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dimanche, 18 décembre 2016

La Luz del Norte por Carlos X. Blanco

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La Luz del Norte por Carlos X. Blanco

17.50€

¿Quién fue realmente el Rey Pelayo?

¿Qué ocurrió en la batalla de Covadonga?

¿Qué acontecimientos vivía la península durante el siglo VIII?

http://editorialeas.com/shop/argos/la-luz-del-norte-por-c...

La historiografía tradicional da por establecido y concluido el relato sobre don Pelayo, noble astur que resistió a la conquista de la península Ibérica por los musulmanes, frenó la expansión del Islam en este territorio e inició la dinastía de los reyes asturianos. El asunto, sin embargo, no puede (ni debe) afrontarse desde una perspectiva única, la que sitúa a Pelayo como figura épica providencial que tras derrotar a los ejércitos africanos en Roncesvalles da inicio a la saga de nuestra Reconquista.

Carlos X. Blanco ha elegido la versión de don Pelayo, muy extendida y bastante plausible, de la Crónica Albeldense, conciliándola con la leyenda que lo traslada a Tierra Santa para huir de las intrigas de Witiza, sobre quien recaían sospechas de haber urdido la muerte de Favila, padre de nuestro protagonista. Adscrito a una sociedad iniciática fuertemente cohesionada por la fe cristiana y el convencimiento legitimista de la civilización hispano-romana, Pelayo vuelve a Hispania (el regresado del mar), e inicia su aventura, la diplomacia, la guerra y los dramáticos juegos del poder, hasta convertirse en adalid de la resistencia contra el Islam y primus inter pares entre la nobleza goda y astur.

José Vicente Pascual (escritor)

AUDIO: 

http://play.cadenaser.com/audio/1474022512_758888/

Carlos X. Blanco. Autor de La luz del norte. Pelayo, revisitado

   

Escrito por Lupercio González  

Ex: http://fuionasturias.com  

 
Es asturianista declarado, y va más allá: se considera covadonguista. 'Y no me avergüenzo. Cuando voy a Covadonga, reconozco mi identidad en aquella cascada y aquella gruta'. Como niño asturiano, se familiarizó con el mito de Pelayo y el inicio de la Reconquista. Como adulto, ha querido recrear aquellos escenarios y hechos históricos, rindiendo su particular homenaje al héroe astur.
Foto: Fusión Asturias
 

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-¿Por qué volver a contar la historia de don Pelayo?


-Me pareció justo, casi un deber, recrear esta figura que es muy desconocida entre los propios asturianos, y muchas veces no se toma ni en serio. Los historiadores han discutido mucho, que si era un noble godo, que si era astur... pero más allá de ese enigma, es fascinante lo que siempre se consideró su gesta: defender esta patria de un invasor extranjero. Así que la novela está enfocada como una especie de tributo a un héroe muy nuestro, asturiano y español, que fue un liberador al margen de cualquier ideología.


-¿Por qué La luz del norte?


-En los primeros capítulos se cuenta como esas fuerzas extranjeras dominaban, saqueaban, esclavizaban... Hispania entera estaba en una gran oscuridad, y en un país remoto, muy mal comunicado, se abre una luz de esperanza, un proyecto de futuro. Eso fue la batalla de Covadonga. En realidad no debió de ser más que una pequeña escaramuza, pero ahí el reino asturiano puso el freno a una pretensión de imperio mundial, algo que el islam tenía y tiene.

"Los que hemos estudiado la cultura y la lengua asturiana también somos culpables del mal momento actual. No hemos sabido transmitir un mensaje de autoestima y conocimiento"

-¿Cuánto de invención y cuánto de narración histórica hay en esta novela?


-Bueno, tenemos unas crónicas de la época muy parcas en información, así que yo parto de los datos históricos, pero también he incluido aventuras de mi propia cosecha: hay batallas, persecuciones, incluso algún elemento fantástico. En realidad tenemos muy pocos testimonios arqueológicos, e incluso hay quien desprecia la batalla de Covadonga como una leyenda. ¡Pero es que la leyenda es realidad para nosotros! A todo niño asturiano se le ha hablado de Covadonga, siempre se le ha hecho revivir lo que ahí pasó.


-No sólo con esta novela, usted siempre se ha movido en terrenos asturianistas, ¿Cómo percibe que se trata lo astur hoy en día?


-Pésimamente. Estamos en un momento crítico en el que o dejamos de tener conciencia colectiva como asturianos, o nos rearmamos para que permanezca al menos un rescoldo. Y, desde luego, los que hemos estudiado la cultura y la lengua asturiana también somos culpables. Lo hemos hecho fatal, no hemos sabido transmitir un mensaje de autoestima y conocimiento no de nuestros tópicos, sino de nuestra verdadera historia y nuestras raíces.
Esto no tiene que ver con ninguna ideología: ser asturianista no es ser de izquierdas ni de derechas, ser independentista o dejar de serlo. Es amar a tu patria, y eso implica investigar, conocer, transmitir ese amor a tus hijos.


-Sin embargo, se publica mucho sobre temas relacionados con lo asturiano. ¿Es un baremo fiable?


-No, porque en un mundo editorial muy falso, que depende de la subvención, se forman círculos cerrados de personas subvencionables. Hay un exceso de pedantería y una especie de cultismo de escribir sólo para unos críticos que te van a ser favorables ya a priori. El error es escribir para un grupo reducido, sin abrirse a ese pueblo asturiano que tiene pocos libros, revistas, documentales, actividades que le permitan reencontrarse con su identidad.


-¿Haría falta un nuevo Pelayo?


-Más que una figura individual, debería crearse un sujeto colectivo. Ni si quiera sería imprescindible que fuera político, pero sí que hubiera un grupo ilustrado, como en la época de Jovellanos, que supiera transmitir a sus hijos y a su entorno ese amor por lo propio, esa autoestima que estamos perdiendo.
En ese sentido, sería importante no dejarse llevar por un nacionalismo falso, porque a partir de la creación del estado de las autonomías en España se ha tendido a crear una especie de disfraz de identidad regional, que no es real. Es como cuando uno va disfrazado con el traje regional, que muchas veces no se corresponde con la verdadera indumentaria que habría que investigar y recuperar.

09:49 Publié dans Histoire, Livre, Livre | Lien permanent | Commentaires (0) | Tags : don pelayo, wisigoths, asturies, espagne, reconquista, histoire, livre | |  del.icio.us | | Digg! Digg |  Facebook

samedi, 10 décembre 2016

Why Did Japan Choose a Suicidal War in 1941?

 

Seven decades after Japan’s surprise attack on Pearl Harbor some truth is finally beginning to emerge from the miasma of propaganda that still clouds our vision of World War II.

It seems clear by now that President Franklin Roosevelt’s White House knew from deciphered  codes that Japan was planning an attack on America’s key naval base in Hawaii. Shamefully, the senior US Navy and Army commanders at Pearl Harbor were not informed of the impending attack. The US Navy’s three aircraft carriers were coincidentally moved far from harm’s way before the attack, leaving only obsolescent World War I battleships in port as sitting ducks.

Roosevelt was eager to get the United States into war against Germany at all costs. But Americans wanted no part of Europe’s war, recalling how British propaganda had deceived America into World War I. The single largest ethnic group in America was of German origin.  In the 1880’s, my native New York City was the third most populous German city on earth after Berlin and Hamburg.

Roosevelt, whose sympathies lay far to the left in spite of his patrician background, understood that only a surprise attack would provoke Americans into war.

At the time, the US supplied 80% of Japan’s oil, 100% of its aviation fuel, and much of its metal. Roosevelt demanded Japan vacate China that it had invaded, or face an embargo of these vital strategic materials on which Japan’s industry depended. Japan’s fascist military government refused, as Washington knew it would. A US embargo ensued.

jappilot.jpgJapan had a one-year strategic reserve of oil.  Its stark choice was either run out of oil, fuel, and scrap steel over 12 months or go to war while it still had these resources. The only other potential source of oil for Japan was the distant Dutch East Indies, today Indonesia.

In 1991, then US President George H.W. Bush claimed that the US had a right to go to war with Iraq to assure its supply of oil.

Japan’s leading naval strategist, Adm. Isoroku Yamamoto, gloomily predicted before Pearl Harbor that Japan was going to war for oil and would be defeated because of it. He was absolutely correct.  America was ten times more powerful than Japan and had a huge industrial capacity.

It was a suicidal war for Japan in all aspects.  Japan’s powerful army, deployed to occupy China and perhaps fight the Soviet Union,  cared nothing for the Pacific.  By contrast, the  Imperial Japanese Navy had no interest in China.  Its goal was the conquest of the oil-rich Dutch East Indies, British-ruled Malaya,  French-ruled Indo-China and the US-ruled Philippines and Pacific territories.  Making matters worse,  Japan’s navy and army ran separate wars, without any coordination, unified industrial policy or common strategy – in short, two different wars for a nation that was not even up to one conflict at a time.

Japan claimed it was waging a crusade to ‘liberate’ Asia from the Western imperial rule. But few Asians bought this argument due to the brutality and arrogance of their Japanese occupiers.

Looking back, it was indeed an old-fashioned imperial war: the Japanese Empire versus the American, British, French and Dutch empires.  The last empire, the Soviet Union, did not get involved until its smashing victory against Japan’s Kwantung Army in 1945, one of WWII’s greatest campaigns but now totally forgotten.

Why did the Japanese,  an intelligent, clever people, think they could defeat the US and its allies? My view after long studying this question is that Japan’s militarists, boxed into a corner by Roosevelt’s crushing embargo, had to choose between a humiliating surrender to the US and giving up China, or a suicidal war.

Japan’s samurai culture that infused its armed forces saw surrender as the ultimate shame. Death in battle was preferable to surrender and the only honorable course for warriors.

Japanese militarized society had a belief in the ‘nobility of failure’ that was unknown to other peoples.

For Japan’s warriors, the highest glory and honor lay in choosing to fight a battle against greatly superior forces in which defeat and death were clearly inevitable. This was the ultimate expression of the knightly code of ‘bushido’ that guided Japan’s warrior caste.

By June 1944, Japan’s imports of strategic material and food were cut off by US submarines. Half its cities were burning. The population was starving.  Meanwhile, the US was assembling its atomic bombs.

In a final act of folly, right after Pearl Harbor Adolf Hitler declared war on the United States, presenting Roosevelt, whose government had numerous high-ranking Soviet agents, the war he had so long wanted.

jeudi, 08 décembre 2016

Géopolitique du Salafisme: L’épée et l’idée en fusion

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Géopolitique du Salafisme: L’épée et l’idée en fusion

Ex: http://www.perspectivesmed.ma 
Une littérature foisonnante fait grand cas du salafisme pour expliquer les dérives djihadistes qui marquent de leur sceau l’actualité internationale. Mais quid de cette mouvance rigoriste maternée par le wahhabisme né dans les terres arides du Hedjaz ? C’est en remontant les aiguilles de l’Histoire que le phénomène salafiste pourrait être finement appréhendé. Histoire d’apporter l’éclairage nécessaire sur les ressorts géopolitiques sur lesquels s’articule une pensée guerrière. 
Le salafisme est apparu dans la moitié du 18ème siècle dans l’oasis d’Al-Dariya, situé à 60 kilomètres de Riyad, capitale du Royaume d’Arabie Saoudite. Il est né du pacte conclu entre Mohammed Ben Ibn Abdel Wahhab, théologien, disciple d’Ibn Taymiyya, homme religieux kurde du 13ème siècle, prônant la diffusion de la pensée Hanbalite, qui interdit toute forme d’innovation, et toute interprétation rationnelle (Al-Ijtihad) des textes sacrés et Mohamed Ibn Saoud Al-Mouqrin, émir de la tribu des Banous Hanifa en 1744. Cette fusion entre le sabre et la doctrine va trouver des soutiens extérieurs, notamment celui des Anglais et plus tard des Français. Les intérêts des deux puissances européennes dans la pénétration de la Région sont multiples : le déclin de l’Empire Ottaman, baptisé  » l’homme malade », l’amélioration de leurs réseau commercial et l’endiguement des Russes qui visaient l’accès aux Mers chaudes.
Pendant ce temps, les Al–Saoud avaient commencé la conquête de la totalité du Nedjd, partie Nord Est de la péninsule Arabique. Leur l’offensive militaire était rapide mais à cause de leurs querelles intestines, ils furent défaits à deux reprises par le gouverneur Ottoman Mohamed Ali Pacha (gouverneur de l’Egypte sous l’Empire Ottoman). Les Turcs et leurs Alliés locaux ne parvenaient ni à éradiquer les racines de ce renouveau Salafisme rigoriste et violent ni ce nationalisme fédératif des tribus arabes (voir les mécanismes de la Assabiya chez Ibn Khaldoun). Dans cet environnement instable et complexe, le général Napoléon Bonaparte profita de sa courte expédition en Egypte (1789/1802) et tissa des contacts précieux avec les Saoudiens pendant leur guerre tribale avec les autres tribus. L’objectif de l’initiative française dans le contexte de l’époque était d’établir une alliance militaire avec la tribu bédouine des Al-Saoud anti-Ottomane et aussi les gouverneurs des Al-Rachid à Nadjd et Haïl et Les Hachémites du Hedjaz (région de l’Ouest de l’Arabie), qui abrite les lieux sacrés de l’islam (la Mecque et Médine).

Cette convoitise régionale a donné naissance à la fameuse théorie militaire ottomane dite de la « pomme « , contre la théorie française dite de « la tenaille » inventée par Bonaparte. De l’autre côte, les Anglais qui avaient installé des comptoirs dans les pays du Golfe, soutenaient les Al-Saoud chassés à deux reprises de leur fiefs par les Ottomans. Après leur défaite, les Saoudiens vont trouver refuge au Koweït d’où ils menèrent leurs raids éclairs contre les Turcs et leurs alliés. L’émir Abdelaziz ben Abderrahmane Al-Saoud, héritier du trône de la dynastie, décida en 1906, grâce à l’appui des Anglais de reconstruire la royauté de ses ancêtres, en chassant ses ennemis historiques, les tribus des Al-Rachid et les Chérifs Hachémites de la Mecque et de Médine, au moment ou toutes les puissances Occidentales étaient occupées par la Première guerre mondiale. Ce relâchement international concernant le Moyen Orient, a permis la fondation du Royaume des Al-Saoud de l’entre deux guerres, avec comme constitution le Coran et la Sunna. Projet conçu par le théologien Mohammed Ibn Abdel Wahhab (le Wahhabisme est un terme inadéquat). Le lien scellé en 1744 entre les deux familles va prendre la forme d’un État organisé et structuré, grâce à l’appui des occidentaux présents dans la Région. En effet, en 1912, le Roi Abdelaziz organisa les bédouins en Ikhwans (fratries ou frères), le pouvoir politique et religieux est ainsi partagé entre les Al-Saoud et les Al- Sheikh descendants du prêcheur Ibn Abdelwahab selon un équilibre particulier : les premiers accaparent le pouvoir politique, militaire et économique, alors que les seconds sont devenus responsables du pourvoir cultuel, social et judicaire.

Le Salafisme est réapparu sous une forme nouvelle (islam politique) au début du 20ème siècle. Cependant, cet État n’avait aucune stratégie de conquête globale, ni d’un prosélytisme au delà de son environnement immédiat. Le roi Abdelaziz Al Saoud rêvait toujours de l’eau comme le souligne un Hadith cité dans le Sahih Al Boukhari rapportant que le Prophète Mohammed disait « Oh peuple de Nedjd, vous dormez sur l’or », terme signifiant « or noir », en référence au pétrole!La rencontre du fondateur de l’Arabie Saoudite moderne avec les Occidentaux, particulièrement les Américains, a transformé cette entité en puissance régionale, couronnée par la signature d’un traité de solidarité et de défense avec le président Américain Roosevelt en 1944, (traité Quincy). Cette entente va renverser la donne géopolitique du Moyen Orient, accentuant le retrait progressif des Anglais et des Français de la région.

À cet égard, les Etats-Unis se sont engagés à protéger la Monarchie des Al-Saoud, la contre partie étant la préservation des intérêts géostratégiques et surtout énergétiques de cette grande puissance pendant soixante ans. Cette nouvelle alliance a conforté les croyances de l’homme fort de l’Arabie, en déclarant à ses sympathisants: « Allah est là Haut et les Américains sont en bas » pour contourner la gêne occasionnée par ce traité signé avec les mécréants. C’est grâce à deux ingénieurs américains que le pétrole va être découvert en 1932, ce qui a profondément attristé le Roi Saoudien qui s’attendait à la découverte de l’eau! En effet, la découverte des plus grandes réserves d’énergies fossiles mondiales dans la Péninsule Arabique bouleversa la configuration géopolitique du Moyen-Orient. La dynastie saoudienne et ce depuis sa création, était toujours impliquée dans tous les conflits du Moyen-Orient ; accords franco -britanniques de Sykes-Picot en 1916, création de l’Etat d’Israël en 1948, naissance de la Ligue Arabe en 1945, la guerre du Yémen en 1962, la guerre d’Afghanistan en 1979, le conflit Irako-Iranien, l’occupation du Koweït en 1993 et, enfin, l’invasion Américaine de l’Irak en 2003, et dont les conséquences sont toujours d’actualité.

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A partir de 1979, les Saoudiens se sont retrouvés en face d’un autre ennemi régional, l’Iran Shiite qui menaçait les fondements idéologiques du wahhabisme. Paradoxalement, le pétrole ne va pas servir cette monarchie naissante pendant les premières décennies, elle va plutôt s’appuyer sur les recettes du pèlerinage et du commerce Inter-régional, à tel point que le roi Abdelaziz a voulu créer une sorte de Vatican pour les lieux Saints musulmans, mais personne n’avait accepté son offre qui à mon sens était visionnaire, courageuse et révolutionnaire.

En 1952, le régime de Nasser avait déclaré la guerre à l’association des Frères Musulmans créée en 1928. De ce fait, les militaires égyptiens étaient considérés à Riyad comme un danger potentiel pour la survie et la stabilité de l’État Saoudien. De son coté, le colonel Gamal Abdel Nasser ne cachait pas son alliance avec l’URSS et sa haine contre ce qu’il appelait « les valets de l’impérialisme dans le monde arabe ».
Cette situation de rivalité interarabe, poussera les salafistes saoudiens à former une alliance stratégique avec la confrérie des Frères musulmans. Ces derniers vont fournir aux Saoudiens des élites et des bras nécessaires pour contrecarrer la menace nassérienne. Dans ce cadre là, les wahhabites créèrent un axe islamique puissant et international appelé Ligue du Monde islamique. Cette opposition des deux alliés salafistes contre le panarabisme a abouti à la division du Monde arabe entre deux camps rivaux : les progressistes et les modérés.

Dans le même sillage, l’utilisation de l’arme du pétrole dans cette bataille, va nourrir la doctrine extrémiste des salafistes toutes tendances confondues, qui débouchera par la suite sur un projet d’islam politique à travers le Monde. Cette idéologie politique s’est appuyée sur trois piliers stratégiques : La Ligue du Monde Islamique (construction de mosquées et de centres culturels dans les cinq continents), l’Organisation de la Conférence Islamique OACI et l’OPAEP. Pendant cet épisode crucial dans l’histoire arabe, on remarque que les Frères musulmans avaient joué un rôle déterminant dans le recrutement, la formation, la conversion et l’embrigadement de milliers de jeunes dans le monde. Plusieurs d’entre eux étaient envoyés dans différents théâtres de crise. Cette évolution historique souligne que le mouvement Salafiste n’était pas actif uniquement dans le Moyen-Orient. D’autres mouvements de même nature apparaissent au Maghreb et au Sahel. Tous se sont inspirés de la pensée du théologien kurde Ibn
Taimiyya.
L’association des Oulémas en Algérie en 1924, la révolution du Rif en 1915, le mouvement Salafiste des oulémas de l’université de Fès 1944. En Libye et au Sahel, la Zaouiya Sennoussiya fut le fer de lance de la résistance anticoloniale. La séparation entre les Frères musulmans et les Wahhabites, va s’officialiser en 2011. Les Wahabbites avaient accusé la Confrérie Frèriste d’ avoir élaboré un projet secret visant à déstabiliser les monarchies du Golfe avec la complicité des Américains.Cet événement coïncida avec le Printemps arabe qui a consolidé les groupes Takfiristes et Djihadistes les plus radicaux dont la doctrine jette l’anathème sur les deux frères ennemis salafistes et sur toute la planète .À ce sujet, les Wahhabites ont soupçonné l’Occident de miser sur les fréristes. Selon eux, ils sont les seuls dont les membres sont éduqués et partiellement occidentalisés pouvant créer une hiérarchie forte au sein du monde Sunnite.
À cet égard, les Frères musulmans disposent d’une véritable structure riche et secrète, capable d’accepter une normalisation avec l’État Hébreu au Moyen-Orient. Ils pourraient aussi installer une forme de démocratie à l’occidentale dans les pays arabes (Tunisie).En conclusion et dans une vision prospective, on pense que le duel actuel entre les deux protagonistes renforce Daech et ses semblables. Les ultras -radicaux ont situé leur combat contre tous au niveau du verbe et de l’image, plus haut que la stratégie habituelle conçue par les salafistes eux-mêmes. Dans ce même ordre d’idée, on remarque que tous les acteurs de l’islam politique privilégient la négation réciproque plutôt que le compromis. Les Frères musulmans marquent beaucoup de points en leur faveur car leur discours pénètre facilement les esprits des jeunes scolarisés et disposent d’une capacité d’adaptation considérable d’un réseau large et d’une communication très dynamique.

mercredi, 30 novembre 2016

Peter Kropotkin: Der Seismograph der Revolution

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Peter Kropotkin: Der Seismograph der Revolution

mardi, 29 novembre 2016

América y Siberia, conexión geopolítica

Ex: http://www.elespiadigital.com

Enrique J. Refoyo 

¿Quién puede pensar que hay alguna conexión entre el continente americano y el enorme espacio de la inmensa Siberia rusa? Hay conexión, conexión geopolítica, y de hecho está en la historia. Hagamos un repaso histórico rápido.

América en las guerras napoleónicas (1799-1815)

A principios del siglo XIX, en el contexto de las guerras napoleónicas, el territorio europeo de España se vio ocupado por el ejército francés de Napoleón. Durante los 6 años de la guerra en España contra las fuerzas napoleónicas (1808 – 1814), no hubo una guerra simplemente en el ámbito europeo, también hubo choques por todo el mundo. El imperio británico aprovechó esa oportunidad para su máximo beneficio, pues en vistas de que había caído la monarquía española lanzaron otro ataque en el continente americano contra el imperio español. Además el imperio británico había lanzado constantes ataques con piratería e invasiones frustradas contra la América española en los siglos XVII y XVIII. Así que desde el liderazgo británico, siendo bien conscientes de su posición geopolítica como potencia naval, sabían que para construir su poder, siempre lo han de levantar sobre la división de las potencias rivales, tanto terrestres como navales.

En este contexto, el imperio británico, en vistas de su incapacidad para invadir militarmente la España americana, pasaron a una guerra indirecta, cuya oportunidad vieron y aprovecharon durante la guerra en España anteriormente mencionada. Hay que recordar que los imperios español y francés, también se unieron a los revoltosos de las 13 colonias para debilitar la influencia británica en América, y desde luego, la eficacia de la acción quedó probada en las victorias militares y subsiguiente expulsión del imperio británico de las mismas 13 colonias fundadas por colonos ingleses. Si bien es cierto que también hubo precondiciones basadas en desigualdades legales y económicas de la metrópoli inglesa respecto a sus 13 colonias.

Los dirigentes británicos aprendieron bien de la lección que recibieron en su pérdida territorial a finales del siglo XVIII. De modo que, aprovechar oportunidades geopolíticas y hacer la guerra indirecta les parecieron buenos elementos a tener en cuenta, y así los usaron en su particular guerra geopolítica contra el imperio español. Por un lado, desde el imperio británico se aprovecharon de cualquier tipo de desigualdad o directamente aprovecharon la avaricia de las élites hispanas en América para crear división y motivos por los que rebelarse y declarar la independencia, todo ello en un momento histórico en que España carecía de gobierno ya que el rey Carlos IV y el príncipe heredero Fernando VII habían sido depuestos y llevados por la fuerza a Francia con la invasión napoleónica.

Así mismo, en el contexto de dicha guerra en España (1808 – 1814), el paso del ejército británico por España fue del todo devastador. Allá donde pasaban, no sólo procuraban expulsar a las tropas francesas, sino que también arrasaban toda la incipiente industria española, así como infraestructura civil y militar, e incluso incendiando deliberadamente ciudades y pueblos. Aquella guerra dejó tres lecciones en España:

  1. Carecer de buenos líderes propios siempre trae desgracias. Lo que Maquiavelo ya mencionaba en su dicotomía de Virtud y Fortuna: La virtud propia del príncipe en sus labores de gobierno y la fortuna de encontrarse con situaciones ventajosas. Un gobernante no-virtuoso arrastra inevitablemente el infortunio.
  2. Al hacer caso al liderazgo francés, España se vio invadida y sus líderes depuestos y secuestrados. Ergo, es muy importante tener una perspectiva geopolítica propia y activa, en vez de actuar de forma reactiva o pasiva, sumándose a las acciones de otros.
  3. La invasión inglesa del territorio español en la península ibérica supuso una manera encubierta de acabar con las capacidades económicas de la España europea, para que tras la derrota napoleónica, el siguiente dirigente de la monarquía española se encontrase con un país arrasado y por tanto debilitado, e incapaz -al máximo- para afrontar las situaciones militares en todo su imperio, que los mismos líderes británicos habían estado promoviendo durante las guerras napoleónicas.

¿A quién benefició la independencia de la América española?

Antes de continuar, es necesario echar un vistazo lejano en tiempo pero cercano en contenido ¿Conocen la historia de Viriato? Fue antiguo caudillo de diferentes tribus ibéricas a mediados del siglo II a.C, que tras vencer a los invasores romanos en todas las batallas, se cuenta que fue asesinado por 3 miembros de una tribu aliada de Viriato, los cuales habían recibido la promesa romana de recibir grandes riquezas, con tierras y otros privilegios a cambio de que asesinaran a Viriato. Cuando los 3 traidores asesinaron a Viriato y fueron ante los romanos para pedir la recompensa, lo que recibieron de los romanos fue: “Roma traditoribus non praemiat”, Roma no paga a traidores.

Regresando a la pregunta de este epígrafe, parece que tal pregunta se responde de manera sencilla, la independencia benefició a los americanos. Pero eso no es cierto. De un territorio unido, de repente apareció una decena de países, que a su vez nacieron entre inestabilidad interna y deudas con el banco de Inglaterra, ese banco propiedad de los Rothschild, que financió a los insurrectos americanos para que ‘supuestamente’ se liberasen del yugo español, pero en realidad, el siglo XIX se vio sembrado de numerosas y sangrientas guerras en esos nuevos países o entre ellos. Unas guerras que siempre iban unidas al sello -principalmente- del imperio británico, que a su vez, no deseaba que ningún nuevo Estado en América pudiera conseguir un poder geopolítico importante y rivalizador.

Como ejemplos, los tenemos por todo el continente americano: La disolución de la república centroamericana, la reducción al máximo de Méjico (pérdidas del norte entre 1836 y 1848), la división de la gran Colombia en tres países, el enfrentamiento entre Chile contra Perú y Bolivia, la división de Argentina mediante la creación de Uruguay, la invasión de la tripe alianza contra Paraguay, etc. Esos son ejemplos del significado geopolítico real que tenía la promoción de la independencia de los territorios imperiales españoles en América para los dirigentes del imperio británico, un simple y efectivo ‘Divide et impera’ (Divide y vencerás).

Russian_claims_in_the_americas_19th_century.png“El gran juego” del siglo XIX

La lucha geopolítica entre el imperio ruso y el imperio británico durante el siglo XIX en Asia es conocida como “el gran juego”. Los líderes británicos, no sólo buscaron la contención, división, y supresión del poder español en América, también lo buscaron frente al imperio ruso, con el que incluso hacían frontera en el noroeste del continente americano (actual Alaska). De nuevo, los líderes británicos buscaron -en primer lugar- la contención del imperio ruso mediante la conquista o influencia territorial desde la que pudieran frenar el avance ruso desde los enormes territorios entre Europa y Asia. Y en segundo lugar, buscaron la hostilidad hacia Rusia, para poner a otras potencias regionales o mundiales contra el imperio ruso, y así presionarlo o incluso atacarlo, como sucedió en la guerra de Crimea (1853 – 1856), en que los imperios británico y francés se unieron al otomano para frenar el avance ruso por las costas orientales y occidentales del mar negro.

Algo que parecía imposible en el siglo XIX, una alianza entre los británicos y los rusos (y los franceses), se vio en la primera guerra mundial (1914 – 1918). Pero aquello sólo fue una alianza temporal ya que ambos imperios tenían un mismo enemigo en el pujante e industrial imperio alemán en Centroeuropa que además en aquella época contaba con colonias en África y Asia, las cuales proporcionaban grandes recursos a la industria alemana. Con la derrota del imperio ruso en la guerra (1917), y la posterior guerra civil (1918-1923) entre las facciones normalmente resumidas en rojos y blancos, se vio la naturaleza imperecedera de los dirigentes del imperio británico: No tienen aliados, sólo tienen intereses en función de la situación geopolítica.

Y así, de la mano de geógrafos políticos ingleses como Halford Mackinder, aparecieron los planes con las verdaderas intenciones hacia Rusia: Contener, dividir, y vencer. Mackinder propuso que en el marco de la debilidad rusa tras su derrota y guerra civil, se tenían que crear al menos 3 países para hacer un tapón entre Rusia y Europa: Bielorrusia, Ucrania y Transcaucasia. Así mismo, también proyectaron la creación de otro país más “Lenaland”, en la zona oriental de Siberia, entre la cuenca del río Lena y la costa del pacífico, para así aislar a Rusia de todos los mares importantes, dejándola reducida a unos pequeños enclaves marítimos siempre limitados por el paso a través del espacio marítimo de otros países, como en los mares báltico y negro que deben pasar entre territorio de Dinamarca-Suecia, y de Turquía respectivamente, quedándole a Rusia el acceso libre a mares árticos de escasa o nula utilidad. En este sentido, los enormes territorios rusos, principalmente la inmensa Siberia, son equiparables a la América hispánica, es decir, un inmenso territorio que le otorga una ventaja geopolítica inigualable al poder que lo mantenga. Dicha ventaja para rusos y españoles respectivamente, resultaba algo intolerable para el poder marítimo británico que nunca podría mantener una dominación global mientras que hubiera grandes potencias terrestres manteniendo extensos territorios.

“Divide et impera”, el axioma eterno

En este sentido, para los dirigentes británicos y posteriormente hasta la actualidad, para los dirigentes estadounidenses, Siberia en particular y Rusia en general, les parece ese territorio demasiado extenso como para que sólo lo tuviera un país, y por eso, siempre han actuado para contener, dividir y someter a cualquiera que gobierne en Rusia. La geopolítica no se trata de ideologías, se trata de conseguir y retener poder a nivel geográfico, por ello, tanto al imperio ruso, la unión soviética o la actual federación de Rusia, mantuvieron las mismas líneas geopolíticas. Y el imperio británico, posteriormente sustituido en importancia internacional por Estados Unidos en el siglo XX, también mantiene las mismas directrices en pos de contener, dividir y someter a cualquier potencia que pueda hacerles frente.

Es más, cuanto mayor sea la división que provoquen, mayor será su poder. Así se vio en América, que no fue una liberación frente a España, sino que era la pugna por conseguir la máxima división y enfrentamiento interno, para obtener un control más sencillo por parte del poder imperial británico. Los dirigentes de Estados Unidos han seguido la misma fórmula. Basta con ver lo sucedido en Yugoslavia desde 1990, con la serie de guerras que desembocaron en la máxima división y enfrentamiento de esos territorios para su uso geopolítico por Estados Unidos. La entonces Federación Socialista de Yugoslavia pretendió mantener una posición equidistante entre Este y Oeste, pero tal cosa fue imposible. Cuando cayó el lado soviético, y los líderes yugoslavos no quisieron seguir la vía de la ‘americanización’ que otros países del antiguo bloque soviético estaban realizando, entonces, Yugoslavia se vio asolada por la peor guerra europea desde 1945. De nuevo, cualquier división fue explotada externamente para crear una guerra brutal que acabase con un país que se creía geopolíticamente independiente, y ahora está convertido en 7 Estados, algunos más y otros menos dependientes de Estados Unidos o su sucursal de la Unión Europea.

