economics, the former for its egalitarian leveling and both for their reduction of man to a purely economic being. In addition to its toxicity for the human spirit, this tyranny of economics leads humans to regard the world not as the garment of God but as a mere standing reserve, a collection of resources for the satisfaction of human desires.

While advocating for technology that genuinely improves human life and lessens human impact on other species, the Right-wing ecologist rejects technology which encourages ugliness, hedonism, weakness, and feckless destruction.

While understanding the importance of cities as centers of culture and commerce, the Right-wing ecologist prefers the Italian hill town, attuned to the contours of the land, with a cathedral standing at its highest point, over the inhuman modernist metropolis or manufactured suburb.

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This ecology also entails an opposition to excessive human population growth, which threatens spiritual solitude, the beauty of the wilderness, and the space needed for speciation to continue. Quality and quantity are mutually exclusive.

Additionally, contrary to the “totalitarian” slur often employed against it, the True Right believes that difference and variety is a gift from God. Rather than viewing this as a categorical imperative to bring as much diversity as possible into one place, the right seeks to preserve cultural, ethnic, and racial distinctions. It should therefore also strive to preserve the world’s distinct ecosystems and species, as well as human diversity of race and culture, against feckless destruction by human actors (unavoidable natural catastrophes are another matter). As the world of mankind sinks into greater corruption, the natural world remains as a reflection of eternal, higher values, a unified whole unfolding in accordance with the divine order.

A possible objection bears discussion. All Indo-European beliefs, and indeed most traditional doctrines the world over, posit an inevitable end to this world. Whether it comes to a close with the Age of Iron, the Second Coming, the Age of the Wolf, or the Kali Yuga, most teach that this cosmic cycle must end in order to make way for a new one. This generally entails the destruction of the Earth and everything on it. How can this be reconciled with a Right-wing ecology, which posits a duty to preserve those vestiges of pure nature most reflective of the divine order? What, indeed, is the point, if it is all destined to be destroyed anyway?

First of all, this apocalyptic scenario is also a dogma of modern science, inescapably implied by its theories of cosmic evolution. Life on Earth will be destroyed, if not by some anthropogenic insanity then by the expansion of the Sun or the heat death of the universe. The difference is that the progressive ecologist has no abiding, objective reason to preserve the pristine and the authentic in nature beyond personal taste; no escape, in fact, from the jaws of complete subjectivity and nihilism. This is why progressive ecology typically devolves into a concern with social justice, when it is not merely a personal preference for pretty scenery or outdoor recreational opportunities.

For the ecologist of the Right, however, the end of all things human is no argument against living with honor and fighting dispassionately against the forces of disintegration and chaos. The Man Against Time may, in the long run, be destined to fail in his earthly endeavors, but that does not lessen his resolve. This is because he acts out of a sense of noble detachment – the karma yoga of the Bhagavad Gita, Lao-tzu’s wu-wei, or Meister Eckhart’s Abgeschiedenheit – whereby action flows from the purity of his being and his role in the cosmos rather than from utilitarian calculus or willful striving. Upholding the natural order demands that we defend its purest expressions: the holy, innocent, and noble among mankind, as well as the trees and wolves and rocks that were here before us, which abide in an unconscious harmony with the cosmic order to which man can only aspire.

In his commitment to live in conformity with the natural order and to uphold it against the arrogance of modern man, the Right-wing ecologist accepts the role of detached violence. Most environmentalist rhetoric one hears nowadays is couched in the effete verbiage of contemporary Leftism: rights, equality, anti-oppression, “ethics of care,” and so forth. In addition to its stronger metaphysical bent, the ecology of the Right also offers a more virile ecology, a creed of iron which disdains the technologization and overpopulation of the world because it leads to the diminishment of all life; which upholds the iron laws of nature, of blood and sacrifice, of order and hierarchy; and which is contemptuous of human hubris because of its very pettiness. It is an ecology that loves the wolf, the bear, the warrior, as well as the thunderstorm and the forest fire, for the role they play in maintaining the natural order; that wants to keep large tracts of the Earth wild and free, that cannot bear to see it rationalized, mechanized, and domesticated. It is ecology that disdains softness, ease, sentimentalism, and weakness.

The ecologist of the Right knows that “life in accordance with nature” is no Rousseauian idyll or neo-hipster imperative to “let it all hang out,” but demands stoicism, hardness, and conformity to a thousand stern laws in the pursuit of strength and beauty. This is a virile religiosity, an ascesis of action rather than mere personal salvation or extinction.

Seen in this light, ecology is a necessary feature in the restoration of traditional society. By “traditional” we mean not the free-market, family values, flag-waving fundamentalist zealotry that the term implies in twenty-first century America, but rather an outlook that is grounded upon the divine and natural order, which dictates that all things abide in their proper place. With respect to man and nature, this means that mankind must acknowledge his place in the cosmic order and his role as the guardian and self-awareness of the whole, rather than seeing himself as its tyrannical overlord. It demands the wisdom and introspection necessary to understand our role in the divine plan and to perform our duties well. It demands authenticity, recognizing the cultural and historical soil from which we emerged, and preserving the traditions and memory of our forefathers. This reverence towards the cosmic order demands that we respect its manifestation in the rocks, trees, and sky, whose beauty and power continually serve to remind us of the transcendent wisdom of the whole.

An earlier draft of this essay was published in Social Matter Magazine.

Article printed from Counter-Currents Publishing: https://www.counter-currents.com

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mercredi, 04 décembre 2019

Foucault, el neoliberal

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Foucault, el neoliberal

Ex: https://www.geopolitica.ru

Uno de los temas que está entrando a debate en los ambientes izquierdistas franceses es la cada vez más manifiesta afinidad existente entre el pensamiento de la denominada Nueva Izquierda, nacida en Mayo del 68, y el neoliberalismo económico. Hoy, este debate está empezando a caldear los ánimos y se puede decir que gira alrededor de la figura de uno de los gurús más importantes de la Nueva Izquierda: Michel Foucault. Gracias al trabajo de investigación publicado por varios de sus discípulos y críticos, hoy surge una nueva imagen de un Foucault menos izquierdista, o de extrema izquierda, y más bien apuntando en un sentido contrario: el de un apologista de la sociedad neoliberal y del capitalismo tardío. Realizando un examen de la obra de Michel Foucault, los sociólogos franceses Daniel Zamora y Michael C. Behrent, han mostrado una nueva imagen del famoso filósofo postmoderno, después de compilar una serie de estudios acerca de la influencia del neoliberalismo en el pensamiento de Foucault: su estudio titulado Foucault y el neoliberalismo, publicado por la editorial Amorrortu, resulta muy revelador. En una entrevista hecha por la revista Ballast, Daniel Zamora señala como al final de su vida Foucault mostró un gran interés por el neoliberalismo. “Foucault”, dice Zamora, “se sentía muy atraído por el liberalismo económico: el cual veía como una posible forma de gobierno menos normativa y autoritaria que la izquierda socialista y comunista que encontraba totalmente obsoleta. Veía al neoliberalismo como una opción “mucho menos burocrática” y “mucho menos disciplinaria” que la propuesta por el Estado social de postguerra. Imaginaba un neoliberalismo que no proyectaría un modelo antropológico sobre los individuos y que les ofrecería mayor autonomía frente al Estado” (1).

Este tema no deja de tener una profunda repercusión en el ámbito académico, pues la Nueva Izquierda francesa – convertida en el núcleo duro de la postmodernidad occidental – había sido cubierta con un halo de invulnerabilidad y reconocimiento acrítico de todos sus postulados. Muchos de sus autores han sido consagrados en las universidades y las academias como clásicos del pensamiento que son ineludibles, y los estudios hechos sobre ellos se hacen ya innumerables. Recordemos que bajo el rotulo de la Nueva Izquierda se agrupaban una serie de pensadores modernos, sobre todo franceses, que habían optado por una revisión sistemática de la herencia del pensamiento de la Modernidad Occidental y en la cual convergían autores como Félix Guattari, Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Lacan, Jacques Derrida, entre otros. Muchos de ellos optaron por una “deconstrucción” de la cultura occidental, la cual clamaban estaba llena de prejuicios, autoritarismo, exclusiones y disciplinas que habían producido un totalitarismo velado en las sociedades democráticas y liberales. A través de la revisión del aparato teórico de la modernidad, sus autores esperaban demoler ideológicamente semejante legado y preparar la llegada de una nueva libertad: la de un “cuerpo sin órganos”, una lengua sin contenidos, un mundo menos estructurado que podría finalmente ser considerado afín a una sociedad libre. Muchos de los autores de esta Nueva Izquierda habían sido disidentes de la Guerra Fría, identificándose como izquierdistas, pero detestando los regímenes del socialismo real, a los cuales consideraban demasiado autoritarios, y desligándose de cualquier herencia de la filosofía ilustrada, que resultaba para ellos demasiado dogmática. El ataque sistemático a las instituciones sociales, a las formas veladas de gobierno y poder, sin hablar de su provocadora actitud hacia el orden general de la Europa de la postguerra, convirtió a los representantes de la Nueva Izquierda en el objeto de un culto fetichista de las nuevas generaciones universitarias, sobre todo en las facultades de humanidades y filosofía, como los grandes exponentes de una izquierda anárquica e individualista. Hoy día es imposible no oír los nombres de alguno de ellos en los pasillos universitarios o siendo citados en revistas científicas de investigación como autoridades consagradas. Lo que no deja de ser un giro irónico para una serie de autores que se rebelaban contra la autoridad establecida. De hecho, las posiciones de muchos de los representantes de la Nueva Izquierda no pasaron desapercibidas, e incluso lograron llamar la atención de la CIA, que vio con buenos ojos la deserción de los autores de izquierda franceses, porque “ya no hay más Sartres, ya no hay más Gides”, sino que en su lugar se mostraban hostiles a la Unión Soviética y atacaban los presupuestos básicos del marxismo. Esto último despertó la simpatía de los organismos de inteligencia norteamericanos, quienes comentaban que «en el campo de la antropología», dice un documento de la CIA, «la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental» (2).

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Como recuerda el sociólogo Daniel Zamora, Foucault llamó a abandonar las luchas políticas y sociales, que habían perdido sentido en el Estado de Bienestar de la postguerra, y más bien proponía dedicarse a una “resistencia molecular”, donde fueran cuestionadas las grandes construcciones modernas y se disolvieran las masas homogéneas de la sociedad industrial. «En realidad», dice Daniel Zamora, «la idea de una revolución “molecular” descentralizada que pudiera conducir a grandes cambios se mostró poco realista, especialmente cuando se trataba de las relaciones económicas. Si se quiere entrar en una polémica, uno podría preguntarse por la relación entre esta visión con el neoliberalismo. “No olvides inventar tu vida”, concluía Foucault a comienzos de 1980. ¿Acaso no se asemeja mucho esto al mantra de Gary Becker de que nosotros debemos convertirnos en “empresarios de nuestro yo”?» (3). Y no deja de llamar la atención que precisamente esta convergencia entre el postmodernismo y el neoliberalismo alcanzara su mayor auge en las universidades norteamericanas, donde surgió precisamente el epíteto “postmoderno” y donde todos sus representas (Foucault, Deleuze, Derrida) alcanzaron un gran reconocimiento en vida. Zamora una vez más pone el dedo en la llaga y dice que resulta una empresa inútil «reconciliar a Marx con Foucault en alguna síntesis mayor, cuando de hecho al final de su vida Foucault “decidió deshacerse del marxismo”». Tampoco  puede alegarse que Foucault desconociera los primeros experimentos neoliberales en la política y la sociedad, pues él conoció muy bien la California gobernada por Ronald Reagan – quien por cierto destruyó el sistema de hospitales psiquiátricos del Estado federal, lo cual siempre fue uno de los grandes sueños de la anti-psiquiatría foucaultiana – y donde impartió varios cursos en sus universidades. En lugar de eso, Zamora recuerda la «profunda conexión entre el neoliberalismo como forma de gobernabilidad y la promoción, por parte de Foucault, de la invención de nuevas subjetividades. Lejos de oponerse, son dos ojos pares. Más abierto al pluralismo, el neoliberalismo parecía ofrecer un marco menos estrecho para la proliferación de experimentos de minorías» (4). Aquí cobra todo su sentido las palabras del filósofo francés Jean-Claude Michéa, para quien “Foucault es el complemento cultural del economicismo de Hayek, Friedman y Gary Becker”.

Todo lo anterior nos ayuda a explicar porqué algunos de los seguidores y discípulos de Foucault han terminado por convertirse en grandes defensores del capitalismo de mercado, mientras atacan de un modo inmisericorde los sistemas de pensiones, los servicios sociales y el Estado de Bienestar de la postguerra. Basta con citar a Beatriz Preciado, una de las representantes más radicales de la izquierda feminista, quien escribía en el periódico digital Libération que «no debemos llorar por el fin del estado de bienestar, porque el Estado de Bienestar es el hospital psiquiátrico, la oficina de discapacitados, la prisión, la escuela patriarcal-colonial-heteronormativa» (5). Por supuesto, este desmonte de las instituciones estatales está completamente de acuerdo con las políticas neoliberales promocionadas por grandes figuras del mundo de los negocios como Bill Gates o Georges Soros, quienes también se han convertido en grandes defensores de las políticas a favor de las minorías sexuales, el feminismo, amigos de la inmigración masiva y promotores del anti-racismo, mientras promueven la demolición del aparato estatal y su suplantación por un sector privado y una sociedad civil organizada que reemplazaría cualquier forma de poder público. Como ya había observado Marx, el capitalismo no es un sistema social conservador ni mucho menos: “La burguesía sólo puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de producción, y con él todo el régimen social… La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban… Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, todo lo santo es profanado” (6). Por lo que no resulta extraño que el gran capital financiero asumiera hoy el patrocinio de la nueva revolución de las relaciones sociales que se está gestando, siendo esta revolución íntimamente unida a las transformaciones del capitalismo y su concepción del individuo, que hoy pasa de estar basada en el naturalismo filosófico del siglo XIX al trans-humanismo que es promocionado por empresas como Google o filósofos postmarxistas como Toni Negri, para quienes la naturaleza eterna no existe sino que puede ser alterada por la biotecnología o la nanotecnología que hoy se está desarrollando.

No deja de ser interesante observar, como este nuevo capitalismo y neoliberalismo han impregnado la cultura de la izquierda. Una vez demolidos los últimos restos del socialismo real y conquistado el mundo por la globalización, la izquierda por fin se ha separado del comunismo y ha decidido conscientemente convertirse en el buldócer del capitalismo. Algunos intelectuales de izquierda como Nancy Fraser o Daniel Zamora han señalado esta contradicción. Nancy Fraser, por ejemplo, en su libro Las fortunas del feminismo ha mostrado como, poco a poco, el movimiento feminista ha abandonado todas sus reivindicaciones de izquierda, unidas al comunismo y al igualitarismo radical, para en su lugar adoptar el discurso del “empoderamiento femenino” planteado por el capitalismo neoliberal, cuyo modelo sería la mujer exitosa en la política y la economía, estilo Hillary Clinton o Margaret Thatcher (7). Otros, como Daniel Zamora han señalado que la postmodernidad foucaultina terminó por ser un antecesor directo de la Tercera Vía de Tony Blair y Anthony Giddens, convirtiéndose de este modo en un defensor de la globalización. Quizás esta impregnación cada vez mayor del socialismo por elementos liberales sea la causa del hundimiento de los partidos comunistas y la razón por la cual hoy día las clases trabajadoras votan cada vez más por los partidos identitarios de derecha, tanto en América Septentrional como en Europa. Una vez que la izquierda se unió al gran capital financiero y abrazó el liberalismo cultural, era inevitable que las clases trabajadoras, consideradas demasiado autoritarias y totalitarias, fueran atacadas y sustituidas por objetos de rebelión que chocaban con su sentido común. Resulta interesante anotar que ya en 1947, el comisario soviético y responsable del control ideológico de la cultura en Rusia Andrei Zhdánov denunciara en su momento este giró en la cultura occidental y de la izquierda francesa. Al comentar la obra de Jean-Paul Sarte en su curso Sobre la historia de la filosofía, Zhdánov señalaba como esta figura izquierdista de primera línea en Europa alababa el Diario de un ladrón del criminal homosexual Jean Genet: un libro que comenzaba declarando que su tema seria “la traición, el robo y la homosexualidad”, para finalmente acabar en la depravación y el nihilismo. Zhdánov vería en ello el desplome de la filosofía occidental, última consecuencia del cosmopolitismo burgués: la destrucción de toda moral y de relación social en defensa de las pasiones individuales y la estética. “Hoy”, escribía Zhdánov, “esas filosofías se presentan bajo una forma nueva, particularmente repugnante, reflejando toda la profundidad, toda la bajeza, toda la villanía de la decadencia burguesa. Los «souteneurs» y los criminales de derecho común en filosofía significan, evidentemente, el límite de la ruina y de la descomposición” (8).

Frente a este panorama, resulta bastante significativo que hoy esté apareciendo una nueva generación de autores izquierdistas que, distanciados de los medios de comunicación y exiliados de las academias, han comenzado a denunciar este devenir de la Nueva Izquierda, convertida para muchos de ellos en uno de los pilares centrales del sistema capitalista globalizado y defendida por un grupo de gurús intelectuales enemigos de las causas populares. Mientras Daniel Cohn-Bendit y Bernard-Henry Lévy – protagonistas de Mayo del 68 y grandes héroes de la izquierda libertaria – se dedican ahora a denunciar como fascistas todos los movimientos contestatarios – caso de los chalecos amarillos en Francia y el crecimiento de las olas populistas en el Primer Mundo –, otros han decidido regresar a las causas originales del comunismo y abrazar los movimientos populistas dirigidos contra el sistema. Este viejo estandarte ha sido alzado una vez más por autores como Jean-Claude Michéa, Constazo Preve, Diego Fusaro, Adriano Errigel y Kevin Boucaud-Victoire, quienes han decidido dejar de lado cualquier cooperación con la izquierda fucsia y multicolor para más bien plantearse la pregunta contraria y necesaria: ¿cuáles serán los presupuestos de la actual lucha contra el cosmopolitismo burgués como último elemento de la alienación sistemática de lo social y la cultura? Para esta izquierda populista, la lucha contra el capitalismo ya no puede pasar por el deseo deconstruccionista de la anarquía individual y el abandono de todo contenido social, antes bien se trata de una nueva contestación que pretende rescatar del olvido todo aquello desechado por la Nueva Izquierda en el transcurso del siglo XX.  Si la Nueva Izquierda abandonó el socialismo y afirmó, por el contrario, el libre mercado y la libertad individual a favor de proyectos individuales de “experimentación del yo”, la izquierda populista propone más bien “la síntesis entre las ideas de izquierda y los valores de la derecha en nombre del interés nacional”. Es decir, el rescate del “trabajo, la solidaridad, la defensa de los débiles, la comunidad” junto con “la familia, la patria, el Estado, el honor”, tal y como afirma actualmente el filósofo italiano Diego Fusaro (9).

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Esta nueva brecha, que pareciera estarse formando en la izquierda europea, nos pone frente a una disyuntiva: una defensa a ultranza de la globalización y el neoliberalismo, amparada en la postmodernidad como la ideología global de una multitud imperial sin rostro o contenido, o por el contrario la defensa de un nacional-populismo que se enfrenta al cosmopolitismo y reclama una defensa del trabajo frente al capitalismo financiero y de los valores nacionales frente al universalismo. Semejante división, sin embargo, recuerda a otra que ya había sucedido en el pasado, cuando la socialdemocracia y el socialismo moderado europeo había adoptado el programa del reformismo, dejando la bandera de la revolución y la lucha violenta al socialismo nacionalista, que se encarnó en el sindicalismo y los movimientos nacionales. Ante estos nuevos devenires políticos, la izquierda europea tendrá que enfrentar una disyuntiva que parece estarse transformando en una guerra civil en su interior.

Notas:

1. Entrevista a Daniel Zamora, “Peut-on critiquer Foucault?”, en la revista electrónica Bastiat, https://www.revue-ballast.fr/peut-on-critiquer-foucault/

2. France: Defection of the Leftist Intellectuals, en http://www.deigualaigual.net/cultura/2017/1222/braudel-le...

3. Entrevista a Daniel Zamora, “La résistence chez Foucault ne prend plus vraiment le visage de la lutte des clases”, en https://comptoir.org/2019/09/05/daniel-zamora-la-resistan...

4. Ibid.

5. Beatriz Preciado, “Nous disowns Revolution”, en https://next.liberation.fr/culture/2013/03/20/nous-disons...

6. Karl Marx y Friederich Engels, Biografía del Manifiesto Comunista, Editorial Mexico S.A., 1949, pág. 75-76.

7. Nancy Fraser, Las fortunas del feminismo, Traficante de Sueños, 2015.

8. A. Zhdánov, “Sobre la historia de la filosofía”, en http://www.filosofia.org/hem/dep/pce/nb024071.htm

9. Entrevista de Rafaele Alberto Ventura a Diego Fusaro, “Le cas Fusaro”, en https://legrandcontinent.eu/fr/2018/10/27/nous-avons-renc...

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lundi, 02 décembre 2019

Post-modernisme sociétal : enfer et damnation

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Post-modernisme sociétal : enfer et damnation

par Léon Camus

Ex: http://www.geopolintel.fr

C’est toujours la même chose, l’on cherche sempiternellement des explications pour justifier – comprendre dit-on – l’évidence, l’explicable en soi, chaque fois qu’un allumé (ou illuminé) surine allégrement des passants. Le 4 octobre 2019 ce sont des collègues de travail, mais d’autres fois ce sont des passants innocents… dans des transports en commun, ou des jeunes femmes attendant devant la gare St Charles à Marseille, des soldats en faction, un prêtre âgé officiant dans son église, bref n’importe qui, n’importe quand. Et toujours la même histoire et le même éteignoir. Le même sordide déni de réalité de la part de l’autorité publique. Affaire classée sans suite, direction l’hôpital psychiatrique d’où l’assassin ressortira au bout de six mois blanc comme neige, déclaré rétabli et ayant coupé aux Assises (certes une économie pour le budget de la Justice, que le citoyen lambada paiera néanmoins par un impôt de sang).

Les Romains jugeaient des actes bruts et non des intentions. Il est aussi vrai que nos lois, imprégnées de christianisme, distinguent avec plus de mansuétude l’acte fortuit, accidentel ou passionnel (perpétré sur le coup de la colère), par rapport au forfait mûri et prémédité. La question des circonstances atténuantes fut dès lors introduite à bon escient. Cela fut bel et bon mais une brèche était ouverte par laquelle s’engouffra à l’époque contemporaine, de façon catastrophique, toutes les dérives imaginables. Plus encore après l’avènement de ces lèpres de l’esprit que furent le marxisme, le freudisme puis le freudo-marxisme qui introduisirent après la lutte des classes, la guerre des races et des sexes jusqu’au pandémonium actuel avec pour conséquence peu visible - en accompagnement - la destruction de toute logique du réel qui s’est traduite notamment par la dislocation du droit.

Déchéance intellectuelle des pseudos élites

La déchéance intellectuelle de nos classes dirigeantes est affligeante au-delà de toute expression. Elle serait au fond plutôt comique si elle n’était à ce point tragique. On en veut pour exemple les propos du garde des Sceaux, l’échevelée Mme Nicole Belloubet, statuant que « ce n’est pas l’accouchement qui fait la filiation… [celle-ci étant] fondée sur un acte de volonté et un projet parental…[et] déconnectée de la vraisemblance biologique, pour les couples de femmes ». Cet éminent ministre devrait au demeurant nous dire ce que qu’elle entend par « vraisemblance idéologique  ». Il faut se reporter au débat sur la “procréation médicalement assistée” (et le duo d’anthologie Buzin-Belloubet [1]) pour bien prendre la mesure des lourdes pathologies mentales (sous forme de délires objectifs ou d’extravagants dénis de réalité) des débattants quant aux droits à l’insémination artificielle des transgenres.

Dans Byzance assiégée par Mehmet II en 1453, l’on débattait encore, dit-on du sexe des anges. Aujourd’hui, alors que nos usines chimiques brûlent à l’instar et à la suite de la cathédrale Notre-Dame de Paris, il n’est rien de plus urgent que de faire passer des lois bouleversant l’ordre social, créant des ruptures anthropologiques dont nous n’avons pas fini d’absorber (si tant faire se peut) les traumatisme et retombées de tous ordres. Au nom d’un soi-disant bonheur, ces gens s’acharnent à faire notre malheur car… si l’on touche un bout de la charpente, c’est à terme, tout l’édifice qui s’écroule1. C’est également la voie choisie par le piteux démagogue « Insoumis », Jean-Luc Mélenchon, crachant dans le sens du vent et voyant dans la PMA - “dans un discours vibrant relatif à la portée philosophique du texte” !? [2] - « une révolution du principe de la filiation qui proclame que le patriarcat est fini…Autrement dit : que propriété des hommes sur le corps des femmes ou sur celui de leurs enfants, qui a prévalu pendant des millénaires est terminé ». Bravo. Insistant lourdement sur le caractère « social et culturel de la filiation et non pas sur son caractère biologique »… « Oui c’est la fin du patriarcat. Des femmes mettront au monde des enfants sans l’autorisation des hommes. Pour ma part, je me suis toujours opposé à ce qu’on proclame d’une façon ou d’une autre une vérité biologique… Il n’y a pas de vérité biologique, il n’y a qu’une vérité sociale et culturelle ». Or si c’est M. Mélenchon qui le dit, c’est que cela doit être vrai, n’est-ce pas  [3] ?

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Avec et après la drogue (feu Jacques Chirac en fut un formidable exemple [4]), l’addiction sexuelle et la pornographie, le satanisme bcbg – très silencieusement présent hélas depuis des lustres - est aujourd’hui ouvertement revendiquée par Marlène Schiappa, secrétaire d’État à l’Égalité entre les femmes et les hommes et à la lutte contre les discriminations depuis mai 2017 (elle-même auteur de romans obscènes, prélude au début de sa rapide ascension politique avant d’être fondatrice du blog “Maman travaille” !). Ceci dans le magazine phare de la mode féminine « Elle », numéro sorti également ce 4 octobre. Or çà, si le satanisme s’invite subrepticement (mais de moins en moins discrètement ) à la remorque de l’écolâtrie en tant que religion dominante parmi les méchants apôtres du mondialisme, il sera/serait intéressant d’examiner le rôle que le dit satanisme peut y jouer comme rite d’admission, sa profession scellant, dans la transgression partagée, l’appartenance aux différents degrés d’initiation et aux grades correspondant de l’hyperclasse rectrice du destin de l’humanité.

Le terrorisme une fatalité  !

Au gouvernement, l’on s’est très hâtivement essayé à minimiser, à relativiser l’aimable tuerie préfectorale entre collègues. Une fois de plus les bards de service – Castaner entre autres - ont dû se déjuger en urgence parce qu’il a été rapidement impossible d’affirmer que le fonctionnaire de police, né à Fort de France, boucher d’occasion au couteau de céramique, était un déséquilibré… en dépit des dires de son épouse qui, recourant au plan de sortie convenu, s’était appliqué à le faire passer derechef pour schizophrène : « il m’a réveillée la nuit précédente parce qu’il entendait des voix » [5] !

La méchante combine et les gros mensonges gouvernementaux n’ont cependant pas tenu longtemps au vu des messages textuels échangés entre époux, complices dans la préméditation et l’action. D’ailleurs de qui se moque-t-on : habilité secret défense, l’homme était converti depuis une dizaine d’années (2008) et non depuis dix-huit mois comme l’ont seriné les médias et tout ce temps, collègues et services de sécurité internes n’y ont vu que du feu ! Ils seraient aujourd’hui très précisément 38 fonctionnaires ou assimilés présentant des risques sérieux de radicalisation, enkystés dans des services sensibles. N’est-ce pas 38 de trop ? Ne faudrait-il pas revoir alors, en priorité, la politique autoritairement volontariste de recrutement visant à créer une mixité obligée, raciale, ethnique, confessionnelle, notamment dans les administrations publiques avec passage facilité dans les filières d’accès aux grandes écoles et aux grands corps de l’État pour les individus issus de la diversité ? Cela au nom d’une prétendue discrimination positive, ce qu’annonçait le 17 décembre 2008 avec une certaine brutalité, le sieur Sarkozy dans son discours fondateur de Palaiseau « Égalité des chances et diversité » [6]. Au demeurant, la discrimination, qu’elle soit positive ou non, reste une discrimination en transgression absolu des principes constituants de la République, non ?

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On voit ce que cela donne dans nos services de police, dans l’armée (n’a-t-on pas parlé de mutinerie sur le porte-avions Charles de Gaulle ?). L’inculture étant à présent ce qu’elle est, et les cadres compétents de l’armée et de la haute administration ayant été envoyés prématurément au rencart (ou épurés comme en 2004 à l’occasion de l’Affaire dite “Pétrole contre nourriture” engagée à l’initiative du Trésor américain, laquelle permit d’éliminer la vieille garde du Quai d’Orsay et de laminer ce qui demeurait encore de la politique arabe de la France). D’abord certes en raison du renouvellement des générations, mais aussi par la modification des critères de sélection et de recrutement (diversité et correction politique obligent, à Sciences Po et à l’ENA), jusqu’à obtention de l’effet souhaité à savoir l’arasement de la mémoire institutionnelle et historique. État de fait qui a permis au président Macron de parler impunément de supposés crimes contre l’humanité perpétrés par la France en Algérie et ce sans que quiconque ait songé à rappeler que nombre d’officiers et de sous-officiers de l’Armée de libération nationale algérienne (ALN) avaient été formés par la France, avaient servi en Indochine où ils purent acquérir une science des armes qu’ils retournèrent ensuite contre la Métropole et les départements français d’Algérie. On ferait bien de s’en souvenir parce que nous sommes en train de reproduire la même criminelle erreur. Ce dont se fichent bien les adeptes dogmatiques ou laxistes (et leurs comparses, commensaux et acolytes), partisans du métissage à tout crin, de l’effacement des frontières et du grand remplacement à tous les échelons au sein des Services de l’État.

Demeure un point très noir : le dossier de la tuerie a été juridiquement ouvert sous la qualification « d’assassinats et tentatives d’assassinat sur personnes dépositaires de l’autorité publique en relation avec une entreprise terroriste et association de malfaiteurs terroriste criminelle ». Est-ce à dire que le tueur aurait pu ne pas agir de son seul chef ? Michaël Harpon était-il une taupe islamiste pouvant avoir transmis à des réseaux takfiristes certains fichiers ou bases de données de la DRPP ? Les Services étrangers et Interpol doivent être ravis… Voilà où conduit l’amour immodéré de la société plurielle et du brassage interculturel… mais aussi d’une haine à peine masquée pour la franchouillardise. Au total, les services de l’État sont désormais à l’image de la nation, c’est-à-dire en passe d’être dévorés par les conséquences mortifères d’idéologies férocement anti-nationales. Et conséquemment, infiltrés, noyautés par des activistes ennemis, lesquels, à l’arrivée, pas n’ont besoin d’être une multitude pour être d’une extrême nocivité.