Indigenismo “made in USA”

Actualmente, en diversos países iberoamericanos hay una nueva ideología conocida como “indigenismo”, con la que algunos dirigentes políticos pretenden reivindicar el pasado pre-hispánico a la par de una especie de unidad panamericana. Eso tiene tanto sentido como una ideología que pretendiese unir a todos los países mediterráneos con un idioma de origen romano mientras que odian a los romanos y reivindican un pasado pre-romano a la carta (quedándose con la tecnología moderna europea pero llenándolo todo de historias sobre los “buenos y pacíficos indígenas” frente a los “malvados invasores españoles”), ya que fueron los romanos precisamente quienes unificaron el área del mar mediterráneo, y en consecuencia, el elemento romano es la única línea continua entre los diferentes pueblos que conquistaron, al igual que el elemento hispánico es ese elemento común por encima de todas las diferencias. Además, los mismos creadores del indigenismo desde EEUU, defienden el mantenimiento de los supuestos “pueblos originarios” en América como un elemento de justicia, pero si son los Europeos quienes se defienden a sí mismos como pueblos originarios de Europa, tal cosa es racismo. Ahí se puede ver la mano del capitalismo globalizador, siempre creando desigualdades a favor de sus intereses.

Desde luego que los romanos hicieron su dominio por las armas, y desde luego que las tribus e imperios que conquistaron, también eran belicosos, y también se enfrentaban unos a otros, esta es la historia de absolutamente todo el mundo. Pero en Europa, no se duda de que el pasado romano, o en extensión, de que pasado greco-romano, es la base histórica de todos los países europeos. Pero en América, la base de esos países, que es el pasado hispánico, recibe todos los ataques posibles desde los creadores de ideologías de EEUU. Para los dirigentes de EEUU, como lo era para los dirigentes británicos, la división del continente americano entre muchos países enfrentados es una prioridad geopolítica. No pueden tolerar el surgimiento de ninguna potencia fuerte y con independencia en su “patio geopolítico”.

Y el indigenismo, fuera de todos los lemas y pancartas, representa ese elemento de continuación en la división y enfrentamiento interno más que de unidad, ya que ¿si no fuera en español y por la demás herencia hispánica, en qué idioma se comunicarían, y la unidad de qué cosa reclamarían los líderes supuestamente indigenistas americanos? Así mismo, ¿qué ocurriría en Washington DC, si de repente en Iberoamérica se reclamase la creación de un polo geopolítico propio y americano, sobre los fundamentos hispánicos comunes? De repente, se podría formar una enorme potencia de unos 600 millones de habitantes (el doble de EEUU), con inmensos recursos naturales con que sostenerse por sí misma de la guerra económica que les sobreviniera.

Conclusión

El pasado romano es a Europa lo mismo que el pasado hispánico es a América, su pasado que no volverá, porque sucedió en un momento histórico por una serie de circunstancias concretas e irrepetibles, pero siempre será la base fundamental que marque el devenir continental en el pasar de los siglos. Y como bien saben las élites dirigentes en el actual Estados Unidos, atacar el pasado de los pueblos mientras que se les inunda con una ‘cultura’ del materialismo, es la mejor forma que conocen los dirigentes estadounidenses para dominar países enteros.

Cualquier ínfima división o desigualdad será aprovechada por estas élites para crear una cuña desde la que introducirse allá donde marquen sus intereses. Y del mismo modo pueden recibir en el mismo Estados Unidos. Toda división o desigualdad, si es enorme o si se la exagera lo suficiente, puede ser un motivo de conflicto. La falta de liderazgo capacitado para entender las necesidades de su pueblo y las necesidades geopolíticas, estará más próximo al desastre.

Por otro lado, Siberia fue y sigue siendo esa gran región rusa, que existe precisamente por la mano de miles de rusos siglos atrás. Dicha área es una prioridad geopolítica de influencia y división para la potencia marítima estadounidense: Sin Siberia, Rusia perdería la salida directa al océano pacífico así como enormes y variadas cantidades de recursos naturales. Por eso desde EEUU están interesados en que haya fuerte emigración de población china a Siberia, para crear tensiones entre rusos, y chinos y mientras tanto, que el poder estadounidense vaya copando los medios de comunicación y también tal poder vaya cooptando a una élite siberiana fiel a los postulados estadounidenses. Con todo ello dispuesto para que, algún día concreto, los puedan activar y disparar en una revolución de color o guerra no-convencional contra el gobierno ruso.

Fuente: Katehon

vendredi, 25 novembre 2016

Quel avenir pour le sionisme sous Donald Trump?

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Quel avenir pour le sionisme sous Donald Trump?

Christian Brosio interroge Youssef Hindi

Christian Brosio interroge Youssef Hindi au sujet de ses deux ouvrages sur l'histoire du sionisme et le choc des civilisations publiés chez SIGEST. La fin de l'entretien porte sur Donald Trump, et ce que l'on peut en attendre. L'histoire des Etats-Unis est hélas peu encourageante, les présidents isolationnistes ont souvent été entraînés à la guerre à la suite de coups montés...

mardi, 22 novembre 2016

The Willful State: Frederick the Great’s Report on the Prussian Government

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The Willful State:
Frederick the Great’s Report on the Prussian Government

Frederick the Great
Exposé du gouvernement prussien, des principes sur lesquels il roule, avec quelques réflexions politiques
Berlin, 1775-1776[1]

One often encounters people who have no faith in the ability of a small nation to achieve anything worthwhile.[2] Yet one typically does not have the luxury of choice. One may prefer to live in a large and populous country, but in any event one must work with what one has. Furthermore, the fact is that small states can and do on occasion “punch above their weight” and influence the course of history. In support of the proposition that even the smallest of nations may dare to be ambitious, I give a most powerful example: the Kingdom of Prussia.

When Frederick the Great became King of Prussia in 1740, the population of his little north German realm numbered just over 2 million. This was only a third of the population of England, itself a rather small European power, and Frederick’s kingdom did not enjoy the protection of the English Channel. Instead, Prussia, also a land poor in natural resources, was protected solely by the sheer will to organize all of the little state’s means into the mightiest army possible. The gambles were huge, the threats of annihilation repeated, and yet through it all it was little Prussia which emerged victorious. The machine set in march by Frederick would double in population by the conquest of Silesia and, a century later, give Bismarck the means to unite Germany. Thus Prussia shows how a small principality may become the greatest of European powers.

The lessons of Prussian statecraft are then of interest to all those, be they leaders or citizens of nations great or small, who wish to maximize their potential and fulfill a great project. How did Frederick go about building his machine of state? For this, we may turn to the Great King himself, for he was a prolific writer. In the mid-1770s, he wrote a private[3] Report on the Prussian Government, on the Principles on Which It Operates, with some Political Reflections. The work, as so often with Frederick, is of an admirable lucidity and clarity. I will provide an overview of the Report, which apparently has never been published in English, with translations of substantial passages.

Frederick argues for a unitary state in which all the branches of government — military, budgetary, and political (under which he refers exclusively to foreign policy) — are continuously and harmoniously united towards a single goal. For the insecure Prussia of Frederick’s day, that goal was above all maintaining military preparedness and a “rainy day” war-chest, to both guarantee the state’s security and seize any opportunities which, by the vagaries of international politics, should present themselves. Frederick asserts that the prince must himself give the example, carefully monitoring all aspects of his state’s operation and personally ensuring that military merit is honored above money. Good manners must be promoted among the citizens and fertility encouraged. Above all else, one must concentrate one’s efforts on the decisive, always being thrifty, and not wasting resources on side-projects. The bolder one’s enterprises, the greater the gains.

In short, Frederick’s politics are the antithesis to the bourgeois democratic politics we have grown used to in the postwar era. We may say that Western politics have tended to be ever-more obsessed with materialist consumerism (welfare, purchasing power, GDP; and our politicians even fail to deliver these) and egalitarian “victimocracy” (symbolic and real spoils for various aggrieved groups, namely ethnic minorities, sexual minorities, and women). In both cases, individual and sectional interests are taken as the frame reference, rather than the interests of the community as a whole.

Finances: Frugality Above All

Frederick begins: “To have a general idea of this government, one must examine in detail all the government’s branches, and then combine them together.” These branches are finances, the military, and international politics/foreign policy (la politique). Frederick emphasizes the importance of the budget, which he often compares to an organism’s nervous system: “I begin by finances, which are like the sinews of the human body, which move all its members.”[4] Public finances should be as frugal as possible — notwithstanding spending on fortifications, infrastructure, and foreign allies — so as to amass a healthy war chest that can last until peace is signed:

But one must remark that if we draw all extraordinary war funds from the treasury, we will last only four campaigns, which means that by necessity we must take hold of Saxony, husband as best we can the treasury, which must specifically only serve to fill the emptiness of a few provinces invaded by the enemy. Here is the bottom of things, which shows that one must practice the greatest economy to have the last écu[5] in one’s pocket when one negotiates the peace.

Frederick argues that a substantial budget surplus is justified economically because Prussia had a trade surplus twice as big, thus money was still entering circulation. This surplus, which the Germans do seem to have a knack for, was achieved thanks to “establishing many manufactures, and especially with the help of Silesia.” Frederick emphasizes the need for the most careful monitoring of public spending:

This is why one must not lose sight of manufactures: though them, this [trade] balance can still be increased in our current possession by some hundred thousand écus. But what is important above all is to conserve the good order now established in  the management of public monies and the supervision of all funds; without which the people pays very much, and the sovereign is robbed.

Thanks to this thriftiness, Prussia then had enough money for four military campaigns and enough grain for three, including purchases from Poland.

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Military Affairs: Preparedness & Honor

Frederick’s description of the Prussian army is worth quoting at length. He argues that Prussia’s militarization is warranted given her insecure geographical position and the size of her neighbors. The Prussian army, based (after the conquest of Silesia) on a country of 5.2 million, was by no means large compared to its neighbors’. Frederick argues then that Prussia can only distinguish itself militarily by the quality and discipline of its armed forces. The commander-in-chief himself must personally give the example “or all is lost” for the little country. Frederick strikes a decidedly conservative note, arguing that if aristocratic officers should prove inadequate, “the recourse to commoners, would be the first step towards the decline and fall of the army.”

ON THE ARMY.

The situation of this State forces us to maintain many troops, because our neighbors are Austria, Russia, France, and Sweden. The war-footing numbers 220,000 men, including the freelance battalions and the increase in cavalry. From this number we will be able to campaign with 180,000 men; but as soon as we need to form three armies, it becomes quite apparent that we do not have many compared to our neighbors. I believe that discipline must remain on the current footing, as must the introduced reforms, unless war should change, because then one may only side with adapting to circumstances and to change with them; but to equal our enemies or surpass them, one needs to do so through order and discipline, to encourage the officers to distinguish themselves, so that a noble emulation encourages them to surpass the enemies they must fight. If the sovereign does not himself get involved in military affairs, if he does not give the example, all is lost.  If one prefers courtly layabouts [fainéants de cour] to military affairs, one will see that the entire world will prefer this laziness to the strenuous military profession, and then, instead of our officers being nobles, we will have to have recourse to the commoners, which would be the first step towards the decline [décadence] and fall of the army. We have at present only 70 citizens[6] per company; one must not stray from this principle, to husband the country, which, by the increase in population, will be able to furnish resources or recruits, if war makes it necessary. [. . .] Our population counts 5.2 million souls, of which about 90,000 are soldiers. This proportion may suffice; but one must not take from the cantons more than 840 for each infantry regime and 400 for each cavalry regiment.

Foreign Policy: The Art of Opportunity

Frederick then writes very cogently on foreign policy under the heading “la politique.” This puts the Prussian military theorist Carl von Clausewitz’s later famous definition of war as “politics by other means” in an interesting light. In his great work On War, Clausewitz rarely discusses politics as such but it seems he too supported the primacy of foreign policy, which is to say the overriding interest of the state in maintaining its own existence and security, over liberal and constitutional niceties.[7]

Frederick clearly takes an unsentimental view of international relations as Realpolitik. The goal is to ensure the security of the state, this means: maintaining good relations and an alliance with the state which can most harm us (in this case Russia), acquiring more secure borders (by annexing Saxony as buffer territory), and being ever-prepared so as to be able to seize any unforeseeable opportunities to reach this goal. Frederick emphasizes caution however: given the country’s limited resources, war should only be pursued if there really is something to be gained, one must not overextend one’s territory to indefensible borders, and one must use both modesty and secrecy so as to not disturb the European balance of power and stoke general hostility against us.

ON POLITICS.

One of the first principles of politics is to work to ally oneself with whoever among our neighbors can inflict the most dangerous blows against the State. It is for this reason that we are allied with Russia, because it frees up our back concerning Prussia,[8] and that, as long as this relationship lasts, we have need not fear that Sweden will dare to attack in Pomerania. The times may change, the strangeness of circumstances can force us to take other commitments; but never will we find with the other powers the equivalent of the advantages that we find with Russia. The French troops are worth nothing, and the French are used to only feebly assisting their allies; and the English, made for paying subsidies, sacrifice their allies, to the peace, to favor their own interests. I do not speak of the house of Austria, with which it seems almost impossible to form solid bonds. Concerning the political prospects for acquisitions appropriate for this monarchy, the States of Saxony are indisputably those which would be the most appropriate, by rounding it off and forming a barrier by the mountains which separate Saxony from Bohemia, and which would need to be fortified. It is difficult to foresee how this acquisition could be made. The surest way would be to conquer Bohemia and Moravia, and to trade them for Saxony; or finally that this could be done by other trades either of the Rhenish possessions, adding Juliers or Berg, or by any other way that it could be done. This acquisition is an indispensable necessity to give this State the consistency which it lacks. For, as soon as we are at war, the enemy can march directly to Berlin without finding the slightest opposition on his path. I do not speak of the rights of succession in the countries of Ansbach, Juliers and Berg, and Mecklenburg, because these claims are known, and one must wait for their occurrence. As the State is not rich, we must take care above all else to not get involved in wars where there is nothing to be gained, because one exhausts oneself at a pure loss, and when a good opportunity follows, one cannot take advantage of it. All distant acquisitions are a burden to a State. A village on the border is worth more than a principality 60 leagues away. It is a necessary measure to hide as much as possible these schemes of ambition, and, if one can, to awaken Europe’s envy against other powers, on the occasion of which one strikes one’s blow. This can occur, and the house of Austria, whose ambition goes unconcealed, will needlessly attract the envy and jealousy of the great powers. Secrecy is an essential virtue for politics as well as for the art of war.

preugren.jpgI note with amusement the statements on the value of a Russian alliance, the unreliability of a French guarantee, and the perfidy of Albion, observations which would no doubt resonate with many people in later centuries. Plus ça change !

Frederick briefly discusses the laws of Prussia [2], describing them as “fairly wisely made.” He argues no changes are needed, but that there must be regular visits to provincial courts to punish malfeasance, for “the parties and the lawyers work to elude the best laws.” There should also be a review every 20 years to ensure the appeals process is not abused through endless trials. These highlight the importance of regular, mindful care for one’s state.

Harmonious Government: All Branches Working Towards the Same Goal

Frederick then discusses finances, the military, and foreign policy as forming the coherent whole which government must be. He again emphasizes frugality and a healthy war chest:

TOTAL COMBINATION OF GOVERNMENT.

Given that the country is poor, and has no resources, it is necessary for the sovereign to always have a well-furnished treasury, to bear at least a few campaigns. The only resources which he may find when in need consist of a loan of 5 million from the Landschaft [a bank decreed by Frederick, made up of noblemen, allowing the state to borrow from the Prussian population itself], and about 4 million which he can draw from the bank; but that is all.

Public money, he says, should be spent on various development projects such as fortresses, manufactures, or infrastructure “in order to make the State’s constitution more solid.”

The sovereign should then be frugal with his subjects’ blood and treasure. He must himself be an example of rectitude, or his subjects will also become wasteful. Frederick emphasizes “especially” the maintenance of good morals, which can only be achieved if the power of money is kept in check. It must be impossible for the wealthy to buy honors, as they do in France. Frederick advocates a muscular natalism in order to produce more citizens and soldiers:

These reasons which I have just put forward demand that this country’s sovereign be economical and a man who maintains the greatest order in his affairs. An equally valid reason as the first is also joined to this: it is that if he gives the example of profusion, his subjects, who are poor, want to imitate him, and ruin themselves. One must especially, to support manners, grant distinctions only according to merit and not for wealth; the poor observation of this principle in France has meant the loss of the of the nation’s manners, which previously knew only the path of honor to achieve glory, and which believes at present that it is enough to be rich to be honored. As the wars are an abyss into which men fall, one must be watchful that this country be as peopled as possible, from which another good results, which is that the countryside is better cultivated and landowners are more at ease.

Frederick denies the utility of a navy for Prussia for this would divide the country’s efforts and anyway be too small to be useful. Instead, one should concentrate one’s efforts on the most decisive point, in this case the army:

I do not believe that this country should ever be persuaded to form a military navy. Here are the reasons. There are in Europe great navies, that is: that of England, those of France, Spain, Denmark, and Russia. Never will we be able to equal them; hence, with a few ships, remaining always inferior to other nations, the expense would be useless. Add to this that, to maintain a fleet, the money this would cost would force us to reform land troops, that this country is not sufficiently populated to provide recruits for the army and sailors for ships, and finally, that sea battles are rarely decisive; from which I conclude that it is better to have the best army in Europe than the worst fleet of the maritime powers.

Frederick argues that policy must “look as far as possible into the future” but recognizes that unforeseen circumstances will always arise. As such, the best one can do is to be ever-prepared so as to be able seize opportunities. Interestingly, Frederick explicitly affirms that political control of the military must serve to radicalize warfare to ensure it reaches the given political objectives: “War itself must be conducted according the principles of policy, to inflict the bloodiest blows against one’s enemies.” Frederick advises great enterprises, even if these are risky, rather than wars for trifling objectives:

Policy must look ahead as far as possible into the future, and judge the circumstances of Europe, either to form alliances, or to counter the projects of one’s enemies. One must not believe that it can bring about events; but when these present themselves, it must seize them to take advantage of them. That is why finances must be in order. It is for this reason that there must be money saved up, so that the government is ready to act as soon as political reasons indicate the moment. War itself must be conducted according the principles of policy, to inflict the bloodiest blows against one’s enemies. It was according to these principles which prince Eugene [of Savoy, an Austrian commander] acted, he who made his name immortal by the march and the battle of Turin, by those of Höchstädt and of Belgrade. These great projects of the campaign do not all succeed; but when they are vast, there always results more advantages than by these little projects where one limits oneself to taking an insignificant town [bicoque] on the border. That is how the count [Maurice] of Saxony [a French commander] gave battle at Rocoux to be able to execute the winter according to his designs upon Brussels, which succeeded.

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Frederick stresses that foreign policy, the military, and finances must form a coherent whole. Otherwise they are vain, as in the case of France, which as Europe’s largest state could afford to become flabby and incoherent. Prussia did not have this luxury:

It is obvious that, from all that I have just said, that policy, the military, and finances are branches which are so tightly bound together, that they cannot be separated. One must carry them out all at once, and by their combination, subject to the rules of good policy, there results the greatest advantages for the State. In France, there is a king which manages each branch separately. There is a minister who presides, either to finances, to war, or to foreign affairs. But the rallying point is lacking, and these branches, not being united, diverge, and the ministers are each busy with only the details of their department, without anyone uniting the objects of their works to one fixed goal. If such a thing happened in this State [Prussia], it would be lost, because great monarchies go on despite excesses, and support themselves by their weight and intrinsic strength, and small States are soon crushed, if all in them is not strength, life, and vigor.

Frederick concludes that a small and insecure state such as Prussia must always be led by a watchful prince:

Here are a few reflections and my ideas on the government of this country, which, so long as it has not taken greater consistency and better borders, must be governed by princes who are always watchful, ears pricked, to observe their neighbors, ready to defend themselves from one day to the next against the pernicious projects of their enemies.

Conclusion: Power Through Will

Of Western and European states today, only the United States of America and the Russian Federation can be considered even moderately “big” in a world in which we face China’s 1.4 billion, India’s 1.25 billion, and, in another mode, the endless hordes to come from an Africa destined to number 4 billion this century [3]. Furthermore, any European-American successor states to the current U.S.A. would likely number around 150 million. Frederick’s directives for maximizing the power of small states through a frugal and martial government, characterized above all by a coherent will, are then very relevant to us.

The Greater-European World is made up dozens of states, each of which could, under enlightened leadership, work for the salvation of our people. The means of a small state are necessarily modest, but let no one say that these are worthless. Prussia began as a small enterprise. But by the luck of having successive great princes, a political “germ-cell” was set, the logic of which was favorable to growth, turning a minor principality of 2 million into a Great Power of 5 million, and then into a united Germany preeminent on the Continent, fit for two awesome bids for regional hegemony. The example of Prussia shows that even small states, when armed with unity and will, can maximize their potential and, when the stars align, achieve wonders.

Times have changed since Frederick’s. We, for the most part, do not need to be so mindful of military security as in the past. Indeed, most traditional military conflict in our lands, lamentably, is intra-European. The inherent disorganization of the Third World, nuclear weapons, and the diminishing returns of military occupation in the modern era mean that there are few conventional threats to our security.[9] The Western World’s conflicts with the Arab nations and Iran, far from being motivated by any objective threat, have largely been driven by a hypertrophied U.S. imperial establishment and the malignant influence of the Israel Lobby in Washington, Paris, and London.

The lasting insight in Frederick’s Report on the Prussian Government is the need for a coherent will: that government should concentrate on its core objectives, that all the parts work in harmony towards this, and that this will be steadily maintained over long periods of time. Frederick’s goal was the security of his state and as such he concentrated on maximizing military capability and constant readiness to seize opportunities in foreign affairs. Other objectives may be served by these Prussian virtues: constant mindfulness, frugality, preparation, and setting a good example for one’s citizens.

Frederick emphasizes the importance in politics of encouraging family-formation and maintaining public morals, which is to say shape the society’s culture and enforce positive social norms. The nation and state must always be carefully tended and cultivated that it, like a beautiful garden, flourish and grow. Frederick organized his entire state towards the goal of military power and security. Perhaps we may say that the endangered Europeans of today must similarly organize their states, through systematic cultural and population policies, towards the goals of demographic expansion, genetic quality, and unity within our great family of nations.[10]

Frederick’s patriotic prince can in our times seem something like an alien. We have grown used to living under governments dedicated above all to individual caprice and equalizing victimhood. Our people are so demoralized, that even the idea that our men and women, especially the best of them, should be expected and encouraged to raise children is considered outright offensive by many. Frederick shows that such misguided doctrines do not favor national survival.

We are used to “politics” meaning only more-or-less loathed electoral politicians winning office by publicly pandering to the mob’s bottomless appetite for consumerism and narrow sectional interests, while actually serving the hostile, increasingly post-national oligarchs who finance their political parties and control the mass media who significantly determine the public’s views. In Frederick’s time, the manners of the average citizen, be he farmer, burgher, or nobleman, were shaped by a hard life, national laws, and a state church. Today, besides the general slouching, the education of the youth and the public at large is largely left, to a small, rootless international clique of media moguls, from Carlos Slim and Rupert Murdoch, to Michael Eisner and Sumner Redstone. These men pursue their particular financial, ideological, and ethnic[11] interests, rather than the national good.

This is not inevitable however. At the close of Frederick’s reign, the population of Prussia approached that of England. The two countries in later centuries would enjoy similar rises in power and greatness. We may say that Anglo-America is what northern Europeans tend to when plenty and security afford them the luxury of individualism and egalitarianism. Prussia is what northern Europeans tend to when, driven by poverty and insecurity, they must organize and discipline themselves for collective survival.

The European peoples, we can be sure, will suffer ever-greater insecurity in the twenty-first century with their dwindling numbers, their swamping by outsiders, and the rise of Asia and Africa. By this suffering, the Europeans will painfully learn from their mistakes and again know the true worth of things. No doubt, we will see Prussians again.

In the twentieth century, the logic of Europe and the West had been one of unbridled expansion. From a small appendage of Eurasia, we burst forth and conquered virtually the entire world and multiplied to become a full third of humanity. Since the catastrophic world wars, we have been in headlong decline and, in time, we will have lost not merely our empires, but of even our own historic homelands. By the end of this century, we will be lucky if we still make up 5 percent of humanity. We must arrest our decline by again establishing, by will and discipline, a logic of expansion. The Great King provides us with a powerful model. Every European nation must play its part.

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Notes

1. As published in Johann Preuss (ed.), Œuvres de Frédéric le Grand, vol. 9 (Berlin: Royal Printer, 1848), pp. 209-220. http://friedrich.uni-trier.de/fr/oeuvres/9/toc/ [4]

2. On the recurring controversy concerning pan-European political unity: small states’ options and character are indeed, in the long run, generally determined by great geopolitical blocs and empires, often of a continental scale. But it is also true that the larger a polity is, the less cohesive and coherent it is likely to be. In any event, one must not confuse a unitary empire with a multinational and multistatal confederation. The latter is necessarily prone to impotence as each state holds a de facto and/or de jure veto and each nation does not identify with the others. Thus, while a confederation may be a useful thing, one should not place exaggerated hopes in it or believe this to be the critical locus of politics. The locus of politics is always the actual sovereign. Nationalists understand the sovereign acting through the nation-state: mass consciousness is only possible in a nation; political action is only possible through a state. An empire may or may not be preferable, but that is always founded through the spilling of blood, never by signing bits of paper. For the truth of this, I refer you to the history of the United States before Lincoln, of the German Confederation before Bismarck, of Austria-Hungary, Canada, Belgium, and the European Union. (Concerning the latter two, there has been amusing example of paralysis in recent weeks as the region of Wallonia vetoed Belgian support for a major EU-Canada free trade agreement. Thus multinational polities were leading to vetocracy squared: Wallonia vetoed Belgian policy, and Belgium vetoed EU policy. And yet, one finds a thousand people in the political mainstream who believe the permanently paralyzed EU is the primary answer to European decline . . .) I also, again, direct you the very eloquent statements explicating these matters in De Gaulle’s press conferences and Hitler’s Second Book.

3. That it remained unpublished during his lifetime is unsurprising: Frederick is quite frank about his coveting neighboring Saxony in order have more buffer territory on his vulnerable southern border. These ambitions, he insisted, had to remain secret. Prussia would indeed acquire 40 percent of Saxon territory at the Congress of Vienna in 1815.

4. I would add that finance and culture can be said to make up an entire society’s nervous system. Which begs the question: what does it mean if a particular ethnic group, especially if hostile to the majority, achieves commanding influence in a society’s financial and cultural institutions?

In the natural world, the principles and examples [5] from which should always be in our minds, we observe Ophiocordyceps unilateralis, a parasitic fungus able to hijack ants’ behavioural system and turn them into “zombie ants.” According to Wikipedia:

Infected hosts leave their canopy nests and foraging trails for the forest floor, an area with a temperature and humidity suitable for fungal growth; they then use their mandibles to affix themselves to a major vein on the underside of a leaf, where the host remains until its eventual death. The process leading to mortality takes 4–10 days, and includes a reproductive stage where fruiting bodies grow from the ant’s head, rupturing to release the fungus’s spores.

5. An archaic French currency.

6. Presumably Bürger commoners.

7. Certainly, the continued existence of the state is a sine qua non of any policy, but we as nationalists add: policy must serve the existence and cultivation of the people from which the state derives.

8. Here, presumably meaning East Prussia.

9. There are exceptions obviously: Turkey is a threat to Greece, and China is a threat to Russia. In the long term, we also cannot exclude that Africa’s population explosion will eventually form a conventional military threat. What would a Spain reduced to aged pensioners and effeminate young leftists be able to oppose to a few million Islamized Africans led marching upon Europe, no doubt led, according to their genius, by a new Mahdi or General Butt Naked?

10. I observe one prominent “willful state” active in the world today: the Jewish State of Israel. This country has, through a cross-partisan political and social consensus, consistently pursued policies of demographic and territorial expansion, for the security and power of the Jewish people and against the Arabs, whom Orthodox Jewish consider subhuman. The Jews’ fertility rate in Israel is now well above replacement with over 3 children per woman, equaling the Arab rate. (Admittedly, Israel has been successful in large part thanks to its diplomatic and financial parasitism upon the Western nations, to the tune of hundreds of billions of dollars and thousands of European lives, through the tireless efforts of the Jewish-Zionist lobby. But that is but another example successful ethnic activism, only possible because we are not yet ethnically organized.)

11. Unless, obviously, they are of European descent . . .

Article printed from Counter-Currents Publishing: http://www.counter-currents.com

URL to article: http://www.counter-currents.com/2016/11/the-willful-state/

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[1] Image: http://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2016/11/Frederick_the_Great_after_the_Battle_of_Kolin_by_Julius_Schrader.jpg

[2] the laws of Prussia: http://www.counter-currents.com/2016/11/enlightened-patriarchy-part-1/

[3] an Africa destined to number 4 billion this century: http://www.unz.com/isteve/the-worlds-most-important-graph/

[4] http://friedrich.uni-trier.de/fr/oeuvres/9/toc/: http://friedrich.uni-trier.de/fr/oeuvres/9/toc/

[5] examples: https://twitter.com/natureisscary

 

L’Ours et le Mandarin: le “partenariat stratégique” sino-russe au crible de l’Histoire

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L’Ours et le Mandarin: le “partenariat stratégique” sino-russe au crible de l’Histoire

Galvanisée par la dégradation progressive de ses relations avec l’Occident à la suite de son action en Ukraine et en Syrie, la Russie de Vladimir Poutine a toujours voulu voir en la Chine un partenaire “alternatif” sur lequel elle pourrait s’appuyer, à la fois sur les plans économique et international. Cette ambition se heurte toutefois très souvent à la réalité des objectifs de Pékin, dont les dirigeants n’ont jamais été particulièrement enthousiasmés par le concept d’un bloc anti-occidental au sens strict du terme. Les notions de “partenariat stratégique” ou même d’“alliance”, si elles sont devenues très à la mode dans les dîners mondains, ne recouvrent donc que très imparfaitement la logique du fait sino-russe.

Nous vous proposons cette analyse des relations sino-russes en deux parties, voici la première.

tchaadaev.jpg« Nous ne sommes ni de l’Orient, ni de l’Occident », concluait sur un ton particulièrement pessimiste le philosophe russe Tchaadaïev dans l’une de ses plus célèbres Lettres philosophiques. Principal précurseur du bouillonnement intellectuel de la Russie impériale de la seconde moitié du XIXe siècle, celui-ci fut l’un des premiers à théoriser l’idée d’une spécificité russe qui justifierait le fait qu’elle n’ait d’autre choix que de s’appuyer sur deux “béquilles”, dont l’une serait occidentale et l’autre orientale. Comme si le génie politique et industriel de l’Europe ne pouvait qu’être associé avec la créativité et la rationalité organisatrice de la Chine, qui partageait déjà avec la Russie la problématique de l’immensité du territoire et de sa bonne administration. Peine perdue pour Tchaadaïev, qui considérait que nul espoir n’était permis tant que le pays resterait engoncé dans l’archaïsme des tsars indignes de l’œuvre de Pierre le Grand, alors même que la Russie ne connaissait pas encore la violence anarchiste qui marquera la seconde moitié du XIXe siècle. Dans Apologie d’un fou, publié en 1837, il écrit et se désole : « Situés entre les deux grandes divisions du monde, entre l’Orient et l’Occident, nous appuyant d’un coude sur la Chine et de l’autre sur l’Allemagne, nous devrions réunir en nous les deux grands principes de la nature intelligente, l’imagination et la raison, et joindre dans notre civilisation les histoires du globe entier. Ce n’est point-là le rôle que la Providence nous a départi. »

De manière générale, la prophétie de Tchaadaïev s’est confirmée. L’équilibre qu’il appelait de ses vœux n’a jamais pu être trouvé, en particulier dans les relations de la Russie avec la Chine. Lorsque l’on “efface” le relief donné par la perspective historique, on a en effet tendance à voir dominer l’image d’un rapprochement constant et inexorable entre Moscou et Pékin, dont l’alliance servirait de contrepoids dans un monde dominé par la vision occidentale des relations internationales. Cette impression s’est particulièrement renforcée avec le discours de Vladimir Poutine donné à la 43e conférence de la sécurité de Munich en 2007, où ce dernier fustigea l’unilatéralisme qui avait présidé au déclenchement de la guerre en Irak en 2003 ainsi que le projet de bouclier antimissile prévu par l’Otan en Europe orientale. Ce serait toutefois négliger le fait que le premier mandat du président russe (2000-2004) fut marqué par un mouvement marqué d’affinité avec l’Occident, à tel point qu’il fut l’un des premiers à contacter George W. Bush à la suite du 11 septembre 2001 pour l’assurer de son soutien. Ce serait aussi oublier hâtivement que la relation sino-russe fut dominée pendant cinq siècles par l’importance des litiges territoriaux et que la Guerre froide fut pour les deux pays un théâtre d’affrontement pour le leadership du camp socialiste, ce qui annihila toute perspective d’un bloc unifié.

Cinq siècles de conflictualité

Si elles semblent très éloignées de par la langue et la culture, la Russie et la Chine ont toutefois toujours eu en commun de partager une réalité géographique similaire, dont l’immensité du territoire est la pierre angulaire. Une proximité également traduite dans les institutions, le modèle impérial historiquement développé par les deux pays ayant constitué un facteur favorable à une tradition administrative très fortement centralisatrice. Il y a aussi la question de la diaspora, particulièrement prégnante pour Moscou comme pour Pékin, avec 25 millions de Russes en dehors des frontières – principalement dans les anciens États de l’Union soviétique – et 20 millions de Chinois sur la seule île de Taïwan. Des nationaux “du dehors” souvent considérés comme des compatriotes perdus qu’il conviendrait a minima de protéger, et au mieux de faire revenir dans l’escarcelle nationale. Il y a enfin cette immense frontière commune de 4250 km qui s’étend de la Mongolie jusqu’aux rives de l’océan Pacifique, et dont la définition exacte n’a, jusqu’à récemment, jamais été arrêtée.

StolypinCrop.JPGLes premiers contacts diplomatiques entre les deux pays sont traditionnellement datés de la délégation envoyée par la Chine au tsar Michel en 1618. Si le traité de Nertchinsk de 1689 abordera pour la première fois la question des litiges territoriaux avec le tracé d’une première frontière, la relation entre les deux pays n’en restera pas moins toujours teintée de méfiance. La question territoriale gagnera en importance dans la deuxième moitié du XIXe siècle et au début du XXe siècle, quand le Premier ministre Piotr Stolypine lancera un vaste plan de modernisation de l’Extrême-Orient russe. Entre 1906 et 1913, plus de 3,5 millions de paysans russes traverseront l’Oural pour s’installer dans les terres inhospitalières de la Sibérie orientale, dont certaines parties attirent grandement la convoitise de Pékin.

Mais le véritable rapprochement entre les deux pays ne s’imposera qu’à la faveur de la proximité idéologique offerte par les effets conjugués de la révolution russe d’octobre 1917 et de la prise de pouvoir du Parti communiste chinois (PCC) emmené par la figure emblématique de Mao Zedong en 1949. Le 14 février 1950, un premier traité d’amitié, d’alliance et d’assistance mutuelle est signé entre les deux États. L’URSS de Staline, auréolée de l’immense prestige de sa victoire sur l’Allemagne nazie en 1945 et forte d’un important savoir-faire en matière industrielle, envoie dans ce cadre plus de 10 000 ingénieurs en Chine afin de former le personnel local. Malgré la divergence fondamentale avec les conceptions économiques de Mao Zedong, qui privilégiait le développement agraire massif et pas l’industrie lourde, cette coopération se poursuit jusqu’au milieu des années 1950. Portée par l’espoir de Moscou de pouvoir constituer avec la Chine un grand bloc socialiste qui lui permettrait de peser de manière plus importante sur les affaires internationales, cette politique se heurte toutefois à la dégradation progressive des relations entre les deux pays. Ces discordances croissantes sont, en grande partie, liées au refus de Nikita Khrouchtchev de transférer la technologie nucléaire au régime chinois, à la publication du rapport portant son nom sur les crimes du stalinisme et à son choix de dialoguer régulièrement avec Washington dans le cadre de la “coexistence pacifique”, une véritable hérésie conceptuelle pour un Mao Zedong resté très attaché à l’orthodoxie marxiste-léniniste.

La rupture est finalement consommée entre 1961 et 1962, notamment après une gestion de la crise des missiles de Cuba jugée calamiteuse par Pékin. Dans la conception maoïste, la Chine possédait une légitimité au moins équivalente à celle de l’URSS pour assurer le leadership du camp socialiste. C’est la raison pour laquelle le pays chercha à se détacher du grand-frère soviétique en dégageant une voie qui lui était spécifique. En ce sens, la Chine est incontestablement parvenue à certains résultats : obtention de l’arme nucléaire en 1964, reconnaissance par la France la même année et admission au Conseil de sécurité de l’Onu en 1971, en lieu et place de Taïwan. Elle développe dans ce cadre la doctrine du “tiers-mondisme” afin de concurrencer Moscou dans le soutien aux États attirés par l’idéologie marxiste, politique dont Pékin tirera bien peu de fruits puisque seule l’Albanie d’Enver Hoxha finira par s’y rallier à la faveur de la rupture avec l’Union soviétique en 1961.

Un pic de tension avec l’URSS est atteint en 1969, lorsque l’Armée rouge et l’Armée populaire de libération s’affrontent à l’occasion de plusieurs escarmouches aux abords du fleuve Amour, sur l’affluent de l’Oussouri. Si l’enjeu tient dans le contrôle de l’île de Damanski (Zhenbao en mandarin), ces incidents illustrent principalement le problème plus large des différends frontaliers entre les deux pays, abordés plusieurs fois par la voie des traités, mais jamais véritablement réglés et toujours présents à l’esprit des deux parties.

DengXiaoping.Time.1979.pngSeule la mort de Mao Zedong en 1976, qui entraînera en Chine un certain recul de l’impératif de “pureté marxiste”, permettra d’engager un premier rapprochement. Son successeur, Deng Xiaoping, a longtemps été considéré comme un acteur majeur de la réconciliation sino-soviétique, dans un contexte où le traité d’amitié signé en 1950 était sur le point d’expirer (en 1979). Mais le Deng Xiaoping “réconciliateur” des années 1980 fut aussin aux côtés de Mao, l’un des plus solides partisans de la “ligne dure” face au révisionnisme soviétique initié par Khrouchtchev. Il définira même, en 1979, l’URSS comme « l’adversaire le plus résolu de la République populaire de Chine », avant même les États-Unis. Deng Xiaoping posa donc trois préalables au rapprochement avec Moscou : le retrait des divisions de l’Armée rouge encore stationnées en Mongolie, l’arrêt du soutien soviétique aux opérations militaires que le Vietnam menait au Cambodge depuis 1977 et le démantèlement de toutes les bases militaires situées dans les pays avoisinants la Chine. S’il s’éloigna radicalement du maximalisme de Mao Zedong, il prouva en revanche que la logique de blocs ou le suivisme idéologique n’avaient rien d’automatique dans un contexte où l’URSS redoublait d’activité sur la scène internationale. L’invasion de l’Afghanistan initiée en 1979 par la Russie a d’ailleurs mis fin à ces premières négociations. Cette situation n’a guère connu d’amélioration dans une Union soviétique minée par des difficultés économiques structurelles et une forte instabilité politique interne, avec une première moitié des années 1980 où se succèdent pas moins de quatre dirigeants différents (Brejnev, Andropov, Tchernenko et Gorbatchev). Seul le retrait partiel d’Afghanistan, initié en 1986, permettra d’ouvrir la voie à ce qui constitue le véritable tournant du rapprochement sino-russe : la “parenthèse Eltsine” dans les années 1990.

D’un partenariat constructif à une alliance stratégique

Paradoxalement, la chute de l’URSS en 1991 et l’émergence d’une Fédération de Russie la même année ne constituent pas – du moins dans un premier temps – un facteur de rapprochement avec la Chine. Dans son choix d’une rupture radicale avec un passé soviétique dont le deuil ne sera jamais véritablement fait par la population russe, Boris Eltsine s’appuie sur de jeunes cadres formés dans les années 1980. C’est par exemple le cas de Boris Nemtsov, dont l’assassinat à Moscou le 25 février 2015 a fait grand bruit, en Russie comme dans les médias occidentaux. Sous le patronage du Ministre de l’économie Iegor Gaïdar, ces nouveaux cadres résolument libéraux conduisent la Russie à opérer dans un premier temps un certain alignement sur la politique de l’Union européenne et des États-Unis, dans la continuité des choix effectués par Mikhaïl Gorbatchev pendant la Guerre du Golfe. Autant d’éléments qui ne laisseront qu’une place limitée à une politique ambitieuse de rapprochement avec la Chine, alors que celle-ci cherchait dans le même temps à améliorer ses relations avec Washington, considérablement dégradées par la question latente de Taïwan et la répression des manifestations de la place Tian’anmen en 1989.

Primakov_03.jpgIl est assez coutumier de désigner Vladimir Poutine, arrivé au pouvoir en 2000 mais dont l’ascension a été permise par Boris Eltsine, comme l’artisan fondateur du repositionnement russe dans la politique internationale, et en particulier du rapprochement avec la Chine. Il serait toutefois plus juste d’attribuer ce rôle au Ministre des affaires étrangères nommé par Eltsine en 1996, Evgueni Primakov. Brillant arabisant et ancien officier des services de renseignement soviétiques, il se distingua par une saille restée célèbre dans le pays : « la Russie doit marcher sur ses deux jambes ». Il s’agissait déjà d’une référence – massivement réutilisée par la suite par Vladimir Poutine – au positionnement central occupé par la Russie dans l’espace eurasiatique, mais aussi à cette “particularité” chère à Tchaadaïev et dont elle devrait user afin de poursuivre la voie qui est la sienne. Le rapprochement avec Pékin apparaissait alors comme une évidence dans un contexte où l’économie russe était minée par le choc brutal des privatisations impulsées par Iegor Gaïdar, tandis que le gouvernement et les autorités militaires subissaient l’humiliation de leur défaite dans la Première guerre de Tchétchénie.

Du côté chinois, le nouveau président Jiang Zeming cherchait quant à lui à construire pour la Chine une stature à sa mesure sur le plan international, alors que le pays se trouvait encore sous le coup de plusieurs sanctions européennes et américaines en réponse aux évènements de la place Tian’anmen. Sur le plan régional, les autorités chinoises se trouvaient de plus en plus préoccupées par le “pivot Pacifique” engagé par les États-Unis au milieu des années 1990, et qui avait conduit Washington à intervenir militairement dans la crise de Taïwan en 1995 ou encore à se rapprocher de son allié japonais.

Pour les deux pays, les conditions du rapprochement étaient donc assez largement réunies, ce qui aboutira à la signature par Boris Eltsine et Jiang Zeming d’un premier partenariat en avril 1996. Il est d’ailleurs très intéressant d’observer le subtil changement sémantique opéré par la diplomatie russe dans la définition de sa relation avec Pékin : qualifié dans la première moitié des années 1990 de « partenariat constructif » (« konstrouktivnoyé partnerstvo »), le lien avec la Chine est désormais défini comme un « partenariat stratégique » (« strategitcheskoyé partnerstvo »), une formule nettement plus offensive proposée par Evgueni Primakov, qui s’inscrit dans une certaine stratégie de communication vis-à-vis des autres partenaires de la Russie. Ce qui commence déjà à prédominer, c’est bien la nécessité d’une certaine convergence pratique dans la gestion des relations internationales, ce qui sera confirmé par la déclaration conjointe sino-russe de 1997, conçue pour compléter le partenariat de 1996. On y retrouve avec intérêt tous les éléments de langage qui sont encore aujourd’hui utilisés par Pékin et Moscou dans leur traitement des affaires internationales : « nécessité d’un monde multipolaire », « refus de l’hégémonie », « primauté du droit et de la coopération entre les peuples », « non-intervention et respect de la souveraineté nationale »… La “multipolarité” en particulier est ainsi transformée en un quasi-slogan de principe pour Moscou, qui y voyait un concept efficace pour contester la prééminence américaine dans la limite des moyens dont disposait le Kremlin dans les années 1990.

La gestion du dossier particulièrement complexe de la Yougoslavie ne fait qu’accentuer ce sentiment de dépossession et d’impuissance. La Russie se révèle incapable de soutenir son alliée serbe en empêchant une intervention militaire de l’Otan au Kosovo entre mars 1998 et juin 1999. Pékin comme Moscou adopteront par ailleurs une position similaire sur le dossier, l’action de l’Alliance atlantique en Serbie étant perçue comme une atteinte au principe de souveraineté nationale orchestrée avec un contournement du système décisionnel du Conseil de Sécurité de l’Onu – l’opération fut effectivement déclenchée sans mandat. Même à quinze ans d’intervalle, le précédent du Kosovo continue de résonner – à tort ou à raison – pour Pékin et Moscou comme la preuve indéniable que le système de concertation offert par l’Onu est vicié dans son principe même.

Cette idée justifie un rapprochement des deux capitales sur des questions plus sensibles liées à la sécurité régionale et internationale, déjà engagée par la réunion des “Shanghai Five” en 1996 (Chine, Russie, Kirghizstan, Kazakhstan, Tadjikistan). Même l’institution militaire russe, encore très imprégnée par un personnel majoritairement issu de l’establishment soviétique et très conservatrice vis-à-vis du secret industriel, accepte des transferts de technologies militaires de plus en plus nombreux en direction de Pékin. Ce choix ne fut d’ailleurs pas uniquement pris pour des raisons purement politiques : il a été rendu impérativement nécessaire par le délitement complet du complexe militaro-industriel russe et par la perte de ses principaux clients en Europe centrale et orientale (Allemagne de l’Est, Hongrie, Tchécoslovaquie, Bulgarie, Roumanie, Pologne, etc.). La Chine s’est alors rapidement imposée comme un débouché naturel, en particulier pour une industrie de l’armement dont le revenu reposait à 80 % sur les recettes des exportations d’armes.

À l’échelle de l’histoire longue, le rapprochement sino-russe pourrait donc être considéré comme un épiphénomène, particulièrement lorsque l’on sait l’importance des litiges territoriaux qui ont régulièrement empoisonné les relations entre les deux pays, de même que leur lutte acharnée pour l’hégémonie sur le camp socialiste durant la Guerre froide. La rapidité de l’évolution du monde après la chute de l’empire soviétique – que presque aucune âme n’avait été capable de prédire – a favorisé un rapprochement devenu non pas naturel, mais légitime pour deux pays dont les intérêts géopolitiques et la conception antilibérale des relations internationales constituent, en apparence au moins, les deux piliers d’une relation potentiellement “stratégique”. La Russie de Vladimir Poutine, très largement enfantée par celle de Boris Eltsine, exploitera ainsi cet héritage et tentera – avec un succès parfois assez largement contestable – d’en faire un des principaux vecteurs de son “retour” sur la scène internationale.

Nos Desserts :

lundi, 21 novembre 2016

Wyndham Lewis, Ernst Jünger & Italian Futurism - Paul Bingham

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Wyndham Lewis, Ernst Jünger & Italian Futurism - Paul Bingham

Robert Stark and co-host Alex von Goldstein talk to Paul Bingham. This show is a continuation of our discussion about Aleister Crowley and Aristocratic Individualism



Topics include:

How Wyndham Lewis, Ernst Jünger, Aleister Crowley, and the Italian Futurist, were individuals who existed outside the liberal reactionary/traditionalist paradigm, and viewed the world in a realist way unbiased by ideology
The cult of Positivism
Italian Futurism, how it was marginalized due to it’s ties to Mussolini, but made a major impact on the arts
How Ayn Rand was influenced by Italian Futurism
Robert Stark’s talk with Rabbit about Italian Futurism
Wynham Lewis’s Vorticist movement, his magazine Blast, and his Rebel Art Centre
The philosophy of the Vortex, which views everything as energy constantly in motion
The rivalry between Italian Futurist Filippo Marinetti and Wyndham Lewis, and how Lewis critiqued Italian Futurism for putting to much emphasis on technology
Wynham Lewis’s The Art of Being Ruled, which made the case that the artist was the best to rule, and that capitalism and liberal democracy suppressed genuine cultural elites
How the book addresses Transsexualism, and anthropological findings on the Third Sex
Kerry Bolton’s essay on Wyndham Lewis
Lewis’s relationship with fascism, how he published the book Hitler (1931), which presented Adolf Hitler as a “man of peace,” but latter wrote an attack on antisemitism: The Jews, are they human?( 1939)
The influence of war and violence on Italian Futurism
The Manifesto of Futurism
The Futurist Cookbook
Futurism is about testing what works, and rejecting traditions that don’t work
The futurist believed that every generation should create their own city, and futurist Antonio Sant’Elia’s Plan for Città Nuova (“New City”)
Paul worked on a book that was never published, “The Motor City and the Zombie Apocalypse,” about how the motor city is incompatible with human nature
The effects of global technological materialism on culture, and how technology needs the right people and culture to work
Jean Baudrillard point that the Italians have the best symbiosis between culture and technological progress
The Transhumanist concept of Cybernetics, which is rewiring the brain, and how the futurist used poetry as a precursor to cybernetics
Paul’s point that futurist movements such as cyberpunk, and Neoreaction are more focused on Live action role-playing, but are not serious about pushing the limits
The intellectual and transcendental value of LSD and DMT, Ernst Jünger’s experimentation with acid, but they are only effective if the right people use them
Paul’s point that the only real futurist are underground, and experimenting in third world countries
Aristocratic individualism, and Paul’s opinion that Ernst Jünger is the best example, and Jünger’s concept of the Anarch
Ernst Jünger’s science fiction novel The Glass Bees
Ernst Jünger’s “The Worker”

mercredi, 16 novembre 2016

Enlightened Patriarchy: Frederick the Great’s Principles of Lawmaking

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Enlightened Patriarchy:
Frederick the Great’s Principles of Lawmaking

Perhaps the most impressive Western tradition of statecraft, at least in the modern era, is that of Prussia. To be sure, the liberal-democratic tradition launched by the United States [2] and France is formidable, and it is not without reason that it today dominates our world. But the greatness of America and France also relied upon a prosaic factor: sheer demographic and geographic size. Little Prussia in contrast accomplished feats with absolutely miserable resources, raising herself up among the great powers and founding the German nation-state through sheer force of will. The Prussian “authoritarian” tradition, with its emphasis on hierarchy, community, and martial prowess, is then a useful counterpoise to the liberal-democratic one we take for granted today. Clausewitz and Carl Schmitt must be read beside Jefferson and Tocqueville [3].[1]

The most illustrious of all the Prussian leaders was Frederick the Great, a great political reformer and military commander who also cultivated a reputation as a philosophical thinker in his own right. Given how rare it is for generals and politicians to be particularly thoughtful, Frederick the Great merits all the more to be read by young Westerners in search of their heritage and a usable past. I propose then a reading of some of Frederick’s quite substantial philosophical and political writings.

Frederick’s Dissertation on the Reasons to Establish or Abrogate the Laws (Dissertation sur les raisons d’établir ou d’abroger les lois, 1750),[2] written after a decade in power and the hard-won conquest of Silesia, is admirably clear in its writing (how rare that can be!) and showcases wide reading and historical knowledge.[3] Many of Frederick’s themes and arguments retain all their relevance to this day. As this text is apparently unavailable in English, I will quote from it at length.[4] Unusually for a reigning monarch, the Dissertation was made public, thus showcasing the King’s philosophical credentials and stirring European debate.

Frederick’s ideal government is an enlightened patriarchy. He notes that “family fathers” have played an enormous role in the law throughout history, both as lawmakers and as legal masters of the household. For Frederick, the laws should serve to shape custom and enforce public morals, with the interests of the community overriding those of individuals. But this firm law must also be humane, rational, and moderate. Social conventions should be examined in this light and reformed accordingly. Frederick concludes with two proposals as examples: ending the stigma of bastardy, so as to prevent illegal abortions leading to the deaths of both the bastard and the mother, and a pan-European ban on dueling, the latter often causing the death of valuable citizens.

To know how to make laws, the practical Frederick advises looking to history:

Those who wish to acquire an exact knowledge of the way in which the laws must be established and abrogated can only look to history. We see there that all nations have had particular laws, that these laws were established in succession, and that much time has always been necessary for men to reach something reasonable. We see there that the legislators whose laws have lasted the longest are those who had as their goal public happiness, and who best knew the genius of the people whose government they regulated.

According to Frederick then, history teaches that the establishment of good laws requires patience, public-spiritedness, and harmony with “the genius of people,” which might also be termed national character. He shows an optimistic faith in reason typical of the Enlightenment: men require time to establish good laws, but once reached, these tend to spread. This accounts for the pervasiveness of Roman law: “These laws were found to be so admirable that after the destruction of the empire, they were embraced by the most civilized peoples.”

Frederick’s Dissertation provides a fairly impressive overview of the evolution of law from ancient to modern times, covering the Ancient Egyptians, Greeks, Romans and the modern European nations of England, France, and Germany. He draws from numerous sources, mentioned in the marginalia, including Herodotus, Plutarch, Livy, Cicero, and Tacitus for the Ancients and mainly French historians for the Moderns.

Frederick’s highlights from this enormous historical period are obviously not disinterested. These generally could be considered to subtly reinforce his position as an “enlightened despot” and pragmatic reformer, particularly interested in maximizing his state’s population and military power. In addition to “family fathers,” Frederick places a strong emphasis on the role of religion and, interestingly, usury in the development of the law. Hence, he expounds at length on Sparta, a martial state to which Prussia was often compared:

Lycurgus, king of Lacedaemon, used the laws of Minos, to which he added some of Osiris, which he collected himself from a journey he made to Egypt; he banished gold from his republic, silver, all sorts of currencies, and superfluous arts; he equally shared lands among the citizens.

This legislator, who intended to shape warriors, did not want any sort of passion to weaken their courage; he allowed for this effect the community of wives among citizens, which peopled the State, without excessively attaching private citizens to the sweet and tender bonds of marriage; all children were raised at public expense. When parents could prove that their children were born unhealthy, they were permitted to kill them. Lycurgus believed that a man who was not fit to bear arms did not deserve to live.

He ruled that helots, a kind of slave, would cultivate the soils, and that the Spartans would only busy themselves with the exercises which would render them fit for war.

The youth of both sexes wrestled; they exercised completely naked, in the public square.

Meals were regulated, where, without distinction of orders, all citizens ate together.

It was forbidden for foreigners to stay in Sparta, in order that their manners not corrupt those which Lycurgus had introduced.

Incompetent thieves were punished. Lycurgus had the intention of forming a military republic, and he succeeded in this.

The Aim of Law: Good Manners & Public Safety

csm_6.5_2dd71daf9a.jpgFrederick asserts that laws should aim to promote “[g]ood manners and public safety.” He is enormously concerned with civil peace, saying French chancellor Michel de l’Hôpital’s efforts to increase tolerance and defuse tensions between Catholics and Protestants during the Wars of Religion “worked for the salvation of the fatherland.” Laws may deal with politics (government), manners (criminal), and civil matters (contracts, usury).

But for Frederick, laws do not merely have the negative goal of suppressing crime and instability, but also the positive one of fostering good habits. Hence the laws have an important cultural role. He says “the laws are dikes against the overflowing of vices, they must be made respected by the terror of punishments,” but these should also be humane. The sovereign must protect “the majesty of the laws” if these are to have any power. This sometimes fails. Under the Roman Republic “the corruption of manners . . . led to an endless multiplication of laws.”

Frederick cites the Twelve Tablets of Rome, inspired by Solon, among the best laws. These had notably legalized posthumous recognition of children (in cases where the alleged father died before birth) and divorce: “These laws, so equitable and so just, restrained citizens’ freedom only in the cases when their abuse of it could harm the calm of families and the security of the republic.”

However, in judging what individual liberty and equal rights citizens should have, Frederick stresses that the aim must always be the public good. Many restrictions on individual liberty and “discriminations” against classes of citizens might at first appear unjust, but are actually upon closer examination found to serve the general welfare. Frederick cites the German practice of primogeniture in this regard:

Whoever has bothered to the examine the laws with a philosophical spirit will have no doubt found many which at first appear contrary to natural equity, and which however are not so. I content myself with citing the right of primogeniture. It seems that nothing is more just than sharing the paternal estate equally among all children. However experience proves that the most powerful inheritances, subdivided into many parts, reduce over time opulent families to indigence; which has led father preferring to disinherit their younger sons rather than prepare their house for a guaranteed decadence. And for the same reason, laws which appear bothersome and harsh with certain individuals are not less wise, so long as they tend towards the entire society’s advantage; this is a whole to which the enlightened legislator will constantly sacrifice the parts.

Thus, discrimination against younger sons, while unfair for those concerned, can be justified by its strengthening of the continuity of the family house. (I note in passing that some have claimed this passing on of the family household to  the first-born son has contributed to the strong German tradition of family businesses [the famous Mittelstand]. Conversely, the French Revolution’s egalitarian law of succession overrode the father’s will and equally distributed property among sons. Thus, estates tended to disintegrate over time. Some have blamed the catastrophic and lasting decline of French fertility in this period on these provisions, bourgeois fathers seeking to reduce their offspring to maintain their households.)

Certainly the American and French revolutionaries would not deny the importance of the general welfare, but Frederick is more explicit: the public good must come before the individual interest and narrow “rights.” In this he echoes the wisdom of classical philosophy, as when the Roman emperor and Stoic philosopher Marcus Aurelius [4] wrote: “What brings no benefit to the hive brings none to the bee. [. . .] What causes no harm to the city causes no harm to the citizen.”

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Patriarchy: A Realistic Ideal

Frederick ascribes an enormous role to the père de famille, the family father, both in the historical foundation of law and in establishing good laws in the present. He begins his historical account as follows:

It seems probably that family fathers were the first legislators: the need to establish order in their houses no doubt forced them to make domestic laws. Since these first times, and when men began to assemble in cities, the laws of these particular jurisdictions were found to be inadequate for a more numerous society. [. . .]

Disorders accrued in the cities, news vices were born, and the family fathers, as those with the greatest interest in repressing them, agreed, for their security, to oppose this excess.

Towards his conclusion, Frederick presents patriarchy as one of the best forms of government given humanity’s imperfect nature. He describes first a utopia in which government and laws would perfectly regulate society like clockwork:

A body of perfect laws would be the masterpiece of the human spirit concerning the government’s policy: one would observe there a unity of plan and rules so exact and proportioned, that a State driven by these laws would resemble a watch, whose springs have been made for one same goal; one would find there a deep knowledge of the human heart and the genius of the nation; punishments would be tempered, so that by maintained good manners, they would be neither light nor harsh, clear and precise rulings would never lead to legal dispute; they would consist in an exquisite choice of all that has been best in civil laws, and in an ingenious and simple application of these laws to the customs of the nation; all would be foreseen, all would be combined, and nothing would be subject to inconveniences: but perfect things do not pertain to humanity.

Human beings being imperfect, Frederick instead offers patriarchy as a realistic regime. Under patriarchy, the government’s public-spiritedness is ensured by a sense of family belonging with the people:

The peoples would have reason to be satisfied, if legislators placed themselves in their regard in the same mental dispositions of these family fathers who gave the first laws: they loved their children; the maxims they prescribed had as their goal only the happiness of their family.

This perspective largely resonates with evolutionary psychology’s later view that feelings of kinship enable in-group altruism and more generally on the centrality of family to human psychology.

Frederick highlights numerous examples throughout history of the importance of the father in law: parricide was so unthinkable to Solon he made no mention of it in his laws, while the Romans made the mere intention of parricide punishable by death. This did not mean the father should enjoy unlimited and tyrannical power, as Frederick also writes:

No laws revolts humanity more than this right of life and death which fathers had over their children in Sparta and Rome. In Greece, a father who was too poor to provide for the needs of a too numerous family allowed the children born in excess to perish; in Sparta and in Rome, if a child came to the world poorly-shaped, this sufficiently authorized the father to deprive him of his life.

It is worth observing here that if the killing of infants was not for an arbitrary individual purpose such as a father’s whim, but rather for a rational public purpose such as eugenics, this might meet Frederick’s criteria for a good law, given his previous assertion of the public good over individual interest.

friedrich_II.jpgFrederick’s advocacy of paternal authority is all the more poignant and significant in that his own father, Frederick-William, also known as the Soldier King, had been a harsh one. Frederick-William had often beaten his son and executed before Frederick’s eyes his youthful best friend (and possible lover), Hans von Katte, for “desertion.”

Undivided Authority

Frederick’s apology of patriarchy fits well with his arguing that the sovereign should enjoy undivided authority, free notably from parliaments. This enabled the sovereign to concentrate without distraction and formulate coherent laws. Coming from an absolute monarch, this was obviously not a disinterested position, but it was forcefully argued. Frederick stresses the dissensions between Senate and people which paralyzed the Roman Republic and writes on England:

Although England has many wise laws, it is perhaps the European country where they are the least in effect. Rapin Thoyras [a French historian] remarks very well that, by a vice of government, the power of the King is constantly in opposition to that of the parliament; that they watch each other, either to conserve their authority, or to extend it; which distracts the King and the representatives of the nation from the care which they should expend to maintain justice; and this turbulent and stormy government changes endlessly its laws by acts of parliament, according to whether the current situation and events forces it to do so; hence It follows that England is in the situation of more requiring reform of its jurisprudence than any other kingdom.

Frederick argues elsewhere that laws made by different authors will tend to contradict one another and be incoherent:

When in a State the laws are not assembled in a single body, there must be some who contradict each other; as they are the work of different legislators who did not work on the same scheme, they will lack unity which is so essential and so necessary to all important things.

He notes that nothing is worse for respect for the laws than internal contradiction. Hence, Frederick strongly argues for legal codification, citing many examples, from Justinian through Alfred the Great to Louis IX of France.

Frederick then explicitly rejects any doctrine of divided sovereignty or separation between executive and legislative authority, as found in the writings of Montesquieu and the American Constitution. No doubt Frederick would not be surprised by the often vague and incoherent texts produced by divided sovereigns, whether the representatives in the U.S. Congress or the heads of state of European summits.

To be continued . . .

Notes

1. My ability to directly study the Prussian tradition is sharply limited by my very inadequate knowledge of German. Concerning Frederick however, I am fortunate, as a blessed son of France, for the Great King wrote overwhelmingly in French. This reflected the preeminence of French as the European lingua franca of the eighteenth century and Frederick’s enthusiastic embrace of the French Enlightenment, or les Lumières. On other benefits of learning the French language, see Guillaume Durocher, “Learning French with Jean-Marie Le Pen,” [5] Counter-Currents, November 20, 2015.

2. As published in Johann Preuss, Œuvres de Frédéric le Grand, vol. 9 (Berlin: Royal Printer, 1848). http://friedrich.uni-trier.de/fr/oeuvres/9/toc/ [6]

3. Montesquieu is a possible but uncertain influence. Frederick makes clear in a letter that he had read Montesquieu’s Considerations on the Greatness and Decadence of the Romans. However, there is no mention of the French writer’s more famous Spirit of the Laws, which were published around the same time as the Dissertation’s writing.  There is confirmation that Frederick read the Spirit of the Laws afterwards. Anne Baillot and Brunhilde Wehinger note a number of parallels: on the law as representing the progressive development of human reason (Montesquieu: “The law, in general, is human reason.”), on the need to adapt law to “national genius” and circumstances, on a gentle approach to abortion, and in supporting the ban of torture. Anne Baillot and Brunilde Wehinger, “Frédéric II, Roi-philosophe et législateur,” HAL.archive-ouvertes.fr (2013). https://hal.archives-ouvertes.fr/hal-00788671/document [7]

4. Frederick’s works appears to be largely unavailable online in English. French and German versions of his complete works are available in scanned and text formats from the University of Trier. However, these are only available page-by-page rather than by chapter or book, which make referencing somewhat obnoxious.

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[1] Image: http://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2016/11/Friedrich_ii_campenhausen.jpg

[2] the United States: http://www.counter-currents.com/2016/07/the-eternal-anglo-1/

[3] Tocqueville: http://www.theoccidentalobserver.net/2016/07/tocquevilles-patriotic-republic-nationalist-themes-in-democracy-in-america-part-1/

[4] Marcus Aurelius: http://www.counter-currents.com/2016/09/the-prayers-of-marcus-aurelius/

[5] “Learning French with Jean-Marie Le Pen,”: http://www.counter-currents.com/2015/11/learning-french-with-jean-marie-le-pen/

[6] http://friedrich.uni-trier.de/fr/oeuvres/9/toc/: http://friedrich.uni-trier.de/fr/oeuvres/9/toc/

[7] https://hal.archives-ouvertes.fr/hal-00788671/document: https://hal.archives-ouvertes.fr/hal-00788671/document

Enlightened Patriarchy:
Frederick the Great’s Principles of Lawmaking

Part 2

Moderation & Humaneness

Fried2-post.jpgThe sovereign has authority but, as with the father, this must be deserved. Frederick notes dispassionately that Publicola, one of the founders of the Roman Republic, had legalized tyrannicide. The laws must be fair and appropriate to the nation concerned, otherwise they will be soon be abolished and the people will revolt:

The legislators who establish laws in monarchies are typically themselves sovereign: if their laws are gentle and equitable, they will maintain themselves by their own accord, all individuals find their advantage in them; if they are harsh and tyrannical, they will soon be abolished, because they need to be maintained by violence, and the tyrant is alone against an entire people who only the desire to eliminate them.