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Bref, l’administration française (au même titre que ses homologues européennes), otage de la dogmatique officielle, est de cette façon peu à peu gangrenée par une politique devant se lire et s’analyser dans le contexte général d’une sournoise éviction des populations autochtones. Ce qu’il est convenu d’appeler le Grand remplacement, ceci au grand dam des Commissaires politiques et idéologiques qui sévissent sur tous les plateaux des grandes chaînes d’information (Cnews/BFM/LCI/FrandInfo/France24/EuroNews/etc.). Substitution de population que ceux-ci qualifient avec un mépris non dissimulé de « mythe » ou de « phantasme », nous expliquant benoîtement et doctement que le terrorisme n’est en fin de compte qu’une fatalité inhérente à la modernité et que nous devrions finalement faire avec.

Ces ténors de la doxa surinformés, si éclairés, n’ont de toute évidence pas dû prendre le métro depuis au moins une trentaine d’années, à qui il ne viendrait jamais à l’idée (tous n’étant pas absolument pervers que le monde a changé sous leurs pieds. Des gens qui devraient normalement être placés dans la catégorie des minus habens (voire des oligophrènes) parce qu’incapables de saisir que les frontières devraient être fermées de toute urgence à l’immigration légale (à commencer par le regroupement familial) et a fortiori illégales, frontières qui d’ailleurs n’eussent jamais dues être ouvertes… Quand s’achèvera le quinquennat en cours, ce sont quelque cinq millions de migrants qui seront entrés et se seront installés, en grand partie à la charge d’un pays pourtant en voie de désindustrialisation et de paupérisation rapide !

L’Éducation nationale, Lampedusa bis

La rentrée s’est bien passée ! Nos enseignants préparent la “France” de demain avant de se suicider [7] à l’instar de nos 51 policiers morts depuis janvier dernier et de nos paysans, un tous les deux ou trois jours. Cent femmes ont été tuées par leur conjoint ces neufs derniers mois. Toutefois, dans ce dernier cas, personne ne songe (ou ne réclame) que soit rendu public l’appartenance culturelle, confessionnelle, l’origine ethnique des meurtriers. Si par extraordinaire c’était le cas nous risquerions d’avoir de belles surprises. Mais cela n’arrivera pas, la divulgation de ce genre d’information tombe sous le coup de la loi (on voit bien ici que l’antiracisme est une forme aiguë d’antifrancisme). Ces jours-ci des vidéos circulaient donnant à voir de choquantes agressions dans des écoles de la République contre des maîtres. Ces actes se multiplient aujourd’hui à la vitesse grand V. On assassine (vendredi 4 octobre dans le Val d’Oise un adolescent est poignardé) et l’on rackette aux abords des établissements scolaires. … « Combien - d’enseignants - nous dit Claude Bourrinet [8] - ont-ils vu leur idéal brisé par la démagogie de pédagogues irresponsables, par une administration tatillonne et aveugle, par l’indifférence du système aux épreuves qu’ils subissent pour tenter de délivrer leur savoir à des populations de plus en plus déséquilibrées, déstabilisées par une sous-culture mortifère, hostiles à la culture, à l’effort intellectuel, au livre, au savoir scientifique, historique ? La peste de l’inculture agressive frappe tout le monde, y compris les enfants de souche. C’est une pandémie barbare, que les idéologues ne veulent pas voir, quand ils ne la cautionnent pas par des préceptes égalitaristes, laxistes et bienveillants, ineptes  ». 

Le 30 septembre, dans le Val d’Oise à Sarcelles, au lycée de la Tourelle, un jeune majeur âgé de 19 ans s’est attaqué avec une rare violence à son prof de gym après avoir refusé de retirer sa casquette, signe identitaire s’il en est. Il est complaisamment filmé par ses petits copains. La chose serait anecdotique si elle n’était parfaitement emblématique de l’état décomposition avancée de l’institution éducative… relais, s’il en est, de la pire politique anti-française. La comparution immédiate du voyou – quand même ! - nous a appris, que le dénommé Dio est arrivé clandestinement en France en 2013 ; qu’il a été condamné à huit mois de prison, dont quatre avec sursis et qu’il n’a, évidemment, jamais été expulsé. En un mot il s’agit d’une super chance pour la France… Autrement dit un parasite destiné à vivre ad vitam æternam au crochet de la vache à lait hexagonale. Pour mémoire, nos établissements publics, avec la complicité du ministère de l’Éducation nationale (et d’une nuée d’associations subventionnées), accueillent des milliers de sans papiers et qu’il est assez souvent recommandé aux enseignants de falsifier des résultats scolaires ou autres documents administratifs afin que « le jeune » ne rencontre pas de difficultés… avec pour contrepartie les graves problèmes de discipline et de sécurité que l’on déplore de nos jours. L’Éducation nationale, havre d’accueil pour les migrants est ainsi devenue une quasi zone de non-droit… avec la complicité de certains enseignants eux-mêmes… avant qu’éventuellement ils n’en deviennent eux-même les pitoyables victimes.

La Maison brûle

En temps de crise, la multiplication à l’infini des événements dramatiques ou tragiques, grave dans l’opinion l’idée que le pouvoir s’est engagé dans une mortelle impasse et qu’il s’avère incapable de gérer avec le minimum d’efficacité et de résultats, les effets négatifs (collatéraux) de ses errements. Un sentiment qui s’est manifesté très nettement avec l’affaire Lubrizol où la seule question qui mériterait une réponse aussi rapide que nette : pourquoi un tel sinistre s’est-il déclaré à proximité d’installations protégées par des dispositifs de sécurité optimaux ? Question qui continue à se poser en outre à propos de l’incendie de Notre-Dame et l’hallucinante vitesse de propagation du feu dans la charpente.

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Un arbre ne devant jamais cacher la totalité de la forêt, rappelons – nous y reviendrons – que le terrible sinistre rouannais, fait suite à une impressionnante série d’incendies, tout aussi gravissimes, ayant détruits des sites industriels de nature similaire… tels l’incendie du 3 juillet dernier sur le site classé « Seveso seuil haut » dans les Yvelines, au sein du périmètre de l’usine « Seine Aval » du Syndicat interdépartemental pour l’assainissement de l’agglomération parisienne (SIAAP) implantée dans la plaine d’Achères. “Une installation stratégique, soit la plus grande station d’épuration des eaux usées d’Europe - s’étendant sur 600 ha, elle traite 60 % des eaux usées de 9 millions de Franciens [9] - anéantie en totalité par le feu et ce, à seulement trente kilomètres de la capitale. Il faudra entre trois et cinq ans pour la reconstruire, au prix, dans l’intervalle, d’une pollution gravissime de la Seine. » Qui en parle ? Ce site n’a en fait cessé d’enregistrer des sinistres de plus en plus graves depuis plusieurs années. Sa gestion est entachée par des dévoiements sans précédent en matière de marchés publics avec en arrière plan un théâtre de concussion et corruption ! Un désastre absolu, qui ne suscite qu’une fort inquiétante indifférence [10]. Cela reste bien entendu à inscrire au bilan de Mme Hidalgo, maire de Paris, intuitu personnæ, membre du conseil d’administration de la dite entreprise d’intérêt vital pour la capitale et sa région.

Léon Camus - 6 octobre 2019

Notes

[1Cf. facebook.com/ridiculeTV/ - Voir https://www.facebook.com/ridiculeTV...

[2lesinrocks.com26sep19

[3On en jugera à travers cette sotie déjà immédiatement envisageable, la réalité dépassant désormais l’imagination… « En terre d’Absurdie anoméenne (négation/abolition des lois issues de l’ordre naturel) après le vote sur la PMA, antichambre de la gestation pour autrui, quoique l’On clame à tout-va qu’il s’agirait en ce cas d’espèce d’un tabou, une limite intransgressible. La PMA serait une aubaine pour Charlotte (adoptée par un couple d’hommes mariés via cet autre formidable progrès égalitariste que fut le mariage pour tous) à l’heure de sa maturité sexuelle, cette heureuse enfant se trouvant titulaire d’un père adoptif Jean et d’une mère adoptive Pierre. Or grâce à l’œuvre immense du bon docteur Freud et de son émule Wilhelm Reich, elle se trouve, par la grâce de ces géants, dépourvue de toute inhibition, trouble ou culpabilité (soit la cohorte de névroses véhiculées par l’éducation chrétienne), quant à l’attirance ressentie pour l’un et pour l’autre des parents, légalement et respectivement père et mère quoique pourvus d’organes reproducteurs identiques. Il arriva ce qui devait arriver : Charlotte mit au jour un garçon de son père Jean (sans que l’on puisse évidemment parler d’inceste), puis une fille conçue avec sa mère adoptive, Pierre. Devinette, objet des débats policés Buzin/Belloubet : quel doit être le statut exact de la mère de Charlotte vis-à-vis de l’enfant conçu avec son mari, père d’icelle ? Au demeurant, la loi permettra aux enfants de Charlotte, s’il s’agit d’une fille et d’un garçon, de se marier ensemble ». Elle est pas belle la vie ?

[4Voir le témoignage accablant de Gérard Fauré « Dealer du tout Paris » octobre 2018.

[5Michaël Harpon, le bien nommé, 45 ans, employé depuis 20 ans au service informatique de la Direction du renseignement de la préfecture de police « a pété un plomb et a tué quatre collègues à l’arme blanche ». Converti à l’islam depuis 18 mois (en vérité depuis 2008), aux dires d’un psychiatre expert « en général, lorsqu’on a des gestes brusques d’une telle violence, ils ont extrêmement rares surviennent sous couvert de formes très particulières de schizophrénie ». Et comme il est devenu impossible de gommer la dimension confessionnelle de ce passage à l’acte, on la met à « en parts égales avec la psychopathologie de la personne ». Nul ne parle évidemment de fanatisme religieux, une notion trop concrète et pas assez scientifique.

[6Seule la version audio est fidèle, la transcription écrite officielle ayant éliminé les passages où le président parle de conduire cette politique par la contrainte. Extrait : https://www.youtube.com/watch?v=1XI...

[7Christine Renon, directrice de l’école maternelle Méhul de la ville de Pantin, dans l’académie de Créteil, parvenu au bout de l’épuisement moral a été retrouvé morte le 24 septembre 2019. Le même jour, Frédéric Boulé, professeur au lycée international de Valbonne dans les Alpes-Maritimes, en finissait également avec la géhenne qu’est devenue l’Éducation nationale tombées aux mains de soi-disant pédagogues confits en idéologie mortifère.

[8bdvoltaire.fr5oct10

[9Les Franciens, habitants de la Francie, sont ce que l’on nomme aujourd’hui assez sottement les Franciliens.

[10cf.MarcLaimé/mondediplo.net27sep19

 

vendredi, 29 novembre 2019

«Le Nihilisme» par Pierre le Vigan

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«Le Nihilisme» par Pierre le Vigan

 

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lundi, 25 novembre 2019

Donoso Cortés lu par Carl Schmitt

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Donoso Cortés lu par Carl Schmitt

par Juan Asensio

Ex: http://www.juanasensio.com


Il se peut qu'il faille désormais écrire Cortés au lieu de Cortès, sauf à vouloir être pris pour le dernier des imbéciles dans les petits cénacles réactionnaires parisiens (s'il en reste, ce dont je doute !, ou dans ceux, puant la trouille universitaire se parant du paletot de la distanciation critique, se déclarant non réactionnaires quoique lecteurs d'auteurs réactionnaires), en allant de la sorte contre l'usage orthographique français (1), non seulement le plus ancien mais le plus récent, y compris même au sein de la belle collection La Nuit surveillée dirigée par Chantal Delsol (2).
Il se peut aussi que les universitaires ou les esprits curieux trouvent plus intéressant de lire le très long commentaire, parfois simple paraphrase de Schmitt agrémentée de mots compliqués (3), que Bernard Bourdin inflige à plusieurs textes pourtant assez brefs du grand juriste allemand, plutôt que l'ample présentation que fit jadis du contre-révolutionnaire espagnol Louis Veuillot, et dans un style qui bien sûr n'est point celui de notre commentateur que je qualifierai, pour ne pas l'accabler, de résolument plat.
Dans les deux cas cependant, nous perdons le plaisir de lire un texte écrit en bon français point complètement phagocyté par les notes de bas de page et, hélas, par de bien trop nombreuses et consternantes fautes d'orthographe, et nous gagnons une écriture d'un lyrisme de bibliothécaire constipé, qui ne parvient guère à répondre à cette question par autre chose que de bien pesantes considérations de thésard pour thésard : pourquoi Carl Schmitt s'est-il si visiblement intéressé à Donoso Cortés ?
Certes, faisons justice à Bernard Bourdin, dont les commentaires savants représentent plus de la moitié de l'ouvrage, de bien connaître ce sujet particulièrement ardu qu'est la théologie politique ou encore le «problème théologico-politique» qui, au siècle passé, «est indissociable de la sécularisation» (p. 109), à différencier, apparemment, d'une théologie (ou d'une «anthropologie théologique», p. 136) du politique, tout autant que les textes pour le moins complexes de Carl Schmitt, ce contempteur érudit de l'humanisme libéral et de la «pensée techno-économique» (p. 121), en développant la perspective schmittienne selon laquelle «la théologie a des potentialités politiques, au point de porter les germes de sa propre sécularisation (ou de son immanentisation)» et que, par voie de retour, le politique a «des potentialités théologiques, au risque toutefois de dissoudre les conditions d'exercice de son autonomie» (p. 122). Quoi qu'il en soit, et nous aurons de la sorte résumé l'ample commentaire de Bernard Bourdin, «avec la voie ouverte par Donoso Cortés, puis réhabilitée et systématisée par Schmitt, seul le statut théologique du politique est en mesure de mettre en échec le monopole communiste de l'interprétation de l'histoire ou du siècle» puisque la théologie politique selon Carl Schmitt «lui substitue une interprétation théologique de l'histoire, dont le centre vital est l'Incarnation» (p. 96), un point qui d'ailleurs n'est quasiment pas évoqué par notre exégète. S'il est clair que Carl Schmitt «en appelle à une transcendance théologico-politique» (p. 95), autrement dit, dans les temps troublés qui sont les nôtres, à une décision qui «a une signification imminente ayant un accent eschatologique (qui se confond avec une vision apocalyptique) pour conjurer la catastrophe» (p. 61), nous ne savons pratiquement rien (hormis un passage de quelques lignes s'étendant des pages 23 à 24 du commentaire de Bourdin) de l'idée qu'il se fait du Christ, sur le modèle de la belle étude de Xavier Tilliette consacrée à cette thématique.
donosotimbre.jpgLa deuxième partie de l'ouvrage est consacrée aux textes proprement dits de Carl Schmitt mais il faut attendre la page 157 de l'ouvrage, dans une étude intitulée Catholicisme romain et forme politique datant de 1923, pour que le nom de Cortés apparaisse, d'ailleurs de façon tout à fait anecdotique. Cette étude, plus ample que la première, intitulée Visibilité de l’Église et qui ne nous intéresse que par sa mention d'une paradoxale quoique rigoureuse légalité du Diable (4), mentionne donc le nom de l'essayiste espagnol et, ô surprise, celui d'Ernest Hello (cf. p. 180) mais, plus qu'une approche de Cortés, elle s'intéresse à l'absence de toute forme de représentation symbolique dans le monde technico-économique contemporain, à la différence de ce qui se produisait dans la société occidentale du Moyen Âge. Alors, la représentation, ce que nous pourrions sans trop de mal je crois appeler la visibilité au sens que Schmitt donne à ce mot, conférait «à la personne du représentant une dignité propre, car le représentant d'une valeur élevée ne [pouvait] être dénué de valeur» tandis que, désormais, «on ne peut pas représenter devant des automates ou des machines, aussi peu qu'eux-mêmes ne peuvent représenter ou être représentés» car, si l’État «est devenu Léviathan, c'est qu'il a disparu du monde du représentatif». Carl Schmitt fait ainsi remarquer que «l'absence d'image et de représentation de l'entreprise moderne va chercher ses symboles dans une autre époque, car la machine est sans tradition, et elle est si peu capable d'images que même la République russe des soviets n'a pas trouvé d'autre symbole», pour l'illustration de ce que nous pourrions considérer comme étant ses armoiries, «que la faucille et le marteau» (p. 170). Suit une très belle analyse de la rhétorique de Bossuet, qualifiée de «discours représentatif» qui «ne passe pas son temps à discuter et à raisonner» et qui est plus que de la musique : «elle est une dignité humaine rendue visible par la rationalité du langage qui se forme», ce qui suppose «une hiérarchie, car la résonance spirituelle de la grande rhétorique procède de la foi en la représentation que revendique l'orateur» (p. 172), autrement dit un monde supérieur garant de celui où faire triompher un discours qui s'ente lui-même sur la Parole. Le décisionnisme, vu de cette manière, pourrait n'être qu'un pis-aller, une tentative, sans doute désespérée, de fonder ex abrupto une légitimité en prenant de vitesse l'ennemi qui, lui, n'aura pas su ou voulu tirer les conséquences de la mort de Dieu dans l'hic et nunc d'un monde quadrillé et soumis par la Machine, fruit tavelé d'une Raison devenue folle et tournant à vide. Il y a donc quelque chose de prométhéen dans la décision radicale de celui qui décide d'imposer sa vision du monde, dictateur ou empereur-Dieu régnant sur le désert qu'est la réalité profonde du monde moderne.
Affirmer de notre monde techniciste qu'il n'a pas de tradition, c'est admettre que la pensée qui n'est que technique est purement révolutionnaire car, face à la «logique de la pensée économique, forme politique et forme juridique sont pareillement accessoires et gênantes», en ceci que l'une et l'autre, l'une avec l'autre, convoquent le monde de la représentation, qui est de fait le monde de la hiérarchie et de la verticalité, de «quelque chose de transcendant», autrement dit encore : «une autorité venue d'en haut». Ainsi, «une société construite uniquement sur le progrès technique ne serait donc que révolutionnaire», affirme Carl Schmitt, ajoutant qu'elle «se détruirait bientôt, elle-même et sa technique» (p. 175), probablement parce que la révolution menée méthodiquement jusqu'aux plus profondes racines est le nihilisme triomphateur, auquel la dernière parcelle d'être ne saurait longtemps prétendre résister. L'univers de la verticalité est, par essence, conservateur, alors que celui de la stricte horizontalité rhizomique de la Machine est, par essence aussi si l'on peut imaginer ce que serait l'essence de la technique, révolutionnaire : tournant à vide, la machine se détruit pour construire puis détruire d'autres machines, dans un holocauste de ferraille et de chair réduite à de la nourriture pour ferraille.
C'est dans l'Introduction aux quatre essais composant le texte intitulé Donoso Cortés interprété dans le contexte européen global datant de 1950 que Carl Schmitt, assez bellement, écrit que le nom du philosophe politique espagnol s'est toujours «inscrit dans l'écho de la catastrophe» (p. 187) et même, qu'il se tient «devant notre époque» puisque, «à chaque intensification de l'évolution de l'histoire mondiale, de 1848 et 1918 jusqu'à la guerre civile mondiale globale de notre époque, sa signification a augmenté au fur et à mesure, de la même manière que le danger croît en même temps [que] ce qui sauve» (p. 195; j'ai ajouté que, manquant dans notre ouvrage).
Dans le texte suivant qui est d'ailleurs un extrait de la fameuse Théologie politique de Schmitt, le grand juriste entre dans le vif du sujet en disant de Donoso Cortés qu'il est un décisionniste, lui qui du reste avait qualifié, génialement selon Schmitt, la bourgeoisie parlementaire comme n'étant rien d'autre qu'une «classe discutante», una clasa discutidora (p. 201) : «suspendre la décision au point décisif, en niant qu'il y ait quoi que ce soit à décider, cela devait leur paraître», à Cortés mais aussi à De Maistre, «une étrange confusion panthéiste» (p. 203), Schmitt définissant alors la dictature comme étant non point le contraire de la démocratie «mais de la discussion» puisqu'il appartient «au décisionnisme, dans la forme d'esprit de Donoso, de supposer toujours le cas extrême, d'attendre le Jugement dernier» (p. 204), puisque le «noyau de l'idée politique» est «la décision morale exigeante», et la décision pure, la décision absolue, «sans raisonnement ni discussion, ne se justifiant pas, et donc produite à partir du néant» (p. 206), du néant de la volonté du dictateur qui est capable de trancher face au mal radical que De Maistre tout comme Cortés voyaient à l’œuvre sous leurs yeux.
csdonoso.jpgVoilà bien ce qui fascine Carl Schmitt lorsqu'il lit la prose de Donoso Cortés, éblouissante de virtuosité comme a pu le remarquer, selon lui et «avec un jugement critique sûr» (p. 217), un Barbey d'Aurevilly : son intransigeance radicale, non pas certes sur les arrangements circonstanciels politiques, car il fut un excellent diplomate, que sur la nécessité, pour le temps qui vient, de prendre les décisions qui s'imposent, aussi dures qu'elles puissent paraître, Carl Schmitt faisant à ce titre remarquer que Donoso Cortés est l'auteur de «la phrase la plus extrême du XIXe siècle : le jour des anéantissements [ou plutôt : des négations] radicaux et des affirmations souveraines arrive», «llega el dia de las negaciones radicales y des las afirmaciones soberanas» (p. 218), une phrase dont chacun des termes est bien évidemment plus que jamais valable à notre époque, mais qui est devenue parfaitement inaudible.
C'est le dernier texte, intitulé Donoso Cortés interprété dans le contexte européen global et publié en 1949 qui à nos yeux est le plus intéressant, puisqu'il place l'ambassadeur espagnol dans un «contexte unique d'histoire mondiale qui s'impose de nouveau, depuis 1848, à chaque nouvelle génération de pensée européenne» (p. 238), contexte où des auteurs aussi différents que Bruno Bauer, Friedrich Strauss ou encore Sören Kierkegaard ont exercé leur pensée, ce dernier ayant d'ailleurs, selon Carl Schmitt, porté la critique la plus intense contre son époque : «Il savait qu'à l'époque des masses, ce ne sont pas les hommes d’État, les diplomates ni les généraux, mais des martyrs, qui décident des événements historiques».
Lentement mais sûrement, Carl Schmitt approche de la particularité saisissante du monde dans lequel ont vécu ces penseurs et, plus encore, le lion cherchant qui dévorer qu'ils annonçaient dans leurs textes, à savoir «la reconnaissance distincte de la pseudo-religion de l'humanité absolue, qui a déjà ouvert la voie à une terreur inhumaine». C'est là «un nouveau savoir», poursuit Schmitt, «plus profond que les nombreuses sentences à grande allure de De Maistre sur la révolution, la guerre et le sang» car, en effet, «comparé à l'Espagnol qui a plongé son regard dans l'abîme de la terreur de 1848, de Maistre est encore un aristocrate de la Restauration de l'Ancien Régime, qui a prolongé et approfondi le XVIIIe siècle» (p. 246, l'auteur souligne). Ainsi, «ce que Donoso a à communiquer est autre chose que la philosophie des auteurs conservateurs et traditionalistes, qui pouvaient d'ailleurs l'avoir influencé fortement. Ce sont des éruptions semblables à des éclairs, qui bien des fois fusent d'un nuage, d'une rhétorique traditionnelle de tout autre nature» (pp. 246-7) (5).
Et Carl Schmitt de revenir à ce qu'il pense être le centre ténébreux de l'orage que ces auteurs ont pressenti plus ou moins finement, Donoso Cortés le premier, comme s'il se fût agi d'un très puissant baromètre indiquant une forte baisse de pression que les optimistes ont toujours eu le tort de confondre avec une atmosphère sereine : «Ce qui ne cesse de le remplir d'effroi, c'est toujours le même savoir : que l'homme élevé par les philosophes et les démagogues en mesure absolue de toutes choses n'est aucunement, comme ils l'affirment, une incarnation de la paix, et qu'il combat plutôt, dans la terreur et la destruction, les autres hommes qui ne se soumettent pas à lui» (pp. 247-

Notes
(1) La visibilité de l’Église, Catholicisme romain et forme politique, Donoso Cortés interprété dans le contexte européen global. Quatre essais, constituent ce volume disposant d'un très long commentaire de Bernard Bourdin, à vrai dire un essai à part entière qui s'étend des pages 11 à 137. J'ai parlé d'un nombre assez élevé de fautes orthographiques qui affligent les longs commentaires de Bernard Bourdin (note 1 p. 41, mise et non mis en cause; confrontée et non confronté à la page 46, le et non la premier thème, p. 48, etc.), d'incorrections et d'usages impropres de termes (comme le verbe incombe mal employé à la page 29) sans compter des maladresses de style (un en inutile à la page 30), mais il faut aussi remarquer que l'auteur ne sait visiblement pas de quelle manière insérer une citation au sein de son propre commentaire. Je note que les traductions elles-mêmes de Carl Schmitt, qui constituent la seconde partie de l'ouvrage, portent elles aussi beaucoup de fautes, dont la plus consternante est un «la loi» en lieu et place de «le roi» (p. 214). Soit le texte de cet ouvrage n'a pas été relu et nous voyons là, une fois de plus, les effets désastreux d'économies de bout de chandelle, puisqu'un relecteur/correcteur, du moins faut-il le supposer, l'eût amendé. Soi ce texte a bel et bien été relu et, alors, il faut renvoyer au collège les auteurs responsables d'une telle mauvaise copie.
(2) Rappelons en effet que Théologie de l'histoire et crise de la civilisation était le titre d'un recueil de textes de Juan Donoso Cortés paru, donc, dans cette collection des éditions du Cerf. J'ai rendu compte de ce beau volume ici. Saluons la cohérence d'une politique éditoriale qui, après nous avoir présenté certains des textes du théoricien contre-révolutionnaire, nous donne à lire ses commentaires par le juriste conservateur.
(3) Comme «transcendance théologico-politique» (p. 95), «anthropologie pessimiste» (p. 105) ou même «anthropologie théologique du politique» (p. 136), union de trois termes qui, à eux seuls, mériteraient une thèse !
(4) «Le Diable aussi, pour le nommer, a sa légalité, il n'est pas le néant, par exemple, mais quelque chose, même si c'est quelque chose de lamentable. S'il n'était rien, le monde ne serait pas mauvais, mais le néant. Le Diable n'est pas la négation de Dieu, mais sa pauvre et méchante singerie, qui trouve son châtiment en ce qu'elle a sa propre et épouvantable légalité de développement» (p. 151).
(5) Comme il se doit, une énième faute dépare ce passage, traditionaliste étant orthographié avec deux n.

dimanche, 24 novembre 2019

"Quelle heure est-il en Occident?" - Retour sur Oswald Spengler

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"Quelle heure est-il en Occident?" - Retour sur Oswald Spengler

par Steven Cornu

 
Le Club du Mercredi recevait Steven Cornu le Mercredi 24 Avril 2019. A travers un exposé de la philosophie d'Oswald Spengler, auteur du célèbre "Déclin de l'Occident", notre intervenant, doctorant à la faculté de droit de Nancy, nous entretient des grands cycles historiques qui dictent l'évolution des civilisations et des différentes perceptions philosophiques à leur sujet. Cette perspective de "l'histoire longue" que commencent à réintégrer dans le débat public des personnalités aussi variés que Michel Onfray, Eric Zemmour ou Michel Houellebecq, nous offre un regard nouveau et pénétrant sur les évolutions actuelles de nos sociétés occidentales et sur les perspectives d'avenir de notre civilisation.
 

mercredi, 20 novembre 2019

Alexandre DOUGUINE: Principles for Comprehending Chinese Civilization

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Principles for Comprehending Chinese Civilization

Ex: https://www.geopolitica.ru

China is recognized to be an independent and unique civilization by virtually everyone, and therefore there is no need to prove this. Rather, we are faced with attempting to reveal the structure of this civilization’s Logos and to determine as much as is possible its geosophical map both within the borders of China and beyond, as well as in its dialogue with neighboring civilizations.

Chinese culture has exercised an enormous and at times decisive influence on neighboring peoples, first and foremost on Korea, Vietnam, and Japan, all of which during certain eras held themselves to be part of Great China – not in the sense of political unity, but as indelible and organic parts of Chinese civilization and the Chinese horizon. This horizon also substantially impacted the peoples of Tibet as well as the nomads of Turan bordering China from the North. Moreover, we can encounter definite influences of the Chinese element among the peoples of Indochina and South-East Asia, such as in Cambodia, Laos, Myanmar, Thailand, Malaysia, as well as, although to a lesser extent, Indonesia and the Philippines.

On the other hand, China itself has in some cases re-translated tendencies and influences originating in other civilizations. China was heavily influenced by the peoples of Turan, who often came to form the core of the ruling elites (such as among the Xianbei, the Mongols, the Manchurians, etc).[1] In the most ancient periods of Chinese history, the Indo-European factor was significant, as the Indo-Europeans remained the main force of the Eurasian Steppe up to the first few centuries AD.[2] It is from the Indo-Europeans that the ancient Chinese borrowed the horse, the chariot, and a number of cultural forms, above all the art of war, which the Indo-Europeans of Turan had developed with priority. 

Also Indo-European in semantics and origins was Buddhism, which became widespread in China from the first to third centuries AD and came to constitute an important component of the Chinese tradition. Buddhism spread to China directly from India [3], as well as from Central Asia and the Tarim Basin, which were inhabited by Indo-European peoples. A certain role in this process was played by Tibet which, on the one hand, itself experienced Chinese influence while, on the other hand, represented a civilization in which the Indo-European vector was decisive.[4]

In studying China, we can apply our traditionally employed methodologies of civilizational analysis which have helped us to attain the level of ultimate generalizations which we have in the topography of noology.[5] If we succeed in hinting at the priorities in the noological structure of Chinese civilization, if we can approach the revelation of the main characteristics (existentials) of the Chinese Dasein, and if we can reveal just which Logos or Logoi of the three main ones is dominant in China, then we will consider our task to be fulfilled. 

The Significance of the Works of Marcel Granet: “We, Chinese” 

In unraveling the intricacies of the deeply original, unparalleled, unique Chinese culture, we will be guided by the works of an author who, from our point of view, while himself a European, nevertheless maximally profoundly delved into this culture’s structures and provided a most reliable description of it. We have in mind the French sociologist Marcel Granet (1884-1940), who devoted all of his scholarly life to studying China. Granet built his methodology along the following principles: 

  1. Western European authors studying China have all, without exception, proceeded in their interpretations from the Eurocentric positions and paradigms of Modernity, reinterpreting social relations, political ideas, philosophical terms, religious practices, and so on in their own key, and thereby constructing an artificial Chinese historial seen from the position of either a detached observer nevertheless claiming universalism and truth in the final instance, or from direct (even if unconscious) colonial attitudes. Thus, any European interpretations will certainly remain within the paradigmatic treatment of China as a “society of barbarians”, that category into which all developed (“non-savage”) civilizations qualitatively differing in their structures from the European societies of Modernity automatically fall. Thus, Eurocentric Orientalism is one-sided, biased, and unreliable.
  2. Chinese historians themselves, in reflecting on the essence and structures of their civilizations, have erected an historial founded on one or another dynastic, philosophical, ideological, or at times religious preference, which also thereby presents a one-sided and ideologized version that cannot be taken as the final truth, and which must be constantly verified and corrected. 
  3. We are left with pursuing a third way, that of immersion into Chinese civilization, its language, history, philosophy, customs, rites, art, politics, and society as a whole, attempting to identify its immanently inherent patterns on the basis of sociological and anthropological methodologies, and trying to adhere as close as possible to how the Chinese understand themselves without losing sight of the distance necessary for correcting social self-consciousness (the collective consciousness a la Durkheim) with regards to the general process of its historical changes and dynastic, religious, and geographical versions and alternatives. 