Frederick argues that excessively harsh laws anyway cannot last. Draco, the first lawmaker of Athens, saw his notoriously tough legislation soon abrogated by Solon’s.

Frederick argues:  “Natural equity wishes that there be proportion between crime and punishment.” Punishment should take circumstances into account for “[t]here is an infinity between the destiny of a rich man and of an impoverished one.” Frederick claims that for a poor thief to steal a rich man’s gold watch was no great crime.

Frederick proposes a middle way between laxness and severity. He notes that the Ancient Egyptians did not punish thieves — the victims were legally allowed to rebuy their lost property from the thieves — a measure which was “the means of making thieves out of all Egyptians.”

In contrast, “[t]he French laws are of a terrible rigor,” for these prescribed the execution of domestic thieves so as to prevent the spread of their “seed.” Frederick claimed Prussia, by not executing nonviolent domestic thieves, had found the right balance:  “Prussian jurisprudence has found a temperament between the laxity of Egypt’s and the severity of France’s.” At the same time, he affirms harshness for the most evil crimes “so that the punishment is always in step with the crime.”

These considerations on humaneness were also linked to the abolition of torture. Frederick expresses revulsion for the practice of trial by ordeal in England and of “la question” (the seeking of confessions under torture) in France. Frederick banned torture in Prussia on his third day on the throne. He did so on the grounds that tolerance to pain was not necessarily correlated with virtue and that citizens should not be forced to incriminate themselves. This ban “caused a sensation in Europe” and put Prussia “at the vanguard of modernity.”[1]

With perhaps excessive rhetorical flourish, Frederick claimed to be taking “the side of humanity against a custom shameful to all Christians and civilized peoples, and, I dare to add, a custom as cruel as it is useless. [. . .] It would be better to forgive twenty guilty people than to sacrifice an innocent. [. . .] The question in Prussia was abolished eight years ago [. . .] we are certain to not confuse the innocent and the guilty, and justice is delivered no less.”

Other examples of humaneness are Frederick’s abolition of the Hurenstafe (the “Whores’ Punishment” instituted by his father, meaning execution by tying the woman in a bag and drowning her in a river) and a ban on hiding unwanted pregnancies and killing unwanted infants.

Frederick provides quite a long narration on the development of the laws and rights of Englishmen, including the Magna Carta, habeas corpus, and trial by jury: “the nation still conserves this privilege.”

Usury & Inequality

Frederick ascribes considerable importance to economic inequality and to the evil of usury in the history of the laws. He writes: “nothing makes more odious differences of condition than the tyranny which the rich exert with impunity over the miserable.” To this end, Frederick put limits on the ability to appeal, for prior to this those of means could appeal decisions in Prussia’s various courts almost endlessly.

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Frederick identifies usury, with the related self-reinforcing accumulation of wealth by an oligarchy, as a major cause of revolution throughout history, accounting for much social unrest in Athens and Rome. He even calls striking the right balance between lenders and debtors “the philosopher’s stone of jurisprudence”:

The laws concerning debtors are indisputably those which require the most circumspection and prudence on the part of those who publish them. If these laws favor creditors, debtors’ conditions become too difficult; an unfortunate accident can forever ruin their fortune. If, on the contrary, this law is to advantageous to them, it alters public confidence, by denying contracts which are founded on good faith.

This happy medium which, while upholding the validity of contracts, does not oppress insolvent debtors, seems to me to be the philosopher’s stone of jurisprudence.

It seems to me that wealth has a tendency to self-accumulate in a self-reinforcing fashion, as Marx famously analyzed. This is especially when these wealthy elites, which are typically cognitive/clannish cliques, capture the state. Then, the correction may only be achieved by a social revolution, whether enlightened or egalitarian.

National Genius

Though laws are fashioned by universal reason, they must be tailored to local circumstances, namely a nation’s geographical, political, and cultural character. Frederick stresses on several occasions that the laws must respect the “national genius” of the governed, what we might call national character:

We observe again, by examining the conduct of wise legislators, that the laws must be adapted to the kind of government and to the genius of the nation which must receive them; that the best legislators have had as their goal public felicity; and that in general all laws which are most in line with natural equity, with a few exceptions, are the best.

As Lycurgus found an ambitious people, he gave them laws more suited to making warriors than citizens; and if he banished gold from his republic, it was because interest is of all vices that most opposed to glory.

Solon himself said that he did not give the Athenians the most perfect laws, but the best laws they were capable of receiving.

Frederick then does not advocate a naïve universalism sometimes associated with the Enlightenment, but adaptation to national character. Solon’s laws differed from Lycurgus’ also in accordance with their maritime position, propitious for commerce.

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Conversely, Frederick asserts: “The laws indeed must accord with the genius of nations, or one must not hope for them to last.” To ignore national character is to build laws upon weak foundations, leading to their dissolution. Frederick cites the early Romans as an example of a democratic people, who hence rejected regimes dominated by the king or the propertied classes.

Frederick also argues that laws should be harsher for less civil nations, which are often less developed ones: “It finally seems to me that, among nations who have barely emerged from barbarism, the legislators must be severe; that, among civilized peoples, whose manners are gentle, one needs human legislators.”

This adaptation of laws to local political and cultural character naturally suits sovereigns such as Frederick, who can thus justify their independent particular choices while respecting those of others, contrasting with the ideology of intolerant world-empires, who claim universal jurisdiction.

Against Bad Laws & Lawyering

Frederick makes a number of general comments on avoiding bad laws. The laws must not be vague, for this leads to insincere, hair-splitting legal debate (“la chicane”) and judges must then “have recourse to the intention of the legislator.” Frederick argues that “The skillful legislator does not overload the public with superfluous laws.” An excess of laws leads to confusion and contradiction: “Few wise laws make the people happy.”[2] Laws should be replaced when these are “contrary to public happiness and natural equity, when they are enounced in vague and obscure terms, and finally when they imply contradiction.”

Frederick repeatedly attacks the use of rhetoric by lawyers, including Cicero, seeking to emotionally manipulate judges rather than stick to fact and logic. Frederick expresses considerable pride that his grand chancellor, Samuel von Cocceji, had legally banned rhetoric (I leave aside whether this measure was effective):

Prussia has followed this Greek custom, and if the dangerous refinements of eloquence are banned from pleas, this is thanks to the grand chancellor, whose integrity, understanding, and indefatigable activity would have done justice to the Greek and Roman republics, in the times when these were the most fecund in great men.

Questioning Convention: The Case of Aborted Bastards

Quite in keeping with a tradition of philosophy founded by Socrates, Frederick urges the questioning of convention in the formulation of the laws. Custom should be examined in the light of reason and reformed according to the public good. He notes that bad civil laws are often kept by a kind of inertia “to not shock the prejudices of the nation” and “purely because of their antiquity.”

Frederick did not however advocate an indiscriminate contempt for convention. On the contrary, he advises caution for men are “in the majority, animals of custom” therefore “it could be dangerous to touch them [customs],” for this may lead to more confusion than good. Frederick then advises a pragmatic and reasonable approach to tradition.

A large number of the historical events cited by Frederick seem to refer to this sort of approach, particularly with regard to warfare and natalism. The martial Spartans allowed men and women to train and wrestle together naked. Solon allowed women to remarry if their husbands were impotent. The Romans, at various times, passed laws subsidizing having of three children, recognizing posthumous children (when the father died before birth), and legalizing divorce.

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There is also a hint of Frederick’s contempt for Christian dogma as when he recounts of Romulus, the legendary founder of Rome:

He wanted the kings to have a sovereign authority in matters of justice and religion; he had no belief in fables ascribed to the gods; that we have for them holy and religious sentiments, attributing nothing dishonest to their blessed natures.

This too is quite in line with Plato’s Socrates, so eager to revise or suppress inherited myths and poems when these show the gods in an impious and irrational light. Frederick adds that Romulus considered the very walls of Rome to be “sacred,” the violation of which was the pretext for killing his brother Remus. This may be taken as a metaphor for the security of the city being a supreme religious imperative, overriding even the closest family ties.

Frederick provides a practical example of questioning convention with the case of the illegality of abortion, which was often punished by death. He considers this practice as barbaric as the Spartan and Roman fathers’ right to kill their children. In fact, Frederick does not argue for the legalization of abortion, but rather the elimination of the most common cause of abortion, which is the stigma of bastardy:

Is there not something quite harsh in the way which we punish abortions? God forbid that I would excuse the dreadful action of these Medeas who, cruel to themselves and to the voice of blood, suffocate the future race, if I dare to express myself so, without letting it see the day! But let the reader strip himself of all prejudices of custom, and let him deign to lend some attention to the reflections which I will present him.

Do not the laws attach a degree of infamy to secret childbirths? A girl born with a too gentle temperament, deceived by the promises of a scoundrel, does she not find herself, in consequence of her credulity, in the situation of having to choose between the loss of her honor and that of the unfortunate fruit which she has conceived? Is it not the fault of the laws to put her in such a violent situation? And does not the severity of judges deprive the State of two subjects at once, the runt who has perished, and the mother, who could abundantly repair the loss by a legitimate propagation? One responds to this that there are homes for orphan children. I know they save an infinity of bastards; but would it not be better to cut the evil by its roots, and conserve so many poor creatures who miserably perish, by abolishing the blemishes attached to consequence of an imprudent and flighty love?

Frederick then wished to prevent the abortion of bastards and the execution of their mothers, that manners be gentler and his state more populous.

Towards European Law?: The Case of Duels

Frederick’s second example of questioning convention is the practice of duels. Here, he notes that laws against dueling are often ineffective because of the contrary social stigma of those who reject them. A nobleman rejecting a duel is considered unmanly while a soldier may well lose employment by his loss of reputation. Thus, monarchs as powerful as Louis XIV of France and Frederick-William (Frederick’s father, also known as the Soldier King), had failed to eliminate the practice, as “duels changed their name.”

Frederick advises as the only solution the punishing of duelers following a mutual agreement among European countries to not grant asylum to the guilty:

If all the princes of Europe do not assemble in a congress, and do not agree among themselves to attach dishonor to those who, despite their rulings, attempt to slaughter each other in single combat, if, I say, they do not agree to refuse all asylum to this kind of killer, and to punish severely those who insult their peers, either in speech, or in writing, or by ways of deed, there will be no end to duels.

Let me not be accused of having inherited the visions of the abbot [Charles-Irénée Castel] de Saint-Pierre [a French writer who had imagined a world without war]: I see nothing impossible in individuals submitting their quarrels to the decision of judges, just as they submit the disagreements which decide their fortunes; and by what reason would princes not assemble in a congress for the good of humanity, after having held so many on subjects of lesser importance? I return to this, and I dare to assure that this is the only way to abolish in Europe this inappropriate point of honor, which has cost the lives of so many honest people whose fatherlands could have expected great services from.

Here again, Frederick wishes to save lives which could serve the nation. The assembly of European princes to establish common norms is an interesting prefiguring of the later bourgeois states’ exponential practice of negotiating European norms in various treaties. We cannot say that Frederick is advocating “European law” per se because he does not suggest the establishment of a purported suprastatal enforcer (e.g., a court).

Frederick reflects typical Enlightenment optimism:

To imagine that men are all demons, and to rail against them with cruelty, is the vision of ferocious misanthrope; to suppose that men are all angels, and to give up the reigns to them, is the dream of an imbecilic Capuchin monk; to believe that they are neither all good nor all bad, to reward good actions beyond their worth, to punish bad actions less than what they deserve, to have indulgence for their weaknesses and humanity for all, that is how a reasonable man must act.

Conclusion

As expressed in the Dissertation, Frederick the Great’s thoughts on lawmaking are striking for their modernity. One can certainly identify signs prefiguring our current troubles. His public circumspection and private contempt for organized religion is no doubt a forerunner a certain agnosticism culminating in nihilism. Frederick’s pleas for a humane approach, while understandable in those still-brutal days (try reading about premodern crime and punishment without flinching), can be taken to a demagogic excess.

However, Frederick is careful to always make his argument with reference to the public good: humaneness and innovation are interesting to explore, but if these clash with the general welfare, the latter must always prevail. Our time is one of individualism and egalitarianism, a time when laws are largely judged by whether they grant free caprice and “equal rights” to individuals. Frederick in contrast provides powerful arguments in favor of laws established by paternal authority for the well-being of the community as a whole and for the promotion of good socio-cultural norms.

Frederick furthermore argues forcefully for a pragmatic and rational approach to lawmaking. One should not be impious or contemptuous of custom for its own sake, but one should be willing to rationally examine and reform custom in light of the public good. Outside of utopias, Frederick saw enlightened patriarchy as perhaps the best possible form of government. The great philosopher Schopenhauer [2] would later concur with this assessment, seeing an autocratic and benevolent “national father” as the form of rule most suited to an imperfect mankind.

Frederick was opposed to a crude universalism and cognizant of the need to adapt legislation to national characteristics. At the same time, he saw himself as participating in a genuinely pan-European intellectual culture and on occasion advocated for joint solutions among the princes of Europe. Frederick the Great’s principles of lawmaking then retain all their relevance for European patriots today.

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Notes

1. Baillot and Wehinger, “Frédéric II, Roi-philosophe et législateur,” 13.

2. Frederick seems to have failed to implement the legal simplification he advocated. His Codex Fridericiani, which was worked upon during this period and sought to simplify Prussia’s plethora of laws stemming from innumerable traditions and jurisdictions,  was apparently enormous and unwieldy. Frederick writes that in Germany: “there is no circle, no principality, no matter how small, which does not have a different customary law; and these rights, through the length of time, have acquired force of law.”

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[1] Image: http://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2016/11/FrederickBerlinCrop.jpg

[2] great philosopher Schopenhauer: http://www.counter-currents.com/2016/03/schopenhauers-critique-of-democracy/

[3] Image: http://www.counter-currents.com/wp-content/uploads/2016/11/Laws.png

lundi, 14 novembre 2016

"Against Our Better Judgment" The Hidden History of How the U.S. Was Used to Create Israel,

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Review:
"Against Our Better Judgment"
The Hidden History of How the U.S. Was Used to Create Israel, by Alison Weir
 
Ex: http://www.unz.com
 
weir.jpgAlison Weir's relatively short book covers the history of Zionism in the United States from the last decades of the 19th century until the creation of the state of Israel in 1948. (She is working on a second volume that will carry this history to the present.) Its brevity does not mean, however, that it is in any sense superficial, as it brings out key historical information, all well-documented, that sets the stage for the troubled world in which we now live. While histories of Zionism have usually focused on Europe, Weir shows that American adherents of this ideology have been far more important than generally has been recognized

The basic theses of this book are encapsulated in the title and subtitle. The history of how American Zionists used America to create Israel was “hidden” in two respects. First, it was “hidden” in the sense that American Zionists often worked behind the scenes. More importantly, however, that history is known but has been kept hidden from the general public, who rely on the mainstream media, and exists almost exclusively in works produced by small publishers—often of a scholarly bent—read by only a few. As Weir points out, those who have tried to bring this information to the general public have suffered both venomous verbal attacks and economic threats that quickly silence the message and often destroy the messenger. This treatment obviously serves to prevent others from doing likewise—“Pour encourager les autres.”

America’s support for Israel ran “against our better judgment” in the sense that American foreign policy experts of the era covered by this work recognized that support for Zionist goals would damage American national interest and that this support only came about because of the political power of American Zionism.

While Weir is not a professional historian, she has intensively studied the literature on this subject for years, much of it rather arcane, as well as spending considerable time traveling in the region. Having a Ph.D. in history myself, I would like to point out that the writing of history does not require any specialized talents as are needed in such fields as theoretical physics or medicine, so that intelligent, hardworking laypersons can often produce works of great value. Weir does not purport to have pored over primary sources to discover new information, which is the hallmark of the professional historian’s craft, but rather synthesizes information from existing published studies that are largely unknown to the general public. Moreover, she brings to her work knowledge of the land and the peoples which she has picked up from her travels.

For those who still might find her background insufficient for her task, it should be further added that Israel apologist Alan Dershowitz, who lacks as far as I can tell any college degree in history, manages to produce works on Israel that are picked up by major publishers who would not think of publishing anything done by most academic historians. It might be added that academic historians, who specialize in monographs, would be loath to produce a comparable account of this subject from Weir’s perspective, since it would do little for their careers and might serve as their professional death knell.

While the book’s narrative is very readable and the key points can easily be digested by the average reader, it is nonetheless well-documented. To satisfy the more academic reader, the book has a section of extended endnotes longer than the narrative. I found the endnotes section valuable not only for confirming and expanding upon the content of the narrative but also in serving as a point of departure for additional research. I often switched from my Kindle book to a Web search, coming up with names of related books and articles that I would like to peruse, should I ever have the time to venture to a research library.

The work goes over a large number of little known but very important topics to demonstrate the powerful influence of Zionism over American foreign policy. Space, naturally, precludes me from discussing all the topics in detail so I have focused on those which seem to deal most directly with the major themes of the book.

The early political influence of Zionism is illustrated by the fact that in 1887 a Jewish American was made ambassador to the Ottoman Empire, which then controlled Palestine and was thus considered by Zionists as the key country with which to deal. This set the precedent of a Jewish ambassador to this country that was continued for the next 30 years, by which time the Zionist search for outside support had turned elsewhere.

The book brings up the central importance of Louis Brandeis and his disciple Felix Frankfurter in advancing the interests of Zionism. Brandeis was a noted social and economic reformer who was a Zionist and happened to be very close to President Wilson, who would put him on the Supreme Court in 1916, the first Jew to hold such a position. Even after joining the Supreme Court, Brandeis used this access to Wilson to promote Zionist interests, sometimes acting as a go-between for Wilson and British Zionists.

Brandeis would head the international Zionist Central Office during the teens but, perhaps even more significant, he would be a leading member of a secret society, the Parushim, the Hebrew word for “Pharisees” and “separate,” which covertly advanced the interests of Zionism in the United States and Europe. The Parushim was founded in 1913 by a University of Wisconsin philosophy professor, Horace M. Kallen, who ironically is considered to be the father of cultural pluralism in the United States. Obviously this idea conflicted completely with his support for the creation of a Jewish exclusivist state, but it is a contradiction that is rather commonplace among many Jews and liberal gentiles alike.

kallen.jpgKallen was regarded by some as first promoting the idea for what became the Balfour Declaration, which would set the stage for the modern state of Israel. He promoted this scheme in 1915 when the U.S. was still a neutral. He told a British friend that this would serve to bring the United States into World War I. It should be pointed out that at that time, despite serious diplomatic issues regarding German submarine warfare, the great majority of the American people wanted to avoid war and Wilson would be re-elected president in November 1916 on the slogan “He kept us out of war.” Kallen’s idea for advancing the Zionist goal, however, soon gained traction.

Frustrated in their efforts to achieve a Jewish homeland in Palestine from the Ottoman Empire, the American Zionists turned toward Britain to bring this about. In 1916 as World War I dragged on indecisively, Zionist leaders promised the British that in return for a Jewish homeland in Palestine—which the British could expect to gain from the Ottomans as one of the spoils of a victorious war—American Zionists would work to bring the United States into the war on behalf of Britain and its allies. Many British strategists at the time, such as Winston Churchill, believed that such an event would turn the tide for victory. Weir holds that it “appears” that the Zionists’ activity was one factor in bringing America into the war [1] and cites a number a number of reputable books and leading contemporary figures—such as then-British Prime Minister Lloyd George—that held that Zionists carried out their side of the bargain by pushing the United States into war.

The Balfour Declaration was a letter, dated November 2, 1917 (and coming out in the press one week later), from British Foreign Secretary Arthur Balfour to Walter Rothschild, a British Zionist leader, officially stating that Britain would use its “best endeavours to facilitate the achievement” of a Jewish Homeland in Palestine.

Now even to give attention to the Balfour Declaration in a history of World War I is somewhat outré; to claim that it caused the United States to enter war is one of those ultra-taboos. Although my Ph.D. was in American history with a focus on diplomacy (and a minor in 20th Century European history), never did I come into contact with anything about the Balfour Declaration in my college studies (which, granted, did not deal with the Middle East). I only knew about it from reading what the mainstream historical profession would regard as disreputable authors.

Reference to the Balfour Declaration and the Zionist role in it was considered one of the daring things done by the iconoclastic Israeli “New Historian” Tom Segev who discussed it in his book, One Palestine, Complete: Jews and Arabs Under the British Mandate (2000). In a lecture on his book that I heard at the University of Maryland in 2002, Segev, though acknowledging that the British goal was winning over Jews to their side [2], derided the idea of any real Jewish power, attributing that mode of thinking to “anti-Semitism.” In 2010, Segev expressed this view in a review of a new book on the Balfour Declaration: “Obviously there was no ‘Jewish power’ controlling world affairs, but Weizmann [3] successfully pretended that the Jews were in fact turning the wheels of history. For once, the anti-Semitic image of the Jews proved useful — they were believed to be so maliciously dangerous that one would do best to acquire them as allies rather than as enemies.”[4]

segev.jpgAlthough Segev is a daring historian who often rejects the Zionist myths on the creation of Israel, in this case he essentially relies on a classic Zionist-constructed strawman, which involves greatly exaggerating the view that the Zionists (and Jews in general) don’t like. It is highly doubtful that the British foreign office believed that Jews were so powerful as to be “turning the wheels of history.” (If that had been the case, one would think that the British would have offered Jews much more than Palestine from the very start of the war.) Furthermore, as noted earlier, Weir does not subscribe to anything like this Zionist strawman in regard to the Balfour Declaration, or anything else, I should add.

However, what is important is not only whether the American Zionists were able to bring the United States into a war, but that they made a solemn promise to a foreign country that they would try to do so. As a matter of fact, since Zionists such as Brandeis knew much about Wilson’s thinking and undoubtedly were kept abreast on what Germany was likely to do (it being well-known that Germany was suffering from the British “starvation” blockade and that politically powerful voices there wanted to retaliate by pursuing a harsher submarine policy toward neutrals such as the U.S.), they may have realistically thought in 1916 that there was a good chance that the United States would shortly go to war whether they interceded or not, which meant it would be a wise move to make such a deal and be able to get credit for a result that was not of their own making.[5]

It is also of significance that the American Zionists promised to push the U.S. into war not because they believed that it was in their own country’s national interest—as was the case for a number of prominent Americans such as former President Theodore Roosevelt—but solely for what they considered to be in the interests of world Jewry. Ascribing “dual loyalty” to any Jews is regarded as a classic anti-Semitic canard. In this case, however, the American Zionists’ position did not even rise to the level of “dual loyalty,” being purely singular in that it evinced no apparent concern whatsoever for American interests.

Linked to the Balfour Declaration, Weir points out that “American Zionists may also have played a role in preventing an early peace with the Ottoman Empire.”[6] In 1917, the U.S. State Department had heard that the Ottomans were becoming weary of the war, and it decided to send a secret mission to explore the possibility of detaching the Ottoman Empire from its alliance with the other Central Powers. Such a separate peace would likely leave the Ottoman Empire (or Turkey as it would become shortly)[7] in control of its Asian possessions, which would mean that since Britain would not gain Palestine, no home for Jews could emerge there.

This mission was headed by former Ambassador Henry Morgenthau, who, though Jewish, was not a Zionist. However, he was persuaded by Zionists such as Brandeis protégé Felix Frankfurter, who was a member of the mission’s delegation, to abandon the effort. In a meeting with Morgenthau, Chaim Weizmann, a leading British Zionist who was alerted by American Zionists as to the danger posed by Morgenthau’s mission, also played a major role in stopping the potentially-peacemaking mission, as is indicated in Weir’s endnotes.[8]

Other obstacles to the Zionists’ goal in Palestine would also arise soon after the end of the war in November 1918. Important Christian Americans who were intimately involved in the Near East and supported self-determination for the Arabs recognized that this could not take place if the Zionists were able to set up an ethnic Jewish enclave on Arab land. They went to the Paris Peace Conference which, among a number of issues stemming from World War I, would deal with the territorial settlement.

As a result of the divergent views on the future status of the territory to be given up by the Ottoman Empire, President Wilson decided to send an investigatory commission to the region, which became known as the King-Crane Commission.[9] In line with Wilson’s goal of national self-determination, the commission sought to discover how the region’s inhabitants wanted to be governed, and they overwhelmingly expressed opposition to a Jewish home in Palestine.

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Weir points out that “Zionists through Brandeis dominated the situation, however, and the report was suppressed until after the Peace Accords were enacted.”[10] At the Paris Peace Conference, Weir writes, “[t]he U.S. delegation was forced to follow Zionist directives.”[11]

kingcranebook.jpgOne minor criticism here is that the reader might incorrectly get the impression that the King-Crane Commission dealt solely with Palestine, while it actually involved all the territories severed from, or expected to be severed from, the Ottoman Empire (Turkey).[12] The issue of Palestine made up about half of the report on “Syria,” which also included present day Syria and Lebanon. The other two geographical sections of the report were “Mesopotamia” and “Non-Arabic speaking portions of the Former Ottoman Empire (Asia Minor).”[13] Thus the suppression of the commission’s report was likely due not only to opposition by Zionists, but also to other interested parties disturbed by its findings in areas other than Palestine. These parties would include the British, French and Greeks.

In regard to the report’s description of Palestine, however, Weir’s presentation was completely on the mark. The King-Crane report reflected extreme opposition to Zionism expressed by those Muslims and Christians who lived in Palestine as well as by those who lived in neighboring areas.

Weir points out that during the inter-war period, when Palestine was governed by Britain under a League of Nations mandate, which was intended to prepare the country for eventual independence, the American Zionists moved away from openly pushing for the establishment of an exclusivist Jewish state in Palestine since this ran counter to the temper of the times—which reflected American opposition to militant nationalism and dual loyalty, and respect for majority rule and national self-determination. Instead, Zionists focused on the development of Jewish institutions in Palestine, which would serve as a basis for a Jewish state. Zionist leaders, such as David Ben-Gurion, still viewed American support as key to their establishment of a Jewish state.

With World War II on the horizon, Zionists began to return directly to their goal of a Jewish state. A precursor of the current Israel lobby, the American Zionist Emergency Council (AZEC), began in 1939. In order to pressure the U.S. government to support a Zionist state, AZEC worked to establish more than 400 local committees under 76 state and regional branches to promote this goal. These committees distributed Zionist pamphlets, circulated petitions, and engaged in letter writing campaigns to promote the Zionist cause. AZEC also funded books, articles and academic studies for this same purpose.

By the end of World War II, Zionist efforts gave them considerable power in American politics. In order to appeal to the general American populace, they stressed the needs of the many Jewish European refugees, connecting the refugee problem to Palestine, the latter destination purportedly being the only solution to their existing homelessness. By this humanitarian argument, Zionists could thus appeal to many Americans who did not necessarily believe the Zionists’ contention that Jews had a historical right to control Palestine.

As Britain opted to turn over the troublesome issue of Palestine to the United Nations in 1947, Zionists pushed for a partitioning of Palestine between Jews and the indigenous Palestinian population. The partition plan discriminated in favor of the Zionists, since while the Jewish population comprised about 30 percent of Palestine’s population, the plan would award them with 55 percent of the land. And the Zionists’ real goal was not to be content with that amount but to also grab the remainder.

U.S. State Department officials strenuously opposed the partition plan, looking upon this approach as both contrary to America’s professed principle of national self-determination and its vital interests in the Middle East, where a vast majority of the governments and their people were vehemently opposed to Zionism. A leading State Department official in this opposition was Loy Henderson, Director of the Office of Near Eastern and African Affairs. Zionists viciously attacked him, demanding his removal and even threatening his family. The State Department chose to move him elsewhere and in 1948 President Truman named him Ambassador to Nepal, which kept him far away from anything to do with Palestine.

Removing Henderson, however, did not make the State Department favorable toward transforming any part of Palestine into a Jewish state. Among the higher level opponents were the head of the State Department‘s Division of Near Eastern Affairs, Gordon P. Merriam; Undersecretary of State Dean Acheson, who later became Secretary of State; and George F. Kennan, the State Department‘s Director of Policy Planning, noted as the architect of America’s containment policy against Soviet Communism.

The State Department was not the only part of the executive branch of the United States government that opposed the Zionist goal for Palestine. The newly-created CIA reported in 1947 that the Zionists were seeking goals that would be harmful to both Jews and “the strategic interests of the Western powers in the Near and Middle East.”[14] The Joint Chiefs of Staff opposed partition and expressed the prescient fear that the Zionist aim was to involve the U.S. in their conflict with their Middle East enemies.

Despite this opposition from a consensus of foreign policy and national security experts within his own government, Truman opted to support the Zionist partition plan for political reasons, relying heavily on the views of his domestic political advisor, Clark Clifford, who maintained that the Jewish vote and financial backing were necessary to win the presidential election in 1948. Truman‘s Secretary of State George Marshall, noted for the famed Marshall Plan that helped to rebuild devastated Western Europe, and Secretary of Defense James Forrestal remained staunchly opposed to what they regarded as Truman’s willingness to sacrifice vital national security interests on the altar of domestic politics.

Weir points out that a number of wealthy Zionist Jews provided financial support for Truman’s presidential campaign in 1948, which may put us in mind of Zionist mega-donors of today such as Sheldon Adelson. One of these backers was Abraham Feinberg who funded Truman’s epic whistle-stop train campaign. Truman would give Feinberg credit for his victory. As quid pro quo, the Truman administration remained inert when the CIA later reported that Feinberg was involved in illegal gun-running to Zionist groups in Palestine.

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I should add that while Truman has become something of an idol for recent historians, he was looked upon during his time as being driven by what would benefit his own political interest. As the redoubtable journalist H. L. Mencken quipped about Truman’s 1948 campaign: “If there had been any formidable body of cannibals in the country he would have promised them with free missionaries, fattened at the taxpayer’s expense.” In Truman’s defense, however, it should be pointed out that two of his key opponents in the 1948 presidential election, Republican Thomas Dewey and the left-wing Progressive Party candidate Henry Wallace, Franklin Roosevelt’s former Vice-President, were both staunchly pro-Zionist.[15]

Weir describes a number of Zionists who maintained personal contact with Truman and likely played a role in shaping his policies. David K. Niles, Truman’s executive assistant, was regularly briefed by the head of the Washington Office of the Zionist Organization of America and was believed to be passing top-secret information to the Israeli government. Truman’s long-time friend and former business partner, Eddie Jacobson, was a staunch Zionist with close access to Truman who would describe his information to be of “decisive importance.”[16] Sam Rosenman, a political advisor to Truman, screened State Department memos to Truman.

Although the United States had announced its support for the partition of Palestine, it was apparent that the partition plan still lacked the necessary two-thirds vote to pass in the UN General Assembly. Consequently, the Zionists were able to get a delay in the vote and used that time to intimidate or bribe opponents to reverse their positions.

For example, Weir notes that Wall Street financier and perennial presidential adviser Bernard Baruch threatened war-torn France that it would be denied aid from the United States if it voted against partition. David Niles was able to get rubber baron Harvey Firestone to tell the Liberian president that he would terminate his planned expansion in his country if it did not vote in favor of partition. Haiti was promised economic aid if it would change its vote and support the measure. Costa Rica’s President Jose Figueres was said to have received a blank checkbook to get his country’s vote.

As a result of this behind the scenes skullduggery, the UN General Assembly on November 29, 1947, voted in favor of the adoption and implementation of the partition plan as UN General Assembly Resolution 181. Although this resolution is widely believed in the United States to have created Israel,[17] Weir correctly points out that it “was of limited (if any) legal impact” since General Assembly resolutions, as opposed to those of the Security Council, are not binding on member states. Although the resolution recommended that the UN Security Council implement the partition, it never did.[18]

The effect of the General Assembly’s resolution, however, was to increase the fighting in Palestine. While the Zionist myth would have it that the Jews in Palestine were simply a peaceful community set upon by violent Arabs intent on genocide, Weir points out that Zionist military forces had been covertly preparing for war for some time. They had amassed extensive armaments, some of it coming illicitly from the U.S., and their troop numbers exceeded those of their foes even after five Arab governments had joined the fray. The traditional Zionist portrayal of Israel’s war for independence (which, of course, prevented independence for the Palestinians) as a David versus Goliath conflict in which the Jews miraculously overcame overwhelming odds is pure fiction, but it is still believed in many quarters today and continues to generate sympathy for Israel. On May 15, 1948, Zionists announced the establishment of their new state of Israel, for which they did not establish any boundaries.

sniego.jpgA quick aside here: somewhat ironically, in my view, Weir barely touches on the United States decision to recognize Israel. Moreover, what does exist is largely in the endnotes. Although there will be a second volume to Weir’s history, and the cut-off point for this volume has to be somewhere, still the fact that the book does make reference to events in 1948 would seem to have made it appropriate to discuss in some detail the issue of America’s quick recognition of Israel.

A number of interlocking organizations operated in the U.S. to raise money for Zionist paramilitary groups in Palestine, though this goal was kept secret. These organizations were under the direction of the leader of the Irgun Delegation, Hillel Kook, who operated under the name of Peter Bergson. During World War II, these organizations purported to be trying to alert people to the genocide of European Jews and trying to rescue those still alive. By promoting this purpose these organizations were able to attract substantial public support, including from those who would be repulsed by their funding of terrorist activities, which, Weir implies, was their real intent. The latter, she maintains, was made manifest by the organizations’ failure to actually rescue Jews from Europe.

The Irgun group engaged in numerous public activities to raise money, one of the most successful being a pageant entitled “We Will Never Die!” which, woven within the backdrop of the Nazi genocide, celebrated the Jewish contribution to Western civilization. Written by Ben Hecht, an Academy Award-winning screenwriter, the pageant included such Broadway and Hollywood celebrities of the era as Edward G. Robinson, Dean Martin, Frank Sinatra, and Leonard Bernstein. Forty thousand attended the extravaganza’s New York performances. It went on to play in a number of other large American cities. The group produced a number of other plays and rallies, one of which featured a young Marlon Brando, and raised $1 million.[19]

Some American Zionists, Weir observes, actually planned terrorist activities outside of Palestine in order to influence developments there. One such terrorist activity conceived by a group of American Zionists headed by an Orthodox Rabbi named Baruch Korff consisted of a plan to drop bombs along with threatening leaflets on the British foreign office in London, or anywhere in London if that were too difficult. The airplane pilot sought for this task, however, went to the Paris Police—he and Korff both being in France at the time—and Korff was arrested. Powerful people rushed to Korff’s defense and the charges were dropped. Korff thus was able return to his former activities in America as if nothing had happened. With this particular event thrown down the Orwellian “memory hole,” Korff resurfaced over two decades later as a public figure close to President Richard Nixon, influencing the latter’s Middle East policies.

The amount of money raised for Zionist groups during in the United States during these years is impossible to calculate accurately, but it would be enormous. Weir writes that between 1939 and May 1948 the Jewish Agency for Israel alone raised the equivalent of $3.5 billion in today’s dollars.

David Ben-Gurion, then de facto leader of the Jewish community in Palestine, realized that the international concern for Jewish refugees could be used to advance the cause of a Jewish state by making it appear that no other safe refuges for Jews existed. Weir illustrates this deception by a discussion of the famous ship Exodus, which carried Holocaust survivors to Palestine when the British were not allowing illegal immigration there.

Weir points out that what is generally unknown to the public is that the French were willing to take in those Exodus refugees but Ben-Gurion rejected that solution, forcing those survivors to remain on board the ship for seven months. Weir quotes historian Baruch Kimmerling on the significance of the Exodus affair: “Ben-Gurion‘s strategy in the Exodus affair paid off. The fate of the refugee ship attracted considerable and sympathetic attention around the world, and served the Zionist cause well. Few observers at the time knew that many of the refugees from the Exodus had applied for immigration visas to the United States, and were hardly anxious to settle in Israel . . . . By dramatizing the fate of the survivors, in whom he had little interest except as future residents of the state he was building . . . Ben-Gurion helped to make Israel the world’s chief power broker over Jewish affairs.”[20]

urisexo.jpgWeir includes a brief reference to Leon Uris’s bestselling 1958 novel on the Exodus ship, and though it falls outside the chronological purview of this volume, I would add that the impact of the already mythologized Exodus event was greatly magnified by Uris’s book, which sold over 7 million copies and was turned into a blockbuster movie in 1960 by Otto Preminger, a leading film director of the era. The film has been identified by many commentators as having greatly enhanced support for Israel in the United States by Jews as well as gentiles and in the view of some scholars this movie has had a lasting effect on how Americans view the Israeli–Palestinian conflict. Weir even acknowledges that it had initially shaped her thinking on the subject.[21]

While the pro-Zionist propaganda that inundated the American media played up the existence of Jewish refugees who allegedly sought to come to Israel, there was little popular attention paid toward the hundreds of thousands of Palestinians who were being driven from their homeland as a result of Zionist massacres and other forcible expulsion measures. A State Department study in March 1949 found the American public was “unaware of the Palestine refugee problem, since it has not been hammered away at by the press or radio.”[22]

To underscore the importance of what Weir presents on this subject, it should be pointed out that until fairly recently, Israel’s denial of ever having expelled the Palestinians dominated the public discourse in the U.S. It was alleged that when Arab armies were about to invade the newly-declared state of Israel, Palestinians left their homes in the new Israel at the behest of their leaders, expecting to return with the victorious Arab armies. Beginning in the 1980s, however, Israel’s so-called “New Historians,” relying on newly released Israeli documents, exploded this myth. They concluded that the major cause of Palestinian flight was Israeli military action, which included terrorist massacres and the fear of them.

Even without the discovery of this Israeli documentary evidence, or any other documentary evidence for that matter, the use of the cui bono test would strongly point to Zionist culpability for the removal of the native Palestinians. For the Zionists planned to create a state that was both democratic and Jewish. This would be impossible if a large number of non-Jewish people, who were largely hostile to Zionism, resided within the country. From this fact, it would seem reasonable to conclude that the emptying of Palestine in 1948 was not a serendipitous development from the perspective of the Zionists, but one that was intentionally brought about by them.

Weir observes that U.S. State Department experts at the time were aware of Israel’s inhumane actions and sought to take action to at least moderate Israel’s effort to achieve a permanent removal of Palestinians. The State Department threatened to withhold $49 million of unallocated funds from an Export-Import Bank loan to Israel if it did not allow at least 200,000 refugees to return to their homes. Although Truman sympathized with the Palestinians’ plight, and in early 1948 even briefly considered backtracking from the partition and supporting a UN trusteeship for the entirety of Palestine, he ultimately prevented the State Department’s move from being implemented.

Weir points out that those in the mainstream media who attempted to alert the American people to the reality of the dispossession of the Palestinian people were effectively prevented from doing so by pro-Zionists. The latter relied on hurling the career-destroying charge of “anti-Semitism” and threatening economic measures to harm any media outlet that would dare to disseminate information they deemed to be too negative toward Israel.

The individual whom the Zionists caused to fall the farthest was Dorothy Thompson. Weir deserves much credit here for pulling this once well-known figure out of the Orwellian memory hole. Thompson happens to have been one of the principal figures in my doctoral dissertation titled, ”The Intellectual Wellsprings of American World War II Interventionism, 1939-1941.”[23] And I have added a few additional points to what Weir has in her book to illustrate the high reputation Thompson had at one time.

Thompson was an early and persistent critic of Nazism. She had an interview with Hitler in 1931 before he had become German Chancellor, which was made into a book. Thompson portrayed Hitler and Nazism in a negative light and in 1934, the now Nazi government of Germany expelled her when she attempted to visit the country. From 1934 onward, the bulk of her writing dealt with the danger posed by Nazism to the Western democracies. After the start of World War II in Europe in September 1939, Thompson was a staunch interventionist who initially advocated greater American aid to the allies but by the latter part of 1941 she was advocating American entrance into the war.

doroth.jpgIn 1939, Time Magazine named Thompson the second most popular and influential woman in America behind Eleanor Roosevelt.[24] She spoke out about anti-Semitism and the plight of the Jews in Europe, and urged a relaxation of immigration restrictions so the U.S. could be a safe haven for Jews under threat in Europe. She also was a strong supporter of Zionism.

In early 1945 she took a trip to Palestine where she saw firsthand Jews oppressing Palestinians. She came to realize that the Zionists sought to create a Jewish exclusivist state, not one that would include all of its current inhabitants. Her criticism of Zionism led to charges against her of “anti-Semitism” and even pro-Nazism, as absurd as that was given her background.[25] As a result of this all-out Zionist attack, newspapers began to drop her columns. Especially harmful was her loss of an outlet in New York City—where she had received a large proportion of her income—when the New York Post dropped her column with no other major New York City daily being willing to pick it up. Her radio program and speaking engagements also disappeared. Despite these problems, Thompson would not back away from her criticism of Zionism. And she continued to do so in the dwindling number of newspapers that still took her column, which did not end until 1958.

It is significant that the black-out of Dorothy Thompson has continued after her death, and perhaps even become worse. In the effort to make the subject of American history more inclusive, recent historians have often added women who were little known in their own eras, whereas Thompson who had been an important figure remains unmentioned. It seems likely that she has remained largely unmentioned both for what she had to say about Zionism and also by the fact that she was blacklisted by pro-Zionists, the power of whom one is not allowed to publicly acknowledge. (This contrasts with those Americans who were blacklisted for being pro-Communist, who are now often praised as martyrs because of this treatment.)

To conclude the review, it should be emphasized that this concise book should be of value to a wide audience. The general reader with little background knowledge should easily pick up a number of key points that serve to dispel the many myths that loom large today in the mainstream media, while even those individuals familiar with the subject are almost guaranteed to profit from little known facts, especially in the notes section, that should augment their knowledge. And it is essential that many more Americans become aware of this knowledge if America’s position is to change regarding Israel and the Middle East in general. Such a change is essential not only to bring about some degree of justice for the Palestinians but in order to extricate the United States from the debilitating regional conflicts that its close connection with Israel has entailed. It will be interesting to see how Weir, in her forthcoming volume, deals with the problems America has faced in more recent years that ineluctably derived from the events described in this work.

References

[1] Alison Weir, Against Our Better Judgment: The Hidden History of How the U.S. Was Used to Create Israel, (CreateSpace Independent Publishing Platform, 2014), Kindle Edition, Kindle Location 364. Weir contends that there were a number of factors that caused the United States to enter World War I in April 1917, some of which she lists, and that “Zionism appears to have been one of those factors.”

[2] Some historians have diluted this Jewish factor, attributing motivation to British foreign policy goals in the Near East. A Jewish homeland allegedly could serve as a buffer zone that would protect the Suez Canal.

[3] Chaim Weizmann was a leading figure in the Zionist movement who served as President of the Zionist Organization and later as the first President of Israel.

[4] Tom Segev, “‘View With Favor’, Review of The Balfour Declaration: The Origins of the Arab-Israeli Conflict by Jonathan Schneer, International New York Times, August 20, 2010, accessed December 13, 2015, http://www.nytimes.com/2010/08/22/books/review/Segev-t.ht...

In other parts of his review, Segev’s analysis is impressive. For example he writes: “The Balfour declaration thus finds its place among a multitude of fruitless schemes and indulgent fantasies, except, of course, that in this case, surprisingly, the British by and large kept their word. For at least two decades they allowed the Zionist movement to bring hundreds of thousands of Jewish immigrants into Palestine, and these new arrivals set up hundreds of settlements including several towns, as well as the political, economic, military and cultural infrastructure of the future state of Israel. But if Israel’s existence originated with the British, so did the Palestinians’ tragedy.”

[5] The controversial House-Grey memorandum, developed with Britain in February 1916, stated that at an appropriate time Wilson would call for a peace conference. If the Allies accepted the offer and Germany rejected it or acted intransigently at the conference, the United States would go to war against Germany. And if Germany accepted the offer and a peace conference did take place, the settlement would not be unfavorable to the Allies. Wayne S. Cole, An Interpretive History of American Foreign Relations (Homewood, Ill.: Dorsey Press, 1968), 363

[6] Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Location 449.

[7] The Wikipedia entry for “Ottoman Empire,” states that the “’Ottoman Empire’ and ‘Turkey’ were often used interchangeably, with ‘Turkey’ being increasingly favored both in formal and informal situations. This dichotomy was officially ended in 1920–23, when the newly established Ankara-based Turkish government chose Turkey as the sole official name,” accessed December 13, 2015, https://en.wikipedia.org/wiki/Ottoman_Empire .

[8] Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Locations 2668-2669 .

[9] The King-Crane Commission was originally created as the American Section of the Inter-Allied Commission on Mandates in Turkey, which was also to include British and French members, and be like a number of other fact finding missions stemming from the Paris Peace Conference of 1919. These two countries failed to participate. Ken Grossi, Maren Milligan, and Ted Waddelow, Restoring Lost Voices of Self-Determination: Background to the Commission, August 2011, Part of the King-Crane Commission Digital Collection, Oberlin College Archives, accessed December 13, 2015, http://www.oberlin.edu/library/digital/king-crane/intro.h... .

[10] Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Locations 502-503.

[11] Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Location 505.

[12] The King-Crane Commission Report, August 28, 1919, http://www.hri.org/docs/king-crane/. The report includes discussions of territory intended to have been taken from Turkey in the Treaty of Sevres, which Turkey never accepted and was not implemented.

[13] Ibid.

[14] Quoted in Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Location 798.

[15] Wallace had no chance of winning the election but Truman’s backers feared that he could syphon off enough liberal votes in large Northern and Midwestern states to enable Dewey to win the election. The issue of Israel did not play a role in Strom Thurmond’s 1948 campaign in the South, which focused on states’ rights and racial issues.

[16] Quoted in Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Location 894.

King-Crane Commission Report, August 28, 1919.

[17] Jeremy R. Hammond, “The Myth of the U.N. Creation of Israel,” Foreign Policy Journal, October 26, 2010, accessed December 13, 2015, http://www.foreignpolicyjournal.com/2010/10/26/the-myth-o...

[18] More than this, the UN General Assembly, after the vote, created another committee that came to quite different conclusions. Jeremy Hammond writes: “The Ad Hoc Committee on the Palestinian Question was established by the General Assembly shortly after the issuance of the UNSCOP report in order to continue to study the problem and make recommendations. A sub-committee was established in turn that was tasked with examining the legal issues pertaining to the situation in Palestine, and it released the report of its findings on November 11. It observed that the UNSCOP report had accepted a basic premise ‘that the claims to Palestine of the Arabs and Jews both possess validity’, which was ‘not supported by any cogent reasons and is demonstrably against the weight of all available evidence.’ With an end to the Mandate and with British withdrawal, ‘there is no further obstacle to the conversion of Palestine into an independent state’, which ‘would be the logical culmination of the objectives of the Mandate’ and the Covenant of the League of Nations. It found that ‘the General Assembly is not competent to recommend, still less to enforce, any solution other than the recognition of the independence of Palestine, and that the settlement of the future government of Palestine is a matter solely for the people of Palestine.’’’ Hammond, “The Myth of the U.N. Creation of Israel.”

[19] Marlon Brando was very close to Jews before he became a movie star and later donated a considerable amount of money to Zionist causes. He expressed more negative views of Jews toward the end of his life. See: Allan M. Jalon, “How Marlon Brando Became Godfather to the Jews,” Forward, September 16, 2015, accessed December 13, 2015, http://forward.com/culture/320671/how-marlon-brando-becam...; Danielle Berrin, “Marlon Brando and the Jews,” Jewish Journal, July 30, 2014, accessed December 13, 2015, http://www.jewishjournal.com/hollywoodjew/item/marlon_bra....

[20] Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Locations 1249-1256.

[21] The movie had an all-star cast (and a very popular, award winning theme song), which included: Paul Newman, Eva Marie Saint, Peter Lawford, Sal Mineo, and Lee J. Cobb.

[22] Weir, Against Our Better Judgment, Kindle Locations 1370-1371.

[23] Stephen John Sniegoski, “The Intellectual Wellsprings of American World War II Interventionism, 1939-1941,” (PhD diss., University of Maryland-College Park, 1977).

My research on Thompson included a visit to the archival collection of her papers at the George Arents Research Library at Syracuse University in Syracuse, New York, in 1976, where I perused some material dealing with her break with American Jews, which was outside the scope of my dissertation.

[24] Thompson’s correspondence in her manuscript collection at Syracuse University illustrates her importance. The Overview of the Collection states: “Correspondents include authors (John Gunther, Wallace Irwin, Alfred M. Lilienthal, Edgar A. Mowrer, Vincent Sheehan, Johannes Urzidil), literary figures (Jean Cocteau, Rose Wilder Lane, Thomas Mann, Rebecca West), politicians and statesmen (Bernard M. Baruch, Winston Churchill, Ely Culbertson, Ralph E. Flanders, Felix Frankfurter, Charles de Gaulle, Cordell Hull, Clare Boothe Luce, Jan Masaryk, Gamal Abdel Nasser, Franklin D. and Eleanor Roosevelt, Harry S. Truman).” Overview of the Collection, Dorothy Thompson Papers, Syracuse University Libraries, accessed December 13, 2015, http://library.syr.edu/digital/guides/t/thompson_d.htm.

[25] Thompson’s relationship with American Jews actually began to sour toward the end of the war before the emergence of the issue of Zionist mistreatment of Palestinians. She differed with the Jewish establishment regarding her opposition to the Anglo-American incendiary bombing of German cities, which involved the killing of tens of thousands of civilians, and also the demand for a Carthaginian peace with Germany that was reflected in the Morgenthau Plan. She viewed these actions as violating the alleged idealistic purpose of the war, whereas many Jews sought punishment of the German people because of what the Nazis had done to their co-religionists.

dimanche, 13 novembre 2016

Le renouveau de la pensée d’Ernest Renan

À l’heure où les passions religieuses, de nature irrationnelle et parfois mortifère, s’imposent dans le débat politique quotidien, pourquoi ne pas lire Ernest Renan ?

Breton, né en 1823 à Tréguier (Côtes d’Armor), dans une famille à la fois terrienne et maritime et descendant d’émigrés gallois, Ernest Renan, destiné à l’Église catholique romaine, développa, plutôt que d’entrer en religion, la libido sciendi, c’est-à-dire la soif de connaître.

Entre foi et raison, entre dogme et logos, Ernest Renan entreprend une histoire des religions. L’analyse du prophète chrétien dans La vie de Jésus (1863), premier tome d’une Histoire des origines du christianisme qui comprend sept volumes, lui vaut les foudres de Rome. Malgré les qualités recensées de Jésus, qu’il considère plus comme un homme divin qu’un dieu fait homme, La vie de Jésus soulève les passions. Pour Renan, la biographie de Jésus doit être comprise comme celle de n’importe quel autre homme, et la Bible doit être soumise à un examen critique comme n’importe quel autre document historique.

L’abbé Lambert, qui a personnellement connu Renan lors de son séminaire à Saint-Sulpice, à Paris, déclare s’être lavé les mains après avoir mis le livre au feu… Le pape Pie IX lui-même le déclare « blasphémateur européen ». Le mouvement anti-Renan est puissant mais la diffusion de son ouvrage prend de l’ampleur.

Entre l’Orient, où est né le christianisme, où il a longuement voyagé et l’Occident européen, Renan retrouve la paix intérieure devant l’Acropole d’Athènes l’année suivante, en 1864. Il adresse une prière au « souverain Jupiter » dont parlait Dante. La Prière sur l’Acropole paraîtra en 1876.

renanSX350_BO1,204,203,200_.jpgProfondément européen, il prôna l’alliance de la France avec l’Angleterre et l’Allemagne, anticipant le temps des empires.

Honni par les cléricaux et les républicains, ce « conservateur libéral » donna à la fin de sa vie (1882, Qu’est-ce qu’une nation ? ), cette célèbre définition de la « nation », véritable « plébiscite de tous les jours » sans oublier le lien entre le peuple qui la compose : « Ce qui constitue une nation, c’est d’avoir fait de grandes choses dans le passé, et de vouloir en faire encore dans l’avenir », affirma-t-il.

En mai 1892, ce régionaliste avant l’heure (il a publié L’Âme bretonne dès 1854), préside un « dîner celtique » tout en se préparant à la mort. Il quitta son écorce terrestre sans les derniers sacrements.

Ce membre de l’Académie française (1873), candidat malheureux aux élections législatives de Meaux en 1869, biographe de Jésus-Christ (!) ne mériterait-il pas d’être (re) découvert ?

Théoricien du nationalisme comme ciment patriotique plébiscitaire, européen avant les guerres civiles européennes du XXe siècle, homme enraciné dans sa Terre dont le discours repose plus sur la raison que la foi, Ernest Renan est à la croisée de l’ensemble de nos questionnements contemporains.

En 1949, Prosper Alfaric fonda le Cercle Ernest Renan. Cet ancien prêtre, historien spécialiste des religions, fut excommunié en 1933 après avoir publié son ouvrage Le Problème de Jésus et les origines du christianisme pour ses thèses sur l’inexistence historique de Jésus de Nazareth et de Marie. L’œuvre de cet érudit, à l’origine de la plupart des théories mythistes (thèse de l’inexistence historique de Jésus) a été remise à l’ordre du jour par le philosophe normand Michel Onfray qui a préfacé en 2005 la publication d’un regroupement des articles d’Alfaric sous le titre Jésus-Christ a-t-il existé ?

Depuis sa fondation, le Cercle, sans reprendre la thèse mythiste, poursuit la mémoire, au moins littéraire, du philologue et philosophe breton. Il s’évertue à approcher le religieux de la manière la plus large possible, y compris au niveau géopolitique.

Les Cahiers d’Ernest Renan viennent de faire place aux « Nouveaux cahiers ». Dans la première livraison (été 2016) des « Nouveaux cahiers », le président du Cercle Renan, Dominique Vibrac, qui vient de succéder à Guy Rachet, nous livre la deuxième partie de sa réflexion sur le thème de Transcendance et immanence dont la première partie est parue dans le dernier numéro des anciens cahiers (le n°273 tout de même…). Roger Warin revient, quant à lui, sur le séjour des Hébreux en Égypte avant la formation des royaumes d’Israël et de Juda et tente de rapporter la preuve de cette présence, condition sine qua non de l’exil emmené par Moïse et de la descente d’Abraham sur cette même terre. Enfin, Terry Bismuth évoque La religion dans le royaume de Juda. Ces deux derniers travaux illustrent la nécessaire étude du phénomène religieux à travers l’histoire, l’archéologie, les sciences…

Les prochains numéros des Nouveaux cahiers du Cercle Ernest Renan se donnent pour mission l’étude des religions à travers la rationalité scientifique.

Bien entendu, cet aspect n’aura pas un caractère exhaustif, Ernest Renan fut aussi un homme politique, un défenseur de l’identité celtique, un véritable patriote et un précurseur de l’ensemble européen.

Les Nouveaux cahiers ne feront donc aucune impasse sur l’homme Renan, qui avait fait de l’Acropole le centre de notre monde.

Un numéro de la première livraison des Nouveaux cahiers sera adressé sous format pdf pour toute demande à l’auteur de ces lignes : franck.buleux@orange.fr

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samedi, 12 novembre 2016

The Ancient Spiritual Roots Of Russophobia

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The Ancient Spiritual Roots Of Russophobia

Ex: http://thesaker.is

This article was written for the Unz Review: http://www.unz.com/tsaker/the-ancient-spiritual-roots-of-...

Introduction

The term “russophobia” (the hatred and/or fear of things Russian) has become rather popular in the recent years, courtesy of the anti-Russian hysteria of the AngloZionist Empire, but this is hardly a new concept. In his seminal book “Russie-Occident – une guerre de mille ans: La russophobie de Charlemagne à la Crise Ukrainienne” (“The West vs Russia – a thousand year long war: russophobia from Charlemange to the Ukrainian Crisis”) which I recently reviewed here, Guy Mettan places the roots of russophobia as early as the times of Charlemagne. How could that be? That would mean that russophobia predates the birth of Russia by a full two centuries? And yet, Mettan is correct, although even he does not paint the full picture.

What I propose to do today is not to discuss modern russophobia which has numerous causes and forms, but to look far back into history for the ancient spiritual roots of this relatively modern phenomenon.

My thesis will probably trigger even more condescending smirks, expression of outrage and accusations of bigotry and racism than usual. That is fine. In fact, I will welcome them as a visceral reaction to what I propose to uncover below. One glaring weakness of my argument will be that I won’t bother presenting numerous sources as evidence for my assertions. Not only am I not writing an academic paper here, I simply don’t have the time and space needed to substantiate all my claims. Still, all the facts and claims I make below are easily verifiable for anybody with an Internet connection. My goal today is not to convince the naysayers, but to offer a few hopefully useful pointers to those seeking to connect the dots and see the full picture. This being, said, let’s now go far back in time.

A 2000 year old dispute

Those who believe that the Romans crucified Christ better stop reading here and go back to the comfort of ignorance. Those who have actually read the New Testament or, for that matter, the basic Judaic texts on this topic, know that Christ was accused and executed for the crime of blasphemy: He claimed to be the Son of God, the Son of Man (a messianic title), the messiah announced by the prophets and that He was God: “Verily, verily, I say unto you, Before Abraham was, I AM” (John 8:58) (this “I AM” is a direct reference to Exodus 3:14). This claim is what split the Jewish people into those who accepted Christ’s claims and believed Him and those who did not. What is interesting here, is the view which the Jews who did accept Christ had of those Jews who did not. As we all know, Saint John the Theologian wrote the famous words “I know the blasphemy of them which say they are Jews, and are not, but are the synagogue of Satan” (Rev 2:9). And Christ Himself said “If ye were Abraham’s children, ye would do the works of Abraham” (John 8:39). What we see here is the basis for a claim which was first made in the Apostolic times and which was later fully endorsed and further developed by the Church Fathers: those Jews who rejected Christ thereby lost their “Jewishness” and the “new Jews” are the Christians, regardless of ethnicity, which now have become the new “chosen people”. In our modern times of hyper-political correctness and generalized “ecumenical dialogs of love”, Christians are mostly ignorant of theses facts and, when they are, they dare not mention them in public. At a time when Popes declare that Jews are their “older brothers”, that they need not accept Christ and that Christians and Jews are awaiting the same 2nd coming of Christ, saying that Christianity denies Jews their very Jewish identity is definitely “mauvais ton”. But before the 20th century, this Christian claim that modern “Jews” were not really Jews anymore was common knowledge, both amongst Christians and amongst Jews.

[Sidebar: as I explained it in some details here, modern “Judaism” is not the religion of “Abraham, Isaac and Jacob” but the religion of Maimonides, Karo and Luria and has its roots in the teachings of the sect of the Pharisees, the Talmud and the Kabbalah. The closest modern heir to Christ-rejecting Jews of the times of Christ would be the Karaite sect. Modern “Judaism” really ought to be called “Phariseic Talmudism”. For a traditional Patristic look at Phariseic Talmudism, please see here and here]

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Conversely, Judaic teaching about Christ are not sympathetic either. A quick read of the Toldot Yeshu or, for that matter, the passages about Christ in the Talmud, will convince anyone in need of convincing that the Pharisees’ hatred for Christ was not satiated with His crucifixion. And lest anybody think that this is all racist drivel by blue-eyed Nazis, here is a good article on this topic from Ha’artez corroborating it all.

Nowadays an uninformed observer might erroneously conclude that there is a big love-fest between Judaics and Christians, but to the extend that this is true, this is solely due to the fact that most modern Christians and Judaics have long ceased to believe, think and act in accordance to their own traditions. The reality is that for traditional Christians, modern Judaics are fallen, lapsed, people who have failed to live up to their election by God and who now are determined to take by force what had been promised to them by God. For traditional Judaics, Christians are idolaters of the worst kind, as they worship a blaspheming magician, born of a promiscuous hairdresser and a Roman legionnaire, who was justly executed for his crimes and who now forever is confined to hell where he boils in excrements. And lest anybody believe that this hostility is only a matter of a long gone past, I would add that while the Judaics are still waiting for as their messiah, the Christian consensus patrum indicates that this Judaic messiah will be the very same person whom Christ and the Apostles called the Antichrist.

Why does all this matter? It matters because at the very core of it all is the claim that Gentiles have replaced Jews as the chosen people of God, that Christians are the “new Jews” and that modern day Jews are simply not Jews at all, not only because most of them are more Khazarian than Jewish, but because their faith, traditions and beliefs are not the ones of the ancient Jewish people as described in the Old Testament. In other words, Christianity says that Jews are not Jews.

A 1000 year old dispute

Western history books usually say that Rome was sacked in 410 and fell in 476. The former is true, but the latter is completely false as it conflates the city of Rome and the Roman Empire. Only the city of Rome and the western Roman Empire came to an end in the 5th century, but that very same Roman Empire continued to exist in the East for a full 1000 years (!), until the 1453 when the Ottomans finally captured the city of Constantinople. In fact, the imperial capital of the Roman Empire had been moved from Rome to the city of Constantinople, the “New Rome”, by the Emperor Constantine in 320. Thus, the Rome which, at various times, Visigoths, Vandals and Ostrogoths sacked was no longer the capital of the Roman Empire.

These two crucial dates, 476 and 1453, are often used to mark the beginning and the end of the Middle-Ages (along with other dates between the 5th and the 15th century). And since I am setting up the crucial dates for my argument, I will add another one here: 1054, the “official” date for the so-called “Great Schism” between, on one hand, Rome (the city) and, on the other, the other four Patriarchates founded by the Apostles: the Patriarchates of Alexandria, Antioch, Jerusalem, and Constantinople.

At this point, things get complicated and a halfway decent explanation of what really took place would require no less than 100 pages, including a discussion of dogmatic theology, culture, sociology and, of course, politics. The best I can provide at this point are a few bullet-point style sentences summarizing what happened:

The Franks, especially Charlemagne, decided that they would re-create the Roman Empire. To be truly Romans, the Franks also wanted to make their own, original, contribution to Christian theology. They did so by making an addition to the so-called “Symbol of Faith”, or “Credo” in Latin, a text which summarizes the key Christian beliefs. Furthermore, since they were now occupying Rome, the former imperial capital of the Empire, the Franks felt that they were in control of the spiritual capital of the Christian world and that, therefore, the rest of the Christian world ought to accept the primacy of the bishop of Rome – called the “Pope” – and his right to impose a new dogma on the entire Christian world. Following roughly 200 years of tensions between the (Frankish-occupied) Rome and the (still free) eastern Roman Empire the final separation took place in 1054 when the Pope excommunicated the Patriarch of Constantinople who then returned him the favor. What is important for our purposes is this: not only did the Frankish invasion of Rome mark the end of the Roman civilization in the West, it also cut-off the western world from the Roman Empire which continued to exist for another ten centuries. The process of severance between the two parts of the Empire began in the 5th century following the fall of the city of Rome and continued throughout the following centuries. During the 10th century, Rome suffered during the so-called dark ages (saeculum obscurum) and the so-called the “Rule of the Harlots” (pornokratia). At a time when the Roman Empire in the east was almost at the apex of its glory, the Franks were indulging in an orgy of destruction and corruption which completely changed the face of the western part of the European continent and completely severed the vital cultural and spiritual ties which had kept the Roman Empire together in the past centuries.

During the following 1000 years while the Roman Empire continued its existence in the East, the European Middle-Ages slowly and painfully gave birth to a new civilization, the West European civilization, which really took its first mature shape during the Renaissance with it’s re-discovery of the ancient Greek and Roman world. Whatever form this so-called “re-discovery” took, it is a fact that the 1000 years of the Middle-Ages separate modern western civilization from the Roman civilization and that modern Europe was born not of the Romans, but of the Franks. The (Orthodox) East, however, has never known any “Middle-Ages” and has maintained a cultural and religious continuity to the ancient Christian world and the Roman Empire.

rusofob_pic32.jpgIn the West, the so-called “Roman Catholic Church” (another misnomer – there is nothing Roman or “catholic” – meaning “universal” – about the Papacy as it is Frankish and local) likes to present itself as the original Church whose roots and traditions go back to the Apostolic times. This is simply false. The reality is that the religion which calls itself “Roman Catholic” is a relatively new religion, younger than Islam by several centuries, which was born in the 11th century of a rejection of the key tenets of the 1000 year long Christian faith. Furthermore, from the moment of its birth, this religion has embarked on an endless cycle of innovations including the 19th century (!) dogmas of the Papal infallibility and the Immaculate Conception. Far from being conservative or traditionalists, the Latins have always been rabid innovators and modernists.

Nowadays there are many Christian denominations out there, but only the Orthodox Churches can testify to the fact that the Frankish local Church is neither Roman, nor Catholic, that it’s roots are not in the Apostolic times, but in the (dark) Middle-Ages and that far from being a heir to the 2000 year old faith “which the Lord gave, was preached by the Apostles, and was preserved by the Fathers” to use the words of Saint Athanasios, the Latin faith is nothing but a collection of deviations from the original Christian faith.