Marcel Granet’s method applied towards China is in many respects similar to that of Henry Corbin (1903-1978) in his deep study of Iranian and Irano-Islamic civilization, a methodology which Corbin himself called the “phenomenology of religion.”[6] It is impossible to correctly describe a society’s self-consciousness if it is deliberately held that everything in which they themselves believe is “ignorant prejudice” or “empty chimeras.” Yet China can be understood only upon taking the position of the Chinese, agreeing to consciously trust how they see the world and just which world they constitute with their view. Just as Corbin said in his study of Iranian Shiism “We, Shiites”, Marcel Granet could well say of himself “We, Chinese” without any intention of irreversible altering his identity from being European to Chinese. In studying Chinese identity, European (or in our case Russian) identity ought, temporarily and in accordance with quite specific anthropological and sociological methodologies, be forgotten, so as to later (insofar as one desires) return to such, being enriched with radically new and previously inconceivable civilizational and even existential experience. 

In his approach, Marcel Granet combined the holistic sociology of the Durkheim school and the methodologies of the “annals school”, which resulted in the conceptualization of society as a whole phenomenon and the treatment of the changes in society’s structure over the course of long historical periods not as differing, strictly discontinuous periods, with which conventional historical chronicles usually operate, but as processes of continuous and gradual mutations. The foundations of this methodology were substantiated in detail by Fernand Braudel with his famous concept of the “long durée.”[7] Granet devoted a number of fundamental works to China, namely: The Ancient Festivals and Songs of ChinaThe Religion of the ChineseThe Dances and Legends of Ancient ChinaSociological Studies on China, and his two generalizing and most important works, Chinese Civilization and Chinese Thought.[8-13]

Georges-Albert de Pourvourville and the Traditionalists 

In addition to Granet, a substantial contribution to the comprehension of Chinese civilization has been supplied by Georges-Albert Puyou de Pourvourville (1862-1939), who wrote under the name Matgioi and studied Chinese civilization from within, spending many years in China. Pourvourville-Matgioi was initiated into the Taoist tradition by a Chinese teacher and passed on his acquired knowledge in his works on Chinese metaphysics, The Rational Way and The Metaphysical Way, in his books The Middle Empire and The China of the Learned, and in his translations of Lao Tzu’s Tao Te Ching and Quangdzu’s The Spirit of the Yellow Race.[14-19] Another outstanding Traditionalist, Julius Evola (1898-1974), subsequently translated the Tao Te Ching into Italian.[20]

Pourvourville formulated his aim in the following words:

“I shall try to reveal to the Western twentieth century this treasure, hidden for five thousand years and unknown even to some of its keepers. But first I wish to establish the main features of this tradition, by virtue of which it is the first and, as follows, the true Tradition, and to mainly determine, by way of the tangible evidence accessible to man which this tradition’s authors have left us, how the relics of this tradition date back to the era when in the forests covering Europe and even the West of Asia wolves and bears were nearly no different from people who, clothed like them in skins, devoured coarse flesh.”[21]

Matgioi thus emphasized that he believed the Chinese tradition to be the most ancient and primordial (similar to how other Traditionalists, such as Guénon and Coomaraswamy, saw the Primordial Tradition in Hinduism). At the same time, Pourvourville-Matgioi did not simply try to prove that the Chinese tradition is comparable to the European but, as can be seen in the preceding passage, he was convinced that in all of its completeness, depth, and antiquity, it was superior to European culture as a whole, not to mention the European culture of Modernity, which Traditionalists univocally regard as degenerate and in decline. 

Pourvourville was close to René Guénon (1886-1951), the founder of European Traditionalism, and was one of Guenon’s main sources of acquaintance with the Chinese tradition. Guénon himself devoted a fundamental work, The Great Triad, to Chinese metaphysics, and therein largely relied on the ideas of Matgioi.[22] Matgioi and Guénon’s works are important in that they approach Chinese metaphysics from within, accepting the religious point of view of the Taoist tradition to the extent that such is accessible to people of European culture. Further important accounts of the Chinese spiritual tradition are contained in the works of the historian of religions and author close to Traditionalism, Mircea Eliade (1907-1986), particularly his work Asian Alchemy,  a considerable portion of which is devoted to the Chinese tradition.[23]

The Han Horizon: The People of the Milky Way

As is the case with any people, in examining the Chinese it is difficult to definitively determine just which layer of identity, which is necessarily multilayered and dialectically changing in its proportions over time, ought to be taken as our point of reference. Without a doubt, we are dealing with a civilization, and this means with a formalized and reflexive Logos embodied in philosophy, tradition, culture, politics, and art. In antiquity Chinese civilization achieved full disclosure, that is to say the Ausdruck stage in Leo Frobenius’ terminology. We can study this Logos, analyze and comment on it by studying and systematizing its elements and layers. In and of itself, this is already an extremely complex task, as Chinese civilization has gone through multiple principal phases entailing qualitative semantic shifts and, as follows, substantial adjustments have been ingrained into the fundamental paradigm of the Chinese Logos. 

As we have shown in the volume of Noomakhia dedicated to Geosophy, the Logos of Civilization represents the highest layer of civilizational formation, from the “sowing” of the principal vertical Logoi (of Apollo, Dionysus, and Cybele) to its yields and crops in the form of culture. The Logos is the final stage when the yields of culture are harvested over the final stage of the agrarian cycle. At the base of civilization lies a cultural or existential horizon, or Dasein (in this case the Chinese Dasein). The latter precedes the formation of civilization, but is at the same time its semantic foundation. Dasein, as an existentially understood people, as an existing people (whose existing presupposes history, i.e., time) also presupposes Logological structures on which it is founded. [24-25] Therefore, we must study Chinese civilization by constantly taking into account the existential foundations on which it has been erected. 

Yet in order to correctly examine and interpret the Chinese historial, i.e., the forms of the historical being of this people, it is necessary to discern the main horizon to act as the semantic axis taken as the point of reference. This always requires a choice, insofar as every horizon is complex, composite and is co-participated in simultaneously by multiple sub-horizons or layers with often differing noological orientations and trajectories. Thus, from the very outset, we must make a choice and recognize as the main existential core one Dasein which will be the “subject” of this historial. In the case of the Chinese horizon, the Han should be considered this axis as the people embodying the Chinese Logos that built this civilization, this Empire, and its special Chinese world. 

The Han people emerged as a self-designation only with the Han Dynasty from 206-220 BC, which replaced the short-lived Qin Dynasty, when the unification of Chinese territories was accomplished. The name “Han” (Chinese: ) literally means “Milky Way”, which points towards the symbolic connection between Han identity, the sky, and cyclical movement.[26] In the Qin and Han eras, different tribes inhabiting the territory China and belonging predominantly to the Sino-Tibetan language group began to recognize their unity – culturally, historically, religiously, and so on. It is also evident that a certain unity of tradition was necessarily characteristic of even earlier forms of tribal associations, such as in the Zhou and more ancient periods, memory of which was imprinted in myths and legends. In any case, it is the Han people that ought to be taken, in a broad sense, as the foundational pole of the Chinese historial. We can define the earlier stages of the Han historial as proto-Han, after which Han identity later began to spread to neighboring horizons both within China and beyond, thereby including in the composition of its Dasein other ethnic and cultural groups. Yet at all of these stages, we are dealing with a semantic whole that is predominant and dominant in the space of Chinese history and Chinese geography. The Han Chinese are the subject of Chinese civilization, and they can be regarded as the main bearers of the resulting Logos, whose noological nature we are tasked with discerning over the course of our study. 

Therefore, the phenomenological formula by which we shall be guided should be clarified: moving from “We, Chinese” to “We, Han” reflects our intention to be in solidarity with the Han Dasein in the reconstruction of the Chinese historial and to look through its eyes at the history, mythology, politics, and religion of China.

Footnotes:

[1] Alexander Dugin, Noomakhia: The Horizons and Civilizations of Eurasia – The Indo-European Legacy and the Traces of the Great Mother (Moscow: Academic Project, 2017)

[2] Alexander Dugin, Noomakhia: The Logos of Turan – The Indo-European Ideology of the Verticle (Moscow: Academic Project, 2017)

[3] Alexander Dugin, Noomakhia: Great India – Civilization of the Absolute (Moscow: Academic Project, 2017)

[4] Dugin, Noomakhia: The Horizons and Civilizations of Eurasia

[5] Alexander Dugin, Noomakhia: Geosophy – Horizons and Civilizations (Moscow: Academic Project, 2017).

[6] Ibid. See also: Alexander Dugin, Noomakhia – Wars of the Mind: The Iranian Logos: The War of Light and the Culture of Awaiting  (Moscow: Academic Project, 2016)

[7] Braudel F. Écrits sur l’histoire. Paris: Arthaud, 1990. See also: Alexander Dugin, Noomakhia: Geosophy

[8] Granet М. Fêtes et chansons anciennes de la Chine. Paris: Albin Michel, 1982.

[9] Granet M. La Religion des Chinois. Paris: Albin Michel, 2010.

[10] Granet M. Danses et légendes de la Chine ancienne. Paris: Les Presses universitaires de France, 2010.

[11]Granet M. Études sociologiques sur la Chine. Paris Les Presses universitaires de France, 1953.

[12] Granet M. Китайская цивилизация. Moscow: Algoritm, 2008.

[13] Granet M. Китайская мысль от Конфуция до Лао-цзы. Moscow: Algoritm, 2008.

[14] Matgioi. La Voie Rationnelle. Paris: Les Éditions Traditionnelles, 2003.

[15] Matgioi. La Voie Métaphysique. Paris: Les Éditions Traditionnelles, 1991

[16] Matgioi. L’Empire du Milieu. Paris: Schlercher frère, 1900.

[17] Matgioi. La Chine des Lettrés. Paris: Librairie Hermétique, 1910.

[18] Le Tao de Laotseu, traduit du chinois par Matgioi. Milano: Arché, 2004.

[19] L’esprit des races jaunes. Le Traité des Influences errantes de Quangdzu, traduit du chinois par Matgioi. Paris: Bibliothèque de la Haute Science, 1896.

[20] Evola J. Tao te Ching di Lao-tze. Roma: Edizioni Mediterranee, 1997. Другие тексты Эволы о даосизме собраны в небольшой брошюре «Даосизм»; Evola J. Taoism. Roma: Fondazione Julius Evola, 1988.

[21] MatgioiМетафизический путь, p. 41 —42.

[22] Guénon R. La Grande Triade. Paris: Gallimard, 1957.

[23] Eliade М. Азиатская алхимия. М.: Янус-К, 1998.

[24] Dugin, Noomakhia: Geosophy – Horizons and Civilizations 

[25] Dugin А.G. Мартин Хайдеггер. Последний Бог [Martin Heidegger: The Last God]. Мoscow: Academic Project, 2015.

[26] It is also possible that the name of the Han Dynasty was derived from the river Hanshui or Han River which runs through Central China. 

Translator: Jafe Arnold

Chapter 1 of Noomakhia – The Yellow Dragon: The Civilizations of the Far East (Moscow: Academic Project, 2018)

lundi, 18 novembre 2019

Tarte à la crème et superstition : « l’Etat de droit »

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Tarte à la crème et superstition: «l’Etat de droit»

par Antonin Campana

Ex: http://www.autochtonisme.com

 

Sur les plateaux de télévision, journalistes de cour et politiciens, nous resservent, jusqu’à la nausée, l’expression « Etat de droit ». Il s’agit d’un concept frauduleux qui ne veut rien dire et dont ils seraient bien en peine de nous donner même l’orthographe.

Faut-il écrire en effet « Etat de droit », avec une majuscule, ou « état de droit », sans majuscule ? La question est bonne car si l’on parle « état de droit », on parle d’une situation comme dans « état d’urgence » ou « état de siège ». Mais si l’on parle « Etat de droit », on parle d’un « corps politique » comme dans « Etat souverain » ou « Etat démocratique ». C’est tout au-moins la définition de l’Académie française qui précise : « Ainsi écrit-on : Rousseau imagine le passage de l’état de nature à l’état de droit mais La République française est un État de droit ».

N’allons pas si vite !

Si l’on parle « état de droit », on parle donc d’une situation dans laquelle les individus sont en état de disposer de « droits », ou de faire valoir un droit. De ce point de vue, l’ancien régime organise un « état de droit » tout comme d’ailleurs l’Etat soviétique, ou même n’importe quel autre Etat, puisque tous accordent des droits à leurs ressortissants !  Il y a un droit d’ancien régime, un droit soviétique, un droit Khmer rouge ou un droit musulman, comme il y a un droit républicain. Les individus, quels que soient l’époque et le lieu, sauf s’ils sont esclaves (et encore !), évoluent le plus souvent dans un « état de droit ». Mais, bien sûr, sous peine de s’interdire de sublimer l’Etat républicain, ce n’est jamais avec une minuscule que journalistes de cour et politiciens appréhendent « l’Etat de droit ».

Il faut remonter à Rousseau pour comprendre comment le concept s’est progressivement doté d’une majuscule. Le philosophe décrit le passage de « l’état de nature » à « l’état civil ». Or, « l’état civil » dont il est question ici, l’Académie française le souligne, correspond effectivement à « l’état de droit ». L’état de nature correspond à une époque où les hommes, vivant isolés les uns des autres, disposaient de droits issus de leur nature (sic !). Ce sont les « droits naturels » : la liberté, le droit de posséder des biens, la sûreté, la résistance à l’oppression. L’état de droit correspond quant à lui au moment où les hommes isolés établissent un « Contrat » par lequel ils font société, en échange de quoi la société ainsi créée s’engage à protéger leurs anciens droits naturels. Cette « agrégation » (Rousseau) humaine forme ainsi une « république » centrée autour des droits naturels de l’Homme. La liberté naturelle, écrit Rousseau devient la liberté civile. Les possessions deviennent des propriétés. Bref, la vie des individus autrefois régit par leur nature (« état de nature ») est désormais régi par le droit (« état de droit »).

On sait que la République « française » se veut agrégation d’individus selon les termes d’un contrat social, ou pacte républicain. Or le contrat en question est constitutionnellement fondé sur les droits naturels de l’Homme, droits qu’énonce la Déclaration des droits de l’homme, Déclaration qui forme le préambule de la Constitution du régime et que les républicains ont judicieusement placé au sommet de la hiérarchie des normes. L’Etat républicain étant soumis à un droit supérieur à lui-même, qu’il ne peut violer (les droits naturels de l’Homme), on considère qu’il est une simple « personne morale » soumise au droit comme le sont les individus. Tour de passe-passe idéologique : il devient alors un « Etat de droit » !

Ainsi, de l’état de nature, on est passé  à l’état de droit (avec une minuscule). Puis de l’état de droit (avec une minuscule) on est passé à L’Etat de droit (avec une majuscule) ! Il s’agit d’une véritable escroquerie intellectuelle :

  • Les droits naturels n’existent pas. C’est une fable pour enfants. La nature ne concède pas plus de droits à l’homme qu’à la mouche ou au ver de terre. D’éternité, le seul droit naturel qui existe est le droit du plus fort. C’est triste, mais c’est ainsi.
  • L’état de nature n’existe pas davantage : les hommes ont toujours vécu en société, même aux temps simiesques ! Et comme toute société, même simiesque, concède des droits (et des devoirs) à ses membres, nous pouvons dire que les hommes ont toujours vécu dans un état de droit.
  • L’état de droit n’est donc pas plus lié au droit naturel qu’au Contrat social. C’est la situation des hommes qui vivent en société.
  • La prétendue soumission du régime aux lois d’une Transcendance absolue, qu’il a lui-même imaginé pour le servir et assurer sa pérennité, nonobstant l’hypocrisie de la construction, fait de ce régime un régime théocratique. C’est en effet la marque de tous les régimes théocratiques que de se soumettre à un droit supérieur à eux-mêmes. Sont-ils des Etats de droit d’un point de vue républicain ? L’Etat islamique (Daesch) se soumet à la Charia. Est-ce un Etat de droit ?    

Revenons sur ce dernier point car il exprime toute la duplicité du régime. Imaginez un régime qui refuse qu’on le remette en cause (Constitution, code pénal…) ; imaginez un régime qui fabriquerait une Transcendance (les droits naturels de l’Homme) qui le justifierait de ses lois ; imaginez un régime qui nommerait des prêtres (les juges) pour interpréter les lois des hommes selon leur conformité aux lois de la Transcendance ; imaginez que l’interprétation de ces haruspices conforte toujours la république universelle au détriment de la nation… et vous aurez une idée très claire de ce qu’est la république « française ».

L’idée que la république est un Etat de droit en raison de sa soumission à des règles révélées, relève d’une foi corrompue et d’une croyance délirante. La République n’est pas un Etat de droit. C’est un Etat morphothéocratique, qui ne se distingue en rien des Etats théocratiques que nous connaissons, si ce n’est qu’il a lui-même inventé un dieu sur mesure, pour servir ses intérêts sociopolitiques et réaliser une universalité fantasmée depuis 1789.

La République n’est pas un Etat de droit : c’est un droit d’Etat. Un droit d’Etat totalitaire qui produit un état de droit dans lequel seuls les individus abstraits sont reconnus, un droit d’Etat qui dissout les peuples et qui engendre des agrégats artificiels. 

Nous avons parlé des haruspices. Dans l’antiquité, ils ouvraient les entrailles des animaux pour connaître la volonté divine. Aujourd’hui, ce sont des Juges qui ouvrent les Tables de la Loi naturelle pour dire les volontés de la Transcendance. La comparaison s’arrête là, car même si les haruspices étaient consultés à Rome, ils n’avaient aucun pouvoir. Nos haruspices modernes, juges du Conseil d’Etat, membres du Conseil constitutionnel, magistrats… sont les gardiens républicains du dogme révélé et leurs sentences sont exécutoires. Pour le plus grand bien de la République, qui s’affranchit ainsi du peuple : voici venu le temps du « gouvernement des juges » !

Il ne faut donc pas se laisser enfermer dans la mythologie de l’Etat de droit. Accepter cette idée, c’est accepter la fable des « droits naturels », c’est accepter l’idée que ces « droits naturels » révélés et déifiés constituent une transcendance dont la République serait l’Eglise et les juges des prêtres. C’est surtout oublier que la République est pour notre peuple une tyrannie qui s’est imposée et perpétuée avec une violence inouïe et un droit aussi arbitraire que populicide.

Face à la superstition républicaine des droits naturels et aux croyances irrationnelles en l’Etat de droit, il nous faut donc affirmer que ce sont les peuples qui sont au sommet de la hiérarchie des normes, et non la religion des droits de l’Homme ! Autrement dit, si l’obscurantisme idolâtre la superstition bricolée, l’autochtonisme doit évoluer dans la lumière des peuples enracinés.

Antonin Campana

vendredi, 15 novembre 2019

Démocratie illibérale ou démocratie libérale?...

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Démocratie illibérale ou démocratie libérale?...
 
par Hervé Juvin
Ex: http://metapoinfos.hautetfort.com

Nous reproduisons ci-dessous un point de vue d'Hervé Juvin, cueilli sur son site personnel et consacré au libéralisme comme ferment de dissolution de la démocratie. Économiste de formation, vice-président de Géopragma et député européen, Hervé Juvin est notamment l'auteur de deux essais essentiels, Le renversement du monde (Gallimard, 2010) et La grande séparation - Pour une écologie des civilisations (Gallimard, 2013). Candidat aux élections européennes sur la liste du Rassemblement national, il a publié récemment un manifeste intitulé France, le moment politique (Rocher, 2018).

Démocratie illibérale ou démocratie libérale ?

Publiée à l’initiative de l’ONG « Open society », une récente étude conduite dans six pays de l’Est européen traduit une défiance croissante envers la démocratie, accusée de ne pas tenir ses promesses. L’étude fait écho aux déplorations rituelles entendues au Parlement européen au sujet des menaces sur la démocratie que feraient naître les populismes, les nationalismes et les régimes autoritaires. Sont visés les habituels suspects : la Hongrie, la Pologne et autres démocraties désignées comme « illibérales » par leurs accusateurs.

La démocratie libérale en « Occident »

La démocratie se porte mal, chacun le constate. Mais tous oublient de définir leur sujet ; qu’est-ce que la démocratie ?

L’histoire de longue période répond, c’est l’autonomie des peuples. Leur capacité à décider eux-mêmes de leurs lois, de leurs mœurs, des conditions d’accès à leur territoire, de qui les dirige. Et c’est la conquête des Lumières et de la liberté politique, contre l’hétéronomie qui fait tomber la loi d’en haut, du Roi, de Dieu ou du Coran.

Si démocratie signifie autonomie du peuple et respect de la volonté populaire, c’est sûr, la démocratie se porte mal. Des exemples ?

Aux États-Unis, la CIA prétend défendre la démocratie contre un Président élu. Dans un entretien surréaliste, Paul Brennan et l’ancien directeur de la CIA affirment leur légitimité à défendre les États-Unis contre le Président Trump. Chacun sait la part que FBI et CIA, devenus États dans l’État, jouent dans la succession de complots visant à destituer le Président élu. Au nom d’une légitimité procédant d’un autre ordre que celui de l’élection et manifestement supérieure à elle ; désignés par Dieu, sans doute ?

Partout en Europe, en particulier en Hongrie, des ONG et des Fondations financées de l’étranger, notamment par MM. George Soros, Bill Gates, les Clinton et quelques autres, prétendent changer la culture et l’identité des peuples européens à coup de milliards et des réseaux qui contrôlent une grande partie de la presse, des élus et des think tanks européens.

Démocratie ? Non, usurpation du pouvoir. Capacité de nuire par l’achat des consciences et des lois. Ploutocratie manipulant les minorités bruyantes pour terroriser les majorités. Et nouvelle hétéronomie qui donne le pouvoir à l’argent, et permet aux mafias de la gestion financière, des big pharma ou de l’agro business de choisir les dirigeants avant tout vote — voir le Brésil, ou la France.

En Grande-Bretagne, le Parlement britannique a fait échouer toutes les tentatives de rendre effective une décision votée par referendum à une claire majorité ; sortir de l’Union européenne. Face à Theresa May comme à Boris Johnson, le Parlement croit agir au nom de mandats qui délèguent aux députés le pouvoir de voter au nom du peuple ce qu’ils jugent bon, contre la volonté du peuple, alors que les Tories demandent que le Parlement respecte la volonté du peuple exprimée par referendum.

Chaque jour ou presque, au nom de l’idéologie de l’individu qui ignore le citoyen, au nom des « LGBTQ+ » qui priment la famille, au nom de l’industrie du vivant qui entend faire de la reproduction humaine et du corps humain un produit comme les autres, le Parlement européen déclare, dispose et vote des textes contre lesquels la majorité des peuples européens se dresse. Chaque jour ou presque, des juges, des cours et des comités bafouent le sens commun, l’opinion et la volonté de la majorité des Européens. Et chaque jour, le droit de l’individu détruit un peu plus ce qui reste de la démocratie en Europe.

Libéralisme contre démocratie ?

La situation est sans ambigüité ; le libéralisme est devenu le pire ennemi de la démocratie. La liberté de l’individu qui nie le citoyen et détruit l’unité de la Nation en finit avec la liberté politique, la seule qui compte vraiment. Car les droits de l’individu sont devenus une nouvelle hétéronomie, dont les juges sont les imams et les tribunaux, les mosquées d’où émanent les fatwas contre tous ceux qui osent mettre en cause l’individu tout puissant, sa pompe et ses œuvres. De sorte que ce sont aujourd’hui les démocraties dites « illibérales » qui portent le combat pour la démocratie en Europe, le combat pour la loi de la majorité contre la dictature des minorités.

Dans l’Union européenne comme ailleurs dans le monde, ce ne sont pas les démocraties illibérales qui sont le danger, c’est l’autoproclamation des juges et des cours constitutionnelles en censeurs du vote et des élus.

Qui croit que les lois votées en France ou les directives européennes ont quoi que ce soit à voir avec la volonté des Européens ? Quelle majorité pour l’invasion migratoire, pour la ruine des territoires par les traités de libre-échange, pour la destruction des sols et de la vie par les usuriers du vivant, pour le commerce du corps humain ?

Le coup d’État du droit qui permet aux juges constitutionnels d’invalider n’importe quelle loi votée par les Assemblées, au nom d’une interprétation libre de préambules lyriques et verbeux qui ne disent rien et qui peuvent tout justifier (rappelons qu’en vertu des préjugés de l’époque, les Déclarations des Droits américaines de 1776 ou françaises de 1789 ne s’appliquaient ni aux femmes, ni aux esclaves, ni aux peuples colonisés, invisibles aux constituants ; qui saura dire quels préjugés de notre époque donnent lieu aux mêmes aveuglements dans nos interprétations actuelles ?).

Voilà la nouvelle hétéronomie qui assujettit les Nations, muselle les peuples et explique la montée délétère de l’abstention — il ne sert à rien de voter, puisqu’un juge pourra invalider votre vote, et l’argent d’un corrupteur étranger pourra changer la loi !

La démocratie illibérale, l’avenir ?

Les démocraties illibérales le seraient-elles seulement parce qu’elles répondent à la volonté de la Nation, pas à celle d’une poignée de milliardaires et de leurs complices assurés du monopole du Bien ? Seraient-elles alors tout ce qui reste en Europe de démocratie, de Nation et de liberté politique ? La question appelle une réponse nuancée ; les démocraties illibérales sont bel et bien des démocraties si elles respectent le principe du suffrage universel, si elles acceptent l’alternance et si elles refusent le recours à la force, celle de l’armée ou de milices. 

Il y a urgence à restaurer la démocratie en Europe. Face à la tentative de conquête islamiste de territoires en Europe, face à l’intensification des opérations de soumission européenne aux ordres de l’étranger, rendre le pouvoir au peuple est la révolution démocratique à venir. Elle passe par le dessaisissement des cours constitutionnelles du pouvoir d’interpréter la Déclaration des Droits de l’Homme, par le rétablissement du gouvernement des hommes sur la gouvernance des choses, par la restauration des liens entre le droit, l’État, et la Nation.

Elle passe par le contrôle des ONG et des Fondations qui doivent rentrer dans les frontières, dans les Nations et dans la loi. Elles passent par la nationalisation d’Internet, qui ne peut être le lieu de la destruction de l’unité nationale et de la liberté politique — la liberté de ne pas être conforme, la liberté de rester soi-même, la liberté de dire « nous ». La lutte anti corruption, anti-blanchiment, anti-ingérence, commence par la transparence sur la provenance des fonds des ONG, sur leurs liens avec des journalistes et des médias, sur l’indépendance des sources d’information. Le temps est venu de réaffirmer cette condition de la démocratie ; l’argent ne donne aucun droit à l’influence ni au pouvoir. La ploutocratie est la ruine de la liberté politique.

Ceux qui n’ont que le mot de « démocratie » à la bouche devraient y réfléchir à deux fois. Car la révolution démocratique est en marche. Elle vient de l’Est, elle vient de ceux qui savent ce que « demeurer » veut dire, elle nous conduit vers des horizons inconnus — soigneusement cachés. Mais les âmes sensibles et les esprits libres voient déjà la lumière qui se lève en Europe, et qui va rendre à la démocratie son tranchant et son fil.

Hervé Juvin (Site officiel d'Hervé Juvin, 7 novembre 2019)

mercredi, 06 novembre 2019

Le Loup des steppes contre leur monde moderne

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Le Loup des steppes contre leur monde moderne

Par Nicolas Bonnal

Ex: https://leblogalupus.com

Le loup des steppes : et si on le lisait au lieu d’en parler?