The feared and hated witness

Now we see a pattern here. Both for the Judaics and for the Latins, the Orthodox Christians are the only witnesses out there who can (and do!) openly challenge not only their legitimacy, but their very identity. From an Orthodox perspective (and here I am referring to the traditional, Patristic, point of view) modern Jews are not Jews and the Catholics are not catholic. In both cases, we are dealing with very successful frauds, but frauds nonetheless. Orthodox Christians believe that they, and they alone, are both the real Jews and the real Catholics. Modern Jews are nothing but Pharisees while Latins are simply heretics. Jews were called to be the Chosen People while Rome used to be recognized as the “first amongst equals” by the other Patriarchates. Alas, in both cases a tragic fall from grace occurred in a manner reminiscent of Lucifer’s fall from Heaven (“How art thou fallen from heaven, O Lucifer, son of the morning!” Isa 14:12). And to those who would say that such a claim is preposterous, Orthodox Christians would simply point at the immense corpus of Patristic writings which has always supported that claim. The only option for somebody rejecting this claim is to reject Christianity itself.

My argument here is not a historical or theological one. Regardless of whether one accepts or not the Orthodox view of modern “Judaism” and “Roman Catholicism” – it is certain that both Judaics and Latin were quite aware of this view (there were plenty of polemical texts written over the centuries by all sides to this dispute) and that this challenge to their very legitimacy and identity was perceived as a monumental affront and, when supported by an immense and powerful empire like the Russian one, a mortal enemy which had to be either conquered or eliminated.

[Sidebar: Islam. It is interesting to note here that Orthodox Christianity, which Muslims called “Rum” as in Rome, in no way challenges the legitimacy or identity of Islam. While Islam and Christianity have plenty of irreconcilable theological differences, Muslims do not claim to be Jews or Christians. As for Orthodox Christians, they obviously do not claim to be the true or original, Muslims. Thus the co-existence of these two religions is not logically mutually exclusive even if their theologies are fundamentally incompatible].

The modern dispute

It would be ridiculous to claim that the cause(s) modern fear and/or hate of things Russian can all be explained by ancient theological arguments. In reality, neither Russia nor the West are all that religious nowadays. And while there is definitely a religious rebirth taking place in Russia, it remains also true that only a minority of Russians are truly religious or well-versed in Orthodox theology. Furthermore, there are plenty of reasons why some hate/fear Russia which have absolutely nothing to do with religion, including the fact that Russia is, and has always been, an unconquered military superpower, that the Soviet regime has oppressed millions of people in Eastern Europe and in the Soviet Union and that any more or less sovereign and independent regime in Russia stands as the main obstacle for the West to take control of Russia’s immense resources and many other reasons. As for (truly religious) Judaics and Latins, they are a small minority compared to the vast majority of largely agnostic people around them. In reality, modern russophobia has numerous independent “vectors” all contributing to a grand “sum vector” expressed in the West’s current policies towards Russia. And yet.

rusofob_pic27.jpgRegardless of the actual level of religiosity in Russia, Russia remains the objective historical and cultural heir to the Roman Empire: the First Rome fell in 476, the Second Rome fell in 1453 while the Third Rome fell in 1917.

[Sidebar: A Fourth Rome cannot happen simply because, unlike what happened with the First and Second Rome, the Third one could not “pass on” its role to a hypothetical Fourth one. Seventy years of Communist rule will forever remain and unsurmountable barrier between Russia the Third Rome and modern Russia and no true succession is now possible]

To ignore the historical importance of a Christian Roman civilization which lasted from the 4th to the 20th century would be a major oversight. Those 16 centuries have had a huge impact on the Russian culture, even upon those Russians who are only superficially religious or outright agnostic, and they still can be felt today. The same is true for what is called the “West” nowadays: what is the AngloZionist Empire if not the cultural continuation of the British Empire with the Zionist (and, thus, Judaic) element recently added to it? And don’t let the fact that Protestants and Anglicans are not “Roman Catholics” distract you from the reality that Protestantism itself is just the offspring from the spiritual intercourse between its Latin and Judaic parents, just as Freemasonry – the dominant ideology and worldview today – is the offspring resulting from the spiritual intercourse between of Protestantism and Phariseic Judaism. Whether we are aware of it or not, we live in “civilizational realms” which have ancient roots and our worldview and outlook on life are often shaped by a past which we often know very little about.

Conclusion

There is a clash of civilizations taking place. It does not primarily oppose a putative “Christian West” to Islam. For one thing, the modern “West” has long ceased to be Christian and should now be categorized as post-Christian. Furthermore, the Muslim world is not united and does not have the resources to meaningfully oppose the AngloZionist Empire. Until China, Latin America or some other civilization truly rises up to be able to challenge the current world order, Russia is the only country which will dare to openly challenge the very legitimacy of the western political system and the ideology it has been built upon. Modern Russia is both capable and willing to challenge the dominant western ideology (from Capitalism to the belief that homosexuality is a normal and healthy variation of human sexuality) precisely because of her position as the heir to, and continuator of, the Christian Roman Empire. True, for the past 300 years or so, Russia has been ruled by a generally westernized ruling elite, but that elite itself has always remained a foreign superstructure imposed upon the Russian nation which never truly identified with it. With Putin Russia has finally found a leader who does not represent the interests of the elites, but rather the interests of the vast majority of the population – hence Putin’s stratospheric popularity ratings. And that too frightens the West, especially the western elites who now feel that their rule is threatened by a nuclear superpower which is determined not to let them take over our entire planet. It is impossible to predict what will happen next. But it does appear likely to me that this ancient conflict between two fundamentally opposed spiritualities and civilizations will come to some kind of a resolution, for better or for worse, in the near future.

The Saker

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samedi, 05 novembre 2016

Jean Sévillia: "Pour empêcher que le monde se défasse"

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Jean Sévillia: "Pour empêcher que le monde se défasse"

Jean Sévillia est le rédacteur en chef adjoint du Figaro Magazine. L’écrivain et journaliste est surtout connu pour ses “écrits historiques de combat” parmi lesquels figurent 3 ouvrages indispensables : Historiquement correct, Moralement correct et Le terrorisme intellectuel. Depuis des années, contre la bien-pensance, Jean Sévillia s’efforce de rétablir un certain nombre de vérités que l’histoire officielle se refusait de diffuser. Grâce à un travail inlassable, l’auteur a permis de contrebalancer un passé réécrit où règne le manichéisme et l’anachronisme. Aujourd’hui, les Français peuvent porter un regard différent sur certains événements historiques comme la Révolution française et les guerres de Vendée. Pour Jean Sévillia, qui a été le premier intellectuel à dénoncer le politiquement correct, une véritable “révolution conservatrice” avance à visage découvert en France, malgré des maux qui ont pour nom le relativisme (le “tout à l’égo” raillé par Régis Debray) ou le multiculturalisme. Les Editions Perrin ont eu l’excellente idée de réunir les principaux essais historiques de Jean Sévillia en un seul ouvrage enrichi et réactualisé. Cela donne une somme indispensable pour comprendre que le rôle de Sévillia, pour reprendre une belle formule d’Albert Camus, est “d’empêcher que le monde se défasse”.



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lundi, 31 octobre 2016

A LIRE : Le Questionnaire, d’Ernst von Salomon

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A LIRE : Le Questionnaire, d’Ernst von Salomon

Ex: http://www.theatrum-belli.com

Le célèbre auteur des Réprouvés, cadet prussien qui racontera sa perception presque romantique de l’histoire des corps-francs d’après-guerre et du terrorisme des groupuscules nationalistes, a également publié en 1951 un livre fameux, Le Questionnaire, que Gallimard a la bonne idée de rééditer.

Questionnaire.jpgL’architecture générale du livre s’appuie sur les quelques 130 questions auxquelles les Américains demandèrent aux Allemands de répondre en 1945 afin d’organiser la dénazification du pays, mais en les détournant souvent et prenant à de nombreuses reprises le contre-pied des attentes des vainqueurs. A bien des égards, le livre est ainsi non seulement à contre-courant de la doxa habituelle, mais camoufle également bien des aspects d’une réalité que l’Allemagne de la fin des années 1940 refusait de reconnaître : « Ma conscience devenue très sensible me fait craindre de participer à un acte capable, dans ces circonstances incontrôlables, de nuire sur l’ordre de puissances étrangères à un pays et à un peuple dont je suis irrévocablement ». Certaines questions font l’objet de longs développements, mais presque systématiquement un humour grinçant y est présent, comme lorsqu’il s’agit simplement d’indiquer son lieu de naissance : « Je découvre avec étonnement que, grâce à mon lieu de naissance (Kiel), je peux me considérer comme un homme nordique, et l’idée qu’en comparaison avec ma situation les New-Yorkais doivent passer pour des Méridionaux pleins de tempérament m’amuse beaucoup ». Et à la même question, à propos des manifestations des SA dans la ville avant la prise du pouvoir par les nazis : « Certes, la couleur de leurs uniformes était affreuse, mais on ne regarde pas l’habit d’un homme, on regarde son coeur. On ne savait pas au juste ce que ces gens-là voulaient. Du moins semblaient-ils le vouloir avec fermeté … Ils avaient de l’élan, on était bien obligé de le reconnaître, et ils étaient merveilleusement organisés. Voilà ce qu’il nous fallait : élan et organisation ». Au fil des pages, il revient à plusieurs reprises sur son attachement à la Prusse traditionnelle, retrace l’histoire de sa famille, développe ses relations compliquées avec les religions et les Eglises, évoque des liens avec de nombreuses personnes juives (dont sa femme), donne de longues précisions sur ses motivations à l’époque de l’assassinat de Rathenau, sur son procès ultérieur et sur son séjour en prison. Suivant le fil des questions posées, il détaille son éducation, son cursus scolaire, son engagement dans les mouvements subversifs « secrets », retrace ses activités professionnelles successives avec un détachement qui parfois peu surprendre mais correspond à l’humour un peu grinçant qui irrigue le texte, comme lorsqu’il parle de son éditeur et ami Rowohlt. Il revient bien sûr longuement sur les corps francs entre 1919 et 1923, sur l’impossibilité à laquelle il se heurte au début de la Seconde guerre mondiale pour faire accepter son engagement volontaire, tout en racontant qu’il avait obtenu en 1919 la plus haute de ses neuf décorations en ayant rapporté à son commandant… « un pot de crème fraîche. Il avait tellement envie de manger un poulet à la crème ! ». Toujours ce côté décalé, ce deuxième degré que les Américains n’ont probablement pas compris. La première rencontre avec Hitler, le putsch de 1923, la place des élites bavaroises et leurs rapports avec l’armée de von Seeckt, la propagande électorale à la fin des années 1920, et après l’arrivée au pouvoir du NSDAP les actions (et les doutes) des associations d’anciens combattants et de la SA, sont autant de thèmes abordés au fil des pages, toujours en se présentant et en montrant la situation de l’époque avec détachement, presque éloignement, tout en étant semble-t-il hostile sur le fond et désabusé dans la forme. Les propos qu’il tient au sujet de la nuit des longs couteaux sont parfois étonnants, mais finalement « dans ces circonstances, chaque acte est un crime, la seule chose qui nous reste est l’inaction. C’est en tout cas la seule attitude décente ». Ce n’est finalement qu’en 1944 qu’il lui est demandé de prêter serment au Führer dans le cadre de la montée en puissance du Volkssturm, mais « l’homme qui me demandait le serment exigeait de moi que je défende la patrie. Mais je savais que ce même homme jugeait le peuple allemand indigne de survivre à sa défaite ». Conclusion : défendre la patrie « ne pouvait signifier autre chose que de la préserver de la destruction ». Toujours les paradoxes. Dans la dernière partie, le comportement des Américains vainqueurs est souvent présenté de manière négative, évoque les difficultés quotidiennes dans son petit village de haute Bavière : une façon de presque renvoyer dos-à-dos imbécilité nazie et bêtise alliée… et donc de s’exonérer soi-même.

Au final, un livre qui doit être lu, car au-delà même de ce qu’il raconte de von Salomon et de l’entre-deux-guerres, il est également très éclairant sur la façon dont une partie non négligeable de la population allemande s’est en quelque sorte « auto-protégée » en 1945.

Gallimard, Paris, 2016, 920 pages. 18,50 euros.

Source : Guerres & Conflits

Miguel de Unamuno: Siegen ist nicht überzeugen

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Siegen ist nicht überzeugen

von Carlos Wefers Verástegui

Ex: http://www.blauenarzisse.de

Am 12. Oktober 1936, fast drei Monate nach Beginn des Spanischen Bürgerkriegs, kam es in der Universität Salamanca zu einem Eklat.

Der berühmte Philosoph und Rektor der Universität, Miguel de Unamuno y Jugo, erklärte sich offen gegen die aufständischen Rechten und Militärs des Generals Franco. Salamanca war zum damaligen Zeitpunkt Hauptstadt der „Nationalen“ in ihrem Kampf gegen Volksfrontregierung und Zweite Spanische Republik. Der 12. Oktober, der Tag der Entdeckung Amerikas, war der spanische Nationalfeiertag. Die Begehung dieses Feiertags seitens der Rechten, die im Namen der nationalen Einheit Spaniens, des Katholizismus und überhaupt der „spanischen Sendung in der Welt“ zu den Waffen gegriffen hatten, musste, mitten im Bürgerkrieg, besonders symbolträchtig aufgezogen werden. Und tatsächlich wurde er zum Fanal in mehr als nur einem Sinne.

Kreuzzug gegen den Bolschewismus

Einer der Gründe, weshalb Salamanca als Hauptstadt in Frage kam, war die politische Stärke der dortigen Rechten: eine ruhige, ländlich geprägte Provinzhauptstadt, fast ohne Industriearbeiterschaft, und in der die lokale Oligarchie und die Kirche noch fest im Sattel saßen. Der Bischof von Salamanca, Monseñor Enrique Plá y Deniel, war es gewesen, der den Aufstand der Rechten zum „Kreuzzug“ gegen den Bolschewismus und für die christliche Zivilisation erklärt hatte. Auch er war es, der den augustinischen Symbolismus der „zwei Reiche“ der Situation anpasste: Die Republik bedeutete den weltlichen Staat, gegenüber dem die Aufständischen den Staat Gottes zu behaupten hatten. Diese Auslegung der „Zwei-​Reiche-​Lehre“ rechtfertigte theologisch als eine dringend benötigte höhere Weihe den Aufstand.

Die Universität Salamanca war als Ganzes beileibe nicht „rechts“, doch hatte sich in ihren internen Streitigkeiten der ultraklerikale Sektor immer wieder erfolgreich gegenüber den Verfechtern des „Fortschritts“ durchgesetzt. Von „linken“ und fortschrittlichen Elementen „gesäubert“ und einmal offen zu den Aufständischen übergegangen, war es ihre Aufgabe, am Nationalfeiertage ihren Beitrag zur Legitimation des frisch aus dem Bürgerkrieg hervorgegangenen Regimes zu leisten.

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Unamuno stellt sich auf Seiten der Putschisten

Ein Risikofaktor war der betagte Rektor der Universität, Miguel de Unamuno y Jugo (18641936). Wie viele andere in der spanischen Öffentlichkeit hochgestellte Persönlichkeiten hatte auch Unamuno die Republik einst begeistert begrüßt, um sich später geekelt von ihr abzuwenden. Genauso wie José Ortega y Gasset war nämlich auch Unamuno schnell von ihrem rasenden Antiklerikalismus, ihrer Pöbelhaftigkeit und ihrem freimaurerischen Fortschrittsglauben abgestoßen.

Der bei der spanischen Intellektualität vom Anfang des zwanzigsten Jahrhunderts beliebte Ruf nach einer gewalttätigen Lösung der Probleme Spaniens klang bei Unamuno nach, als dieser sich bei Ausbruch des Bürgerkriegs spontan auf die Seite der Putschisten stellte. Kurzerhand wurde er von der Volksfrontregierung vom Amt des Rektors der Universität Salamanca abgesetzt, doch währte diese Absetzung nicht lange: die Aufständischen belohnten seine Parteinahme zu ihren Gunsten flugs mit der Wiedereinsetzung.

Die Opfer des Terrors

Als der Nationalfeiertag sich näherte, hatte Unamuno sich aber bereits von den „Nationalen“ – den aufständischen Militärs sowie ihrer faschistischen Anhängerschaft von der Falange-​Partei – distanziert. Die Militarisierung Salamancas war nicht ohne Blutvergießen vonstatten gegangen: Kurz nach dem Militärputsch hatten Soldaten auf dem „Plaza Mayor“, dem weltberühmten Rathaus-​Hauptplatz, eine Gruppe Demonstranten zusammengeschossen. Fünf von ihnen kamen dabei ums Leben. Auch die politischen Säuberungsaktionen wurden vom ersten Tag an mit wahrem Übereifer betrieben: Alles, was einen „republikanischen“ Hintergrund hatte oder nicht offen zu den Aufständischen übergegangen war, hatte gute Chancen, mit oder ohne Prozess erschossen zu werden. Der politische Terror wurde für viele Menschen zum Alltag. Zu den Opfern gehörten von vornherein auch viele Freunde von Unamuno, wie der protestantische Geistliche Atilano Coco: Als junger Mann war Unamuno republikanischer Liberaler gewesen, später wechselte er zum „Sozialismus“ der Spanischen Sozialistischen Arbeiterpartei (PSOE). Diese Bekanntschaften standen jetzt alle auf der Abschussliste oder waren bereits erschossen worden.

Die neue „nationale“ Universität begeht das „Fest der Rasse“

Der Festakt der Universität Salamanca zum „Tag der Rasse“ – d.h. des Tags der welterobernden und zivilisierenden „Rasse“ der Spanier – sollte, mitten im Bürgerkrieg, eine Kampfansage und ein Bekenntnis zugleich sein. Als höchste akademische Autorität war die Teilnahme Unamunos eine Formalität, wenn auch eine bedeutungsschwere. Dass Unamuno eine Rede halten würde, war nicht eingeplant. Mit den ersten drei Rednern, die allesamt bekannte Gelehrte waren, hielten die Freund-​Feind-​Kategorien des Bürgerkriegs Einzug in den Festssaal. Dieser wurde zum Szenario der eigenen nationalen Verklärung sowie der Dämonisierung des Gegners. Besonders die zur Republik haltenden und, folglich, „von Spanien abtrünnigen“ Katalanen und Basken wurden zum Sinnbild eines krebsartigen „Antispanien“ gemacht.

Letzteres wurde Unamuno zum Stichwort. Er ergriff das Wort, um den selbsternannten Verteidigern von Christentum, Zivilisation und Spaniertum den Spiegel vorzuhalten. In Anwesenheit der sich auch ideologisch im Kriege befindenden katholischen Hierarchie fragte Unamuno nach den christlichen Werten der Gnade, der Verzeihung und der Barmherzigkeit. Danach führte er aus, dass die These, dass Katalanen und Basken das „Antispanien“ seien, dieselben Katalanen und Basken getrost so umdrehen könnten, um aus den „Nationalen“ das Antispanien zu machen. Die Aufständischen seien nämlich weder des Christentums, das der im Festsaal zugegene katalanische Bischof Plá y Deniel ihnen gelehrt hatte, noch der spanischen Sprache, die er, der Baske Unamuno ihnen gelehrt hatte, mächtig.

Unamuno rechnet mit den Aufständischen ab

Während seiner Rede kam Unamuno auf die Formel: „Siegen ist überzeugen, und was man vor allem tun muss, ist überzeugen. Nicht überzeugend ist der Hass, der dem Mitleid keinen Raum lässt, nicht überzeugend ist Hass gegen diejenige Intelligenz, die kritisch und differenziert ist, die inquisitiv-​fragend ist, aber nicht fragend im Sinne von Inquisition.“ Die versammelten Gäste, in der Mehrzahl Falangisten und Militärs, waren schon längst gegen Unamuno aufgebracht, vor allem der alte Haudegen General Millán Astray war hochgradig erregt. Dieser fuchtelte die ganze Zeit über nervös an seinem Pistolenhalfter herum, letztendlich quellte aus ihm in faschistischer Manier „Tod den Intellektuellen! Es lebe der Tod!“

Das gab Unamuno Gelegenheit, Millán Astray auf seine eigene, intellektuelle Art, und nicht ohne Gebrauch zahlreicher Sophismen, vorzuführen: Millán Astray sei nur ein armer Kriegsinvalid, ähnlich Cervantes, nur dass Cervantes bei allem persönlichen Unglück sich seinen geistigen Großmut bewahrt habe. Er, Unamuno, habe sein Leben lang Paradoxien fabriziert, doch die soeben vom General Millán Astray vorgebrachte sei ihm ekelhaft und lächerlich. „Das klingt genauso, als ob man sagen würde: Tod dem Leben!“

Darauf folgten Unamunos bewusst prophetisch gewählte Worte, die so auch in die Geschichte eingehen sollten: „Ihr werdet siegen, doch überzeugen werdet ihr nicht. Ihr werdet besiegen, weil ihr mehr als genug rohe Kraft dazu habt, aber überzeugen werdet ihr nicht, weil überzeugen überreden bedeutet. Und um zu überreden benötigt ihr etwas, was euch in diesem Kampf fehlt, und zwar Vernunft und Recht …“

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Das Eingreifen von Francos Ehefrau rettet Unamuno

Die ganze Szene hatte sich in einer von der nationalistischen Erregung extrem aufgeladenen Atmosphäre abgespielt. Das Publikum, ohnehin Unamuno feindlich gesinnt, folge Millán Astray im Chor in der rituellen Größenbekundung Spaniens: „Spanien!“ „Eines!“ „Spanien!“ „Großes!“ „Spanien!“ „Freies!“. Eine Gruppe Falangisten grüsste ein Portrait General Francos, das den Saal präsidierte, mit dem faschistischen Gruß.

Einige aufgeregte Offiziere machten es gleich Millán Astray: sie drohten Unamuno mit der auf dem Pistolenhalfter aufgelegten Hand. Namentlich der Ehefrau General Francos, Carmen Polo, ist es zu verdanken, dass Unamuno nach diesem Auftritt unversehrt blieb und sicher nach Hause gebracht werden konnte, indem sie ihn offensiv am Arm packte und aus dem Saal führte. Bis zu seinem Tode, am 31. Dezember 1936, blieb Unamuno unter Hausarrest. Bereits am 22. Oktober unterschrieb General Franco die endgültige Absetzung Unamunos als Rektor der Universität Salamanca.

Intellektuelle im Bürgerkrieg

Wie verhalten sich Intellektuelle, wenn sich die gesellschaftlichen Zustände zuspitzen? Können sie dann besonderen Einfluß nehmen oder drohen sie zwischen die Fronten zu geraten?

Allgemeingültige Antworten darauf gibt es natürlich nicht, aber einzelne Beispiele sind sehr lehrreich. Viele Intellektuellen fühlen sich von radikalen Gesellschaftsexperimenten angezogen und finden diese dann doch sehr häufig abstoßend, sobald sie umgesetzt wurden. Auf Miguel de Unamuno, sein Verhalten im Spanischen Bürgerkrieg und die mutige Rede vom 12. Oktober 1936 trifft dies auch zu. Warum das so typisch ist, erkennt man nur, wenn man sich die Lebens– und Denkwege der Intellektuellen ansieht.

Unamuno und die liberale Romantik

Unamuno entstammte dem Großbürgertum der baskischen Hauptstadt Bilbao. In seiner Jugend war er entscheidend beeinflusst von der für dieses Bürgertum typischen liberalen Romantik. Diese bezeichnete fortan seine geistige Entwicklung als ein ununterbrochenes Ringen um den Glauben. Unamuno kam so zu einem bei ihm charakteristisch ausgeprägten Mystizismus und Spiritualismus.

Diese besondere Geistigkeit Unamunos verhielt sich zu den verschiedensten Gegenständen im Sinne des „ewigen Gesprächs“ der Romantik. Im Mittelpunkt desselben konnten bei Unamuno unterschiedslos die „Essenz eines urwüchsigen Baskentums“ genauso stehen wie die alle hispanischen Völker verbindende „Hispanidad“. Seine romantische Geistigkeit erlaubte ihm zudem ein Aufgehen in einem überindividuellen „Höheren“ genauso wie einen genialen Ichkult. Als politischer Romantiker konnte er sich sowohl für die „Werte der Tradition“ erwärmen als auch für moderne sozialistische Anschauungen.

Ein Mann der Widersprüche

Anstatt nun diese höchst gegensätzlichen Positionen in sich selbst zur Versöhnung zu bringen oder sich auf eine einzige Position festzulegen, hielt Unamuno diese absichtlich aufrecht. Unamuno übernahm bald diesen, bald jenen Gegensatz, ohne Scheu vor all den Widersprüchen zu verspüren. Er verfuhr hier kasuistisch, also von Fall zu Fall, bzw. je nach Gelegenheit, „occasionalistisch“, wie es nach Carl Schmitt geradezu typisch für den Romantiker ist. Diese inneren Konflikte, die bei Unamuno nie zu einem Ende kamen, sind nun für seine „geistige Unabhängigkeit“ und, speziell im Bürgerkrieg, für seine oft bewunderte couragierte Haltung zuständig.

Wie jeder soziale Konflikt, so fordert auch der Bürgerkrieg, dass jeder Einzelne sich festlegt. Das erfordert aber wiederum, dass man sich im Frieden mit sich selbst befindet. Oder, wie der Soziologe Gabriel de Tarde ausführt, „nur wenn der individuelle Zweikampf beendet ist, beginnt der soziale“. Für Unamunos nie enden wollende geistige Entwicklung aber waren als stärkste aller Spaltungsmotive religiöse Glaubenskämpfe verantwortlich. Aufgrund dieser inneren Spaltung war es ihm deshalb nicht möglich, sich der äußeren Bürgerkriegssituation angemessen zu stellen. Diese Unfähigkeit und auch der Unwille Unamunos machen sein eigentliches Dilemma aus: sein Freiheitsstreben hätte sich niemals damit abgefunden, sich einfach in sein Schicksal zu ergeben. Letzteres hätte Unamuno als knechtischen Fatalismus empfunden, der etwas als „sein“ Schicksal annimmt, was es eigentlich nicht ist. Die Imperative des Bürgerkriegs duldeten aber keine Ausnahme.

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Missverständlichkeiten aller Art

Unamunos zweifellos couragierte, einer hochgradig erregten Versammlung entgegen geschleuderte Worte „Ihr werdet siegen, überzeugen aber werdet ihr nicht!“ werden damit nur seiner persönlichen Entrüstung, nicht aber der objektiv gegebenen, der faktischen Bürgerkriegssituation gerecht. Eine solche intellektuell zu meistern ist nur mit Denkmitteln möglich, die in der machiavellistisch-​nietzescheanischen Tradition stehen. Unamuno aber stand, wenn auch über anarchistisch-​liberalistische Vermittlung, in der Tradition des Christentums.

Während sein „rechter“ Gegenüber – die klerikale Rechte, die Militärs, die Falangisten – im letzten Jahrzehnt vor dem Bürgerkrieg zumindest praktisch bei Machiavelli und Nietzsche in die Schule gegangen war, war Unamunos Auftreten, wie es bei seinem „Occasionalismus“ anders nicht sein konnte, willentlich widersprüchlich geblieben. Missverständnisse waren daher von vornherein vorprogrammiert. Und tatsächlich waren es um Unamuno wenig bekümmerte, durch den Bürgerkrieg in Rage versetzte Leidenschaften sowie ein Rattenkönig von Missverständnissen gewesen, die dafür gesorgt hatten, dass Unamuno als Rektor der Universität Salamanca wiedereingesetzt und, in dieser Eigenschaft, zu den „nationalen“ Feierlichkeiten des „Tags der Rasse“ geladen worden war. Seine vom „nationalen“ Publikum als anstößig empfundene Rede für Menschlichkeit und Nächstenliebe im Bürgerkrieg war deshalb in Wahrheit ein der Zuhörerschaft als solcher unkenntlicher Monolog und ein Glaubensbekenntnis noch dazu.

Glaube steht gegen Glauben

Heute wird Unamunos Rede oftmals interpretiert als ein Einstehen für „Intelligenz“ bzw. „Vernunft“, im Gegensatz zur Gewalt. Diese Interpretation bewegt sich aber nur im Bereich der Mittel, nicht aber der Zwecke. Denn die „Intelligenz“ bzw. „Vernunft“ war Unamuno genauso Mittel in seinem Kampf, wie die nackte Gewalt den Aufständischen ein Mittel in „ihrem“ Bürgerkrieg war. Dass aber eine unüberwindbare Kluft herrscht zwischen dem inneren Kampf, den einer in sich selbst durchmacht, und dem äußeren Kampf, der sich gnadenlos aufzwingt, ist Unamuno niemals klar geworden.

Sein Glaube wollte das nicht hinnehmen, nicht „wahr“ haben. Unamuno war zwar durchaus, wie er selbst sagte, Prophet im eigenen Land. Aber er predigte auch unzweifelhaft in der Wüste. Nicht Intelligenz und Gewalt standen sich nämlich im Großen Saal der Universität Salamanca gegenüber, sondern es stand Glaube gegen Glauben. Das ist aber das unvermeidliche Schicksal gerade des bürgerlichen Intellektuellen, bei aller Freiheitsliebe und auch geistigen Unabhängigkeit sich in den Wirbel der Ereignisse hineingesogen zu sehen, um letzten Endes nichts anderes verteidigen zu können als eben seinen eigenen Glauben.

samedi, 29 octobre 2016

O'Duffy Abu! - Rare Irish Blueshirt Song

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O'Duffy Abu! - Rare Irish Blueshirt Song

The Army Comrades Association, or simply National Guard, was a Fascist group active in Ireland, which then helped to form today's Fine Gael.
It was leaded by General Eoin O'Duffy, which remodeled the party to fit the Fascist aestethics, and attended the 1934 Fascist International Conference. They helped the nationalist side of the Spanish Civil war, and almost seized power on a 'March on Dublin', which never happened.

Lyrics:

Proudly the Blue flag above us is waving,
out with old slaveish and cowardly fears,
see where our leader strides boldly before us
loyal to all in the trust that he bears,

Steadfast and calm and brave
he will old Ireland save
rush to his banner all good men and true
now we resound the call
there will be room for all
who stand by our country
O’Duffy Abu!

Stern is the fight that we now do engage in
both justice and truth will our motto were be
Erin now helpless nigh bankrupt and broken
we must rise up to be prosperous and free

Up with Saint Patrick’s flag!
never let our courage lag
remember O’Reilly and Lynch men in blue
think of the lives they gave
for our dear land to save
For God and for Ireland
O’Duffy Abu!

PS.: A HUGE THANK YOU TO RYAN, WHICH SENT ME THIS PRECIOSITY, AND ANOTHER ONE WHICH WILL BE POSTED SOON! THANKS A LOT MATE, YOU'RE THE BEST!

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vendredi, 28 octobre 2016

Joseph de Maistre et l'Europe de son temps

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Joseph de Maistre et l'Europe de son temps

Visitez le site du Cercle de l’Aréopage :
http://cercleareopage.org

Intervention à la Fondation Thiers:
Joseph de Maistre et l'Europe de son temps
Par Paul Nicolas Tandler et Andreï Ratchinski

Retrouvez les évènements du Cercle :
http://cercleareopage.org/conf%C3%A9r...

Lisez La Relance de la Tradition: Notes sur la situation de l'Église
Broché:
http://tinyurl.com/h6c52ho
Pour liseuse:
http://tinyurl.com/ztehnyd

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vendredi, 21 octobre 2016

Van Reich tot Republik

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Van Reich tot Republik

Sander Carollo interviewt Dirk Rochtus over zijn nieuw boek van Reich tot Republik, te verkrijgen in de betere boekhandel of te bestellen via http://www.doorbraakboeken.be

dimanche, 16 octobre 2016

Des communautés alternatives centenaires : Sol Veritas Lux

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Des communautés alternatives centenaires : Sol Veritas Lux

Ex: http://rebellion-sre.fr

Les mouvances alternatives des années 1970 à 2010 n’ont rien inventé. A l’aube du 20ème siècle, la modernisation de l’Europe sous les coups de l’industrialisation et du capitalisme faisait naître des expériences culturelles et communautaires très particulières. ( article paru dans le Rébellion 42 de juin 2010 )

Des anarchistes illégalistes, buveurs d’eau et végétariens

En France, les milieux anarchistes individualistes menaient campagne pour une vie saine, avec la nécessité affirmée de suivre une éthique de vie basée sur la lutte contre l’alcoolisme (véritable fléau social qui garantit au Capital la passivité de la classe ouvrière), la promotion de l’alimentation végétarienne, le refus des règles de l’ordre bourgeois et la mise en place d’une éducation populaire émancipatrice.