C’est le hasard de mon livre sur Céline qui me fit retrouver Hermann Hesse, écrivain surfait et déjà oublié. Mais dans le Loup des steppes il nous semble, sans nous balancer dans la littérature comparée, qu’il aborde le problème de la modernité comme Céline. On est à l’époque de la guerre, de la massification, des abrutissements modernes et des années folles. Voyez la Foule de King Vidor pour évaluer le beuglant…

On commence par les hommes-masse de notre époque (traduction de Juliette Parry) » :

« Il ne s’agit pas ici de l’homme tel que le connaissent l’école, l’économie nationale, la statistique, de l’homme tel qu’il court les rues à des millions d’exemplaires et qu’on ne saurait considérer autrement que le sable du rivage ou l’écume des flots : quelques millions de plus ou de moins, qu’importe, ce sont des matériaux, pas autre chose. »

Hesse décrit aussi la vie ennuyée de cet homme-masse façonné par l’industrie et cet écœurement qui en sourd :

« …celui qui a vécu des jours infernaux, de mort dans l’âme, de désespoir et de vide intérieur, où, sur la terre ravagée et sucée par les compagnies financières, la soi-disant civilisation, avec son scintillement vulgaire et truqué, nous ricane à chaque pas au visage comme un vomitif, concentré et parvenu au sommet de l’abomination dans notre propre moi pourri, celui-là est fort satisfait des jours normaux, des jours couci-couça comme cet aujourd’hui ; avec gratitude, il se chauffe au coin du feu ; avec gratitude, il constate en lisant le journal qu’aujourd’hui encore aucune guerre n’a éclaté, aucune nouvelle dictature n’a été proclamée, aucune saleté particulièrement abjecte découverte dans la politique ou les affaires…»

Comme Céline ou Ortega Y Gasset (et des dizaines d’autres), Hermann Hesse dénonce cette émergence cette civilisation de la masse satisfaite :

« Je ne comprends pas quelle est cette jouissance que les hommes cherchent dans les hôtels et les trains bondés, dans les cafés regorgeant de monde, aux sons d’une musique forcenée, dans les bars, les boîtes de nuit, les villes de luxe, les expositions universelles, les conférences destinées aux pauvres d’esprit avides de s’instruire, les corsos, les stades… »

Une brève allusion à notre américanisation – qui frappe aussi Chesterton ou Bernard Shaw à cette époque :

« En effet, si la foule a raison, si cette musique des cafés, ces plaisirs collectifs, ces hommes américanisés, contents de si peu, ont raison, c’est bien moi qui ai tort, qui suis fou, qui reste un loup des steppes, un animal égaré dans un monde étranger et incompréhensible, qui ne retrouve plus son cli mat, sa nourriture, sa patrie. »

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Le personnage couche avec des danseuses lesbiennes découvre le fox-trot et la musique nègres. Mais voici ce que dit la danseuse :

« Crois-tu que je ne puisse comprendre ta peur du fox-trot, ton horreur des bars et des dancings, ta résistance au jazz-band et à toutes ces insanités ? Je ne les comprends que trop, et aussi ton dégoût de la politique, ton horreur des bavardages et des agissements irresponsables des partis et de la presse, ton désespoir en face de la guerre, celle qui fut et celle qui viendra, en face de la façon dont on pense aujourd’hui, dont on lit, dont on construit, dont on fait de la musique, dont on célèbre les cérémonies, dont on fabrique l’instruction publique ! Tu as raison, Loup des steppes, tu as mille fois raison, et pourtant tu dois périr. Tu es bien trop exigeant et affamé pour ce monde moderne, simple, commode, content de si peu ; il te vomit, tu as pour lui une dimension de trop. »

Après on donne une définition de loup des steppes (titre d’un groupe de pop au temps jadis) :

 « Celui qui veut vivre en notre temps et qui veut jouir de sa vie ne doit pas être une créature comme toi ou moi. Pour celui qui veut de la musique au lieu de bruit, de la joie au lieu de plaisir, de l’âme au lieu d’argent, du travail au lieu de fabrication, de la passion au lieu d’amusettes, ce joli petit monde-là n’est pas une patrie… »

Et si Céline a dit que la vérité de ce monde c’est la mort :

« Il en fut toujours ainsi, il en sera toujours ainsi ; la puissance et l’argent, le temps et le monde appartiennent aux petits, aux mesquins, et les autres, les êtres humains véritables, n’ont rien. Rien que la mort… »

Et si Céline a dit que la postérité c’est pour les asticots :

« La gloire, ça n’existe que pour l’enseignement, c’est un truc des maîtres d’école. »

Antisémitisme ; Hesse le voit pointer comme la prochaine guerre dès le début des années vingt, au moment où Céline vit le Voyage :

« Il n’a pas vécu la guerre, ni le bouleversement des bases de la pensée par Einstein (cela, pense-t-il, est du domaine des mathématiciens) ; il ne voit pas comment se prépare autour de lui la prochaine guerre ; il tient pour haïssables les Juifs et les communistes ; il est un brave gosse insouciant et gai qui se prend au sérieux, il est digne d’être envié. »

L’Allemagne est déjà prête pour la prochaine guerre comme le voit Bainville à la même époque. On a aussi fait ce qu’il fallait au traité de Versailles (lisez Guido Preparata à ce sujet) :

« C’est cela qu’ils ne me pardonnent pas, car, bien entendu, ils sont tous innocents : le Kaiser, les généraux, les grands industriels, les politiciens, les journaux, nul n’a rien à se reprocher, ce n’est la faute de personne. On croirait que tout va on ne peut mieux dans le monde ; seulement, voilà, il y a une douzaine de millions d’hommes assassinés. »

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Hesse aussi hait ces journaux qui rendront fou Céline :

« Deux tiers de mes compatriotes lisent cette espèce de journaux, entendent ces chansons matin et soir ; de jour en jour, on les travaille, on les serine, on les traque, on les rend furieux et mécontents ; et le but et la fin de tout est encore la guerre, une guerre prochaine, probablement encore plus hideuse que celle-ci. »

Hesse décrit dégoûté une absorption des journaux :

« C’est bizarre, tout ce qu’un homme est capable d’avaler ! Pendant près de dix minutes, je lus un journal et laissai pénétrer en moi, par le sens de la vue, l’esprit d’un homme irresponsable, qui remâche dans sa bouche les mots des autres et les rend salivés, mais non digérés. C’est cela que j’absorbai pendant un laps de temps assez considérable. »

Et si Céline parle de la musique judéo-saxo-nègre, Hesse aussi :

« Lorsque je passai devant un dancing, un jazz violent jaillit à ma rencontre, brûlant et brut comme le fumet de la viande crue. Je m’arrêtai un moment : cette sorte de musique, bien que je l’eusse en horreur, exerçait sur moi une fascination secrète. Le jazz m’horripilait, mais je le préférais cent fois à toute la musique académique moderne ; avec sa sauvagerie rude et joyeuse, il m’empoignait, moi aussi, au plus profond de mes instincts, il respirait une sensualité candide et franche ».

Céline et les nègres ? Hermann Hesse et les nègres, et la bonne musique nègre :

« Et cette musique-là avait l’avantage d’une grande sincérité, d’une bonne humeur enfantine, d’un négroïsme non frelaté, digne d’appréciation. Elle avait quelque chose du Nègre et quelque chose de l’Américain qui nous paraît, à nous autres Européens, si frais dans sa force adolescente. L’Europe deviendrait-elle semblable ? Était-elle déjà sur cette voie ? »

Toute la vieille culture est remise en cause comme chez Elie Faure à la même époque :

« Nous autres vieux érudits et admirateurs de l’Europe ancienne, de la véritable musique, de la vraie poésie d’autrefois, n’étions-nous après tout qu’une minorité stupide de neurasthéniques compliqués, qui, demain, seraient oubliés et raillés ? Ce que nous appelions « culture », esprit, âme, ce que nous qualifiions de beau et de sacré n’était-ce qu’un spectre mort depuis longtemps, et à la réalité duquel croyaient seulement quelques fous ? Ce que nous poursuivions, nous autres déments, n’avait peut-être jamais vécu, n’avait toujours été qu’un fantôme ? »

Comme dit Debord l’ancienne culture elle est congelée.

Néanmoins Hesse ne fait pas preuve d’hypocrisie, et il nous donne sa deuxième définition du loup des steppes  c’est un bohême collaborateur de cette bourgeoisie.

« En effet, la puissance de vie du bourgeoisisme ne se base aucunement sur les facultés de ses membres normaux, mais sur celles des outsiders extrêmement nombreux, qu’il est capable de contenir par suite de l’indétermination et de l’extensibilité de ses idéals. Il demeure toujours dans le monde bourgeois une foule de natures puissantes et farouches. Notre Loup des steppes Harry en est un exemple caractéristique. Lui, qui a évolué vers l’individualisme bien au-delà des limites accessibles au bourgeois, lui qui connaît la félicité de la méditation, ainsi que les joies moroses de la haine et de l’horreur de soi, lui qui méprise la loi, la vertu et le sens commun, est pourtant un détenu du bourgeoisisme et ne saurait s’en évader. »

On se vent âme et corps au monde moderne et à sa technique de divertissement. Si notre Céline a dit que les Américains font l’amour comme les oiseaux, Hermann Hesse montre que son époque est libérée et son Allemagne de Weimar aussi :

« La plupart étaient extraordinairement douées pour l’amour et assoiffées de ses joies ; la plupart le pratiquaient avec les deux sexes ; elles ne vivaient que pour l’amour, et à côté des amis officiels et payants elles cultivaient d’autres liaisons amoureuses. Actives et affairées, soucieuses et frivoles, sensées et pourtant étourdies, ces libellules vivaient leur vie aussi enfantine que raffinée, indépendantes, ne se vendant que selon leur bon plaisir, attendant tout d’un coup de dés et de leur bonne étoile, amoureuses de la vie et cependant bien moins attachées à elle que ne le sont les bourgeois, toujours prêtes à suivre un prince charmant dans son château de conte de fées, toujours demi-conscientes d’une fin triste et fatale. »

La fille lui reproche de ne pas savoir danser, d’avoir appris le grec et le latin. Vian dira qu’il vaut mieux apprendre à faire l’amour que s’abrutir sur un livre d’histoire. Mais Céline tape tout le temps sur notre éducation et veut nous rapprendre le rigodon.

Le cinéma cette petite mort (Céline) ; voici comment Hesse décrit le procès.

« En flânant je passai devant un cinéma, je vis des enseignes lumineuses et de gigantesques affiches coloriées ; je m’éloignai, je revins sur mes pas et finalement j’entrai. Je pourrais demeurer là bien tranquillement jusqu’à onze heures environ. Conduit par l’ouvreuse avec sa lanterne, je trébuchai dans la salle obscure, je me laissai tomber sur un siège et me trouvai tout à coup en plein dans l’Ancien Testament. Le film était un de ceux qu’on tourne à grands frais et avec force trucs soi-disant non pas pour gagner de l’argent, mais dans des buts sublimes et sacrés ; les maîtres de catéchisme y conduisent en matinée leurs élèves. »

Après il tape encore plus fort sur ce cinéma :

« Ensuite, je vis le Moïse monter sur le Sinaï, sombre héros sur une sombre cime, et Jéhovah lui communiquer les dix commandements, avec le concours de l’orage, de la tempête et des signaux lumineux, cependant que son peuple indigne, entre-temps, dressait au pied du mont, le veau d’or et s’abandonnait à des distractions plutôt bruyantes. Il me paraissait bizarre et incroyable de contempler ainsi les histoires saintes, leurs héros et leurs miracles, qui avaient fait planer sur notre enfance les premières divinations vagues d’un monde surhumain ; il me semblait étrange de les voir jouer ainsi devant un public reconnaissant, qui croquait en silence ses cacahuètes : charmante petite saynète de la vente en gros de notre époque, de nos gigantesques soldes de civilisation… »

Et il dit ce qu’il en pense de cette société de consommation et de divertissement :

« Seigneur mon Dieu ! pour éviter cette saleté, c’étaient non seulement les Égyptiens, mais les Juifs et tous les autres hommes qui eussent dû périr alors d’une mort violente et convenable, au lieu de cette petite mort sinistrement mesquine et bourgeoise dont nous mourons aujourd’hui. »

La petite mort du monde bourgeois est ici là dans le poste de T.S.F.

« Mais c’était, je le vis bientôt, un appareil de T.S.F. qu’il avait dressé et mis en marche ; installant le haut-parleur, il annonça : « Vous entendrez Munich, le Concerto grosso en F-Dur de Haendel. »

En effet, à ma surprise et à mon épouvante indicible, l’appareil diabolique se mit à vomir ce mélange de viscose glutineuse et de caoutchouc mâché que les possesseurs de phonographes et les abonnés de la T.S.F. sont convenus d’appeler musique… »

Conclusion ? Nous sommes la civilisation de la fin du monde, comme dit Philippe Grasset, celle que rien n’arrête !

dimanche, 03 novembre 2019

Carl Schmitt : La distinction ami-ennemi comme critère du politique, Tristan Storme

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Carl Schmitt : La distinction ami-ennemi comme critère du politique, Tristan Storme

 
Sulfureux à plus d’un titre, le juriste allemand Carl Schmitt a défini la notion de politique en accordant une place centrale à l’ennemi, qui serait d’après lui « notre propre question en tant que figure ». La communauté politique ne se déterminerait comme telle qu’en désignant l’hostis par l’intermédiaire d’une décision étatique, c’est-à-dire en décidant d’entrer en guerre. Seul l’État serait, par ailleurs, apte à garantir la paix interne et la pluralité des États souverains assurerait l’équilibre pacifié du continent européen. La genèse du politique et les conditions de son maintien s’expliqueraient à travers une série de notions fondamentales (l’ami, l’ennemi, la pluralité des États), impliquant toujours l’appareil étatique comme titulaire de la souveraineté, et donc le rejet d’un concept constitutif d’humanité. Tristan Storme est maître de conférences en sciences politiques à l’université de Nantes et membre du laboratoire de recherche Droit & Changement Social. Ses recherches et son enseignement concernent notamment la pensée de Carl Schmitt, juriste et philosophe allemand sur lequel il a publié : Carl Schmitt et le marcionnisme (Cerf, 2008) ; Carl Schmitt, lecteur de Tocqueville. La démocratie en question (dans la Revue européenne des sciences sociales, 2011).
 
Conférence donnée lors des Rencontres de Sophie le 15 mars 2019 au Lieu Unique de Nantes. http://philosophia.fr/activites-renco...
 
Voir tout le programme des Rencontres de Sophie "Guerre et paix", Philosophia, Lieu Unique, Nantes http://philosophia.fr/wp-content/uplo...
 

dimanche, 27 octobre 2019

Sociétés de transparence, sociétés du secret

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Sociétés de transparence, sociétés du secret

par François-Bernard Huyghe

Ex: http://www.huyghe.fr

Nos sociétés de l’information exaltent volontiers la transparence. En politique elle doit favoriser la gouvernance : plus d’ententes clandestines, de manœuvres antidémocratiques obscures, d’intérêts occultes, de crimes enfouis. En économie, on voit en elle une garantie contre les défauts cachés, les erreurs et les tricheries, donc un facteur de sécurité et de progrès. Et, moralement, la transparence semble garantir la confiance entre ceux qui n’ont rien à se reprocher. Dans ces conditions, il est difficile de plaider pour le secret. Ou au moins pour sa persistance voire sa croissance. Et pourtant...

Interdire pour protéger

Première évidence : le secret est indispensable à la survie des organisations ou des individus. Par définition, il distingue, exclut, sépare les initiés de ceux qui n’ont pas le droit de connaître : il fait obstacle à leur bénéfice. Des dispositifs servant à réserver certaines informations à certains détenteurs ont toujours existé ; ce peuvent être des sanctions légales ou sociales contre ceux qui divulguent, l’appel au sens de l’honneur, aux serments ou à la déontologie, l’omerta et l’ésotérisme, mais aussi des murs, des serrures, des vigiles, et bien entendu, des codes, des dispositifs informatiques...

Parce qu’il nous protège et doit se protéger, l’État assure la confidentialité de certains documents sur ce qu’il a fait, ce qu’il peut, ce qu’il sait et ce qu’il prépare - notamment dans les domaines régaliens de la diplomatie, du renseignement, de l’armée ou de la police -. Sinon il serait la proie de ses rivaux et de ses ennemis. Sans parler des terroristes ou des criminels s’ils étaient avertis de tout. De même, une entreprise qui laisserait filer l’état de sa recherche, ses listes de clients, ses projets, ses dossiers avant négociation, etc. serait suicidaire. Le secret produit délibérément de la rareté synonyme de valeur, d’où la nécessité d’en conserver l’exclusivité. Ce principe sous-tend le système de l’argent : pour remplir ses fonctions (thésauriser, mesurer la valeur, échanger) il faut qu’il soit rare et inimitable. Ceci valait du billet de banque dont le papier et le dessin défiaient les faussaires. Ceci vaut pour le chèque ou le virement. Mais ceci vaudra aussi pour le bitcoin : en demandant à un grand nombre de machines d’effectuer des opérations complexes (résoudre des énigmes cryptographiques) afin de « miner » du bitcoin, il permet d’enregistrer collectivement les transactions. L’échange monétaire (qui exige la preuve que A ne possède plus telle somme et que B l’a vu créditée une seule fois) présuppose la synthèse entre la publicité (source de confiance) et le secret (garantie de rareté).

Citoyens, le cas échéant avides de savoir les vilenies des dirigeants ou les scandales des vedettes, nous éprouvons la valeur de l’intimité. Peu de gens poussent l’amour de la transparence jusqu’à s’enchanter de voir diffuser leurs photos privées, leur code bancaire ou leur dossier médical, enregistrer leurs communications et déplacements, ficher leurs opinions, etc.

Aussi le citoyen est tenté de se tourner vers le législateur pour qu’il organise des obligations de publier et des interdictions de savoir. Une des tâches de l’État est de tracer la ligne entre public et privé, entre ce qu’il est bon que l’on puisse vérifier - de la composition d’un aliment sous plastique au patrimoine d’un élu - et ce qu’il est scandaleux de surveiller et de publier. La loi, en établissant le droit au secret, crée un équilibre entre différentes formes de sécurité et de dignité. Il y a compromis entre ce que l’État doit savoir du citoyen et le citoyen de l’État, ce que les médias ont le droit de dire et les entreprises de dissimuler, et ainsi de suite. Le système français est perfectible, mais peu d’entre nous souhaiteraient voir disparaître le RGPD ou la CNIL. Prétendre que nous visons sous l’œil du panoptique ou dans le monde de Big Brother est pour le moins exagéré tant qu’une autorité légitime et contrôlée par le peuple répartit droit de savoir mais aussi des obligations de discrétion en fonction des responsabilités et de ses vulnérabilités.
Pour autant, la question du secret et de la transparence ne peut se réduire à une affaire de bonne volonté politique ou de compromis acceptable.
 

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Fantasmes du secret

Un des premiers paradoxes est celui du rapport contemporain que nous appellerons « culturel » entre imaginaire et secret, ou, si l’on préfère, falsification et transparence. La prolifération des théories complotistes (qui se vantent de percer un secret entretenu par les autorités), l’information dite alternative, la désinformation ou les fake news, reposent sur la conviction partagée par des millions de gens qu’on nous cache tout et qu’on ne nous dit rien. Et sur la faculté qu’ont certains de proposer une autre version de la réalité ou sur des révélations que l’on tenterait d’étouffer.
Bien sûr, il y a toujours eu des rumeurs et des affabulations comme il y a eu des faux historiques. Mais jamais un tel contraste entre, d’une part, l’information disponible, les archives en ligne, le nombre de médias et d’organisations sensés se consacrer à l’information authentique, celui des experts supposés vérifier et analyser, etc., et, d’autre part, le scepticisme de masses. Le secret est souvent supposé ou affabulé : les autorités savent bien qui a tué Kennedy, la Nasa a tourné le débarquement sur la lune en studio, les Juifs ou les Reptiliens décident tout dans l’ombre, on nous dissimule les victimes de telle catastrophe ou tel produit, tel lobby interdit la publication de tel dossier. Armes secrètes, morts cachés, plans dissimulés, reportages censurés, témoignages étouffés, lois du silence, complicités au sein de l’État ou de la société, contradictions présumées entre la « version officielle » et la réflexion des savants indépendants ou des critiques..., tout cela revient régulièrement nourrir une suspicion de masse.

La difficulté est que ce discours peut s’appuyer sur quelques exemples incroyables (par l’importance des faits dissimulés et pourtant connus de milliers de gens). Oui le Goulag existait. Non il n’y a pas eu de charniers à Timisoara ni de génocide au Kosovo. Non Saddam Hussein n’avait plus d’armes de destruction massive. Oui la NSA a bien surveillé des millions de gens (dont Merkel et Hollande). Mais des autorités aient soutenu le contraire et que des centaines de médias aient repris l’antienne. Pour autant, il n’est pas légitime de déduire que tout est trucage et simulacre. On sait la facilité avec laquelle on peut, en particulier sur les réseaux sociaux, fabriquer une théorie ou une « preuve » révélatrice. Elle va vite se propager et se voir reprise et embellie par des communautés en ligne, hors contrôle de ces « garde-barrières » que sont les rédactions des médias.
Du coup, les lois contre les fake news, les interventions des grands du Net, le développement du fact-checking..., et autres se mettent en place et, à leur tour, nourrissent paradoxalement le soupçon. Derrière ce processus, la question de l’accréditation, à savoir de qui décide ce que l’on tient pour vrai.

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Numérique : codes et contrôles

Qui dit affaire de mentalités ou d’idéologies, dit aussi affaire de technologie. Dans les années 90, les pionniers d’Internet saluaient l’avénement d’un monde numérisé où chacun pourrait s’exprimer « sans craindre d’être réduit au silence ou à une norme. » (Déclaration d’indépendance du cyberespace, 1996). Or ce cyberespace est devenu par excellence le lieu de la lutte par et pour le secret. Nos technologies sont bourrées d’énigmes délibérément créées. Prenez votre smartphone : il va vous falloir prouver que vous êtes vous (son propriétaire légitime) soit en exécutant un code secret, soit en mettant votre empreinte digitale unique sur une touche. Puis vous utiliserez des applications qui vantent leur cryptologie robuste. Puis vous passerez votre temps à vous prouver que vous possédez divers secrets (identifiants et mots de passe), pour réaliser des opérations à distance. En cinq minutes vous effectuerez plus de démarches reposant sur des connaissances rares et des moyens de codage que les agents secrets dans les films d’espionnage des années 60.

Et même si vous ne faites rien de mal et pensez n’avoir rien à cacher, il y a au moins trois raisons essentielles pour que vous vous préoccupiez de conserver secret ou anonymat.
La première est évidente : la crainte de la cybercriminalité. Quelqu’un qui s’emparerait de votre code, vous le ferait livrer pas astuce ou contournerait les défenses logicielles de vos appareils, ne se contenterait pas de savoir ce que vouliez garder pour vous. Il pourrait faire des choses à votre place : émettre un faux message, passer une commande, commander une opération, vider un compte, etc. Il pourra donc se substituer à vous si vous défendez mal votre secret.
La seconde raison est que - tout honnête citoyen que vous soyez, aux opinions modérées et confiant dans son gouvernement - vous n’avez peut-être pas envie d’être surveillé par un service d’État. Vous avez sans doute été choqué d’apprendre par les révélations d’Edward Snowden que la NSA compilait des milliards de données sur les identifiants, la géolocalisaiton, le contenu des communications, etc.
Et attendez la conjonction des objets connectés et de l’intelligence artificielle. Pour ne donner qu’un exemple la Chine a doté certains travailleurs sur des chaînes de production ou les trains à grande vitesse de casquette connectées qui détectent leurs états émotionnels, sans doute par les ondes cérébrales. Ce qui leur est peut-être ignoré par eux-mêmes, leurs affects inconscients, leur fatigue est donc connu de l’État ou de la direction.
Troisième raison de conserver ses données ou le secret de ses communications : elles permettent d’anticiper vos comportements futurs. Des algorithmes brassant des quantités de données à votre sujet (dont beaucoup que vous avez communiqué vous-mêmes) anticipent vos goûts (y compris sexuels ou pour l’alcool) et peuvent vous faire, comme dans l’affaire de Cambridge Analytica, des propositions politiques (ne parlons pas des commerciales) qui vous sembleront miraculeusement coïncider avec le message que vous auriez aimé entendre. Nos secrets font leurs pouvoirs.

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Secret et conflit

La dimension culturelle ou technologique ne peuvent se comprendre que par rapport à la nature stratégique du secret. Le garder, percer celui de l’adversaire ou du concurrent, sont, par excellence liées à l’affrontement. C’est pourquoi l’État de dote de services de renseignement et c’est une des bases de l’Intelligence Économique. C’est surtout une des composantes principales des futurs affrontements. Ceci vaut particulièrement dans le domaine militaire et géopolitique où, par exemple, la cyberstratégie tient un rôle déterminant.

Soit l’exemple d’une cyberattaque, menée par un service d’État, un acteur économique ou un groupe idéologique. Elle commence le plus souvent pas garantir son propre anonymat afin de se rendre impossible à attribuer, à distance et sans traces physiques. Puis, elle franchit la défense d’un système informatique : elle pénètre ainsi dans des zones protégées des mémoires pour y prélever des données précieuses et/ou pour y déposer ses propres dispositifs qui continueront à pomper de l’information ou à donner des instructions. Variante : l’attaque peut viser à saboter à l’insu du propriétaire légitime, à détraquer un système de gestion ou de commandement. Un exemple récent : les ransomwares, ces logiciels qui pénètrent dans vos machines et codent vos fichiers (littéralement ce à quoi vous aviez un accès quotidien devient secret pour vous). À vous de payer une rançon (comme par hasard en bitcoins) pour décoder et reprendre la main sur votre document.

Cette forme d’espionnage et de sabotage peut être relayée par une déstabilisation économique ou politique. Dans de récentes élections - Brexit, présidentielle U.S., référendum catalan - on a accusé des manipulations occultes étrangères d’avoir perturbé le processus électoral par de pseudo
Yes comptes, de fausses nouvelles, des intrusions, la diffusion d’informations secrètes (par exemple le « hack and leak » du parti démocrate, technique qui consiste à s’emparer de mails confidentiels pour les mettre sur la place publique et, ici, compromettre la candidate). Même si de tels effets de déstabilisation sont largement fantasmés, ils sont révélateurs de la crise de nos systèmes. Car les institutions étatiques ou économiques savent qu’une organisation comme Wikileaks, voire un simple témoin muni d’un smartphone, peut mettre sur la place publipolue ce qu’ils souhaitaient dissimuler d’un compte en banque à une bavure. Tout est archivé numériquement quelque part, donc tout peut être révélé.

Pour un État, une entreprise, un citoyen, le secret intervient dans tous les affrontements mais aussi dans toutes les formes de sociabilité et d’échange. Ce n’est pas une raison pour devenir paranoïaques. C’est une incitation à mesurer le défi en termes d’intelligence des enjeux, de maîtrise de la technologie et de souveraineté numérique.


Lectures conseillées :
E. Et F.B. Huyghe « Histoire des secrets » (Hazan 2000), Médium n° 37/38 « Le secret à l’ère numérique (Oct. 2013-Mars 2014), Collectif « Le secret au cœur de nos sociétés » (Septentrion 2017)

jeudi, 24 octobre 2019

A quand la décadence finale ? De Salluste et Juvénal à nos jours

 

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A quand la décadence finale ? De Salluste et Juvénal à nos jours

par Tomislav Sunic
Ex: http://metapoinfos.hautetfort.com

Nous reproduisons ci-dessous un point de vue de Tomislav Sunic, cueilli sur le site Nous sommes partout et consacré à la notion de décadence. Ancien professeur de sciences politiques aux États-Unis et ancien diplomate croate, Tomislav Sunic a publié trois essais en France, Homo americanus (Akribéia, 2010) et La Croatie: un pays par défaut ? (Avatar Editions, 2010) ainsi qu'un recueil de textes et d'entretiens, Chroniques des Temps postmodernes (Avatar, 2014).

A quand la décadence finale ? De Salluste et Juvénal à nos jours

Les Anciens, c’est à dire nos ancêtres greco-germano-gallo-slavo-illyro-romains, étaient bien conscients des causes héréditaires de la décadence quoiqu’ils attribuassent à cette notion des noms fort variés. La notion de décadence, ainsi que sa réalité existent depuis toujours alors que sa dénomination actuelle ne s’implante solidement dans la langue française qu’au XVIIIème siècle, dans les écrits de Montesquieu.1 Plus tard, vers la fin du XIXème siècle, les poètes dits « décadents », en France, étaient même bien vus et bien lus dans les milieux littéraires traditionalistes, ceux que l’on désigne aujourd’hui, de façon commode, comme les milieux « d’extrême droite ». Par la suite, ces poètes et écrivains décadents du XIXème siècle nous ont beaucoup marqués, malgré leurs mœurs souvent débridées, métissées, alcoolisées et narcotisées, c’est-à-dire malgré leur train de vie décadent.2

En Allemagne, vers la fin du XIXème siècle et au début du XXème siècle, bien que moins régulièrement qu’en France, le terme « Dekadenz » était également en usage dans la prose des écrivains réactionnaires et conservateurs qu’effrayaient le climat de déchéance morale et la corruption capitaliste dans la vie culturelle et politique de leur pays. Il faut souligner néanmoins que le mot allemand « Dekadenz », qui est de provenance française, a une signification différente dans la langue allemande, langue qui préfère utiliser son propre trésor lexical et dont, par conséquent, les signifiants correspondent souvent à un autre signification. Le bon équivalent conceptuel, en allemand, du mot français décadence serait le très unique terme allemand « Entartung », terme qui se traduit en français et en anglais par le lourd terme d’essence biologique de « dégénérescence » et « degeneracy », termes qui ne correspondent pas tout à fait à la notion originale d’ « Entartung » en langue allemande. Le terme allemand « Entartung », dont l’étymologie et le sens furent à l’origine neutres, désigne le procès de dé-naturalisation, ce qui n’a pas forcément partie liée à la dégénérescence biologique. Ce mot allemand, vu son usage fréquent sous le Troisième Reich devait subir, suite à la fin de la Deuxième Guerre mondiale et suite à la propagande alliée anti-allemande, un glissement sémantique très négatif de sorte qu’on ne l’utilise plus dans le monde de la culture et de la politique de l’Allemagne contemporaine. 3


En Europe orientale et communiste, durant la Guerre froide, le terme de décadence n’a presque jamais été utilisé d’une façon positive. À sa place, les commissaires communistes fustigeaient les mœurs capitalistes des Occidentaux en utilisant le terme révolutionnaire et passe-partout, notamment le terme devenu péjoratif (dans le lexique communiste) de « bourgeois ». En résumé, on peut conclure que les usagers les plus réguliers du terme « décadence » ainsi que ses plus farouches critiques sont les écrivains classés à droite ou à l’extrême droite.


On doit ici soulever trois questions essentielles. Quand la décadence se manifeste-t-elle, quelles sont ses origines et comment se termine-t-elle ? Une foule d’écrivains prémodernes et postmodernes, de J.B. Bossuet à Emile Cioran, chacun à sa façon et chacun en recourant à son propre langage, nous ont fourni des récits apocalyptiques sur la décadence qui nous conduit à son tour vers la fin du monde européen. Or force est de constater que l’Europe se porte toujours bel et bien malgré plusieurs décadences déjà subies à partir de la décadence de l’ancienne Rome jusqu’à celle de nos jours. À moins que nous ne soyons, cette fois-ci, voués – compte tenu du remplacement des peuples européens par des masses de peuplades non-européennes – non plus à la fin d’UNE décadence mais à LA décadence finale de notre monde européen tout court.


gobineau.jpgAvant que l’on commence à se lamenter sur les décadences décrites par nos ancêtres romains et jusque par nos auteurs contemporains, et quelle que soit l’appellation qui leur fut attribuée par les critiques modernes, « nationalistes », «  identitaires », «  traditionalistes de la droite alternative, » «  de la droite extrême » et j’en passe, il est essentiel de mentionner deux écrivains modernes qui signalèrent l’arrivée de la décadence bien que leur approche respective de son contenu et de ses  causes  fut très divergente. Ce sont l’Allemand Oswald Spengler avec son Déclin de l’Occident, écrit au début du XXème siècle, et le Français Arthur de Gobineau avec son gros ouvrage Essai sur l’inégalité des races humaines, écrit soixante ans plut tôt. Tous deux étaient des écrivains d’une grande culture, tous deux partageaient la même vision apocalyptique de l’Europe à venir, tous deux peuvent être appelés des pessimistes culturels avec un sens du tragique fort raffiné. Or pour le premier de ces auteurs, Spengler, la décadence est le résultat du vieillissement biologique naturel de chaque peuple sur terre, vieillissement qui l’amène à un moment historique à sa mort inévitable. Pour le second, Gobineau, la décadence est due à l’affaiblissement de la conscience raciale qui fait qu’un peuple adopte le faux altruisme tout en ouvrant les portes de la cité aux anciens ennemis, c’est-à-dire aux Autres d’une d’autre race, ce qui le conduit peu à peu à s’adonner au métissage et finalement à accepter sa propre mort. À l’instar de Gobineau, des observations à peu près similaires seront faites par des savants allemands entre les deux guerres. On doit pourtant faire ici une nette distinction entre les causes et les effets de la décadence. Le tedium vitae (fatigue de vivre), la corruption des mœurs, la débauche, l’avarice, ne sont que les effets de la disparition de la conscience raciale et non sa cause. Le mélange des races et le métissage, termes  mal vus aujourd’hui par le Système et ses serviteurs, étaient désignés par Gobineau par le terme de « dégénérescence ». Selon lui, celle-ci fonctionne dorénavant, comme une machine à broyer le patrimoine génétique des peuples européens. Voici une courte citation de son livre : « Je pense donc que le mot dégénéré, s’appliquant à un peuple, doit signifier et signifie que ce peuple n’a plus la valeur intrinsèque qu’autrefois il possédait, parce qu’il n’a plus dans ses veines le même sang, dont des alliages successifs ont graduellement modifié la valeur ; autrement dit, qu’avec le même nom, il n’a pas conservé la même race que ses fondateurs ; enfin, que l’homme de la décadence, celui qu’on appelle l’homme dégénéré, est un produit différent, au point de vue ethnique, du héros des grandes époques. » 4


Et plus tard, Gobineau nous résume peut-être en une seule phrase l’intégralité de son œuvre : « Pour tout dire et sans rien outrer, presque tout ce que la Rome impériale connut de bien sortit d’une source germanique ».5


Ce qui saute aux yeux, c’est que soixante ans plus tard, c’est-à-dire au début du XXème siècle, l’Allemand Oswald Spengler, connu comme grand théoricien de la décadence, ne cite nulle part dans son œuvre le nom d’Arthur de Gobineau, malgré de nombreuses citations sur la décadence empruntées à d’autres auteurs français.


Nous allons poursuivre nos propos théoriques sur les causes du déclin de la conscience raciale et qui à son tour donne lieu au métissage en tant que  nouveau mode de vie. Avant cela, il nous faut nous pencher sur la notion de décadence chez les écrivains romains Salluste et Juvénal et voir quel fut d’après eux le contexte social menant à la décadence dans l’ancienne Rome.


Juvenal_Nuremberg_Chronicle.jpgL’écrivain Salluste est important à plusieurs titres. Primo, il fut le contemporain de la conjuration de Catilina, un noble romain ambitieux qui avec nombre de ses consorts de la noblesse décadente de Rome faillit renverser la république romaine et imposer la dictature. Salluste fut partisan de Jules César qui était devenu le dictateur auto-proclamé de Rome suite aux interminables guerres civiles qui avaient appauvri le fonds génétique de nombreux patriciens romains à Rome.


Par ailleurs Salluste nous laisse des pages précieuses sur une notion du politique fort importante qu’il appelle « metus hostilis » ou « crainte de l’ennemi », notion qui constituait chez les Romains, au cours des guerres contre les Gaulois et Carthaginois au siècle précèdent, la base principale de leur race, de leur vertu, de leur virilité, avec une solide conscience de leur lignage ancestral. Or après s’être débarrassé militairement de « metus Punici » (NDLR: crainte du Cathaginois) et de « metus Gallici» (NDLR: crainte du Gaulois), à savoir après avoir écarté tout danger d’invasion extérieure, les Romains, au milieu du IIème siècle avant notre ère, ont vite oublié le pouvoir unificateur et communautaire inspiré par « metus hostilis » ou la « crainte de l’Autre » ce qui s’est vite traduit par la perte de leur mémoire collective et par un goût prononcé pour le métissage avec l’Autre des races non-européennes.
Voici une courte citation de Salluste dans son ouvrage, Catilina, Chapitre 10.


« Ces mêmes hommes qui avaient aisément supporté les fatigues, les dangers, les incertitudes, les difficultés, sentirent le poids et la fatigue du repos et de la richesse… L’avidité ruina la bonne foi, la probité, toutes les vertus qu’on désapprit pour les remplacer par l’orgueil, la cruauté, l’impiété, la vénalité. »6.

Crainte de l’autre

La crainte de l’ennemi, la crainte de l’Autre, notion utilisée par Salluste, fut aux XIXème et XXème siècles beaucoup discutée par les historiens, politologues et sociologues européens. Cette notion, lancée par Salluste, peut nous aider aujourd’hui à saisir le mental des migrants non-européens qui s’amassent en Europe ainsi que le mental de nos politiciens qui les y invitent. Certes, la crainte de l’Autre peut être le facteur fortifiant de l’identité raciale chez les Européens de souche. Nous en sommes témoins aujourd’hui en observant la renaissance de différents groupes blancs et identitaires en Europe. En revanche, à un moment donné, le metus hostilis, à savoir la crainte des Autres, risque de se transformer en son contraire, à savoir l’amor hostilis, ou l’amour de l’ennemi qui détruit l’identité raciale et culturelle d’un peuple. Ainsi les Occidentaux de souche aujourd’hui risquent-ils de devenir peu à peu victimes du nouveau paysage multiracial où ils sont nés et où ils vivent. Pire, peu à peu ils commencent à s’habituer à la nouvelle composition raciale et finissent même par l’intérioriser comme un fait naturel. Ces mêmes Européens, seulement quelques décennies auparavant, auraient considéré l’idée d’un pareil changement racial et leur altruisme débridé comme surréel et morbide, digne d’être combattu par tous les moyens.


salllivre.jpgNul doute que la crainte de l’Autre, qu’elle soit réelle ou factice, resserre les rangs d’un peuple, tout en fortifiant son homogénéité raciale et son identité culturelle. En revanche, il y a un effet négatif de la crainte des autres que l’on pouvait observer dans la Rome impériale et qu’on lit dans les écrits de Juvénal. Le sommet de l’amour des autres, ( l’ amor hostilis) ne se verra que vers la fin du XXème siècle en Europe multiculturelle. Suite à l’opulence matérielle et à la dictature du bien-être, accompagnées par la croyance à la fin de l’histoire véhiculée par les dogmes égalitaristes, on commence en Europe, peu à peu, à s’adapter aux mœurs et aux habitudes des Autres. Autrefois c’étaient Phéniciens, Juifs, Berbères, Numides, Parthes et Maghrébins et autres, combattus à l’époque romaine comme des ennemis héréditaires. Aujourd’hui, face aux nouveaux migrants non-européens, l’ancienne peur de l’Autre se manifeste chez les Blancs européens dans le mimétisme de l’altérité négative qui aboutit en règle générale à l’apprentissage du «  déni de soi ». Ce déni de soi, on l’observe aujourd’hui dans la classe politique européenne et américaine à la recherche d’un ersatz pour son identité raciale blanche qui est aujourd’hui mal vue. A titre d’exemple cette nouvelle identité négative qu’on observe chez les gouvernants occidentaux modernes se manifeste par un dédoublement imitatif des mœurs des immigrés afro-asiatiques. On est également témoin de l’apprentissage de l’identité négative chez beaucoup de jeunes Blancs en train de mimer différents cultes non-européens. De plus, le renversement de la notion de « metus hostilis » en « amor hostilis » par les gouvernants européens actuels aboutit fatalement à la culture de la pénitence politique. Cette manie nationale-masochiste est surtout visible chez les actuels dirigeants allemands qui se lancent dans de grandes embrassades névrotiques avec des ressortissants afro-asiatiques et musulmans contre lesquels ils avaient mené des guerres meurtrières du VIIIe siècle dans l’Ouest européen et jusqu’au XVIIIe siècle dans l’Est européen.


L’engouement pour l’Autre extra-européen – dont l’image est embellie par les médias et cinémas contemporains – était déjà répandu chez les patriciens romains décadents au Ier siècle et fut décrit par le satiriste Juvénal. Dans sa IIIème satire, intitulée Les Embarras de Rome (Urbis incommoda), Juvénal décrit la Rome multiculturelle et multiraciale où pour un esprit raffiné comme le sien il était impossible de vivre…


« Dans ces flots d’étrangers et pourtant comme rien
Depuis longtemps déjà l’Oronte syrien
Coule au Tibre, et transmet à Rome ses coutumes,
Sa langue, ses chanteurs aux bizarres costumes… » 7
Juvénal se plaint également des migrants juifs dans ses satires, ce qui lui a valu d’être taxé d’antisémitisme par quelques auteurs contemporains…

« Maintenant la forêt et le temple et la source
Sont loués à des Juifs, qui, pour toute ressource,
Ont leur manne d’osier et leur foin de rebut.
Là, chaque arbre est contraint de payer son tribut;
On a chassé la muse, ô Rome abâtardie
Et l’auguste forêt tout entière mendie.« 8


sallcat.jpgLes lignes de Juvénal sont écrites en hexamètres dactyliques ce qui veut dire en gros un usage d’échanges rythmiques entre syllabes brèves ou longues qui fournissent à chacune de ses satires une tonalité dramatique et théâtrale qui était très à la mode chez les Anciens y compris chez Homère dans ses épopées. À l’hexamètre latin, le traducteur français a substitué les mètres syllabiques rimés qui ont fort bien capturé le sarcasme désabusé de l’original de Juvénal. On est tenté de qualifier Juvénal de Louis Ferdinand Céline de l‘Antiquité. Dans sa fameuse VIème satire, qui s’intitule Les Femmes, Juvénal décrit la prolifération de charlatans venus à Rome d’Asie et d’Orient et qui introduisent dans les mœurs romaines la mode de la zoophilie et de la pédophilie et d’autres vices. Le langage de Juvénal décrivant les perversions sexuelles importées à Rome par des nouveaux venues asiatiques et africains ferait même honte aux producteurs d’Hollywood aujourd’hui. Voici quelques-uns de ses vers traduits en français, de manière soignés car destinés aujourd’hui au grand public :


« Car, intrépide enfin, si ton épouse tendre
Voulait sentir son flanc s’élargir et se tendre
Sous le fruit tressaillant d’un adultère amour,
Peut-être un Africain serait ton fils un jour. »  9

Les Romains utilisaient le mot « Aethiopis », Ethiopiens pour désigner les Noirs d’Afrique.

Qui interprète l’interprète ?

L’interprétation de chaque ouvrage par n’importe quel auteur, sur n’importe quel sujet social et à n’importe quelle époque, y compris les vers de l’écrivain latin Juvénal, se fera en fonction des idées politiques dominantes à savoir du Zeitgeist régnant. Or qui va contrôler l’interprète aujourd’hui si on est obligé de suivre les oukases pédagogiques de ses chefs mis en place après la fin de la Deuxième Guerre mondiale ? À cet effet on peut citer Juvénal et les fameux vers de sa VIème satire : «  Quis custodet ipsos custodes » à savoir qui va garder les gardiens, c’est à dire qui va contrôler nos architectes de la pensée unique qui sévissent dans les universités et dans les médias ?


A peu près le même principe de censure et d’autocensure règne aujourd’hui au sujet de l’étude et la recherche sur les différentes races. Aujourd’hui, vu le dogme libéralo-communiste du progrès et la conviction que les races ne sont qu’une construction sociale et non un fait biologique et en raison du climat d’auto-censure qui sévit dans la haute éducation et dans les médias, il n’est pas surprenant que des savants qui analysent les différences entre races humaines soient souvent accusés d’utiliser des prétendus « stéréotypes ethniques ». Or le vocable « stéréotype » est devenu aujourd’hui un mot d’ordre chez les bien-pensants et chez les hygiénistes de la parole en Europe. La même procédure d’hygiénisme lexical a lieu lorsqu’un biologiste tente d’expliquer le rôle des différents génomes au sein des différentes races. Un savant généticien, s’il s’aventure à démystifier les idées égalitaires sur la race et l’hérédité risque d’être démonisé comme raciste, fasciste, xénophobe ou suprémaciste blanc. La nouvelle langue de bois utilisée par les médias contre les mal-pensants se propage dans toutes les chancelleries et toutes les universités européennes.


Certes, les idées, en l’occurrence de mauvaises idées, mènent le monde, et non l’inverse. Dans la même veine, les idées dominantes qui sont à la base du Système d’aujourd’hui décident de l’interprétation des découvertes dans les sciences biologiques et non l’inverse. Nous avons récemment vu la chasse aux sorcières dont fut victime le Prix Nobel James Watson, codécouvreur de la structure de l’ADN et du décryptage du génome humain. Il a été attaqué par les grand médias pour des propos prétendument racistes émis il y a une dizaine d’année à propos des Africains. Je le cite : « Même si j’aimerais croire que tous les êtres humains sont dotés d’une intelligence égale, ceux qui ont affaire à des employés noirs ne pensent pas la même chose» 10. Ce que Watson a dit est partagé par des milliers de biologistes et généticiens mais pour des raisons que nous avons déjà mentionnées, ils se taisent.

 

sallvienne.jpg

Nos Anciens possédaient un sens très aigu de leur héritage et de leur race qu’ils appelaient genus. Il existe une montagne d’ouvrages qui traitent de la forte conscience de la parenté commune et du lignage commun chez les Anciens. Nous n’allons pas citer tous les innombrables auteurs, notamment les savants allemands de la première moitié du XXème siècle qui ont écrit un tas de livres sur la dégénérescence raciale des Romains et d’autres peuples européens et dont les ouvrages sont non seulement mal vus mais également mal connus par le grand public d’aujourd’hui. Il est à noter qu’avant la Deuxième Guerre mondiale et même un peu plus tard, les savants et les historiens d’Europe et d’Amérique se penchaient sur le facteur racial beaucoup plus souvent et plus librement qu’aujourd’hui.


Il va de soi que les anciens Romains ignoraient les lois mendéliennes de l’hérédité ainsi que les complexités du fonctionnement de l’ADN, mais ils savaient fort bien comment distinguer un barbare venu d’Europe du nord d’un barbare venu d’Afrique. Certains esclaves étaient fort prisés, tels les Germains qui servaient même de garde de corps auprès des empereurs romains. En revanche, certains esclaves venues d’Asie mineure et d’Afrique, étaient mal vus et faisaient l’objet de blagues et de dérisions populaires.


Voici une brève citation de l’historien américain Tenney Frank, tirée de son livre Race Mixture in the Roman Empire ( Mélange des races dans l’Empire de Rome), qui illustre bien ce que les Romains pensaient d’eux-mêmes et des autres. Au début du XXème siècle Frank était souvent cité par les latinistes et il était considéré comme une autorité au sujet de la composition ethnique de l’ancienne Rome. Dans son essai, il opère une classification par races des habitants de l’ancienne Rome suite à ses recherches sur les inscriptions sépulcrales effectuées pendant son séjour à Rome. Voici une petite traduction en français de l’un de ces passages : « .…de loin le plus grand nombre d’esclaves venait de l’Orient, notamment de la Syrie et des provinces de l’Asie Mineure, avec certains venant d’Égypte et d’Afrique (qui, en raison de la classification raciale peuvent être considérés comme venant de l’Orient). Certains venaient d’Espagne et de Gaule, mais une proportion considérable d’entre eux étaient originaires de l’Est. Très peu d’esclaves furent recensés dans les provinces alpines et danubiennes, tandis que les Allemands apparaissent rarement, sauf parmi les gardes du corps impériaux. (L’auteur) Bang remarque que les Européens étaient de plus grand service à l’empire en tant que soldats et moins en tant que domestiques. »11


Et plus tard il ajoute :


« Mais ce qui resta à l’arrière-plan et régit constamment sur toutes ces causes de la désintégration de Rome fut après tout le fait que les gens qui avaient construit Rome ont cédé leur place à un race différente. » 12


Les anciens Romains avaient une idée claire des différents tribus et peuples venus d’Orient à Rome. Comme l’écrit un autre auteur, « Les esclaves d’Asie mineure et les affranchis cariens, mysiens, phrygiens et cappadociens, à savoir les Orientaux, étaient, par rapport aux esclaves d’autres provinces, particulièrement méprisés dans la conscience romaine. Ces derniers sont même devenus proverbiaux à cause de leur méchanceté. »13


En conclusion, on peut dire qu’une bonne conscience raciale ne signifie pas seulement une bonne connaissance des théories raciales ou pire encore la diffusion des insultes contre les non-Européens. Avoir la conscience raciale signifie tout d’abord avoir une bonne mémoire de la lignée commune et une bonne mémoire du destin commun. Cela a été le cas avec les tribus européennes et les peuples européens depuis la nuit des temps. Une fois l’héritage du peuple, y compris son hérédité, oublié ou compromis, la société commence à se désagréger comme on l’a vu à Rome et comme on le voit chaque jour en Europe aujourd’hui. « Les premiers Romains tenaient à leur lignée avec beaucoup de respect et appliquaient un système de connubium selon lequel ils ne pouvaient se marier qu’au sein de certains stocks approuvés » 14. Inutile de répéter comment on devrait appliquer le devoir de connubium en Europe parmi les jeunes Européens aujourd’hui. Voilà un exemple qui dépasse le cadre de notre discussion. Suite à la propagande hollywoodienne de longue haleine il est devenu à la mode chez de jeunes Blanches et Blancs de se lier avec un Noir ou un métis. Il s’agit rarement d’une question d’amour réciproque mais plutôt d’une mode provenant du renversement des valeurs traditionnelles.


Il est inutile de critiquer les effets du métissage sans en mentionner ses causes. De même on doit d’abord déchiffrer les causes de l’immigration non-européenne avant de critiquer ses effets. Certes, comme if fut déjà souligné la cause de la décadence réside dans l’oubli de la conscience raciale. Or celle-ci avait été soit affaiblie soit supprimée par le christianisme primitif dont les avatars séculiers se manifestent aujourd’hui dans l’idéologie de l’antifascisme et la montée de diverses sectes égalitaristes et mondialistes qui prêchent la fin de l’histoire dans une grande embrassade multiraciale et transsexuelle. Critiquer les dogmes chrétiens et leur visions œcuméniques vis-à-vis des immigrés est un sujet autrement plus explosif chez nos amis chrétiens traditionalistes et surtout chez nos amis d’Amérique, le pays où la Bible joue un rôle très important. Or faute de s’en prendre aux causes délétères de l’égalitarisme chrétien on va tourner en rond avec nos propos creux sur le mal libéral ou le mal communiste. On a beau critiquer les « antifas » ou bien le grand capital ou bien les banksters suisses et leurs manœuvres mondialistes, reste qu’aujourd’hui les plus farouches avocats de l’immigration non-européenne sont l’Église Catholique conciliaire et ses cardinaux en Allemagne et en Amérique. Roger Pearson, un sociobiologiste anglais de renom l’écrit . « Se répandant d’abord parmi les esclaves et les classes inférieures de l’empire romain, le christianisme a fini par enseigner que tous les hommes étaient égaux aux yeux d’un dieu créateur universel, une idée totalement étrangère à la pensée européenne… Puisque tous les hommes et toutes les femmes étaient les « enfants de Dieu », tous étaient égaux devant leur divin Créateur ! »15


Si l’on veut tracer et combattre les racines de la décadence et ses effets qui se manifestent dans le multiculturalisme et le métissage, il nous faut nous pencher d’une manière critique sur les enseignements du christianisme primitif. Ce que l’on observe dans l’Occident d’aujourd’hui, submergé par des populations non-européennes, est le résultat final et logique de l’idée d’égalitarisme et de globalisme prêchée par le christianisme depuis deux mille ans.

Tomislav Sunic (Nous sommes partout, 16 octobre 2019)

Notes :

1/ Montesquieu, Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence (Paris: Librairie Ch. Delagrave : 1891), Ch. IX, p. 85-86, où il cite Bossuet; “Le sénat se remplissait de barbares ; le sang romain se mêlait ; l’amour de la patrie, par lequel Rome s’était élevée au-dessus de tous les peuples du monde, n’était pas naturel à ces citoyens venus de dehors..” http://classiques.uqac.ca/classiques/montesquieu/consider...   

2/ T. Sunic, „Le bon truc; drogue et démocratie“, dans Chroniques des Temps Postmodernes ( Dublin, Paris: éd Avatar, 2014), pp 227-232. En anglais, „The Right Stuff; Drugs and Democracy“, in Postmortem Report; Cultural Examinations from Postmodernity ( London: Arktos, 2017), pp. 61-65.

3/ Voir T. Sunic, « L’art dans le IIIème Reich », Ecrits de Paris, juillet—août 2002, nr. 645, Also “Art in the Third Reich: 1933-45”, in Postmortem Report ( London: Artkos, 2017) pp. 95-110.

4/ Arthur de Gobineau, Essai sur l’inégalité des races humaines, (Paris: Éditions Pierre Belfond, 1967), Livres 1 à 4, pp. 58-59.

5/ Ibid, Livres 5 à 6., p. 164. https://ia802900.us.archive.org/27/items/EssaiSurLinegali...

6/ Salluste, Ouvres de Salluste, Conjuration de Catilina – ( Paris: C.L. F. Pancoucke, 1838), pp 17-18. https://ia802706.us.archive.org/5/items/uvresdesalluste00... 

7/ Satires de Juvénal et de Perse, Satire III, traduites en vers français par M. J . Lacroix (Paris : Firmin Didot frères Libraries, 1846), p. 47. 

8/ Ibid. p.43.

9/ Ibid., p.165. Egalement sur le site: http://remacle.org/bloodwolf/satire/juvenal/satire3b.htm

10/ “ L’homme le plus riche de Russie va rendre à James Watson sa médaille Nobel”, Le Figaro, le 10 Dec. 2014. http://www.lefigaro.fr/international/2014/12/10/01003-20141210ARTFIG00268-l-homme-le-plus-riche-de-russie-va-rendre-a-james-watson-sa-medaille-nobel.php

11/ Tenney Frank, „Race Mixture in the Roman Empire“, The American Historical Review, Vol. XXI, Nr. 4, July 1916, p. 701.

12/ Ibid. 705.

13/ Heikki Solin, “Zur Herkunft der römischen Sklaven” https://www.academia.edu/10087127/Zur_Herkunft_der_r%C3%B6mischen_Sklaven  

14/ Roger Pearson, « Heredity in the History of Western Culture, » The Mankind Quarterly, XXXV. Nr. 3. printemps 1995, p. 233.

15/ Ibid p. 234.

 

samedi, 19 octobre 2019

Les caractères des décadences impériales

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Les caractères des décadences impériales

Nicolas Bonnal

Sir John Glubb et la décadence impériale

theylive.jpgOn parle beaucoup dans le monde antisystème de la chute de l’empire américain. Je m’en mêle peu parce que l’Amérique n’est pour moi pas un empire ; elle est plus que cela, elle est l’anti-civilisation, une matrice matérielle hallucinatoire, un virus mental et moral qui dévore et remplace mentalement l’humanité  – musulmans, chinois et russes y compris. Elle est le cancer moral et terminal du monde moderne. Celui qui l’a le mieux montré est le cinéaste John Carpenter dans son chef-d’œuvre des années 80, They Live. Et j’ai déjà parlé de Don Siegel et de son humanité de légumes dans l’invasion des profanateurs, réalisé en 1955, année flamboyante de pamphlets antiaméricains comme La Nuit du Chasseur de Laughton, le Roi à New York de Chaplin, The Big Heat de Fritz Lang.

On assiste néanmoins, certes, à un écroulement militaire, moral des américains et autres européens qui se font régulièrement humilier (sans forcément s’en apercevoir, tant ils sont devenus crétins) par les russes, les chinois et même par des iraniens présumés attardés…

Il faut alors rappeler ce qui motive ces écroulements impériaux. Je l’ai fait maintes fois en étudiant la décadence romaine à partir de textes tirés de la grande littérature romaine, agonisante du reste, puisqu’au deuxième siècle, après le siècle d’Auguste comme dit Ortega Y Gasset, les romains deviennent bêtes (tontos) comme les ricains, les franchouillards branchés et les Bozo britishs d’aujourd’hui. J’ai aussi rappelé dans trois brefs essais sur Ibn Khaldun les causes de la décadence morale du monde arabe.

Hervé nous a donné à connaître Glubb, personnage charmant et décati, qui me fait penser à l’oncle de Purdey dans l’un de mes « chapeau melon et bottes de cuir » préféré, oncle qui déclare que « tous les empires se sont cassé la gueule ». Dans cette série les méchants sont souvent et comme par hasard des nostalgiques de la grandeur impériale…

glubb.jpgTémoin donc de la désintégration de l’empire britannique causée par Churchill et Roosevelt, militaire vieille école, Glubb garde cependant une vision pragmatique et synthétique des raisons de nos décadences.

Commençons par le résumé donc de Glubb. Causes de la grandeur :

« Les étapes de la montée et de la chute de grandes nations semblent être:

– L’âge des pionniers (explosion)

– L’ère des conquêtes

– L’ère du commerce

– L’âge de la richesse

– L’âge de l’intellect, particulièrement dangereux…

Puis Glubb donne les causes de la décadence historique :

« La décadence est marquée par :

– une culture de la défensive (nous y sommes en plein avec Trump en ce moment)

– Le pessimisme (pensez au catastrophisme financier, économique climatique, avec cette Greta barbante qui insulte ses victimes consentantes).

– Le matérialisme (vieille lune, Ibn Khaldun ou Juvénal en parlant déjà)

– La frivolité (Démosthène en parle dans son épistèmé, traité sur la réforme, les athéniens passant leur temps au théâtre)

– Un afflux d’étrangers qui finit par détraquer le pays (Théophraste en parle au quatrième siècle, avant l’écroulement athénien, dans ses caractères)

– L’Etat providence. C’est très bien que Glubb en parle, à la manière de Tocqueville (Démocratie II, p. 380), de Nietzsche (« nous avons inventé le bonheur ! », au début de Zarathoustra) et du méconnu australien Pearson. Pearson résume en un trait-éclair : le prophète et le héros sont devenus des femmes de ménage. Ou des bureaucrates humanitaires ?

– Un affaiblissement de la religion. »

Sur ce dernier point, on évoquera Bergoglio qui est passé comme une lettre à la poste chez les cathos zombis qui lui sont soumis. La religion catholique canal historique n’intéresse plus les ex-chrétiens, à part une poignée d’oasis, comme l’avait compris le pape éconduit Benoit XVI. Le Figaro-madame faisait récemment sans barguigner la pub d’une riche catho, bourgeoise, mariée à une femme, et qui allait à la messe le dimanche…

Bloy, Drumont, Bernanos observaient la même entropie en leur temps. Sur le journal La Croix, qu’embêtait la manif anti-PMA récemment, Léon Bloy écrivait vers 1900 dans son journal : « Pour ce qui est de la Croix, vous connaissez mes sentiments à l’égard de cette feuille du Démon, surtout si vous avez lu la préface de Mon Journal. »

coolconquest.jpgToutes ces causes se cumulent aujourd’hui en occident. Glubb écrit à l’époque des Rolling stones et on comprend qu’il ait été traumatisé, une kommandantur de programmation culturelle (l’institut Tavistock ?!) ayant projeté l’Angleterre dans une décadence morale, intellectuelle et matérielle à cette époque abjecte. C’est l’effarante conquête du cool dont parle le journaliste Thomas Frank. En quelques années, explique Frank notre nation (US) n’était plus la même. Idem pour la France du gaullisme, qui rompait avec le schéma guerrier, traditionnel et initiatique de la quatrième république et nous fit rentrer dans l’ère de la télé, de la consommation, des supermarchés, de salut les copains, sans oublier mai 68. Je ne suis gaulliste que géopolitiquement, pour le reste, merci… Revoyez Godard, Tati, Etaix, pour reprendre la mesure du problème gaulliste.

Glubb explique ensuite le raisons (surtout morales, de son point de vue de militaire de droite) de la décadence…

« La décadence est due à:

-Une trop longue période de richesse et de pouvoir

– L’Égoïsme

– L’Amour de l’argent

-La perte du sens du devoir. »

Très bien dit. Il semble que la date charnière de l’histoire de France, après le beau baroud d’honneur de la quatrième république, soit la reddition algérienne du gaullisme. Après on a consommé et on s’est foutu de tout : les bidasses, la septième compagnie prirent le relais de Camerone, de Dien-Bien-Phu…

Jusque-là Glubb nous plait mais il ne nous a pas surpris. Trouvons des pépites dans ce bref aperçu des écrits de Glubb tout de même :

« Les héros des nations en déclin sont toujours le même, l’athlète, le chanteur ou le acteur. Le mot ‘célébrité’ aujourd’hui est utilisé pour désigner un comédien ou un joueur de football, pas un homme d’État, un général ou un littéraire génie. »

Et comme notre homme est un arabisant distingué, il parle de la décadence arabe – citant lui le moins connu mais passionnant Ibn Ghazali.

« Dans la première moitié du neuvième siècle, Bagdad a connu son apogée en tant que plus grande et la plus riche ville du monde. Dans 861, cependant, le Khalif régnant (calife), Mutawakkil, a été assassiné par ses turcs mercenaires, qui ont mis en place une dictature militaire, qui a duré environ trente ans.

Au cours de cette période, l’empire s’est effondré, les divers dominions et provinces, chacun en recherchant l’indépendance virtuelle et à la recherche de ses propres intérêts. Bagdad, jusque-là capitale d’un vaste empire, a trouvé son autorité limitée à l’Irak seul. »

Cet écroulement provincial fait penser à notre Europe pestiférée, à l’Espagne désintégrée du binôme Sanchez-Soros, et évoque ces fameuses taifas, micro-royaumes écrabouillés un par un par les implacables et modernes rois catholiques.

Glubb ajoute :

« Les travaux des historiens contemporains de Bagdad au début du Xe siècle sont toujours disponibles. Ils ont profondément déploré la dégénérescence des temps dans lesquels ils vivaient, en insistant sur l’indifférence de la religion, le matérialisme croissant, le laxisme de la morale sexuelle. Et ils lamentaient aussi la corruption des fonctionnaires du gouvernement et le fait que les politiciens semblaient toujours amasser de grandes fortunes quand ils étaient en fonction. »

glubbF.jpgDétail chic pour raviver ma marotte du présent permanent, Glubb retrouve même trace des Beatles chez les califes !

« Les historiens ont commenté amèrement l’influence extraordinaire acquise par les populaires chanteurs sur les jeunes, ce qui a entraîné un déclin de la moralité sexuelle. Les chanteurs « pop » de Bagdad ont accompagné leurs chansons érotiques du luth (sic), un instrument ressemblant à la guitare moderne. Dans la seconde moitié du dixième siècle, en conséquence, le langage sexuel obscène est devenu de plus en plus utilisé, tels qu’ils n’auraient pas été tolérés dans un âge précoce. Plusieurs califes ont émis des ordres pour interdire les chanteurs «pop» de la capitale, mais en quelques années ils revenaient toujours. »

Glubb dénonce le rôle de la gendarmerie féministe (voyez Chesterton, étudié ici…) :

« Une augmentation de l’influence des femmes dans la vie publique a souvent été associée au déclin international. Les derniers Romains se sont plaints que, bien que Rome ait gouverné le monde, les femmes gouvernassent Rome. Au dixième siècle, une semblable tendance était observable dans l’empire arabe, les femmes demandant l’admission à des professions jusque-là monopolisées par les hommes. »

Affreux sexiste, Glubb ajoute :

« Ces occupations judiciaires et administratives  ont toujours été limitées aux hommes seuls. Beaucoup de femmes pratiquaient le droit, tandis que d’autres ont obtenu des postes à l’université, de professeurs. Il y avait une agitation pour la nomination de femmes juges qui, cependant, ne semble pas avoir réussi. »

Sur ce rôle de la manipulation de la « libération » de la femme, qui n’a rien à voir avec l’égalité des droits, dans la décadence des civilisations, je recommanderai le chef d’œuvre sur Sparte de mon ami d’enfance Nicolas Richer, fils de Jean Richer, l’éclaireur de Nerval.

Et je célébrerai aujourd’hui cette pépite, à une époque où l’histoire devient une caricature au service de lobbies toujours plus tarés :

« Alternativement, il existe des écoles «politiques» de l’histoire, inclinée pour discréditer les actions de nos anciens dirigeants, afin de soutenir la modernité des mouvements politiques. Dans tous ces cas, l’histoire n’est pas une tentative de déterminer la vérité, mais un système de propagande, consacré à l’avancement de projets modernes. »

Nietzsche écrit déjà dans sa deuxième dissertation inactuelle :

« Les historiens naïfs appellent « objectivité » l’habitude de mesurer les opinions et les actions passées aux opinions qui ont cours au moment où ils écrivent. C’est là qu’ils trouvent le canon de toutes les vérités. Leur travail c’est d’adapter le passé à la trivialité actuelle. Par contre, ils appellent « subjective » toute façon d’écrire l’histoire qui ne considère pas comme canoniques ces opinions populaires. »

Terminons avec Glubb, qui donne deux siècles et demi à chaque empire, l’anglais, l’ottoman, l’espagnol y compris. On voit bien que l’empire américain n’en est pas un. C’est en tant que matrice subversive que l’entité-dollar-télé US est pernicieuse (Chesterton). Tout ce que Glubb dénonce dans l’intellectualisme si néfaste trouve en ce moment, avec la nouvelle révolution culturelle made in USA, un écho particulier. Tocqueville nous avait mis en garde : en démocratie, le pouvoir délaisse le corps et va droit à l’âme.