A Paris, avant la Grande Guerre, des associations et des foyers anarchistes (mais aussi syndicalistes et socialistes révolutionnaires) développent de manière pratique ce mode d’existence qui se veut en dehors du système. C’est une affirmation radicale du refus de « participer » aux règles de la société qui trouve un écho particulier chez les anciens partisans de la « propagande par le fait » (c’est-à-dire les anarchistes qui utilisaient le terrorisme et la « reprise individuelle » comme moyen d’action). Militant révolutionnaire accusé par la police d’être un complice de la « bande à Bonnot », Louis Rimbault (1877-1949) fut une farouche figure de cette mouvance. Léo Malet, le meilleur auteur de polar français, connu ce genre de foyer dans les années 1930 et l’évoque dans les aventures de Nestor Burma, son personnage d’ ancien anar reconverti en détective privé.

monteverita.jpgOmbres et lumières de Monte Verità

En Allemagne, le mouvement de « réforme de la vie » prônait la fuite des villes, le retour à la nature comme solution à la crise causée par le mercantilisme grandissant, le végétarisme, le refus de l’alcool et du tabac, le nudisme, les médecines naturelles (notamment les débuts de l’homéopathie), la liberté sexuelle, le mysticisme et la découvertes des spiritualités orientales.

Cas emblématique, qui à lui seul incarne les richesses et les ambiguïtés de ce genre d’expérience, la colonie de Monte Verità fut fondée par un groupe issus de la bohème bavaroise. Dans le cadre naturel magnifique du Tessin suisse, une petite communauté d’hommes et de femmes s’installe pour fonder une communauté idéale et libre. Le fils d’un industriel belge, Henri Oedenkoven finance les travaux de création d’une sorte de sanatorium végétarien. Sa femme, Ida Hofmann, professeur de piano, wagnérienne et féministe aura un rôle central dans l’expérience.

Il s’agissait de créer ce qui était voulu comme un lieu de renaissance et de régénération, de jeter les fondements d’une « nouvelle vie » hors de la structure corrompue du monde en édification. Vie communautaire, alimentation végétarienne et frugale, séances d’héliothérapie (en quelque sorte des bains de soleil, les « colons » vouaient un véritable culte à l’astre solaire) et de gymnastique : Monte Verità fut une apogée du culte du corps retrouvé. Une compagnie de danse séjourna de manière régulière dans les installations de la communauté.

Très vite, Monte Verità fut un point de rencontre pour des naturistes, des réformateurs sociaux, des militants révolutionnaires (dont beaucoup feront partis des activistes des conseils ouvriers de Bavière après la défaite de 1918), des artistes, des anthroposophes et autres théosophes de toutes les nationalités. Des dissensions se produisirent assez rapidement entre le couple des fondateurs (qui voulait développer l’image de marque de la communauté et créer un centre hôtelier de remise en forme avant l’heure) et la frange la plus radicale de la communauté. Les frères Graser reprochaient les compromis passés avec le système pour faire vivre financièrement le projet. Gusto Graser mènera la fronde et se retira dans une caverne en ermite avec sa femme Jenny Hofmann (sœur d’Ida). Sous l’influence des religions et philosophies orientales, il devient un prophète ambulant d’un panthéisme pacifique. L’écrivain allemand, Hermann Hesse fut très lié à Graser et lui rend hommage dans son œuvre la plus importante, Demian.

MVascona-arton3845.jpgLe choc de la Grande Guerre devait anéantir ses tentatives alternatives, mais d’autres devaient naitre sur les ruines de notre continent. L’expérience révolutionnaire et poétique de Fiume en 1917 sera une autre forme de cette recherche d’une communauté idéale. Mais cela est déjà une autre histoire.

A lire sur le sujet :

Nous avons repris pour l’écriture de cet article la mine d’informations représentée par les deux numéros de la revue (DIS)CONTINUITE. Ces deux volumes contiennent plus de 400 pages chacun de textes du courant anarchiste naturien.

  • Naturiens, végétariens, végétaliens et crudivégétaliens dans le mouvement anarchiste français (1895-1938), juillet 1993, 485 p. 16, 80 euros
  • Communautés, naturiens, végétariens, végétaliens et crudivégétaliens dans le mouvement anarchiste français ; février 1994, 485p. 21,30 euros.

Disponible auprès de François Bochet, Moulin des Chapelles, 87800 Janailhac

Sur les divers dimensions et aspects du culte solaire, nous conseillons vivement la lecture de la revue Solaria. Publication traitant de la solarité autant du côté scientifique que spirituel, elle est une référence dans le domaine. Abonnent : 2 numéros ( un an ): 12€.

Contact : Jean-christophe Mathelin, 7 rue Christian Dewet 75012 Paris

vendredi, 14 octobre 2016

G. Solaro: Fascismo o plutocrazia

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dimanche, 09 octobre 2016

1789: Révolution ou coup d’Etat?

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1789: Révolution ou coup d’Etat?

par Antonin Campana

Ex: http://www.autochtonisme.com

     Le naufrage de la situation financière, la dette qui augmente, l’échec de ministres successifs (Necker, Calonne, Brienne…) vont forcer Louis XVI, mis dans l’impossibilité de gouverner, à réunir les « Etats Généraux ».

     Les Etats Généraux font partie du système politique du Royaume. Ils sont convoqués par le Roi, notamment en période de crise. C’est une institution monarchique importante qui s’est réunie plus de 30 fois depuis Philippe le Bel, souvent pour traiter des finances, pour voter des subsides extraordinaires, pour approuver une guerre ou simplement donner un avis.

     Les Etats Généraux se réunissent une nouvelle fois à Versailles le 05 mai 1789. Le Roi parle refonte des impôts, budget : il faut trouver une solution à la dette. Ce n’est cependant pas la préoccupation première d’un certain nombre de député du Tiers.


    Sansculottesxx.jpg Ceux-ci, dans le sillage de Sieyès, vont très vite s’affirmer « représentants de la nation ». Cela est faux : juridiquement et statutairement ils ne représentent pas la « nation » mais l’Ordre qui les a élus (la Noblesse, le Clergé ou le Tiers Etat). De fait, les trois Ordres délibèrent séparément et chaque député vote au sein de son Ordre. Celui qui représente la nation, qui incarne le Royaume, c’est le Roi (théorie des deux corps : le Royaume est un corps mystique incarné par le corps du Roi). Cependant le 15 juin, passant outre, les députés décident illégalement de la délibération en commun et du vote par tête. Le 17 juin, ils se constituent même, tout aussi illégalement, en « Assemblée nationale ». Leur objectif ? : marquer, au nom du peuple français qu’ils disent représenter, leur prééminence sur le Roi, affirmer que ce n’est plus le monarque qui incarne le Royaume mais la « représentation nationale ». Dès lors, les députés de l’Assemblée captent la légitimité pour légiférer et gouverner en lieu et place du Roi. Il s’agit véritablement d’une prise illégale de pouvoir, le corps de l’Assemblée remplaçant celui du Roi à la tête du Royaume.

     Le 23 juin, le Roi semble vouloir réagir et casse les décisions du 17. Mais le 27 juin, il recule et entérine le fait accompli : le Roi vient alors de perdre sa légitimité, il perdra bientôt sa tête. L’Assemblée dite « nationale » prend alors le nom de Constituante et s’apprête à changer le régime. Le 14 juillet c’est la prise de la Bastille, le 17 le Roi accepte la cocarde tricolore, c’est le début de la Grande Peur et la fin proche de la Monarchie.

     Que s’est-il passé ? Si l’on s’en tient objectivement aux faits, nous constatons qu’un groupe de personnes exerçant des fonctions à l’intérieur de l’appareil étatique (ils sont députés), transgressent la loi en vigueur pour renverser l’autorité en place et prendre illégalement le pouvoir. C’est exactement la définition du coup d’Etat ! On aurait parlé « révolution » et non « coup d’Etat », si ces personnes avaient été extérieures à l’appareil étatique, ce qui n’était évidemment pas le cas puisqu’elles en étaient un rouage important.

     Pour légitimer le coup d’Etat, la théologie républicaine affirme que les députés étaient les représentants de la nation. Répétons-le, cela est faux : les députés, élus au sein de leur Ordre, sont les représentants de leur Ordre. Juridiquement, c’est le Roi, et lui seul, qui représente alors la nation.

     Sieyès (Qu’est-ce que le Tiers-Etat ?) conscient par avance de la supercherie décrète que les Nobles ne font pas partie de la Nation et que le  Tiers étant « Tout », les députés du Tiers sont fondés à se vouloir non pas représentants d’un Ordre mais ceux de toute la nation. Juridiquement, avant le coup de force tout au moins, cela ne tient pas. Et puis quelle hypocrisie ! En quoi ces députés du Tiers, conseillers d’Etat, avocats (plus de 200 sur 598 !), négociants, marchands, procureurs, notaires, receveurs des finances, greffiers, notables…. représentent-ils une France agricole ?  Combien de laboureurs et de vignerons ?

Le coup d’Etat va instituer une « représentation nationale » qui sera surtout celles des notables, bientôt des trafiquants de biens nationaux, puis de la grande bourgeoisie d’affaire. Elle va donner de nouvelles règles au jeu politique. Sous prétexte de droit on va décomposer le peuple en individus, puis on va le recomposer mécaniquement, en emboîtant des éléments standardisés.  Le sujet concret du Roi, devient sujet abstrait de droit. L’homme enraciné dans un terroir devient une catégorie juridique interchangeable (le citoyen), la nation devient un corps politique atomisé, une communauté civique composée juridiquement d’individus esseulés.

     Rationalisation politique dira-t-on. Bien plutôt désintégration d’un peuple qui laisse l’individu, privé des « corps intermédiaires » qui le protégeaient, seul face à un Etat omnipotent. Il faudra se battre pour faire admettre à la « représentation nationale », aux mains d’affairistes, ces nouveaux corps intermédiaires que sont les syndicats, ou même les « conventions collectives » dans le droit du travail.

     La « Révolution française» relève donc de la mythistoire racontée par un Pouvoir qui entend se perpétuer. La réalité est qu’il y a eu un coup d’Etat qui visait les autorités en place. Quelles ont été les motivations profondes de ce coup d’Etat ? L’influence des Lumières (théorie du contrat), la composition sociale des députés du Tiers (principalement des hommes de loi), expliquent sans doute cette volonté originelle de ramener l’appartenance à une catégorie juridique (la citoyenneté) et le peuple français à un « corps d’associés » (Sieyès) dont la souveraineté (toute théorique) serait subtilement déléguée à une pseudo « représentation nationale ».

La République, en ces fondements, est négatrice des peuples identitaires. Elle ne connaît que des masses composées d’individus si bien calibrés et standardisés qu’on peut les empiler à l’infini, qu’ils soient d’ici ou qu’ils viennent de l’autre bout de la terre. Le creuset républicain, cette machine à désintégrer des identités pour intégrer des citoyens, n’est pas une perversion de la République : c’est l’essence même de la République. La raison d’être du coup d’Etat ?

 

Antonin Campana

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Ernst von Salomon révolutionnaire, conservateur, amoureux

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Ernst von Salomon révolutionnaire, conservateur, amoureux

Dans Les Réprouvés (1930), Ernst von Salomon retrace sa folle aventure politique au lendemain de la Grande Guerre. Son personnage littéraire devient emblématique de la Révolution conservatrice allemande et l’ouvrage une prophétie pour les générations perdues. Son enseignement : le nihilisme peut être vaincu par une passion plus vive que les tourments de l’Histoire. Le réprouvé trouve alors son salut dans l’expérience guerrière à laquelle succède l’élévation de l’esprit. 

evsal-3.jpgLes Réprouvés s’ouvre sur une citation de Franz Schauweker : « Dans la vie, le sang et la connaissance doivent coïncider. Alors surgit l’esprit. » Là est toute la leçon de l’œuvre, qui oppose connaissance et expérience et finit par découvrir que ces deux opposés s’attirent inévitablement. Une question se pose alors : faut-il laisser ces deux attractions s’annuler, se percuter, se détruire et avec elles celui qui les éprouve ; ou bien faut-il résoudre la tension dans la création et la réflexion.

Amoureux éperdu d’une Allemagne en lambeaux, éconduit par l’Histoire au soir de la Première Guerre mondiale à laquelle son trop jeune âge l’a empêché de participer, Ernst von Salomon incarne la passion révolutionnaire conservatrice en acte lorsqu’il choisit de s’engager au sein des corps francs pour poursuivre la lutte. Mais si Dominique Venner a pu décrire cette épopée mythique comme une aventure nihiliste, l’obstination déraisonnable de Salomon apparaît comme une authentique quête de sens qui se poursuit tout au long de son parcours de guerrier puis de militant. Malgré le désarroi ambiant et l’absence de but dont certaines têtes brûlées semblent souffrir, le marginal Salomon exprime toujours l’instinct de reconquête d’une nation chérie. À ses yeux, seule la révolution peut redonner à l’Allemagne sa splendeur d’antan, celle pour qui on lui avait appris à mourir.

Révolutionnaire éperdu

Ernst von Salomon a tout juste 16 ans lorsque l’armistice est signé le 11 novembre 1918,  âge des folies, des idées à couper au couteau et des passions qui empêchent la résignation. Si la confusion est le premier sentiment que confesse l’auteur à l’ouverture des Réprouvés, l’espérance lui succède aussitôt et c’est cette tension permanente entre deux penchants contraires qui fait de la lutte acharnée sa raison de vivre. Car la vie de l’auteur, au début de son œuvre, ne semble tenir qu’à la poursuite de son idéal, dont il entrevoit déjà sans doute qu’il est un mirage mais refuse pourtant de l’abandonner. Ainsi confesse-t-il : « Aussi nous étions prêts à agir sous la seule impulsion de nos sentiments ; et il importait peu que l’on pût démontrer par la suite la justesse de nos actes. Ce qui importait c’est qu’en ces jours des actes fussent accomplis. » Ce n’est pas la raison, ce n’est pas l’idée qui guide l’aspirant épris d’Allemagne et vexé par une paix humiliante, mais une rage sentimentale qu’il ne maîtrise pas. De là naît l’instinct révolutionnaire, instinct destructeur par essence qui se donne pour seul objectif de renverser l’ordre établi, y compris l’ordre intérieur, spirituel et moral, de celui qu’il anime. Il s’agit d’éprouver le monde en s’éprouvant soi-même, d’expérimenter avant de prétendre connaître.  

Le mouvement avant toute autre chose, l’action tous azimuts apparaissent comme les seules voies du salut, l’unique conviction de cette génération frustrée étant celle que rien de bon ne pourra surgir de l’ère du parlementarisme et de la bourgeoisie régnante. Peut-être ne le comprend-il pas encore, mais c’est contre l’immobilisme de la pensée systématique, qu’elle soit libérale ou marxiste, qu’il importe de lutter. Et si nous parlons de salut, il ne s’agit pas uniquement d’un salut collectif dans la restauration de la grandeur allemande. La guerre, puis la défaite et les conditions de la paix ont comme détruit moralement l’individu. Le mouvement est donc la condition de la survie de chacun, une tentative vitale de retrouver du sens : « Dans l’attaque nous espérions trouver une délivrance, une suprême exaltation de nos forces ; nous espérions être confirmés dans la conviction d’être à la hauteur de tout destin, nous espérions sentir en nous les véritables valeurs du monde. Nous marchions, nourris par d’autres certitudes que celles qui pouvaient valoir pour notre pays. » Des lignes qui rejoignent celles de La guerre comme expérience intérieure d’Ernst Jünger et montrent à quel point l’esprit de revanche anime les individus et fabrique des guerriers plutôt que des soldats, des hommes affranchis plutôt que des fonctions révocables.

C’est là l’expression d’une folie impatiente, d’une folie amoureuse. Refuser l’immobilisme, sans cesse se mettre en péril comme on se remet en question, c’est le signe de ce que la révolution nationaliste rejette l’amour platonique d’une idée. Parce que la nation tant aimée a été perdue, il convient de la conquérir à nouveau, d’en occuper les frontières comme on épouse les replis, et non pas de la séduire. Pourtant vient un moment où l’acte ne suffit plus à nourrir l’espérance. La violence exalte peut-être autant qu’elle détruit celui qui la subit comme celui qui l’exerce. « Nous avions allumé un bûcher où il n’y avait pas que des objets inanimés qui brûlaient : nos espoirs, nos aspirations y brûlaient aussi, les lois de la bourgeoisie, les valeurs du monde civilisé, tout y brûlait, les derniers restes du vocabulaire et de la croyance aux choses et aux idées de ce temps, tout ce bric-à-brac poussiéreux qui traînait encore dans nos cœurs », avoue l’auteur. L’idéal s’annihile, l’idéaliste tend vers le nihilisme. La fatalité de plus en plus évidente oblige le guerrier à considérer à nouveau ses aspirations, ou à mourir d’avoir consumé tout ce qui habitait son cœur. Pour survivre, il faut projeter de nouveau un idéal, tailler une alternative dans l’étendard terni que l’on brandit encore sans y croire. Le mouvement devient une coquille vide qui ne demande qu’à être remplie par une production de l’esprit, l’expérience est vaine sans la connaissance. Il ne s’agit plus seulement de se mouvoir pour survivre, mais de savoir dans quel sens se mouvoir, et dans quel but. Alors, la passion révolutionnaire, se souvenant qu’elle était née de la réaction, se propose un but conservateur audacieux.

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Intellectuel et violent : le jaillissement de l’esprit

L’enchevêtrement permanent des considérations collectives et individuelles dans l’œuvre en fait un parfait portrait psychologique du révolutionnaire, du militant au sens strict (c’est-à-dire aux méthodes militaires). Mais dans la lutte politique de l’immédiat après-guerre, c’est d’abord le jeune Ernst von Salomon qui se révèle à lui-même, intellectuel et violent, bien plutôt qu’une idée qui avance. À ses débuts, la volonté politique de l’auteur et de ses complices est au mieux une quête, une volonté de retrouver des repères dans le brouillard de la crise ambiante, plus qu’une véritable velléité. Mais si la simple réflexion n’est pas au départ de cette quête, c’est un symptôme de ce que l’idéal allemand de la Révolution conservatrice naissante n’est pas purement philosophique. Il est plus englobant, plus total : c’est une « vision-du-monde » (Weltanschauung) certes imprégnée de philosophie, digérée par l’intellect, mais aussi concrètement éprouvée, viscérale. Cette vision du monde se nourrit autant de la pensée que de la volonté et se livre sous les traits du sentiment en des termes lyriques, oniriques, suggestifs ou allégoriques qui défient les jargons et les découpages conceptuels rationalistes. Style emblématique de la Révolution conservatrice allemande que l’on retrouve aussi bien sous la plume d’Ernst Jünger ou de Carl Schmitt, et qui vise à suggérer, toucher, projeter plutôt qu’à simplement exposer. Car le réprouvé qu’incarne Salomon n’est pas un homme de salon. Il n’éprouve pas non plus la connaissance, chez lui, l’expérience prime. Le ressenti du jeune homme précède sa formation intellectuelle et sa conscience métapolitique. Ce n’est qu’en écrivant qu’il recherche la vérité de valeurs éternelles dans l’extrémité des expériences vécues, pour muer l’expérience en connaissance. Pour la surélever, l’ériger au rang de l’utile et de l’accessible à tous, alors l’œuvre prend son sens. 

On retrouve ici une expression magnifique du paradoxe de la pensée révolutionnaire conservatrice, moderne parmi les anti-modernes en ce qu’elle se propose de retourner la modernité contre elle-même, mais aussi et surtout en ce qu’elle peut sembler accorder la priorité à l’action, l’impulsion naissant du domaine du sensible et non de celui des idées. Ce qui ne s’éprouve pas n’est que tergiversation bourgeoise, comme semble le suggérer l’un des camarades d’Ernst von Salomon à qui l’ouvrage de Walter Ratheneau — assassiné avec la complicité de notre auteur par l’Organisation Consul — intitulé Des choses futures n’inspire que ce commentaire lapidaire : « Tant d’étincelles et si peu de dynamite. » Primat dont le naufrage est admis par Salomon lui-même, lorsqu’il avoue avec dépit que les considérations de la haute politique font des corps francs des idiots utiles au service des intérêts étrangers. Et la volonté d’agir envers et contre tout dans une fuite en avant permanente ne semble épargner que ceux qui, comme lui, se trouvent capables de sublimer l’action par la pensée et en extraire un peu de vérité, éclaircir une vision du monde, se proposer un but. La folie révolutionnaire, pulsion anarchique et déraisonnable, est comme canalisée, équilibrée par l’instinct conservateur qui appelle une plus grande sagesse et un effort de conceptualisation indispensable.

Mais cet équilibre, Salomon ne le trouvera cependant pas, bien qu’il en ait l’intuition, avant sa sortie de prison. Encore trop brûlant, trop extrême dans sa volonté d’agir à tout prix, jusqu’au crime, jusqu’à une damnation qu’il ne semble même pas craindre. Les réprouvés sont des éconduits que la gifle de l’histoire a jetés dans les bras du démon, des marginaux que l’exclusion détruira pour les plus faibles, confortera dans une citadelle assiégée pour les autres. Peu avant sa mort, plus de 40 années après la publication des Réprouvés, il confesse s’être réellement interrogé sur le sens de son action lors de sa seconde détention, après laquelle il épouse pleinement le mouvement de la révolution conservatrice en amorçant pour de bon la « révolution de l’esprit » déjà évoquée et présente en germe dans son oeuvre. C’est-à-dire un travail de redéfinition des concepts, à l’image de celui des encyclopédistes français du XVIIIème siècle, précurseurs présumés de la Révolution française. Mais comme si la tension entre connaissance et expérience était fondamentalement indépassable, l’histoire confrontera ce travail, cette connaissance, à l’expérience du politique et le fera dépérir par le détournement idéologique et politicien du national-socialisme.

samedi, 08 octobre 2016

Oliver Cromwell: un surdoué halluciné autant que criminel

Oliver Cromwell offre à l’observateur un type de chef d’État – chef de guerre, fou de dieu, différent de la plupart de ses confrères : c’est un halluciné.

Orphelin de père à 18 ans, Cromwell est un petit propriétaire terrien du Pays de Galles perpétuellement désargenté, ce dont il ne se soucie guère. Très attaché à sa mère, à son épouse et à leurs 9 enfants (dont 7 parviennent à l’âge adulte, ce qui est une proportion remarquable pour l’époque), il passe ses heures de loisir à fréquenter la Bible, singulièrement l’Ancien Testament.

En 1620, âgé de 21 ans, il perçoit ses premières hallucinations auditives et visuelles, à tonalité franchement mystique. En médecine, le terme d’hallucination ne s’emploie que dans le cas où la victime est fermement convaincue de la réalité de ses visions.

Chez lui, les accès surviennent de façon aléatoire, irrégulièrement espacés, sans facteur caractéristique. La répétition des hallucinations lui fait progressivement croire qu’il est appelé par la divinité à remplir une mission particulière. Vers 1640, cette conviction est solidement ancrée.

C’est un homme peu instruit. Sa connaissance du latin, la langue diplomatique de l’époque, sera toujours pitoyable. Médiocre orateur, il se contente d’être un obscur député aux Communes durant les années 1628-29, puis, à compter de 1640, quand le Parlement est de nouveau réuni après 11 années de despotisme royal. La révolution anglaise de 1642 lui offre l’occasion de révéler ses dons de chef de guerre.

Fort méticuleux, il prend un soin extrême de l’armement et du ravitaillement de ses hommes, chez lesquels il fait régner une très stricte discipline. Il est difficile d’apprécier son sens tactique : ses adversaires, les « Cavaliers » du parti royal, sont tellement stupides et indisciplinés qu’ils offrent des victoires faciles aux « Têtes rondes » du Parlement.

Chargé de réprimer « l’insurrection papiste » d’Irlande, en 1649-50, il se montre effroyablement sectaire et fort sanguinaire, exterminant systématiquement les combattants ennemis, mais aussi une partie de la population désarmée : son action préfigure celle des « colonnes infernales » de Turreau en Vendée, à ceci près que le génocide irlandais de Cromwell est perpétré au nom du dieu d’amour.

À 53 ans, il devient le maître absolu de la Grande-Bretagne, sous l’appellation de Lord Protecteur d’Angleterre, d’Écosse et d’Irlande, cumulant tous les pouvoirs, même celui d’inspirer le dogme religieux. Il méprise ouvertement les juristes et viole perpétuellement la Constitution qu’il a fait adopter en décembre 1653 pour satisfaire le légalisme de ses partisans. De la même façon, il n’aime guère les parlementaires qu’il a laissés se gaver de terres et de biens mobiliers arrachés aux royalistes, au clergé anglican et aux papistes.

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Officiellement, l’inspiration divine lui dicte sa politique et cet argument, répété à longueur d’années, paraît bon à ses administrés après qu’il a exterminé l’opposition des « niveleurs ». Seul le Lord Protecteur connaît les desseins de dieu : une grande partie de la population britannique en est convaincue, l’autre partie se tait par prudence.

Lui-même est austère et parfaitement désintéressé ; il ne se gave que de ses « voix ». À l’étranger, on le craint chez les catholiques, on le vénère chez les protestants. Il parle constamment de paix et jette l’Europe dans la guerre générale. C’est le prototype du dictateur de droit divin, qui rend à sa divinité son esprit halluciné le 3 septembre 1658, au plus fort d’une tempête d’intensité exceptionnelle.

On dispose de trop peu d’éléments cliniques pour affirmer la nature des troubles psychiatriques d’Oliver Cromwell. L’importance de ses hallucinations, leur tonalité mystique et leur début précoce pourraient orienter vers le diagnostic de paraphrénie, une variété (controversée) de psychose hallucinatoire chronique. L’hypothèse d’une épilepsie limbique (suivant la dénomination ancienne) temporale n’est pas à écarter, même si elle est peu probable : l’homme avait une vie sexuelle assez riche et n’a jamais présenté d’autres signes de cette variété d’épilepsie.

Quelle que soit l’origine de ses hallucinations, il est parvenu à faire adhérer la masse de ses partisans à son délire, en dépit de talents oratoires fort médiocres. La réussite du chef de guerre a emporté la conviction de lecteurs assidus de l’Ancien Testament, un ensemble de textes où l’être heureux dans ses réalisations est réputé béni de Dieu. C’est un exemple de fou de dieu, grand exterminateur d’ennemis. Le mysticisme dévoyé mène volontiers au crime de masse.

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A propos de l'auteur

Bernard Plouvier

Ancien chef de service hospitalier, spécialisé en Méde­cine interne.Il est auteur de nombreux livres historiques (L’énigme Roosevelt, faux naïf et vrai machiavel ; La ténébreuse affaire Dreyfus ; Hitler, une biographie médicale et politique ; Dictionnaire de la Révolution française,…) et d'essais (Réflexions sur le Pouvoir. De Nietzsche à la Mondialisation ; Le XXIe siècle ou la tentation cosmopolite ; Le devoir d’insurrection,…). Il a été élu membre de l’Académie des Sciences de New York en mai 1980.

jeudi, 22 septembre 2016

Race et Histoire, de Claude Lévi-Strauss

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Race et Histoire, de Claude Lévi-Strauss
par Vaslav Godziemba
Ex: http://lesocle.hautetfort.com 

rh-0.jpgRace et Histoire est un livre de l'anthropologue, ethnologue et philosophe Claude Lévi-Strauss, publié en 1952. Au départ connu uniquement des cercles de la sociologie de l'époque, il est actuellement l'un des traités les plus célèbres de l'auteur. Sa lecture et son analyse, ayant connu leurs heures de gloire dans les années 70-80, tendent actuellement à être refrénées par les corps intellectuels et enseignants des grandes institutions de sciences politiques, faute à son contenu jugé paradoxalement trop polémique. En véritable scientifique, Lévi-Strauss analyse ici les rapports complexes et intimes existants entre cultures, identités, et races, posant les bases de ce qui représente à ce jour le regard le plus puissant de l'ethnologie moderne, de l'anthropologie, et plus généralement de la vie et de la mort des civilisations2.

C’est en 1952, alors que l’UNESCO publiait une série de brochures consacrées au « problème du racisme dans le monde », que Claude Lévi-Strauss avait été démarché afin de commenter celles-ci. De là naquit l’essai critique Race et Histoire, recueil de réflexions quant aux notions d’identité, de race et de culture3. L’œuvre, si elle se veut initialement une réponse aux assertions soulevées dans les brochures antiracistes de l’UNESCO, dépasse de très loin le cadre du simple commentaire critique, devenant un essai d’ethnologie et de sciences politiques à part entière, et dont la profondeur de réflexion le rend intemporel.

Il ne fait aucun doute que la méfiance des institutions à l'égard de l’essai, touchant au véritable enjeu du XXIe siècle et aux réflexions qui sont les nôtres, mérite de s'y arrêter.

Vaslav Godziemba, pour le SOCLE

La critique positive de Race et Histoire au format .pdf

 « Que les peuples ne vivent pas trop près les uns des autres, sinon, c’est la guerre, mais pas trop loin non plus, sinon, ils ne se connaissent plus et alors, c’est la guerre ! »

Claude Lévi-Strauss

I.  L’auteur de Race et Histoire : Claude Lévi-Strauss

Claude Lévi-Strauss, né le 28 novembre 1908 à Bruxelles et mort le 30 octobre 2009 à Paris est un anthropologue et ethnologue français de la seconde moitié du XXe siècle, qui a exercé une influence décisive sur les sciences humaines, devenant notamment l'une des figures fondatrices du structuralisme.

Il a été professeur honoraire au Collège de France, y a occupé la chaire d'anthropologie sociale de 1959 à 1982. Il était également membre de l'Académie française dont il est devenu le premier centenaire. Depuis ses premiers travaux sur les peuples indigènes du Brésil, qu'il avait étudiés sur le terrain entre 1935 et 1939, et la publication de sa thèse Les Structures élémentaires de la parenté en 1949, il a produit une œuvre scientifique dont les apports ont été reconnus au niveau international. Il a ainsi consacré une tétralogie, les Mythologiques, à l'étude des mythes. Mais il a également publié des ouvrages qui sortent du strict cadre des études académiques, dont le plus célèbre, Tristes Tropiques, publié en 1955, l'a fait connaître et apprécier d'un vaste cercle de lecteurs1.

Ses travaux, articulée par une cohérence rarement trouvée chez ses contemporains, ont permis de donner ses lettres de noblesse à la notion de « Sciences Humaines », souvent reléguées au rang de pseudosciences à cause de la subjectivité dont celles-ci sont imprégnées. Cette volonté de transparence objective, se voulant exsangue de toute idéologie sous-jacente, caractérise sa pensée.

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II.  Critique Positive de Race et Histoire

Commentaire liminaire et structure de l’œuvre

L'œuvre de Lévi-Strauss4 se découpe en dix chapitres thématiques portant chacun sur les réflexions qu'il jugera fondamentales afin de répondre de manière satisfaisante à la doctrine antiraciste formulée par l’UNESCO, et de comprendre les enjeux culturels et identitaires de demain. Le septième chapitre, La place de la civilisation occidentale, comprise « à l'intérieur du cortège des cultures et identités existantes », mérite toute notre attention.

Critique Positive de l’essai

La première topique de Lévi-Strauss concerne la Race et la Culture. L'auteur, dont la démarche logico-déductive se ressent dès les premières lignes, cherche à définir de manière univoque les problèmes et les notions ayant trait à la Race et à la Culture. Certaines vérités scientifiques ethnologiques, validées par la génétique et la biologie moderne, sont mises en lumière ici :

  • Les races humaines existent, dans le sens d'une diversité génétique permettant de caractériser différents « pools », ou « groupes génétiques » différents. Il est rationnel au sens de la biologie d'affirmer typiquement « L'homme blanc européen est différent de l'homme nord-africain »
  • Il y a de fait sur cette Terre, un être animal particulier car culturel : l'Homme. Celui-ci se définit donc à deux niveaux de nomenclatures différents : l'un biologique (celui du domaine des sciences dures), l'autre culturel (celui des sciences humaines)
  • Le racisme est incorrect scientifiquement, en tant que théorie visant à lier les caractéristiques biologiques aux « productions sociologiques et psychologiques des hommes », et à les hiérarchiser en conséquence. Il est même pour Lévi-Strauss le « péché originel de l'anthropologie », celui de Gobineau et des racistes de la fin du XIXe, car générateur de conclusion ne reposant sur aucune démarche réellement scientifique.