Sources :

Nicolas Bonnal – Mitterrand grand initié (Albin Michel) ; Chroniques sur la fin de l’histoire ; le livre noir de la décadence romaine (Amazon.fr)

Sir John Glubb – The Fate of Empires (archive.org)

Charles Pearson – National Life and character (archive.org)

Léon Bloy – L’invendable (wikisource.org)

LES PROLÉGOMÈNES D’IBN KHALDOUN (732-808 de l’hégire) (1332-1406 de J. C.), traduits en Français et commentés par W. MAC GUCKIN DE SLANE (1801-1878), (1863) Troisième partie, sixième section (classiques.uqac.ca)

Nietzsche – Deuxième considération inactuelle (wikisource.org) ; Ainsi parlait Zarathoustra

Ortega Y Gasset – L’ère des masses

Nicolas Richer – Sparte (Perrin)

Démosthène – Traité de la réforme (remacle.org)

Tocqueville – Démocratie en Amérique, I, 2.

Théophraste – Caractères, traduits par La Bruyère (ebooksgratuits.com)

Thomas Frank – The conquest of cool

Philippe Grasset – La grâce de l’histoire (mols)

Olena Semenyaka: «Friedrich Nietzsche as the “Founder” of Conservative Revolution

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Olena Semenyaka:

«Friedrich Nietzsche as the “Founder” of Conservative Revolution

Фридрих Ніцше як «засновник» консервативної революції

Out of intellectual phenomena and social currents that count Friedrich Nietzsche among their predecessors, Conservative Revolution (further CR. – OS) occupies a unique place as a guide for a comprehensive translation of his philosophical leitmotifs into distinct conceptions in the fields of philosophy of history, anthropology and philosophy of subject, political philosophy, including the civilizational analysis, ethnography and geopolitics, philosophy of culture, philosophy of religion and even philosophy of technology.

AM-OSpor.jpgAccording to Swiss-German historian Armin Mohler, who introduced this formula in a prolific albeit debatable study “Conservative Revolution in Germany: 19181932” [80] to describe an intellectual milieu hostile to the “ideas of 1789,” CR, as a cultural and political current, has taken shape in the interwar Germany, but its conceptual relevance transcends these temporal and geographic boundaries. Although later metaphysical discussions of Nietzscheanism[1] within the current are lacking in his pioneer historiographic research (1950), the very number of critical monographs attempting to question the integrity of CR and simply deconstruct the term speaks in favor of its heuristic value[2] [81]. As of now, CR, with or without the quotation marks, gave birth to quite a rich tradition of academic investigation as a thought-provoking, interdisciplinary and even paradigm-shifting subject.

It has become a commonplace to argue that this movement’s political ambitions, regardless of palpable responsibility for the collapse of the Weimar republic, have come to end in 1933 and thus have never been fully implemented in practice. However, a descriptive value of Mohler’s monograph allowed researchers to consider the accomplished “CR” even such remote in time and space historical phenomena as the Restoration of Meiji in Japan, also regarded as the Japanese version of “modernization without westernization,” which started in 1868 [99]. Facing this broad historiographic request, one could paraphrase Voltaire by saying that even if there was no German CR, it should have been invented.

Yet, these conservative-revolutionary principles would have never been specified and applied to a wider scope of historical trends unless Friedrich Nietzsche, as an admitted “godfather” of the movement, had stated the ongoing decadence in the Western part of the world. His discussion of the European crisis in cultural, geopolitical, institutional, etc. terms corresponds with a variety of conceptual responses to this condition by key conservative-revolutionary thinkers of the 20th century (Oswald Spengler’s “decline of the West,” “Prussian Socialism” and “Caesarism,” Arthur Moeller van den Bruck’s “new conservatism / new socialism,” “young nations” and “the Third Empire,” Carl Schmitt’s geopolitics of large spaces as “pluriversum,” Ernst Jünger’s “heroic realism,” “new nationalism” and “the United States of Europe,” Werner Sombart’s “creative destruction” in economics, Gottfried Benn’s “Dionysian” expressionism and art “after nihilism,” etc.). However, they would indeed have fallen apart had it not been for a metaphysical foundation of European “illness” diagnosed by Nietzsche as the spread of the desert of nihilism[3].

Moreover, witnessing the upheaval brought by the First World War, theorists, researchers and “fellow travelers” of the conservative-revolutionary movement, above all, Ernst and Friedrich Georg Jünger, Armin Mohler and Martin Heidegger, offered the most exhaustive philosophical interpretation of Nietzscheanism as part of the discussion on a new or “the second beginning” of Western metaphysics, at least the prospects for overcoming nihilism, thus challenging a literal understanding of the “end-of-philosophy” thesis. In other words, this largely comparative, or rather genealogical study also brings out that the relation between “theoria” and “praxis” stemming from the modernity is not necessarily mediated by ideology.

That being said, far from explaining obscurum per obscurius (Nietzscheanism via CR and vice versa), the article seeks to examine metaphysical and practical conclusions drawn by the conservative-revolutionary movement from the pivotal Nietzsche’s concept of transvaluation of all values, thus suggesting a heuristic way out of the lasting “battle over Nietzsche” between the Left and the Right. A proof of Nietzsche’s visionary genius, narrow political appropriations of his name have almost cost him a place at the philosophic Olympus and should be firmly rejected. Besides, without exaggeration, Ernst Jünger’s and Martin Heidegger’s reception of Nietzscheanism, as well as their own polemic over it, is the groundbreaking milestone in Nietzsche-studies which cannot be skipped over in the given research.

AM-OSlivre.jpgMore precisely, this interwar German movement, which has always been escaping strict definitions, owes its reputation of the “ideocratic,” “metapolitical,” “neither right-wing, nor left-wing” Third Way precisely to embracing Nietzscheanism as a means of Weberian “re-enchantment of the world” [63]. Indeed, in social sciences and humanities, it was no sooner than Nietzsche put forward the event of the “death of god” that ideological and, basically, purely modern perplexities of the Left and Right have become a low priority compared to transhistorical (epochal) interplay of modernism and antimodernism, broader, the progressive and regressive vector. The latter were partially grasped by derivative intuitions of reactionary modernism [38], organological supermodern [63, 109; 40], archeofuturism [10], etc. in reference to Nietzsche-inspired phenomenon of CR.

Fairly enough, the majority of conservative-revolutionary researches shedding light on the alternative of the classic triad (“premodern-modern-postmodern”) periodization are dedicated namely to Ernst Jünger’s work as a convinced follower of Nietzsche and, according to his longtime secretary Armin Mohler, the most representative theorist of CR. It is his creativity that is considered the brightest example of the alternative of the Enlightenment project of modernization and is widely known for its futuristic and even forecasting value [65]. Dramatic failed attempts by Mohler to bring Jünger back to politics and make him head the endeavors of a post-war German generation eloquently coincided with Jünger’s growing focus on the metaphysical revolution in the history of the West followed by the thematic polemic with Heidegger in the 50-s.

Despite a misleading title, which was not favored by futuristic Jünger, such a super- (not to be confused with post-) modern alignment is the main reason why it is hard to classify CR, which otherwise shows all signs of a distinct and consistent theoretic current, as the classic fourth ideology crowning liberalism, socialism and conservatism. Likewise, it shows the absurdity of any strict ideological attribution of Nietzscheanism as the intellectual legacy ahead of its time, the conviction repeatedly expressed by Nietzsche himself.

For the past over half a century since the classic study by Mohler was out (1950), little advance has been made in this field. More precisely, there is enough literature dealing with the complexity of Nietzsche’s social ideas and their place in his entire body of work; the point is that Nietzsche-debates have long reached such a level of intensity that the conflict of interpretations unfolds between recognizable humanitarian paradigms, schools and traditions rather than breaking readings of his attitude to certain “-isms.” In other words, today, there is a rivalry between the basic insights into what Nietzscheanism is all about: emancipation or the will to power, decadence or vitalism, tradition or revolution, etc.

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Ukrainian historiographers of the subject are lucky to have at their disposal 1000-page research of Nietzsche’s corpus and biography [110] by leading Ukrainian specialist on Nietzscheanism Taras Lyuty, which offers an exhaustive overview of Nietzsche’s reception in Germany, including Jünger’s and Heidegger’s contribution, France, Great Britain, United States, Italy, Spain, Russia, Poland, the Eastern world and Ukraine. At the same time, multifaceted yet integral elaboration of Nietzsche’s thought within the conservative-revolutionary current deserves to be a separate challenging chapter of modern Nietzscheana.

In this light, it is especially remarkable that in 2016 in Germany took place the annual Oßmannstedter Nietzsche Colloquium entitled “Nietzsche and the Conservative Revolution,” which offers a searched balanced account of Nietzscheanism beyond extremes of ideological reductionism and mere aestheticism. Held under the aegis of the Klassik Stiftung Weimar and the Nietzsche Commentary of Heidelberg Academy of Sciences headed by Prof. Andreas Urs Sommer, it has become a wide interdisciplinary event which highlighted the Nietzsche-exegesis by such diverse conservative-revolutionary authors and related figures as Oswald Spengler, Martin Heidegger, Ernst Jünger, Carl Schmitt, Arthur Moeller van den Bruck, Ernst Niekisch, Armin Mohler, Hugo von Hofmannsthal, and others. Nietzsche and Dostoevsky, “radical aristocratism” of Rainer Maria Rilke, and Nietzsche’s merit in the very introduction of the term “CR” were also addressed at this surprise colloquium. Its results were published in an over 600-page collection of conference materials [89].

Previously, the founding Oßmannstedter Nietzsche Colloquium (2014) has already undertaken an uneasy study on the thematic complex “Nietzsche-Politics-Power,” which has prepared the audience for the lesser-known comparative background of CR. Back then, the ambiguity of Nietzsche’s exposure of contradictions tearing a bourgeois society apart was problematized as the issue begging for the further exploration. The trajectory of thought outlined by the event’s organizers was quite similar to the idea behind the given research: from the fact that Nietzsche’s works contained many apparently reactionary elements to their inherently transhistorical and, nolens volens, metaideological nature, which inevitably leads to the phenomenon of CR and the quest for a new metaphysics. Thus, the third Oßmannstedter Nietzsche Colloquium finally allowed positive yet unapologetic reconstruction of possible outcomes of his “criticism of modernity” as stated in “Ecce Homo”: “This book (1886) is in all essentials a critique of modernity, modern science, modern art, even modern politics, along with indications of an opposite type that is anything but modern, a noble, yea-saying type” [85, 80].

TK-FNlivre.jpgIndeed, so far, attempts to convert Nietzsche into politics have been mostly associated with the Nietzsche-Archiv’s destiny in the service of National Socialist ideology thanks to its ardent supporter Elisabeth Förster-Nietzsche, philosopher’s sister. However, the same destiny largely befell the work of conservative-revolutionary Nietzscheans, the brightest example being “The Third Empire”[4] by Arthur Moeller van den Bruck, the author of “Tschandala Nietzsche,” “Führende Deutsche” and other Nietzsche-themed writings.

Three overviews of Nietzsche’s legacy of that period deemed the most important by Karl Jaspers were the readings by Ludwig Klages, Alfred Baeumler and Ernst Bertram [49, 467]. Oddly enough, Heidegger, who, especially in his late period, exposed Nietzsche’s biologism [28, 168–170], in the 30-s polemicized with the biological interpretation of Nietzscheanism targeting both Klages and Spengler in lectures [e.g. 24, 103–116]. To be fair, the late Heidegger’s understanding of Nietzsche, which may be already traced in “Contributions to Philosophy” (1936–38) [20, 218–219], derived Nietzsche’s biologism from metaphysics of subjectivity, more precisely, subjectivity of the “will to power,” so it was different from vitalist and organicist interpretations by Klages and Spengler. Anyway, in this, he solidarized with Baeumler [29, 297], professor of philosophy and an ideologue of National Socialism. In contrast with his colleague Ernst Krieck, Baeumler did not reject Nietzsche as a philosopher who opposed “socialism, nationalism and racial thinking” [66, 31], so only National Socialist readings of Nietzsche could overlap with the conservative-revolutionary ones, not vice versa. Likewise, Heidegger denied Nietzsche’s imperialism (“Neither does the “grand style” want an “aesthetic culture,” nor does the “grand politics” want the exploitative power politics of imperialism” [31, 158]) and provided the deepest philosophical account of Nietzscheanism in the two-volume “Nietzsche” work.

Later, thanks to the most influential left-wing readings of Nietzsche, in particular, the second issue of Georges Bataille’s review “Acéphale” (1937) eloquently entitled “Nietzsche and the Fascists: A Reparation” [2], the “blond beast’s” herald was fully rehabilitated by French postmodernist philosophers and, broadly, New Leftist thinkers like Peter Sloterdijk who incorporated Nietzsche’s legacy into the sociocultural analysis and critique of ideology following in the footsteps of Max Horkheimer and Theodor Adorno. But the price for this insightful yet, by and large, another arbitrary and incomplete reception of Nietzsche’s ideas was their “methodological” reduction to Paul Ricoeur’s “philosophy of suspicion” and genealogical inquiry in the vein of Michel Foucault.

As a result, such inconvenient albeit pivotal for Nietzsche concepts as great politics, a new aristocracy (“a ruling caste”) of a united Europe, anti-egalitarianism (“a pathos of distance”) and a contempt for a “democratic mediocrity” along with a reverence for free thinking, etc., which were objectively highlighted by Jaspers in his introduction to “Corpus Nietzscheanum,” were passed over in silence. Alluding to Bataille, new reparations to Nietzsche are needed.

For it is enough to look through editions like “The Cambridge Companion to Nietzsche” or “Historical Dictionary of Nietzscheanism,” to realize that, initially, reactionary elements in Nietzsche’s thought were too obvious for the succeeding generation not to be astonished by his enthusiastic readings “from the Left.” In contrast with an impressive marriage of socialism with Nietzscheanism and Social Darwinism in Jack London’s novels and short stories, Georg Lukács, one of the masterminds behind “Western Marxism,” after a short period of fascination, confidently labeled Nietzsche as “as founder of irrationalism in the imperialist period” in the eponymous chapter of his work, “The Destruction of Reason” (1952), as well as portrayed him [70, 37–94, 309–399], Arthur Schopenhauer, Wilhelm Dilthey, Oswald Spengler and others as precursors of Adolf Hitler.

ET-livreit.jpgOn the other hand, according to Ernst Troeltsch, German philosopher of history, theologian and, along with Thomas Mann and Hugo von Hofmannsthal, one of the first promoters of the term “CR” [107, 454], only after the First World War, through “war experience,” Nietzsche’s thought was purified of its “sickly and exaggerated elements and thus had set ‘new aims’” [106, 75, quoted after 64, 48] for the German people. Jürgen Habermas confirms that Nietzsche reached the peak of popularity in Germany’s interwar period, when “the ideas of 1914” were confronted with “the ideas of 1789,” noting that “thinkers as various as Oswald Spengler, Carl Schmitt, Gottfried Benn, Ernst Jünger, Martin Heidegger, and even Arnold Gehlen show affinity with this background” [18, 209]. 

In other words, those standing at the origins of CR partly shared discontent with Nietzsche’s “irrationalism” by a conventional line “Lukács – Frankfurt School/ Habermas.” As T. Lyuty’s research shows, Nietzsche’s reception (not only in Germany and France but also Fascist Italy and Falangist Spain) was quite complicated, getting more controversial in the aftermath of both world wars and including many instances of both leftist and rightist apologies of Nietzscheanism.

Not incidentally, the national-revolutionary wing of CR, the most left-leaning among its currents, offered the most inclusive readings of Nietzsche. Just to name a few, Jünger’s mentor Hugo Fischer, who was close to the circle of sociologist Hans Freyer, an author of programmatic “Revolution from the Right” (1931), wrote both “Lenin: Machiavelli of the East” (1933) and “Nietzsche the Apostate” (1931) [12] in which he argued that Nietzsche was a more profound diagnostician of alienation than Karl Marx [1, 194–195], and Friedrich Hielscher, an architect of pagan “Das Reich” (1931), who described Nietzsche as the “protector of the past, as crusher of the present, as transformer of the future” [41, 200, quoted after 1, 153]. National Bolshevik Ernst Niekisch admired Nietzsche in his early texts, although after 1945, in fact, he has become a founder of Marxist criticism of Nietzsche in the GDR [92].

Likewise, the French New Right in the person of their “godfather,” Italian thinker Giorgio Locchi, who polemicized with Lukács’ blaming Hitlerism on Nietzsche, agreed with postmodern counterparts like G. Bataille, Maurice Blanchot, Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard, Jacques Derrida, Jean Baudrillard and others in their positive assessment of Nietzsche’s prevailing “revisionism” of modern. It is precisely therein that we encounter contemporary attempts to interpret Nietzscheanism, at a glance, “from the Right” by converting it into a new humanitarian school, which would have hardly gained momentum without New Leftist praise of Nietzsche’s “centauric” nature and a Dionysian revolt against the modernity in the vein of Sloterdijk’s “Thinker On StageNietzsche’s Materialism” (1986)  [99]. Locchi, who gave an impetus to thinkers as varied as Dominique Venner (i.a., an author of “Ernst Jünger: Another European Destiny”), Robert Steuckers, Pierre Vial, Pierre Krebs, Alain de Benoist, Guillaume Faye and others, directly linked Nietzscheanism to German CR and was the first to define Nietzsche’s view of history as “spherical.”

GL-NW.jpgKey works by Locchi for our study, “The Meaning of History” (1971), “Wagner, Nietzsche and the Myth of Suprahumanism” (1982), “Martin Heidegger and Conservative Revolution” (1988), also published in response to “Heidegger’s case,” etc., reveal a threefold structure of history “unlocked” by initiators of the discontinuity with the tradition of preceding two thousand years [13, 211] and founders of the suprahumanist myth: Richard Wagner, above all, as an author of “The Ring of the Nibelung” and Friedrich Nietzsche reconciled with him and portrayed as his disciple. Having paralleled Wagner’s “aristocratic socialism” with CR, Locchi criticizes not only Lukács but also Adorno’s take on Wagner along with the entire Frankfurt School. According to him, suprahumanism, inspired by Johann Fichte’s discovery of Germania[5], revolts against the “egalitarian” Judeo-Christian worldview and, as opposed to a preventive function of critical theory, carries out a creative mission [67].

In spite of Heidegger’s dismissal of Nietzsche’s rhetoric of values as a pinnacle of modern metaphysics of subjectivity [26, 101–102; 30, 209–267; 28, 83–94], the axiological, not cosmological understanding of the eternal recurrence by Locchi and his disciples[6] is influenced by Heidegger’s criticism of metaphysics, anthropological thinking and humanism, as well as derivative conceptions of temporality and history [21]. As a result, cyclic and especially linear conceptions of history are rejected by these followers of Nietzsche as ill-suited for the ways of a free-willed human being famously defined by Heidegger as transcendence [21, 351]. The axiological interpretation of the eternal recurrence implies that culture’s underlying values are being reaffirmed over the course of time. However, innocence of life’s becoming, within the conception, means that the past (as a reservoir of archetypal patterns) and the future (as the potentiality of conditions to re-enact them), basically, are interrelated functions of the polycentric present as a playground for historical dynamic in any possible direction [see in more detail: 90, 117–126].

For instance, Guillaume Faye, whose theory of archeofuturism as a “dynamic worldview” is largely inspired by Nietzsche, Spengler and Jünger, argued that Nietzsche’s legacy should be firmly placed on the side of the Right, or rather “revolutionary Right” in the sense discussed above, especially his vision of the united Europe [17]. To mark the difference between the “old” and “new” Right, Faye famously contrasted Nietzscheanism with the strictly anti-modern school of integral traditionalism (“For some Guénon, and for others Nietzsche” [10, 174]) implying, above all, an ability to embrace the very epitome and the vehicle of modernity – technology.

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To disclose this changing worldview, Faye complemented the “deconstructive” pole of Nietzscheanism, which is usually explored by left-leaning humanitarians, with an affirmative idea of the eternal recurrence, as follows: “Needless to say, Archeofuturism is based on the Nietzschean idea of Umwertung – the radical overthrowing of the modern values – and on a spherical view of history” [10, 74]. He emphasized that the eternal recurrence concerns “the identical” rather than “the same.” Different historical forms and institutions undergo a metamorphosis, yet their function remains unchanged: for instance, a nuclear-powered ballistic missile submarine as a modification of an Athenian trireme [10, 75][7].

Carefully studied by Locchi, Armin Mohler did not consider Nietzsche just one of the conservative-revolutionary “church fathers” like Martin Heidegger or Stefan George [80, 69–70]. According to Mohler, precisely Nietzsche’s philosophy, also far beyond Germany [80, 87], shaped CR as the revolt against a linear conception of history, albeit not incompatible with the latter’s elements, and the very logic of progressivism. Quite remarkably, Mohler’s thesis on CR (1949) was supervised by Karl Jaspers, another Nietzsche scholar famous in his own right.

KL-FNlivre.jpgIt is Heidegger’s disciple Karl Löwith (“Nietzsche’s Philosophy of the Eternal Recurrence” and “From Hegel to Nietzsche: The Revolution in 19th Century Thought”)[8] who is credited by Mohler for one of the earliest insights (1935 and 1941, respectively) into the essence of Nietzscheanism as the self-overcoming of nihilism springing from the “death of god” through the will to the eternal recurrence of the same. Although Löwith detected a contradiction between the anthropological (“self-eternalization”) and cosmic (natural) eternal recurrence which includes and cancels the former [68, 60], he viewed Nietzscheanism as the quest to “renew, in the end, the ancient view of the world on the peak of anti-Christian modernity” [68, 74].

Referring to the often-quoted Löwith’s sentence about the oscillation of the German spirit of the 19th century between the two endpoints in the persons of Hegel and Nietzsche, with lesser centers of gravity like Marx, Kierkegaard and Dostoevsky, Mohler emphatically contrasts Nietzsche with Hegel as the last great representative of the linear thought [80, 88]. Since the rebirth anticipated by conservative revolutionaries is possible only within the cyclic or mythological time enabling the access to eternity, Mohler praises Löwith’s work as the brightest philosophical-historical account of the “Interregnum,” the interim between the decline of the old order and the emergence of the new [80, 88].

Thus, temporality of the state of nihilism is clearly encrypted in Nietzsche’s allegories of the turning point in the course of the transvaluation of all values, the Great Noon in particular. The promise of the Interregnum’s end surmounted by a Superman echoes the passage from “To Genealogy of Morals,” which itself is a commentary to “Thus Spoke Zarathustra”: “… this bell stroke of noon and of the great decision that liberates the will again and restores its goal to the earth and his hope to man; this Antichrist and anti-nihilist; this victor over God and nothingness – he must come one day” [see 68, 56].

Having combined an etymological interpretation of revolution (from Latin “re-volutio”) as “rotation,” “spinning around,” “volution” with Moeller van den Bruck’s “new conservatism” as the restoration of eternal principles rather than the return to the past, Mohler made Nietzsche’s idea of eternal recurrence (meaning to the Origin) the common denominator for five different trends of CR, from Young Conservatives to National Revolutionaries (as the most influential). All of them had practical manifestation, and some of them were revolutionary also in quite a literal sense, expectedly laying stress on the “active-nihilistic” phase of the transvaluation of all values.

To recall, as follows from the notes to “The Will to Power,” posthumously complied and published Nietzsche’s magnum opus (at least for Heidegger), in which constituents of this metaphysical dynamics were for the first time revealed, so-called active nihilism is to be distinguished from its passive counterpart. Passive nihilism is a sign of the spirit’s fatigue, whereas active nihilism, quite the reverse, indicates surpassing of outworn ideals, is transitory and paves the path towards new values. This key fragment is the same both in the critical edition of Nietzsche’s Collected Works by Colli and Montinari and in the 1901 compilation [87, 350–351; 84,157–158].

FN-WtP.jpgYet Old Gunpowder-Head, as Jünger used to call Nietzsche [51], provided conservative-revolutionary luminaries like him not only with recipes for social change. For historians of philosophy, connections between Nietzsche’s legacy and CR (which is the subject matter of the study) are of a special interest given that the famous “turn” of Heidegger towards a conservative criticism of technology and final abandonment of transcendentalism and voluntarism was triggered namely by his familiarization with Jünger’s conservative-revolutionary classic: “Total Mobilization” (1930) and “The Worker. Domination and Gestalt” (1932) [11, 718].

As believed by Heidegger, Jünger was the last Nietzschean and even “the only real follower of Nietzsche” [36, 227] whose early philosophy was the culminating point of Western metaphysics. Heidegger arrived at this conclusion within his two seminars on Jünger’s Worker right after it was out and during the winter semester at Freiburg University in 1939–1940. His extensive observations, as well as notes on other Jünger’s texts comprise the entire 90th volume of Heidegger’s Collected Works, “On Ernst Jünger,” which was revealed to the public in 2004 [36]. English translation of its crucial fragments may be found in “The Heidegger Reader” edited by Günter Figal [33, 189–206]. In one of them, Heidegger addresses Nietzsche’s metaphysics in relation to Western history after the First World War and claims that “only Ernst Jünger has grasped something essential there” [33, 192], i.a. contrasting his insight with “superficial” Spengler’s reading and mere cooption of certain Nietzsche’s ideas by Gabriele D’Annunzio and Benito Mussolini.

In the 1945 reflection upon his 1933 rectorial address, Heidegger recalls that Nietzsche’s words “God is dead” [25, 111] were mentioned there precisely in the light of predicted by Jünger emergence of a planetary state as a pinnacle of the modern will to power encompassing everything regardless of “whether it is called communism, or fascism, or world democracy” [22, 375–376]. In the 1933 speech entitled “The German Student as the Worker” [23, 205–206], he for the first time publically referred to Jünger and highly estimated his 1932 opus magnum. Yet Heidegger was scared of this tendency and wanted to avert it.

The late Jünger, in Heidegger’s opinion, still applied the language of old metaphysics (of subjectivity) to describe the advent of the new. Jünger’s essay “Over the Line” (1950) was published in a collection of articles dedicated to Heidegger’s 60th birthday anniversary and edited by Hans-Georg Gadamer [58; 57]. Likewise, Heidegger’s reply “On the Line” (1955) appeared in a jubilee edition in honor of Jünger turning 60 [34], and its extended version entered Heidegger’s Collected Works under the title “To the Question of Being” [37]. Their intense correspondence lasted till Heidegger’s death in 1976 [9].

In this respect, Heidegger’s early interpretation of Nietzscheanism as a search for a unifying force that is akin to the purpose of art in the age of Romanticism and thus is capable of bridging the gaps between disintegrated fields of modernity [19, 97–99] was much closer to the views on Nietzsche’s “bequest” held by Jünger brothers and Mohler. Indeed, in “The Will to Power as Art,” the lecture course on Nietzsche delivered at the University of Freiburg-im-Breisgau in 1936–37, Heidegger echoed Nietzsche’s assessment of art as “the anti-Christian, anti-Buddhist, anti-nihilist par excellence” [87, 521] by defining it as the “distinctive countermovement to nihilism” led by the “artist-philosopher” [31, 69–76].

MH-FNdeuxvol.jpgNietzsche as the philosopher who, in Habermas’ words, “entrusted the overcoming of nihilism to the aesthetically revived Dionysian myth” [19, 99] was explored in-depth by Friedrich Georg Jünger. In his eponymous book “Nietzsche” (1949) [60], as well as famous trilogy “Greek myths” (1947) comprised of “The Greek Gods,” “The Titans” and “The Heroes” [59], he paid a special attention to Pan as an epitome of the wild and Dionysus as a redeemer from the misery of time. Both motifs, as well as F. G. Jünger’s book “The Perfection of Technology” (written in 1939 and translated to English as “The Failure of Technology: Perfection Without Purpose” [61]), intersect with the late Heidegger’s criticism of instrumental rationality as “machination,” yet this time he considered Nietzsche’s philosophy the endpoint of Western metaphysics rather than the salvation [see 112].

At any rate, the spiritual-historical diagnosis of the epoch set by Nietzsche determined both Ernst Jünger’s metaphors of a great metaphysical transition (“the magical zero point [of values],” “Interregnum,” “the line,” “the wall of time,” “the return of the gods,” “approaching,” “whitening” understood not “as a nihilistic act, but rather as a counter-offensive” [56, 9] and subsequent “spiritualization,” etc.) and the middle Martin Heidegger’s conception of beyng-historical thinking “from within” the fate of Being (currently, forgetfulness). In other words, and it coincides with the scope of the article, Nietzscheanism fully underlies metaphysical teleology of CR (from subject-centric Prometheism to “summoning the gods”), which is indeed most pronounced in Ernst Jünger’s work.

In a positive sense, Mohler would fully agree with Heidegger’s opinion on Jünger’s legacy as the fullest explication of Nietzsche’s metaphysics and, in particular, the concept of the Superman[9] as a nihilist and at the same time a legislator of new values. For that purpose, he singled out three kinds of nihilism: the Western (French) one born out of satiety and weariness, just like passive nihilism described by Nietzsche, the Eastern (Russian) born out of life’s plentitude and the “spatial” rejection of any boundaries, and the German striving for its own exuberance just like many French are fond of German “barbarians” [80, 94]. However, Mohler interprets the German nihilism as conscious and volitional: as opposed to other types, it is especially dangerous as the both destructive and creative force capable of assuming new forms. Objectively highlighting the variety of conservative-revolutionary currents and manifestations, Mohler, when it comes to a metaphysical core of the subject, leaves no doubt that it boils down to Nietzscheanism as the German or active nihilism exemplified in Ernst Jünger’s work.

Mohler considers the gospel of this creative nihilism the first edition of “The Adventurous Heart” (1929) in which Jünger introduces a focal concept of the “magical zero point,” clearly referring to Nietzsche’s motif of the transvaluation of all values, towards which, in the interwar period, had been marching through the world on fire the “salamanders” like him. Mohler also draws attention to another representative concept invented by the German veteran and writer: the paradoxical combination of “Prussian anarchist” who rejects all existing orders, but only out of reverence for something greater [80, 96]. As Jünger himself explains, this “Prussian” rebellion needs explosives to free the living space for a new hierarchy [54, 66]. Later, it will evolve into his model of the right-wing anarchist – the Anarch[10].

FGJ-FN.jpgFinally, in the most frequently quoted excerpt from “The Adventurous Heart,” as if Nietzschean prophecy of the “twilight of the idols” has come true, Jünger comments on a sinister reputation gained at that time by his generation. To wit, they were said to have been capable of destroying the temples. Far from denying it, Jünger, in fact, objected that such a sentence simply bore no significance in the futile epoch producing nothing but museums [53, 112].

Indeed, as Klemens von Klemperer observed, it was Nietzsche who, “in his paradoxical position between conservatism and nihilism, between conserving and destroying” [64, 39], gave birth to the well-known “dilemma of conservatism” that has to counter the extremities of Enlightenment by its own means [16]. Thus it comes as no surprise that the early Thomas Mann (1921) considered Nietzsche “nothing but Conservative Revolution” [75, 598] meaning the synthesis of “enlightenment and faith, freedom and bonds, spirit and flesh, ‘God’ and the ‘world’” [75, 597–598]. In this context, Mann referred to Henrik Ibsen’s search for “the third kingdom,” a Hegelian synthesis of the Pagan kingdom of man and flesh and the Christian kingdom of God and spirit [75, 597], for the first time problematized in Ibsen’s play “Emperor and Galilean” (1873) about Julian the Apostate. It brings the continuity of Nietzscheanism and CR to a whole new level, though in the introduction to the émigré journal “Measure and Value (1937) Mann underlined the metapolitical meaning of this aware of tradition yet future-oriented blend of aristocratism and revolution [74, 801].

A new / secret kingdom and elite carrying this ideal in the vein of Nietzsche’s “On the Future of our Educational Institutions,” two basic mythologemes of the founding Young-Conservative current of CR, were introduced by Stefan George’s Circle and poetry, especially collections “The Star of the Covenant” (1914) and “The New Reich” (The Kingdom Come) (1928) [14, 15, also see Kantorowicz (62)]. In turn, they were inspired by an allegiance to “Secret Germany” found, above all, in Friedrich Hölderlin’s hymns, writings by Friedrich Schiller, Heinrich Heine, Paul de Lagarde, Julius Langbehn, as well as the legend of sleeping “mountain king” Friedrich I Barbarossa [43, 30–41].

GB-FNari.jpgNietzscheanism as “radical aristocratism,” the formula first suggested by Georges Brandes and personally approved by Nietzsche [83, 213], burst into blossom in “Nietzsche: Attempt at a Mythology” (1918), the most popular book on Nietzsche in Weimar Germany by the Circle’s and Mann’s associate Ernst Bertram, as well as catalyzed Mann’s ideal of the “nobility of the spirit” [72]. Deep connections between Nietzsche, George and Austrian prodigy Hugo von Hofmannsthal who, like Mann, popularized the term “CR” in the field of cultural criticism in his 1927 address to students of the University of Munich “Literature as the Spiritual Space of the Nation,” are also widely known [44; 103]. According to Hofmannsthal, the Age of Enlightenment is nothing but a moment within the unfolding countermovement of CR of a scope unknown to Europe [44, 412413].

Mediated by Mann’s “Reflections of a Non-Political Man” (1918) equating the political with alien to the Germans “democraticism” [73], the myth of a new kingdom came to fruition in “The Third Empire” (1923) by the founder of Young Conservatism Moeller van den Bruck partially sharing Nietzsche’s disdain for Bismarck’s Second Reich. More politicized than Mann’s ideal of the third kingdom, just like his anti-Weimar June Club helping Franz von Papen to become the Chancellor of Germany in 1932, this conception, still, was ecumenical and strongly influenced by the Third Testament as envisaged by Dmitry Merezhkovsky, who sparked Moeller’s interest in Fyodor Dostoevsky, i.a. the motif of the Third Rome, and helped him to publish the first German translation of the writer’s Complete Works by Elisabeth Kaerrick (1906–1919) [7]. Both conceptions, in Merezhkovsky’s case, emphatically [111], echoed a heretic eschatological teaching by the 12th century mystic Joachim of Fiore, according to which the Age of the Father (Old Testament) and the Age of the Son (New Testament) will be followed by the Age of the Holy Spirit when man will ascend to the direct contact with God in freedom and love [94].

Further politicization of the term “CR” thanks to Edgar Julius Jung (1932)[11], an advisor and a speechwriter to von Papen, reached its peak in “political theology” of Reich’s “crown lawyer” Schmitt, at first, also a confidant to von Papen and General Kurt von Schleicher, the last Chancellor of Weimar Germany, initially seeking to tame Hitler’s dictatorship within the confines of a more “Prussian” state model [77, 301–302].

Again, these Nietzscheans did not fit in the real Third Reich: Moeller committed suicide in 1925 and did not witness the appropriation of “The Third Empire” by the self-proclaimed “drummer” of his ideas, Hitler [91, 278], George, who bequeathed his vision of the Secret Germany to Claus von Stauffenberg [see in more detail 93], the future leader of the anti-Hitler Prussian fronde, had emigrated and died before he could rethink Goebbels’ invitation to head the renewed Prussian Academy of Arts [105, 66], Jünger, as a popular military prosaic, sarcastically refused to join the latter [97, 143], Benn, whose expressionist embrace of decadence, including the rejection of a eugenic reading of the Superman[12], was condemned by the regime, soon enough was expelled from its ranks [96, 237–238], Hielscher, who led a clandestine resistance group, barely escaped the fate of the July 20 assassins thanks to the interference of the Ahnenerbe managing director Wolfram Sievers, albeit failed to return the favor at the trial over the latter [42: 424, 448–451], E. J. Jung, like von Schleicher, was killed by the SS during the Night of the Long Knives in 1934 [71, 220–226], Niekisch, an author of “Hitler, a German Calamity” (1932) was repressed and imprisoned in a concentration camp [82], Spengler resigned from the Board of Nietzsche Archive [108, 130–131], and so on. Only Heidegger, who eventually also left the Board [95, 144–145], and Schmitt were willing to take advantage of official positions in the Third Reich. Collaboration was so exceptional that the latest 2019 research by Mehring ranking Heidegger among conservative revolutionaries underlines that such an attribution is possible solely on the grounds of shared metaphysical ambitions [78, 33].

SG-secret.jpgApart from Hölderlin, Goethe and Nietzsche, George’s vision of the Secret Germany also strongly influenced Hielscher, a friend of Martin Buber and an editor of National-Revolutionary magazines “Der Vormarsch” and “Das Reich” who created a unique panentheistic theology and closely cooperated with Jünger [42, 216–225]. However, it was Jünger who revolutionized detached ideals of Young Conservatives by reinterpreting the Dionysian principle in Nietzsche’s philosophy of culture as the titanic principle of technology that defines the modernity. Returning Heidegger’s reproach that Jünger, employing visual metaphors of the metaphysical transition, was not a “thinker” [36, 263], Jünger claimed that Heidegger lacked a clear political vision and that is why he hoped that National Socialism would bring something new [39, 55]. At the same time, Jünger’s own “clear” vision performed a critical function, for, except for a short period of political involvement as a publicist, he remained “a seismograph of the epoch” [92, 525]. Yet, in contrast with “cultural pessimist” Heidegger who eventually concluded that “only a God could save us” [32], Jünger, in spite of an apparent impact of Heidegger’s and F.G. Jünger’s presumed “technophobia,” was unique in making the transvaluation of all values the programmatic quest of his entire body of work.

Approaching the article’s conclusions, let us summarize the trajectory of this quest. As the leader of the National-Revolutionary current and the author of “The Worker,” the early Jünger, reflecting upon irreversible changes brought by the first “industrial” war of 1914–18, elaborated rare positive remarks about socialism and the labor movement in Nietzsche’s notes to “The Will to Power.” According to them, the workers should learn to feel like soldiers and get honorarium instead of payment [87, 350]. They will be headed by an ascetic caste concentrating the plentitude of power. In the third section (1880) of “Human, All Too Human,” Nietzsche invoked the machine analogy for warfare and centralized party politics [86, 653]. Jünger developed both motifs [104, 146] in “The Worker” calling upon the workers[13] to feel like masters and a new frontline aristocracy laying claim to planetary domination [54: 76, 90].

Similarly to Heidegger, technology in Jünger’s thought becomes the very epitome of nihilism. Yet, he welcomes it as the most revolutionary power of the present and models the conservative-revolutionary subject after this vessel of creative nihilism. In the interwar period, Jünger describes the advent of a new human type carved by the metaphysical gestalt of the Worker and associated with unchained titan Prometheus “mobilizing the world by means of technology” [54, 165]. In the post-war period, he transformed into Gaia’s son Antaeus drawing strength from the earth and joining her revolt against the Olympians [52: 344–347, 580–582, 606–607, 650–651, 659]. Conceived by industrial total mobilization in the aftermath of the First World War, in the post-industrial society, soldier workers acquire softer protean features, but Zarathustra’s maxim of staying true to the earth stands paramount. According to the late Jünger, anthropocentric history is nothing but a layer of geohistory [52: 478–479, 502, 506–507, 533, 544, 588–589, 655–656].

EJ-pain.jpgThat is how the early Jünger’s active nihilism counterbalanced the Young-Conservative fascination with the religious “Russian idea” and Dostoevsky’s “revolution out of conservatism” [109, 355]. Stating the ongoing “geological revolution” [114: 55–58], Jünger refers to the Joachist Age of the Holy Spirit [52, 414] only in “At the Wall of Time” (1959) when, remembering Nietzsche’s formula of the Superman as the conqueror of god and nothing, the pursued self-overcoming of nihilism enters the “creative” phase of challenging the nothing itself. Already in 1934 essay “On Pain” Jünger gives the following assessment of its proceedings: “We conclude, then, that we find ourselves in a last and indeed quite remarkable phase of nihilism, characterized by the broad expansion of new social orders with corresponding values yet to be seen” [55, 46]. In Klemperer’s words, “tough Nietzscheans” Spengler, Jünger and Moeller van den Bruck, in fact, “signed a pact with the devil” when took a risk to follow in Nietzsche’s footsteps and attempted to turn nihilism against itself [64, 153].

Yet, in “Over the Line” (1950), Jünger optimistically referred to Nietzsche’s self-description as “the first perfect nihilist of Europe who, however, has even now lived through the whole of nihilism, to the end, leaving it behind, outside himself” [87, 190; 88, Preface] as well as Dostoevsky’s novels like “Crime and Punishment” promising a chance to overcome nihilism, to “recover” from it [57, 248–255]. The ways to do it he discussed in “The Forest Passage” (1951) and “Eumeswil” (1977) featuring the models of a sovereign individual: first the Forest Goer ostracized from a society, then a new Prussian anarchist, the Anarch, whose creative and meaningful nihilism is turned against sheer (passive) nihilism of “fake” emancipation theories and movements. At this point, Jünger, as the proponent of “heroic overcoming” of the technological challenge according to Rolf-Peter Sieferle [98], starts “summoning the gods” along with Heidegger and F. G. Jünger, “conservative critics of technology,” although the middle Heidegger’s remark on Jünger’s and Spengler’s technological “idolatry” (positive and negative, respectively) [35, 261] was an obvious overstatement.

Indeed, the late Jünger gets more pessimistic regarding the proximity of the anticipated metaphysical transition: according to the forecast from “The Change of the GestaltPrognosis for the 21 Century” (1993) resting on Hölderlin’s poem “Bread and Wine” [45], the titans will reign throughout the entire 21 century, whereas the gods will return only after a new Hesiodic titanomachia heralding the final end of the anthropocentric history [114: 40–41, 49–50, 53–54]. Promised by Joachim of Fiore “spiritualization” is again mentioned by Jünger [114, 54]. Yet another of his Hölderlin-inspired [114: 49–50, 51–52] beliefs that man should be friends both with the gods and “the iron ones,” remains unrevised. In “Nietzsche,” F. G. Jünger parallels the philosopher’s reverence for the tragic Dionysian art with the same Hölderlin’s sympathy for the titans and other primordial beings in poems like “Nature and Art or Saturn and Jupiter” [48]. Lamented by Heidegger, who discussed Nietzsche in the broader framework of lecture courses on Hölderlin and considered him superior to Nietzsche in terms of delving into the depth of Greek Dasein [27, 135; see also 76], in E. Jünger’s case, Hölderlin’s “flight of the gods” [47, 210] becomes a matter of approaching the “untethered titans” [46].

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For this purpose, Jünger adds an intermediate figure of Dionysus, one of the late Nietzsche’s alter egos. As the myth tells us, once torn apart by the titans, Dionysus himself resembles them by his ecstatic overwhelming powers disclosed by Carl Gustav Jung in “Wotan” essay (1936), among others, alluding to the Unknown God from Nietzsche’s poetry [4, 311–312]. Surrounded by maenads, this “thrice-born” companion of Demeter and Persephone unites the living and the dead in a ritual procession. The god of the underworld in Orphic mysteries, Dionysus, in Jünger’s opinion, truly resides in Eleusis where the mysteries of resurrected nature are celebrated [51, 71].

As a philosophical writer, Jünger makes this observation in the technology-themed novella “Aladdin’s Problem” (1983) claiming that the true opposition is not between the Apollonian and the Dionysian, as Nietzsche believed, but between the divine and the titanic [51, 71], between the gods as patrons of creation, culture, meaning, poetry, memory, identity and borders and the titans standing for voluntarism, activism, productivity, speed, Sisyphean efforts, borderlessness, formlessness, hybris, etc. [52, also see 59]. Dionysus, accordingly, becomes a redeeming link between the anticipated breakthrough of divine timelessness and repetitive activities in concrete temples of the titans, factories, that is, work as the way to worship them, for the eternal recurrence Jünger associates precisely with the titans [114, 60–61].

Well-aware of Prussian militarism’s dangers, Nietzsche concurred on the dictum “when cannons roar, muses are silent” [86, 288–289]. Nietzsche’s disciple and Jünger’s teacher, highly influential both in Young-Conservative and National-Revolutionary circles, it was Spengler who reinterpreted the Apollonian-Dionysian opposition through the prism of Nietzsche’s phenomenology of European decadence, as well as “young” and “old” peoples as the dichotomy of culture, when a cultural organism is full of vital creative forces, and civilization, when only its “mummy” remains, as it is currently the case at the late “Caesarist” phase of Western “Faustian” soul. At this stage of the aged and “declined” West [100: 146, 194–195, 453], art, literature and architecture are far beyond the peak; only calculation, construction, spatial expansion and quantitative growth in general matter [100, 1–67]. Having borrowed Spengler’s “world-historical perspective,” also indebted to Joachim of Fiore [101, 31], and rendered the contrast of organic phases as the clash and coexistence of the divine and the titanic, Jünger made a big step forwards as compared to the Young-Conservative actualization of Nietzsche.

To sum up, starting with the very etymological level, CR may be regarded as the fullest attempted explication of Nietzscheanism as a dynamic worldview. In turn, the futuristic relevance of its pivotal message of the self-overcoming of nihilism is comprehensively elucidated by Ernst Jünger as the face of CR, according to Mohler, and the only true Nietzschean, according to Heidegger. Supplemented by Locchi’s spherical conception of history, the potential of Nietzscheanism is revealed in the discussions of Jünger and Heidegger on the prospects for the great metaphysical transition after the Interregnum, in Jünger’s terms, or the second beginning of metaphysics, in Heidegger’s. Besides, Jünger’s distinction of the gods and the titans is the insightful upgrading of Nietzsche’s dichotomy of the Apollonian and the Dionysian bringing to the surface a lacking dimension of technology in Nietzsche’s work. Filling this critical gap in the modern Nietzscheana will open new horizons for the interdisciplinary application of Nietzsche’s ideas and the “rebirth” of philosophy in the light of the conservative-revolutionary discovery of super- or altmodern.

Notes

  1. 1 See “Historical Dictionary of Nietzscheanism” [6].
  2. 2. Stefan Breuer, the most influential critic of CR as a coherent current, in the end, could not help using this term himself and listed it among the most successful inventions of contemporary history of ideas [5, 1].
  3. 3. Needless to say, historians of philosophy are interested in metaphysical, not strictly social aspects of CR, which otherwise would be addressed in this research in more detail. In this respect, vitalist Nietzscheanism in Jünger’s interwar political journalism is less important for this study than his rethinking of Nietzsche’s active nihilism as titanism and philosophical-historical sophistication of the “transvaluation of all values.”
  4. 4. Rendered as “Empire” instead of “Reich” in its condensed English edition [79] (first translated by Emily Overend Lorimer in 1934) precisely to disambiguate it from the National Socialist political regime.
  5. 5. Not to be confused with Nietzsche’s criticism of petty Germanness.
  6. 6. The opposition of the “Judeo-Christian” and “archaic” worldview, “history” and “cosmos” was popularized by Romanian historian of religion Mircea Eliade whose name is fairly included in the related tradition of thought. Although in the introduction to his magnum opus “Cosmos and History: The Myth of the Eternal Return” (1949) he considered Nietzsche’s interpretation of an eponymous Greek myth purely modern [8], the longing for the world’s re-sacralization, which, according to Eliade, is promised by annual ritual participation of an archaic man in the New Year recreation of the world (partaking of the myth’s cosmological function), does correlate with “open opportunities” of the eternal recurrence as the axiological notion. This polemics with the contradiction detected in Nietzsche’s thought by Löwith (see below), actually, is shared by Eliade who believes that the myth frees humanity from the cage of history, more precisely, predestination of the Judeo-Christian eschatology rather than thrusts into the prison of nature.
  7. 7. Here, Nietzscheanism almost coincides with futurism the technological advantages of which, in Faye’s opinion, are artificially restrained by the egalitarian and humanistic modernity. The spherical view of history, likewise, has nothing to do with a cyclic return to the past, which, as Faye claims, has failed and has led to the catastrophe of modernity. Instead, he employs a metaphor of a billiard ball which chaotically moves across the table. After a number of spins, the same point might touch the cloth several times, but its position in space will be different. As a result, Nietzscheanism underlies the “re-emergence of archaic social configurations in a new context” [10, 74], which is the basic intuition behind archeofuturism.
  8. 8. However,Löwith expressed his concern with Jünger’s interwar attack on a bourgeois individual in this book [69].
  9. 9. The resemblance, again, is homological, for Jünger’s philosophy of subject, at least in its gestalt-related part, rests on Leibniz’s “monad,” Plato’s “idea” and Goethe’s “urplant” rather than Nietzsche’s Superman in a narrow sense.
  10. 10. Apart from elucidating Nietzsche’s conception of creative nihilism, such political projections help to reveal that subtle way in which Nietzscheanism may be converted into ideology, and never vice versa (when ideological postulates receive philosophical substantiation).
  11. 11. “By “conservative revolution” we mean the return to respect for all of those elementary laws and values without which the individual is alienated from nature and God and left incapable of establishing any true order. In the place of equality comes the inner value of the individual; in the place of socialist convictions, the just integration of people into their place in a society of rank; in place of mechanical selection, the organic growth of leadership; in place of bureaucratic compulsion, the inner responsibility of genuine self-governance; in place of mass happiness, the rights of the personality formed by the nation” [50, 352].
  12. 12. “Since then we have studied the bionegative values, which are rather more harmful and dangerous to the race but are a part of mind’s differentiation: art, genius, the disintegrative motifs of religion, degeneration; in short, all the attributes of creativity” [3, 383].
  13. 13. In “The Worker,” work is understood as the all-pervading lifestyle brought by “titanic” industrialization and has no relation to its didactic cultural purpose, individual or collective.

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  22. Heidegger M. Das Rektorat 1933/34 – Tatsachen und Gedanken (1945) / Маrtin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [hrsg. von Hermann Heidegger, I. Abteilung : Veröffentlichte Schriften 1910–1976]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 2000. – Bd. 16 : Reden und andere Zeugnisse eines Lebensweges. – S. 372–394.
  23. Heidegger M. Der deutsche Student als Arbeiter (Rede am 25. November 1933) / Маrtin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [hrsg. von Hermann Heidegger, I. Abteilung : Veröffentlichte Schriften 1910–1976]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 2000. – Bd. 16 : Reden und andere Zeugnisse eines Lebensweges. – S. 198–208.
  24. Heidegger M. Die Grundbegriffe der Metaphysik. Welt – Endlichkeit – Einsamkeit (Wintersemester 1929/30) / Martin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [Hrsg. von Friedrich-Wilhelm von Herrmann]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1983. – Bd. 29/30. – 544 S.
  25. Heidegger M. Die Selbstbehauptung der Deutsche Universität (27. Mai 1933) / Маrtin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [hrsg. von Hermann Heidegger, I. Abteilung : Veröffentlichte Schriften 1910–1976]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 2000. – Bd. 16 : Reden und andere Zeugnisse eines Lebensweges. – S.107–117. 26. Heidegger M. Die Zeit des Weltbildes / Martin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [herausgegeben von Friedrich-Wilhelm von Herrmann, 1. Abteilung : Veröffentlichte Schriften 1914–1970]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1977. – Bd. 5 : Holzwege. – S. 75–113. 27. Heidegger M. Einführung in die Metaphysik (Sommersemester 1935) / Martin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [hrsg. von Petra Jaeger, Abteilung II : Vorlesungen 1923–1944]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1977. – Bd. 40. – 234 S. 28. Heidegger M. Nietzsche : Der europäische Nihilismus / Martin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [herausgegeben von Brigitte Schillbach]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1997. – Bd. 6.2. – S. 23–229. 29. Heidegger M. Nietzsches Lehre vom Willen zur Macht als Erkenntnis (Sommersemester 1939) / Martin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [Hrsg. von Eberhard Hanser, II. Abteilung : Vorlesungen 1919–1944 (Freiburger Vorlesungen 1928–1944)]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1989. – B. 47. – 330 S. 30. Heidegger M. Nietzsches Wort “Gott ist tot” / Маrtin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [herausgegeben von Friedrich-Wilhelm von Herrmann, 1. Abteilung: Veröffentlichte Schriften 1914-1970]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1977. – Bd. 5 : Holzwege. – S. 209–267. 31. Heidegger M. Nietzsche : The Will to Power as Art ; [ed. and trans. by David Farrell Krell] / Martin Heidegger. – San Francisco : Harper Collins, 1991. – Vol. 1. – Pp. 1–220. 32. 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Zur Seinsfrage / Маrtin Heidegger // Gesamtausgabe : in 102 Bänden ; [herausgegeben von Friedrich-Wilhelm von Herrmann, 1. Abteilung : Veröffentlichte Schriften 1914–1970]. – Frankfurt am Main : Vittorio Klostermann, 1989. – Bd. 9 : Wegmarken. – S. 385–426. 38. Herf J. Reactionary Modernism : Technology, Culture and Politics in Weimar and the Third Reich / Jeffrey Herf. – Cambridge : Cambridge University Press, 1984. – 251 р. 39. Hervier J. The Details of Time : Conversations with Ernst Jünger / Julien Hervier ; [trans. by Joachim Neugroschel]. – NY : Marsilo Publishers, 1995. – 139 p. 40. Herzinger R. Feldzeichen des Nichts : Die Gewaltphilosophie der Konservativen Revolution und der Chiliasmus der deutschen Übermoderne / Richard Herzinger // Jahrbuch für Literatur in Deutschland, 1: Gewalt, Faszination und Furcht ; [ed. by Franke Meyer]. – Leipzig : Gosan, 1994. – S. 72–95. 41. Hielscher F. Das Reich / Friedrich Hielscher. – Berlin : Das Reich, 1931. – 380 S. 42. Hielscher F. 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Germanien / Germania / Friedrich Hölderlin // Hyperion and Selected Poems ; [ed. by Eric L. Santner]. – New York : The Continuum Publishing Company, 1990. – Pp. 208–215. 48. Hölderlin F. Natur und Kunst oder Saturn und Jupiter / Nature and Art or Saturn and Jupiter / Friedrich Hölderlin // Hyperion and Selected Poems ; [ed. by Eric L. Santner]. – New York : The Continuum Publishing Company, 1990. – Pp. 150–152. 49. Jaspers K. Nietzsche : Einführung in das Verständnis seines Philosophierens / Karl Jaspers. – Berlin / New York : Walter de Gruyter, 1981. – 487 S. 50. Jung E.J. Germany and the Conservative Revolution / Edgar Julius Jung // The Weimar Republic Sourcebook ; [ed. by Anton Kaes, Martin Jay, Edward Dimendberg. First published in : Deutsche über Deutschland (Munich : Albert Langen, 1932, 369–382)]. – Berkley / Los Angeles / London : University of California Press, 1995. – Pp. 352–354. 51. Jünger E. 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Mann T. Maß und Wert : Vorwort zum ersten Jahrgang (1937) / Thomas Mann // Gesammelte Werke in dreizehn Bänden, 2. Auflage. – Band 12 : Reden und Aufsätze 4. – Frankfurt am Main : Fischer, 1974. – S. 798 – 812. 75. Mann T. Russische Anthologie / Thomas Mann // Gesammelte Werke in dreizehn Bänden. – Band 10 : Reden und Aufsätze 2. – Frankfurt am Main : Fischer, 1974. – 1151 S. 76. McNeill W. Heidegger’s Hölderlin Lectures / William McNeill // The Bloomsbury Companion to Heidegger ; [ed. by F. Raffoul & E. Nelson]. – New York : Bloomsbury, 2013. – Pp. 223–235. 77. Mehring R. Carl Schmitt : Aufstieg und Fall. Eine Biographie / Reinhard Mehring. – München : C. H. Beck, 2009. – 749 S. 78. Mehring R. Martin Heidegger und die “konservative Revolution” / Reinhard Mehring. – Freiburg im Breisgau / München : Karl Alber, 2019. – 232 S. 79. Moeller van den Bruck A. Germany’s Third Empire ; [trans. by Emily Overend Lorimer, 3rd edition] / Arthur Moeller van den Bruck. – London : Arktos, 2012. – 254 p. 80. Mohler A. Die Konservative Revolution in Deutschland 1918–1932 : ein Handbuch ; [Dritte, um einen Ergänzungsband erweiterte Auflage] / Armin Mohler. – Darmstadt : WiS. Buchges,1989. – 554 S. 81. Mohler A., Weißmann K. Die konservative Revolution in Deutschland 1918–1932 : ein Handbuch ; [6., völlig überarb. und erw. Aufl.] / Armin Mohler ; Karlheinz Weißmann. – Graz : Ares-Verlag, 2005. – 643 S. 82. Niekisch E. Gewagtes Leben. Begegnungen und Begebnisse / Ernst Niekisch. – Köln, Berlin : Kiepenheuer & Witsch, 1958. – 390 S. 83. Nietzsche F. An Heinrich Köselitz in Venedig / Friedrich Nietzsche // Sämtliche Briefe : Kritische Studienausgabe in 8 Bänden ; [hrsg. von G. Colli und M. Montinari, 2. Auflage]. – München : Deutscher Taschenbuch Verlag / New York : Walter de Gruyter, 1986. – Bd. 1 : Juni 1850–September 1864. – S. 211–213. 84. Nietzsche F. Der Wille zur Macht / Friedrich Nietzsche // Nietzsche’s Werke (Zweite Abteilung) : Nachgelassene Werke von Friedrich Nietzsche : Ecce Homo, Der Wille zur Macht : Erstes und Zweites Buch ; [Dritte Auflage ; Vorw. des Hrsg. : Otto Weiss]. – Leipzig : Alfred Kröner Verlag, 1922. – Band XV. – S. 134–489. 85. Nietzsche F. W. Ecce Homo : How One Becomes what One is ; The Antichrist : a Curse on Christianity ; [trans. by Thomas  Wayne] / Friedrich Wilhelm Nietzsche. – New York : Algora Publishing, 2004. – 174 p. 86. Nietzsche F. Menschliches, Allzumenschliches, I und II / Friedrich Nietzsche // Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe in 15 Bänden ; [hrsg. von G. Colli und M. Montinari, 2. Auflage]. – München : Deutscher Taschenbuch Verlag / New York : Walter de Gruyter, 1988. – Bd. 2. – 720 S. 87. Nietzsche F. Nachgelassene Fragmente 1887–1889 / Friedrich Nietzsche // Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe in 15 Bänden ; [hrsg. von G. Colli und M. Montinari, 2. Auflage]. – München : Deutscher Taschenbuch Verlag / New York : Walter de Gruyter, 1999. – Bd. 13. – 672 S. 88. Nietzsche F. The Will to Power ; [trans. by Walter Kaufmann and R.J.Hollingdale, ed. by Walter Kaufmann] / Friedrich Nietzsche. – New York : Vintage Books, A Division of Random House. – 575 p. 89. Nietzsche-Lektüren : Nietzsche und die Konservative Revolution / [Hrsg. von Sebastian Kaufmann, Andreas Urs Sommer]. – Berlin / Boston : Walter de Gruyter, 2018. – B. 2. – 658 S. 90. O’Meara M. New Culture, New Right : Anti-Liberalism in Postmodern Europe / Michael O’Meara. – Bloomington : AuthorHouse, 2004. – 228 p. 91. Pechel R. Deutscher Widerstand / Rudolf Pechel. – Erlenbach-Zürich : Eugen Rentsch, 1947. – 343 S. 92. Penshorn S. Zarathustra auf dem Obersalzberg : Die Nietzsche-Rezeption Ernst Niekischs nach 1945 / Sascha Penshorn // Nietzsche und die Konservative Revolution. – Berlin / Boston : Walter de Gruyter, 2018. – B. 2. – 505–536. 93. Riedel M. 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Ernst Jünger : Leben und Werk in Bildern und Texten / Heimo Schwilk. – Stuttgart : Klett-Cotta, 1988. – 320 S. 98. Sieferle R-P. Ernst Jüngers Versuch einer heroischen Überwindung der Technikkritik / Rolf-Peter Sieferle // Selbstverständnisse der Moderne : Formationen der Philosophie, Politik, Theologie und Ökonomie; [hrsg. von Günter Figal und Rolf-Peter Sieferle]. – Stuttgart : Metzlersche Verlagsbuchhandlung, 1991. – S.133–174. 99. Sloterdijk P. Der Denker auf der Bühne : Nietzsches Materialismus / Peter Sloterdijk. – Frankfurt am Main : Suhrkamp, 1986. – 190 S. 100. Spengler O. Der Untergang des Abendlandes : Umrisse einer Morphologie der Weltgeschichte ; [völlig umgestaltete Ausgabe] / Oswald Spengler. – München : Oskar Beck, C.H. Becksche, 1923. – Band 1 : Gestalt und Wirklichkeit. – 603 S. 101. Spengler O. Der Untergang des Abendlandes : Umrisse einer Morphologie der Weltgeschichte ; [einunddreissigste bis zweiundvierzigste Auflage] / Oswald Spengler. – München : Oskar Beck, C.H. Becksche, 1922. – Band 2 : Welthistorische Perspektiven. – 635 S. 102. Steffen H. Schopenhauer, Nietzsche und die Dichtung Hofmannsthals / Hans Steffen // Nietzsche. Werk und Wirkungen ; [Hrsg. von Hans Steffen]. – Göttingen : Vandenhoeck & Ruprecht, 1974. – S. 65–90. 103. Szabó L V. “…eine so gespannte Seele wie Nietzsche.” Zu Hugo von Hofmannsthals Nietzsche-Rezeption / Szabó V. László // Jahrbuch der ungarischen Germanistik ; [hrsg. von Gesellschaft ungarischer Germanisten, Budapest und Deutscher Akademischer Austauschdienst, Bonn]. – Budapest : Gondolat Kiadoi Kör / Bonn : DAAD, 2006. – S. 69–93. 104. Trawny P. Martin Heidegger / Peter Trawny ; [Hrsg. von Thorsten Bonacker (Marburg), Hans-Martin Lohmann (Frankfurt a.M.)]. – Frankfurt am Main / New York : Campus Verlag, 2003. – 192 S. 105. Trawny P. George dichtet Nietzsche. Überlegungen zur Nietzsche-Rezeption Stefan Georges und seines Kreises ; [hrsg. von Wolfgang Braungart und Ute Oelmann] / Peter Trawny // George-Jahrbuch. – Band. 3. – Tübingen : Max Niemeyer, 2000/01. – S. 34–68. 106. Troeltsch E. Der metaphysische und religiöse Geist der deutschen Kultur / Ernst Troeltsch // Deutscher Geist und Westeuropa : gesammelte kulturphilosophische Aufsätze und Reden ; [Hrsg. von Gangolf Hübinger]. – Tübingen : Verlag von J. C. B. Mohr. – S. 59–79. 107. Troeltsch E. Die Krisis des Historismus / Ernst Troeltsch // Schriften zur Politik und Kulturphilosophie (1918–1923) ; Ernst Troeltsch : Kritische Gesamtausgabe ; [Hrsg. von Gangolf Hübinger]. – Berlin / New York : Walter de Gruyter, 2002. – Vol. 15. – S. 433–456. 108. Woods R. The Conservative Revolution in the Weimar Republic / Roger Woods. – New York : St. Martin’s, 1996. – 173 p. 109. Достоевский Ф. М. Дневник писателя / Федор Достоевский // Собрание сочинений : В 9-ти т. – Т. 9. Книга 1. – Москва. : Астрель, АСТ, 2007. – 844 с. 110. Лютий Т. Ніцше. Самоперевершення / Тарас Лютий. – К. : Темпора, 2016. – 978 с. 111. Мережковский Д. Данте / Дмитрий Мережковский // Собрание сочинений : В 8 т. ; [сост. О. А. Коростелев, А. Н. Николюкин, ред. О. А. Коростелев [и др.], вступ. ст. А. Н. Николюкин]. – М. : Республика, 2000. – Т. 4 : Данте. Наполеон. – С. 141–239. 112. Михайловский А. Чего не видел Эрнст Юнгер. Рец. на : M. Heidegger. Zu Ernst Jünger. Gesamtausgabe. Bd. 90 / Александр Михайловский // Ежегодник по феноменологической философии. – М. : Изд-во РГГУ, 2008. – Т. 1. – С. 477–491. 113. Молодяков В. Консервативная революция в Японии : идеология и политика / Василий Молодяков. – М. : Изд. Фирма «Восточная Литература» РАН, 1999. – 329 с. 114. Юнгер Э. Смена гештальта. Прогноз на XXI век – Ernst Jünger. Gestaltwandel. Eine Prognose auf das 21. Jahrhundert ; [пер. с нем. и послесловие А. Михайловского] / Эрнст Юнгер. – М. : Издание книжного магазина «Циолковский», 2018. – 80 с

 Автор: Олена Семеняка

vendredi, 18 octobre 2019

Alexander Dugin & Nicolas Gomez Davila: The Rebellion of the Eternal

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Alexander Dugin & Nicolas Gomez Davila: The Rebellion of the Eternal

Ex: https://www.geopolitica.ru

History as “leitmotiv”

Between the motives of revolutionary deeds of modernity, the infamous scourges of slavery, servility, misery, inequality, ignorance and submission have always marched by its rhetoric paths. Tangible and conscious motivations which transit from the lips of individuals to the parliaments of the great contemporary societies and whose combat cements the reasons for being of our modernistic social pacts. Much less adverted is the role of the image-concepts which lay transparent to our daily comprehension of reality and which on the contrary to their overstated and overestimated qualities, conform the rhizomatic nucleus that thrills the movement of men, societies, epochs. We talk of the capital ideas which build the visions about the world, men and history: the great metapolitical triad. Specially is, on the latter variable of the equation –history– that as fundamental category, gravitates the deep thinking of two great geniuses keep apart by geographic antipodes, but reunited in a very singular spirit of the critique against modernity. Nicolás Gómez Dávila, untimely genius of Colombian thinking, and Aleksandr Gel’evich Dugin, grand illustrious of the Russian intelligentsia; represent two taxa of one same philosophy, rising parallels in the illiberal denounce and building their critique, their poetry and their analytics around the different feelings of history which are being played to death in our contemporary epoch.