        Diversité des races, diversité des cultures

cls-2.jpgToute la subtilité de l'auteur, qui parle en scientifique et non en donneur de leçon de morale, consiste à rappeler qu'en l'état actuel de nos connaissances scientifiques, il n'y a aucune corrélation entre le phénomène génétique et le phénomène culturel, compris en sa large acceptation. On peut donc en première approche qualifier la pensée de Lévi-Strauss comme un structuralisme scientifique, a-raciste (et non anti-raciste comme on le verra par la suite). En effet là où le raciste proclame « La culture est conséquence déterminée de la biologie », Lévi-Strauss ne répond pas, comme les penseurs de l’UNESCO, héritiers de l'Universalisme chrétien dévoyé « Cette vision de l'Homme est infondée car immorale », mais que son manque de fondement provient de son manque de consistance scientifique, en tant qu'inférence logique déterminée et confirmée par l'expérience. Les sciences de la seconde moitié du XXe siècle n'auront malheureusement pas apporté plus de réponse à ces questions, déclarées taboues par les forces politiques qui gouvernent l'Occident depuis la sortie de la guerre.

Mais l'auteur prend garde à ne pas tomber dans le travers qu'il prête aux brochures de l'UNESCO. Car cette thèse, quoique diamétralement opposée à celle du racisme biologique, repose en réalité sur le même procédé logique, fondé sur un préjugé idéologique : l'antiraciste fonde la dignité universelle du genre humain sur une uniformité biologique idéelle de l'espèce ! Lui aussi participe par conséquent à valider cette relation de cause à effet. Son effet pervers sera alors paradoxalement de nier la réelle diversité inhérente au genre humain et les conséquences de cette-dernière, bonnes comme mauvaises. Poussé à son aboutissement, l'antiraciste orthodoxe s'arrimera, pris au piège de sa « morale », à une explication des phénomènes humains par les seules grilles de lecture sociale et économique, commettant ainsi des contre-sens dangereux qui auraient pu être évités en faisant place à la donne ethnico-culturelle.

Finalement, puisque la biologie est en l'état actuel impuissante à fournir un cadre explicatif satisfaisant quant à la diversité des cultures humaines, il faut, éventuellement en l'attente d'un cadre théorique acceptable, s'arrêter à observer et à fonder la diversité et l’inégalité des hommes sur la diversité et l’inégalité des cultures en tant que composantes privilégiées de l'identité des groupes humains.

Ici viennent donc naturellement se poser des questions fondamentales : comment s’exprime la diversité culturelle ? Est-elle une force ou une faiblesse ?

Il est avéré que l’on peut parler de différences culturelles au sein d’un même « tronc commun » culturel (tel l’Angleterre et l’Amérique en donnent un parfait exemple). Inversement il existe des sociétés humaines qui, rentrées très récemment en contact, paraissent appartenir à la même civilisation. Ainsi il faut admettre qu’il y a au sein des sociétés humaines, des forces « conservatrices », qui vont tendre au maintien et même à l’accentuation des particularismes, et des forces « intégrantes », qui iront dans « le sens de la convergence et de l’affinité » d’avec les autres. Le langage, pour Claude Lévi-Strauss, en donne un exemple saisissant. Là où le français, l’anglais, le russe, pourtant de même origine initialement, vont avoir tendance à se différencier, certaines langues vont a contrario se rapprocher, se mêler et se confondre avec d’autres. Le russe, quoique slave d’origine, s’est ainsi rapproché de par certains de ses traits phonétiques avec les langues finno-ougriennes et turques de son voisinage géographique immédiat. De la même manière, on note que le français a tendance à se confondre avec certains traits de la langue arabe dans les zones d’Ile-de-France à forte proportion de populations afro-maghrébines non-assimilées. L’auteur pose par conséquent qu’il existe un « optimum », eut égard aux relations mutuelles entre sociétés, de diversité « au-delà duquel les sociétés ne sauraient aller » sans danger de s’éteindre, phagocytées par l’apport allogène. Cet optimum varie fonction de nombreux paramètres tels que le nombre de sociétés prises en considération, leurs masses démographiques, leurs éloignements géographiques, les moyens de communication à disposition, la Volonté de puissance des sociétés considérées, etc. Le fantasme de la société « sclérosée » antiraciste s’avère dès lors un leurre idéologique. En effet s’il n’est pas douteux d’affirmer que les sociétés échangent, communiquent, se font la guerre, et dans des mesures relatives, se métissent entre elles, il est pour ainsi dire écrit dans leur « code génétique », car essentiel à leur survie, qu’elles désirent avant tout être soi, se distinguer et conserver leur intégrité, sans quoi elles perdraient leurs essences et mourraient.

Le paradoxe est pourtant violent : l’ethnocentrisme inhérent à la démarche de conservation de son intégrité a tendance naturellement à dépouiller l’Autre de son humanité. Ainsi, en anthropologue avisé, Lévi-Strauss remarque que dans la démarche naturelle des groupes humains, la notion même d’ « Humanité » disparait aux frontières de la tribu, du clan, voire même du village. Le reste du monde humain vivant – ceci est une constante universelle chez les hommes – apparait dès lors comme « sauvage », « non-humain », « barbare ». Il prend comme exemple, absolument baroque et pathétique, l’épisode de la découverte des Grandes Antilles, où alors que les Espagnols envoyaient des délégations afin de trancher la question de savoir si les indigènes possédaient ou non une âme, dans le même temps, ces derniers tentaient de vérifier, en noyant et immergeant les hommes blancs qu’ils avaient fait prisonniers, si leurs corps étaient autant sujet à la putréfaction que les leurs !

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Figure 1 : « Il est écrit dans le  code génétique des sociétés qu’elles désirent avant tout être soi, se distinguer et conserver leur intégrité »

Femmes biélorusses en costume traditionnel, anonyme (1999)

Un des biais les plus aboutis afin de conserver avec l’Autre une relation de respect mutuel a été celui des grands systèmes philosophiques de l’Europe : les universalismes que sont le christianisme et ses héritiers (kantisme, néokantisme, marxisme, droitsdelhommisme, …), affirmant de facto l’égalité et donc l’exigence morale de fraternité entre tous les hommes, permettaient de donner à l’Autre une dignité inédite. Cependant, au-delà de la menace évidente que représente à nos yeux ses doctrines poussées dans leurs retranchements dévoyés, Lévi-Strauss souligne que « La simple proclamation de l'égalité naturelle entre tous les hommes et de la fraternité qui doit les unir, sans distinction de races ou de cultures, a quelque chose de décevant pour l'esprit, parce qu'elle néglige une diversité de fait, qui s'oppose à l'observation ». Il en est de même pour les déclarations des droits de l’homme, énonçant un idéal « oublieux du fait que l’Homme ne réalise pas sa nature dans une humanité abstraite, mais dans des cultures traditionnelles où les changements révolutionnaires laissent des pans entiers et s’expliquent eux-mêmes en fonctions d’une situation strictement définie dans le temps et dans l’espace ». Et c’est précisément pour en finir avec cette incapacité à donner un fondement satisfaisant à la respectabilité universelle du genre humain, confronté à une vérité naturelle qui le transcende, que l’homme européen du XIXe a pu fournir un large spectre de doctrine voulant chacune à leur façon résoudre l’antinomie, du darwinisme social et des thèses racistes à l’universalisme communiste. Il est un fait historique qu’aucune n’a pu, à moyen ou long termes, fournir une explication qui ne soit pas une insulte à la pensée éclairée et un cadre satisfaisant une paix réelle entre les peuples.

Ainsi l’auteur affirme que la manière la plus efficace de respecter la véritable diversité des cultures est de préserver le droit naturel de chacune d’elle à trouver son optimum, par l’acceptation et/ou le rejet des apports qui lui sont extérieurs. La diversité apaisée au sens de Lévi-Strauss ne se fonde pas sur le métissage généralisé, qui conduirait à une uniformité totale et à la mort des civilisations, mais sur le respect réciproque par les groupes humains de la différence de l’Autre en tant qu’Autre.

        Le regard porté sur les sociétés archaïques ou les chimères du progrès

Par la suite, Lévi-Strauss invite à une réflexion autour de la valeur d’une culture ou d’une civilisation, des inégalités – apparentes ou réelles – existantes entre celles-ci, et de la relativité de la notion de « progrès », entendu dans son acceptation occidentale.

cls-3.jpgLévi-Strauss distingue pour les besoins de ses démonstrations trois types de culture que chaque société peut, de son propre point de vue, soumettre à son entendement : 1. Celles qui sont ses contemporaines, mais qui se trouvent à un autre lieu du globe ; 2. Celles qui se sont manifestées dans un espace commun à la sienne, mais à des temps antérieurs ; 3. Enfin celles qui cumulent à la fois l’éloignement spatial et temporel. En ce qui concerne les cultures du troisième groupe, le problème s’avère réglé d’avance : quoiqu’elle compose, selon les chiffres de l’ethnologie moderne, 90 à 99% de la totalité des civilisations qui ont existé depuis l’éveil de l’homme à la culture, la majorité ne sera jamais connue de façon satisfaisante, particulièrement en raison du manque de traces écrites qui la caractérise. Toute assertion globale à leur endroit apparait dès lors douteuse pour l’esprit scientifique.

Les cultures du premier groupe, à savoir nos contemporaines éloignées spatialement, sont selon Lévi-Strauss victime d’une vision qualifiée d’évolutionnisme culturel, inconsciemment véhiculée par les doctrines séculaires de la civilisation européenne. En effet au regard de l’aspect rudimentaire des productions de certaines cultures, il est pour ainsi dire a priori « évident » de voir en elle une « étape » antérieure de notre propre développement. On les qualifiera dès lors d’ « archaïques » sans plus de questionnement à leur sujet. Le voyageur occidental naïf se complaira dès lors à visiter l’âge de pierre en Nouvelle-Guinée, le Moyen-âge au Proche-Orient, ou un semblant de « siècle de Louis XIV » dans le Pékin d’avant la première guerre mondiale.

En réponse, Lévi-Strauss pose que le fait de qualifier une culture qui apparait primaire d’« archaïque », quoique jugement de valeur propre à toute civilisation, est invalidée par les recherches anthropologiques les plus basiques. Appelant à sortir d’une vision par le prisme de la grille de lecture du progrès à l’occidental, il rappelle que les productions culturelles et sociales de cultures éloignées de la nôtre sont difficilement atteignables à l’homme vivant hors de la sphère de la culture qu’il juge. On constate que la complexité de certaines cultures jugées « primitives » n’a rien à envier à celle de nos systèmes techniques, politiques ou à nos modes d’organisations sociales. A titre d’exemple, les chinois avaient dès le XIe siècle créé la machine à vapeur, soit plus de sept siècles et demi avant la révolution industrielle en Angleterre. Cela signifie qu’ils avaient des moyens techniques objectivement plus raffinés que ceux dont disposait l’Europe à la même période. Ce qui manquait à l’esprit scientifique chinois fut en l’occurrence le manque de vue sur l’application que l’on pouvait faire de cette technique.

L’opposition entre culture progressive, qui accumulerait les avancées culturelles et techniques, et culture inerte, résulterait moins d’une différence objective de raffinement des productions sociales que d’une vision déformée par notre subjectivité culturelle. Ainsi certaines cultures nous apparaitraient comme stationnaires, « non pas nécessairement parce qu’elles le sont, mais parce que leur ligne de développement ne signifie rien pour nous, n’est pas mesurable dans les termes du système de références que nous utilisons ». En effet si l’on prend l’un des critères occidentaux emblématiques d’évolution, à savoir la mise à disposition de l’homme de moyens mécaniques fonctionnels de plus en plus puissants, il parait évident que les civilisations américaines et européennes remporteraient le haut du classement, loin devant les peuples océanien et africain. Or le simple fait de changer de critère d’évaluation permettrait, c’est là l’objet d’une grande partie des travaux de Lévi-Strauss, de renverser cette hiérarchie. A titre indicatif, il n’est pas absurde de croire que si la capacité à créer un système politico-spirituel stable dans le temps et préservant les populations de l’affaiblissement de leur volonté de puissance et du nihilisme avait été pris comme critère, les pays asiatiques et moyen-orientaux seraient loin devant les peuples européens de la seconde moitié du XXe siècle !

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Figure 2 : « Certaines cultures nous apparaitraient comme stationnaires car leur ligne de développement ne signifie rien pour nous, n’est pas mesurable dans les termes du système de références que nous utilisons »

Membres des Baigas, tribu primitive du nord de L’Inde volontairement coupée du monde moderne (2013)

Toute l’attention de l’ethnologue sera dès lors porter sur la compréhension des spécificités de développement et de rapports au Monde qui caractérisent chaque peuple. Lévi-Strauss exhorte à cet égard le lecteur, par la mise en lumière de ce genre d’a priori naturel, à adopter cette même démarche. Et c’est uniquement à cette condition de compréhension de l’Autre, en tant qu’il est Autre dans toutes ses composantes, que peut s’instaurer un véritable dialogue apaisé entre les peuples, où chacun garde sa spécificité, sans concession d’aucune sorte à l’Universalisme sécularisé. A cela Lévi-Strauss ajoute par ailleurs que la notion occidentale de progrès, héritière du modèle de déroulement historiciste de la Bible dans la tradition chrétienne, et reprise après sécularisation par Hegel et Marx, entre en opposition avec l’étude historique et anthropologique. Si l’auteur ne nie pas que des progrès indéniables aient été réalisés en tout domaine depuis l’éveil à la culture de l’Homme, sa linéarité n’a rien d’évident. La simple logique formelle permet en première instance de mettre en lumière la caducité de la thèse : si le progrès était constant et linéaire, il n’y aurait pas de décadences définitives. Or des civilisations sont mortes, donc la linéarité et la nécessité du progrès n’existe pas. Les avancées civilisationnelles se font en réalité par à-coup, de manière chaotique, brutales. A titre d’exemple, l’Europe n’a connu que peu de ce que Jacqueline de Romilly appelait des « miracles historiques »5, ces époques de foisonnement intellectuel ayant permis au continent de maintenir le rang qui est le sien au sein du concert des nations : l’Antiquité Grecque, la Renaissance et la Révolution Industrielle, pour citer les plus emblématiques.

        La question de la supériorité de la civilisation occidentale

Lévi-Strauss fait remarquer que même à pousser à bout la logique du relativisme culturel, en affirmant que l'inégalité entre les cultures est infondée car il nous serait absolument impossible de sortir de nos structures mentales culturelles pour juger convenablement d'autres, un constat demeure: il y a une civilisation qui plus que toute autre dans l'histoire du monde semble faire l'unanimité quant à sa supériorité par rapport aux autres, la Civilisation Blanche Occidentale.

Le contexte d'écriture de l'œuvre est ici important à souligner: Lévi-Strauss fournit son analyse en des temps où la totalité des pays du globe a reçu, à des degrés variables selon la culture considérée, l'influence de l'Occident, en termes de structures mentales et d'organisation sociale. Le mode de vie de celui-ci a ainsi fait des émules au sein des populations de couleurs. Que ce soit à tort ou à raison, par la destruction coloniale de modèles culturels préexistants, l'assimilation des peuples extérieurs, ou naturellement par leur volonté propre, les peuples de la Terre aspiraient à une occidentalisation de leurs mœurs. À la tribune de l'ONU et dans les grandes organisations internationales de l'époque, les représentants des pays du tiers-monde n'avaient de cesse de marteler que le « plus grave problème de l'occidentalisation de leur société » était précisément « la lenteur et la petitesse de cette occidentalisation » ! Triste constat pour le défenseur de la diversité des cultures qu'était Claude Lévi-Strauss. Mais la science transcende froidement l'ethos individuel, et il lui a été longtemps forcé de constater « qu'il ne servirait à rien de vouloir défendre l'originalité des cultures humaines contre elles-mêmes ». Ainsi cette course à l'uniformisation devra s'achever de trois manières différentes :

1. Par une occidentalisation intégrale de la planète, avec des variantes relevant du folklore ici et là

2. Par la création de modèles syncrétiques, comme la Chine, l’Inde ou le monde musulman laisserait suggérer

3. Par un mouvement de reflux de l’occidentalisation, arrivée à une expansion physique « incompatible avec les mécanismes internes qui assurent son existence »

Il est à noter à cet égard que l'auteur, spectateur critique de l'évolution des sociétés au début du XXIe (Lévi-Strauss est mort en 2009, encore actif intellectuellement), pourra donner ici un semblant de réponse. Loin de s'étioler dans une américanisation heureuse, les grands blocs culturels et civilisationnels ont eu tendance, regardant ce mouvement de l'Histoire comme une agression, à accentuer le phénomène inverse : celui du réveil des « forces conservatrices » en cas d'ingérence au sein de leur modèle respectif. Ainsi la volonté d'émancipation des BRICS de la tutelle américaine, le réveil identitaire du Moyen-Orient (illustré par la montée en puissance des mouvements wahhabites et salafistes), de l'Inde ou de la Chine, apparaissent des conséquences directes de ce phénomène. Le cas de la Chine donne dans cette optique un double exemple archétypal des théories lévistraussiennes : conscient de son infériorité technique et économique de fait par rapport à la Civilisation Occidentale, l'Empire du Milieu aura permis l'entrée du modèle capitaliste anglo-saxon sur son territoire et des sciences et techniques européennes, sans pour autant renier son identité propre. Là où les mondialistes béats croyaient, pour ramasser leur pensée en une formule, que « Le iPhone créerait l'émancipation individuelle et la démocratie », le géant chinois a au contraire fourni l'illustration parfaite de cet optimum de diversité des structures internes d'un pays, prenant ce qui lui a semblé meilleur chez le voisin, rejetant le reste.

Ainsi c’est l'observation de ces processus qui permirent à Lévi-Strauss de répondre à la question centrale : sur quoi se fonde le consentement des peuples de la Terre à proclamer quasi-unanimement la supériorité de l'Occident ?

cls_4.jpgLévi-Strauss affirme que c'est l'objectivité des critères de hiérarchisation, intime à la pensée occidentale, qui permettent de la fonder, et qui peuvent se ramener, selon Leslie White6, à deux principaux : 1. L’accroissement continuel de la quantité d’énergie disponible par habitant et 2. La protection et la prolongation de la vie humaine capacitive. Ainsi tout homme désire, sauf cas pathologique, prolonger sa vie en pleine santé sur Terre. Quelle réponse plus admirable a été fournie à cet enjeu que la médecine et le mode de vie occidental ne sauraient offrir ? Toutes les sociétés (c'est une structure universelle) requièrent un accroissement de connaissances, de techniques et de savoir-faire afin de modeler leurs environnements selon leurs normes. Quel outil plus raffiné et plus efficace à cet effet que sont la Mathématique, la Science et la Technique occidentales ? Nous pourrions même aller plus loin (mais ce serait déjà rentrer dans une forme de subjectivisme idéologique) en posant pour principe qu'il y a en tout être humain une Volonté d'émancipation individuelle du cadre des méta-structures collectives, et que l'individualisme européen triomphant et prosélyte offre un médium privilégié à cette émancipation.

En conclusion sur le sujet, on s'accordera à dire que la supériorité de la Civilisation Occidentale s'entend avant tout comme l'accord entre les cultures de cette supériorité, fondée sur des critères objectifs, et répondant aux besoins essentiels et universels de toute culture humaine.

        L’accumulation culturelle et l’écart différentiel vital

Dans les dernières parties de l’essai, Lévi-Strauss tentent d’analyser et de comprendre ce qui fonde véritablement l’inégalité entre les cultures et les civilisations humaines, si cette inégalité est absolue ou relative à la culture du point de vue de laquelle on se place, et, ayant résolu ces questions, de voir sur quelles bases se fondent les relations et les collaborations entre les cultures.

Comprendre l’origine de l’inégalité entre les cultures revient à expliquer pourquoi existe-t-il des cultures « cumulatives », progressant à mesure de leur avancée dans le temps, pour arriver à un niveau de raffinement donné, et a contrario des cultures « stationnaires », ou « moins cumulatives », ne progressant pas ou peu. Pour y répondre, Lévi-Strauss fait appel à la notion de probabilité, outil mathématique réservé jusqu’à son époque aux seules sciences dures et expérimentales, telles que la thermodynamique statistique énoncée un siècle plus tôt par Boltzmann. Si l’on considère une culture donnée, une série d’évènements aléatoires dont les issues sont soit le progrès p, soit la régression r, soit le statu quo s, dépendants de divers facteurs internes et externes à la culture étudiée [X1, X2, X3.. Xn], et enfin la probabilité P d’arriver à un certain cumul de progrès p, on arrive à prouver dans quelle mesure il est naturel à l’échelle du monde que les civilisations les plus avancées soient plus rares, voire uniques, car bénéficiant de facteurs et d’un enchaînement d’évènements aléatoires propices au progrès de celles-ci. C’est précisément la rareté des séries d’évènements aléatoires favorables qui permet d’expliquer l’échelle de « cumul » et le degré plus ou moins élevé de raffinement d’une culture. Et c’est à partir de cette application des arbres événementiels probabilistes à l’ethnologie que Lévi-Strauss descend conformément aux conclusions de sa démonstration la Civilisation Occidentale du piédestal sur lequel elle reposait. Il déclare qu’il faut « être assurée du fait que si la révolution industrielle n’était pas apparue d’abord en Europe occidentale et septentrionale, elle se serait manifestée un jour sur un autre point du globe ». En d’autres termes, l’Europe n’aurait pas de mérite, pas de fierté à tirer de cette supériorité, car elle aurait très bien pu se retrouver par une autre combinaison aléatoire de facteurs propices à un autre endroit du globe, à un autre moment de l’Histoire, pour une autre culture.

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Figure 3 : « La supériorité de la Civilisation Occidentale est (…) fondée sur des critères objectifs, et répondant aux besoins essentiels et universels de toute culture humaine »

L’école d’Athènes, Raphaël (1509-1512)

Il m’est apparu que cette assertion, quoique valable dans la mesure de sa logique abstraite, était assez grossière à deux égards principaux. Premièrement elle n’est corroborée par aucun fait historique. On peut toujours spéculer sur le fait que la collusion d’autres types de facteurs (climatiques, culturelles, mythologiques, coutumiers, techniques, etc.) aient pu faire apparaitre la même avancée objective aux yeux de l’Humanité toute entière à un autre endroit que sur le continent européen. Reste qu’en l’attente d’un contre-exemple, cette « série d’évènements aléatoires » porte un nom et une définition précise : l’Europe. Et qu’on le veuille ou non, la démarche scientifique interdit de déclarer erroné un énoncé qu’elle n’a pas falsifié. La thèse qui consiste à dire « C’est l’Europe en tant qu’Europe qui a produit la révolution industrielle » est tout aussi correct scientifiquement que celle de Lévi-Strauss, et parait même plus adéquate à la réalité. Deuxièmement elle est réductrice car tendant vers un déterminisme structuraliste qui ôterait ainsi à l’Homme son libre arbitre. Car quoique modelée par des représentations mentales inhérentes à sa sphère culturelle, il a tout de même été de la volonté des hommes de faire cette révolution industrielle ! Et cette volonté, de par le moule culturel bien spécifique duquel elle émane, ne pouvait par définition se retrouver uniquement dans celui-ci : en Europe !

La deuxième assertion, moins polémique cette fois, pose que la diversité des cultures humaines et l’émulation qui réside entre elles sont à l’origine des séries cumulatives d’évènements favorables, et donc du progrès au sein d’une civilisation. Entendons-nous bien ici : Lévi-Strauss ne dit à aucun moment que la diversité ethnique interne d’une société et le métissage des cultures rendraient celles-ci plus fortes. Au contraire nous avons vu à quel point ces phénomènes représentaient la mort des particularismes, et donc des cultures considérées. Il s’agit en réalité des interactions que les cultures ont entre elles, prenant des formes diverses (échanges commerciaux de matières premières et de savoir-faire inédits, relations diplomatiques, disputations théologiques, rivalités et conflits de toutes sortes, etc.), qui permettent de stimuler l’accumulation et l’agrégation par et à une culture particulière de l’apport des autres, tout en gardant sa spécificité. Le développement de l’Europe et son raffinement civilisationnel ne peut ainsi s’entendre que dans l’optique de la diversité culturelle unique du continent et de son génie à savoir importer et assimiler à sa juste mesure des pans entiers de cultures exogènes. On peut à cet effet lister sans fin les matières premières rapportées de terres exotiques par les missionnaires et découvreurs et qui ont contribué au raffinement de la culture européenne. Pour ne prendre que l’exemple de la France, il est bon d’avoir à l’esprit que le modèle français des Grandes Ecoles d’Ingénieurs instauré par Napoléon Ier fut importé de Chine, alors utilisé pour sélectionner de manière satisfaisante et égalitaire les hommes d’exception d’un pays devant jouer avec à la fois un territoire très étendu géographiquement et un pouvoir autocratique centralisateur.

Lévi-Strauss répond ainsi au problème en concluant qu’il n’y a pas de société cumulative « en soi et par soi ». L’Histoire cumulative résulte ainsi plus pour une culture de sa conduite que de sa nature. Et l’auteur d’affirmer le corollaire logique de la proposition, à savoir qu’il n’y a qu’une seule tare qui puisse réellement affliger un groupe humain : la solitude.

Il exhorte ainsi le lecteur, l’UNESCO et les instances internationales à prendre garde à la notion dangereuse de « civilisation mondiale » voulue par certaines forces politiques. N’exprimant aucune réalité ni culturelle, ni anthropologique ou biologique, Lévi-Strauss écrit que la notion de civilisation mondiale « est forte pauvre, schématique, et que son contenu intellectuel et affectif n’offre pas une grande densité ». Ainsi il met en garde contre la notion moderne de « diversité », entendue comme le métissage ethnico-culturel des peuples dans une seule uniformité. Celle-ci, dangereuse, implique à l’inverse de sa sémantique, la parfaite homogénéité de la culture. Tout l’effort des cultures contemporaines consistera dès lors à prendre garde à préserver ce que Lévi-Strauss nomme un « écart différentiel », à savoir un éloignement optimal des cultures les unes par rapport aux autres, afin de préserver leur spécificité, soit de rester en vie, et de maintenir le processus des échanges cumulatifs permettant le progrès de chacune d’entre elles.

III.  Conclusions : Défense des particularismes et dialogue des cultures

A la lecture de Race et Histoire de Claude Lévi-Strauss, on devine aisément pourquoi l’essai a été mis à l’index par les instances d’obédiences mondialistes qui peuvent nous gouverner. Loin d’être, comme beaucoup de sociologues de gauche l’ont présenté, une ode au melting pot à l’américaine, cet essai invite en filigrane l’Européen à une actualisation de ses modes de pensées et de compréhension des races et des cultures à l’heure du crépuscule de sa civilisation.

Potiere-jalouse_754.jpgBien sûr le relativisme culturel dont fait preuve Lévi-Strauss pour les besoins de ses démonstrations parait de prime abord en contradiction avec son appel renouvelé à maintenir coûte que coûte nos spécificités civilisationnelles. Mais dans les temps troubles que nous traversons actuellement, le paradoxe est loin d’être insoluble.

A l’heure de l’affaiblissement de la volonté de puissance européenne et où l’optimum de diversité interne de nos sociétés a été largement dépassé, il est une exigence morale, car garante de notre survie, de faire valoir nos « forces conservatrices » et de réfréner les « forces inclusives » qui nous phagocytent ! Pour reprendre l’optique de Lévi-Strauss, il semble impossible de fonder un dialogue des cultures et un échange véritables si l’un des interlocuteurs n’est pas sûr de son identité propre.

Race et Histoire doit ainsi être vu comme un écho à la saillie prophétique de Paul Valéry au début du XXe : « Nous autres, civilisations, savons désormais que nous sommes mortels ! ». Il est un double appel lancé à la civilisation européenne. Premièrement un appel à tenir bon et à ne pas céder au nihilisme, sans quoi l’individu européen mourrait avec sa civilisation, soutenu par un corpus rationnel de proposition scientifique allant dans ce sens. Deuxièmement un appel à porter sur les autres peuples et cultures un regard humble et respectueux. Car en effet puisque la civilisation européenne est menacée par l’ingérence et l’uniformisation américano-libérales, il est de notre devoir de collaborer avec les autres races et cultures de la planète victimes elles aussi de cet impérialisme.

Il ne fait à cet égard aucun doute que la Russie, comme allié géopolitique naturel, se devra d’être un interlocuteur privilégié dans ce dialogue des cultures et ces avancées mutuelles qui en découleront.

Le progrès au XXIe siècle émanera de la reconnaissance de la légitimité de la multipolarité, soit du respect des particularismes culturels et civilisationnels en tant que tels.

Cette reconnaissance, qui saura être un appui de taille sur la scène internationale afin de légitimer la défense de nos valeurs, raisonne déjà dans les slogans politiques de France et d’ailleurs :

« Patriotes de tous les pays, unissez-vous ! »

Pour le SOCLE

  • Le racisme est incorrect scientifiquement, en tant que théorie visant à lier les caractéristiques biologiques aux productions sociologiques et psychologiques des hommes.
  • L’antiraciste fonde la dignité universelle du genre humain sur une uniformité biologique de l'espèce. Lui aussi participe par conséquent à valider cette relation de cause à effet.
  • Il y a au sein des sociétés humaines, des forces conservatrices, qui vont tendre au maintien et à l’accentuation des particularismes, et des forces intégrantes, qui iront dans « le sens de la convergence et de l’affinité » d’avec les autres.
  • Il existe un optimum de diversité au-delà duquel les sociétés ne sauraient aller sans danger de s’éteindre à cause d’un apport allogène trop fort.
  • Cet optimum varie fonction de nombreux paramètres: masses démographiques, éloignements géographiques, moyens de communication à disposition, etc.
  • Il est écrit dans le « code génétique » des sociétés de désirer avant tout être soi, se distinguer et conserver leur intégrité, sans quoi elles perdraient leurs essences et mourraient.
  • Aucun des universalismes de la modernité n’a pu fournir un cadre satisfaisant, une paix réelle entre les peuples.
  • La manière la plus efficace de respecter la véritable diversité des cultures est de préserver le droit naturel de chacune d’elle à trouver son optimum, par l’acceptation et/ou le rejet des apports qui lui sont extérieurs.
  • La diversité apaisée se fonde sur le respect réciproque par les groupes humains de la différence de l’Autre en tant qu’Autre.
  • Qualifier une culture qui apparait primaire d’« archaïque » est jugement de valeur invalidé par les recherches anthropologiques les plus basiques.
  • L’opposition entre culture progressive, qui accumulerait les avancées culturelles et techniques, et culture inerte, résulte d’une vision déformée par notre subjectivité culturelle.
  • La linéarité et la nécessité du progrès n’existe pas. Des civilisations sont mortes. Les avancées civilisationnelles se font par à-coup, de manière chaotique, brutales.
  • Il y a une civilisation qui semble faire l'unanimité quant à sa supériorité par rapport aux autres : la Civilisation Blanche Occidentale.
  • La supériorité de la Civilisation Occidentale se fonde sur des critères objectifs répondant aux besoins essentiels et universels de toute culture humaine.
  • Aujourd’hui, on assiste à un retour des particularismes, les cultures de couleurs prennent ce qui leur a semblé meilleur et utile chez le voisin occidental, rejetant ce dont elles ne voulaient pas.
  • Les interactions que les cultures ont entre elles (échanges commerciaux de matières premières et de savoir-faire inédits, relations diplomatiques, rivalités et conflits de toutes sortes, etc.) permettent de stimuler une culture particulière par l’apport des autres, tout en gardant sa spécificité.
  • Le développement de l’Europe et son raffinement civilisationnel sont dus à la diversité culturelle unique du continent et de son génie à savoir importer et assimiler à sa juste mesure des pans entiers de cultures exogènes.
  • L’Histoire cumulative d’une culture résulte davantage de sa conduite que de sa nature.
  • La notion de civilisation mondiale n’exprime aucune réalité ni culturelle, ni anthropologique ou biologique.
  • La notion moderne de « diversité », dangereuse, implique à l’inverse de sa sémantique, la parfaite homogénéité de la culture.
  • Tout l’effort des cultures européennes consistera pour demain à prendre garde à préserver un « écart différentiel » avec les autres, à savoir un éloignement optimal par rapport aux autres, afin de préserver leur spécificité.

IV.  Repères bibliographiques

  1. Denis Bertholet, Claude Lévi-Strauss, Paris, Odile Jacob, coll. « poches », 2008
  1. Michel Izard, Préface de Race et Histoire, Gallimard, « Folio essais », 2002
  1. Race et Histoire, brochures éditées par l'Unesco, 1952
  1. Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Folio Essais, 2014
  1. Jacqueline de Romilly, Pourquoi la Grèce ?, Le Livre de poche, 2010
  1. Leslie A. White, The science of culture, New York, 1949, p.196