The authentic reactionary

The feeling of history which detents hegemony in modernity is the linear conception of history. According to the characterization of Dugin, this movement is denominated as monotonic process, understood as growth and accumulation in its own sense and by which one has “the idea that human society is developing, progressing, evolving, growing and each time is better and better”. And in front of the historic eugenics of such conception which debugs the spiritual manifestations still “archaic, pre-modern and not civilized”, diversity of criticisms arise which praises another understanding of time and history. Between them and our Colombian nation, the spirit of Nicolás Gómez Dávila is school for all the dissidents of modern times.

In his condemnation of modernity, the epithets of conservative and reactionary that are centered over Gómez Dávila do not represent to the author however, ashamed motives, but instead the opportunity to realize a transgressive position against modernist morality, re-signifying the appellatives as foundation of his own affirmative stance. Categorically and by principle we must reject any association of the traditional conception of reactionary with that of typical conservative. This is not the counter-revolutionary who fights against liberal and socialist ideas in order to save his comfortable position in the system. His reaction is found by us again in the terrain of confronted histories.

In front of the progressive liberal who swindles that history is liberty and to the radical progressive he affirms that history is right, the reactionary then exerts a haughty attitude in so far as, by accepting the partial dominion of both visions, decides to condemn both. The radical progressive is diagnosed with stupidity because history is immanent rationality which is insinuated progressively towards their absolute revelation. The liberal on his behalf assumes him as immoral in so far as history is liberty which wishes to be absolutely possesses by the man. Liberty as supreme value must not back down not even by the weight of honor. Both progressives guided –despite their differences– by the theological fatality of his history, they demand of the reactionary, gestures and symbols of compensation.

The first demands of him to renounce to condemn the fact is necessary, and the second to not limit himself to abstain if he confesses that the fact is reproachable. Both censor their passive loyalty to defeat.

The revolutionary ethic imperative of the radical and of the liberal, also comes from its historic conceptions. For the radical the spirit of history is the succession of progressive, necessary and determined phases towards the final dominion of universal reason. The moral obligation of the revolutionary is to contribute to the final advent the historic sense.

The radical progressive only adheres to the idea that history cautions, because the profile of necessity reveals the characteristics of new born reason. Since the very same course of history emerges the ideal norm which surrounds it.

dugin_Kult_35_03.jpegMeanwhile for the liberal, the reason that the radical displays its creation of the human will which aspire for absolute freedom.

The revolutionary act condenses the ethical obligation of the liberal, because breaking with whatever bothers him is the essential act of freedom which he realizes.

However, and in front of kilometers of ink that liberals and radicals inject in order to legitimize their historical idea, the reactionary offers lessons and refutes the partial dogmas of the revolutionaries. “History is not necessity, nor freedom, but instead its flexible integration”. He refutes the progressives with their Hemiplegic stories:

The human dust does not seem to rise up like under the breath of a sacred beast; epochs do not seem to order themselves as stadiums in the embryogenesis of a metaphysical animal (…) The whimsical and free of charge will of man is not its rector supreme. The facts do not mold, like a viscous and plastic paste, between eager fingers.

History is not that “autonomous and unique dialectic process” which preaches the Hegelian theory of the one-history, the one-humanity realized in universal reason. All of the contrary, is dialectic diversity.

Indeed, history is not a result of one impersonal necessity, nor from human caprice, but from a dialectic of wills where freewill develops in necessary consequences (…) History, thus, is a tight union of hardened wills in dialectic processes. As deeper the layer where the freewill spreads would be, more diverse the zones of activity which the process determines, and greater its duration would be. The superficial and peripheral act runs out in biographic episodes, while the central and deep act can create an epoch for an entire society.

And under Dugin’s light, this central and profound action is found in the levels of the self-referentiality from one’s own consciousness, there where it runs away from itself in order to give origin to the intimate texture of time: the notions of present, past and future. It is not the world the one which contains time, but instead, the consciousness of man; which by endowing the world with time gives it reality, dimension and figure; in sum, the creation of the world by the internal me. Just as our Russian professor exposes, the future has an ontology, a reality which is nothing more than the one granted by the historicity of a people, of a civilizational organism. History for Dugin is melody –applying Husserlian phenomenology–; it has a content and a sense which is not comprehended without the existence of the entire musical structure, in so, the future as essential component of the melody.

When we comprehend well history, and its logic we can easily guess what will follow, what is about to occur and what will come next. Knowing society, we could identify in its history the harmony, the newspapers, the chorus and the structure of the piece.

Against all Universalist pretension Dugin affirms the cultural diversity of historic time. In each people the self-referentiality of their own historical consciousness –there where the contact with their own being configures their sense of time–, falls into different versions of history. In this sense, the eternal circular time finds its short-circuit in the center of its own consciousness: the past unites infinitely with the future; the image of the Ouroboros. The traditional time on its behalf finds the reencounter with its consciousness in the past, on that every sacred act would be a tireless search of getting back in time. On the contrary, the messianic time, hopes to re encounter its historical consciousness in the future; the inherent scatology to linear history. History, time itself, is and will always be local. Dugin claims:

It is for this reason that humanity as a whole, cannot have a future. It doesn’t have one.

The only possibility that men have –according to the Spenglerian vision– is the one of achieving the possibilities of their own culture not achieved yet. However, Dugin and Gómez Dávila evoke this crusade, the commonality of what surpasses what is purely historical in each culture.

Two stances facing history and the opening of the eternal

Asking for history is reflecting in front of the human condition and its freedom itself in and by time. It’s like this that diversity of answers installs different ethical stances and their consecutive historical praxis in front of how to act and build history. Alexander Dugin and Nicolás Gómez Dávila converge in such a way in their analysis of history and the ethical stance in front of the very same, however their praxis of rebellion moves divergently, but only for matter of layers.

Refuting the progressive sentiment of history does not contaminate Gómez Dávila to give for granted his own understanding of it. Precisely from these comes its ethical reactionary stance as pessimism and historical negation.

The collective epochs are the result of an active communion in an identical decision, or of passive contamination of inert wills; but while the dialectic process in which liberties have been verted lasts, the freedom of the uncomfortable one twists in ineffective rebellion.

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In the democratic epoch, the man-mass –according to the Orteguian (Ortega y Gasset) conceptualization– determines the inclination of the historic balance. It is not justice or reason, neither freedom already alienated, but instead the weight of the number and the quantitative which moves our epoch to the endgame of senselessness. By recognizing the futility of its complaint, the reactionary gives the sober contemplation of inevitable defeat.

The reactionary admits the present sterility of its principles and the inutility of his censorships, it not because the spectacle of human confusions is enough. The reactionary does not abstain of acting because the risk might spook him, but because he estimates that actually the social forces are pouring fast the goal he disdains. Inside the present process, the social forces have dug its channel in the rock, and nothing will twist its course while it doesn’t fall in the satin of an uncertain plain.

This stance of patient contemplation which waits for the oppression of historic dialectic falls into its necessary consequences, recalls the opinion of Dugin about the attitude of the conservative revolutionaries which assume how the bad consciousness of times which passes by waiting for the final fatality provides a new opening for authentic freedom.

Let’s leave buffoonery of post-modernity to follow its course; let’s leave it erode the defined paradigms, the ego, the super-ego and the logos; let’s leave it join with the rhizomes, the schizophrenic masses and the fragmented consciousness; for nothingness to leave the substance of the world and, then, the secret doors will open and ancient and eternal ontological archetypes will come to the surface and, in a terrible way, will finish the game.

Then enters the scene of the “temporal” horizon over which his rebellion stance of both authors is funded. Critiquing modernity and its historical dialectic do not condemn them to sigh about past time. Here is the key of their lectures: history will always be history of men. Their social archetypes are trans-historical, supra-historical. The human history is just the excuse for eternal motives; the mundane epochs, colored projections from a far-away ether. Like this is for Dávila:

In effect, even when it would not be necessity, nor caprice, the history for the reactionary, is not however, dialectic of immanent will, but instead temporal adventure between men and what transcends him (…) If the progressive leans towards the future, and the conservative towards the past, the reactionary does not measure his desires with yesterday’s history or with the history of tomorrow.

In that same way Dugin clears the purpose of his rebellion against the monotonic system:

We want to oppose triumphant liberalism something that goes far beyond modernity, advocating the return of pre-modernity, to the traditional world. However, we must comprehend that it must not be a return to the past, but instead to the eternal principles of the tradition which belong to all epochs.

Eternity as its atemporal horizon then opens itself both in its philosophy which is rooted in the ontological, in the eternal present of the human being and the powers that transcends him. While the liberal conservative simply resists to negative tendencies of modernity and the traditionalist longs to return to the golden epochs of his culture, the conservative revolutionary clashes in order to:

Take out from the structure of the world, the roots of evil in order to abolish time itself as a destructive quality of reality and, by doing so, to fulfill like this some kind of parallel secret, the non-evident intention of deity itself.

History does not escape from man, but man does not escape man himself. The absolute liberty of the will from which the progressive mockingly displays has a “genetic” seal. The causality of freewill points out an ontological fingerprint in the effect it imprints over reality: it is the character of human nature, the Dasein (being-there) as the being of the authentic man.

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But this liberty is falsified when the understanding of man in modernity, in his desire to conquer absolute liberty, abstracts man from himself. It is the kingdom of the inauthentic, of the crippled human essence. Just as it is warned from Heidegger to Dugin, is the inauthenticity of the Dasman (the-they). For Dugin and Gómez Dávila the true liberty is realized when man by opening himself to the eternal is reintegrated in his ontological essentiality recovering what’s contingent in the perennial and the perpetual in the immortal moment: the temporality of myth. And by opening himself to the eternal it is not but an excuse to accommodate for the sacred, understood as the permanent and most truthful, in the core of our being. As this for Gómez Dávila the liberty:

Is not an instance which fails conflicts between instincts, but instead the mountain from which the man contemplates the ascension of nine stars, between the luminous dust of the starred sky (…) the free instant dissipates the vain clarity of the day, in order for it to raise above the horizon of the soul, the immobile universe which slips its passing lights over the tremble of our flesh.

It is not the past which is eternal what gives absolute sense to the stance of the reactionary. Here in his final lines the “Authentic reactionary” unveils his spiritual inclination:

The reactionary does not claim what the next dawn might bring, neither does he grasps the last shadows of the night. His lair rises in that luminous space where the essences interpellate him with their immortal presences.

Action and contemplation

In the search of this “return”, or rather, des-hiding of the eternal sacred, both authors diverge in the what-to-do in front of modern domination. The anti-modern rebellion of Gómez Dávila is not a praxis of active aggressive politics, but instead a very personal negation to following the modern trend.

The reactionary, however, is the stupid which assumes the vanity of condemning history, and the immorality of yielding to it.

His stance is the patient personal contemplation which condemns and denies through crude and transgressive truth in the form of a prosaic, irreverent, elegant, aggressive criticism; but which is assumed as defeated in the contingency of the historical epoch. The reactionary rebels in regards of the sacred and the eternal are revealed freeing him of historical alienation.

The reactionary escapes servitude of history, because he chases in the human jungle the footsteps of divine steps. The men and the facts are, for the reactionary, the servile and mortal flesh which encourages tramontane wind blows. To be reactionary is to defend causes that do not roll over the board of history, causes which are not important to lose

On his behalf, Dugin prefers to choose the path of action and the active revolution in order to give a fatal blow to the already aging modernity and to redirect what must be fate itself. Everything is synthesized in his political work that culminates in revolutionary action which overcomes modern paradigms.

The return to the sacred must be conceived, in the Heideggerian context, as a new beginning, to be built around the concept of Dasein; this, the destruction of the individual concept in favor of the human, concrete, thoughtful fact (…) Marxists and socialists are kids in relation with the great spiritual, social and political revolution which we the representatives of the fourth political theory must realize.

Action and contemplation synthesize the stances which both intellectuals take facing history and which diverge the direction of their own existence. Both however realize their crusade against the tyranny of time and historical progressivism in order to reintegrate to the atemporal of the sacred. We must not discard however the literary plastering of Gómez Dávila simply as passivity and renunciation, the fact of eternizing his denounce already represents a rupture of political transgression. The difference of both perhaps could be understood by the historical contexts in which their biographies are framed. Gómez Dávila suffered the weight of “an epoch without foreseeable”, a “somber place of history” which determined his pessimism and condemned him to “resign to look with patience the human arrogances”, waiting to “act only when necessity is overthrown”. His projection is directed at the transcend which beats and calls inside each man. He points out with passionate prose:

The reactionary is not a nostalgic dreamer of abolished pasts, but instead the hunter of sacred shadows above eternal hills

On the other hand, Dugin enters into scene in a modernity which is crumbling but threatens to take to the grave the human essence itself with it. His rebellion is projected revolution over the earthly and the political action, without pretending in any way to transcend Dasein, which is an imperative task for each people. His proposal demands a new historical principle which culminates completely the end of modernity founding a new epochal life over the return of the sacred and eternal archetypes. For Gómez Dávila, this would be the return of the sign of Christ; its historical praxis: the devotion to the miracle. For Dugin, the aegis of his Russian Orthodox Church, which reaffirms however, a plural comprehension of the gods: the logos of each people.

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In order to culminate such shallow exposition of two great anti-modern iconoclasts, we must comprehend that both thinkers complement each other in a rebellion which, being personal stance or political project, shows the anguish of two existences which have dealt with an oppressing and falsifying history for both, and that, however, they do not decant for completing the process with contingent propositions, rather attracting to themselves the immortal presences of the eternal as dominant recuperation of the authenticity of man in an “central and profound act” which could give origin to a new era for awakening the sacred.

References

Dugin, Alexander. (2012). “The Fourth Political Theory”. New Republic Editions. Barcelona-Spain.

Gómez Dávila, Nicolás (2013). “The authentic reactionary”. Properties of the Chimera N°314 (15-19). University of Antionquia.

Geopolitica.ru. (2017). “Tenemos que hacer explotar el sistema liberal: entrevista al politólogo ruso Alexander Dugin”.

Translation of the above article is also available at The Fourth Revolutionary War: https://4threvolutionarywar.wordpress.com/2017/07/02/aleksandr-dugin-we-...

L’homme religieux – l’unique barrière contre le satanisme politique

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L’homme religieux – l’unique barrière contre le satanisme politique

Ex: https://flux.md
 

Notes sur le discours de Mme Marion Sigaut au Forum de Chisinau III

Vidéo du discours de Mme Sigaut: (https://flux.md/stiri/chisinau-forum-iii-marion-sigaut-lo... )

Le discours prononcé par Mme Marion Sigaut, historienne française, au Forum de Chisinau III le 20 septembre 2019, qui résume dans un court texte les principales étapes de la guerre contre nature et de la normalité, doit être lu avec la plus grande attention.Il montre sans aucun doute qu’il s’agit d’une stratégie à long terme, secrètement développée et promue pas à pas par des forces occultes de caractère maçonnique, avec une cible précise. Il s’agit de la destruction de l’homme en tant qu’être guidé par des permanences axiologiques et comportementales qui constituent l’essence même de toutes les religions, civilisations et cultures traditionnelles.

Plus spécifiquement, il s’agit de la soi-disant théorie du genre, qui prétend interpréter l’appartenance sexuelle comme optionnelle. Elle qualifie les déviations sexuelles de normes obligatoires auprès des organisations internationales les plus importantes, et promeut la légalisation des mariages homosexuels et des adoptions d’enfants par ces couples déviants, et impose l’éducation sexuelle des élèves dans un but d’aliénation et de destruction definitive des sociétés humaines telles qu’elles se sont formées au cours des millénaires.

S’opposer à cette agression totale avec les armes de l’idéologie libérale, de l’état de Droit ou de la religion des droits de l’Homme est au moins naïf et absolument improductif.
Ou, plus précisément, cela implique de respecter les règles imposées par les manipulateurs d’ombres et de vous assurer le rôle de perdant éternel et la cible de l’ostracisme pratiqué par la nouvelle Inquisition. Ce qui est fondamental à comprendre dans ce cas, est réduit à la vérité suivante, sans la reconnaissance de laquelle nous resterons toujours dans la position des idiots utiles et du bétail poussé  à l’abattoir. Il est formulé si-dessous en quelques lignes.L’agression totale à laquelle l’humanité est soumise par l’aliénation de sa perception des traits d’identité immuables et ele dynamitage définitir tous les codes culturels qui définissent la notion de honte, de modestie, de décence, de bon sens, est d’origine non matérielle et vient de l’extérieur de ce monde. Je veux dire que c’est une guerre spirituelle.Malheureusement, cette vérité simple ne peut être connue que par les personnes religieuses, qui possèdent un système de référence supérieur, immuable et révélé. Et toute tentative visant à s’opposer à l’invasion de la perversion, à la dépravation et à la suppression de l’état de normalité en recourant à une morale laïque est sapée jusqu’à être annihilée par le relativisme d’une société façonnée par les couches déformées du libéralisme, dans laquelle il est prétendu que chaque individu est le propriétaire de sa propre vérité. Seulement l’idéologie dominante est obligatoire et profondément totalitaire.

La vraie résistance à cette invasion ne peut être manifestée que par des pratiquants fidèles, qui pratiquent la prière et le font comme un combat spirituel contre le Malin. Et il serait utile de rappeler aux athées une phrase célèbre de Charles Baudelaire citée par Denis de Rougemont même dans les premières lignes du livre « La part du diable » :  « La plus belle ruse du Diable est de nous persuader qu’il n’existe pas » . Parce qu’affronter un Nobody est à la fois difficile et absurde. En d’autres termes, l’art de la guerre repose sur le principe « Connais ton ennemi. » Si vous ne le connaissez pas, vous ne savez pas qui vous agresse et vous n’avez donc aucune chance de le vaincre.

 

Quiconque suit de près la logique, durant les dernières décennies, du plan de destruction identitaire de l’homme par le bouleversement de l’état de normalité sexuelle et la désintégration des codes moraux traditionnels, ne peut manquer d’observer ce qui suit. La source d’inspiration, le grand manipulateur, celui qui tire les ficelles de ces actions concertées n’est autre que le Malin, dont le nom n’est pas invoqué de peur de ne pas l’approcher. Et l’armée de serviteurs de cet esprit malefique se rassemble depuis des centaines d’années au sein d’organisations secrètes, dont la partie visible s’appelle Franc-maçonnerie, cette dernière prenant le contrôle des grands centres du pouvoir financier, politique et médiatique dans le monde entier. Ce sont ces centres de pouvoir qui placent leurs marionnettes dans des postes clés au niveau des organisations internationales et des hiérarchies des États, ces derniers n’étant que des exécutants dociles de la stratégie démoniaque.

Dans cette perspective, il est assez facile d’esquisser une géopolitique des forces qui sont en collision à l’échelle planétaire. Cela nous permet de choisir plus facilement le camp à éviter comme source de mal absolu, mais aussi de regarder avec sympathie et même d’approcher le camp en tant qu’individus, groupes civiques et politiques. ou même des Etats. De toute évidence, le camp des forces du mal est incarné par l’élite mondialiste qui contrôle l’Occident collectif, les États-Unis et leurs alliés au sein de l’OTAN et de l’UE, ainsi que ses satellites dans l’ancien espace communiste, au Moyen-Orient (Arabie saoudite, Qatar, Émirats arabes unis), en Amérique latine, en Afrique ou en Asie. Ce sont précisément ces forces occultes qui dominent les organisations internationales telles que l’ONU, l’UNESCO, la Commission européenne, etc.

D’autre part, tous ceux qui s’y opposent, malgré toutes les différences qui existent, doivent être regardés avec sympathie. Ils représentent les forces de résistance contre le monstre mondialiste qui se manifeste à tous les niveaux: politique, militaire, économique, culturel, éducatif, médiatique. Mais surtout sur le plan spirituel, axiologique et religieux. Nous n’appellerons pas ici les maximes de Sun Tzu, Carl von Clausewitz ou Carl Schmitt pour formuler la théorie de l’ennemi.

Mais le temps des équivoques et des euphémismes est terminé. Et le choix doit être fait, l’ennemi identifié, et son nom doit être prononcé de manière tres claire. L’axe de la résistance internationale au mal absolu est représenté aujourd’hui par la Russie, la Chine, l’Iran, la Syrie, le Venezuela et les autres États qui n’obéissent pas à la dictée de cet empire avec des revendications d’hégémonie mondiale totale. Ce qui ne veut pas dire que ces pays n’auraient pas leurs propres problèmes internes, et certains d’entre eux, comme la Russie et le Venezuela, par exemple, des ‘”ennemis internes” ou de „cinquième colonne” au service du centre impérial contrôlé par des forces occultes.

Par conséquent, il suffit de dresser une liste des pays qui ont capitulé devant l’agresseur invisible, acceptant l’homosexualité comme une normalité, la pédocriminalité, les couples de déviants, la prétendue éducation sexuelle et les autres composantes du ce plan diabolique, et une autre liste de ceux qui résistent aux pressions de l’agresseur afin que tout devienne le plus clair possible.
Mais le problème de l’Homme de nos jours n’est pas que la vérité serait trop compliquée et difficile à comprendre, mais que son système de référence, sa vision du monde a été viciépendant des siècles. Et dans ces conditions, rares sont ceux qui gardent ou retrouvent leur clairvoyance. Mais encore moins nombreux sont ceux qui ont le courage de dire toute la vérité, sans contournement ni euphémisme. C’est exactement le cas de Mme Marion Sigaut, qui est par ailleurs une chrétienne catholique pratiquante et qui fait partie de ces figures lumineuses de l’élite de la nouvelle dissidence européenne qui méritent d’être appréciées et suivies.

Iurie Roșca

jeudi, 17 octobre 2019

Postmodernism and Collective Apathy

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Postmodernism and Collective Apathy

Ex: https://www.geopolitica.ru
 
The grand narratives and ideologies are constantly shaping and reshaping the socio-political structural patterns of the societies and the world at the national as well as the global level. Verily, the ideologies like anarchism, absolutism, liberalism, utilitarianism, capitalism, existentialism and socialism have maneuvered the political dynamics of societies, states and the world in multiple ways.  For instance, the western powers or colonizers espouse and popularize the western ethnocentrism and survival of the fittest dogmas for creating a way of justification of colonialism by invading the Asian and African world in the past. The journey of the construction of knowledge has not finished yet as the experts have been making efforts to understand and analyze the socio-political affairs of the world with the more simple and distinct theories and narratives. As a result, the new theories and ideologies are emerging, making their place in the literature, guiding or misguiding the followers and influencing the societies and the world politics.
 
Similarly a trendy narrative, focusing on deconstructionism, namely postmodernism has also started to impinge on international politics of modern age in a distinctive style. Postmodernism emerged in 1960s in France and turned quickly into pushy narrative. In order to get a basic understanding of the postmodernism, a clear and vivid distinction is required, among three kinds of discourses; pre-modernism, modernism and postmodernism. However, this sort of division of discourses encounters another issue that identifying a point and separating the postmodernism from modernism itself is dubious and debatable. Indubitably, this deserves the critical intellectual labor because it has also been argued that postmodernism is another extended angle of modernism. It is not a walk in the park to define the postmodernism under the principles outlined by the post-modernist thinkers because they do not believe in specific terms, precincts and definite truths. So, post-modernism can be described by focusing on the dominant principles and features but cannot be defined in a true and pure sense for the reason that requires the greater patience and ingenuity. Generally, the postmodernism is perceived and treated as an anti-traditional values, anti- religions, anti-democracy, anti-capitalism, anti-enlightenment or in-short anti-existing patterns and established grand narratives regarding economy, society, culture and politics. It declares the end of meta-narratives and grimly attacks on the absolute truth, objectivism, reason, morality and human nature. Howbeit, the increasing impact of postmodernism on the contemporary world politics is of grave concern that is affecting the political values and pushing the global politics towards cynicism.  
 
One of the core principles of postmodernism is that truth is relative in any way that means all the existing political or theological truths prevailing in the world are subjective, relative and contextual.
 
Postmodern deconstructionism presents an answer to the political or religious ideologies and faiths that “there is no fundamental truth” which is clearly making the way for cynicism at individuals, societal and state level. This principle is further extended to a level where it is believed that any political narrative or ideology of an individual, party or state cannot be considered as superior to others, rather all the narratives are equally valid and legitimate in their own way. Let it explain in more simple way; for example, the political ideology of A cannot be termed as better and superior to the ideology of B because both A and B are equally valid. 
 
Likewise the concept of exploitation in capitalism becomes justified because all the ideologies and narratives are valid and legitimate. Although, Foucault has been categorized as a leftist activist because he used to believe in the Marxist ideology however, his specific philosophical argument can really be interpreted in favor of realism.  Let us again apply the same principle on the ideology of terrorism and we find, the very rule determines the ideology of terrorism (A) cannot be termed as inferior to other doctrines (B).
 
This argument endeavors to make the truth inert and dormant and such stance of postmodernism about truth is awful and inexcusable because this packs down the fundamental idea of right and wrong.  Consequently, everything becomes fair in the social and political affairs and here postmodernism voluntarily or inadvertently invites the “realism” that implicitly aligns itself with this particular characteristic of postmodernism, negating the values and constructing the national interest. Realism is the most overriding and leading perspective followed by the states which explicitly advocates for achieving the perceived and constructed national interest, maximizing the security and grabbing the power by using multiple fair and unfair means. The realism on this point appears as more realistic and hard-nosed as it finds a justified discourse and exploits the opponents with ardor for seeking the power and interests. 
 
Moreover, it assumes that “there is no telos to life” and it lacks the purpose or any sense and eventually the postmodernism aligns itself with the ideology of nihilism which strictly believes on the rejection of the belief system, values and meanings of life. The nihilism influences the behaviors of the individuals, political leadership, societies and states in a pessimistic way. Needless to say, the powerful states support, promote, exploit the relevant assumptions of postmodernism and they challenge other political narratives going against their interests. The rise in the political apathy or the rise of populism, rebuffing the popular and established values in the Western world might be the product of postmodernism. Under the prevailing literature and narrative of postmodernism, the emergence of the valueless leadership can be observed at the regional and global stage.
 
The powerful narrative based on identity politics and nationalism has triggered a weird series of events from North to South. The outcome of the policies and actions of such notorious leadership has been definitely adding the uncertainty and chaos to the political situation.
 
Besides, while deconstructing the contemporary and classic narratives, the postmodernists constructed their own narrative which has been tactfully and cleverly interpreted by the realism in its own traditional style. This fate of postmodernism reminds us the famous German philosopher Nietzsche who once speculated “Beware that, when fighting monsters, you yourself do not become a monster.” The political experts and intellectuals propagating for the postmodernism have condemned and disapproved the status-quo particularly the existing socio-political patterns and structure but they could not offer any valuable alternative as solution to the existing problems of the world. Conversely, the situation has become worse because the world has already been observing the collapse of liberal order and values. On a final note, the rise of a realist order appears as a main threat to the peace, values and the prosperity of the globe. The imperceptible connection of postmodernism with realism has propelled the world to meet and face the new wave of confusion, anarchy and apathy.